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Libro del Druida


Badru
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El solsticio de invierno era aún demasiado reciente como para que el sol iluminase la faz del hemisferio norte por más de unas cuantas horas y, en su mayor parte, las temperaturas oscilaban alrededor de punto de congelamiento. Poco le afectaba aquello a él, o al menos aquello pretendía, con sus pies descalzos contra la arena del desierto y su peto de telas delgadas que a duras penas le cubría la mitad superior de su torso. Había citado a su alumno a las doce del mediodia en el desierto de Dungeness, y ni con el sol en su máximo esplendor podía uno sentirse a gusto con el clima, esperaba que su alumno viniese vestido para la ocasión.

 

La tela que cubría su rostro lo protegía de gran parte de la arena movilizada por el fuerte viento que soplaba desde el este, y aún así debía entrecerrar los ojos para evitar que el polvillo se le colase dentro de los ojos. Con suma facilidad podría haber hecho uso de su vara de cristal y menguar el clima a su voluntad, y sin embargo el joven Uzza jamás había doblegado las circunstancias ante su conveniencia, aún en momentos donde hacerlo hubiese sido lo más prudente. La historia de su tribu y, más precisamente, la de su familia le habían enseñado que el sufrimiento era circunstancial e, igualmente importante, esencial.

 

Aquella era una lección que debería inculcar en la mente de su aprendiz aquel día. La magia del Libro del Druida era, en esencia, protectora y sin embargo la protección nunca debía ser confundida con la cobardía. Ambas eran mutuamente excluyentes, o al menos debían suerlo, puesto que la primera debía ser el resultado de un exhaustivo análisis de las posibilidades y la segunda era la extrapolación de la falta de preparación. La guerra y el combate eran un arte, y no sólo por la calidad y la naturaleza de los ataques y contra-ataques utilizados sino también por la versatilidad de la aplicación de los mismos en función del contexto.

 

A su joven edad, aprender todo aquello había conllevado sacrificios. Los europeos, quienes generalmente acudían a sus clases, frecuentemente buscaban aprender aquellas mismas lecciones a un precio mucho menor. Badru no estaba del todo de acuerdo con ello, y sin embargo estaba seguro de que, de enfrentar a aquellos magos a los desafíos que su tribu tuvo que atravesar, probablemente no saldrían ilesos. Faltaban unos minutos para que el reloj marcase las doce. El Uzza hizo su larga trenza a un lado, se sentó con las piernas cruzadas y cerró los ojos hasta que su alumno llegase.

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Por lo general, la gente no asociaba las palabras "desierto" y "frío". Por suerte, yo sabía que aquello no era un error común únicamente evidenciado por la situación presente en la que me encontraba, con los pies sobre aquel paraje en el que el Guerrero Uzza me había citado, sino que, de por sí, había experimentado anteriormente en carne propia que al caer la noche, las temperaturas de los desiertos descendían considerablemente, incluso a cifras bajo cero.

 

El desierto de Dungeness estaba helado. Podría decir que mi propio conocimiento de aquellos datos de los desiertos era lo que me había hecho aprovisionarme y llevar puesta una amplia y gruesa chaqueta de piel sintética de color tierra, pantalones ceñidos y botas negras, pero en realidad, no había pensado que en aquel desierto al suroeste de Gran Bretaña fuera a encontrar una temperatura baja, sino que había acudido tal y como hubiera ido a cualquier punto de Londres. Por suerte, aquello incluía la ropa abrigada, aunque, quitando el aire que parecía levantarse por momentos, no sentía casi el frío; era lo suficientemente resitente a este como para que me bastase con aquella chaqueta gruesa.

 

De cualquier forma, y comprobando que todavía quedaban diez minutos para las doce, paré un momento en mitad de aquel territorio desolado para otear a lo lejos y, de paso, aspirar un poco del Polen de Lirios de Fuego que tenía guardado en el monedero de piel de Moke. Había leído previamente en el Libro del Druida que aquello era bueno para proteger los órganos internos y agudizar los sentidos del olfato y el tacto en relación con las fuentes de calor más próximas, así que supuse que era conveniente empezar a probar los efectos de los poderes y artilugios que aquel libro me ofrecía.

 

Tras guardar de nuevo el frasquito, que había decidido no colgarme en vistas a lo que ya ocupaban algunos de los otros amuletos en mi colgante, giré sobre mí mismo forzando un poco más la vista, hasta que divisé un punto oscuro entre las corrientes de aire que levantaban la tierra y dificultaban la vista. A pesar de que aquel bulto parecía no moverse, estaba demasiado próximo al suelo y demasiado en medio de la nada como para que no fuera el maestro guerrero.

 

Encaminé mis pasos hacia allí y, según me acercaba, me fui cerciorando de que aquel era Badru. Revisé el reloj de pulsera cuando apenas me faltaban unos pasos para llegar hasta donde el hombre esperaba en posición meditatoria. Las doce en punto. Casi no pude creerlo. Al llegar a su altura, me mantuve unos segundos en silencio, por cortesía y respeto a lo que pudiera estar haciendo. Una nueva ráfaga de aire nos envolvió. Contemplé su azabache trenza y sus pies descalzos. «A la mínima oportunidad, me descalzo también», pensé.

 

Y entonces, pacientemente, me senté frente a él, y cerré los ojos, acompañándole.

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La magia siempre dejaba rastros, si tan sólo uno estaba dispuesto a apreciarla. La mayoría de las veces, era un trazo cuasi imperceptible, una vibración en el aire o una bocanada de viento que soplaba más fuerte que el resto, la radiación del sol volviéndose más debil por una milésima de segundo, un pájaro que dejaba de canturrear por un segundo. Eran pequeñas señales de la naturaleza, sorprendida ante la dimitiva de algo que no era natural pero aún así digno de reverencia. Badru permaneció sentado, quieto, con los ojos cerrados mientras analizaba las señales que la magia iba proclamando.

 

Su alumno se apareció lo suficientemente cerca de él como para poder percibir su presencia, y dejó que una sonrisa se curvase debajo del pañuelo que cubría su rostro al percibir como hacía uso del polen de los lirios de fuego. La curiosidad ciertamente no era un pecado, y el joven Uzza no castigaba a aquellos que experimentasen la magia de su pueblo incluso sin la supervisión de uno de ellos. Quizá, con un poco de suerte, se lastimarían lo suficiente como para saber que no debían jugar con ella y debían tenerle el respeto que ameritaba.

 

Pero este joven pareció utilizar el polen de la manera correcta, puesto que el aura de magia que inicialmente había delatado su presencia al Uzza se volvió mas intensa y se tiñó con signos inequívocos de la magia Uzza. Ahora el joven mago gritaba su presencia a los cuatro vientos y, sin embargo, para la consciencia no entrenada tranquilamente podía pasar desapercibido. Badru suspiró, y procuró solventar sus últimos pensamientos antes de que ineludiblemente fuese interrumpido por su pupilo. Le sorprendió el oir como su alumno tomaba asiento en el suelo frente a él y permanecía en silencio, una señal de respeto inusual en los magos de su casta.

 

El primer mago que encontró los Lirios de Fuego cuyo polen usted ha usado fue, por decirlo sencillamente, descuidado. – acotó Badru, sin abrir los ojos – Sorprendido como estaba al encontrar el producto de aquella flor, recolectó cuanto más pudo hasta que invariablemente sus manos encontraron lava en lugar de polen. Sufrió quemaduras tan graves que sólo la magia de mi pueblo pudo curarlo y, en recompensa por nuestros servicios, nos quedamos con una provista muy extensa del polen de aquellos lirios.

 

Badru guardó silencio por unos momentos, dándole lugar al muchacho para que analizase aquella historia.

 

Tenga mucho cuidado con experimentar con magia que no conoce, joven. Maravillosos como son los secretos de nuestro pueblo, estas clases tienen un propósito. – agregó, segundos después. No lo estaba retando, ni mucho menos, sino más bien advirtiendo. Procuró que su tono de voz reflejase ello. – Mi nombre es Badru, seré tu maestro esta tarde. Cuéntame, ¿cómo caracterizarías la magia de este libro? ¿En qué circunstancias piensas que te será útil y, aún más importante, en qué circunstancias no debes usarlas en lo absoluto?

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Había cerrado los ojos, imitando el semblante del guerrero, tratando de reproducir el mismo proceso interno que le había conducido a ese estado. Había veces que aquel tipo de camino de doble sentido hacia el mismo destino podía producirse: mientras que unos iban del contenido a la forma, otros acababan encontrando lo primero a través de lo segundo. Logré llegar a un punto intermedio entre la consciencia meditativa y la distracción, hasta que la firme voz de Badru se hizo presente, apoyándose sobre el trozo de suelo que nos separaba y cubriéndonos a ambos, sobreponiéndose al viento que arremolinaba la tierra.

 

No abrí los ojos. De hecho, traté de aferrarme al estado que había logrado alcanzar, manteniéndome sereno y evitando cualquier incomodidad que pudiera reflejarse en mi rostro involuntariamente. En ese momento se me vinieron recuerdos de las enseñanzas que había recibido respecto al libro anterior, de cómo debía equilibarme para poder generar ciertas energías que, posteriormente, fueran canalizadas. Aquella concentración no me impidió en ningún momento seguir las palabras del que, con aquel inicio de su discurso, había pasado a formar parte del cajón de mis maestros.

 

Visualicé sus palabras en la negrura de mi mente. La avaricia, el castigo, la enseñanza y la corrección. Sentí el calor que emanaba del cuerpo de Badru. Pude percibir, también gracias a la imagen que había formado de él al observarle antes de sentarme y cerrar los ojos, que poseía una energía joven y, a juzgar por su aspecto físico, no debía sobrepasarle mucho en años a la apariencia que yo mismo mostraba exteriormente. Sin embargo, su cuerpo estaba mucho más formado, fuerte y curtido, lo que le hacía parecer aún mayor.

 

Por eso sonreí cuando me llamó "joven". Me abstuve de comentar nada acerca de mi verdadera edad. No era necesario, no aportaría nada y, en realidad, mi quizá precipitado uso de aquel polen debía ser advertido. Tras formular la pregunta que pretendía dar paso a mi voz, abrí los ojos con calma, observando que él también mantenía su postura. Mi mirada se fijó directa a la suya y entonces, inspiré hondo por la nariz, apretando ligeramente los dedos de las manos, tendidas sobre mis rodillas.

 

A juzgar por lo que estoy experimentando con el polen de los lirios de fuego, caracterizaría a la magia de este libro de sensorial; una magia que establece vínculos entre la sensorialidad humana y la naturaleza. Y cuando entiendes a la naturaleza, entiendes cómo puede ayudarte... Y defenderte —contesté.

 

Me incorporé un poco, apoyando las rodillas en el suelo y sentándome sobre mis talones. Entonces alargé la mano derecha hacia el chico, esperando cualquier señal de desconfianza por su parte, pero no llegué a tocarle. Simplemente dejé la mano extendida cerca de su pecho cubierto y sentí el calor que traspasaba mi piel y me protegía del poco frío que pudiera sentir.

 

Es una magia cálida, interior. Defensiva y de protección —concluí con la idea anterior—. Por eso la usaría en una situación de posible peligro para estimular mis sentidos y percibir mejor... o para protegerme.

 

No supe qué contestar sobre cuándo no usaría esa magia. Callé tan abruptamente que mi mirada, la cual se había ablandado y flotaba a nuestro alrededor, volvió a fijarse en los ojos del Guerrero Uzza. Buscaba respuestas. Pero faltaba una última por mi parte.

 

Adrian Wild.

 

Quise tenderle la mano. Quise, sin entenderlo muy bien, poner ambas manos sobre la tela que cubría su pecho.

 

Simplemente, mantuve los ojos fijos en los suyos.

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Badru asintió ante las contestaciones del muchacho y guardó silencio por unos momentos, meditando sus palabras las cuales reflejaban, al menos, una cuidadosa introspección respecto de la magia del Libro del Druida. Meditó sus opciones por unos momentos: la clase recién daba inicio, por lo que no era del todo prudente forzar al joven a poner en práctica la magia todavía, sino que lo conveniente era terminar de experimentar los alcances y limitaciones de la misma de una manera más pasiva antes de proceder al uso pleno de las facultades que el Libro confería.

 

Sígame. – musitó sin más, poniéndose de pie. Su larga trenza se bamboleó en el aire unas cuantas veces, golpeando intermitentemente contra su espalda mientras el Uzza emprendía la marcha a lo largo del árido y fresco desierto. Tenía un destino en particular pero aún no podía comentárselo al joven, a quien le debía una serie de explicaciones antes de proceder a la siguiente fase de la lección. – Verá, sus aseveraciones acerca de la magia del Druida no son del todo incorrectas, pero tampoco son perfectas. Es, en efecto, una magia más bien protectora y que en cierta forma dota a los sentidos de nuevas percepciones.

 

<< Sin embargo, la historia señala que la magia del Druida fue creada con un fin ampliatorio. Muy frecuentemente ustedes los británicos os limitáis a utilizar los sentidos para ver, oír y tocar, pero en realidad el alcance de sus aplicaciones es tan vasto que resulta cuasi pecaminoso ser tan obtusos con éste uso. El libro del Druida ayuda en ello, ayuda a transformar la vista en mirada, el oído en escucha y el tacto en sentido. Quizá a usted le parezca que la diferencia recae en una nimiedad, pero la verdad es que para el mago que está dispuesto a apreciarla, la diferencia mide lo que un océano. >>

 

Ambos continuaron caminando a lo largo del desierto. Si los cálculos de Badru eran correctos, faltaba menos de un kilómetro para llegar al sector correspondiente.

 

¿Cuáles piensa usted que son las limitaciones de los hechizos Ignea y Obsistens? – inquirió, siendo generoso con la sencillez de aquella pregunta – ¿Cómo argumentaría usted en defensa del Libro del Druida cuando otros magos dirán que su magia es para los cobardes que escapan y no se quedan a pelear, o que se defienden en lugar de atacar?

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Miraba en diagonal al suelo, siguiendo los pasos del guerrero ligeramente por detrás y escuchando atentamente sus palabras. Mis pensamientos se entremezclaron con ellas, en un vaivén de ideas e imágenes que me hizo comprender un poco más en profundidad las enseñanzas de aquel libro que había leído con más facilidad de la que esperaba. Era cierto que había entendido los contenidos del mismo y comprendía lo indicado de cada hechizo y de la naturaleza de todos esos poderes, pero quizá no le había dedicado el tiempo suficiente a leer entre líneas y reflexionar más sobre todo ello.

 

La pregunta de Badru me pilló en medio de un intento de clarificación de lo que me acababa de decir él y lo que yo había verdaderamente interiorizado con la lectura del Libro del Druida. Tuve que parar aquel proceso para retomar todo lo leido sobre cada uno de los hechizos cuyos posibles límites me había pedido que le expusiera.

 

Entiendo que el hechizo Ignea está limitado a la cantidad de polen que haya en ese momento en el frasquito, debiendo dejar que se reabastezca el tiempo conveniente para poder volver a usarlo, además de que no protegerá de un Fuego Compacto —contesté, seguro de aquella primera respuesta.

 

En el libro se explicaba brevemente lo que era un Fuego Compacto, pero parecía ser que aquel hechizo pertenecía a otra de las ramas de los conocimientos del Pueblo Uzza y no se podía desvelar así como así, por lo que en el Libro del Druida apenas se adelantaba lo esencial para entender que Ignea no protegería de aquel otro encantamiento. Entonces, me paré a pensar en el otro hechizo, Obsistens, y recordé que había tenido dudas al respecto.

 

— El hechizo Obsistens... De hecho tuve una duda respecto a él —comenté—. Entiendo que también está limitado, puesto que consume mucha energía y no puede usarse muy seguido, pero en cuanto a la protección que ofrece... ¿Es válida para cualquier ataque, aunque su efecto sea inmediato?

 

Alcé la vista, fijándome en que había seguido ciegamente al Guerrero Uzza sin percatarme hacia donde me conducía, pero descubrí que el paisaje no había cambiado tampoco mucho. Dudé que hubiera un rumbo fijo, sin embargo, a juzgar por lo directos que parecían los pasos del joven, daba la sensación de que sí lo había. Esperé su respuesta y alguna explicación más, mientras no dejaba de sentir cómo mi piel, incluso aquella que estaba cubierta por la ropa, podía sentir perfectamente el calor que emanaba del cuerpo de Badru. El tacto se convertía plenamente en sentido.

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Badru se detuvo por un momento, cayendo en la cuenta de que no quedaban más que una decena de metros para llegar al lugar que tenía en mente. A los ojos de su alumno, el desierto entero tendría idéntica configuración y probablemente se estuviese preguntando a dónde era que el Uzza lo llevaba, y sin embargo aquel secreto estaba a punto de desvelarse por lo que su paciencia pronto vería frutos. Mientras tanto, se paró a analizar las respuestas y, eventualmente, la pregunta de su alumno quien le demostró sin cuestionamientos que había efectivamente leído el libro. La hora de poner a prueba su magia se acercaba.

 

Sí y no. – respondió el Uzza, a su pregunta, materializando con un simple gesto su Vara de Cristal – Todo depende del contexto. Muchos hechizos tienen, como usted señaló, un efecto y acción inmediata por lo que la efectividad del Obsistens para defenderse de ellos, que no es nula, y ciertamente posible, depende de qué tan bien utilize usted sus intercalaciones. Si se anticipa lo suficiente, y hace uso del hechizo previo a que su oponente ejecute su ataque, muy probablemente el Obsistens resisitirá también al mismo. Queda claro, entonces, que el tiempo es de lo esencial.

 

Badru había proseguido la marcha a medio hablar. En cuestión de segundos, había llegado a donde quería.

 

Pero por ahora, basta de palabrerío, ha llegado la hora de probar su valía. – tras decir eso, Badru golpeó su Vara de Cristal contra el árido suelo tres veces, en consecuencia de lo cual un portal mágico apareció en medio de ellos dos. La magia detrás del mismo era tan ancestral que sus orígenes eran desconocidos para él, y sin embargo aquel portal era distinto del que el Wild podría aprender a convocar con el Libro del Druida. No se trataba de un puente entre dos lugares diferentes, sino entre dos dimensiones complementarias pero no simultáneas.

 

*-*

 

Del otro lado del portal, Adrian se encontraría dentro de una de las celdas de una enorme y mística prisión: Nurmengard. Si de alguna manera lograba librarse de su celda, cientos de guardianes estarían al acecho para capturarlos, y eventualmente llegaría a una puerta que prometería ser la salida pero, traicioneramente, le robaría de todos los sentidos poniéndolo vulnerable al ataque de sus captores.

 

Badru lo esperaría en la verdadera salida, tras lo cual accedería a la prueba final, si tan sólo lograba llegar hasta él.

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La detención del guerrero me pilló desprevenido y casi le sobrepasé, parándome justo a su lado. Una ráfaga de viento quiso dificultarme la escucha de aquello que el maestro explicaba, soplando el dirección contraria a donde yo me hallaba y levantando aún más polvo de la tierra que ocupaba todo aquel terreno. Sin embargo, no fue lo suficiente como para perder por completo el mensaje que me transmitía Badru. Asentí comprendiendo sus palabras y me mantuve asintiendo mientras asimilaba la resolución de mis dudas sobre aquel hechizo.

 

Sin darme cuenta, volví a asentir cuando el Guerrero Uzza decidió que era el momento de que demostrase verdaderamente mis conocimientos sobre el libro y sus poderes. No hubo tiempo para ninguna otra reacción. El joven maestro dio un golpe en el suelo y frente a nosotros se abrió un portal que debía atravesar. «Un Haz de la Noche, está bien», pensé, contemplándolo. Saqué a Dror del bolsillo oculto lateral del pantalón y me predispuse a entrar el primero, como había entendido que debía hacer a juzgar por los gestos de Badru.

 

Y caí.

 

Caí a una celda y el portal se cerró inmediatamente después. Entonces entendí que debía entrar primero porque él no vendría conmigo. Me quedé quieto, para permitir a mis ojos habituarse a la oscuridad. Los abrí ampliamente e intenté descubrir dónde me hallaba. Seguía haciendo frío, a pesar de que sentía que estaba entre cuatro paredes. Extendí los brazos. Cuatro paredes no muy amplias. El frío se colaba por rendijas; escuchaba el aire silbar. Entonces me di cuenta de que la oscuridad la propiciaba la propia piedra de las paredes, completamente negra.

 

Entonces mi olfato lo percibió. El olor de aquel lugar no era para nada común, un olor que removió algunos recuerdos. Específicos, demasiado específicos. Olía a mugre, a devastación, a silencio. No lo podía creer.

 

Nurmengard.

 

Me levanté y tanteé a mi alrededor. Seguí el recorrido de la pared hasta llegar a una puerta metálica, maciza. No podía ser. Era cierto que habían pasado muchos años desde la última vez que había sido apresado en aquel complejo, muchos alejado de todas aquellas rencillas y luchas, así como de todas las informaciones confidenciales que la Orden del Fénix poseía, pero hasta donde sabía, aquel presidio había desaparecido hacía tiempo. No podía ser Nurmengard, por mucho que aquel olor quisiese confundirme. Debía estar en otro lugar o...

 

En otro tiempo.

 

Mi propia reflexión me sorprendió. Otro tiempo. ¡Claro! Aquello no había sido un Haz de la Noche, o al menos no uno como el que se describía en el Libro del Druida. Badru debía poseer habilidades más allá de las que podía enseñarnos. Y pensar en aquello, me llevó a recordar los amuletos que llevaba colgados al cuello. Sin dudarlo, metí la mano por el cuello de mi camiseta y saqué la cadena donde varios amuletos y anillos imprescindibles colgaban. Sujeté el amuleto contra las defensas carcelarias y me concentré, deseando salir de aquella celda. Y salí, pero por lo que pude comprobar instantes después, sólo de la celda. Seguía en la prisión.

 

Maldición Adrian, te ha podido la prisa.

 

Y así era. No había pensado debidamente que quería salir completamente de aquella edificación, sino sólo salir de la celda, por lo que únicamente me había transportado, agotando todo el poder de aquel amuleto, al otro lado de la puerta. Escuché ruidos provenientes de ambos lados del inmenso pasillo oscuro. Algunos provenían de detrás de las otras puertas cercanas. Otros, mucho más lejanos y desgarradores, no sugerían nada bueno. Decidí ponerme en marcha por el lado de la derecha, pues según mis sentidos los ruidos más atroces venían de la izquierda. «Mis sentidos». Debía preservarlos antes de que pudiese ocurrir algo, además, el propósito de aquellas clases, pues no se me había olvidado que estaba en una, era utilizar las herramientas que el libro nos ofrecía.

 

Cantar de Eleboro —murmuré, realizando la complicada floritura que casi no había practicado.

 

Supuse que lo había conjurado bien, aunque no noté nada. Caminé deprisa, tratando de que no se oyeran mis pisadas y atento de todo lo que pudiera aparecer en el camino. Llegué hasta unas escaleras que no parecían llegar a ninguna parte, pues giraban en diferentes direcciones sin que pareciesen tener final; además, a veces subían y otras bajaban. Me perdí en aquel laberinto de escalones. Cuando conseguí salir de él no sabía cuánto tiempo había pasado, pero nada más poner el pie en suelo liso de nuevo, me topé de frente con tres figuras que alzaban sus varitas contra mí.

 

Estaba tan cansado de subir y bajar, de ir por todos aquellos enrevesados caminos, que no podía soportar pararme a enfrentarme con aquellos guardianes, así que pensé un «Salvaguarda Mágica» tan rápido que los hechizos que quisieron lanzarme se entrecruzaron, impactando entre ellos. Evidentemente, corrí. Corrí atravesando muros y reprochándome lo est****o que había sido por no haber usado aquel hechizo antes. Por desgracia, cuando se me pasó el efecto de aquel hechizo que me confería una intangibilidad temporal, tenía a mis espaldas a un par de guardianes a los que había alterado a mi paso.

 

Lancé con torpe puntería un Arena de Hechicero al que iba por delante sin permitir que mis piernas aflojasen la carrera, por lo que el hechizo impactó en otro guardián que aparecía por un pasillo lateral, quién tropezó con los otros dos por su repentina ceguera. A veces, incluso fallando en mi propósito, tenía suerte. Sólo a veces. Cuando conseguí llegar a lo que parecía la salida y atravesar la puerta, el que perdió la vista fui yo. También había perdido el gusto, pero de aquello no hubo forma que me enterase. Lo que sí supe, era que no había salido. Y al parecer, el cantar de Eleboro que había tratado de usar antes no había salido bien.

 

Cantar de Eleboro —volví a intentar aquella floritura con la mano derecha mientras con la izquierda comprobaba mi alrededor, guiando mis pasos—. Cantar de Eleboro —Todavía seguía ciego—. Cantar de Eleboro, Cantar de Eleboro.

 

Oía voces a mis espaldas y un sonido aún más espectral. Sentí frío. Habían llamado a los dementores. Desistí de conjurar aquel hechizo y corrí de nuevo, chocándome con paredes y puertas. Sólo reduje la velocidad un momento para lanzar un claro "Expecto Patronum" que me diese algo de tiempo, distrayendo a los dementores, y creando un Obsistens a mi alrededor que me protegiera de posibles ataques. Y, de pronto, tropecé cayendo al suelo y dejé de escuchar los gritos a mis espaldas. No me había dado cuenta de que había atravesado un arco y una puerta se había cerrado. Creía que me había quedado sordo también, pero al alzar un poco la cabeza, comprobé que veía de nuevo. Vi unos pies descalzos a un palmo de mi nariz.

 

Había encontrado a Badru. Por fin.

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