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Concurso Bi-Mensual del Bosque Prohibido : Mes de Abril 2016


Sagitas E. Potter Blue

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"Alejo"

 

 

 

El niño no se sentía especial, aunque hubiera sacado la nota más alta de Selectividad a sus trece años. El Ayuntamiento del Pueblo había hecho una gran fiesta por ser el primer alumno que se iba a la Universidad. Pero a Alejo no le gustaban los festejos. Los petardos le asustaban y en las Fiestas de la Virgen, su madre siempre lo llevaba a ver a sus primos en la capital. Hoy no podían irse, le había explicado su madre, porque la fiesta se hacía en su nombre. Alejo no lo entendía. Si querían darle un premio, ¿por qué hacían ruido? Que le dejaran jugar con Bruno, su perro cojo, o que le dieran un libro de matemáticas de esos que sólo podía sacar de la biblioteca con el permiso de un adulto.

 

Alejo no era especial. Alejo era autista. Su mundo se quedaba en el espacio reducido de su mente y sus libros, de su madre y su profesora de piano, la única que podía entrar en su casa sin ser de la familia. No necesitaba nada más; no necesitaba a nadie más. Alejo era feliz en su pequeño espacio particular.

 

Y ahora estaba asustado. El niño autista no entendía los gritos, los fuegos artificiales o el empecinamiento de algunos vecinos de golpearle en la espalda. El contacto físico le asustaba, así que hizo lo que solía hacer cuando se sentía intimidado: volver a casa y esconderse en su armario.

 

Sólo que esta vez no era posible, todo el pueblo estaba en medio de la plaza y no podría entrar a su casa sin cruzar por medio del gentío.

 

Alejo no era especial. Era muy inteligente; dentro de su limitado contacto social, era el niño más inteligente de todo el país, según habían dicho los médicos. Sólo que no le gustaba el contacto humano. Por ello, cuando su mente cuadriculó el espacio que tenía para ir hacia su casa y encontró los obstáculos que eran las personas, buscó una solución lógica y calculada; Alejo creó en su cabeza una cuadrícula de pasos alternativos hasta que encontró la vía que le permitiría llegar hasta su casa sin cruzarse con nadie. Tal vez no fuera la solución que cualquier compañero o vecino hubiera usado, pero era la más lógica dentro de su mente autista.

 

Alejo caminó por las calles periféricas, alejándose de su casa, de la plaza abarrotada y del pueblo ruidoso para recorrer una distancia que le alejaba pero a la vez le permitía permanecer sólo y poder llegar a su casa por la parte trasera. Alejo no era especial, sino lógico y firme en sus decisiones. La proximidad del Bosque de la Aguada no le importaba, nunca había creído que hubiera fantasmas que mataran a los niños que se acercaban. Entendía perfectamente que esa gente vaporosa que alguna vez había visto no mataba como pretendían asustar a los más pequeños. Alejo los veía desde hacía mucho tiempo y no le molestaban, así que él no les molestaba a ellos.

 

El niño caminó, sintiéndose cada vez más tranquilo a medida que se alejaba del estruendoso pueblo que celebraba como suyos su capacidad para aprenderse de memoria los libros y hacer exámenes impecables, el tocar sinfonías sin un sólo error, y todo eso siendo silencioso y no hablando con desconocidos. Ser autista era algo bueno. No era especial, ni se sentía así; es que el resto de los humanos que le rodeaban eran menos inteligentes y más complicados, se liaban ellos sólos y mentían, tergiversaban y perdían el tiempo con las palabras. Por eso Alejo era callado. No necesitaba hablar para comprender ni para entender lo que sucedía a su alrededor. Sencillamente, no era suficientemente interesante como para opinar sobre ello.

 

Alejo era un niño autónomo, a pesar del autismo, pero también era un niño. Por eso, cuando encontró el cadáver de aquella chiquilla rubia tendido en el camino, se quedó quieto, observando su postura y su quietud. La curiosidad era, por primera vez, más fuerte que su norma de no detenerse ante nadie. Supuso que no la incumplía, puesto que no era nadie, era un nada, un cuerpo sin vida.

 

Y era el primer cuerpo humano sin vida que veía. Se le habían muertos dos peces y una rana, una tortuga y sabía que Bruno, su perro cojo, moriría pronto, porque así lo había dicho el doctor del matadero que lo había examinado. Pero nunca había visto un humano muerto.

 

Se sentó en el suelo, interesado en la quietud de la chiquita, analizando cómo habría muerto y cuánto habría durado con tanta sangre fuera. Su mente analítica procesó la muerte como un acto natural que todo ser vivo ha de tener en algún momento, por lo que no se asustó por el cuerpo. Tal vez la violencia del asesinato le podría haber asustado si hubiera sido uno de sus convecinos, pero él no veía más allá de lo que le mostraban sus ojos: la hija de los Jimeno yacía muerta en medio de la vereda que iba hacia el bosque, con sangre, con un pie descalzo y con los ojos azules sin brillo.

 

Se quedó sentado hasta que lo encontró su madre. Permaneció ajeno a sus gritos y a las preguntas de la Brigada del pueblo, quieto, sin moverse, sin decir nada cuando cubrieron el cuerpo de la niña con una sábana blanca. Medio pueblo estaba allá y el otro medio se acercaba corriendo para ver lo sucedido. Todos hablaban y entorpecían al miembro judicial que había llegado para levantar el cuerpo. No contestó las preguntas de nadie y sólo dejó que su madre le pusiera la mano en el hombro, la manera que tenía de comunicarle que sabía que estaba a su lado.

 

Alejo sólo se movió una vez. Giró la cabeza y se dirigió a uno de los presentes. Por primera vez, que todos recordaran, habló en público:

 

-- ¿Por qué la mataste? Era una niña buena... Dice que confiaba en ti...

 

Alejo no era especial, pero sí inteligente y supo que había hablado suficiente. Después cayó en un mutismo que no rompió para nada. Era tarde y quería dormir. Era la hora de dormir. Era su hora de dormir. Necesitaba volver a la rutina porque se sentía muy incómodo. Y la profesora de piano siempre le decía que si se sentía así, que se acostara y se relajara para que el día siguiente volviera a estar cómodo de nuevo.

 

 

 

 

¿Quién mató a la hija de los Jimeno?

 

Este mes, el Bosque nos trae una historia algo extraña que acumula muchos detalles que pueden hacer que este rol se desarrolle por camino insospechados: un autista, un crimen, fantasmas, un pueblo pequeño y muy religioso, la acusación sobre quién fue el asesino... ¿Te atreves a decirnos quien mató a la hija de los Jimeno? El ganador del Concurso se llevará mil galeones.

¡¡Participa en el Concurso Bi-mensual del mes de abril

del Bosque Prohibido!!

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