Rebeca apartó un pelirrojo mechón que le importunaba mientras terminaba la decoración del pastel. Llevaba el reglamentario gorrito de repostera pero siempre aquel rizo se escapaba, indómito. Muchos reclamos había recibido en sus clases por los profesores por mostrar pelo, como si fueran talibanes. Pero ahora la tiendecilla era suya. Nadie le chillaba porque luciera un poco de cabello mientras hacia los dulces.

Aunque tampoco le importaba ahora... Ya no importaba...

El pastel quedó delicioso. Estaba entusiasmada ante la vista del colorido del pastel que reposaba en la mesa de madera. Un amoroso pastel de nata de colores. Había sido trabajoso, toda la mañana en el obrador había dado sus frutos. Todo tipo de pasteles para un día tan especial, San Valentín.

Hoy era San Valentín, pero también era el día que Larry se casaba. Larry. Su Larry. El muy desgraciado se casaba hoy, con aquella rubita que había conocido mientras salían juntos, mientras ella le mantenía con su trabajo de "9 a 5" cada día de su tonta vida, sirviendo cafés a camioneros y dejando que le sobaran el trasero para conseguir mejores propinas que le permitieran pagarle su carrera de Arquitectura. Ese Larry. Ese, que se relacionaba con gente de otro nivel en fiestas privadas, con el dinero conseguido gracias a las horas extras en aquella cafetería de carretera. Ese Larry, el que iba a reuniones de lujo mientras ella ponía cartones dentro de sus zapatos para aprovecharlos una temporada más sin cambiar las suelas.

Ese Larry... El que se graduó y en la fiesta se comprometió con la rubita hermana de un compañero de estudios. Ese Larry, el que había salido en la revista Design Intelligence como el Arquitecto promesa del año, en una hermosa foto abrazando a la rubita, quien lucía

con una sencilla casa. Su regalo. ¡A ella! Según sus propias palabras, se lo había dado cuando aún eran ambos estudiantes. Su regalo...

Rebeca ya no lloraba. Lo hizo. Mucho, durante un par de años. Pero había aprendido la lección. Ella también buscó satisfacer sus propias ambiciones. Siempre quiso tener una repostería. Así que abandonó su trabajo y consiguió hacerse un renombre . No había pasado mucho tiempo. Apenas tres años, pero ya recibía encargos de bares y restaurantes para banquetes. No era mucho, pero se ganaba la vida. Era feliz, o todo lo feliz que el odio le dejaba ser cuando olvidaba lo sucedido.

Pero la vida te da sorpresas. Aquel convite era uno más, normalmente no hubiera sabido nunca el nombre de los comensales, si no hubiera sido por el colgante. El dueño del Recinto de Celebraciones donde habían reservado el local para la fiesta, Mister Barner, le dio vía libre para preparar toda la repostería para la boda, a su libre albedrío. Sólo tenía una condición, poner dos palomitas en el centro de la presentación, unidos los cuellos con el collar de plata de la casita, por orden de la novia.

Su collar.

La vida te da sorpresas... Y Rebeca supo el motivo por el que ella había seguido viva esos años, a pesar de sentirse muerta desde la fecha de su abandono. La venganza se sirve fría. O, más bien, se sirve dulce.

Hermoso pastel... Nata de colores, veneno de San Valentín...

La puerta de la repostería hizo un sonido de cascabeles cuando se abrió. Mister Barner estaba allá, con la nariz roja por el frío del exterior.

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La muchacha sonrió en el interior. Una sonrisa de la que muchos huirían si la hubieran visto. Rebeca tomó el pastel y salió. Resbaló y su cara, las caras de ambos en realidad, se truncó en un miedo inusitado.

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-- dijo Mister Barnes, con la mano en el pecho, como si estuviera a punto de sufrir un infarto. --

Rebeca había mantenido el equilibrio, maldiciendo no llevar los zapatos antideslizantes obligatorios en el obrador. Por poco no pudo llevar a cabo su venganza.

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. -- Sonrió. --

El hombre denegó. No había tiempo. A estas horas, los novios ya estarían llegando a la Sala, ya convertidos en marido y mujer. Si el chiquillo que siempre se encargaba de los recados no tuviera la gripe, él estaría allá, recibiéndoles.

- No tengo tiempo, Rebeca. Tengo el coche en doble fila y no me fío que algún guardia me multe por ello. Te firmo la entrega y me lo llevo. Espero no resbalar en la nieve.

-- No, por favor... Aunque si pasara algo, aún tengo suficiente nata para cubrir otro pastelito.

Rebeca le acompañó hasta la puerta de la repostería, una sencilla tienda de madera adornada en estilo demodé, y le vio entrar en el coche. Le saludó cuando se fue y permaneció un rato allá, aún cuando las rodadas del vehícule ya habían desaparecido en el manto de nieve que caía. Después entró en la tienda. Sacó un cartelito y lo puso en el pomo: