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Libro de la Sangre XXIX


Mia.
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Aaron Augustine Black Yaxley

 

Me sentí algo desorientado; sinceramente no supe si fue el crepitar de los leños en medio del fuego el que soltaba cierta frecuencia o no, sin embargo luego me percataría que Mía, al enseñarnos sobre el tercer libro, estaba poniendo en práctica alguno de los hechizos que éste contenía. Fue de esa manera que me encontré sentado frente a la fogata, atendiendo cada una de las cuestiones que necesitábamos saber para desenvolvernos fácilmente en el campo de batalla, porque sí, cada vez que había un cruce de magia, lo tomaba como un asunto personal.

 

Luego de apuntarme con su daga, Eobard protegió a su madre lo cual entendía como algo obvio "la sangre tira", pensé.- lo sabía pues no éramos un pueblo muy grande, y después de todo, como Inquisidor conocía algunos historiales que eran de mi interés- Lo siguiente fue bastante rápido; había oído las palabras de Valentina como también comprendía el curso que tomaría la clase tras las palabras de Mía. Como todo Yaxley, sabía de los terrores que podría ocultar el bosque y lo más simple fueron las últimas palabras de una indefensa Yaxley luego de la maldición de quien impartía los conocimientos. Chisté para hacerle callar, pero ya era tarde.

 

-Demonios...- susurré entre dientes mientras blandía la varita en mi diestra. El lobo de una jauría que se nos había presentado se lanzaba sobre mía- ¡Secosiempre!...- exclamé con un latigazo de mi arma mágica al vacío para atacar a otro animal fiero que, luego de enseñarme la dentadura, se lanzaba en mi contra- ¿en serio?- alcancé a cuestionarme por al ridiculez que había soltado tras esperar cortes profundos en la piel peluda del lobo. Al contrario, el hechizo había derivado en una versión ridícula de la original, apareciendo una decena o más de labiales alrededor del animal rayando su pelaje en todos los colores, su mayoría rojos intensos (como si hubiesen sido cortes).

 

La suerte nefasta que seguiría solo en ese momento, hizo que Valentina me pasara a llevar luego de su movimiento acróbata para resbalar quebrada abajo. Empolvados, los lobos saltaron a nuestro alrededor y dos de ellos se abalanzaron sobre nosotros. La varita de Yaxley había caído a medio metro suyo y luchaba por tomarla, en cambio yo, entre forzar y sentir un arañazo en el rostro, sentí como la daga resbaló de donde la había envainado luego de mostrarla al grupo de clase; resbaló por el muslo y alcancé a tomarla en un acto innato de proteger a los míos, mi sangre, deslizando el filo de su hoja en el dorso de la mano contraria al cabo que me volteaba para escapar de un mordisco que alcanzó mi pie...

 

-¡perro de m****...!- exclamé- immolo ad protegendum- sostuve de ipso facto, sabiendo que podría salir de un par de mordiscos, para proteger a Valentina. Acto seguido me la encontré de costado, levantándose mientras realizaba el "obediere"; fue el momento oportuno.

 

>>¡Corre!<<...

 

-¿Correr?- cuestioné un tanto sudado y ensangrentado; el amuleto de curación que llevaba al cuello sanó mis heridas con una simple y ágil imposición de manos, y fijándome que Valentina no tenía más que meros rasguños, los cuales seguramente también los sentiría al acabar la clase y la adrenalina, fije mi vista en las bestias- no correré a ninguna parte... odio haber olvidado ciertos hechizos...- sostuve susurrando lo último mientras pensaba en "orbis bestiarium" para controlar a uno de los lobos y provocar que atacase a uno de los suyos, mientras que con otra floritura ágil y veloz exclamé un fuerte- ¡incárcerus!- tres cuerdas salieron expedidas de mi arma mágica para atar a otra bestia cuan cordero listo para el matadero; mi último movimiento fue una tajada en diagonal con un perfecto- sectusempra- que ésta vez si dio en el blanco, oyendo ciertos gemidos lastimosos del canino salvaje que ya había dejado herido a su compañero-... y solo me quedas tú...

 

Apuntaba a la bestia que estaba bajo el control de mi prima.

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Déjalo ya o termina con él rápido —aconsejó a su primo—. No sabemos si podrían ver más y estamos demasiado a la intemperie como para que nos convirtamos en objetivo fácil.

Aún estaba en shock, pues lo último que esperaba cuando se alistó a aquella clase es que tanto su vida como la de sus compañeros fuera a correr peligro. Estaba magullada tras el ataque y mostraba algunos rasguños leves sobre su cara, así como el pelo totalmente alborotado y las manos cubiertas de una mezcla de tierra y paja. Las restregó sobre el vaquero para quitarse la mayor parte de suciedad posible. En aquel momento, la higiene personal era lo que menos importaba.

Hay calma, pero probablemente no por mucho tiempo. Será mejor ponerse a cubierta. Ya.

El claro se había quedado de lo más tranquilo. Tan solo se escuchaba un breve hilo de quejidos lastimeros de alguno de los animales allí presentes que se fundían con el ruido de los árboles y las aves nocturnas. Era el momento de huir.

Valentina no dudó en tomar el camino por el que previamente su compañero de lección se escabulló. Podía notar casi cómo su corazón iba a salir disparado de su cuerpo de un momento a otro. Acalorada, sudada y asfixiada, se valió de su poca forma física para huir hacia el interior del bosque, buscando encontrar a alguno de los demás integrantes de tan escalabrosa sesión de aprendizaje. No se detuvo en darse la vuelta, así que esperaba que Aaron hubiera tomado la misma decisión que ella.

Lumos.

Estuvo varios minutos corriendo entre tanta vegetación alumbrada por una tenue luz sobresaliente de la punta de su varita. Por fortuna, ninguna criatura la sobresaltó, pero tampoco lo hizo su primo.

Mi.erda, Aaron... ¿dónde narices te has metido?

Se había perdido. No escuchaba las pisadas de su primo. Ni siquiera escuchaba nada más que no fuera el leve susurrar del viento. Metió la mano en su cartera para obtener de ella el Anillo de la Escucha que portó en uno de sus dedos de la mano contraria a la varita. Se sentía bastante fatigada de tanto andar.

¿Esa era la voz de Eobard?

No podía confirmarlo al cien por cien, pero estaba casi segura de haber escuchado al Black Lestrange no muy lejos de allí. Más bien se asemejaban a quejidos. Tomó rumbo hacia la dirección de donde provenía la voz, esta vez sin correr, pues prefería ser más cautelosa. No tardó mucho en encontrarse la escena: un centauro semi desvanecido por los suelos seguido de Eobard y Mia, una en mejores condiciones que el otro.

¡Cielo santo! —exclamó al ver en qué circunstancias se encontraba su compañero.

Estaba tendido en el suelo. Su brazo izquierdo se encontraba francamente mal. Más que a un brazo, se asemejaba a una fuente de vino tinto.

¿Pero quién te has hecho eso? ¿Ha sido tu madre? —preguntó con cierto aire de agresividad.

No daba crédito. ¿Acaso la clase era más importante que las atenciones primarias a su propio hijo?.

Pero no tenía tiempo de clases sobre moralidad, pues Eobard no podía esperar más. Se acercó a él y lo recostó entre unos arbustos. Quitándose el jersey, le preparó una almohada para que su cabeza quedara mejor colocada y así evitara pincharse con más maleza de la cuenta. Acto seguido, aplicó un Episkey sobre el brazo, pero no parecía suficiente. Volvió a pensar en un hechizo, esta vez Curación. Esperaba que, al menos parara de sangrar. Y así fue, pues la herida del muchacho tomó un mejor aspecto, pareciendo que la herida llevara días sobre su cuerpo.

Está débil. Si sigue recibiendo daños, podría acabar mal. Es más, debería ir a San Mungo. Yo no poseo el conocimiento de Primeros Auxilios y no puedo hacer más que simples curaciones. O... espera, creo que tengo una idea que quizá lo ayude.

Tragó saliva. Sabía que esa acción le perjudicaría desde aquel momento en adelante, pero la compasión se apoderó de ella. No podía dejar al compañero en la estocada, así que, en apenas unos segundos, la idea de sacrificarse por él se convirtió en realidad.

Perdona si te duele... —la muchacha hizo una raja lo más fina posible sobre el otro brazo del muchacho— Immolo ad protegendum —pronunció para terminar el hechizo.

Ambos sabían lo que eso significaba...

No te preocupes, todavía tengo aguante —sonrió.

...lo que no había tenido en cuenta es que Aaron ya había usado ese hechizo sobre Valentina.

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Ni siquiera había terminado de asimilar los cortes recibidos, cuando un sonido de pasos apresurados, seguido del quiebre de algunos arbustos, invadió el recinto donde se encontraban su madre y él. Se trataba de sus dos compañeros, quién a juzgar por lo desaliñados y heridos que estaban, también habían recibido la visita de alguna criatura que normalmente no habrían esperado encontrarse. Abrió la boca para articular palabra, pero fue rápidamente abordado por Valentina, quien demostró una peculiar preocupación por las sangrantes extremidades del castaño.

 

Demonios, no de nuevo. hizo una mueca al sentir el frío del césped bajo su nuca. Todo, menos hospitales. Juré no poner un pie en San Mungo, a menos que, literalmente me esté muriendo. Y agradezco, de cierta forma, que eso no haya sido un juramento de sangre.

 

Hizo una mueca en cuanto recibió cada uno de los hechizos curativos, pues el hecho de recuperar la estructura de su brazo, no lo eximía del dolor que conllevaba. Para su suerte, aquellas curaciones improvisadas, también tendrían efecto en Mía, por lo que podría decirse que por fin estaban a mano en cuanto al daño sufrido por la daga del sacrificio. Entrecerró los ojos, comenzando a recuperar la sensibilidad; de no haber sido por el comentario de la Yaxley, la verdad, es que habría ignorado que se estaba muriendo un poco.

 

Y cuando todo parecía relajarse, recibió un corte más, pero esta vez, en el brazo que no había sido magullado. Emitió un gruñido a forma de queja.

 

Espero que no hayas hecho un enlace con Aaron, o tendré que asumir esa responsabilidad. ¿Sacrificarse por un extraño? Eso es nuevo, jamás lo habría hecho. Y sí, también es mi forma de decir gracias.

 

Sonriendo de lado, se incorporó, echándole una mirada a la ensangrentada chaqueta que yacía en el suelo. Era una pena, ya que era su favorita. Dirigió su mirada de vuelta a la pelirroja, que había decidido recibir el daño del Black Lestrange.

 

Soy un masoquista de lo peor, uno se acostumbra. Ese centauro venía a por nosotros, puse como prioridad a mi madre, es como un instinto sanguíneo. colocó sus dedos índice y medio de la diestra sobre la yugular de Valentina, pues notó que tenía un poco del líquido vital escarlata allí. Obedire.

 

Tras el hechizo, dio su orden de forma mental, como si se tratase del mismísimo Imperio. La tarea a la que quería que se dedicara su compañera, era a curar las heridas de su madre, considerando que Eobard estaba un poco maltrecho, y comenzar a usar su energía mágica, no parecía ser la mejor de las ideas en el momento inmediato.

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Aaron Augustine Black Yaxley

 

¿Era un tipo cuerdo?... la verdad dudaba; Valentina había visto en menos de treinta segundos como, parte de la manada, caía presa de la magia para morir lentamente. Algunos de los lobos aún respiraban, débiles, agonizantes, más mi temperamento no era muy amigo de las cosas que atentasen contra mi vida. ¿De qué podría preocuparse ella, si ahora seguramente lo que le pasara me pasaría a mí?, de hecho me preguntaba si la magia del libro de la sangre era tan certera como para ello.

 

-No tienes porqué preocuparte de un par de animales banales cuando estás dotada de magia, Valentina- le dije al cabo que me volteaba para mirarle- ¿Valentina?...- le busqué por todos lados, mientras el fiero animal que quedaba con vida y en pie, aún me acechaba, enseñando una dentadura que sería mortal para cualquier muggle. por su puesto, no dejaba de apuntarle a pesar de perder contacto visual con el mismo; fue en ese segundo que el lobo actuó por instinto- ¡Imperio!- exclamé rasgando la varita a tiempo en su contra. El animal quedó quieto y agachó las orejas- es.túpido ...-bufé y me puse de cuclillas para ordenar que se acercara- daremos un paseo...-sostuve, acariciando por debajo de su oreja hasta el hocico. No me haría daño.

 

Deslicé el índice por el anillo salvaguarda contra oídos indiscretos para que nadie escuchara, el sentido de darles caza. No es que quisiera molestarlos o algo similar, sino que solamente buscaba algo de diversión. La criatura, quien parecía ser una loba adulta, caminaba a mi lado cuan mascota paseando por el parque de bosques aledaños; la brisa mecía tanto su cabellera como la mía en la misma dirección que blandía parte de mis prendas empolvadas y atestadas de hojas secas, tierra y pedazos de ramillas.

 

Sinceramente ya no sabía si era de día o noche, pues de cierta manera y dentro del frondoso espesor del bosque, había perdido dicha orientación y a pesar de ello, el lugar estaba en penumbras. Sin embargo, haberle ordenado a la bestia que siguiera a mis compañeros mediante olfato, no era menor, después de todo, éramos los únicos seres extraños en aquél lugar. Atravesamos un riachuelo, donde empapé mis botas en agua fría, gélida, tanto como la inmortalidad del vacío sentimental de mis ojos grises, hasta que por fin divisé a alguien a los lejos, así que concentrándome en su posición, extendí la mano hasta la cabeza del lobo y desaparecí junto con él para reaparecer tras mi prima que corría a ayudar a Eobard. Yo y mi nueva mascota no habíamos sufrido desparticiones.

 

-Que lío...obediere- susurré tras verme afectado por el corte del muchacho, mientras daba unas palmadas al traste de la loba luego de pronunciar el hechizo para la marca de sangre que me permitiría controlarla. La orden fue básica; lanzarse sobre Mía y atacarle- no soy un tipo cuerdo, yo me acostumbré...- dije al muchacho al escucharle, acercándome de forma indiferente y sanando su corte mediante un simple episkey que dudé de pensarlo o no; al fin y al cabo, curaría al joven Black Lestrange, a Valentina y a mi- estamos conectados, procura no hacerte daño...

 

Me voltee a ver como la profesora se libraría fácil de un ataque tan simple y ligero. Yo solo había requerido algo de tiempo.

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