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Libro del Equilibrio XXXIX


Mia.
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Crazy sonrió socarronamente al escuchar las palabras de la profesora acerca del equilibrio. No iba a negar que había verdad en ellas, pero no podía abstraerse del hecho de que toda aquella magia provenía de los Uzza y por tanto estaba necesariamente impregnada de su filosofía. Había pasado su infancia con aquel pueblo que construía su identidad en torno al secreto y la búsqueda, y sabía perfectamente que una de las formas que los Uzza tenían de mantener el equilibrio consistía en equilibrar el cuello de los más débiles con sus propios hombros, empleando para ello un hacha muy afilada.

 

Como todo en la vida, incluso el equilibrio era un concepto subjetivo. Sacudió la cabeza levemente, tratando de expulsar los dolorosos recuerdos sobre el pueblo de su madre que siempre asaltaban su mente cuando caía entre sus manos uno de aquellos libros. Nunca había sido muy bueno con la oclumancia, de forma que se concentró en colgarse el frasco de semillas de hielo al cuello y en colocarse el anillo antiveneno, mientras seguía a Jock y Juve en dirección a una de esas horrorosas construcciones muggles.

 

Entraron en un anodino salón repleto de sillas y mesas que se distribuían con grisácea geometría hasta lograr un efecto deprimente que transmitía no poco acerca de la forma que tenía aquella plaga de entender la transmisión del conocimiento. Jocker se puso a elaborar una poción con pétalos del pensamiento y Crazy lo observó divertido, sabiendo que en función de la dosis podría volverse muy inteligente o más tonto que una doxy.

 

Mientras su hijo elaboraba el brevaje, se percató de que al fondo del aula había siete pociones sobre un pequeño pupitre, y en cuanto lo hizo se abrió tras ellas un pasadizo en el muro que fue inmediatamente bloqueado por una pared de llamas. Escuchó un resoplido de sorpresa tras él y se giró para comprobar que la puerta por la que habían entrado también se había incendiado. La varita saltó a su mano como llevada por una ráfaga de viento, pero la voz de su profesora resonó en la habitación recitando cadenciosamente:

 

 

El peligro yace ante ti, mientras la seguridad está detrás,
Dos queremos ayudarte, cualquiera que encuentres,
Una entre nosotras siete te dejara adelantarte,
Otra llevará al que lo beba para atrás,
Dos contienen solo vino de ortiga,
Tres son mortales, esperando escondidas en la fila.
Elige, a menos que prefieras quedarte para siempre,
Para ayudarte en tu elección, te damos cuatro claves:
Primera, por más astucia que tenga el veneno para ocultarse siempre
Encontrarás alguno al lado izquierdo del vino de ortiga;
Segunda, son diferentes las que están en los extremos, pero si quieres
Moverte hacia delante, ninguna es tu amiga;
Tercera, como claramente ves, todas tenemos tamaños diferentes: Ni el
Enano ni el gigante guardan la muerte en su interior;
Cuarta, la segunda a la izquierda y la segunda a la derecha son gemelas
Una vez que las pruebes aunque a primera vista sean diferentes.

 

 

 

Aquel acertijo le sonaba de algo, aunque por más que se estrujaba la memoria no conseguía recordar de qué. Esperó unos instantes a ver si la voz le mandaba alguna pista más, pero la habitación prosiguió sumida en el silencio.

 

- Vamos a ver - dijo mientras contaba los frascos para asegurarse de que realmente fueran siete - A la izquierda está el vino... y el enano y el gigante son gemelos...

 

- ¡Yo sé cual es! - exclamó de pronto Jock con entusiasmo - ¡Tenemos que bebernos la... !

 

Lo hizo callar con aspavientos, irritado por la interrupción.

 

- Shhh, has hecho trampa con los pétalos esos - agitó la mano de nuevo para que se callara - Y yo también sé cual es la poción, ¿O qué te crees?

 

Jock lo miró incrédulo y Juv enarcó una ceja, divertida. Crazy se giró y avanzó lentamente hacia la mesa, caminando todo lo lentamente que era capaz sin llegar a detenerse mientras le daba vueltas al acertijo en su cabeza. La interrupción lo había hecho olvidarse de parte del contenido, así que ya no estaba seguro ni de la cantidad de venenos que había. Al llegar al pupitre tomó una rápida decisión y se zampó, una a una, las siete pociones.

 

Se giró hacia sus acompañantes con una sonrisa ufana, los cuales lo miraban boquiabiertos. Comenzó a sentir un doloroso ardor en el estómago pero se atenuó cuando el anillo antiveneno comenzó a vibrar ligeramente en su mano.

 

- La parte buena es que me he bebido la poción correcta...

 

- ¡Y las incorrectas! - saltó Juv -

 

- Era la pequeña, por si te interesa - dijo Jock visiblemente molesto -

 

- ... la parte mala es que me la he bebido toda y no queda para vosotros - prosiguió Crazy esbozando una sonrisa de disculpa - Tendréis que encontrar otra forma de cruzar el fuego

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Mackenzie abrió la boca por la sorpresa. ¿Qué tenía de extraño aquel trol? ¿O acaso le pasaba algo a su varita? El trol no solo no había quedado paralizado durante el turno prometido, sino que casi había estado a punto de aplastar la cabeza de Eobard. Eso no podía ser. Su sorpresa fue mayúscula cuando el rayo helado de Eobard sólo alcanzó a congelar el brazo del trol. ¡Qué extraño!

 

- Eobard, aquí pasa algo muy raro. O este trol es humano o nuestra magia no está funcionando correctamente. Mi rayo debería de haberlo dejado convertido en hielo y paralizado durante un turno completo y el tuyo debería haber alargado aún más el proceso. Contra un humano sería lógico que las Semillas de Hielo no hicieran el efecto deseado, pero contra cualquier criatura sí deberían hacerlo, incluso aunque la criatura hubiera sido un dragón o una serpiente cornuda.

 

La bruja se acercó a observar al trol. Bajo los efectos del Cinaede de Eobard y teniendo en cuenta que nadie le estaba aplicando un anapneo, la criatura seguiría inconsciente un rato más, así que no había peligro. Mackenzie lo examinó detenidamente. Desde luego era un trol de montaña común y corriente.

 

- Esta criatura no tiene nada raro. Espero que no sea nuestra magia la que está siendo afectada. ¿Cómo quieres que nos deshagamos de él? Supongo que dejarlo morir iría contra el Estatuto para el Secreto de la Magia.

 

Suspiró con resignación y le abrió las vías respiratorias a la criatura. Ésta se recuperó, pero le llevó algunos segundos hacerlo, instantes que Mackenzie aprovechó para lanzar su siguiente hechizo.

 

-Obedire -pronunció- márchate por donde has venido.

 

El trol obedeció al instante, desapareciendo por el boquete abierto en la pared.

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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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Encogió los hombros ante la interrogante de la viceministra de Magia. Si por él hubiese sido, la criatura ahora sería una bonita fuente decorando el sitio de la biblioteca. Pero como no dominaba las Transformaciones a la perfección, decidió que Mackenzie se encargara de ello, a fin de cuentas, tenía más experiencia que el Black Lestrange con esos asuntos.

 

Bueno, ya que el temilla del troll está cerrado. puso una mano sobre el borde derecho del boquete, para asomarse del otro lado de la pared. No había rastro del troglodita. Me ha dado algo de hambre, y deseo reponer energías. Como frágil humano, dependo de la comida para funcionar bien, ya lo imaginarás...

 

Hizo una mueca, sosteniéndose el estómago con la diestra, que ya había guardado la varita de álamo temblón en el bolsillo derecho del pantalón. Sentía que algo les estaba faltando con toda la situación del troll, como si hubiese sido tan fácil, que hasta tres alumnos de primer año de Hogwarts pudiesen encargarse de uno. Echó una ojeada al entorno, buscando algo fuera de lugar. Y lo encontró.

 

En la entrada de la biblioteca, justo un metro encima de sus cabezas, yacía un dispositivo circular, como si fuese una esfera de cristal, en la que podían verse reflejados. Si eran más observadores, podían percibir que había más esferas, de tamaño reducido, dentro de la original. Aquello incomodó a Eobard, parecía como si siguiera sus movimientos. No le quedó remedio, más que emplear otro ataque para asegurarse.

 

Dirigiendo la varita hacia el artilugio de vigilancia, recitó mentalmente las Flechas de Fuego, las cuales incendiaron el aparato en cuanto tres de ellas salieron de la punta. Se escuchó una pequeña explosión, seguido del vivo de las llamas que no tenían intenciones de consumirse. De mala gana, las apagó con un Aguamenti, antes de volverse a su compañera, para sugerirle que regresaran por dónde habían venido.

 

Ya de regreso en las Islas, se aproximó a un puesto ambulante que ofrecía bebidas mundanas, sobre todo frías. Raro para la hora del día. Pidió lo primero que se le vino en mente, esperando que aquello no le causara indigestión. En cuanto sus labios tocaron el borde del vaso, una quemazón incapacitó su dedo índice, y se extendió por toda su mano.

 

¡Pero qué ... ! soltó un quejido por lo bajo, casi derramando la bebida sobre Mackenzie. ¿Qué ha sido eso?

 

Depositó el recipiente sobre uno de los bancos de piedra que había por ahí, libre de sus estudiantes preocupados por salvar el semestre. Se examinó la mano, como buscando la fuente del dolor. Y la encontró en el mismo dedo que ahora tenía poca sensibilidad. Era un anillo que no conocía, pero se había activado inconscientemente. Parecía simple: una piedra oscura coronando un delgado aro de plata, y en cuya superficie podía verse reflejada un tenue cráneo humano. O igual y se lo estaba imaginando.

 

Algo me dice que es el anillo antiveneno. Digo, fue uno de los poderes que se habilitaron antes, y el único que me ha faltado emplear. No coincide con otra descripción que recuerde.

 

Tamborileó su barbilla con los dedos, como lo había hecho antes. Quizá no era un veneno intencionado como tal, pero debía ser alérgico alguno de los ingredientes empleados para la elaboración de la bebida, y entonces eso habría contado como un veneno. Tomó el vasito entre sus manos, pues lo veía y no lo creía.

 

Por si las dudas, no pidas nada de eso.

 

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Las explicaciones de su hermana fueron certeras con respecto al contenido del libro, el saber equilibrar todos los poderes y conjuros que le mismo albergaba dentro de sus paginas, no era una tarea sencilla. Pero sus ansias por dominar cada uno de ellos eran impulsadas por su ego y por la terquedad que fluía como un caudal incontenible, tal y como lo hace el agua al buscar desembocar en el mar. Era un mar deseoso de acrecentar sus aguas y el dominio de su territorio, justamente por eso jamás daba su brazo a torcer en nada y menos con nadie—Me agrada como pinta la cosa —indicó extrayendo su varita de la pretina de su pantalón dispuesta a comenzar con la tarea encomendada por Mia.


—Hay peores venenos —siseó la vampiro desviando sus ojos hacia los fresquitos que yacían vacios sobre el suelo y la mesa. Acaparar no era del todo buena idea, pero al menos le sacaron de encima, el tener que beberse alguno de esos brebajes que hace poco estaban dentro de los cuerpos de cristal. Era de métodos un poco más certeros y dolorosos, no le incomodaba causarse dolor o probar cosas nuevas y justamente por eso su equilibrio muchas era cuestionado por ella misma y los que le rodeaban—¡¡¡ Maldita sea !!!—respingó al sentir el dolor punzante en su tobillo todo a causa de una pequeña tarántula que salió solo sabe lucifer de donde. El anillo antiveneno estaba colocado en su dedo corazón, aniquilando los efectos de la toxina que el arácnido inyectará en su sistema. El que su vida pendiera de un hilo, no siempre le causaba malestar y eso despertaba sus más bajos instintos asesinos.


—Semillas de hielo —elevando sin demasiado esfuerzo su varita un rayo gélido escapó de la punta de si varita. No tenía un objetivo en especifico, pero si golpeaba en Jock o Crazy, cualquiera de los dos debería librarse del problema. Su trastada causó el efecto deseando, porque al destantear al patriarca de los Black Lestrange el de los Malfoys, se vio atacado por el rayo de la vampiro. Estaba aprendiendo demasiado del libro del equilibrio y como mover las ventajosas cartas que este tan amablemente le obsequiaba. Sus orbes lapislázulis recorrieron el paraje que le rodeaba, tentada en lanzar otro hechizos en contra de su padre.


—Cinaede —un gas rodeó a su progenitor entrando por sus fosas nasales, taponeando las mismas como si les hubieran colocado chorchos en los orificios que permiten la libre entrada y salida del aire hasta sus pulmones. El mostrarse tan atrevida a la hora de atacarlo, no le causó el mayor malestar a la joven de dorada cabellera. Ella estaba lista para lo que desearán lanzarle en contra y dispuesta a responder sin ceder un sólo ápice dentro de ese escenario tan plagado de sorpresa. Sus pensamientos estaban protegidos por la Oclumancia, no se molestaría en reforzar la barrera que estaba colocada con firmeza dentro de si cabeza. Su siguiente acción estaba enfocada nuevamente en Crazy, esbozando una lóbrega sonrisa en sus labios aquel conjuro surcó se colaba entre sus pensamientos.


—Flechas de Fuego —una andanada de filamentos de fuego salieron disparados de su varita, impactaron uno tras otro en el cuerpo del Primer Ministro. Causándole quemaduras que escocieron su piel, la curación que debía emplear era urgente y certera, claro si deseaba librarse de las cicatrices que el ataque de la fémina podría dejarle en el cuerpo transformándose en un recuerdo no muy grato que le haría desear haberla matado cuando tuvo la oportunidad de hacerlo.


El mantenerse alerta en todo momento era una buena opción, centrando todos sus sentidos en mantener cada una de sus acciones y reacciones en un perfecto equilibrio. Sería como una balanza centrada en un sólo objetivo, no decantarse por ningún lado en particular, sino mantenerse firme como el roble que ha pasado años y años sobre la tierra, inamovible gracias a que sus raíces supieron afianzarse con coraje ala tierra que le brinda un apacible y delicado hogar.

Cuando eres tan grandiosa como yo, es difícil ser humilde

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Básicamente ya eres la mitad de una maldición

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Crazy se dispuso a cruzar el pasadizo, sabía que el fuego no le haría daño tras beberse la poción, y tampoco estaba preocupado por sus hijos en lo más mínimo, los conocía lo suficiente para saber que un muro de fuego era un reto muy pequeño para sus sobresalientes habilidades. Echó un último vistazo atrás para guiñarles el ojo pero vio algo que lo hizo detenerse en seco, a apenas un metro de la barrera.

Jock sonreía y se había llevado la mano al frasco de semillas de hielo, pero Juve se estaba comportando de forma muy extraña. Su hija estaba en medio de la sala con la mirada teñida de un extraño velo gris, respirando agitadamente y realizando furiosos aspavientos al aire con la varita en la mano.

- ¡Jock, espera! - gritó -

Su hijo se giró en la dirección que le indicaba, para quedarse petrificado observando a Juv. La vampiro gritaba incoherencias mientras blandía la varita, agitando el pelo a un lado y a otro en un furioso frenesí, como si hubiera entrado en trance. Creyó entenderle algunas palabras, que recordaban bastante a los hechizos del libro, pero su voz sonaba tan agitada y constreñida por la furia que no terminaba de pronunciarlos bien. Parecía estar inmersa en alguna clase de embrujo ilusorio, quizás una maldición que se encontraba imbuida en alguno de los ojetos del aula.

Observó a su alrededor, tratando de encontrar el objeto causante del embrujo sabiendo que destruirlo podría traer a su hija a la normalidad, pero había demasiados objetos anodinos.

- ¡No hay tiempo! - respondió Jock, comprendiendo lo que buscaba -

Crazy asintió y asestó un latigazo horizontal con la varita, lanzando una andanada de flechas de fuego que se clavaron con fuerza en las sillas y mesas del aula, incendiándolas casi al instante en una explosión de luz. Jock lo imitó, apuntando a los demás muebles y pronto todo a su alrrededor fue una gran bola de fuego.

Ansioso, se giró para comprobar el estado de Juv. Lanzó un gran grito de alivio al ver que el tono grisáceo de sus pupilas parecía atenuarse, aunque sin desaparecer del todo, y comenzaba a observar a su alrededor con expresión confundida.

- ¡Rápido, ayúdala a salir mientras nos abro un camino!

Jadeando a causa del sofocante calor y tosiendo por el humo que inundaba poco a poco sus pulmones, agarró su frasco de semillas de hielo y roció con fuerza la barrera de fuego que les impedía atravesar la salida. Al instante las llamas desaparecieron mientras la pared y el suelo se llenaban de una gruesa capa de hielo.

Sabiendo que no le quedaba mucho para desmayarse por la falta de aire se lanzó corriendo hacia delante, resbaló en el hielo y se cayó de culo. La inercia lo hizo deslizarse hacia delante, sacándolo por fin de aquella endemoniada estancia, aunque fuera patinando sobre su propio trasero.


Sin embargo al otro lado de la puerta no había un pasadizo como había creído, sino un gran armario de madera oscura abierto de par en par.

- Oh, oh...

Intentó frenarse en el hielo pero era ya demasiado tarde, entró de cabeza en el armario y todo a su alrededor se iluminó con un resplandor cegador. Cuando recuperó poco a poco la vista descubrió que se encontraba de nuevo en los terrenos de la universidad muggle, con el armario a su lado tumbado en la hierba.

- ¿Un armario evanescente? - dijo en voz alta confundido mientras unos estudiantes lo observaban estupefactos al pasar - No... un traslador

Se puso en pie tosiendo, con la ayuda de un muggle que parecía preocupado.

- Señor... Ha aparecido usted de la nada, brillando... ¿Qué...?

- Obliviate - susurró, provocando al instante que el chico esbozara una expresión ausente - Vete a estudiar anda

 

Crazy observó confuso a su alrededor, preguntándose si habría otro traslador en el aula para Jock y Juve, pero su mirada se detuvo de pronto en una especie de puesto ambulante, al darse cuenta de que junto al mismo se encontraban su hija Mackenzie y Eobard.

 

- ¿¡Mack!? - gritó -

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—Y todo cambio —soltó notando que todo dentro del aula era un infierno en la tierra. Llamar ardían con la fuerza de mil soles, arrasando con todo a su paso, quemando y dejando reducido a simples cenizas todo el material didáctico y muebles escolares. El gritó de Crazy había logrado alertarla justo a tiempo, sino fuera por la reacción del patriarca de los Black Lestrange. Ahora ambos estarían dentro de bolsas negras, siendo llevados a la morgue de la Universidad. Su cuerpo se tensó al sentir un fuerte jalón por la muñeca, tal vez sólo era un acto reflejo o su imaginación. Tenía que desaparecer de ese lugar, pero moverse a sus anchas no era del todo sensato, no en su forma humana y lo mejor era pensar en algo más astuto.


Mutando su cuerpo por el de un guepardo, saltaba con agilidad sorteando las llamas. Echando una mirada a sus espaldas, no daba con la ubicación de Jock, quizás el pudo salir por otro punto de acceso al aula o escabullirse por alguna rendija de ventilación. Dando un último saltó escapó por una ventana que estaba abierta, cayendo sobre sus patas con firmeza, no perdió el tiempo adoptando nuevamente su forma humana—Espero que este bien —ladeando la cabeza movió su varita sobre su cuerpo desnudo, calzandolo con unos jeans negros, top del mismo color y una cazadora de piel, disfrutando de la comodidad de unos convers que le permitirían moverse con libertad al andar.


—Cinaede —siseó al notar que un joven observó sin querer su cambio, aquello no le cuadraba para nada. Sabía que Mia, le reprendería por atacar a un muggle. Pero era ella o el jovencito metiche, jamás sintió pesar por matar a una persona, aunque el hechizo que estaba empleando era doloroso y muy letal. Cerrando sus ojos se dejaba llevar por el viento que soplaba en esos instantes —¿Dónde está el resto? —se preguntó mirando de un lado a otro, soltando un profundo suspiró.


—Flechas de fuego —una andada de flechas salió expulsada de su varita. Tal y como lo hacen los soldados de un destacamento, armados hasta los dientes. Listos para acabar con el enemigo y exterminarlo, abrazando con sus llamas quemaron parte del pasto y desató un nuevo infierno. Quizás con eso desviaría un poco al atención, ganando tiempo para dar con el resto de los alumnos de esa clase. Ni la profesora estaba en su radio de visión y eso sólo le dio le generó una idea macabra y traviesa. Pronto concretaría la misma y demostraría que el interesaba demasiado poseer el control sobre el libro del equilibrio.

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Era la pequeña, por si te interesa —siseó Jocker después de ver cómo su padre hacía gala de su personalidad.

Y aunque al patriarca de los Black Lestrange se le veía molesto, la verdad era que sabía a la perfección que a un perro viejo no se le podían enseñar trucos nuevos y no podía culpar al Malfoy de ser quién era,

Dejó escapar una sonrisa acompañada con un movimiento de cabeza haciendo un gesto negativo cuando Crazy esbozó una sonrisa de disculpa y anunciaba que debían buscar una nueva forma para cruzar el fuego. Era curioso cómo el otrora líder mortífago que para muchos poseía una personalidad feroz e intimidante, ante los ojos de su hijo, dejaba escapar rasgos infantiles.

A pesar de la ingeniosa intervención del primer ministro, Jocker no dejó de pensar en ningún momento en superar el obstáculo que se les había presentado; había tomado su frasco de Semillas de Hielo con la intención de soltar unos cuantos granos de arena de color plata que eliminasen por completo el fuego.

¡Jock, espera! —escuchó de pronto.

Al instante, el mortífago se detuvo y al observar a Crazy vio que apuntaba a Juv, que parecía estar inmersa en alguna clase de embrujo ilusorio.

—¡No hay tiempo! —respondió Jock, para seguidamente tomar su varita e invocar Flechas de Fuego que salieron disparadas en todas direcciones.

Para cuando el gas del cinaede alcanzó su nariz, el anillo antiveneno había hecho su trabajo a la perfección. Jocker no podía estar más satisfecho.

¡Rápido, ayúdala a salir mientras nos abro un camino! —añadió Crazy, aunque la verdad de las cosas es que no tenía la necesidad de pedirlo.

Jocker, sin embargo, poco pudo hacer debido a la gran cantidad de humo que salía de todas partes y que le impedía ver en qué lugar se encontraba su hija. Solo sintió un par de mesas caer debido a que un guepardo había salido corriendo de la sala, sin perdonar nada a su paso.

El patriarca alzó una ceja a modo de reproche. Aunque sabía que Mía no lo culparía por todo el desastre que había ocurrido en aquella sala, probablemente le cuestionaría no haber hecho nada para evitar que aquella Universidad muggle comenzara a arder sin control. Juv, por otra parte, estaba actuando como una desquiciada. ¿Dónde había aprendido aquellos modales? De él, sin duda que no.

Jocker no tardó en dejar caer varios granos de Semillas de Hielo por varios lugares a su alrededor. Las había tomado con la mano y las había lanzado para que cubrieran la mayor cantidad de espacio posible y así acabar de una manera más que muy eficaz la propagación del fuego, aunque aquello significaba gastar más de 3/4 partes de su frasco.

Reparo totalus— sentenció después moviendo la varita en varias florituras y haciendo que la sala recuperase el orden y limpieza que había tenido antes de la entrada de los 3 magos.

Después de varios minutos, Jocker tomó rumbo hacia donde se había quedado Mía. Quería salir de aquel lugar lo más pronto posible.

אהבה מושלמת באה במהירות, וכל השקרים צורחים מושתקים


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