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Libro del Equilibrio


Asenath
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La guerrera había esperado ese momento con cierto anhelo, aunque ella no lo hubiera sabido de ante mano. Las cosas no siempre se daban como uno las pensaba o como las quería, más bien parecía que simplemente sucedían o no y era así como estaba pasando en aquel momento. El mes anterior no la habían requerido para que entrenara nuevos estudiantes en las artes de los libros -y mucho menos la habían llamado para enseñar su especialidad, el Libro de Merlín- por lo que había dedicado su tiempo libre no sólo a estudiar más sobre técnicas de duelo mágico, sino a reforzar su ya trabajo cuerpo para llevarlo (o intentar) a nuevos límites.

 

La guerra había estallado en el resto del mundo. Bulgaria había atacado Inglaterra y los muggles se habían visto envueltos en las trifulcas de los magos. Luego, el Ministro de Magia de Inglaterra había, unilateralmente, decidido que su pueblo ya no se escondería tras el Estatuto del Secreto a la Magia y, con ello, había desencadenado un horror peor del que incluso el viejo Arcano Sajag podría haber predicho. No sólo se habían recrudecido los ataques búlgaros, sino que Italia había sitiado Londres y luego la ONU había tenido que intervenir para que esas hostilidades cesara. Pero si con ello no era suficiente, lo que se había cernido sobre el mundo hacía tan sólo unas semanas era lo peor de todo: muggles atacando magos; muggles atacando muggles.

 

Asenath sacó filo por trigésima vez a su espada. Lo hacía más como un mantra que para realmente afilarla ya que el metal del que estaba hecha no requería tanto cuidado. Aún así, a ella le gustaba mantener sus armas listas, no sólo su varita y su cuerpo, sino que el acero siempre era requerido en momentos como aquel. Aunque se había jurado al gobierno de Inglaterra cuando Mackenzie Malfoy fuese Viceministra, ese pacto aún la mantenía atada a sus clases y no podía tomar contratos nuevos. De todos modos, ella no los hubiera tomado ahora que cualquiera podría ser llamado a luchar en nombre de ideales toscos y poco aferrados. Casi parecía una bendición que aquel contrato con Malfoy la atase a Uagadou, cerca de su hogar y lejos del conflicto, aunque una parte de su ser añorara la guerra y la adrenalina que se sentía al empuñar tan afiladamente su varita.

 

Pero aquella ocasión le había proveído un deleite que ella no estaba esperando o no sabía, en realidad, que sí lo estaba haciendo, pues el propio Ministro de Magia que hacía meses había desencadenado aquella secuencia en el mundo mágico y el muggle, ahora se presentaba a sus lecciones, queriendo fortalecerse. La noticia le había llegado tan sólo el día anterior y Asenath ya estaba lista para enfrentar al hombre que había visto en periódicos, noticies mágicos y muggles, cartas interceptadas y fotografías a lo largo y ancho del mundo: Aaron Black Lestrange. Como si el mismo viento de guerra lo hubiera arrastrado hasta sus pies, hasta su arena.

 

Uagadou era, en aquel momento, el mejor lugar en el que Asenath podría haber estado y allí, en la arena de combate construía lejos del campo de Quiddtich, cerca de las planicies de la Savannah, la Uzza esperaba con ansias la llegada del mago que había construído y destruído tanto en un mandato, que era demasiado corto para todo el dolor que le esperaba al mundo.

 

***

Alumnos

Aaron Black Lestrange

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Aaron Augustine Black Yaxley

 

Las fauces del dragón, los afilados dientes y el azufre en su aliento, eran las pesadillas de cada noche; despertaba con un sudor frío, observando todo a mi alrededor para encontrar la varita y sentirme un poco más seguro. Sin embargo fue distinto aquella vez, pues y cuando la bestia comenzaba a encender la garganta en una imponente llamarada, un tipo delgado, alto, calvo, de piel oscura quien vestía una blanca túnica de lino, apareció desintegrando todo a su alrededor para finalmente mostrar un espacio vacío y de luz cegadora...

 

>>Asenath será su maestra en la búsqueda del equilibrio...¡Uagadou! ¡Uagadou!<<

 

Lo último pareció ser un coro entre voces que formaban un armonioso eco. Mi solicitud había sido aceptada para desarrollar aún más mis conocimientos; un nuevo libro era una nueva arma. Aquél día desaparecí del castillo de los Black antes de que iluminasen los primeros rayos de sol, consumiéndome en un vórtice en el centro de mi habitación para reaparecer sobrevolando- envuelto en una voluta de humo gris- las montañas de la luna, en Uganda, África.

 

La verdad no sabía si sería bienvenido en aquél lugar, después de todo, había sido precursor en la caída del famoso estatuto del secreto mágico logrando cierta independencia para brujas y magos ingleses. Sabía de algunos países que apoyaban y sumaban sus políticas a las mías, pero el continente africano siempre había sido ajeno a los conflictos mágicos.

 

****

 

- La guerrera Uzza le espera en las arenas de combate, un monte más al oeste del campo de Quidditch...

 

Fue lo que dijo uno de los brujos, quienes parecían ser monjes de alguna doctrina oculta de la magia- Astronomía, Alquimia y Transformación, eran de las cátedras más antiguas de nuestra cultura, ramas celosas de sus enseñanzas y dificultosas de perfeccionar- cuando pregunté por Asenath. Y así fue como dos de aquellos magos acompañaron mi camino hasta el lugar donde encontraría a la mujer.

 

- No sé si he venido vestido para la ocasión...- sostuve con un tono elevado por la lejanía que aún mantenía ante ella. Los tipos que me acompañaban saludaron a la guerrera con una venia y desaparecieron, esfumándose en una estela dorada con dirección a la edificación del colegio africano. Yo vestía prendas de guerra, más bien de mi cultura, con una camiseta blanca y ajustada bajo una túnica gris y ligera de cuello prusiano, que soltaba dos pliegues desde el cinto por los costados de mis piernas. Pantalón de tela gruesa y botines, con los cuales y sinceramente comenzaría a sentir cierto calor- ... así que optaré por algo más ligero...

 

Con la punta de mi varita dí dos toques en la boca del estómago, transformando mi vestimenta en una más holgada y aireada. Los botines cambiaron por un cómodo calzado de ajuste al tobillo, los pantalones se aligeraron y la túnica se entrelazó con la camiseta, envolviéndome como serpiente, cruzando mi torso para dejar medio tronco desnudo. Justamente allí se podrían apreciar las cicatrices que la última guerra me había dejado, con una quemadura extraña en la mano derecha, una fina línea de media luna en el cuello y otra marca horizontal y pequeña bajo el párpado de mi ojo.

 

-Aaron Black Yaxley...- me presenté cruzando mi diestra por el pecho para realizar una venia.

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Asenath levantó la vista de su labor cuando escuchó la voz del mago y miró con cierto interés a los dos guardaespaldas que custodiaban al Ministro inglés. Ni siquiera reveló una sola muesca mientras lo veía marcharse, desapareciendo, y su atención pasaba nuevamente al hombre delante de ella, a cierta distancia todavía mientras transformaba sus ropas en algo más cómodo para la ocasión. Si la guerrera hubiera sentido diversión, quizá hubiera sonreído, pero no era el caso. La oscuridad del mundo se cernía sobre todos, incluso en un lugar tan alejado y hermoso como el interior del continente africano.

 

-Sé quién es usted, Ministro Aaron Black- la forma de decirlo sonó hasta insultante, pero la guerrera no se inmutó. Sí, el hombre era imponente con su actitud petulante, su pureza de sangre y aquellas feas cicatrices en su cuerpo. Pero ella estaba esculpida en acero, sangre y magia, llevaba años luchando y sirviendo-. ¿Por qué ha venido a tomar clases de duelo? Creí que si era lo suficientemente tonto como para declararle la guerra a los muggles, podría enfrentar sus decisiones sólo con su conocimiento ya adquirido. ¿Qué es lo que busca de los grandes guerreros Uzza?-.

 

Por el trato que tenía, Asenath no podía negarse a enseñarle, aunque no lo considerara digno. Pero no le haría nada fácil el camino hacia el éxito y estaba dispuesta a demostrar que aquel hombre no era más que otro tonto con una mota de poder, demasiado pesada en sus manos poco expertas. Si algo había aprendido la guerrera en sus muchos años, en sus confrontaciones, era que no se podía marchar a un encuentro con nulo conocimiento del enemigo y sin armas y sentía que eso era todo lo que Aaron Black había hecho, condenando a sus propios seguidores a la ruina. Aún así, Asenath admiraba el temple del mago, admiraba su forma de presentarse al mundo. Quizá detrás de aquella arrogancia ciega encontrara un guerrero digno de sus enseñanzas. Siendo la más experimentada de todos los Uzza, Asenath tenía la esperanza -tontamente- de que algunos de sus pupilos demostraran algún cambio al adquirir estos nuevos conocimientos.

 

-Cuando responda a esa pregunta, si me satisface su respuesta, entonces comenzaremos a entrenar- finalizó, observando con ojo calculador al mago frente a ella. Su espada aún permanecía en su regazo.

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-No he venido a tomar clases de duelo, madame...¿uzza?- cuestioné mientras me erguía sin quitarle la vista de encima. Observé a mi alrededor y abrí mis manos encogiendo mis hombros tras un suspiro ligero- vengo, como usted misma ha dicho, para adquirir más conocimiento. No le temo a los muggles, le temo a la naturaleza humana y al desequilibrio natural de la misma- entrelacé mis manos por la espalda y comencé a caminar en media luna con el hombro derecho en paralelo a la posición de la guerrera- jerarquía que irónica, lamentable y sinceramente, nos tiene por sobre el muggle. Usted más que nadie debería saber y comprender eso...

 

El sol ardía en la piel que comenzaba a brillar por el sudor de un clima húmedo. No estaba acostumbrado al calor, pues y siempre había vivido en tierras inglesas, donde la lluvia era cuestión del diario vivir. Asenath me observó todo el tiempo, sin inmutarse siquiera. Después de todo ¿quién era yo al lado de una guerrera de su nivel?... ¡Eso era lo que más me atraía de estar ahí!, ¡aprendiendo de grandes exponentes como puede ser un guerrero Uzza!. Desenvainé mi varita y rasgué el frente para crear un surco fino y delgado a media distancia de ambos.

 

-No espero satisfacer preguntas, madame...- sostuve de manera inminente ante su respuesta- ... como dije, temo por los desequilibrios naturales. Estoy aquí para poner orden, llegar a la cabeza y obtener el equilibrio de mi mundo. No soy de esos magos que han arrasado con su poderío...- elevé el índice varita en mano- la sutileza es mi clave. Dígame usted, ¿cuál es la suya?...

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La guerrera observó al mago mientras éste caminaba y hablaba, jamás perdiendo un ápice de su tranquilidad aunque su voz sonara dura como el acero y fría como el hielo. Aaron Black era la clase de mago a la que los Uzza no deseaban enseñarles por nada del mundo. Quizá ella estaba equivocada con el mago, quizá su entrega a su causa era genuina y no simplemente una forma de obtener más poder y perpetuarse en él o a su casta. ¿Podía ella decir si era o no así? Conocía de política, pero estaba hecha para la guerra y ese era el camino que había elegido. Aquel mago inglés, con su porte y su sangre, había elegido otro camino pero no se cegaba sólo a éste.

 

-No es la sutileza, si eso desea saber- fueron sus escuetas palabras antes de dejar la piedra de afilar en el suelo y enfundar su espada a su espalda, con un movimiento suave y firme, pues de haberlo hecho mal bien podría tener ahora un peligroso surco de carne abierta y sanguinolenta allí donde el filo rosara-. El equilibrio es la palabra clave de este Libro que usted desea conocer y es allí a dónde vamos a llegar si es que aprende lo necesario- eran más palabras de las que ella estaba acostumbrada a dirigir a sus alumnos, así que ya era demasiada atención especial la que le estaba prestando al mago.

 

-Me imagino que ha leído el Libro del Equilibrio al menos una vez. No quiero que lo saque si es que lo ha traído, quiero que me diga de memoria las definiciones de los hechizos Cinaede y Semillas de Hielo. Cuáles son los efectos que causan en el contrincante y de qué forma podemos o debemos prevenir sus efectos si alguien nos los lanza- comenzó, seria, mientras esperaba que Aaron realmente estuviera interesado en aprender algo, de otro modo lo echaría de su clase de una sola vez y no le importaba las posibles represalias por no querer enseñar.

 

-Luego, quiero que me explique cómo funciona el Amuleto de la Resurrección y el Anillo Antiveneno- finalizó, sacando su varita ahora y colocándose frente a Black. No lo iba a atacar ni esperaba que él lo hiciera -porque sería bastante est****o-, pero tenía que pensar que si el mago estaba dispuesto a seguir adelante, ellos tendrían que batirse a duelo. Parte de su enseñanza era precisamente esa, no sólo la lectura de los hechizos, sino su puesta de acción.

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Aaron Augustine Black Yaxley

 

La guerrera hablaba con determinación, con evidencias de que un mago como yo no podría lograr acercarse si ella no lo permitía. Sin duda alguna, Asenath era de aquellas a las que a mí me hubiese gustado tener de mi lado, pero sin mayores detalles, habían magos más poderosos que pagaron por sus servicios. Eran una clase de mercenarios con vasta cultura sobre el honor, lo que era muy curioso para mí. ¿Qué oro podrían necesitar si ostentaban un gran poderío?; tal vez sus conocimientos escondían alguna encrucijada sobre la magia y su origen, ¿porqué no?... ¡eran seres legendarios!...

 

-Si le soy sincero...- fui comentando mientras me sentaba en el suelo en posición de indio, piernas cruzadas y manos sobre las rodillas-... no aprendo nada de memoria. Es un mecanismo poco eficiente para personas como yo...prefiero comprender- cerré los ojos pero sonreí mientras abría uno de ellos, al mismo tiempo que iba recordando los hechizos en cuestión-...ni siquiera ando con el libro. Lo leí una vez, aunque como ya sabrá, nuestra especie tiene la capacidad de recordar todo en una fuente mágica, por ende, las hojas están en mi memoria... ¡o en un frasco!- exclamé divertido- veamos: las semillas de hielo corresponden a un rayo mágico que no requiere verbalización para que salga disparado de nuestras varitas. Lo hermoso de éste hechizo es que el rayo se expande a tal punto de crear una gélida ráfaga capaz de congelar a algunas criaturas...- respondía a ojos cerrados- dígame maestra Asenath, los vampiros y los licántropos siendo magos ¡o brujas! ¿se verían afectados?. El libro solo hace mención a criaturas, más no a un oponente como nosotros ¿qué pasa con nosotros?...- me callé por medio minuto y proseguí- ahora bien, respecto al Cineade, es un hechizo de rápida acción. Lo consideramos como un efecto mágico que se expresa en una nube de gas que envuelve al oponente, de un carácter muy nocivo y particularmente letal si es que no se aplican los contra hechizos a tiempo. ¡Un anapneo parece ser la primera solución!- abrí ambos ojos- ¿el amuleto de curación, serviría?...

 

Me puse de pie al tiempo que la guerrera respondía a mis dudas, sin perder vista de su posición. Fue en ese momento, en el que me erguía, que Asenath apareció de golpe frente a mí con una brisa que blandió mis finos cabellos. Mi semblante estaba firme, serio, pero solo algunos sabían que parte de esa seriedad escondía el temor de ser atacado. Distinto era cuando parecía ser irónico e indiferente.

 

-El anillo es una artefacto mágico capaz de evitar los efectos de venenos comunes, serpientes imagino...- me encojo de hombros- que curioso el hecho de que el anillo ligado al libro, no diga ser capaz de sanar un Cineade, ¿qué tan cierto es?. Y en cuanto al amuleto, dicen que es una extraña piedra similar a la esmeralda, que es capaz de resucitar a un muerto en combate. Se debería llevar al cuello como el de curación y su poder se puede utilizar solo una vez en cada ciclo lunar.

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Asenath observó de cerca al mago, lo examinó desde el pelo hasta la puntas de los pies, que ahora se encontraban cruzados al haber tomado asiento en el suelo empolvado del desierto. Cada uno de los movimientos del Ministro eran calculados aunque intentaba demostrar todo lo contrario, como si en realidad ella pudiera tragarse ese aire de indiferencia. Pero no tuvo la misma pose cuando se acercó, rápida y sigilosa como un felino, hasta encontrarse a menos de un metro del hombre. Los ojos se ambos se cruzaron y ella pareció sonreír, más no lo hizo. Había dedicado pocas sonrisas en su vida, la mayoría prefería guardarlas para su familia cuando los veía.

 

-Veo que posee buena memoria- no fue un cumplido, sino que sonó con algo de burla mientras las palabras salían-. Para alguien a quien no le gusta aprenderse las cosas de ese modo- si Asenath hubiera sido un animal, probablemente muchos dirían que era algo letal y voraz, como una leona o algún ave rapaz. Pero, a veces, ella se sentía en la piel de una serpiente, deslizándose lentamente hacia su enemigo, calculándolo, midiéndolo, mientras pensaba la mejor forma de moverse para atacar.

 

-Las semillas de hielo no pueden afectar humanos, aún aunque estos sean de alguna raza, como los vampiros o tengan una maldición de sangre, como los licántropos. Y aunque los centauros, las sirenas y los duendes pueden ser considerados criaturas, ellos prefieren ser llamados "bestias"- aclaró la Uzza, rodeando al mago con pasos lentos-. El Cinaede no es un veneno común, por eso el anillo antiveneno no funciona con él. Éste es sólo para los venenos más comunes. A efectos prácticos, necesita poder respirar no sólo para pronunciar hechizos, sino para vivir, así que el Anapneo es el mejor remedio contra el Cinaede- hizo una pausa, ubicada a espaldas de Black-. Aunque de todos modos el veneno ya estará en su sistema y precisará un Episkey para curarse de él. Depende del poder del mago, podría necesitar dos Episkey- reanudó la marcha hasta situarse nuevamente frente a él-. El amuleto de curación funcionará igual que un Episkey, pero su poder es limitado y se agota rápido, así que sólo posee un uso y luego requiere reposo para recargarse- finalizó.

 

-Tengo unas últimas preguntas para usted, señor Ministro, y pasaremos al duelo para poner en práctica estas cosas. Hay dos hechizos que no hemos nombrado, Arena del Hechicero y Flechas de Fuego. El primero es un efecto que ciega al oponente, por lo que sólo podrá realizar hechizos que no requieran puntería. ¿Puede decirme una forma de contrarrestrar un ataque como ese?- preguntó, haciéndole una seña a Aaron para que se pusiera de pie-. El segundo hechizo, es una invocación de filamentos ignífugos que provocan quemaduras... ¿puede decirme cuál es el hechizo de emergencia que debería utilizar de ser atacado con unas flechas?- inquirió la bruja, alejándose ahora unos cuantos pasos mientras veía ponerse de pie al mago.

 

Luego de que el mago respondiera a aquellas cuestiones, la guerrera lo atacaría y, de ese modo, comenzarían el duelo para poner a prueba lo que Black había estado leyendo en el libro y respondiendo en la clase. La práctica hacía realmente al maestro.

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Aaron Augustine Black Yaxley

 

Tal vez me hubiese parecido entretenido amedrentar a los duendes de Gringotts con las famosas semillas, pero ya la guerrera me dejaba en claro que solo surtía efecto para algunos, incluyendo a los duelistas rivales ante tal inmunidad. ¿Sería aquello parte del equilibrio?, ya lo comenzaba a creer así. De otra manera, no me explicaba cómo un libro de tal poder contuviese hechizos tan clasificados y equivalentes a la vez. Fueron las últimas preguntas, las que me sacaron de mis divagaciones.

 

-¿Flechas de fuego?- pregunté de primeras, respondiendo de inmediato- ¡ah sí!, ¿una maldición del libro de la sangre tal vez?. Sin embargo, creo que en el evento que no pudiese realizar hechizos dirigidos o ciertas invocaciones, un efecto como el finite incantatem debiese ser factible para ponerle fin ¿no?- pregunté sin estar cien por ciento seguro. Esbocé una ligera sonrisa y proseguí- ahora bien y respecto a las flechas de fuego, creo que en el caso de que alguno de los filamentos haga daño, bien podría utilizarse un aguamenti para apagar el fuego...-llevé la diestra hasta la barbilla. Se expresaba una quemadura de dragón en ella con un tono particular- ... ojalá se me hubiese ocurrido un aguamenti para el dragón búlgaro. Pues bien, eso extinguiría las llamas y aún así, las heridas deberían ser curadas con un episkey...

 

Hasta ese momento no podía quejarme, ya que la clase estaba siendo un verdadero deleite. Con aquellos conocimientos lograría concentrar aún más mis habilidades mágicas, sosteniéndome ante quienes querían verme caer. No pretendía perpetuarme en el poder y ser de aquellos ciegos que se glorifican de un par de acciones. Quería incitar al mundo mágico a hacerse valer como tal, siendo el Ministerio la primera puerta del camino.

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