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Una biblioteca selvática


Adrian Wild
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- Morphos.

 

La silla que estaba a escasos centímetros de mí se transformó en un lobo ártico de ojos grises, cristalinos. Él sería mi fiel compañero. Hasta le pondría un nombre, pero sabía que no me podía encariñar. No. Se sacrificaría por mí si fuera necesario en algún momento. Y en mi interior sabía que no era más que el producto de mi encantamiento.

 

Si fuera de día alguien había lanzado ya la voz de alarma al ver a un lobo en aquel entorno. Incluso siendo un animal creado a partir de una silla, hasta él se tenía que sentir aprisionado allí. Rodeado de sillas y mesas, cubiertas en su mayoría de lamparitas. Pero lo peor no eran las sillas y las mesas de madera tallada, sino los grandes estantes de libros que recubrían las paredes, llegando hasta el techo. Algunas más se agrupaban en una zona de filas frente a mí, creando angostos pasillos. No era una biblioteca excesivamente grande, pero si daba cabida a un centenar de magos y brujas.

 

Lo curioso era que se trataba de una biblioteca especializada en animales. Quizá, y sólo quizá, eso podría haber excusado la aparición de un lobo ártico en aquella sala. Pero no teníamos que enfrentarnos a las miradas acusadoras de nadie. Me di una vuelta por las estanterías observando por encima los lomos de los miles de ejemplares. Pues sí que se habían escrito libros sobre animales... Seguro que a ella aquello le encantaría. A ver si, con un poco de suerte, se entretenía mirando todo aquello y me daba la oportunidad de vencer. Aunque quizá vencer no fuera beneficioso para nuestra ya resquebrajada relación.

 

Agarré fuertemente a Dror y me quedé de pie junto a una estantería repleta. Mi precioso lobo ártico se sentó a mi lado, jadeante. Era una noche calurosa. Consecuencias de estar en el hemisferio norte. Por una de las ventanas se colaban los rayos lunares, pero eran suficientes. No hacía falta encender ninguna luz. Sería divertido jugar entre las sombras. Ahora, tocaba esperar.

 

Empecé a acariciarle la cabeza a Hayko.

 

Maldición. Ya le había puesto un nombre...

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Sobre las estanterías se extendían delgadas ramas que dependían de plantas que crecían en la cima de estas. No tenía ninguna duda de que su oponente había escogido un excelente ambiente. Le apenaba la simple idea de que estaría poco tiempo y no podría examinar el lugar como hubiera querido. Creía que en algún futuro podría existir otra oportunidad para visitarlo, a pesar que no creía que podría ser posible. El translador había llegado junto con la carta y jamás había escuchado hablar acerca de una biblioteca selvática, por lo que esos datos eran más que suficientes para creer que fue inventado mediante un encantamiento y no tardaría en desaparecer.


Había optado llevar un vestido turquesa de seda fría, el mismo era sencillo y no llevaba ningún detalle que pudiera ser notorio. Ante las invitaciones de duelos siempre decidía no llevar zapatos y utilizar el cabello suelto sin artículos decorativos, con esto impediría beneficiar a su contrincante. Sostenía su varita de manera firme sobre su mano derecha y en la otra aún mantenía la invitación. No tardó en dejarla sobre una de las mesas antiguas y de madera que se exhibían en la sala para evitar cualquier distracción.


El escenario se veía enorme y tétrico desde su perspectiva, pero si bien, podría ser algún efecto de la oscuridad o por no conocer el lugar aún. Hasta ese momento no había visto ninguna criatura que saliera de las páginas de uno de los libros, ni tampoco encontraba rastros de otra persona cerca de donde se situaba. Creía que éste podría estar preparando defensas a unos pocos metros de donde estaba situada, por lo que debía seguir caminando en su búsqueda. A su vez, trataba de recordar toda la información que le habían ofrecido en todas las tutorías que había participado dentro de la brigada de defensa de la Orden del Fénix.


No tardó en encontrar a su oponente, el cual se hallaba junto con un lobo ártico muy bello ante sus ojos. No tenía intenciones de hacerle algún daño a la criatura, pero debía comprender que Wild lo utilizaría para atacar, en ese caso, debía hacer excepciones. — Buenas noches —saludó la bruja al pararse a unos ocho metros. La distancia era considerable, pero el silencio nocturno impidió que su voz se perdiera. Centró toda su atención donde se ubicaba su rival y, a la vez, preparaba su varita para apuntar al mismo.


Silenciussentenció Kirara una vez dispuesta a atacar. El efecto provocaría que su contrincante se enmudeciera por un turno, por lo tanto, no podía realizar algún hechizo verbal. Ya tenía una estrategia en mente, pero optaría por comenzar de forma leve para conocer la postura de su rival ante los duelos. Y, por más que le doliera tenía que hacer algo para evitar el ataque del lobo ártico, pero procuraría no ser cruel ante el inocente. Cambió su varita y la apuntó sobre la criatura.


Incárcerus conjuró, y tras esto de su varita salieron tres cuerdas gruesas; una de ellas ataría las patas traseras de la hermosa criatura para que no pudiera moverse, la segunda se encargaría de las delanteras, mientras que la última se dirigiría principalmente al hocico. Las cuerdas estarían sujetas firmemente y no desaparecerían hasta pasar los tres turnos, pero imaginaba que la criatura volvería a su aspecto natural antes de que la invocación terminara.


— ¿Qué esperas, Wild? —indagó la castaña, aunque conocía que no obtendría ningún tipo de respuesta por el efecto que le había lanzado anteriormente.

 

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Saludé a la muchacha cortésmente con una reverencia, adornada grácilmente con una floritura de mi varita. Era bastante irónico todo aquello. Batirme en duelo con la persona que me odiaba por un supuesto "maltrato animal" en una librería repleta de plantas y libros de animales y con un lobo defensor a mi lado. Observé cómo le miró ella. Seguro que no le hacía ninguna gracia plantearse la idea de tener que atacar en algún momento al animal. Sonreí, satisfecho. Por fin podríamos librar tensiones, aunque por mi parte no las tuviese. Para mí, la relación con Kirara era, más bien, como un juego de niños.

 

Pero de pronto, me vi silenciado. No me lo esperaba. No podía articular palabra alguna y, por consiguiente, ningún hechizo. Me agarré la garganta y descendí sutilmente con las manos por mi torso, cubierto por una túnica de manga ancha y vuelo escaso. Me fijé en los pies desnudos de mi contrincante. Como si llevar zapatos fuera a mancillar aquel lugar. Me descalcé, como si me burlase de ella, y dejé mis zapatos al lado de la estantería que estaba a mis espaldas.

 

"Zancadilla", pensé, apuntando con mi varita a sus pies. Aquello provocó que cayese de golpe, desviándose por completo las cuerdas que había invocado en ese preciso instante. Las cuerdas se ataron a lo largo del lomo de Hayko, permitiéndole plena movilidad. Casi parecía un cinturón muy ancho.

 

El lobo ártico emitió un sonido que mezclaba un quejido de molestia con el gruñido enfadado. Genial, ya le tenía predispuesto a atacar a la joven. A ver cómo se las apañaba teniendo que atacar de verdad a un animalito tan bonito. Le acaricié el cuello y le di un beso en la cabeza. Era tan bonito...

 

- Atácala -y luego le susurré al oído- o al menos distráela.

 

Cuando el animal hubo hincado sus furiosos colmillos en el muslo de la chica, alcé mi varita dirección en picado hacia Kirara. Cuando la vi retorciéndose de dolor es cuando reparé en que había intentado aprisionar a un precioso animal con sus cuerdas. Aquello era digno de recordar. No tardé en apuntarla con Dror y murmurar claramente:

 

- Petrificus Totalus.

 

Todavía no quería herirla de gravedad. Tenía muchas ganas de divertirme. Aunque, lo cierto era que lo que quería era estar un rato con ella. Peleando. Como en el departamento. Como en casa.

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Su atención se mantenía fija hacía el frente, con la intención de prevenir cualquier ataque que proviniera de su oponente. Tuvo una gran ventaja en el primer turno, la cual no había podido aprovechar y, además, sabía que el próximo sería muy diferente por lo que debía atender a todos los movimientos que realizaba. Kirara no comprendió por qué se sacaba los zapatos siendo que el duelo ya había comenzado, pero se propuso a esperar a que efectuara su turno antes de volver a pronunciar.

A los pocos instantes, antes de poder determinar el siguiente hechizo de él, sintió como una fuerza mayor jalaba de sus tobillos, como si fuera una gran cuerda que impedía los movimientos de sus pies, y la dejaba de cara para arriba. Detestaba el efecto que provocaba zancadilla en ella, pero al menos sólo se llevaba la acción pasada y en ese momento ya podía regresar a su antigua postura. Aún quedaba que Wild realizara otra acción y, ésta no tardó en revelarse. Debía protegerse de forma inmediata; por lo tanto aún en el suelo, apuntó su varita hacía Adrían y pronunció con voz clara:

Sectusempra

El rayo intercalaría al otro provocando un intercambio de daños. Por todo el cuerpo de su oponente se abrirían enormes grietas que le produciría hemorragias internas y externas, y si no se defendía rápidamente podría causarle daños fatales, así como también, la muerte. El Petrificus Totalus comenzaba a hacer efecto sobre su organismo, pero tuvo tiempo para sentir el mordisco del lobo ártico que había ordenado que la atacasen. Por un momento se le había pasado por la cabeza que había sido muy dura en lanzarle el hechizo anterior, pero luego, por la mordedura, no se arrepentía de nada.

Sin embargo, la criatura volvía a su forma natural la cual era una pequeña silla así como también había sido la estatura de la misma. Era de esperarse que esa situación sucediera, puesto que los tres turnos terminaban justo en ese instante. Sus dientes habían sido bastante pequeños por lo que no fue mucho el daño sobre su muslo. Creía que cuando acabara esa acción y recuperara movilidad, podría mantenerse de pie sin ningún tipo de problemas. Le daba curiosidad saber cuáles serían las siguientes acciones de su contrincante y cómo solucionaba aquel problema, a pesar que tenía intenciones de salir viva de ese lugar.

 

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