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La apuesta del silencio


Arya Macnair
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La burbuja protectora que envolvía aquel escenario era tan grande que bien podría cubrir un estadio de fútbol completo con estacionamiento y todo así que era imposible saber la longitud exacta. Aquello parecía una isla invertida, como trozo de suelo que alguien cortó de forma desprolija y arrancó así como así de la tierra con sus raíces, tuberías, huesos extintos y demás porquerías enterradas y mediante magia la mantuviera suspendida unos 100 metros sobre Londres. El césped era verde y estaba perfectamente cortado, había un único sendero pedregoso que partía la naturaleza a la mitad con la suficiente anchura como para que se pare una persona.

 

El cielo allí arriba se veía aun más hermoso, el clima veraniego y el sol bronceando su nívea piel era lo que más disfrutaba mientras aguardaba a que su adversario apareciera ¿se atrevería?, le había costado bastante trabajo el escribir una breve carta casi desafiante hacia Zack Ivashkov para enrollarla y mantenerla cerrada mediante una fina sortija color rojo carmesí —la que una vez fue su distintivo tras acabar bando y perfil— y dársela a su lechuza moteada para que la entregase pronto. Ahora la joya era un traslador que lo llevaría allí mismo pues el punto de encuentro había sido estratégicamente creado y era imposible de hallar incluso con una brújula o un mapa.

 

¿Buscaba sacar ventaja?, en lo absoluto, era una persona justa o quizás en el modo de ver prefería encargarse de sus problemas ella misma. Enfrentaría al Ángel Caído bajo una única apuesta, su silencio. No quería que sus compañeros se entrometieran en ello y mucho menos los de él; no lo veía como un ajuste de cuentas realmente, tantas vidas se había cobrado La Marca Tenebrosa, tantas personas había alejado de su lado con palabras y promesas rimbombantes que el peso de dichos secretos le ahogaba por las noches y no le permitía seguir con su vida, algún día cantaría como un pajarito y hundiría a media marca.

 

Se encontraba a ocho metros de la posible zona de aparición y de no ser así, al momento de ver a Zack se limitaría a disponer semejante distancia. Portaba un vestido de tela fina y suave como la arena blanca de alguna playa paradisíaca color azul con un lazo blanco a la cintura donde en algún momento había pendido su varita, la cual ahora se encontraba afianzada en su diestra, llevaba unos zapatos cómodos sin tacón que demostraban su verdadera altura del mismo tono azul y su larga cabellera platinada lacia y suelta tras los hombros danzando presa de alguna cálida brisa.

 

Dos bancas de concreto se hallaban a mitad de camino, una frente a la otra como si aquel par de magos fuesen a tomar asiento para conversar diplomáticamente para llegar a una solución pacífica. —Morphos— musitó sin más, no esperaría para atacar como usualmente lo hacía aunque el cambio abrupto en la densidad del viento le decía que el vampiro ya había llegado o bien estaba cerca. La banca que anteriormente estuvo inspeccionando se transformó en un Diricawl al cual le ordenó esfumarse y estarse tranquilo sobre las ramas altas de algún árbol cercano, había demasiados alrededor, escondido entre sus verdes hojas y sus perfumadas flores.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Un fuerte estallido anunció la aparición del mago una vez se dejó absorber por el translador cuya invitación atrayente le impidió negarse a tan tentador encuentro. Poco conocía de la remitente. Sin embargo, el poco tiempo que compartieron le dejó muy claro lo intrigante que podía llegar a ser. Incluso él, viéndola fijamente a los ojos, rebuscando información en su interior, fue incapaz de descifrarla. Sus verdaderas intenciones se revelaron en aquél papel, tenía secretos, y dependía de él callarlos o no.


En cuanto sus zapatos oscuros tocaron tierra firme, comenzó a avanzar por el camino empedrado. El aura oscura que lo envolvía era tan potente que con su presencia, los árboles alrededor comenzaron a pudrirse, cayendo como dominós. Era como si pudieran percibir el olor acre que lo envolvía. Le fue inevitable no impregnarse con él, venía de una masacre.


—A ver si entendí — dijo en voz alta a modo de saludo una vez se encontró con su única acompañante —. Según tú, sabes más de lo que debes. Y sólo por eso me eliges para certificar o no la continuidad de tu silencio — explicó frunciendo el ceño, dubitativo —, ¿o existe algún interés personal que te haya hecho venir precisamente a mí? — había tenido un comportamiento extraño en el primer encuentro, casi le dio a entender que le atraía, o quizás estaba tan acostumbrado en provocar ese efecto en las personas que recibió una señal errónea.


—Por cierto, lindo anillo. Sería una lástima que… — examinó la pieza en su mano y luego la lanzó a los árboles, ahí donde se juntaban aún más formando una especie de bosque espeso, a varios metros de ellos, muy cercanos a los troncos secos que se pudrieron gracias a la oscuridad que emanaba del vampiro. No había tenido tiempo para evaluar el escenario, pero era encantador para un encuentro de ese tipo. No había forma de que alguien les interrumpiera. Luego de su no tan grato gesto, volvió la mirada a la bruja, mostrado una falsa expresión de lamento.


—¿Qué tanto sabes, Arya? — Cuestionó finalmente retomando la seriedad. Aquello podría ser simple manipulación, pero no dejaba de preocuparle. En ese instante, la bruja hizo mutar una banca a mitad de la distancia que les separaba. Zack no alcanzó a ver en qué la transformó, sino que pudo notarlo al ver el estallido de plumas, debía ser un Diricawl. Mostró una expresión de sorpresa, parecía estarse preparando para un duelo, tendría que concederle el deseo.


Arremangó su camisa azul marino hasta los codos y sacó la varita de ébano del bolsillo lateral de su pantalón. Sabía que aquello no sería una cita, mucho menos una reunión para tomar el té, así que tendría que averiguar qué buscaba la bruja con todo ese teatro del conocimiento es poder y tal. Pensando en un hechizo recientemente aprendido, envió una andanada de filamentos de fuego en dirección a Arya tras agitar su varita. Si no acudía a una pronta defensa, terminaría con la piel incendiada.


—Hay que ir entrando en calor, guapa — añadió en tono seductor mientras aparecían a su costado dos manos fantasmales de gran tamaño. Los dedos de cada una eran más gruesos que la contextura de su invocador, por lo que juntas alcanzaban a crear una gran barrera alta, ancha y resistente que lo mantendría protegido de cualquier ataque letal inesperado.

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La voz de Zack lo impregnó todo así como el putrefacto aroma a muerte que desprendía su cuerpo, la distancia era tan razonable como podía ser y solo entonces cuando lo vio allí parado provocándolo con palabras fue que recordó dónde y cuándo había sido la primera vez que lo vio, mucho tiempo atrás. Mey surcó sus recuerdos, sus antiguos compañeros de clase, un entrenamiento arduo, una araña y el sacrificarse por alguien más ¡duelo avanzado!, por todos los dioses aquel hermosos ejemplar de Ángel Caído había sido su profesor de duelo y ninguno lo recordaba. —Lamento informarte cariño que tú haz venido a mi— argumentó aunque en primera instancia ella hubiese empuñado la carta.

 

Sonrió de lado cuando el fulgor de su anillo se perdía entre los árboles y la naturaleza que los rodeaba, ya no significaba lo mismo para ella por lo que si el mago pretendía ofenderla o enfurecerla no lo había logrado en absoluto. Muy por el contrario a preparó al instante siguiente en que observó una especie de brillo peculiar dirigiéndose hacia ella sin ánimos de detenerla pero aun así apuntando en dirección a Zack, —Ardius Confundus— pensó para que de ésta manera las manos fantasmales preciadas por éste jamás llegasen siquiera a ver la luz de media tarde justo cuando aquellas —ahora las veía perfecto— flechas de fuego quemaban su piel.

 

—Aguamenti

 

Cambió el objetivo de su varita haciendo que de ésta brotase un chorro de agua para apagar el incendio que hería su delicada dermis así como los bordes de su vestido por el cual frunció el ceño ofendida. Una curación fue suficiente para cerrar dichas heridas y forjar una media sonrisa en el rostro desprotegido de la platinada, —Se lo justo y necesario para volver tu vida una miseria— espetó, le escocía la piel aun estando sana ya, —La pregunta que deberías hacer es ¿por qué no debería delatarte, no crees?— parecía una pequeña niña cínica amenazando a su hermano mayor con contarle algún tonto secreto a su madre.

 

Rápidamente extendió la zurda invocando para sí La daga del sacrificio, jamás dejó de mirar a Zack, sus ojos verdes estaban prendados a él y de vez en cuando se tornaban color neón, la condición vampírica del hombre le sacaba un poco de las casillas como cuando Oniria tuvo su abstinencia de sangre y tras permitir que su desenfreno saliera a la luz acabaron perdiendo los estribos entre las sábanas. Sacudió rápidamente la cabeza notando sus mejillas sonrojadas y mordiendo con fuerza su labio inferior, ella también tenía colmillos peligrosos.

 

—Immolo oppugnare— Conjuró rápidamente cortando su muñeca, la equivalente a la mano donde Zack portaba la varita de forma profunda, debería soportar unos instantes para curarse.

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