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Prueba de Metamorfomagia #4


Amara Majlis
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AMARA MAJLIS

METAMORFOMAGIA

 

El sol brillaba en lo alto del cielo y daba a Egipto un tono dorado entre las edificaciones, las runas y la extensa cantidad de arena. La zona en donde la arcano había citado a sus alumnas por el contrario era tan verde como la esperanza o una esmeralda, tan verdes como los ojos de Leah Ivashkov. El lago que tranquilo descansaba a sus espaldas le daba un toque mágico al sitio pero ésta vez no los haría cruzar como prueba principal sino que las acompañaría en una enorme embarcación donde cabían perfectas y cómodas con cojines y dulces. Del otro lado del lago se alzaba el laberinto que Amara encantaba cada vez que podía para colocar las pruebas concernientes y a lo lejos podía verse la punta de la pirámide:

 

La última parada.

 

Un fino vestido de época cubría la anatomía madura de la rubia, su cabello acompañaba las tonalidades que la rodeaban y sus pies no llegaban a verse pero estaban enfundados en unas sandalias planas para no resbalar con la arena y enlazadas hasta sus rodillas por finas cadenas de oro. Sus ojos azules eran claros como el agua del lago y su sonrisa tan pura y pulcra, la belleza de Amara era inigualable, siempre había sido elogiado por ello más no solía prestarle atención a banalidades.

 

Sus alumnas no se hicieron esperar aunque en sus rostros demostraban lo molestas que estaban quizás porque la prueba del vaticano significó demasiado para ellas y ambas portaban un crucifijo en su mano buena, la arcano sonrió de lado enseñando una blanca dentadura que brilló presa de un rayo sola y se inclinó educadamente hacia delante, —Bienvenidas nuevamente— ejerció contacto visual con ellas y sin ánimos de seguir perdiendo tiempo ladeó su cuerpo para que pudiese ver la ostentosa embarcación que les haría cruzar hacia el laberinto haciendo un ademán delicado y envolvente como el brazo extendido hacia el frente y la palma de su mano hacia arriba para señalar el medio de transporte.

 

—Siéntense cómodas, demos comienzo a la recta final. Debo pedirles que por favor coloquen todas sus pertenencias mágicas en el cesto que se encuentra debajo de su cojín; tanto varitas, anillos, armas como pergaminos y polvos, para adquirir la habilidad deben confiar plenamente en ella, depender de ella, manipularla, volverla su única opción, su mejor amiga.

 

Una vez estuvieron en marcha la mujer las miraba fijamente y explicaba con cordialidad la forma en que procederían a continuación, solo esperaba no tener más malas caras puesto que a ninguno de sus alumnos parecía gustarle el tener que desprenderse de su varita, el resto era adicional, pero aquella madera "especial" se transformaba en una extremidad de cada quien que la visitaba, ella solo usaba su vara de cristal en ocasiones extremas, la metamorfomagia era toda su vida y su forma de ser.

 

—Cuando ingresen al laberinto se encontrarán con que en determinado punto el camino se divide, no teman, no siempre la unión hace la fuerza. Al separarse, el camino que escojan los transformará en su peor enemigo, aquel que aunque no deseen admitirlo o pensarlo está siempre presente en su mente y la magia del laberinto lo sabe, se aprovechará de ello. Deberán convencer a su entorno de que son dicha persona y solo cuando se convensan también a ustedes mismos se les devolverá al sitio inicial.

 

Seguirán siendo aquella persona ajena a ustedes mientras transitan el camino escogido hasta toparse con un espejo de cuerpo entero en el que obligatoriamente deberán poco a poco regresar a su forma normal dejando en claro cuáles son las diferencias físicas entre su peor enemigo y ustedes. El espejo se romperán entonces pero allí no termina todo, no se animen tanto.

 

Al dar un solo paso se verán rodeados por paredes igual de espejadas, las plantas que cubren el laberinto serán suplantadas por espejos y entre ellos solamente uno será la puerta hacia la pirámide donde estaré esperándolos. ¿Cómo sabrán cuál es?, eso recaerá en ustedes, verán cientos de reflejos, incluso podrán poner en duda su identidad pero solo uno les mostrará la verdadera esencia de su alma, sin metamorfomagia o con ella, la magia fluyendo por sus venas libre al fin.

 

Un movimiento brusco hizo que Amara guardara silencio y se enfocara en controlar a sus alumnas, nada podía pasar por alto sus sentidos, los objetos mágicos se quedarían en el barco pero a cambio de ellos con un movimiento de —ahora si— su vara de cristal apareció en el índice de cada bruja un anillo de plata circular, una simple sortija que la mantendría conectada a ellas hasta que acudieran a los pies de la pirámide. Convirtió su vara en un enorme báculo con el cual se ayudó a bajar de la embarcación y pisó tierra firma y verde aun, la arena las esperaba más tarde.

 

—Buena suerte.

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Como era lógico, se lo pensó un momento antes de dejar sus cosas en el cesto que les ofrecía Amara, mirándola con fijeza como si pretendiera conocer todo de ella a través de sus ojos. Pero mientras lo hacía, deslizaba los dedos por su cuello hasta soltar la fina cuerda donde colgaban sus amuletos. Fue lo primero en dejar en el cesto y después sacó un único anillo de su dedo medio. No era un anillo espectacular y sin embargo, había algo particular en él, brillaba ligeramente diferente con cada caricia del sol y eso se debía a que había unido todos en uno solo.

Finalmente, quedaba la varita.

Había pasado por algo similar con Khufu y no era como si hubiera reaccionado particularmente bien con el Uzza, como tampoco lo haría con la Arcana. Era una extensión de su magia, el instrumento que canalizaba todo su poder hasta formar cosas maravillosas. Sin ella no era una criatura indefensa, no, pero su poder disminuiría notablemente. Cada vez que alguno de ellos le pedía dejarla, sentía como si se estuviera desprendiendo de un brazo. Y aquella no fue la excepción. Sacó la reluciente y firme vara de cristal de su túnica, de una fuerte tonalidad sangre.

Con la mujer no sentía el necesario impulso de soltar una amenaza, con ella se había llevado bien a diferencia del guerrero de los Ancestros, aunque eso no le impidió lanzarle una mirada de recelo al depositar con cuidado la vara en el cesto; al hacerlo todas sus pertenencias se juntaron dentro de una caja de terciopelo alargada, negra y elegante. Lo siguiente que quedaba era escuchar las instrucciones que había recibido dos veces antes, con ciertos matices diferenciales. Ella no tenía ninguna intención de ir con Agatha y algo le decía que la Arcana lo sabía al bajar del barquito. Saltó tras ella, le dedicó una reverencia al recibir la sortija y se fue sin mirar atrás.


~o~



Los pasos de su trote eran constantes, pesados y rítmicos. Daba cada zancada con seguridad, manteniendo una velocidad que dejaba en claro que no sólo quería mantenerse alejada de su compañera, sino que quería acabar con todo lo más rápido posible. Antes de subirse al barco había reemplazado su ropa elegante por una mucho más común, fresca y adecuada para lo que tenía pensado hacer. Ya no llevaba una elegante túnica, ahora sus piernas formaban un borrón blanco al moverse, a juego con una camisa de entrenamiento y unas botas del mismo color. De haber sido muggle, posiblemente habrían pensado que era de alguna fuerza militar.

Haber recorrido aquella zona una y otra vez en lo que iba de año ayudaba a su memoria, adecuada por la costumbre, a guiarla por los rincones. Inhalaba y exhalaba despacio, manteniendo el oxígeno en los pulmones el tiempo suficiente como para no sentirse fatigada, frunciendo el ceño concentrada en sí misma. Llevaba años entrenando su cuerpo para tener resistencia, ayudarse a combatir el dolor de las heridas que llegaban a provocarle en una batalla y no perder la fuerza pese a la falta de descanso.

Pero con todo eso, ¿estaba preparada para lo que debía enfrentar en esa prueba?

Llegó a la bifurcación un poco más turbada que antes y detuvo la marcha lentamente, era hora de la elección. Y una vez ahí no tenía idea de quién se adueñaría de su apariencia. Se le venían tantos nombres a la cabeza, tantas expresiones insulsas, que lo cierto era que no podía decidirse únicamente por un individuo. Podía ser cualquiera y eso era lo que le aterraba, lo desconocido. Inhaló y tomó el camino de la derecha, ya sin trotar, debía concentrarse. Dio los primeros pasos y el cambio se dio.

En primer lugar pensó que nada había pasado cuando ya había avanzado un poco. Todo estaba en orden... a excepción de su vista. Al entrar había visto una flor roja llamativa y juraba haberla visto a la altura de sus ojos. Ahora la veía hacia abajo, como si el arbusto se hubiera hundido mientras caminaba. Fue cuando se miró. Los pies, las piernas, los brazos gruesos y los vellos en ellos la alertaron mucho más de lo que esperaba. Todo era más grande lo que estaba acostumbrada a ver, ordinario, masculino.

Pero supo de quién se trataba por las manos. Esas manos largas y fuertes, con los dedos de pianista mercados por mínimas cicatrices.

Jank.

Entrar en crisis le costó mucho menos que llegar al camino y aunque tenía cosas más importantes de qué preocuparse, como el sonido característico de un animal cortando la maleza con su gran cuerpo o el rugido amenazante de una criatura perturbada. Había intentado dejar de ser aquél hombre un centenar de veces fallidas antes de advertir la presencia de alguien más y por poco muere infartarla al ver que la criatura, enorme, estaba a menos de un metro de distancia. Era una Esfinge con cara de pocos amigos y un maravilloso pelaje rojizo, que la miraba con dureza desde las alturas.

-¿Quién eres? -cuestionó sin rodeos, moviendo la cola como si se prepara para saltar.

Quiso decir la verdad, pero se contuvo.

-Jank -su voz sonó gruesa y asquerosamente familiar, pero se las arregló para no parecer asqueada-. ¿Y usted?

-Una Esfinge que ha sido despertada por un intruso -inteligente, la bestia se había inclinado hasta colocar su rostro femenino ante el de ella... él-. Dime, Jank, ¿quién eres?

-Un Logia Eligentium de la Asamblea del Concilio de Mercaderes -se estrujó el cerebro por un instante que pareció eterno, hasta que recordó la ridícula inclinación que solía hacer-, un Evans McGonagall y sirviente de la justicia que lamenta haberla molestado. Jank Dayne a sus órdenes.

Silencio. Alzó la mirada hasta la Esfinge, que estaba cada vez más cerca y se quedó observándola con el nerviosismo latiendo dentro de sí. El odio que sentía por Jank, marcado por el paso de los años y cientos de motivos, la estaba cegando y si cometía el más mínimo error seguramente iba a pagar con su vida. Se serenó entonces, encerrando sus pensamientos en lo más profundo de su cabeza, protegidos junto con todas las cosas que sabía de ella misma y se quedó solo con lo que sabía. Actuación.

Su postura se soltó mucho, dejándolo mucho más relajado y confiado, firme a la vez. Era un Alto Rango de la Orden del Fénix, confeso, orgulloso de sus ideales y seguro de que la vida estaba sobrevalorada si la justicia no prevalecía. Su forma de pararse no sólo dejaba en claro quién era, también mostraba un innato respeto por la Esfinge. Curioso, incluso deslumbrado, pero seguro de que si respondía a sus preguntas saldría de ahí. Leah no estaba ahí. La Esfinge se movió al fin.

-¿Buscas algo, Jank Dayne?

-Busco muchas cosas -admitió-. Pero ahora mismo me interesa la salida de este laberinto.

De nuevo, silencio. Pero ya no estaba preocupada. Ella era él y él, Jank, solo quería la salida del laberinto. Sonrió, inocente y la Esfinge se apartó del camino.

-Buen viaje, Jank Dayne.

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Su ropa era por completo distinta, pues estaban ahora en Egipto. Viajar tanto la desorientaba bastante, pues los cambios de sitio y de clima eran demasiado bruscos. Ahora vestía una larga túnica blanca y sandalias sin tacón. La ropa de lino se bamboleaba graciosamente con cada movimiento que hacía.

 

La idea de una travesía en barco no la divertía en absoluto, ni siquiera tratándose de un trayecto tan corto. Si bien sabía que no tenía alternativa, se debatió en silencio por varios segundos antes de subir, pero lo hizo. Un pie, luego el otro, y a ferrándose con todas sus fuerzas a la barandilla que la llevaría hacia la cubierta. Sin incidentes, por fortuna, logró alcanzar a las otras dos mujeres y las siguió hasta el sitio en que debía sentarse. Creía haber ya superado algo importante, pero aún no había pasado por nada.

 

No le gustaron nada las indicaciones de dejar sus objetos mágicos. Sus amuletos y anillos eran pocos y se desprendió de ellos con más facilidad que de su varita. No quería dejar aquella vara de hiedra tan necesaria para canalizar sus mágicas habilidades, pero si la Arcana lo solicitaba era porque no iba a necesitarla una vez dentro de su prueba final.

 

Le agradó la idea de ir por una ruta diferente a la que Leah tomaría. Definitivamente su unión solo haría fuerzas contrapuestas y que complicarían las cosas en lugar de mejorar algo. En eso pensaba cuando llegaron a destino. Vio a Amara y su compañera dejar primeras la embarcación y, sin dudar, las siguió. Ya estaba muy cerca de lograr sus objetivos. Imaginó que el anillo plateado que rodeó su dedo la uniría de algún modo a las otras dos brujas, pero no tenía idea de cómo lo haría.

 

Su cabello hondeó al bajar del barco, lo llevaba suelto, disfrutando del bello tono castaño que tanto había echado de menos. Aún tenía mucho por modificar, sus ojos, sus curvas y contextura… sin embargo aquel pequeño primer paso la llenaba de regocijo.

 

Cuando su mirada se fijó en Leah, solo pudo ver su espalda, pues sus pasos avanzaban a un ritmo tan seguro que la había dejado atrás. Pudo apenas ver que escogía el camino de la derecha al momento de llegar a la bifurcación anunciada, así que al alcanzarla optó por la izquierda. Cerró un momento los ojos al introducirse en aquella primera parte de su prueba, esperando sentir físicamente los cambios que podría llegar a experimentar.

 

¿Su peor enemigo? No se le ocurría ningún rostro al recorrer las posibilidades. Ciertamente no los tenía, no siendo aquellos seguidores de las fuerzas oscuras de los que acababa de lograr despegarse. ¿Acaso tendría ahora el físico y el rostro de uno de sus ex compañeros? No, no los consideraba enemigos a tal punto. No lo sabría hasta hallarse de frente con el mencionado espejo, así que siguió adelante.

 

El laberinto no mostraba grandes complicaciones por el momento, al menos no de su lado, cosa que agradeció ya que sin su varita y desconociendo su apariencia poco podría hacer. Notó a lo lejos un destello y una rubia figura que se acercaba vestida igual que ella: Agatha. Allí estaba, el espejo mostrando su apariencia actual, con el detalle de que se había revertido aquel mínimo cambio que tan orgullosa la tenía.

 

Aquella había sido la respuesta a un acertijo que no había podido solucionar en su mente, su enemiga era ese demonio de quien con tanto énfasis intentaba deshacerse. ¿Podría esta vez cambiar su fisionomía por completo?

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En un principio había considerado, por un segundo, que la prueba no sería tan complicada como pintaba al principio. Pero no siempre llevaba la razón. Tan pronto como la Esfinge había desaparecido en la flora salvaje, las grandes zancadas de un hombre adulto la condujeron por el camino a una velocidad apremiante, una clara señal de la inconformidad que sentía. Los dedos largos y gruesos se cerraban una y otra vez sobre una palma áspera a la que no estaba acostumbrada, reflejando la ira que llegaría a su punto más alto en cuanto llegara al final del camino. O lo que se suponía era la segunda fase de la prueba.

 

Se había encerrado a sí misma en lo más profundo de su mente, tornándose en lo que más odiaba y una vez que hubo terminado, la ilusión se evaporó como el agua en el desierto.

 

Con cada paso que daba podía verse dentro de su cabeza reflejada en las acciones de Jank. Sentía cómo torcía ligeramente el pie derecho cada vez que andaba, dándole el tambaleo de quién cree que todo lo sabe. Sentía el tensar de los músculos de la espalda, rígidos por el tiempo que empleaban en moverse de forma brusca en las batallas. Pero lo peor era el olor. Su cuerpo incluso expedía el mismo aroma de Jank, llegando a su nariz por repentinas ráfagas de brisa que no hacían más que perturbarla y volverla loca.

 

Extrañaba su cuerpo, la sutileza de sus huesos al ubicarla en el mundo, la delicadeza de sus articulaciones cuando se movía. No llevaba más de diez minutos siendo Evans y no podía procesarlo, siquiera soportarlo. Se sentía sucia, ultrajada y asqueada hasta más no poder. El hombre que alguna vez había llamado hermano, el Alto Rango de la Orden del Fénix, el asesino de Ámbar. Él, quien no sólo había traicionado su confianza sino que se había convertido a voluntad en una piedra en el camino. Él, a quien conocía tanto que era capaz de memorizar el más mínimo gesto, como el que estaba haciendo en ese momento, echando los labios hacia un lado en una mueca de descontento.

 

—Amara Majlis —pronunció en voz baja, aunque con una potencia tal que era increíble que su voz femenina no reemplazara a la gruesa de Jank en un arrebato de cólera—, esto fue bajo.

 

Pero la bajeza estaba apenas empezando. El anillo ardió ligeramente en su dedo en cuanto el reflejo apareció ante ella, pero ya ella se había visto hacía varios metros y el cristal, con el cuerpo de Jank haciéndose cada vez más grande mientras acortaba la distancia, le regresaba la mirada con una expresión de estupefacción. ¿Cómo es que había terminado así? Incluso la ropa se quedaba colgando en su cuerpo, holgada y algo ajena a su musculatura, tal como lo hacía con él. Hizo de tripas corazón para no ponerse a lanzar maldiciones.

 

¿Por dónde empezar?

 

Se miró con atención, tratando de recordar cómo lucía sin odiar un poco más a Jank en el intento. El rostro era lo principal. Las facciones de Jank eran bonitas, aunque el pensamiento le causara recelo, marcadas y angulares. Las de ella no, ella tenía un rostro hermoso al punto de no parecer humano y con forma ovalada. A medida que iba tomando aquellos datos, los cambios se iban dando sin que ella lo notara siquiera, sin darse cuenta de cómo el anillo seguía lanzando pequeñas señales en su dedo.

 

Después el cabello. El de Jank era rubio ceniza, corto, el suyo era de un rubio dorado y largo hasta rozar lo más bajo de su espalda. Los ojos de Evans eran de un color extraño y los suyos eran verdes. Sus labios no eran iguales y su nariz era menos gruesa que la de él, también algo respingada. Ella no tenía manzana y por supuesto que su pecho tenía dos buenas razones por las que era una mujer. El tamaño de la espalda y la cintura se redujo hasta volverla menuda, sus caderas se ensancharon un poco. Las piernas se despidieron de la cantidad innecesaria de músculos y algo que está demás mencionar también se fue, gracias al Señor Tenebroso.

 

Cuando acabó era ella. Sin cambios, ni cosas demás o cosas menos. Era ella. Miró sus manos pequeñas en brazos delgados y elegantes, examinó sus dedos con atención hasta que se dio cuenta de una vez por todas de que no iba a volver a cambiar. El proceso había sido lento y muy extenuante, cosa que no notó hasta que el dolor de cabeza empezó a retumbar en lo más hondo de su cráneo. Pero era una buena señal, al menos ya no era la jaqueca potente que había tenido en la clase. Y era ella, sin ningún atisbo de Jank. Él y ella tenían tantas cosas diferentes que los separaban que el físico se quedaba corto.

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Amara entrelazó sus delicados dedos formando una especie de puente con ambas manos balanceando delante de su regazo mientras con los ojos fijos en la entrada del laberinto se cuestionaba el dar un paso bajo los rayos del astro sol, para estar conectada con alguna de sus alumnas solo debía rozar la sortija que portaba en su pulgar con el índice y sabría por qué estarían pasando, las pruebas cada vez se volvían más crudas y personales por lo que no le extrañaría si se topaba con unas cuantas lágrimas al final del trayecto. Bien sabía ella que sin sacrificio no había victoria, era algo que muy posiblemente las curtiera para el futuro.

 

Una media sonrisa afloró a sus labios cuando logró sentir el desangrado y no solo verlo en las facciones desfiguradas de un hombre extraño que no lograba una armonía absoluta con su cuerpo, le sorprendió la facilidad que Leah tuvo para tomar las riendas de la situación y advirtió algo que antes no había sido capaz de ver en ella, su personalidad y la forma que tenía para desenvolverse con cada obstáculo impuesto en su camino la definían como una líder nata, como alguien que no necesitaba oír lo que los demás necesitaban sino que lo sabía de ante mano y que amén de anteponer su bienestar por sobre todas las cosas, velaba por muchas otras personas. Una persona fuerte, decidida, capaz.

 

Los músculos de su bello rostro se ensancharon mientras ingresaba en el laberinto que de ante mano la conocía cuando el contacto con Ivashkov se quebró y era otra melena rubia la que tenía su completa atención. —No eres tú— musitó como si el viento llevase sus compasivas palabras en dirección de Agatha o Mica, —Nunca olvidaste quien eras— agregó, sus pasos eran lentos, casi acariciaba el suelo con los zapatos planos, se sentía orgullosa en parte por ser Gryffindor casi la única alumna que trataba la metamorfomagia intentando regresar a su eje, la arcano siempre advertía sobre aquellos que se habían perdido ocultando quienes eran y ahora la fémina le devolvía un poco de serenidad.

 

Rompió la conexión cuando supo que algo más grande se avecinaba para ambas, cuando Leah estuviese preparada sería rodeada por espejos una vez más como si verse y saberse Jank Dayne no hubiese sido suficiente tortura y debería encontrar entre cientos de ellos la puerta que la conduciría a los pies de la pirámide donde la verdadera prueba les aguardaba. Solo lo lograría enseñando su alma tal cual era, porque la habilidad que trataba de dominar no solo se fundía con lo tangible y verosímil sino con lo que los ojos mundanos no alcanzaban a ver.

 

Por su parte la joven Gryffindor se toparía con un único espejo a diferencia de su compañera en el cual debería demostrar que podía distinguir a grandes rasgos lo que la hacía distinta a Agatha y de ese modo continuar, había llegado ante Majlis siendo alguien que no era o que llevaba fingiendo ser desde hacia tiempo pero si todo marchaba como era debido saldría de allí no solo victoriosa sino recobrando su esencia.

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No pudo evitar sentir los ojos cargados de lágrimas que pronto, y estas se escaparon para rodar por sus mejillas y terminar su recorrido en la comisura de sus labios. Sintió el impulso de romper aquel espejo traicionero que la regresaba a la realidad, a aquella que la envolvía desde hacía años. ¿Acaso no tenía la habilidad de regresar a quién era? ¿Acaso su destino era vivir en el desprecio que Agatha despertaba en todos aquellos que la rodeaban?

 

De todos modos se contuvo, apretando los puños y dejando fluir sus lágrimas. Se mordió el labio, gesto tan propio pero que en esa apariencia se veía tan extraño, y giró sobre sus talones para volver. Estaba a punto de emprender su camino de regreso cuando sintió el anillo que la conectaba con la Arcana entibiarse en modo casi imperceptible, y acompañando esa sensación, la voz que indudablemente pertenecía a Amara.

 

“No eres tú… Nunca olvidaste quien eras”

 

Eso bastó. Llevó las manos a su rostro secando la incesante marcha de sus lágrimas y giró otra vez sobre su eje, determinada a encarar la imagen que tanto la perturbaba. Se acercó con paso firme y aun sintiendo el impulso por romper el cristal que la reflejaba.

 

-Esa no soy yo- dijo casi en forma iracunda.

 

Decidió comenzar por el paso que antes le había dado resultado: su cabello. Cerró con fuerza los ojos, imaginando el paso de un color a otro. El rubio debía tornarse castaño oscuro y sus bucles desarmarse pero no por completo. La desprolijidad era parte de su imagen y, a su vez, le daba una natural belleza. Su cabello iba siempre alborotado o peinado “a medias”, pues era rebelde y difícil de dominar incluso con magia.

 

Un cosquilleo pareció indicarle que iba por buen camino pero no quiso mirar. Se centró en sus ojos, que en aquel momento tenían un tono ambarino y frío, pero debían mostrarse verdes e intensos. Casi pudo ver aquellas esmeraldas en su rostro, las imaginó con ansiedad. Así continuó, centrándose poco a poco en cada detalle de su cuerpo. A diferencia de Agatha, ella solía tener una contextura pequeña y con curvas mucho menos pronunciadas que las escogidas por la demonio. Las facciones de su rostro eran mucho más expresivas y con pecas en su clara tez.

 

Se imaginó tal cual era años atrás, antes de la llegada de la intrusa, por ende el paso de los años no había influido aún en ella, que mostraba una apariencia de unos ventitantos en ese entonces.

 

Por fin acabó. Respiró profundamente una y otra vez, buscando las fuerzas que necesitaba para lograr abrir los ojos y enfrentarse a lo que fuere. Logros o fracasos, era hora de conocerlos. Abrió de a poco sus párpados y se quedó boquiabierta. Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas pero esta vez no reflejaban la desilusión de antes. Lo había logrado, estaba de vuelta.

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La lentitud con la que el cristal se seccionó la tomó por sorpresa, porque su reflejo se separó en cientos de partes, mirándola con miles de pares de ojos con la misma incredulidad que le estaba dedicando. Y pronto, con un estruendo, todo cayó en el suelo volviéndose añicos. Se sintió irremediablemente rota, como si alguien la hubiera golpeado en el interior, dejándola quebrada como un vulgar vidrio sin valor alguno. Y al alzar la vista, se sintió mucho peor.

Como si la hubieran armado a la fuerza, el camino se llenó de tantos espejos que aunque fuera ella quien los llenara, se le hacía imposible no sentirse sola. La prueba era incómoda, tanto, que la necesidad de huir la superaba. Tuvo que hacer un esfuerzo brutal para no moverse hacia atrás, como una cobarde, alejándose de sí misma. Pero es que no era un reflejo suyo como tal, no veía su esbelta figura ni su rubio cabello, veía la silueta distorsionada de su alma.

Unas eran demasiado luminosas, otras eran apenas distinguibles, como un borrón hecho con carbón en una hoja de papel. Colores difuminados, fuertes, incluso espejos sin reflejo. Tragó saliva y dio un paso al frente, impulsada por la curiosidad y se arrepentió. Las sombras giraron su cabeza sin rostro, como si la estudiarán y la siguieron mientras andaba, juzgándola... ¿O se estaba juzgando ella misma? Bajo ese pensamiento, andar se le hizo más complicado.

Realmente no estaba mirando a los espejos, realmente no estaba haciendo nada. Avanzar sin hacer lo que debía no la llevaría a ningún lado y se veía claramente al frente, donde se empeñaba a mirar, ya que no había más que espejos y espejos y espejos. Se atrevió a mirar una vez y luego otra y al final, se volvió crítica. Aquella ni siquiera se parecía a ella. Y la otra era más rara de lo normal.

Pero de pronto hubo una que llamó su atención, muy a lo lejos, cuando se había centrado en lo que ella era. La figura estaba perfecta incluso a la distancia, cualquiera sabría que se trataba de ella. Corrió los metros que la separaban del espejo y se posó delante, observando. El color era como la sangre, denso, brillante a pesar de ser una bruma. La oscuridad predominaba en ella y la escasa luz llenaba sus bordes, el poder la hacía parecer peligrosa, como si hubiera una tormenta en su interior. Y por la forma en que movía la cabeza, le divertía algo. Era ella. Fuerte, peligrosa y oscura, con sus matices de luz haciéndola más fuerte.

Eligió el camino sin pensarlo más y cuando cruzó el color rojo se sintió revitalizada, casi feliz. Notó que había sido la primera en llegar a la pirámide y al ver a Sauda, sonrió de medio lado tal como había imaginado que su alma había hecho con ella. Algo le divertía y era el hecho de saber que poco a poco podría llegar a ser más letal de lo que ya era. Y era una maravilla. Se inclinó ante la mujer.

-Arcana.

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El reflejo que antes enfrentaba se seccionó frente a sus ojos. Aún no cabía en su alegría cuando esto pasó, pero frente a sus empeñados ojos, su imagen se distribuyó en un centenar de espejos. Debió tomarse unos segundos para respirar y lograr centrarse, pues aún el camino estaba a medias en su recorrido. Se secó las lágrimas antes de alzar la vista para aquel espejo que parecía haberse multiplicado cientos de veces.

 

No había sitio al que mirase sin que se viera reflejada, no había ningún rasgo aparente que mostrase diferencia entre un espejo y otro. No tenía la más mínima idea de cómo comenzar a examinarlos ni cómo podría descubrir el que la conduciría al final de su recorrido. Podría llevarle horas, sino días ¿Podría pasar la prueba si pasaba días buscando entre espejo y espejo alguna referencia que le demostrase cuál era la realidad? Lo dudaba, su mente debía actuar con velocidad pero mientras más intentaba pensar más se sentía confusa.

 

-Vamos, es solo el último paso, estás tan cerca…- se dijo y cerró por un momento los ojos para lograr concentrarse.

 

Al volver a mirar, se dispuso a examinar aquellos reflejos con mayor detenimiento ¿por dónde empezar? Debía poder reconocerse, a pesar de tanto tiempo, no podía confundir su imagen con tantas otras, no después de lo que había tardado en recuperarla. Era hora de comenzar, alzó la vista hacia el primer espejo a su derecha, siguió por el segundo, el tercero… de todos recibía la misma mirada fría de un objeto que no podía expresar más que lo que tenía en frente. Siguió así por, recorriéndolos uno a uno, esperando un indicio…

 

No supo cuánto tiempo estuvo así, y apenas recorrió uno de los lados del laberinto cuando se cansó de hacerlo. Entonces volteó y miró en forma directa hacia el lado opuesto, donde solo hallaba la misma cansada apariencia. Pero algo en uno de aquellos reflejos le pareció diferente, la mirada de uno de esos reflejos era mucho más cálida que la de cualquier otro, como si estuviese cargada de vida.

 

No estaba segura de que fuera real o solo producto de su imaginación pero no quiso comprobarlo. Avanzó directamente hacia el cristal y alzó su mano hasta que los dedos de su reflejo y los suyos tuvieron contacto. Solo entonces, donde antes estaba el espejo se abrió un pasaje. Había logrado encontrar la salida. No se detuvo hasta traspasarlo y pudo divisar pronto la pirámide y a la Arcana, así como a Leah llegando en primer lugar a su objetivo. Estaba bien, a fin de cuentas no era una competencia. Ambas habían llegado al final de la prueba.


Imitó a su compañera de clase y al llegar donde se hallaba la legendaria bruja hizo también una reverencia. En ella estaba el definir si se encontraba o no lista para la habilidad.
Editado por Agatha Haughton Malfoy

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Su sortija volvió a ser tan fría al tacto como lo era usualmente dejando en claro que ya no podría ejercer conexión con las féminas pero aquello solo significaba una cosa: Ambas habían logrado su cometido, o la mitad de éste según cómo se mirase. Majlis descruzó sus brazos y las recibió con una sonrisa, estaba un cien por ciento convencida de que Leah Ivashkov llegaría hasta ella, aquella mujer no solo luchaba contra el enemigo sino que tenía la capacidad de luchar contra ella misma si el destino así lo disponía y salir victoriosa, no todos soportaban la verdad, no todos eran capaces de sobrevivir a las pruebas que dicha mujer hubo atravesado con un simple dejo de perturbación en sus ojos verdes por lo que estaba complacida.

 

Tras un parpadeo Agatha se les unió con una apariencia completamente diferente a la inicial, solo entonces Amara supo que tuvo razón al momento de palpar la esencial que había quedado prendada a la carta horas atrás, aquella joven bruja había vivido una tortura durante un prolongado tiempo entre penumbras y solo aquel perspicaz brillo en su mirada le permitía conocer la respuesta a lo que estaba próxima a preguntar; de igual forma era su responsabilidad hacerlo pues era parte del entrenamiento mental y su afirmación final sería la llave que abriría la pirámide. — Me alegra volver a verlas — abrió sus brazos cual alas desplegadas en pleno vuelo y ensanchó su sonrisa.

 

— No es fácil desnudar el alma ante nuestros ojos y admitir la verdad. En ocasiones tampoco es fácil ver quienes realmente somos, aquellos guerreros natos destinados a grandes cosas por simple miedo, la bondad así como la fuerza de voluntad es lo que mueve la metamorfomagia en el mundo. Aquellos que buscan la habilidad por motivos egoístas acaba perdiendo la cabeza como efecto adverso y es por ello que debo hacerles la siguiente pregunta.

 

La puerta se abrió dando paso a una inminente oscuridad, dentro de la pirámide no se lograba distinguir donde comenzaba el suelo y dónde las paredes pero si podían apreciarse cosas fundamentales para los alumnos, cada paso que diesen las guiaría hasta siete puertas que giraban en torno a un altar de piedra, cada una de ellas brillando de forma llamativa pero tanto Leah como Agatha solo podrían ver una, la puerta que les presentaría la prueba final para obtener la habilidad por la que tanto habían trabajado, el resto solo era apreciado por la arcano.

 

El suelo estaba rodeado por una serpiente que se muerde la cola en un ciclo sin fin aquella que representaba el Ouroboros y en su centro la estrella de cinco puntas de donde nace el altar. Una vez dentro ella ya no podría ayudarlos por lo que sería momento de demostrar su valía y poner en practica todo lo que hasta el momento aprendieron. — ¿Están seguras que desean continuar?. Si lo están, adelante. La prueba final las espera. Caso contrario les pediré que regresen al ateneo sin mirar atrás, quizás en otra ocasión tengan la oportunidad de intentarlo más no dejaré de sentirme decepcionada —.

 

La puerta podría conducirlas hacia el futuro, quizás atrás en el pasado o crear escenas y momentos que jamás existieron o existirían. Amara acarició con la yema del pulgar le pequeña gema que portaba su sencillo anillo con el mismo símbolo que se encontraba grabado en el suelo y aguardó la respuesta, la prueba final jugaba con la psiquis de quién se creía capaz de afrontarla, había visto a muchos perderse allí y nunca regresar o regresar sin ser as mismas personas aunque se encontraba algo optimista, también fue testigo de muchos otros, grandes magos y brujas que habían salido victoriosos en la contienda adquiriendo y dominando la habilidad, además la parte más emocionante para muchos era el ver qué forma adoptaba su propia sortija simple.

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—Segura —asintió una sola vez, antes de dejar de ver lo que la rodeaba y fijarse en la puerta—. Más que segura.

 

Ésta vez no titubeó al andar, ni lo pensó dos veces antes de cruzar la puerta. Pasó el umbral cian, que brillaba como el collar en su cuello, y se dejó llevar por un remolino de colores que si bien no estaba fuera de la realidad, la había llevado lejos, muy lejos del tiempo actual.

 

 

Cuando se está acostumbrado a desaparecer, utilizar Trasladores y pasar portales, se espera tener un descenso controlado por la magia y la misma caída. Pero esto no ocurrió. Cuando abrió los ojos, estaba tendida en la nieve como si hubiera intentado hacer un muñeco de nieve antes de quedarse dormida y estaba mareada de forma considerable. Pestañeó varias veces, hasta que sus ojos se acostumbraron a la escasa luz de un Londres antiguo, en una mala época. Sus músculos se adaptaron al movimiento en cuanto se levantó y supo tan pronto lo hizo que la Arcana jugaba cada vez más con sus sentimientos.

 

Ante ella había un edificio que incluso en ese momento parecía viejo y que con el paso de los años se había ido desmoronando, hasta perderse y dejar un espacio vacío en la ciudad. Era un lugar apagado, sin ninguna luz o sonido que saliera de él, pero que no estaba abandonado. En la entrada, que tenía una reja demasiado nueva para la fachada, un letrero rezaba una sola una palabra: Orfanato. Lo demás era indescifrable, puesto que el tiempo lo había estropeado. El corazón de la Ivashkov latía muy lento, como si hubiera muerto.

 

Una risa llegó a sus oídos, en realidad dos risas que eran amortiguadas por algo, mezcladas con el viento como el susurro de un fantasma. Sus ojos se habían humedecido sin que lo notara y al pestañear, la lágrima bajó por su blanca mejilla brillando ligeramente bajo la luz de la farola que tenía al lado, alertando a su dueña de lo afectada que estaba. Pero contra todo pronóstico, no se detuvo, sino que cambió su apareciencia en un abrir y cerrar de ojos. La ropa que portaba era de bruja, una bruja moderna, pero cuando usó su magia para cambiarla pasó a estar vestida como una muggle común de aquel tiempo.

 

En 1800 todo el mundo vestía de la misma forma, así que pasar desapercibido no era complicado. Lo que sí tuvo que cambiar y que extrañamente no le costó casi nada, fue su cuerpo. Mantuvo el cuerpo femenino únicamente porque no le gustaba una parte en específico, se agregó edad física hasta aparentar unos cuarenta e hizo sus rasgos fuertes, como los de una irlandesa, sumándose un cabello castaño. No parecía ella y tenía un motivo para ello. Su ropa era algo ajada, así que invocó una pala de nieve y empezó a andar, en silencio y muy despacio, haciendo como que barría la blancura del suelo.

 

—¡Me dolió!

 

—No seas llorona, no la lancé de tan lejos. Aunque te veo un chichón, ¿o tienes la cabeza deforme?

 

La conversación tenía lugar en una esquina del edificio, en los límites de la verja, donde dos niñas compartían palabras en voz baja y risas contenidas por pequeñas manos, que cubrían sus bocas cuando no podían aguantar más. Una de ellas era alta y vestía casi de la misma forma que ella, siendo una falsa vagabunda, además de portar una sonrisa orgullosa. La otra, menuda y más baja, estaba dándole la espalda y tenía un cabello rubio dorado tan largo que ondeaba a la brisa helada con gracia. Era una Leah de siete años, sentada en la nieve mientras se sobaba un costado de la cabeza. En el suelo, una muñeca estaba medio hundida en la nieve.

 

—Bueno, pero me dolió —la pequeña Leah se secó los restos de lágrimas, aunque era difícil decir si eran de dolor o de haberse reído tanto—. ¿Cómo te llamas?

 

—May. Te vi hacer magia y te arrojé la muñeca, ¿no sabes que podrían verte? —negando con la cabeza, la que todos conocían como Juliene en la actualidad la amenazó con el índice—. Debes tener más cuidado o irán a hacerte pruebas. O quemarte, todavía lo hacen.

 

Ella, mirando la escena con todo el disimulo posible, no podía dejar de conmoverse con su mejor amiga ahí, ayudándola incluso cuando no sabían todo lo que tenían por delante. Hizo un ruido y la Leah del pasado se giró alarmada, enfocándola con unos grandes ojos verdes iguales a los suyos que había olvidado cambiar. Por suerte estaba lo bastante lejos como para que al pestañear, el color fuera reemplazado por el chocolate y la niña no lo notara. Al ver que no era más que una mujer que limpiaba, siguieron con su conversación, sin reparar en que habían dicho "Magia" en presencia de una supuesta Muggle. Reprimió una sonrisa.

 

—A esta hora casi no hay nadie y pensé que si hacía las cosas bien, esta vez podría irme. ¿Tú también sabes hacer magia?

 

May asintió seriamente.

 

—¿Quieres irte? —cuando la pequeña rubia asintió, prosiguió—. ¿Podría irme contigo?

 

—Pues, sí... pero tiene que ser hoy, sino se darán cuenta de que hemos salido.

 

Escuchó todo el plan mientras barría nieve, desde más distancia que antes gracias al anillo de escucha. Era brillante y por lo tanto, tenía muchos puntos ciegos y por eso había funcionado. A la fuerza, pero funcionado al fin. Había pasado desapercibida para escuchar y recordar por qué sus días eran menos coloridos, aunque estaban llenos de la felicidad de estar con Tauro. Extrañaba a aquella mujer. De pronto la mayor hizo un hechizo y la verja explotó, lo que la rubia quiso reparar aunque el estruendo había hecho. Y ella, con una sonrisa, vio cómo de pronto la entrada estaba cubierta por una curiosa cantidad de nieve que retrasaría a las mujeres que llevaban el orfanato en su intento por atrapar a las fugitivas.

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