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Prueba de Legilimancia #8


Rosália Pereira
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¿Qué me había llevado a hacer eso? A saber... Supongo que, como él, había descubierto algo en su interior que lo alejaba de la frialdad de ser un desconocido a quien saludar en la calle por pura cortesía de Warlock que saluda a un ciudadano. Ahora Pik era alguien a quien saludaría más efusivamente y con más confianza, aunque seguro que no con otro beso. Eso ya no se repetiría; no sería correcto. Pero al menos había aprendido una lección importante de la Legilimancia: siempre te impregnas un poco de lo que ves en la mente de otro. Me giré levemente:

 

-- No estaría bien que dijeran que yo iba enseñando "algo" por el pueblo junto a un galán atractivo de pelo oscuro; seguro que pensarían que le hago el salto a mi marido -- le dije, estirando un poco las faldillas de la camisa, en un intento nulo de que se viera más de lo preciso. Después, mi voz sonó más humilde. -- No soy una hechicera famosa, hombre... Además, tenemos en común las piernas al aire libre -- acabé la frase con una sonrisa.

 

Tampoco pude seguir hablando más. Entrar en la Pirámide siempre imponía y agradecí su gesto cordial de poner su mano sobre mi hombro porque me daba un poco de calor humano ante aquella majestuosidad. Dejé que mi compañero hablara y mantuve la compostura todo lo que pude, hasta que salté.

 

-- No está bien desnudar a la gente por el camino, ¿sabe? -- Frena, Sagitas, frena... -- A ver, déjeme que use la Videncia con usted. Hum... Sí, ya... Va a preguntarnos qué hipótesis tenemos con las estatuillas de su invernadero y después nos contará la verdad. Pero no me ha dado tiempo de pensar en ninguna, ¿sabe? Estaba ocupada evitando que el señor Pik me viera el trasero. Además, nos va a preguntar si queremos entrar en la prueba del portal y, ya se lo digo antes, sí, por supuesto. Aunque espero que no pierda el resto de ropa allá dentro. Una tiene un límite para ser indecorosa.

 

Frené porque me quedaba sin aliento; pero no suelo quedarme callada mucho tiempo.

 

-- Y me gustaría recuperar mis sostenes para sujetar mi delantera, ¿sabe? Tal vez usted no tenga ese problema pero a mí me gusta que al caminar nada se me mueva.

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Y es que Rosália se echó a reír con una carcajada tal que seguramente la escucharon hasta la biblioteca de la Universidad. Al final, se desesperó y le salió un chancho que la volvió a la realidad. Tenía la mano tapándose la boca. Tenía a sus dos alumnos parados frente a ella. Se giró e hizo aparecer su vara de cristal. Finalmente, abrió un portal que nació de unas enredaderas mágicas. Tenía una tonalidad violácea que cambiaba un poco la temperatura de color de la habitación.

 

Rosália había aprovechado la prueba para poner dos personas completamente diferentes. Un mortífago, con una sola habilidad, pero de alto rango en su bando y una miembro de la Orden, el bando contrario, ya con su trayectoria en el mundo mágico y sus deberes como Warlock en el sistema jerárquico británico. De alguna forma se reafirmaba todas las cosas que enseñaba en la habilidad, y que, básicamente, todas las mentes llegaban a un punto de ser iguales. Todos pasábamos por lo mismo. Las emociones son iguales, y las enseñanzas, parecidas, aunque los disparadores fueran tan diversos como personas en el mundo.

 

Rosália no era una Arcana común. Bueno, vamos, que ninguno lo era. Pero ella le gustaba jugar con sus alumnos. Un poco cruel ¿no lo creen? Pero, es que, la mente juega consigo misma siempre. Se expande. Y se mira a sí misma y vuelve a formular premisas, conocimientos, experiencias y pensamientos en base a lo producido. Y así, hasta el día de su muerte.

 

Le hizo un guiño a Sagitas al ver el brassier y suspiró. Entrecruzó los brazos y tomó la camisa blanca que llevaba y se la quitó, quedando con un brassier especial. Ella también era vidente, pero nunca en la vida se hubiera imaginado que tendrían las dos el mismo tipo de ropa interior.

 

- Por alguna razón me siento menos rara yo en este momento.

 

Soltó una pequeña risita. Se quedaría así por el resto de la prueba.

 

- Verán, tanto Fátima, Kiri como Paolo, nunca existieron… como ustedes. Luego de… tantos años –tragó saliva-. Pude coleccionar memorias y pensamientos.

 

Golepó la vara de cristal contra el suelo y los dos muñecos se aparecieron a los lados de ella.

 

- Los tres son el resultado de un montón de aportes de un montón de mentes. Y es lo que pasa con la nuestra propia. Existe una fina línea donde el yo, deja de ser propio y forma parte de dos personas, tanto de una como del resto. Nosotros nos construímos en una dicotomía que nunca se resolverá. Es por eso que vivimos en contradicción: Somos contradicción. Y es lo hermoso de ser… vivo.

 

Diría humano, pero bueno, ni ella lo era.

 

- Fátima, Kiri y Paolo son creaciones y a la vez no.

 

Se quedó en silencio unos segundos y se acercó a ellos. Toco la frente de los dos con su vara de cristal.

 

- Sus mentes ahora estarán ligadas por mi magia. Luego de la prueba, olvidarán los caracteres contingentes de lo que aprendieron del otro. Es decir, la memoria, lo específico, los hechos, la superficial. Les quedará la sensación y lo “vivido”. Así, la próxima vez que alguien les pida que cuenten una memoria sin hablar de los hechos, tendrán un ejemplo a mano.

 

Les guiñó el ojo.

 

- La prueba del portal será fácil. Es una proyección de los problemas más profundos de sus mentes. Sin embargo, han trabajado tanto en toda la habilidad y la prueba, que su mente ya no tiene más cosas que demostrar. Es más, les diría que ya están vinculado al anillo ese. Ahora, la Legilimancia es un tema… complicado. La otra persona sabrá que le están aplicando la habilidad y pueden meterse en problemas.

 

Desapareció la vara de cristal y estiró sus brazos.

 

- Bueno, hasta capaz que el portal los lleve al mismo plano, ¿quién sabe? Ya queda entre ustedes.

 

Si es que quieren entrar claro, ¿están seguros de realizar la prueba de habilidad?

 

Extendió sus puños que, al abrirlos, tenían un pequeño anillo de jade para cada uno de los alumnos. Se trataba del anillo que les permitiría navegar por la prueba sin problemas.

 

- Me olvidaba de ellos. Si quieren entrar, los necesitarán.

Editado por Rosália Pereira
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Mi intento de ser sarcástica con la Vidente se perdió en cuanto ella se desnudó. Por respeto, me puse una mano en la cara y me tapé los ojos pero, he de reconocerlo, miré entre un par de dedos, separándolos.

 

-- ¡Oooh! ¡Qué lindura! ¿Me dará el nombre de su modista de lencería? Porque eso es hecho a mano, seguro -- levanté la mano para acercarme a tocar su pecho pero me retuve antes de avanzar un paso. Una cosa es que enseñes tu ropa interior y otra distinta es que permitan que te toqueteen una... hum... la delantera. Hay que tener respeto. --¿Pincha cuando mete mano quien no debe? Eso estaría genial.

 

Vale, que no era el momento. A veces, pensaba que yo era una bipolar, alegre y divertida, algo ingenua, en un momento, sarcástica y presta a la acción más descabellada y excitante en otra. O tal vez no fueran excluyentes...

 

-- Naaa, no somos raras. Somos... especiales... -- Tras la sonrisita de complicidad, la cara de sorpresa. -- ¿Nunca existieron?

 

¡Pero si yo había visto la vida de aquella linda nipona! Parpadeé, entendiendo al instante.

 

-- Entonces... ¿Usted reúne pensamientos personales de las personas como el que colecciona cromos? ¡Demonios, espero que esté preparada para los míos, son profundamente sustanciosos! -- A pesar de la sorpresa, había algo de ánimo en mis palabras. Me sentía mejor ahora que decía que olvidaríamos todo del otro cuando saliéramos de la pirámide. Mejor, yo había hecho una promesa de preservación a Pik a pesar de saber lo difícil que sería. Era mejor no tener esa responsabilidad encima. Además, como no sabía lo que él recordaba, era mejor que no los recordáramos.

 

Miré con precaución el anillo de jade que me mostraba y tardé unos segundos en tomarlo entre mis dedos. Asentí y me lo puse.

 

-- Quiero cruzar el portal y que me depare una sorpresa. Nos vemos dentro, Pik.

 

Caminé hacia el portal y lo miré con respeto...

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Pik parpadeó varias veces al ver el brasier que llevaba Rosália, sorprendido. Miró de reojo a Sagitas, quien ahora parecía totalmente dedicada al tema de la lencería tras la revelación de la arcana. Soltó un suspiro y relajó los hombros, dejando que las dos hablaran un poco sobre las cualidades de cada brasier y donde podían conseguirlos.

—Creo que le podría comprar uno a mi esposa —dijo al final, asintiendo para si mismo— seguro que uno con llamas o algo por el estilo le gustará.

Le supo un poco amargo lo de Paolo debido que había sentido una conexión con él… pero quizás era lo normal, ya que fue formado por una serie de recuerdos que, aunque no pertenecieron a una sola persona, crearon una. Tenía un par de preguntas más para la arcana, pero ahora sus ojos solo estaban fijos en los anillos que le ofrecía la arcana. Ya le preguntaría en otra ocasión sus dudas.

—Sí estoy seguro de realizar la prueba —tomó el anillo de jade y se lo colocó en el dedo indice de la mano izquierda— al paso que vamos necesitaremos una mano más para todas las habilidades y los libros de hechizos —negó con la cabeza y vio como Sagitas ingresaba de primero—. Nos vemos dentro o fuera del portal, Sagitas. Que no se te meta nada en la cabeza.

Soltó una risita y la siguió, ingresando al portal.

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Cruzaba el portal cuando me llegó la despedida de Pik.

 

Que no se te meta nada en la cabeza.

¿Qué habría querido decir con eso? No se me iba a meter nada, estaba segura. Pues buena soy yo.

Que no se te meta nada en la cabeza.

 

Que no, hombre, que yo entro aquí y me enfrento con lo que sea sin que se me meta nada de lo que yo no quiera.

 

Que no se te meta nada en la cabeza.

Que no se te meta nada en la cabeza.

Que no se te meta nada en la cabeza.

-- ¿Quieres callarte de una vez? ¡Maldita seas!

 

No sé bien porqué salté pero en cuanto acabé de decir el insulto, todo alrededor de mí giró en un torbellino de colores inaudito que me sorprendió. Poco a poco, el ritmo del giro fue bajando y ciertas formas empezaron a sustituir aquella acumulación de colorido sinsentido. Me quedé bien quieta, me sentía algo mareada, como cuando usaba la traslación conjunta y aparecía en algún lugar insospechado.

 

Cuando todo paró, arqueé una ceja, sorprendida del escenario en el que me encontraba. Era una especie de templo redondo que ascendía en niveles mediante una espiral arquitectónica que se elevaba hasta la misma cúpula. El camino estaba lleno de esculturas indefinidas. Pude contar como miles a la vista. ¿Qué tipo de prueba era esa?

 

-- ¿Otra vez estatuas, Arcana?

 

Avancé poco a poco hacia la primera, tanteando el piso firme por si acaso se volvía a poner de peonza. Llegué hasta la primera estatua y la toqueteé un poco.

 

-- ¿Tú me vas a decir, algo, señor?

 

-- Que no se te meta nada en la cabeza -- contestaron todas al unísono.

 

Me quedé sorprendida. Todas las estatuas eran igual, todas tenían los ojos brillantes con una luminiscencia azul que irradiaban las palabras que había oído.

 

-- Demonios... ¿Qué se supone que debo hacer ahora? -- pregunté al aire. Juro que no se lo decía a nadie en concreto pero la primera escultura me respondió.

 

-- Si quieres salir de aquí, tendrás que descubrir quienes somos. Somos uno. Uno somos.

 

-- Somos uno. Uno somos -- repitieron todos.

 

Tuve que meditar un tiempo para entender qué es lo que se suponía que tenía que hacer. Sólo me quedó claro que sería como las mini-Sagitas y mini-Pik, que se ponían una prenda de ropa a medida que veía uno de sus pensamientos.

 

-- Como tenga que quedarme desnuda de nuevo, mato a alguien -- amenacé al aire.

 

Pero estaba allá dentro y tenía que salir, así que no me quedaba otra. Toqueteé el anillo de vinculación y pensé en Rosalía para centrarme en lo que quería. Con Pik había sido fácil porque lo tenía presente. Cerré los ojos y pensé en mariposas pero mi cabeza voló de nuevo y, de repente, una rana la atrapó y saltó hacia una hoja y...

 

-- Que no se te meta nada en la cabeza -- dijeron todas al unísono.

 

Fue cuando comprendí que la frase de Pik había sido un consejo. Tal vez supiera o intuyera lo fácil que era que me embobara con cualquier cosa y no me concentrara, con lo que me perdería dentro de aquella prueba, sin acabarla. Murmuré un "gracias" y me concentré en una de las estatuas. Sus ojos azules brillaban y me concentré en esa luz.

 

-- Nací hace tiempo en un lugar de Mongolia. Mis padres no podían permitirse tener más hijos por lo que me dejaron en la helada estepa un día de invierno.

Pude ver unas manos rudas y masculinas que tomaban un bulto envuelto en un fardo y lo dejaban bajo un árbol. Las agujas de hielo colgaban peligrosamente encima de él y temí que cualquier movimiento del aire sobre las ramas acribillaran al neonato con sus finas dagas. No sucedió así. Unos zapatos de piel blanco se acercaron al bulto y se pararon a su lado.

-- Sí. Me encontraron unos monjes y me llevaron al templo de Temujin, donde viví toda mi infancia.

Algo me hizo dejar de mirar aquella escultura. Lo primero que hice fue mirar si me faltaba más ropa pero no, tenía la misma con la que había entrado. Entonces... ¿No había funcionado? Entonces, lo vi. La estatua que yo había mirado y el resto de las estatuas indefinidas que había en el templo, tenían zapatos.

 

-- ¡Andale! -- exclamé, sorprendida.

 

Seguí subiendo por la espiral. Iba a ser un camino bien largo. Me paré en otra estatua y repetí el proceso de concentrarme en ver sus vivencias.

 

-- En aquel templo me enseñaron a cuidar los caballos, animales nobles vitales para la supervivencia del pueblo. Traían sus animales enfermos para que los monjes los cuidaran. Con ellos aprendí mis primeras enseñanzas como médico.

Un potrillo salvaje encabritado no dejaba acercarse a nadie. Tenía algo clavado en una de sus patas y no dejaba que ninguno de los monjes se acercara. Un niño casi adolescente se acercó a él, calmándolo con sus palabras, le acarició el cuello y después consiguió que se dejara hacer mientras le sacaban aquello que le dolía tanto. El dueño del animal, un rico noble del lugar, le pagó con unas monedas para que los monjes le dieran una educación y le sacaran de palafrenero.

 

Parpadeé y contemplé que aquella escultura tenía una barriga regordeta que sobresalía sobre un cordón que se sujetaba a su cintura. Sonreí. Comprendí lo que sucedía. Entendía que ya no iba a perder más ropa sino que, lo contrario, aquellas informes esculturas iniciales adquirían la forma de la esencia que contenían. Avancé unos cuantos pasos más en aquella ruta circular ascendente y me paré en otra escultura.

 

-- Me enamoré, ¿cómo evitarlo cuando la más bella mujer del mundo está al alcance de tu mano, estudiando los libros sagrados a mi lado? Era la hermana de aquel noble y ambos aprendíamos las letras por la mañana. Por la tarde, practicaba en el dispensario del templo, aunque soñaba más con volver a verla que en aprender nuevos métodos de curación. Un día...

Vi a los dos muchachos de la mano, paseando por un paisaje arisco. Casi sentía el frío en sus mejillas cuando se desnudaron. Me dio algo de vergüenza ver un acto íntimo que les pertenecía pero, a la vez, sentía el amor que les unía y me sentí feliz compartiendo con ellos ese momento

 

-- ¡Eh! No quiero ser una voyeur -- le dije a la escultura, al romperse el contacto visual.

 

La misma había cambiado. Sus facciones no eran claras pero tenía una gran sonrisa en los labios. En su cuello, un collar de argollas y en una de sus manos, apoyada en el pecho, se veía un... ¿algo? Tenía que saber más, ¿se habrían casado?

 

-- No, nos separaron.

 

Así que estas esculturas también veían mis pensamientos... Hubiera protestado si no fuera porque quería saber más. Corrí un par de vueltas y me paré ante una escultura, cansadísima, aunque no tanto para volver a mirar sus ojos.

 

-- El noble estaba en guerra y necesitaba a todos sus efectivos en batalla. El hermano, convertido en guerrero, dirigiría una expedición contra los tártaros y pidió que le llevaran con él, como sanador particular. Me alejaron de ella y, tiempo después, supe que la habían casado con un Wang vecino a cambio de unir los ejércitos en la batalla. No volví a verla jamás.

 

Sentía la tristeza que le embargaba con esa confesión y me entraron ganas de llorar. Me froté la cara y volví a estar fuera. Las esculturas mostraban a una persona mayor, con un vestido típico de ciertas tribus mongolas, con un collar que era el símbolo de un médico de carrera y con un libro de escritura en la mano. Supe, al instante, supongo que producto de nuestros encuentros mentales, que le había pertenecido a ella.

 

Miré, a los lados, sorprendida. Estaba casi en la cima del templo, justo al final de la bóveda.

 

-- Si quieres salir de aquí, tendrás que descubrir quienes somos. Somos uno. Uno somos. -- repitieron todos.

 

Me paré a ver la última estatua. Me parecía un hombre bello a pesar de las arrugas de la frente y la escasez de pelo. Tuvo que ser un joven galán en su momento. Entendía que la joven se hubiera enamorado de él. Yo hubiera podido enamorarme de él.

 

-- Gracias, eres muy amable. Me llamo Togril, fui médico particular de Gengis Khan y, si dices mi nombre en voz alta, todo habrá acabado.

 

Parpadeé. Esta vez estaba segura que mi decisión me iba a doler. Había mil estatuas, podría conocer mil historias de él, quedarme dentro y aprender su vida, saber más de aquella figura histórica, ser única en el conocimiento de aquel hombre a quienes todos temían. Podría...

 

-- ¡Togril, médico de Gengis Khan! ¡No me tientes!

 

Todo giró de golpe de nuevo y me pilló desprevenida. De lo más alto que me encontraba me desplomé al vacío. Sentí el golpe contra el suelo y gemí. El Portal me había escupido a los pies de la Arcana, aún con aquel lindo sujetador de plantas.

 

Boqueé y me senté en el suelo. Le miré a los ojos desde allá abajo y sonreí apenas.

 

-- Me hubiera quedado con gusto en ese lugar de conocimientos y magia. Era tan... Pero debía volver a casa y no dejarme seducir por él, ¿verdad?

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Dentro todo era confuso. Como un mar chocando contra un acantilado, rompiendo como las olas los recuerdos. Lo sentía todos más vivido que nunca; más alegres, más felices, más intensos. Se sentían como una fuerte dosis que infectaba su cuerpo. Eran de diferentes intensidad y podía comprender cual era más importante que otro. Al final, como un tsunami, sintió que uno se apoderaba de él por completo.

La habitación era oscura, pequeña y humedad. Si estiraba sus brazos podía tocar la pared de cada lado y si alzaba el codo tocaba el techo. Se llevó la mano al pecho e intentó calmar su respiración, la cual empezaba a acelerarse como un motor. Lo único que escuchaba era a él mismo, tocando las paredes con desesperación en búsqueda de una salida.

—No vas a poder salir.

La voz sonó atrás de él, como un susurro del viento. Dio media vuelta como pudo y no se encontró con nada, solo con una oscuridad que daba igual si tenías los ojos abiertos o cerrados.

—¿Estás buscando una salida? No la vas a encontrar.

—Claro que no la encontrará, más si piensa así.

—¿Creen que alguien que no ha superado su pasado puede sobrevivir al futuro?

Eran diferentes voces y se hablaban entre ellas, como si él no estuviera ahí. Cada voz podía asociarla a un momento, a una sensación del pasado que le costó superar. Habían sido los peores meses de su vida y todo era por su culpa; por su desconfianza personal, sus inseguridades y por ego que lo consumía por dentro como un incendio.

—Alguien así no puede salir de aquí, no, no y no.

—Claro que no, ¿cómo alguien así puede cumplir lo que quiere? Si no se está esforzando ni la mitad que puede.

—Una decepción personal, tantas promesas hechas y ninguna cumplida por puro capricho.

El corazón le latía con fuerza, como una bomba. No quería seguir escuchando, quería que las voces se callaran. No podía seguir escuchando todo lo que él sabía pero que nunca pudo ver por comodidad, había superado todo tiempo atrás y había aprendido su lección.

—¿Se imaginan la decepción que sintieron luego de que él….

—¡Basta ya! —gritó con furia, golpeando la pared con tanta fuerza que sintió sus dedos dañarse—. He aprendido la lección, *****, no tienen porque repetir todo lo que he pasado si yo era el que lo vivía. Sé que no estoy solo y tengo lo que se necesita, antes tenía un visión errada de todo y un mundo nuevo se me metió en la cabeza. Pero ya no, todo cambió y no estoy acá para que me reprendan de nuevo luego de tantas noches en lo que pensaba esto mismo.

Los ojos le ardían, de sentimientos encontrados que no sabía como expresar. Miedo, felicidad, decepción y alegría. Era una mezcla de lo vivido y lo que estaba por vivir, debido a que nunca olvidaría lo que pasó y lo había hecho llegar a ese punto.

—Yo no sé si esté listo —dijo la primera voz, dudosa.

—Yo creo que sí, pero le haría falta algo que le recordara esto para que no lo repita.

—Estoy seguro que lo recordará —dijo la ultima voz.

Pik sintió un ardor en la parte de atrás de su brazo izquierdo y seguidamente el suelo se iluminó de un destello blanco. Pudo apreciar por leves segundos como las paredes estaban talladas con su nombre, dibujos y textos, como si fuera el libro de su vida. Había cosas del pasado, del presente y momentos que no supo distinguir. Luego todo desapareció y empezó a caer al vacío.

Y el vacío tenía nombre. Sintió un fuerte golpe a su espalda y al intentar incorporarse vio como había caído en las piernas de Sagitas.

— Señorita Potter Blue —intentó decir con voz alegre, pero aun sentía demasiado vivido lo del portal y los ojos aun le escocían—. Disculpe por caer encima de usted, voy a empezar a creer que la arcana está haciendo esto a propósito —rodó hasta un lado, sentándose y mirándose la mano donde tenía el anillo, lleno de sangre por sus nudillos dañados.

>>Tuve una dificultad dentro del portal, pero todo está bien ahora.

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