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Libro del Caos - Febrero '20


Bakari
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No había tenido tiempo de descansar. No estaba de humor y para colmo tendría que enfrentar nuevamente la bifurcación mental de sus alumnos. Rodó los ojos apretando los dientes, en verdad los ingleses eran odiosos, no importaba su natividad. La negatividad rondaba por su cabeza mientras el aire vespertino le refrescaba las heridas a medio sanar, no sería paciente ésta vez, no les aguardaría con una media sonrisa y palabras sabias, no. Enfundó, entonces, su cuerpo en el traje de guerra, se colocó unas sandalias de cuerina y abandonó la tienda de campaña que le servía de refugio empujando la tela con el hombro izquierdo entre cerró los ojos, el sol estaba más fuerte de lo que creyó.

 

Más fueron solo unos pasos los que dio hasta decidir que aquel era el punto ideal. Tomó su vara del cinturón curtido y con un breve conjuro cruadruplicó el tamaño de ésta. El color de su cuerpo cristalino cambió a carmesí, quemaba las palmas de Bakari al cortar el aire en dos. Pronto la fractura se volvió visible, cientos de partículas rotas por la mitad para crear un portal geográfico; sus alumnos no viajarían en el tiempo, sería más bien un transporte rápido hacia la plaza donde un árbol ardía en llamas y el calor era sumamente insoportable, peor que allí donde el Uzza vivía.

 

El guerrero aspiró la temperatura infernal. La vara de cristal recuperó un tamaño maleable y el silencio envolvió la escena. Solo para que un cuervo interrumpiera la tranquilidad de su meditación, aquella que le estaba preparando para lo terrible de la enseñanza. El ave portaba una nota, una decisión por parte de la comitiva de Hogwarts. Bakari rechinó los dientes, al parecer solo tendría un alumno, y cuando la cosa se pusiera buena, cuando la hora del enfrentamiento llegase, serían dos por fin.

 

Por lo tanto, cuando sintió que alguien atravesaba el portal que dejó a la vista cerca de su tienda, volteó con el ceño fruncido y las facciones tensas, dispuesto a lanzar el primer ataque verbal.

 

—¿A qué vienes ante mi?

 

La clase daba comienzo.

 

@@Lucrezia Di Medici

Editado por Niko Uzumaki
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-Fulgura Nox…

 

La voz de la mujer se escuchó casi como un suspiro sutil y sugerente del otro lado del portal que Bakari había creado en aquel lugar. El pie derecho de la blonda italiana fue lo primero que atravesó aquella vía mágica para luego ser cruzada por el resto de su anatomía. Sus zapatos de taco alto, diseñados en un lustroso cuero rojo, se afirmaron en el suelo para afianzar su postura siempre estilizada. Sus azules ojos buscaron por instinto lo primero en lo que fijarse y lo encontró en un instante: un imponente árbol cuya copa estaba completamente envuelta en llamas, como si de fuego fuesen sus hojas. Una sonrisa divertida se dibujó en sus carnosos labios engalanados por un labial rojizo. Aquella simbología distópica era un intento típico de los guerreros Uzza de remarcar su superioridad.

 

La hasta algún punto insoportable calidez del ambiente apenas tenía impacto en su perfecta piel cubierta por una tenue capa de maquillaje apenas perceptible. Ni una gota de sudor corrió por su frente. Ni la fuerza incontenible del sol ni el calor proyectado por las vívidas llamas del árbol parecían filtrarse por los poros de su piel impoluta cuya belleza parecía impulsada por la atmósfera que la rodeaba. Lucrezia simulaba ser una especie de diosa en el medio de aquel infierno en la tierra y ella era consciente de ello. Sonrió una vez más. Sonreía porque sabía que tenía la situación completamente bajo control incluso cuando su mirada se cruzó con la presencia del guerrero Uzza. No lo reconoció de ninguna de sus clases anteriores, lo que sumó más satisfacción a su espíritu. No Badru. No Asenath. Todo fluía con sorprendente armonía de acuerdo a su plan.

 

Colocó ambas manos sobre su cintura, encerrando los dedos sobre su piel cubierta por un vestido de corte renacentista elaborado en una delgada tela verde esmeralda que se ensanchaba en forma acampanada al llegar a la falda. Su anillo cápsula, donde se fundían el oro y la plata, centelleaba en respuesta a la danza de las llamas que se alzaban a unos pocos metros de la joven aristócrata. En su zurda portaba su blanca varita de madera de roble, que como dos serpientes apareándose se entrelazaban hasta converger en la fina punta de la misma. La Médici había encantado minutos atrás su grueso y pesado ejemplar del libro del caos para que levitara junto a ella a la altura de su pecho, acompañándola allá donde fuera. Los conocimientos que de allí había recogido se acumulaban en un espacio reservado de su memoria; su objetivo frente a aquel misterioso sujeto de tez oscura y actitud solemne era afianzarlos.

 

- ¿No es obvio mi razón? Afianzar mis conocimientos del libro del Caos. Un concepto muy interesante el del Caos, por cierto ¿No es bello vivir en él?

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—¿Considera, usted, al caos como una cosa banal que puede encasillar de manera adjetiva?

 

Bakari formó una mueca de desagrado, arrugando la nariz. Había previsto que aquel día sería insoportable, pero no lo creyó totalmente cierto sino hasta que sus ojos se acostumbraron al curioso aspecto de Lucrezia, su nueva alumna. De moment Anthony pasaba a ser su mejor alumno desde que el año comenzó, con serios problemas interiores respecto a la oscuridad y la luz que habitaban en él, pero sin tantas ínfulas como la mujer que se plantaba —con un atuendo poco adecuado para la ocasión— a metros más. Pero aun así no debía demostrar sus pensamientos ante los aprendices, era una de las primeras lecciones Uzza.

 

Templanza. Feclas de fuego. Pensó

 

Quien avisa no traiciona, dicen los muggles, y aunque el guerrero no lo hubo hecho a viva voz, desde el momento en que abrió un ojo sabiendo qué debía hacer aquel día, se dijo a sí mismo que no tendría piedad o clemencia. Por consiguiente, mediante un ávido movimiento de su mano buena extrajo la varita de cristal y apuntó sin ánimos de herir —demasiado— a la falda renacentista de Di Médici. Varios filamentos fueguinos surgieron del propio aire que respiraban, brotaron de su varita y viajaron directo hacia la tela, crearían una pronta llamarada de la que la bruja debería deshacerse si no quería acabar con yagas en los pies.

 

—Para ponernos en ambiente— Objetó, restando importancia al ataque, y luego señaló el tomo que flotaba cuan perro fiel frente al pecho de su alumna. —Ésta no será una lección a libro abierto joven Di Médici, así que si planea recitarme cuáles son los cinco poderes del caos, más le vale hacer desaparecer esa cosa...

 

Cruzó sus brazos, aun en guardia, esperando la devolución de su interlocutora, no solo del ataque, sino también de la parte teórica que acababa de preguntarle.

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- Me sorprende que haya mal interpretado de esa manera mis palabras. El Caos es tan amplio como el concepto mismo y por lo tanto no se lo puede encerrar en una definición simple.- exclamó Lucrezia con impostada elocuencia, haciendo gala de la soberbia intelectual tan propia.

 

Si algo unía a las a priori muy distintas dos personas reunidas en aquel lugar era la total aversión por ahogar sus sentimientos de desagrado cuando estos resurgían desde las entrañas. Lucrezia devolvió una sonrisa socarrona ante la notable mueca de Bakari, que no había escatimado en exteriorizar todo su odio bloqueado por la muralla de su obligada solemnidad como guerrero Uzza. Las dudas atravesaron a gran velocidad su mente y trató de ignorarlas a sabiendas de que no podía desviar su atención de la clase. Sin embargo, persistentes, los cuestionamientos volvían una y otra vez a monarquizar su cabeza ¿De dónde provenía tanta furia contenida? ¿Por qué situaciones pasaban los miembros de aquel clan para ser todos tan herméticos?

 

La blonda italiana tenía la costumbre -sana para ella- de imponer su presencia allí donde fuese pese a que el contexto no la acompañase. El arribar a aquel lugar vestida como una aristócrata victoriana no representaba solo una elección estética sino que configuraba era una declaración de intenciones ante los Uzza: su impermeable actitud soberbia, amparándose en la posesión de conocimientos que escapaban a la mayoría de la población mágica, había encontrado una feroz competidora. Con una altanería explícita tan propia de ella la Médici atinó a acercarse más a Bakari pero algo la detuvo por unos segundo. Frunció el ceño al ver el movimiento de su vara de cristal y apartó su ejemplar del libro del Caos hacia un lado, provocando la pérdida del encantamiento que pesaba sobre él y que finalmente cayera al suelo. Cuando los filamentos abrazados por la llama se materializaron en el aire Lucrezia evitó reír.

 

No esperaba aquel ataque tal repentino pero tampoco le pareció extraño ¡Cuántos Guerreros Uzza habían querido herirla y fallaron estrepitosamente en el intento, rozando casi la humillación pública! Reafirmó en su fuero interno que aquel no sería el día en que caería ante las jugarretas de sus tutores. Decidió, ante la urgencia del inesperado momento, la utilización de uno de los poderes de aquel libro que había despertado en demasía su interés al aprehender su contenido: la Rueda del Tiempo. Ciñó sus dedos alrededor del maleable mármol que conformaba el mango de su varita y en aquel momento invocó los poderes del misterioso Caos por primera vez en su vida. Su intención de retroceder el tiempo y evitar la invocación de las flechas era la más lógica entre todas las posibilidades que su cabeza había evaluado en el lapso de apenas segundos. Una sola cosa hacía mermar la apariencia inquebrantable de la seguridad de Lucrezia: la imprevisibilidad del Caos era un libro abierto de posibilidades que escapaban a la lógica.

 

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Bakari apreció, consternado y divertido, el show que la joven inglesa le presentaba. No había tenido que pagar entrada y era casi como ver una muy mala obra teatral. De nada sirvió el sarcasmo, la seriedad de sus palabras o que surgiera ante sus narices con un tomo del libro del caos flotando cuan fiel compañero, había dado el primer paso transformándolo en tropiezo. Vivir en el caos no significaba que éste respondiera a uno, no todas las personas eran capaz de dominarlo, e incluso existían aquellos que creían haberlo hecho y solamente subsistían doblegados a su merced, el Uzza debería actuar rápido si pretendía que Lucrezia no fuese una de ellas.



—Rueda de caosBramó —Aguamenti


El vuelo del vestido de Di Médici se estaba incendiando. Su alumna hubo tenido la intención de librarse de las llamas posiblemente utilizando el poder del tiempo para retroceder y evitar que el encantamiento inflamable del Guerrero surtiera efecto, más no lo consiguió. Posiblemente no estuviera su mente del todo concentrada, o quizás utilizó muy poca de su energía, lo cierto era que no fue capaz de invocar al caos siquiera en una fracción de su poder. El aire se llevó sus palabras e hizo arder las llamas en la tela.


Aun así el hombre tampoco tuvo tanta suerte, era posible que Lucrezia hubiese ofendido un poco al caos y éste se negase incluso —caprichoso— a responder al guerrero Uzza que llevaba tanto tiempo empleándola. Éste invocó un poco de agua para acabar con el fuego, más lo que brotó de su varita de cristal no fue otra cosa que un fresco chorro, el vestido seguía chamuscado y seguramente los tobillos de la fémina también.



—Señorita Di Médici, si usted quiere afianzar sus conocimientos, previo debe tenerlos.


Fue crítico al resaltar su error, por el mes de febrero habían acortado el calendario de las clases y por ello el tiempo les pisaba los talones.

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Vergüenza. Una profunda e incontrarrestable vergüenza era lo que sentía la aristócrata en aquel momento. Su impronta altanera y provocadora se desvaneció en un instante, como si jamás hubiese existido en su actitud. Sus dientes chirrearon mientras intentaba contener la brutal decepción que la invadía con toda su furia. Apretó sus delgados dedos contra el mango de su varita, intentando no exteriorizar su notable frustración. Con disimulo, buscando escapar de la mirada de Bakari, agachó la vista hacia las llamas que comenzaban a escalar por la acampanada falda de su vestido, devorando la delicada tela que la conformaba. Las pocas flechas que había logrado traspasar su vestimenta quedaron en un segundo plano de prioridades, dada la necesaria conservación de aquello que evitaba su total desnudez. Apuntó hacia sus tobillos.

 

- Aguamenti- susurró, replicando el hechizo que el guerrero Uzza había utilizado segundos atrás.

 

Un chorro de agua emanó con gran presión de la punta de su impoluta varita blanca y golpeó contra el abrazador fuego ascendente, extinguiéndolo rápidamente antes de que éste terminase por reducir su vestido a cenizas. Observó con ahogada tristeza los restos de la verdosa tela chamuscados por el fuego y solo pudo pensar en el exclusivo diseño de aquella pieza de ingeniería textil completamente arruinado por un error propio, básico e impedonable. De un segundo a otro, la blonda italiana había descendido a un nivel de idiotez propio de castas inferiores y ajeno a la gente de alta alcurnia como ella. En aquel momento, con una falla tan explícita y atestiguada por terceros, se sentía desprotegida y profundamente humillada. El guerrero Uzza, como era de esperar, no hacía un esfuerzo particular por calmar el ánimo de su alumna; por el contrario, su tono jocoso delataba cómo toda la escena lo entretenía. Fue en la insolente actitud de Bakari donde encontró un ancla a su mal humor. No permitiría que ningún miembro de ese funesto clan la doblegase.

 

- Fue solo un momento de distracción. Prometo que no volverá a pasar. Creo que será mejor ver los conocimientos del libro del Caos con la práctica.

 

Decidió armarse de una inusitada fuerza interior para recuperar su coraza espiritual, aquello que la volvía una persona difícil de avasallar. En su mente, que progresivamente comenzaba a estabilizarse y a eliminar cualquier rastro de frustración, elaboró un curación que terminó por cerrar las heridas superficiales que cruzaban la delicada piel de sus tobillos. De un segundo para otro recuperó su postura estilizada, como si todo aquello jamás hubiese pasado pese a que estaba rodeada de cenizas y de restos de tela carbonizada. Su excelso talento para rearmarse y recuperar su línea resultaba admirable para propios y extraños. Alzó levemente el mentón y clavó su inquisitiva mirada en Bakari, cuyo intento de controlar el Caos también pareció fallar. El profundo color zafiro de sus ojos y sus dilatadas pupilas denotaban su hambre de replicar en el Uzza la frustración que había experimentado.

 

- ¿Es hora del duelo?

 

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