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Libro del Equilibrio — Enero 2021


Khufu
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Los desiertos del Sahara son, por mucho, el lugar preferido del longevo guerrero Khufu, no solo por los orígenes tan arraigados que carga a pesar de todo el tiempo y vivencias que justifican su presencia en el presente, sino también por todo el valor sagrado y antiguo que se esconde entre gigantescas dunas de arena color miel durante los días más soleados y, en cambio, durante la noche son más bien mantos de un gris azulado cómo el acero, de cualquier forma resulta imposible acceder a sus tesoros allí escondidos, el gran desierto parece de pronto cómo una bóveda impenetrable, capaz de tragarse en sus profundidades a cualquiera que considere indigno de poseer sus secretos.


Por lo tanto, encontrar Siwa en esa enormidad podría no ser para nada la cosa más simple, sin embargo, para los buenos observadores encontrar el camino a sus centros ciertamente no era imperceptible, y aun así algunos de ellos aún le consideran inalcanzable. Khufu piensa a menudo que a los no mágicos puedes esconder cosas tan maravillosas tan fácilmente debajo de sus narices y ellos jamás se darían cuenta de que lo espectacular está frente a sus ojos, probablemente se lo cuestionarían, pero tiene la certeza de que nunca sabrían realmente donde están.


Sobre algún páramo más alto de la meseta se encuentra el guerrero esperando por los aprendices que buscan conocimiento uzza, el para qué lo hacen es incierto para Khufu, pero se imagina que no es más diferente a lo que muchos de los anteriores magos y brujas delante de él hacen o quieren. Y, aun así, los espera casi con inusual ansias, por que está interesado en ellos de alguna forma, sobre todo en ese mago, Von Alexandros, a quien anteriormente ha tenido la oportunidad de acompañar en su vínculo con libros pasados, su inscripción a Uagadous al libro del equilibrio hace que el guerrero se pregunte entonces si hay algún cambio evidente en el mago desde su último encuentro.


Supone que lo averiguará después de este amanecer, para fortuna de ambos, David Rambaldi también los acompañaría en esta lección, cada uno con la búsqueda personal de su propio vínculo hacia con la magia guerrera del equilibrio, pero a las finales ambos compartirán la guía, el terreno, las pruebas y por supuesto compartirían el aprendizaje, algo que Khufu considera que en estos tiempos a los magos y brujas le hace falta considerar como un medio para formar lazos entre comunidades.


El amanecer está por llegar sobre ellos, el clima nocturno en estas épocas del año es duro, sin embargo, la peculiar vegetación del oasis que rodea el punto de reunión convierte la zona en un pequeño sauna, húmedo e hirviente como alguna selva africana, cómo si no se hubieran alejado tanto realmente de Uagadou. Khufu en cambio está acostumbrado a todo eso, al duro sol sobre sus cabezas cuando amanezca, a las noches heladas, a la humedad incómoda, al picor de la arena en la piel desnuda, él no necesita de lujos para soportar la adversidad de la naturaleza y, como otras muchas veces, solo va vistiendo sus viejas ropas uzza acompañado de diversos amuletos.


La noche está en su punto más oscuro y silencioso-, murmuró el guerrero tras el tintineo nostálgico de la pesada cadena que cuelga en su cuello, un recordatorio de lo que hace él en este lugar después de años. —Esperemos puedan llegar a tiempo, de otro modo el sol sobre sus pálidas cabezas se encargará de hacerlos sufrir más de lo que yo podría hacerlo.

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Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estudiado uno de los libros de hechizos. Años atrás había demostrado su fortaleza mágica logrando vincularse con los primeros libros, pero su progreso mágico debia de proseguir si quería convertirse en el mago poderoso que aspiraba ser. Cada vez los hechizos y poderes con los que se encontraría serían más fuertes y más difíciles de realizar, pero estaba completamente preparado para ello. Se encontraba con ganas de demostrar su valía.

 

Recordaba el día en el que había acudido al Magic Mall a comprar el Libro del Equilibrio. Lo había leído para saber lo que podía esperarse, pero desde ese momento lo había dejado en un rincón de su ajetreada maleta de viajes y no le había vuelto a prestar más atención. Antes de presentarse a la clase donde aprendería todo lo que debía sobre el Equilibrio, le había vuelto a echar un amplio vistazo. Si el guerrero le hacía una pregunta quería tener al menos la capacidad de saber sobre qué le hablaban.

 

Desde su punto de vista todo aquello sería una aventura. A pesar de haber nacido y crecido en una zona complicada del planeta si hablamos únicamente de condiciones climáticas, nunca había estado en los desiertos del Sahara. Cuando supo que su enseñanza se impartiría ahí no tenía muy claro cómo tomárselo. Tampoco sabía muy bien cuál era el vestuario adecuado para un lugar así, por lo que se puso una ropa como si marcharse de playa. Un bañador, una camiseta corta y un calzado cómodo para andar.

 

Se echó crema solar porque tampoco sabía cuánto duraría el aprendizaje. En una mochila guardó todo lo que consideró adecuado: libro de hechizos, Pétalos de Pensamientos, Amuleto de la Resurección... todo lo que creía que podía necesitar. También llevaba consigo alguno de los anillos, no solamente aquellos que venían con este libro de hechizos en particular sino también con los anteriores. Había aprendido que en el momento menos inesperado acababas utilizando lo que menos esperabas.

 

Momento de ponerse en marcha. Gracias a un traslador llegó a su destino. Siempre había pensado que las noches en los desiertos podían resultar agradables, pero nada de eso. Pronto se arrepintió de haber escogido esa ropa, no iba de vacaciones. Lo único que le consolaba era que más pronto que tarde acabaría amaneciendo y las temperaturas volverían a subir como la espuma. Miró a su alrededor, el punto de unión escogido por el guerrero era una especie de oasis bastante agradable. Le gustaba el sitio.

 

Miró para el guerrero y le dedicó un gesto con la cabeza en forma de saludo. Colocó mejor su mochila a su espalda para que no le molestase y sacó su varita. Desde el primer instante quería estar preparado para cualquier problema que pudiese surgir. Era conocedor de que no sería el único alumno, así que esperó pacientemente hasta que los demás se presentasen en el lugar. Tampoco tenía mucha idea sobre qué clase de conversaciones podía mantener con un Uzza, el silencio era lo mejor que podía aportar.

 

Pronto empezaría lo divertido, confiaba.

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El tiempo pasó pero la noche aun no los abandonaba, el tintineo de su cadena es como un nuevo susurro bajo los oídos del guerrero, que le advierten que el tiempo de espera ha pasado y debe centrarse en el aprendiz que tiene delante, el que ha sido puntual y le da la impresión al guerrero de que el muchacho espera la enseñanza con mas entusiasmo de lo que pudiera exteriormente aparentar.


El primero de ellos (y al parecer el único) llega sin presentarse, aunque tampoco es necesario que lo haga, Khufu no responde ante el saludo del mago (si es que a eso se le puede considerar un saludo) pero igualmente lo deja ser y aun en su fachada rígida bajo la oscuridad de la noche se dedica a preciar con esos pálidos ojos grises al muchacho que tiene delante de él. Su apariencia le recuerda mucho a los no mágicos, es bastante ordinario con todo ese equipaje que carga en su espalda, y preparado como si esperara divertirse ante esta serie de pruebas, ¿era este el valor que los guerreros uzza representaban ahora para las nuevas generaciones? No se molestó realmente, pero en el fondo de su viejo corazón desea que los aprendices sean tan faltos de respeto con los brujos arcanos que como lo son ante un guerrero uzza.


Ya ha pasado demasiado tiempo entre ellos como para esperar por el otro muchacho, seguramente se ha perdido en la fauna que rodea Siwa, a Khufu no le sorprendería y por el contrario, si a mitad de alguna de las pruebas terminaban encontrándose con el cuerpo del mago Alexandros (con o sin vida), tampoco podría sorprenderlo.


El equilibrio es una pauta entre su aprendizaje de magia uzza-, comenzó a hablar Khufu con una voz demasiado monótona, como si hubiera repetido aquellas palabras por siglos, y seguramente así hubiera sido. —A partir de ahora, los poderes y objetos que vas a ir adquiriendo poseen un valor y consistencia diferente a lo aprendido hasta entonces, de razonamiento semejante, pero de una esencia que requerirá del que la aprende un alto dominio en sus poderes mágicos, tanto en momentos de sosiego como en el campo de batalla.


Su explicación era razonable, Khufu se imagina que los aventureros magos y brujas que se adentran en el aprendizaje de la magia guerrera están mentalizados a esto que algunos podrían llamar escarmiento y a menudo el guerrero podría perder mucho tiempo tratando de averiguar las convicciones de cada uno de ellos para continuar su camino, porque aunque el mundo mágico se caía a pedazos por los mismos motivos, la interpretación de cada uno ante todo lo ocurrido era siempre algo que Khufu podía aprender de ellos también.


Saber interpretar la magia del libro del equilibrio correctamente y relacionarla con lo aprendido y con sus futuras enseñanzas es tu objetivo aquí-, es más bien una invitación, Khufu a menudo considera a la magia de libro del Equilibrio como un respiro, un consuelo, una esperanza entre la magia de la sangre que se aprende anteriormente y la magia de los Druidas. No por eso, desde luego, dejaba de exigir todo de su parte a los usuarios que deciden aprender y practicarla. —Soy Khufu, guerrero de los ancestros y hoy voy a ser tu guía en la búsqueda de tu vínculo hacia con el equilibrio-, la pausa es solo para poder invocar la vara de cristal en la diestra.


Con un gesto se disculpó con el mago y posteriormente le dio la espalda, por lo alto de su cabeza la varita se elevó y señaló un punto en la nada, pero antes de que pudiera hacer, decir o conjurar cualquier cosa se detuvo y volvió su atención a David, ¿Cómo es que ha llegado hasta él? Se pregunta Khufu cuando se encara con él nuevamente.


Entiende que la magia es un recurso que simplifica las cosas, pero Sawa no era un lugar cualquiera en el mundo tampoco, ¿Qué tan extraordinario era este chico para llegar ante él sin nada más que una gota de sudor encima?


Una muestra de sus objetos-, el comentario casi salió como una pregunta. —¿Puedes explicarme en qué consisten? Cómo se usan y efectos y los objetos que tienen sobre su oponente. Si quisieras añadir algo más estaría impresionado-, se escuchó a un guerrero más accesible, aunque no más confiado.

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Sin saludos, sin presentaciones, sin conversaciones vacías que no llevaban a ningún lado. El aprendizaje había comenzado de forma inesperada, el australiano estaba contento de que fuese así. Quería ir directamente al grano, respetaba a los guerreros pero no le importaba mucho las aventuras que pudiesen contar. Lo que quería, ansiaba y necesitaba era que compartiesen sus conocimientos y le enseñase todo lo que fuese necesario sobre el Equilibrio. Lo demás le resultaría insignificante.

 

Asintió ante sus palabras, dejando escapar una sonrisa cuando nombró el campo de batalla. Por eso estaba ahí, para convertirse en un mago más temible en el campo de batalla. Sus estrategias a la hora de enfrentarse a un contrincante se veían limitadas por la falta de variedad en sus hechizos, pero se abría una nueva ventana para poder competir contra los mejores y más poderosos. Tenía inmensas ganas de utilizar algún conjuro que nunca hubiese utilizado, pero había que ir poco a poco.

 

Vale...

 

Fueron las únicas palabras que salieron de su boca, demasiado concentrado en aprender. Finalmente sí que supo el nombre del guerrero que tenía en frente. No consideró necesario que tuviera que presentarse, a fin de cuentas parecía que sería el único alumno que se mostraba interesado por el Equilibrio en esta ocasión. Podía referirse al mago de la forma que considerase oportuna, daba igual cómo lo llamase. Al ser únicamente dos, era evidente que siempre estaría hablando para él.

 

Sabía que acabaría saliendo este tema...

 

Se había distraído durante unos instantes al ver el punto que señalaba, pero rápidamente regresó su atención a las posibles palabras que pudiera dedicarle. Y fue un acierto, porque era turno de hablar de los objetos. Sabía que necesitaría la mochila. Era pequeña, pero suficiente para las cosas que había decidido llevar consigo. Tenía también una cantimplora con agua y una pequeña bolsa con alimentos básicos por lo que pudiera pasar. Pero eso no era lo que necesitaba ahora.

 

De un bolsillo pequeño de la mochila sacó un frasquito diminuto de cristal transparente. Se podía llevar al cuello, pero decidió guardarlo en la mochila porque tampoco pensaba que sería algo que necesitase utilizar de improvisto.

 

Las Semillas de Hielo. —hizo una breve pausa. —Perfectas para... ¿congelar todo alrededor de tu enemigo y hacer que se resbale? ¿Que tenga frío, se ponga a tiritar y su puntería comience a fallar? —esperaba sus enseñanzas, era complicado para el australiano ver más opciones contra un enemigo. —Geniales para tener tu propia pista de hielo en el jardín o para llegar más rápido a los sitios en algunas situaciones. Porque sí, llegaríamos más rápido a cualquier lugar deslizándonos en hielo antes que caminando sobre la arena.

 

Hubiese sido genial poder darle usos a las semillas hace tan solo unas semillas. Era muy típico salir a patinar sobre hielo en Navidad, seguro que su familia se lo hubiese pasado bien.

 

Le mostró su mano para que viera que portaba el Anillo antiveneno.

 

Al contrario que un bezoar que se utiliza una vez que estás envenenado, se supone que el anillo debería evitar que caiga envenenado. Muy útil. Por lo que tengo entendido no es eficaz contra el veneno del basilisco, pero bueno... Si me encuentro con un basilisco su veneno es lo que menos me preocupará. —dejó escapar una leve risa.

 

Se quedó unos instantes en silencio pensando qué más objetos había. Mientras pensaba se rascó un momento la nuca y fue cuando se dio cuenta de uno más.

 

Amuleto de la Resurrección. —el colgante era muy bonito. Tenía forma esmeralda y cuando lo sacó por encima de su camiseta se pudo apreciar la luz fluorescente que emitía. No quería alargar demasiado su tiempo hablando e imaginaba que del amuleto no podía decirse mucho más. Su propio nombre decía para qué servía.

 

De manera intencionada había dejado para el final aquel objeto que más llamaba su atención. Los llevaba en el bolsillo de su pantalón y sacó un par para mostrárselos. Desde su punto de vista posiblemente era el más peligroso.

 

Los Pétalos de Pensamiento... Un arma de doble filo que puede ser utilizado para estimular la agilidad mental o para lo contrario. Para emitir un aroma encantador o un aroma terriblemente venenoso... Posiblemente es el único objeto de todos los del libro que es más o menos peligroso dependiendo del mago o bruja que lo utilice. —claro que todo era desde su punto de vista.

 

Posiblemente pudo haber realizado explicaciones más largas, mejores o más precisas, pero eso era lo que recordaba haber leído. Debía admitir que los pétalos de pensamiento era el objeto que más ganas tenía de utilizar y posiblemente el Amuleto de la Resurrección el que menos, no quería tener que utilizarlo nunca.

 

¿He comprendido bien los objetos? —Creía que sí, pero la última palabra la tenía el guerrero. Estando en el lugar donde se encontraban sería complicado poder probar su uso esa misma noche, pero realmente los objetos no eran lo más interesante del libro. Lo mejor de todo eran sus hechizos y confiaba en que tarde o temprano pudiera darles uso, allí mismo. La práctica siempre ganaba a la teoría.

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Tarareó las respuestas del muchacho, poniendo demasiada atención en sus palabras solo para darse cuenta de si realmente el contenido del libro había sido comprendido correctamente. Khufu, como siempre, resalta algunas palabras que salen a flote en las explicaciones del muchacho, cosas que podrían haber sido mal interpretadas por la explicación contextual del mago más joven o simplemente estaban equivocadas. sin embargo, tampoco lo interrumpe y deja que termine su exposición.


Eres acertado en su mayoría-, responde finalmente el guerrero. Esta vez comienza a moverse por el terreno rodeando al mago, en dirección a donde Siwa rodea el oasis con toda esa maleza salvaje. —No olvides tampoco que los amuletos y demás joyas que con cada libro se te otorgan deben ser usados con el mismo cuidado que los hechizos que aprendes de ellos-, Khufu observó su propia diestra que empuña su varita, él también lleva puestas algunas de las joyas uzza, tan impregnadas de magia tan antigua como el mismo guerrero. —La mayoría de ellos solo pueden ayudarte a dar resolución de una misión o un objetivo en particular, sin embargo, en una confrontación, en una batalla...-, negó. —No te serán de mucha ayuda-, hay algo de énfasis en Khufu, que insiste en lo importante que era aprender la diferencia entre los objetos y amuletos y los hechizos descritos en los libros de hechizo. —Pero a estas alturas de su enseñanza eso es algo que debe haber aprendido hace mucho.


Teniendo en cuenta esto-, volvió su atención al mago que ahora se encuentra detrás de él. —El texto en el libro explica que el objeto; semillas de hielo, esas que contiene el frasco de cristal, más que semillas son una arena platinada capaz de convertir en hielo cualquier superficie una zona de cien metros cuadrados, sin embargo, en el apartado de Hechizos, los cuales son los que le servirán en un enfrentamiento o duelo, Semillas de hielo se describe como un rayo no verbal que provoca un viento helado que paraliza a cualquier criatura congelándose durante un tiempo-, explicó el guerrero ante la duda que creyó haber visto en la explicación anterior del muchacho. —¿Lo comprendes?-, hizo una pausa y su varita volvió a vacilar.


El santuario uzza de Siwa está escondido no en el oasis en el que descansas ahora sino entre los pasadizos ocultos en sus alrededores. Es un lugar antiguo que guarda generaciones y generaciones de conocimientos de la humanidad y de la colaboración de los pueblos uzza con ellos a través del tiempo-, su explicación es clara, pero hay un atisbo de espera en ella. —Ahí es donde irá a buscar el vínculo con la magia del equilibrio. Es un camino duro, pero no imposible-, la pálida mirada del guerrero escudriñó descaradamente al brujo de pies a cabeza. —Pero antes, quisiera que me explicaras ahora lo que entiendes de los hechizos del libro. Solo para aclarar dudas antes de que saltes al fuego del desierto nocturno.


Alguna vez Khufu fue reconocido cómo un instructivo severo, inflexible, endurecido por los años, pero son los mismos años los que han demostrado que de nada sirve probar la fiereza de los aprendices si realmente no entienden lo que están haciendo con la magia que se les enseña. Esta vez Khufu está más confiado en que la comprensión fortalecerá mucho más el espíritu de un aprendiz.

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Sí, lo entiendo. —hizo una breve pausa. —Pero no está de más que me lo hayas recordado.

 

Había aprendido en anteriores enseñanzas con guerreros uzza que los anillos, los amuletos y cualquier otro objeto que venía con el libro no servían para gran cosa a la hora de una batalla real. En un duelo contra otro mago serían como meros adornos decorativos, lo que de verdad era efectivo eran los hechizos y era lo que había venido a aprender. Lo otro le podía servir en su día a día, pero lo verdaderamente interesante y divertido de todo aquello era la lucha y el enfrentamiento.

 

Giró su varita mientras asentía. De algún modo respetaba al hombre que tenía en frente, por eso simplemente se limitaba a darle la razón a cada una de las palabras que le decía. El australiano entendía perfectamente todo aquello que le contaba, incluso se lo hubiese podido ahorrar en caso de que hubiese considerado oportuno, pero entendía que no todos los magos y brujas que habían pasado por sus enseñanzas lo sabían y era mejor que se lo especificase a todo el mundo para prevenir.

 

Tengo ganas. —confesó.

 

¿Por qué no le dejaba emprender su camino y buscar el vínculo con el libro del Equilibrio? Cuando lo viese manos a la obra se daría cuenta de que lo estaba alargando demasiado, que el mago estaba perfectamente preparado. Pero debía seguir sus instrucciones. Además, era posible que fuese mejor así. No sería la primera vez que por pensar que lo tenía todo bajo control cometía un error y no podía dejar que eso volviera a ocurrir. Una de las cosas que menos toleraba eran los errores.

 

Creo que no será necesario que diga nada sobre el hechizo Semillas de Hielo.

 

No hacía ni dos minutos que el profesor se lo había explicado, era tontería que repitiese como un loro aquello que acababa de decirle. Por fortuna, aún quedaban un par de hechizos más que venían con el libro y de los que podía hablar para demostrarle que sería capaz de seguir ese camino que le llevaría al santuario por muy duro que fuese. Era alguien seguro de sí mismo, que no se daba por vencido y que nunca se rendía. No había nada que pudiera pararle. Al menos no allí.

 

Están las Arenas del Hechicero y el Cinaede. Ambos son efectos, pero para realizar el primero no necesitas hablar. —hizo una breve pausa, recordando. —Las Arenas sirven para cegar a un oponente durante un tiempo limitado impidiendo que pueda realizar hechizos que requieran puntería. Sus rayos seguro que se irían muy desviados... —sonrió imaginándolo. —El Cinaede es mucho más peligroso, es un gas invisible que logra envenenar al oponente y ambos sabemos qué le pasaría a alguien que no se cura de un envenenamiento. —que muere... —Lo mejor de ese hechizo es que cuanto más poderoso me haga yo, más poderoso será el efecto contra mis enemigos.

 

Y con esas palabras terminó la explicación sobre los dos efectos que traía el Libro del Equilibrio. Siguió girando su varita en sus manos, nervioso. Tenía unas inmensas ganas de utilizar lo que había descrito al guerrero pero tenía que ser paciente, la espera merecía la pena. De nuevo, como había sucedido la vez anterior, dejaba el hechizo que más ganas tenía de probar para el final. Quizá no fuese el más poderoso o efectivo, dependería de la situación. Pero seguramente que sí sería el más visual una vez que lo lanzase.

 

Nos queda por hablar del Flechas de Fuego. Una invocación no verbal que dispara filamentos de fuego uno tras otro. Queman y hacen daño a la vez, ¿no es genial? Si logro impactarle a alguien va a tener que poner mucho esfuerzo en curarse completamente... —finalizó diciendo.

 

Su explicación sobre los hechizos había terminado. ¿Debería demostrarle algo más o tendría permiso para recorrer el camino de una vez por todas?

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Bien, muchacho-, casi gruñó Khufu en la penumbra de la noche.


La luna es ahí el único cuerpo luminiscente que les permite ver aunque sea una parte del páramo donde se encuentran, y aún así la falta de obstáculos en Siwa hace que sea suficiente para entender lo que hay a sus alrededores, si no a detalle al menos si los primeros seis o siete metros de distancia entre un objeto u otro. Como si el astro tuviera el presentimiento de las intenciones del guerrero (lo cual es casi imposible) naturalmente ilumina con más presencia sobre ellos con hilo plateado un punto claro entre los magos y el paisaje que hay por delante. El viejo guerrero se giró, dando de nuevo la espalda al mago, y apuntó alguna dirección al noreste; el horizonte no es más que una mancha negra que se pierde entre el paisaje convertido solo en figuras y bultos a esta altura de la noche, a minutos del verdadero amanecer.


Avanza entonces hacia el santuario. Hacia esa dirección es donde se encuentra y no hay más que pueda decirte-, no es por que no quiera tampoco, pero el camino era parte de probar el verdadero valor de los aprendices de guerrero. —Abre bien los ojos aprendiz, el camino te probará, y también se opondrá ante tu paso. Pero no desesperes, deja que tu enseñanza te guíe con sabiduría y responde a ella con tenacidad-, casi recitó aquellas palabras mientras agitaba su varita en un movimiento gentil acompañado con el tintinear de la cadena en su cuello.


Inmediatamente la maleza se abrió ante una senda que adentraba al muchacho al Siwa.


Una vez adentrado, el camino se cierra nuevamente, para que no existan más intrusos. El sendero a partir de ahí está ofuscado por oscuridad, maleza y posiblemente trampas de todo tipo; mágicas o no mágicas, porque entonces existieron tiempos donde los no mágicos sabían y reconocían el valor de la magia y en algún tiempo colaboraron para proteger todos aquellos conocimientos que ahora casi perecen en las manos de los errantes. Era un deber, no de razas, ni especies, si no de la humanidad misma, cuidar de aquellos tesoros.


Trampas llenas de armas y alimañas ponzoñosas es solo el tramo más simple del camino caótico que hay por delante, escondiendo una trampa tras otra sin dejar de atacar, acorralando al exilio o a la muerte al que intentase cruzar sin permiso, no, a aquel sin el verdadero valor de conseguirlo.


Y a medida que más se acercaba al santuario las cosas no mejoraban, pues las viejas sombras de antiguos guardianes merodean mezclados en la naturaleza para emboscar a los no deseados. Son guerreros, guardias, entrenados de generación en generación nacidos, creados y reinventados solo para un propósito en sus vidas; proteger el santuario hasta la muerte.


Puedes usar todos los objetos que has conseguido y aprendido a usar desde el libro del aprendiz de brujo-, explicó antes de perder de vista al mago. —En cuanto a hechizos...el Santuario responde mejor ante la magia del libro del equilibrio, escoge bien tu técnica y el camino será evidente.


Después de eso, Khufu desapareció.

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