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Residencia Beckford para señoritas


Melrose Moody
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La bruja alisó su falda plisada con esmero, mientras sus zapatos negros golpeaban el empedrado del patio, haciendo ruido. Tenía catorce años y era la primera vez que pisaba Beckford. Había sido expulsada de Beuxbatons a la corta edad de doce años por prenderle fuego a la cama de una odiosa bruja, bella y perfecta en todo sentido, llamada Adelaide de Pibrac. En el reporte, se había obviado convenientemente que eso había sido la venganza resultante de que ella hubiese arreglado que la bañaran con deshechos de hipogrifo mezcladas con pus de bubotubérculo en la tina de baño.

Al menos, le habían sanado las pústulas antes de echarla, aunque eso no había impedido que tuviera que aguantar los regaños, en el colegio y en casa. Al menos en casa se había ahorrado el escándalo montado por esa sucia hipócrita ¿Habrían más niñas así en Beckford? Esperaba que no. No quería volver a ser expulsada.

Ver su varita ser partida en dos había sido duro. Saber que no volvería a poseer algo ni remotamente parecido. Sentirse vulnerable y sin posibilidades. Había tenido que pasar casi dos años enteros limitada a labores domésticas sin poder hacer magia o estar cerca de alguna clase de aprendizaje. Le habían dicho que en Beckford no necesitaría una varita y la idea le intrigaba ¿Cómo hacían magia allí y qué clase de magia era esa?

Cordelia posó directamente los ojos en las pupilas de la directora antes de recordarse que solo era una miserable estudiante expulsada y bajar la mirada como era correcto. Lo extraño, fue que ella no le prestó atención en lo más mínimo. Hablaba con sus padres acerca de sus antecedentes, como si el asunto no importase. En Beuxbatons se hubiera ganado un castigo sin más.

La enviaron con un trozo de pergamino a un grupo de habitaciones en el ala este y eso fue todo. Ni siquiera una despedida emotiva de parte de sus padres, solo un traspaso de equipaje ¿Qué la aguardaría a partir de ahora? Ahora... que todo lo demás había fallado, Cordelia sentía el peso del mundo aligerarse de sus hombros. De pronto, sintió curiosidad y algo que hacía mucho no sentía.

Expectativa.

Editado por Richard Moody

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Nessa Higgins

 

Barro y agua enlodada cubría cada centímetro de su ser tras caer de rodillas sobre la sección del huerto escolar que le correspondía en la residencia Beckford - accidentalmente - claro estaba; no tenía nada que ver con la tendencia de la supervisora del día a recordarle porque estaba allí. El cabello rojo fuego parecía incentibar a la gigantesca mujer a recordarle que no era más que una rata inferior a todas sus compañeras inglesas, o a cualquiera desprovisto de aquella melena tan llamativa. La animadversión que le mostraban desde su llegada al internado mágico ya dejaba de sorprenderle. Los pelirrojos eran producto de satán decían...Nessa podía jurar que en más de una ocasión se había planteado la idea de mostrarles que tan intenso quemaban los de su tipo.

 

Faltaban algunas semanas para cumplir un año dentro de la Residencia Beckford para señoritas. Tras el largo viaje desde Irlanda, atravesando el mar irlandés hasta llegar a la costa Inglesa, su familia había vagado de pueblo en pueblo siendo rechazados por su apariencia y acento evidentes. No fue hasta que se asentaron a las afueras de Bath, apartados de todo, que pudieron echar raíces...o intentarlo. Su padre, un mercader pequeño, los había declarado en quiebra un año atrás, prohibiendo a Nessa ayudarlo buscando un trabajo fuera de la casa, alegando que las mujeres debían quedarse en el hogar y prepararse para la inevitable labor de madre y ama de casa que "cada señorita respetable debía aprender".

 

La pelirroja muchacha escupió en el barro para quitarse un montoncito de fertilizante que le había salpicado, ganándose otra reprimenda de la voluminosa mujer. Costumbres como esas eran las que había adquirido haciéndose pasar por un muchacho para conseguir un trabajo en las caballerizas de una familia adinerada en Bath...hasta que su madre le había descubierto cubriendo su busto con un retazo de tela, usando pantalones de hombre y agitando su varita para cambiar el largo y color de su cabello.

 

Le quitaron su varita, la herramienta más importante de un mago o bruja. Cortaron su cabello porque "si tanto quería ser hombre, debía empezar por ahí" y sin un día de retraso, la desecharon como una vil alimañana en las puertas del internado.

 

Nessa resbaló mientras intentaba levantarse del suelo hasta finalmente conseguirlo. Después del entrañable discurso de la supervisora sobre maneras y de ser bañada con agua helada, finalmente fue despedida a sus aposentos dónde - para su eterno horror - se encontró con una muchacha a la que no reconocía de los pasillos.

 

- H-hola - medio susurró retorciendo su mantil empapado, resistiendo la urgencia de tocar la melena de fuego empapada que tenía por cabello. Para su desgracia, ninguno de sus intentos de usar magia sin varita para secarse habían surgido efecto, así que se mantuvo bajo el umbral, mojada y temblorosa.

 

@@Richard Moody

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Cordelia Keats

 

Sus ojos se abrieron en súbita alarma, pero no gritó ni hizo ningún otro gesto. Cordelia tenía que admitir que una muchacha mojada en el umbral, con cara de haber padecido una paliza y oliendo como las caballerizas de los vecinos en la propiedad adyacente a la de sus padres, no eran precisamente lo que había esperado al llegar allí. Sus ojos recorrieron el rostro de la muchacha, las muestras de nerviosismo. Los signos de maltrato que solo eran visibles debido a su actitud.

 

Su rostro adoptó una expresión sombría y la incomodidad en su pecho acrecentó. Se preguntaba por qué diablos le importaba o la hacía sentirse incómoda, si había visto innumerables escenas así antes. Rara vez intervenía, salvo que lo hicieran delante de ella o fuese demasiado obvio como para mirar hacia otro lado, hasta que se dio cuenta de por qué le resultaba tan molesto.

 

Acomodó el equipaje en una esquina, antes de molestarse en encarar a la muchacha mojada, colocando inconscientemente sus manos en la cintura al hacerlo.

 

—Vamos, cámbiate e iremos a ver a quienes te hicieron esto.

 

Sus palabras no estaban cargadas de emoción ni de comprensión, tampoco de pretensión. Eran frías, claras y prácticas. Lo harían, le gustara a ella o no. Era una orden.

 

Entonces entendió por qué se sentía con el estómago revuelto. No era que no estuviera acostumbrada al abuso o que fuera algo particularmente desagradable. Era solo, que no había esperado verlo en Beckford. Su rostro entonces adoptó ciertos tintes de euforia. Tanto mejor, se aseguraría de no volver a verlo. El simétrico rostro de Adelaide de Pibrac flotó de pronto en su mente, lo que hizo que una sonrisa ligeramente sádica aflorara a su rostro, antes de desvanecerse en una fracción de segundo.

 

—Hay lino limpio para elegir en mi baúl —indicó entonces, con gesto adusto.

 

 

Editado por Kaori Moody

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Mahia Hessings

 

Se encontraba desempacando en su habitación luego de pasar una temporada con su familia, aún cuando ya era algo mayor apenas se encontraba en su segundo año en la Residencia Beckford, su madre lo había dispuesto así y a diferencia de muchas chicas Mahia no había empezado su educación formal hasta los 15 años, "Es lo mejor, explotaras al máximo tu potencial si eres un poco mayor" Le había dicho su madre cuando tomó la decisión de esperar un par de años antes de matricularse.

 

Desde que tenía memoria la chica sabía que su destino era asistir a Beckford y que durante su estancia ahí tendría que cubrir altas expectativas, su madre y su hermana habían egresado de la residencia siendo excelentes brujas, dominando su magia por completo sin necesidad de varitas y además comprometidas con los mejores partidos posibles. Su familia no esperaba menos de ella, por lo que se esforzaba al máximo en todas las clases tanto para ser una gran bruja como para ser una excelente novia.

 

Mahia no entendía por completo porque muchas chicas eran enviadas ahí como castigo, había sido criada para asistir a Beckford, nunca tuvo una varita cuando estaba en casa y veía a su padre usarla no podía evitar pensar que aquello tan preciado para la mayoría de magos y brujas era un limitante y que ella como su madre y su hermana tenía la oportunidad de explotar al máximo su poder mágico sin depender de un simple objeto.

 

Terminó de desempacar y de arreglar su habitación en el ala oeste, luego salió a recorrer los pasillos de la residencia, camino sin rumbo hasta llegar hasta el ala contraria de la residencia.

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Daphne La Monique

 

 

El silencio aplastante y el dolor palpitante en su pecho no se iba, debía mantener respiraciones profundas evitando las lágrimas que amenazaban con caer ante cualquier momento de debilidad.

 

"Espero que entiendas que lo hago por tu bien Daphne"

 

La palabras estoicas de su padre aún resonaban en sus oídos mientras observaba el que sería su nuevo hogar.

 

Rabia, la quemaban por dentro, su padre la había descubierto practicando con una espada junto a su hermano mayor, fue suficiente para que su pensamiento retrograda del siglo en el cual vivían lo llevara a tomar la decisión de enviarla a un internado para señoritas pues ella era hija de un noble y como tal debía comportarse, su deber era estudiar magia y conseguir un matrimonio que beneficiara a su familia.

El único valor para una mujer de esa época era casarse, tener hijos y dirigir una casa, por supuesto los matrimonios eran acuerdos previos para beneficiar a las familias involucradas, la pareja era solo un medio para un fin.

 

Arrastró su baúl hasta la entrada, parada en frente sintió como el viento salvaje movía su cabellera dorada, empujó las puertas e ingresó a aquel lugar con fachada de convento esperando hasta ser recibida por la directora o al menos cruzar algún trabajador que le indicara dónde sería su habitación.

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Nessa Higgins


Con el corazón latiendo a ritmo alarmante, Nessa colocó sus manos frente a ella, moviendolas mientras negaba con la cabeza. A pesar de que sentía su negativa recorrer de pies a cabeza por su propio cuerpo, tardó unos instantes en ponerla en palabras, probablemente haciéndose ver cómo una loca frente a la desconocida muchacha.


- Es innecesario - las palabras abandonaron sus labios de forma brusca - no es mi deseo causarle problemas, y Merlín sabe que ya tengo los míos - las piernas de la pelirroja se las arreglaron para sostenerla en pie mientras, con pasos temblorosos, se acercaba a la que debía ser su nueva compañera de cuarto - No todos me tratan así, la mayoría solo ignora mi presencia.


A pesar de sus intentos en persuadir a la chica sin nombre, Nessa era buena leyendo a la gente como para estar segura de que aquella no era una mirada para tomar a la ligera...la castaña estaba decidida, su aura gritaba determinación y una molestia que no podía comenzar a entender, siendo que no era más que una desconocida.


- T-tengo los míos - como si hubiera visto un fantasma, Nessa se aproximó a la cama donde dormía, arrodilladandose para buscar en el baúl dispuesto a los pies del mueble un lino limpio junto a uno de sus tres vestidos...todo confeccionado por sus propias manos. Con un suspiro y por primera vez desde que se encontraron, Nessa se animó a verla a los ojos; su rostro congestionado y afligido por lo que la chica podría causarles - ¿Es esto necesario? Yo no busco aprobación de su parte, solo quiero seguir mi vida y largarme en cuanto pueda.


<<¿Cómo es su gracia? Mi nombre es Nessa Higgins y creo...creo que bien podríamos hablar de esto antes de hacer alguna otra cosa, al menos mientras reemplazo estos harapos.>>


Intentó y falló en reír de manera despreocupada; el sonido más un graznido que otra cosa. "Tan delicada como siempre, quizás no te vendrían mal un poco de los modales que tu madre quería impartirte, Nessa", pensó mientras escondía la cara entre su abundante melena roja de la vergüenza.




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