Libro de los Ancestros - Abril

[Runihura]

Runihura era una mujer alegre en apariencia, pero debajo de la faz de una niña de 13 años se escondía la verdadera guerrera que era. Abrazando con ambas manos los brazaletes que llevaba en sus brazos, percibía el poder que emanaba de ellos, la historia que contaban sobre su pueblo sometido por los egipcios. Las cadenas que colgaban de estos le hacían sentir como de forma certera las cadenas que ataban a sus descendientes se rompieron, dándoles la libertad que tanto anhelaban disfrutar. 

Sus ojos eran las llamas que jamás se apagarían y permanecerían encendidas eternamente, tras entregar su vida a trasmitir los conocimientos que poseía sobre el Libro de los Ancestros. Aquellos seres que fueron los encargados de cimentar las bases que dieron forma al templo que le daba la bienvenida, no le gustaba profanar esos sitios con batallas improvisadas. Pero lo consideraba el primer paso para comenzar con el andar de su único alumno, esperando que llevará con sigo el amuleto y el anillo que el tomo traía consigo.

— Nuestras raíces son lo primordial en nuestra vida, ellas le dan la forma que deseamos a los conocimientos que deseamos adquirir a través del tiempo—sintiendo una ligera brisa agitar su oscura cabellera. Se adentraba a la edificación dejando detrás de ella el último de sus encuentros, donde su aprendiz saliera victorioso. Aunque no diría lo mismo del actual, ya que en está ocasión no serian tan permisiva y mucho menos condescendiente. Las voces de los antiguos Uzzas eran susurros que viajaban entre las paredes, dejando una huella que se plasmaba como primeros pasos de un pequeño en la tierra.

Enfilando sus pasos hacia donde estaba un circulo perfecto dibujado en el suelo, recorrió con sus pupilas cada uno de los grabados que lo conformaban— Pido su permiso para inculcar este conocimiento a un nuevo alumno, confiando en que dará el ancho y superara las expectativas tan altas que implementaré en esta clase—sintiendo una vibración que provenía de esa figura geométrica. aquello era un mero tramite. Elevaba sus manos sobre su cabeza, abriendo un portal que daba acceso a un escenario alterno, las estrellas estaban ausentes en ese cielo oscuro y ni un solo ruido era percibido por los oídos de la mujer. El libro de los ancestros, llevaría a su aprendiz hacia los orígenes de la magia, donde la misma se entendía como la fuerza arrolladora y primigenia ya que era utilizada para matar y proteger, antes de que tallará la primera varita.

Pasajes de los primeros actos perpetrados por ese arte, dieron un espectáculo que seria presenciado por el hombre que debía aparecer. Primero dentro del templo, recorrer el camino marcado por Runihura, para finalmente entrar a donde estaba el circulo y cruzar por el portal que abriera su profesora— El tiempo apremia, no demoré más de lo necesario—sujetaba con firmeza su varita esperando impaciente.

@ David Augustus Lestrange

Editado 4 de Abril del 2022 por Kaori Moody

[David Augustus Lestrange]

El caballero se había anotado para seguir con sus enseñanzas en el mundo mágico. Inconformista, buscaba ampliar sus conocimientos y habilidades en busca de una sabiduría mayor. Lejos estaban las grandes ambiciones de poder, a pesar de que ahora lo seguía buscando todo era de una forma diferente. Se tomaba las cosas con mayor calma que antaño, utilizando solamente su varita mágica en complicaciones que realmente lo requiriesen. Le gustaba librar batallas de otro tipo que supusiesen un verdadero reto para su intelecto. Pocas veces había encontrado adversarios que estuviesen realmente a su altura, así que la mayoría de sus enfrentamientos se habían vuelto aburridos. Pesados.

Desde que tenía en sus manos una de las Reliquias de la Muerte poco se había dejado ver. Estaba dándole uso antes de que tuviera que devolverla al que se la había prestado. El sueño imposible de hacerse con las tres seguía vivo en su interior, mas sabía que eso jamás sucedería. Ser el 'Señor de la Muerte' seguro que tenía sus ventajas, pero como todo en la vida no le cabía ninguna duda de que con ello iría alguna clase de responsabilidad o peligro que no estaba dispuesto a asumir.  En cualquier caso, era consciente de que uno nunca olvidaba sus deseos más profundos y que esa ilusión seguiría viva en su interior hasta el final de los días. Pero no era un tema del que tratar ahora.

Para su sorpresa le había llegado una lechuza que le informaba de que su aprendizaje estaba a punto de comenzar. Le sorprendió la rapidez, había hecho planes para esos días pensando que tendría que esperar semanas antes de acudir a la Universidad Mágica, pero no se quejaba. Mejor ahora que dentro de un mes, de eso no tenía ninguna duda. ¿Y qué hizo a partir de ese momento? Prepararse. Ropa cómoda, varita en mano y los artículos que venían con el libro, entre los que se encontraba un anillo y un amuleto. Lo llevaba todo consigo, por lo que pudiera pasar. Por si acaso también llevaba consigo anillos, amuletos y collares de libros que estudio en el pasado. Un pasado lejano a decir verdad.

Acabó llegando a un templo. Comenzó a caminar por el mismo, siguiendo lo que parecía ser un camino marcado precisamente para que los estudiantes lo recorriesen. No estaba seguro de que estuviese yendo en la dirección correcta, pero se dejaba guiar por sus piernas que parecían saber qué destino tenían que seguir. Se encontraba emocionado y expectante de descubrir sus límites, de ver hasta dónde podía llevarle la magia. Pero esta consciente de que por mucho poder que se tuviera, si no se sabía usar con inteligencia no servía para nada. Personas poderosas podía haber muchas, pero que supiesen darle buen uso a sus capacidades no había tantas. Demasiado poder en magos equivocados.

Lo que se encontró ante sus ojos después de un largo paseo fue un portal. Bajo sus pies había un círculo perfecto dibujado, no le llamó demasiado la atención porque no le parecía gran cosa. Un simple círculo. Lo interesante eran los grabados que había en el mismo, pero no tuvo tiempo para fijarse demasiado en ellos. Sabía que lo que tenía que hacer era cruzar el portal, era lo evidente, lo coherente. No sabía que se encontraría al otro lado, pero ahí estaba la gracia. Ahí estaba el motivo por el cual su corazón comenzaba a latir con más fuerza, la incertidumbre. Era un hombre que necesitaba vivir con emociones constantes, era un hombre que necesitaba la adrenalina en su día a día.

Cielo oscuro y silencio fue lo que le encontró tras cruzar. Y no quiso romperlo, esperó. Sabía que ahí se encontraba quién se encargaría de enseñarle y decidió darle el honor de tener la primera palabra...

 

[Runihura]

— Espero que le agrade la idea de dar un paseo por los orígenes de la magia, siempre he encontrado fascinantes varios de esos pasajes—la Uzza la dedicaba esas palabras sin mirarlo directamente. El debía demostrar que era merecedor de las enseñanzas que le proporcionaría Runihura, no estaba ahí para tratarles de manera cordial y menos colocarles todo lo que contenía el libro en bandeja de plata— ¿Qué conoce exactamente sobre los orígenes de la magia que poseen los magos?. Sabe de donde surgió el primer hecho relacionado con ella, justo antes de que fuera tallada la primera varita que permite lanzar infinidad de conjuros para de defensa o ataque—se mostraba incisiva con su cuestionamiento. 

— Arena Mágica del desierto, si la sopla contra alguien, su visión desaparece durante un tiempo y la recupera tras cinco segundos de forma paulatina. Verá una luz, después su visión será doble, borrosa hasta que pueda recuperar la visión por completo, dándole un breve espacio de tiempo para poder escapar. Si la emplea en pociones, tras el hervor, puede producir un escozor en los ojos y ganas de dormir, obligándolo a cerrar los ojos—le explicaba a grandes rasgos los efectos de esa arena— Se guarda dentro de un frasco con forma de colgante, la arena se agota si se usa con bastante frecuencia. Pero se va reponiendo conforme van transcurriendo las horas—le mostraba el frasco que llevaba ella colgando de su cuello.

—Anillo de Presencia, tal y como lo dice su nombre. Es un anillo con una pequeña cavidad en medio en la que se genera una esencia mágica al contacto con la mano del mago. Una gota de dicha esencia situada en cualquier lugar, le permitirá al mago observar lo que ahí ocurre, aunque ese lugar se encuentre distante o protegido. Basta una simple gota en una carta enviada por una inocente lechuza para  poder presenciar con todo detalle lo que ocurre en un lugar determinado. Son dos opciones viables para espiar sin ser detectado, pero debe tenerse cuidado en no ser demasiado curioso o entrometido—le echaba un poco de su cosecha a la perorata. Caminando por el lugar apareciendo delante de ella una civilización quizás desconocida para su aprendiz, tal y como se lo había comentado daría un paseo por los inicios de la magia.

— Espero que haya venido preparado para todo, no prometo que sea una travesía tranquila como si se tratará de un paseo en bote en medio del verano—la mirada de la guerrera descansaba en el frasco con la arena mágica del desierto. Abriendo el mismo esparció una cantidad considerable en los ojos del hombre, le tomaría algo de tiempo recuperar la vista. Pero eso le daría la oportunidad a la mujer de abrir el primer pasaje, tomándole por sorpresa de manera inesperada, poniéndolo a  prueba una y otra vez.