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* Campamento en la Reserva *


Maida Black Yaxley
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Había sido bastante diligente, apenas había pisado la Manor, sacó su vuelapluma para redactar la nota de indicaciones y adjuntar tanto el mapa como el traslador, que era un llavero de bronce en forma de cabeza de ciervo. De cierta manera le recordaba el broche de plata Yaxley que compartía con su primo desde que eran niños, sacudió la melena castaña dejando los pensamientos negativos fuera. 

¿Está segura de ir? ¿Y quién es ese Ironwood? —preguntó Nius con cierto recelo.

Casi me has rogado junto con Mushu por mantenerme comiendo y despierta en los últimos meses, deberías ser el más alegre de este paseo improvisado.

Es que el paseo no es improvisado, usted iba a ir por algunos ingredientes a la Reserva, conmigo y con Nius, y ahora va con él, y nos deja a nosotros.

¿Celoso? —bromeó mientras lo veía guardar las cosas en una mochila— Sé que mi vida amorosa no es portada de Corazón de Bruja, Nius, pero jamás me han gustado los elfos domésticos.

¡Señorita Yaxley! —bramó el elfo continuando con sus labores.

No pudo dormir aquella noche, se había ensimismada en ordenar las pociones, hacerlas pequeñas y guardarlas en una maletita para que no estorbara. La magia era excelente para brujas como ella que no tenían demasiada fuerza y además, solían viajar solas. La mochila entera ocupaba la espalda de la bruja, pero era más volumen que peso, la había probado varias veces. La reserva era un lugar bastante amplio, ella siempre había sospechado que además de los embrujos que la ocultaban de los ojos muggles, habían amplificado el terreno mediante magia, porque no era posible tener aquella cantidad de dragones, augureys y demás animales si no era al menos, cómodo. Casi pasadas las cuatro de la mañana, se montó en su escoba, una saeta de fuego suprema, obsequio de la selección búlgara; generalmente la usaban para las presentaciones oficiales. Tenía también la saeta de fuego siete amarrada a la mochila, se la prestaría a Matt, porque justo en la noche recordó que había olvidado preguntarle si llevaba una escoba consigo, y que habiendo resuelto el problema de trasladarse a Hogsmeade su mente se había quedado en blanco. Llegados a Hogsmeade, le cambiaría de escoba, previniendo cualquier cosa, esas escobas podían haber sido creadas por el mismo demonio si no se tenía la destreza necesaria, el objetivo era llegar vivos al menos, ya salir igual quizá era demasiado pedir.

Montó en la escoba y alzó en vuelo en segundos. Más por costumbre que por comodidad, se había colocado unas gafas que le protegían los ojos del viento, lo que resultó ser un gran acierto, la madrugada estaba oscura y llovía ligeramente, el clima del Reino Unido era una cosa impredecible a veces. La túnica se le pegaba al cuerpo y se alegró de sentir el frío inundando su piel, ella disfrutaba las baja temperaturas como si fuese niña pequeña. Algo que solo lograban las pociones y el quidditch, era su máxima concentración, podía ver algunas aves nocturnas pasar de copa en copa de árbol, distinguir los metros que faltaban para dejar atrás los parques, los bosques, etc. Sabía cuando las nubes la amenazaban e incluso su visión lateral se agudizaba para ver si algún peligro la acechaba en el aire. Llegó en menos de tres horas volar  a Hogsmeade, esto también porque había usado la velocidad más alta de su escoba, 

El descenso fue suave, como siempre y pronto se vio caminando hacia la Casa de los Gritos. No estaba segura de si llegaba temprano o tarde. Lo que sí hizo fue intentar ordenar un poco la melena, porque el viento había hecho lo que quiso con sus cabellos. 

 

@ Syrius McGonagall

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Matt Ironwood.

Hogsmeade, Escocia. 

 

La sensación de viajar mediante un traslador era algo ineludible, por mas que uno ya la hubiera experimentado en el pasado una o varias veces jamás podría obviar la vertiginosa y huracanada velocidad de aquel particular medio de transportes. Sus botas impactaron con fuerza sobre el suelo lo que género que sus piernas temblaran un poco mientras se recuperaba del leve mareo tras el viaje.

Una ráfaga helada de viento le ayudó a despejarse completamente y Matt abrió los ojos, la noche seguía estando cerrada faltarían un par de horas antes de que el sol se alzara por el este, un cielo parcialmente nuboso apenas dejaba notar algunas estrellas y una fracción muy pequeña de la luna llena por lo que la oscuridad era casi total.

Frente a el se alzaba la parte trasera de la tienda de tintas que Maida le había comentando aquella tarde, ni una solo luz se podía observar desde las ventanas. Guardó la llave de bronce que le había servido de traslador en uno de los bolsillos de la enorme mochila que llevaba encima y extrajo de otro el mapa del pueblo de Hogsmeade.

Mientras volvía a colgarse la mochila sacó la varita del bolsillo derecho de su pantalón al tiempo que la encendía y la sostuvo con su boca para poder desplegar el mapa con ambas manos. Iluminó el pergamino y trató de localizar su posición en el mismo para posteriormente buscar la famosa Casa de los Gritos.

Cuando hubo calculado el trayecto más corto volvió a guardar el mapa en su mochila y varita en mano avanzó por las oscuras calles del único pueblo completamente mágico de Gran Bretaña.

No tardó en notar el perfil descuidado y solitario de la Casa de los Gritos en las afueras del pueblo, allí en medio de una noche oscura y fría claramente comprobó que la siniestra reputación de aquel edificio era justamente merecida.

En el camino que conducía a la entrada, junto a la calle distinguió la figura de Maida que lucía igual de cargada que él. Se acerco sonriente a la bruja para saludarla -Espero no haberte hecho esperar demasiado – dijo antes de frotarse las manos por el frío – Dios esta frio, ahora mismo en Honolulu son las siete de la tarde y hay 26 grados , recuerdame por que no partimos de allí entonces– bromeó el paladín.

 

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La puntualidad era un rasgo normalmente asociado con los ingleses, sin embargo, Matt no había sido ajeno a aquella buena virtud. Le causó un poco de gracia que se quejara de cierta manera del frío; ella lo disfrutaba enormemente, prefería hundir los pies en nieve que tener que refrescarlos por el calor y si, recordaba el calor de su temporada con los bomberos. Quizá lo hacía más por la incomodidad de la ropa corta que por la sensación en sí, podía bien encender uno de esos molinos con electricidad que tenían los muggles y liberarse del calor, pero verse en esos shorts de jean la espantaban por completo.

Una chaqueta y listo, Ironwood, no me dirás que un poco de lluvia va a sacarte esa sonrisa eterna, ¿no? —bromeó en respuesta, se sacó la mochila de encima y sacó una ligera petaca, pasándosela al mago— Es un poco de infusión de hierbas que controlan la presión, tiene jengibre, cola de caballo y manzanilla, te ayudará a relajar un poco la temperatura sin los efectos del alcohol que hace lo mismo. Toma solo un shot, tampoco queremos que te sobreestimules, pero el viaje en escoba te congelará si no lo bebes. Ya en la reserva estarás cómodo, tienen las temperaturas controladas para los grupos de animales. 

Desató la saeta de su mochila y sacó unas gafas y un estuche pequeño antes de darle la que había utilizado ella para el viaje.

Supuse que no tenías escoba disponible y te traje esta, puede ir super veloz aunque esperaba disfrutar un poco más de surcar las nubes —explicó entregándole el mango de fresco al alto muchacho—, gafas impermeables y unos tampones de oído que permitirán oír voces y sonidos de animales pero dejarán por fuera el sonido del viento. Regalos de quidditch, por supuesto. 

Cerró todo y acomodó nuevamente el cuerpo para alzarse un poco en su escoba, apenas a medio metro del suelo. Aseguró su varita alrededor de su antebrazo y bajó sus propias gafas.

Cuando estés listo, Matt —sugirió con una sonrisa—, recuerda que puedes hablar con cierta normalidad, solo dejaré de oírte si nos alejamos más de trescientos metros de distancia el uno del otro. Iremos hacia el sur directo al menos unos veinte minutos, durante ese tramo podemos volar un tanto bajo, luego tendremos que subir al menos unos cuarenta metros del suelo, evitando ojos muggles. ¿Entendido?

@ Syrius McGonagall

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Matt Ironwood.

 

Matt observó curioso a la luz de su varita, la pequeña petaca que Maida le tendía mientras escuchaba la descripción del contenido. No se negaría a nada que le ayudará a soportar el frío que sentiría una vez comenzaran a surcar a todo velocidad el invernal cielo escoces, no estaba acostumbrado al frío y no gustaba del mismo.

-En casa me enseñaron a tener cuidado con pócimas extrañas- le sonrió a la bruja -A este paso no te costaría nada envenenarme que lo bebería igual, pero confío en tu palabra Yaxley, a tu salud - señaló a la búlgara con la petaca y le dio un pequeño sorbo como le había recomendado. 

El sabor le resultó… ¿extraño? No es que fuera desagradable pero tampoco podía decir que le resultó placentero, logró sentir algo de la esencia de la manzanilla que Maida nombró y el leve picor se lo adjudicó al jengibre pero lo más destacado fue la sensación de calor que se extendió desde su boca al esófago y después hacia el resto del cuerpo, envolviendo como una capa.

La sorpresa debió de representarse en su rostro por la risa que dejó escapar la bruja mientras lo observaba beber -Wow - resopló el mago mientras le tendía la petaca a la Yaxley -Es como el whiskey de fuego - señaló el mago -Ya hasta siento que voy demasiado abrigado - comentó el mago que comenzaba a sentirse acalorado. Tiró un poco del cuello de su campera para dejar que un poco del fresco aire nocturno circulara, no se la quitaría porque una vez emprendieran vuelo de lo contrario se congelaría. 

Matt aceptó la escoba, los lentes y los tapones de oído, la bruja había pensando en todo. Se colocó el nuevo equipamiento, montó la escoba prestada y se volvió hacia Maida. -Listo - asintió antes de darle una patada al suelo y salir disparado hacia los cielos. 

El viento rugió a su alrededor mientras el suelo se alejaba cada vez más y más, pronto el pueblo de Hogsmeade se extendió a su pies, una decenas de luces enmarcada en un valle rodeado por montañas. A su izquierda pudo ver el lago que se mantenia impasabile como un enorme espejo negro que reflejaba las pocas estrellas que lograban escapar de las nubes y alzado próximo a una de sus orillas las torres y muros del castillo de Hogwarts de Magia y Hechicería. 

El centro de educación por excelencia de Gran Bretaña, un colegio de más de un milenio de historia y reconocido a nivel mundial. El ojiazul nunca visitó el castillo pero al verlo allí, alzándose imponente en aquel paisaje montañoso, rodeado por un aura que resultaba mágica e hipnótica decidió que pronto tendría que plantearse una visita. 

Apartó su vista de Hogwarts y se volvió hacia Maida que se encontraba a su lado -A tus órdenes Yaxley, yo te sigo -

@ Maida Black Yaxley

 

 

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Solo que sin el whisky y sus efectos de volverte bobo —apuntó mientras le veía caer bajo los efectos de aquella mezcla, no era exactamente una poción mágica, pero si que le había costado crearla en su propia cocina—, andando.

Una vez ambos estuvieron rompiendo las ráfagas de viento, Maida no pudo evitar sonreír; hacía muchísimo tiempo no sentía aquella hermosa sensación de libertad, desde su último partido de quidditch para ser exactos. Miró a su compañero de travesía quién parecía completamente absorto con el paisaje del lago negro de Hogwarts y el castillo mismo, por supuesto. La búlgara no había estudiado sus primeros años ahí, pero conocía la sensación de verlo por primera vez. La semana sería muy corta para ofrecerle un tour ligero en Hogwarts, pero se lo propondría para otro viaje, seguramente tomaría bastante tiempo agendarlo dadas las innumerables actividades en las que se veía involucrado el americano. 

Su cabello iba recto detrás de ella, sin estar amarrado parecía estático y obediente a la corriente de aire, seguro era una estampa baste graciosa. 

¿Ves? Los climas fríos y sombríos tienen su propia magia, Matt —comentó de pronto cuando las anteriores sombras comenzaban a teñirse de un tono violáceo porque pronto comenzaría el amanecer. Para el lado de la reserva aún restaba un trama bastante largo, aunque estaban a punto de virar hacia unos treinta minutos de la derecha, solo tenía que ver el comienzo de un bosque oculto a ojos muggles—, hora de subir.

Inclinó el mango de la escoba casi en un movimiento recto y subió hasta quedar protegida con los primeros colchones de nubes, llevaba muchos años sin realizar esa ruta, pero se la sabía de memoria, era imposible para ella perderse. Giró el cuello para asegurarse que Matt seguía con ella y flotó un momento.

Usa el cronómetro de la escoba, cinco minutos exactos hacia la derecha y frenamos para verificar la ruta, deberíamos  comenzar a ver algunos snidgets protegidos por ahí —indicó antes de programar su reloj y afianzarse en el mango de la escoba una vez más—, aire más puro en el Reino Unido no vas a conseguir, disfrútalo.  

Matt no era su mejor amigo, pero realmente estaba disfrutando su compañía, que era más de lo que podía decir de cualquier persona que hubiese conocido en casi treinta años de vida. Por lo menos con él no sentía este terror de abandono, aparecía en su línea de vida en el momento que él consideraba necesario, casi que de improviso, sin avisar, espontáneamente. Y ella no era una chica espontánea, quizá por eso disfrutaba la novedad. 

@ Syrius McGonagall

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Matt Ironwood.

 

No pudo menos que concederle aquella pequeña victoria a la bruja, la verdad era que aquel paisaje septentrional y montañoso lucía como una pintura y justo en aquel momento en que tonalidades violaces y rojizas comenzaban a manchar el negro cielo del este la majestuosidad de aquel paraje volvió a dejar sin palabras al hawaiiano. -Es hermoso - logró formular distraídamente el castaño como respuesta apenas apartando la vista.

Su ensimismamiento se vio forzosamente finalizado cuando Maida emprendió una veloz marcha a través del cielo escoces hacia la reserva y el Ironwood a duras penas pudo mantener el ritmo. Siguió todas las instrucciones que la búlgara le gritaba por sobre su hombro, giró a la derecha, luego a la izquierda, desaceleró, ascendió y bajó cumpliendo con todas sus indicaciones. El paladín no sabía cuánto tiempo llevaban volando cuando descendieron por debajo del nivel de las nubes por primera vez en largo rato.

El Mar del Norte parecía un espejo de oro batido a sus pies, el sol se alzaba por sobre el horizonte tiñendo de dorado las aguas frías del océano y en medio de aquel espectáculo, a unos 10 kilómetros aproximadamente se alzaba la Reserva Mágica Scamander. 

La reserva ocupaba la totalidad de una isla con forma de medialuna, una cadena de montañas con picos nevados servía como la columna vertebral recortando el perfil occidental de la isla mientras que su sector oriental era litoral estrecho de arenas amarillas. Entre la playa y las montañas un espeso bosque de lo más diverso crecía cubriendo la isla de diferentes tonalidades de verde. 

Matt siguió el vertiginoso descenso de la bruja hasta que sus pies se apoyaron en la arena humedecida por las olas de la playa. El americano descabalgó su escoba con cuidado y se giró hacia su compañera -Esta isla es más grande de lo que esperaba - reconoció mientras sostenía con su diestra la escoba prestada -Es grandioso que tengan un lugar tan prístino para albergar criaturas - continuó el ojiazul, Gran Bretaña no era especialmente reconocida por albergar muchos espacios naturales intactos, casi perdieron por completo sus antiguos bosques. 

El aire salado del océano a su espalda llenó los pulmones del castaño tras una profunda inspiración despejando todos los dolores tras el largo viaje. -Un momento - se excusó el mago que se giró y caminó hasta la orilla de la playa donde unas pequeñas olas lamían la berma. Se acuclilló aun sosteniendo su escoba con la mano derecha y extendió su zurda hasta que sus dedos tocaran el agua fría, se llevó aquella mano hasta los labios sintiendo la sal del océano empapar su labios. 

Una vez terminó aquel pequeño saludo al océano se incorporó y regresó hasta la bruja -Bien, estoy listo - le sonrió -¿Hacia dónde nos dirigiremos primero, capitana? - aguardó ansioso la respuesta. 
 

@ Maida Black Yaxley

 

 

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El amanecer tenía sus encantos, fuese donde fuese, aquel no era la excepción; incluso alguien tan apática como ella —al menos en esos períodos de su vida— caía embobada al ver la difuminación de colores del alba. Para cuando descendió de su escoba y supo que habían llegado a la Reserva, se giró para ver a su compañero de travesía, quién parecía tener más aprecio por el lugar que la mortífaga. Si, en efecto la Reserva Scamander era un lugar dónde fácilmente podía uno perderse, sobre todo si se tomaba en cuenta que para algunas especias bastante más grandes, se habían amplificado los espacios mágicamente para que estuvieran más cómodo. 

Si, realmente la gente del Ministerio que se ocupa de este lugar, gracias a Morgana toma su trabajo en serio —comentó mientras él se dirigía al mar y lo ¿besaba o santiguaba? Sabía que costumbres así tanto entre muggles como magos, pero no las conocía a fondo y temía que preguntando quedara como una maleducada, así que no dijo nada—, te va a gustar más en cuando podamos disfrutar de las vistas, realmente no piso la reserva hace más de tres años, cuando necesitaba ingredientes urgentes, enviaba a mi elfo. Verás, detesto confesarlo abiertamente pero creo que mereces mi franqueza: soy una bruja snob y mucho.

Se río un poco de sí misma, un poco de las situaciones. Si bien Maida no era exactamente una mala persona —tomando como referencia que era mortífaga y tal—y hasta el momento no había cobrado la vida de nadie; si había adoptado bastante bien las formas y costumbres Black y Triviani, más que las Yaxley. Amaba a su tío y lo respetaba muchísimo, pero era bastante orgullosa de sus raíces mágicas como para terminar adoptando la vida entre visiones, tés y vida sin elfos domésticos que él había impuesto en la Yaxley. Lo admiraba, por haberlo logrado, más cuando se enteró de quiénes habían sido en el pasado Gatiux y él, dentro de la Marca; pero no compartía muchos de sus nuevos valores y principios. Si tenían las comodidades propias de familias mágicas adineradas, ¿por qué no hacer uso de ellas? Sobre todo en tareas como aquella, por lo demás, a vista de cualquiera, se pensaría que Maida no gastaba mucho en túnicas o vestidos excesivamente caros. ¡Si hasta iba descalza casi el cien por ciento de las veces! 

Mushu y Niux, son elfos domésticos que han visitado la reserva en mi nombre y han cuidado de algunas de mis criaturas —continuó explicando mientras guardaba su escoba en un siempre útil bolso de moke dentro de su mochila—, ¡vamos! 

Caminar no iba a afectar al americano, se notaba que tenía mucho más físico que ella, pero pretendía llegar a los Moonclaf y Aethonans lo antes posible. Por el camino podían cruzarse con infinidad de criaturas pequeñas: bowtruckles, imps y si se ponían exquisita, le pareció que había visto un par de Porlocks, pero como ellos siempre se escondían, no podía estar del todo segura. Pronto llegaron a una especie de páramo desde el que ya no veían la orilla de las islas y Maida tiró su mochila al césped.

¿Desayuno? —comentó mientras sacaba una mesilla portable, de esas que se usaban en campamentos muggles, un par de sanguches de pollo, otro par más de jamón inglés y queso edam y finalmente, dos termos de café, debían ser ya casi las siete de la mañana, ya no había rastro de la noche—. Aquí, en unos momentos más seguro vemos a los Aethonans, tengo dos a mi disposición, el de Aron y el mío, solo necesito pelaje de sus alas y cuando terminemos con el resto de artículos, seguramente al caer la noche, podremos ver a los Moonclaf, de los cuáles, y con mucho cuidado, me ayudarás a cortarle las pezuñas, necesito estudiar el ADN que los relaciona con la luna. 

Alzó uno de los termos hacia él.

Vuelve a confiar en mí, realmente no pienso envenenarte, Matt, me gustan las pociones que controlan voluntades o emociones, no las que asesinan gente —amenazó en broma—. ¿Te parece que soy una bruja mala? 

@ Syrius McGonagall

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