Y como si estuviese esperando toda su vida para la llegada de la primavera, la semilla floreció. La flor azul, más conocida como el aciano o azulejo, símbolo de lo inalcanzable, el afán por el conocimiento de la naturaleza y consecuentemente, de uno mismo, por fin había superado su más dura etapa. Luego de lluvias interminables, vientos feroces y la intervención de los seres vivos de la naturaleza, la flor pudo germinar junto a otro pequeño grupo de azulejos, formando un hermoso jardín que sobresalía en medio de dos grande rocas ubicadas en una lejana pradera. Pero sólo una de ellas era más grande que el resto.
Aquella flor nacional de Estonia, ubicada al norte de Europa, tenía 30 centímetros más de tallo que las demás, siendo de un color azul intenso que en ciertos pétalos parecía tornarse azul-violáceo, llamando la atención de más de uno. Un día como cualquiera, alguien que pasaba junto a las dos rocas pensó que sería muy romántico tomarlas todas y hacer con ellas un ramo para dárselas a la persona amada, pues la flor azul también representa el anhelo, el amor y el afán metafísico por lo infinito. Aquel joven las arrancó todas de raíz, o bueno, a casi todas y se alejó. Tan sólo una flor había permanecido allí, con sus pétalos completos, pero sola y, curiosamente, era la flor más grande y hermosa de todas.
Los días siguientes de aquel incidente fueron más que tormentosos. El azulejo vivía preocupado de ser arrancado. ¡Disfrutaba tanto estar allí! Al lado de las fieles rocas, siendo espectador de los más hermosos ocasos y conmovedores amaneceres. Había vivido tantas cosas y sido cómplice de varias declaraciones de amor que no sufría por ser el único de su especie, de hecho cualquier animal que pasaba a su lado se quedaba admirándolo por un buen rato y luego se marchaba. Se podría decir que conocía prácticamente todo, pero sabía que al final de la primavera todo terminaría y debía prepararse.
Aquella mañana el azulejo se levantó con el primer rayo de sol, con la promesa de que ese día sería excepcional. Como la noche anterior había estado lloviznando, aquello sirvió para que la resplandeciente flor pudiera explotar su belleza al máximo. ¿Pero qué debía hacer para hacer de ese día el más especial de su vida? Vivía plantado en el suelo y las rocas que habían sido sus protectoras ahora lo limitaban. Se detuvo a pensar por un momento pero el sonido de un par de zapatos pisando la tierra y levantando el polvo lo alertaron. El mismo joven que hacía días atrás se había llevado a las demás flores regresaba, pero esta vez con una expresión totalmente distinta en su rostro. Varias lágrimas caían por sus mejillas y con sus manos empuñadas repetía una y otra vez el nombre de una chica.
Pasaron varios minutos y finalmente el joven dejó de maldecir y patear. Cuando ya planeaba retirarse, vio a la flor que a pesar de no tener la culpa de nada de lo que le hubiese ocurrido, no podía dejar de traerle malos recuerdos y amargura. Con rabia y frustración, arrancó a la pobre flor que de repente se sintió sin oxígeno, desprotegida, la lanzó al piso y estuvo a punto de pisarla, pero no lo hizo. Arrepentido, al darse cuenta de lo ocurrido, quiso reponerlo a pesar de que sabía que ya era demasiado tarde. Apenado, acomodó la flor y se marchó.
Para el azulejo todo había sido demasiado rápido, de un momento a otro pasó de sentir cómo su tiempo de vida terminaba para al siguiente darse cuenta de que no había sido así. Sin saber qué hacer o cómo reaccionar, el azulejo rogó con todas sus fuerzas de que aquel no fuese su final. Nadie supo el por qué ni de donde, pero una suave brisa elevó a la flor en el aire, siendo este el comienzo del viaje que emprendería y terminaría con su muerte.
La flor se elevó muy alto por los cielos y fue arrastrada por la suave brisa que la llevaba por senderos desconocidos, atravesando árboles, visitando otras praderas, cruzando pueblos cercanos y viendo todo tipo de animales, personas e incluso otras flores que no sabía que existían, pues al crecer completamente sola era lógico suponer que creía ser la única flor sobre la tierra.
Las horas pasaban y la flor iba perdiendo altura, cada vez un poco más. El viento cambió de dirección y estaba casi que tocando el suelo. Cuando finalmente llegó a la tierra pudo sentir como ya se quedaba sin fuerzas, sus pétalos ya habían perdido su color y estaban pequeños y arrugados. Ahora tan sólo era cuestión de minutos.
El sol empezó a ocultarse, dando la bienvenida a la noche y junto con ella la habitual brisa que anunciaba que pronto el cielo estaría cubierto de estrellas. El azulejo no se había movido de su lugar y esperaba paciente su momento. Un viento más fuerte lo arrastró y lo llevó de regreso al lugar donde había surgido. Sus dos fieles rocas lo habían estado esperando, felices de ver de nuevo al azulejo que las había hecho atractivas para todo aquel que pasara por su lado; éste quedó acomodado en medio de ellas y como si estuviese sonriendo les regaló el último pétalo que se desprendía de su cuerpo.
De esta manera el sueño de la flor que había nacido un día de primavera se había cumplido. Hasta el último momento de su vida pudo ver todo cuanto imaginó, observando con detalles cosas que no conocía y complacida de saber que siempre hay algo más que merece ser descubierto. Fue así como el azulejo concluyó su ciclo en la tierra, no sin antes llevarse la idea de que la perfección está en todo cuanto nos rodea y no se basa en la belleza externa, sino que en los pequeños detalles. en todo aquello que preferimos ignorar aunque esté frente a nuestros ojos; y que lo que nos hace especiales es nuestra esencia y la forma de sobreponernos a las adversidades, porque sin importar que tan grandes sean, no nos debe hace olvidar quienes somos realmente; que muchos nos pueden usar y desechar, pero lo que realmente importa es saber hacia donde vamos, lo que queremos; tener siempre presentes nuestros sueños que nos pertenecen únicamente a nosotros, que nunca es demasiado tarde para verlos cumplir y… ser como la flor, que a pesar de sus miedos no dejó nunca que estos la vencieran.
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