Día anterior. 10:00 am.
El silencio sepulcral reinaba en el Ático Munter. Había llegado hacia más de un mes pero todavía no recibía noticias de los pocos familiares que le quedaban. Estaba segura que seguían vivos, las condiciones no las sabía, pero los Munter siempre se las arreglaban para sobrevivir, al fin y al cabo era a lo que estaban acostumbrados. Pese a la hora, no tenía intenciones de levantarse de la cama, ni de comer, la pesadez de su cuerpo era mayor que la de otras ocasiones. ¿Estaría perdiendo la práctica? ¿Desde cuando lidiar con magia oscura suponía una perdida tan grande de energía? Y eso que apenas había preparado dos pociones, que de lejos no eran las más peligrosas que hubiesen pasado por sus manos. Suspiró, sentía acidez en el estómago, producto de los gases desprendidos por el filtro de los muertos.
El día no parecía muy diferente de los anteriores, todo pintaba ser como la misma rutina desde que volvió, la cual consistía en tomar siestas hasta bien tarde, de vez en cuando darse una ducha, pasar la mayor parte del tiempo en el invernadero, experimentar un poco, salir de cacería, regresar para seguir leyendo los mismos libros de siempre que se amontonaban en polvo y cerrar el día con algo de licor hasta caer profundamente dormida. Eso sucedía todos los días, en ese mismo orden y sin ninguna alteración. Aquella rutina la hacía sentir en control y el control era algo que a Tauro le gustaba tener, de esta manera evitaba sorpresas desagradables e inclusive la ayudaba a prepararse para lo peor, pero ese día lo impensable y poco probable sucedió.
Hoy. Alguna hora cualquiera.
La bruja ya no era un miembro activo de las filas Mortífagas hacia varios años ya, su paso por el bando contrario había sido además de corto bastante insignificante. Sin embargo, sus ideales a pesar de haber tomado una dirección más para beneficio personal, seguían teniendo gran afinidad con los Magos Oscuros, tanto era así que no tuvo que hacer mucho esfuerzo para volver a unirse y portar la máscara (aunque de manera simbólica). El tatuaje de su antebrazo que ahora no le importaba ocultar, volvió a arder después de lo que parecía una década, por lo que resultó imposible que este evento pasara desapercibido.
Esa familiar sensación la hizo sentir... viva, o más bien, rutinaria. Esbozó una pequeña sonrisa que provocó que varios músculos de su cara volvieran a estirarse o siquiera ser conscientes de su existencia. Por experiencia creía saber diferenciar entre los diferentes tipos de llamados. Por ejemplo, cuando se trataba de una batalla solía sentir euforia o excitación, cuando se trataba de una junta directiva (muchas de las cuales ella dirigió) la emoción era reemplazada por obediencia y así con cada escenario y en esta situación en particular, sentía interés, curiosidad y peligro, tres ingredientes que le encantaban. Sin darle más largas al asunto, agarró su capa de viaje y siguió el llamado, dejando como único rastro el solo humo negro que no tardó en inundar la habitación.
Reapareció a las afueras de El Bosque Encantado, un lugar conocido más no muy visitado de su parte. Si algo había aprendido en sus tantos viajes, es que al Bosque se le respeta y se le debía tratar como a un ser divino, ya que de el emanaba la mayor cantidad de energía que da vida a los seres vivos de la naturaleza. Más allá del respeto, ella sentía una profunda conexión con lo que atribuía eran sus raíces, sus ancestros. Así mismo, era consciente que el Bosque guardaba tantas sorpresas como peligros, pues todo lo que allí habita tiene la libertad absoluta para desatar su verdadera naturaleza.
El Bosque parecía demasiado tranquilo y ya de primera eso era una mala señal. No tuvo que recorrer mucha distancia cuando la primera criatura albergada por ese mágico lugar hizo su aparición. Se trataba de una Mantícora, peligrosamente llamativa, deseada, buscada y temida. Pese a que ya de por sí su aspecto era suficiente para imponer respeto y mandar señales fuertes de advertencia, su aguijón era lo más letal, el cual contenía un poderoso veneno por el cual valía la pena arriesgar la vida con tal de obtener un poco de el.
--No es mi intención importunarle --intervino por primera vez --Si me lo permite solo quiero atravesar hacia allí, donde viene el humo de la fogata --, explicó. Sabía que no iba a ser tan fácil, que la Manticora le importaba poco sus deseos, ella simplemente se había aparecido en su camino y era un estorbo.
--Entiendo --. Si bien la criatura no había dicho una palabra, era capaz de entenderle perfectamente. --Hagamos esto... Si me dejas pasar, prometo traerte algo de tu interés y si no te satisface, yo misma será tu comida de hoy. Tengo buen sabor, no te dejes llevar por mi apariencia física, soy más que huesos, te lo aseguro --. Lo cierto es que la bruja lucía bastante baja de peso en comparación a la última vez que se le vio en público --¿Y si vienes conmigo? Digo, puedes permanecer cerca, así te aseguras de que no voy a escapar. Tú y yo sabemos que tengo pocas posibilidades contra ti --mintió para mantener esa imagen sumisa. Puede que la Mantícora haya estado muy aburrida o solo quisiera jugar con su presa, pero terminó accediendo y le dejó bien claro que la estaría observando todo el tiempo aunque la bruja no fuera capaz de verla --Me parece más que justo --. Habiendo cerrado el trato, siguió su camino hacia la fogata donde ya aguardaban dos personas.
--Buenas --saludó a los presentes --Y no, no ha sido problema alguno el llegar, pero para serte sincera, no estoy segura del por qué se nos ha citado aquí.