El Sol se estaba por ocultar, la Luna intentaba alzarse en lo alto de los cielos. Las estrellas comenzaban a figurar en el firmamento. Una helada brisa recorría los terrenos, y golpeó su rostro despertandola de su ensimismo. Su aspecto había cambiado, no era tonta, no podía pisar esos lugares mostrando su verdadera identidad. Por lo que simplemente se limitó a ponerse una túnica negra y una capa con la capucha puesta para ocultar su rostro. Negro, como su alma y corazón.
Su rostro se hallaba inexpresivos, y sus ojos aun estaban rojos como nunca antes a causa de la salinidad de las lágrimas. En su mano llevaba su varita, había guardado sus armas por precaución, ese lugar era muy distinto al resto, no era como su mundo. Jamas lo sería. No se molesto en aparecerse por polvos flu, ni por criaturas ni nada. Prefería caminar, meditar un momento todo aquello. Tratar de conservar el poco equilibrio que le quedaba.
Una vez ingresó a los jardines de aquella Mansión, si, aquella Mansión. Observó las estatuas, las esfinges, y todo lo que ya conocía con total indiferencia. Frialdad, eso era lo que había que tener en aquella vida para sobre vivir. Y si solo estaba allí, era por había algo que tenía en aquel lugar, que había escondido hace muchisimo tiempo y ahora nesesitaba recuperarlo. Por que no pensaba volver.
Al llegar frente a las puertas pasó sin tener problemas, sin tocar ni nada, al fin y al cabo, parte de aquel lugar le pertenecía. O al menos, ahora y no luego. Observó con sus ojos repletos de odio a la elfina que asustada se volvió al verla. Una sonrisa maquiavelica se formó en su rostro. Si, era Circe.
- Vete -dictaminó- y dile a tu amo que no entrometa en mi camino si sabe lo que le conviene.
La elfina no se lo pensó dos veces y desapareció. Siguió caminando por aquellos pasillos conociendolos de memoria y además guiandose por su don Demoniaco. En un momento llegó a un punto que se dividía en dos caminos. Uno era el que debía tomar, conducía a su habitación. El otro era el que despedía sensaciones... y podía dejar cosas en claro.
<<Pasaré nada más luego correré a mi recamara y tomaré el Libro que nesesitamos para la guerra>>
Tomó el camino de las sensaciones, sus pasos eran sigilosos, casi imperceptibles. Al terminar observó desde lo más oculto, controlando las sensaciones que ella misma despedía para que el vampiro no las sintiera, sabía hacer eso, era una de sus especialidades. En cambio, ocultar su alma no podía, pero no era un Demonio él así que no habría problemas. Observó a la chica y formuló una mueca amarga. Harpócrates tenía razon, no le había mentido en ningún momento.
Salió de su lugar y apuntando a la chica dijo:
- ¡Sectumsempra!
Un rayo rojo salió disparado de su varita directo al pecho de la chica con la misión de producirle varios cortes sangrantes que la matarían.