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Zeth Black Lestrange

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Mensajes publicados por Zeth Black Lestrange

  1.  

     

    El olor a las colillas del cigarro, viajaba junto a la brisa nocturna que arrastraba las cenizas del tabaco. El viento se colaba entre las carnes rígidas de mi cuerpo que se entumecían a la intemperie, encerrándome bajo la piel en un sin fin de meditaciones. Recostado en el pavimento de algún rincón de la mansión Black Lestrange, me hallaba tumbado sobre mis pensamientos buscando cimentar las dudas que parecían gobernar mis sentidos durante ya varias horas.

     

    Pronto un suave cosquilleo en mi espalda fría se esparció por el centro de mi torso, donde un grafico entintado sobre mi piel se oprimía en mis carnes enviándome un mensaje. Una sonrisa se dibujó en mi rostro mientras me encaminaba hacia la mesa donde reposaba mi varita, y con rápidos movimientos oculté mi identidad con una túnica negra larga hasta mis pies y una máscara blanca de la que apenas se podía percibir el color de mis ojos. Despareciendo de dichos ambientes en una nube espesa.

     

    Los minutos se alargaron hasta que una pesada niebla casi inexistente, envolvieron mis sombras, el aire arrastraba nubes calientes invisibles. Atisbando venenosamente mis translucidas orbitas hacia una estructura lejana, seguía claramente el aroma de los mortífagos que aguardaban la señal para avanzar sigilosos bajo los terrenos ásperos del Volcán -¿brujas, Bélgica? Pensé, asegurándome traer una cámara la próxima vez-; presionando la mágica vara de vid, registraba el entorno rocoso, fijando mi visión en quienes seguramente serian los sacrificios.

     

    Aguardando el momento, levanté mi concentración atendiendo un único punto central, Abaddon.

  2. ...

     

     

    Cuarta Planta

    Psicología y Psiquiatría

     

     

     

    Volviéndome instintivamente hacia la presión en el aire atropellando contra mi espalda, presioné la varita mágica contra la masa que susurraba en mi dorso. El diminuto mástil mágico, iluminó atractivamente a través de las telas del albornoz que llevaba superpuesto, indicándome partícipemente de la energía que irradiaba la fuente aturullada. Mis orbitas translucidas se encontraron con la causa de la fragmentación del viento, observando cada vez más cerca la aproximación exagerada de la forma. Mi diestra se elevó cogiéndola segundos antes de que impactara en medio de mis ojos, permitiéndome articular un gesto de pretenciosidad ante el trámite comunicativo.

     

    Enarcando una ceja sobre ojos estudiosos, leí cada grafismo entintado en la superficie del papiro, obviando las formalidades y etiquetas para asimilar con claridad el contenido de la misiva después de desdoblar el avión; torciendo la línea de mi rostro, ascendía mis ojos hacia un punto inexacto hacia el frente del pasillo de donde había llegado, minimizando la necesidad de continuar con la exploración para adentrarme a las labores que estaban consignadas como mi trabajo. Tragándome las voces que murmuraban dentro de mi cabeza, presioné el memorándum en la palma de mi mano izquierda, guardando con la otra, la vara labrada de vid.

     

    Mis pasos resonaban sobre el suelo recubierto siguiendo la dirección del pasillo desierto, entre tanto, mis sentidos empezaban a pulsar una extraña sensación de auto-defensa, como si el instinto me dijera que existían poderosas razones para tener cuidado en aquellos ambientes. Con ceño endurecido y la mirada fulminante, continué caminando, sigilosa pero seguramente, manteniendo mi porte altivo al acecho de cualquier detalle fuera de lo común. —“Zeth”

     

    Deteniéndome secamente, mis músculos se aprisionaron salvajemente mostrando los torrentes por donde la espesa sangre se desplazaba debajo de mi piel. Mi perfil, estaba estirado hacia un extremo, atisbando hacia una habitación remotamente alejada; mis ojos, se encontraban filosamente ocupadas reconociendo la semejanza de la escena. Una puerta blanca en un muro blanco, sin títulos ni etiquetas, apenas dos placas de metal superpuestas obstruyendo una angosta cavidad en la parte inferior de la lámina de madera, sin tablero de datos, sin información.

     

    Claramente la voz no se había originado nuevamente en mi cabeza, no era síntoma de la locura de mi mente, llegó detrás de la pared; como un gemido ahogado, quizás como uno agonizante, pero con notables luces cómplice. Mientras retrocedía para analizar con mayor énfasis la aparente celda, un aroma familiar tensó mi porte, reconociendo instantáneamente la identidad del perfume. Inhalando con profundidad, retomé la antigua dirección del corredor, finiquitando la exploración que empezaba a conflictuar mi razón. Tan pronto como el sonido del ascensor se oyó batiendo sus puertas, relajé mi cuello para moler la carne tensa y ensimismarme en las órdenes de mi jefa.

    —¿hoy tenemos acción?— cuestioné metiendo mis manos en la bata.

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  3. ...

     

     

    Cuarta Planta

    Psicología y Psiquiatría

     

     

     

    Avanzaba por el corredor silencioso de la cuarta planta, un pasillo anexaba el centro del piso de psiquiatría con varias galerías de salones y aparente habitaciones. Mientras continuaba con la extraña exploración, observaba las puertas cerradas y las ventanas blindadas y opacas que obstruían mi análisis.

     

    Mi cuerpo se tensaba en cada musculo largo que se estiraba endureciéndose; con pasos agiles pero seguros, rondaba por las diversas ramificaciones del pasillo contiguo, sin duda, Misterios no era el único departamento que guardaba secretos. Ante aquella teoría, una línea invisible sobre mi etéreo rostro se elevó ante las sombras de una sonrisa cómplice… instantáneamente, mis pasos se detuvieron y mis extremidades se articularon de tal manera que ante un acto en falso, mi mano estuviera convocando un hechizo de ataque desde mi varita; guardando el aire en los pulmones y dejando las exhalaciones para después; claramente el sonido de una voz agitada o tal vez el de una respiración entrecortada, demasiado cerca de mi ubicación, alertó a mis sentidos.

     

    El calor del aliento golpeó excesivamente cerca de mi nuca, colmando mi piel frígida con la quemante corriente. Mis translucidas orbes se desplazaron rápidamente sin siquiera mover las carnes del resto de mi cuerpo, registrando todos los detalles de la escena a mi alrededor, quedándome quieto para dar un último vistazo al bolsillo interior de mi bata donde guardaba mi arma de vid; girando secamente mi cuerpo en noventa grados alzando mi varita y vocalizando un encantamiento antes de confirmar la forma y materia que susurraba en mis espaldas.

     

    Sólo oxigeno llenaba el pasillo antes de mi.

     

    Tragando el misterio, endurecí mi perfil fijando venenosamente mis orbitas en los espacios cerrados de las puertas y sus marcos, analizando las ventanas selladas, y elevando mis ojos hacia los ductos de ventilación. Toda la estructura secundaba la idea de que me encontraba solo en aquella sección de siquiatría, mas el lugar gritaba fieramente que no creyera en mis sentidos.

     

    Seguro de continuar hasta el final de la extensión recubierta en mayólicas, mantuve mis instintos por sobre mis sentidos, ampliando mi audición y visión. Con la delgada vara de vid labrada entre la palma de mi diestra, inspeccionaba cada elemento peculiar que señalaban las habitaciones, con forme avanzaba, las puertas se hacían más angostas y las ventanas ya no eran parte de la ornamentación. Enarcando mi ceja y masticando la extrañeza que el hecho me producía, empezaba a formular mi propia hipótesis sobre los objetos y criaturas que habitaban cada rincón oculto y apartado de la planta, después de todo, la locura tomaba tonos extremos.

     

    Antes de doblar en la siguiente esquina, un zumbido jaló el hilo de mi concentración.

  4. ...

     

     

    Cuarta Planta

    Psicología y Psiquiatría

     

     

     

    Inhalando profundamente, arranqué el vidrio de la carne muerta de mi mano. Como una pinza extrayendo una bala, mis dedos se articulaban en una perfecta acción para alzar el trozo de vidrio que segundos antes se encontraba enterrado en mi dermis, provocando una cicatriz alargada en la palma alta de mí surda. Apoyando mi peso en el espaldar del sillón, observaba fijamente la viga del techo, desviando mis órbitas translúcidas hacia los fragmentos de la esfera estrellada en el suelo, cuestionándome cómo había caído y cómo el trozo de vidrio había llegado a mi mano. La respuesta, no tardó en acariciar mi entendimiento.

     

    Exhalando nuevamente y con un gesto de fastidio sobre mi rostro, comprendía que yo había ejercido presión sobre el cristal, rompiéndolo dentro de un puño. “Zathiel” fue la palabra que se grabó en mi cabeza. El sólido redondo, era una delicada obra de arte en cristal, en su interior un pequeño caballo blanco labrado en diamante era el centro de la atención. Entre pequeñas piedras preciosas de zafiros, rubíes y esmeraldas a manera de estrellas, y perlas en miniatura formando un frondoso suelo para el corcel, el conjunto de las piezas lo hacían un diseño único, diseño elaborado por mí y que demoró tres meses en ser realizado físicamente.

     

    Mis ojos volvieron a observar los trozos en el suelo de mayólica, resistiéndome a comprender que había destrozado el regalo de navidad de mi hijo. Fastidiado y cansado por mis descuidos, inflé mi pecho poniéndome en pie, tragando el aire que se acentuaba con dosis de culpabilidad, esperaba poder hallar algún ejemplar similar al que había elegido con anterioridad para la primera navidad de mi único hijo varón. Su risa se tatuaba en mi cabeza, como gesto masoquista de culpa, tan marcado que hasta el olor a cenizas y cabello incinerado había desaparecido de mi cabeza. Curiosamente, encontraba aquel susurro del pequeño hibrido, tan familiar a la voz de la joven a la que seguía en mis alucinaciones.

     

    Presionando la piel entre mis cejas, y sacudiendo levemente la cabeza, arranqué la identificación de sanador acreditado de San Mungo de la superficie fría de mi escritorio, caminando hacia la puerta blanca, cogiendo la patética bata blanca que había lanzado sobre un perchero de plata, colgada al lado del saco negro que vestía en mi llegada al hospital. Mientras abandonaba la habitación, introducía mis manos entre las mangas de la bata, desdoblando las mangas remangadas de la camiseta gris que vestía, la cual se calzaba en cada ángulo de los músculos definidos de mi torso.

     

    Mis pasos me arrastraban por un pasillo extenso poco iluminado, donde mis ojos atisbaban con gran extrañeza por la famili… —“Zeth…”— mis ojos se estrecharon sintiendo un peso sobre mi nuca, deteniendo mi camino unos segundos para confirmar el sonido extraño desde el fondo del pasaje tenue. El aire helado proveniente de la dirección del corredor níveo, parecía ulular entre sus inexistentes brisas, las respiraciones agitadas de personas. Aquella sensación me recordaba mucho a los prisioneros en la cárcel. Perfilé mi cortante mirada estudiando las probabilidades de perder demasiados minutos en echar un vistazo en las cámaras que serpenteaban en el pasillo. Dirigiéndome hacia la extensa pieza de mayólicas.

  5. ...

     

     

    Cuarta Planta

    Psicología y Psiquiatría

     

     

    Entre los dedos de mi mano izquierda, un único trozo de vidrio se mantenía punzante entre la piel muerte y las gotas coaguladas del liquido bajo las capas de piel, un único pedazo que había quedado marcándose en mi carne, el ultimo residuo de una esfera que giraba en torno al movimiento descuidado de mi mano, imitando el ciclo desordenado pero rutinario de una existencial y patética sombra de un viejo amorío. La caída de los restos de cristal sobre el suelo de porcelana lograron arrancarme instantemente del extraño sueño, tan desconcertante y fugaz, y tan real, que el olor a cenizas había perforado un hoyo imborrable en mi estomago.

     

     

    Con la postura aparentemente petrificada y la mirada quieta señalando el fondo firme del techo, aspiraba el aire que danzaba en los rincones de la habitación. A pesar de que los botones del cuello de la azabache negra estuvieran desabrochados, sentía como un lazo presionaba mi yugular, interfiriendo con el recorrido de oxigeno hacia mis pulmones, pronto la cabeza empezaba a punzarme y mentalmente percibía a flor de piel como la saliva pesaba sobre mi lengua. Presioné los parpados sobre las pestañas, quedando mi punto visual en un negro absoluto, puntualizando algunas flamas rojas en el fondo nubloso de lo abstracto.

     

    Volví a inhalar abriendo los ojos, perfilando mi rostro hacia un punto medio en la pared contraria a los estantes de mi espalda, entrecerré los ojos y absorbí las palabras en mi garganta, mi pecho se inflaba lentamente mientras los músculos de mi cuerpo parecían endurecerse más como reacción a la inestabilidad emocional. Ladeé mi cabeza para tronar la tensión de mis carnes tensas… “tu perfume, aun embriaga todo mi ser, tan cortante, tan sutil, como tu naturaleza” me dije volviendo a cerrar los ojos, presionando mis manos en forma de puños, sintiendo el ardor del pensamiento.

     

    Tan viva, tan sorprendente, como el perfume reciente de las flores antes de marchitarse, y tan amargo como la hiel calcinando el paladar. Inhalé hondamente para no confundir mis sentidos, olores a desinfectante y alcohol medicinal fueron los primeros en llegar a mis fosas nasales. Los movimientos ondulantes de mi pecho empezaban a relajarse y con seguridad abrí mis ojos observando la habitación donde me hallaba. Mi diestra sobre el escritorio y mi siniestra sosteniendo un fragmento extraño bajo mi dermis. —Genial— susurré con sincera molestia —ahora ve a comprar otro—.

     

    Mis ojos se empozaron en la acción antes de registrar cada objeto del consultorio, alcanzando el vidrio con mi índice y pulgar de la diestra.

     

  6. ...

     

     

    Cuarta Planta

    Psicología y Psiquiatría

     

     

     

    Las yemas de mis dedos tamborileaban contra la superficie lisa del escritorio, mientras mi surda descansaba sobre el reposabrazos del sillón, tanteando una esfera de cristal entre el índice, pulgar y el anular; una suma de golpeteos rítmicos que secundaban las manecillas de un reloj antiguo suspendido en la pared, una melodía impaciente cual preludio sorpresivo, la introducción clara del silencio antes de caer en el abismo. Mis ojos penetraban un punto inexacto en el aire, apuntando hacia una minúscula grieta en las mayólicas del suelo, con la vista baja y la postura molestamente altiva, unía las manchas inexistentes de un pasaje extraviado en mis memorias.

     

    Súbitamente, una escena por la que me había iniciado una búsqueda obsesiva en mí subconsciente.

     

    Sus cabellos dorados danzaban con cada briza del viento, serpenteando como hilos de oro a través del fondo marchitado de una calle melancólica. Muros viejos con pintura desgastada, cenizas cayendo al suelo como hojas en otoño decorando la tierra, arrastrándose en minúsculos torbellinos opacos de arena con olor a muerte, alzándose cerca de ella hasta llegar al cielo gris, pintado de nubes cargadas de ira y dolor, mi dolor. Entrecerré los ojos tratando de cruzar la pista desgastada que nos separaba, alcanzado la vereda donde ella segundos atrás se encontraba parada, ahora en su lugar, un faro de bronce oxidado con una luz chispeante.

     

    La locura concertaba de manera excepcional las alusiones. Con el rostro descompuesto por el desconcierto, volví mi vista para buscar a la joven en mí alrededor, captando esporádicamente cómo un último mechón de su cabello se adentraba a una vieja casona de muros corroídos y techos de madera. Sin consciencia ni razón, corrí para alcanzarla, hallándome nuevamente en otro escenario desconocido. La oscuridad vestía magistralmente el primer ambiente que me dio la bienvenida, después de empujar la puerta que se hallaba entreabierta, exploré con precaución las tinieblas que me envolvían… “aquí” oí decir a una voz casi infantil, entrecortada y muy pobre de sonido, como el eco del fondo de una habitación silenciosa.

     

    Como si mi propio subconsciente lentamente lo imaginara. La voz retumbó en los límites de mi cabeza, y como el imán atrayendo al hierro, me enrumbé nuevamente en un camino no programado, atravesando la bruma oscura hacia una puerta entreabierta de donde escapaban unos luceros claros de luz. Las partículas de polvo viajaban entre los luceros y mientras más me acercaba al origen de la luminosidad, percibía más un olor extraño. Colándose entre mis sentidos, un aroma chocante golpeaba contra mis pulmones y mi estomago, cada paso hacia que mi mente solo pensara en dorado, cabellos dorados. El olor a cabello incinerado, era difícil de no captar.

     

    A centímetros de la lamina astillada de la puerta, elevé la palma de mi surda estudiando con su porte la textura de la madera, presionándola contra el vacio que guardaba el interior de la habitación… “crash” —¿Qué?— vociferé parpadeando por tercera vez.

     

    Apoyando mi espalda a respaldo del sillón, inhalé profundamente tratando de mitigar la corriente helada que recorrió mi columna vertebral. Con la postura casi perfectamente recta, mis ojos viajaban lentamente para recorrer las paredes que encerraban el consultorio, posando la mano que minutos antes golpeteaba el vidrio del escritorio, sosteniéndome de la dureza de su superficie, confirmando que me encontraba en la escena real, a verdadera, la actual. Tumbé mi cabeza hacia la masa tapizada del sofá, observando el techo y reconociendo cada mínimo poro que se sorteaba en su área blanquecina. Apenas, había notado que mi mano izquierda sostenía un trozo de vidrio.

  7.  

     

    Cuarta Planta

    Siquiatría y Sicología

     

     

     

    Quieto y con la mirada desafiante, observaba una a una las carpetas -de tantos colores y grosores, que podría hasta designar una para cada habitante de Ottery- que se apiñaban en los anaqueles de una repisa metálica de color blanco, empotrada en la pared. Cerrando los ojos un instante, inhalé profundamente ignorando los documentos que mis pies pisaban, dándole la espalda al archivero, me tumbé instantáneamente en el sillón de cuero negro que contrastaba con el minimalismo de la oficina nívea, echando la cabeza hacia atrás, para observar detenidamente la porosidad del alto techo.

     

    Perdiendo el tiempo deliberada y causalmente, observaba y criticaba mentalmente, un bodegón enmarcado en el centro de la pared de al frente. Relajé mi cuello con movimientos circulares, estirando los músculos de mi espalda y hombros, mientras los dedos de mis manos, tamborileaban en la superficie fría y lisa del escritorio; un sonido sin compas primero, luego una cronología de sonidos, después, una improvisada composición: una pequeña tonada que había quedado grabada en mi subconsciente, probablemente de una de las incontables retretas y conciertos a los que había asistido en mis vacaciones. La canción estaba tan viva, que podía oírla en mi mente.

     

    Al borde del aburrimiento, llevé mis brazos hacia mi nuca, armando un soporte para el peso de mi cráneo, mientras, empezaba a concentrarme para despintar todo pensamiento en mi consciencia, y así pagarle al cuerpo las horas de sueño que exigía. Tan solo, esperaba que aquella mañana, las pesadillas no volvieran, por el bien de mi aparente personalidad cuerda, y de mi trabajo como perfecto Siquiatra –claro que adormeciéndome, con los instrumentos adecuados, podría lograr un descanso decente… un par de whiskys o una botella de vodka, o aun mejor… una pequeña dosis de filtro de los muertos en vida…

     

    —¿Qué?— exclamé apoyando las palmas de mis manos en los brazos del sillón, con la mirada acechante y los sentidos completamente atentos, presionaba las yemas de mis dedos contra el cuero que revestía el sofá, únicamente para confirmar que estaba despierto y que los apéndices de mis manos no golpeaban rítmicamente contra la mesa —Nadie me dijo que usaban terapias musicales para los locos— me dije enarcando una ceja. Aguardando unos segundos, encontré una misteriosa atracción por la sonata —magia— susurré ampliando mi campo auditivo para determinar el origen de aquella infernal melodía.

     

    Poniéndome en pie, alcé la tarjeta de identificación que me acreditaba como siquiatra, con la cual podría moverme en San Mungo sin ser tachado de lunático o acosador. Con una de mis palmas presionando el bolsillo de mi pantalón, donde mi varita de vid se hallaba ansiosa por ser utilizada, terminaba de registrar los pasillos de la planta número dos. Seguro de que el sonido no provenía de este piso, me introduje en ascensor en medio de los demás magos y brujas, percibiendo que muchos de éstos no llegaban a escucharlo, y los demás, únicamente lo ignoraban. Ya en la quinta planta, me instalé en un muro, apoyándome en éste y colocándome el carnet de sanador, estaba dispuesto a encontrar aquella magia y apoderarme de ella.

  8.  

     

    Cuarta Planta

    Siquiatría y Sicología

     

     

    Mientras aguardaba la respuesta de la mujer, me volví hacia un par de cuadros que decoraban la oficina, seguramente obra de la o el anterior jefe de planta, quitándome la chaqueta para sentirme más cómodo, aún sin dejar de apreciar las pinturas barrocas sobre el muro blanco, lamentando que probablemente éstas terminaran siendo desechadas por una nueva decoración más personal. Exhalando casi invisiblemente, desviaba mis celestes ojos hacia las hojas de papel que aun aguardaban en el suelo, reestructurando mi postura, flexioné mis rodillas para levantarlos, seguramente con un truco de levitación hubiera sido más útil, pero sentía que debía hacer algo para eliminar las dudas de mi mala educación.

     

    Acomodando los papeles en sus folders, los lancé perfectamente sobre el escritorio con un sonido seco, posando mi visión en la mujer, quien parecía terminar de inspeccionarme y responder mis preguntas.

     

    La sonrisa confiada sobre su rostro, se mantenía a pesar de que la mujer exponía su argumento, e incluso cuando alzó su diestra como gesto de cordialidad y futura convivencia sana en el trabajo, aunque, seguramente no nos veríamos. Torciendo levemente mis labios favorablemente, respondí el gesto con la mano derecha, atendiendo más a sus palabras, que a la temperatura corporal de su palma. Cada oración que vociferaba, la guardaba en la memoria, archivando las pocas características de su personalidad, y haciéndome de los datos relevantes sobre mi estadía en el piso, por lo que instintivamente, volví mis ojos hacia el camino por el que había ingresado, tratando de ubicar el espacio mencionado.

     

    — ¿Debo usar esa bata?— cuestioné mascullando el nuboso gesto que reinaba en la faz de la Black.

     

    Enarcando una ceja, ante su gesto inelegible, inhalé profundamente comprendiendo que, probablemente todo el cuerpo de siquiatras en la planta, estaban más perturbados que los mismos pacientes, pues mi jefa era una bruja muy… especial —distraída— susurré inaudiblemente. Esperaba sinceramente que las autoridades no nos hicieran algún test de Déficit de Atención, empezaba a gustarme mi trabajo. Turnando la otra ceja, retiré mi semblante de desengaño, elevando la mano derecha a la altura de mi rostro, despidiéndome de la mujer con el trillado e infantil gesto, que en realidad era una acción para atravesar su campo visual con la diestra, y alterar su visibilidad.

     

    — te dejo con… tus cosas— musité altivamente, relajando mi cuello mientras salía de la habitación, con una minúscula sonrisa irónica.

     

    Recorriendo el piso de mayólicas, me guiaba de las instrucciones de la Black, buscando con la mirada el cubículo respectivo que me serviría de espacio personal para la atención de mis pacientes. Ahí estas, exclamé mentalmente, dirigiéndome al cartel de número “7” en color azul, que titulaba el ambiente destinado a mí. Una ventana larga y ancha que parecía cubrir toda la pared donde se empotraba la puerta, era el primer detalle de mi agrado, mientras, rogaba por que el espacio no fuera tan reducido como parecía. Empujando con una ligera patada la puerta blanca de madera labrada, registraba indiferentemente el lugar.

     

    La pared inferior se encontraba cubierta por un librero que parecía servir también de archivero espontáneo, delante de éste se ubicaba un escritorio de madera de caoba con su respectivo sillón, y en el suelo, una veintena de carpetas despilfarradas ocultando una alfombra que podría ser de color rojo vino. Presionando la chaqueta con la diestra, di un par de pasos sobre los folders, girándome agudamente para observar el otro lado de la habitación; un par de persianas en columnas, se encargaban de cortar la visión del gran ventanal, mientras un sillón de tres cuerpos y otro de uno solo, armonizaban con la pequeña mesa de vidrio. No se veía tan mal.

  9.  

    Cuarta Planta - Psiquiatría y Psicología

     

     

    Después de anunciarme, observé el interior de la habitación nívea, sin interés en registrar lo que se hallaba en ésta, más concentrado en un peculiar sonido de hojas cayendo abruptamente por el descuido de alguien, que además de explicarme que el silencio y la concentración imperaba en la planta, me confirmó las sospechas de que alguien se encontraba utilizando los espacios de la oficina. Inhalando hondamente, un aroma dulce penetró mis fosas nasales, además de la respiración contrariada producto del bombeo del corazón de un individuo estudiando a otro.

     

    Extrañado y motivado por aquella indiferencia, torcí las sombras de la sonrisa que se manifestaba sobre mi etéreo rostro, apoyando el peso de mi altivo talle en el lado más próximo del marco de la puerta, inclinándome después de articular los brazos sobre mi pecho, para acomodarme mientras esperaba la reacción de la fémina que lentamente se acercaba con la visión, analizando cada ángulo visible de mi postura, y seguramente realizando un test de peligrosidad y auto-preservación. Encontrándome con sus orbes en el instante exacto en el que su mirada parecía descifrar algún enlace en sus recuerdos.

     

    Enarcando una ceja, atraganté la impulsividad de expectorar mis pocos ánimos de ser evaluado por una especialista, para eso, tenía mi propio criterio, aunque claro, más que un resultado, prefería optar por el remedio, adormecer-instintos. Desviando mi frígida visión hacia el fondo de donde se alzaba analítica la sanadora, sin encontrar nada divertido con qué entretener mi vista, me volví hacia el rostro de la mujer, quien parecía aun estar sacando conclusiones sobre el porqué del color de mi cabello y el contraste con mi carne muerta… en eso, una sonrisa parecía hacerse presente sobre su faz.

     

    —No pareces muy contenta de que trabaje aquí— contesté con neutralidad, inmediatamente después de su apreciación. Sus gestos, me sabían graciosos, al menos, no me aburriría de ella.

     

    ¿Es en serio? Me pregunté mentalmente sosteniendo su pregunta, bajando los brazos para adentrarme su espacio, mientras, observaba los documentos aun en el suelo —necesito una jefa que me indique dónde arrojar los archivos de los pacientes que no sé dónde atender.




  10. Con el brazo izquierdo reposando sobre el espaldar de la silla, y la mano suspendida en el aire, inundé con oxigeno mis pulmones después de terminar de vocalizar las ideas que espontáneamente se habían aglomerado en mis pensamientos; recuerdos sobre un par de lecturas, libros y artículos de pocioneros de aparente confiable reputación. Así, concluí mi intervención sobre las Pociones, asimilando con cierta gracia mis últimas palabras; puesto que no negaría mi interés -obsesión- por el Filtro de los Muertos en Vida. Acechando con mirada neutral a mi interlocutora, seguía la danza de sus caderas que la llevaban hacia otro punto de la habitación, aguardando la crítica de mis ejemplos.

    Pocos segundos después, enarqué una de las cejas por auto-reflejo, instantáneamente, a la vez que la mortífaga hacía referencia sobre mi respuesta; un asentamiento por su parte hubiera sido más gratificante que una oración de la que no me fiaba del todo, no era exactamente satisfactorio ser señalado como el único que releyó algunas columnas en el periódico sobre pociones, y desconfianza de la intención de la bruja, después de todo, si me esforzaba, aun podía oler el amargo sabor de las cenizas de mi cuestionario viajando por las corrientes de aire en el salón. Profundizando aún más los músculos alrededor de mis ojos, para liberar las vías por donde el sarcasmo no tardaría en apoderarse de los minúsculos gestos de mi rostro.

    Parpadeando después de largos minutos sin hacerlo, exhalé profundamente reestructurando nuevamente la postura, reincidiendo en apoyar el peso de mi talle en el respaldo de mi asiento, articulando mis brazos sobre mi pecho, cruzándolos para estirar mi torso, tirando la cabeza ligeramente hacia atrás, con el perfil altivo intentando seguir el hilo de la clase que desarrollaba la Crouch. Estiraba las largas piernas debajo del pupitre, bostezando inaudiblemente –sintiendo el roce de los pendientes que se hallaban perforados en mi labio inferior- para fijar espontáneamente mi visión en el Ravenclaw, quien ahora se mantenía quieto y en silencio –qué extraño, pensé con indiferencia-, pero dudaba que bajo las mismas razones que yo.

    Mientras la pizarra eliminaba la información que segundos antes acogía en su superficie, por acto de la mortífaga; observaba detenidamente los objetos que contenían algunos anaqueles de puertas opacas, delineando con mis translucidas orbes las figuras de los instrumentos que en algún momento debieron servir para desarrollar las teorías aprendidas. En ello, un sonido seco atrajo mi atención, volviendo mis sentidos hacia al frente de mi posición, donde un pintoresco caldero platinado descansaba en medio de la extensión lisa de mi mesa de trabajo. En seguida, observé como varios frascos y pequeños ramos de hierbas, levitaban hacia al frente del salón, clasificándose en dos grupos.

    Posteriormente, cuando mi vista se alzaba en la parte superior de la mazmorra, asistí claramente cómo el pizarrón después de una extraña vibración, manifestaba un par de instrucciones, las cuales secundaban los títulos de dos pociones. —Ahora se pone interesante— susurré entrelazando cada ingrediente de las recetas con su respectivo ejemplar para ser desarrollada. Entre tanto, repasaba los listados, escuchaba las instrucciones de la Crouch, las cuales nos derivaban a estudiar y encontrar con suerte, los procedimientos precisos para cada brebaje. — ¿Solo una hora?— repetí neutralizando mi frustración.

    —Yo elegiré la Hervovitalizante.

    Arrancando mi visión del caldero de plata, me levanté de mi sitio caminando hacia la repisa más cercana, con intenciones de encontrar primeramente el bendito libro que serviría de guía en la fabricación de la poción. Conocía relativamente los efectos de la Hervovitalizante, supuestamente tenia la propiedad de vitalizar, devolver y/o multiplicar la energía de quien la tomase; más nunca había tomado interés en los factores que se necesitaban para prepararla. Deteniéndome delante de otra vitrina, Inhalaba y retenía el aire bajo mis costillas, clavando mi afilada mirada en cada uno de los textos que se sobreponían. Introduciendo mi mano en el interior de mi chaleco tipo-cargo, cogí mi varita de vid para después realizar una floritura hacia el grupo de libros.

    –Accio libro de pociones- susurré sosteniendo ágilmente el texto levitante, para después poner el trozo de vid en su anterior lugar. Recorriendo el pasillo hasta el descanso de los ingredientes, observé la pizarra para tomar nota mentalmente de cada ingrediente que necesitaría: corteza de árbol vital, asfódelo -¿asfódelo? ¿Eso aun se usa? Pensé distrayéndome un instante-, molly, díctamo, y moco de gusarajo. Cogiendo los frascos y los racimos, meditaba seriamente sobre las otras cosas que contendrían las demás pociones que en mi ignorancia, ingería sin meditar en el origen de su contenido. Observando que la mesa donde descansaba anteriormente, no me serviría para abarcar todos los elementos.

    Encontrándome al pie de la mesa, estiré la mano que tenia desocupada, para empujar ligeramente la misma, hacia el pupitre de al lado, obteniendo una superficie más extensa, donde trabajar cómodamente. Vaciando los ingredientes, utilicé nuevamente mi varita, para atraer los instrumentos básicos para la elaboración de toda poción: un mazo y un mortero, un mechero, utensilios para medir, y un termómetro. Descendí mi visión hacia el encuadernado del volumen que sostenía con la mano izquierda, abriendo la tapa para ojear el índice y encontrar la pagina donde hallaría las anheladas instrucciones, y la medida exacta para cada ingrediente.

    Cuando por fin hallé las indicaciones de la preparación de la poción, encendí rápidamente el mechero chato, que contenía un armazón para colocar el caldero. Leyendo minuciosamente, avancé hasta donde se desarrollaban los pasos, regulando la temperatura de mi recipiente de plata con ayuda del termómetro, hasta que la línea roja señaló los 30º. Disminuyendo el fuego para darme el tiempo de triturar la corteza de árbol vital en el mortero, introduciendo las medidas exactas de corteza machacada que señalaba el libro, cuando el caldero tenía la temperatura adecuada. Instantáneamente, observando una pequeña nube densa producirse desde el caldero –mi****, ni se te ocurra reventar, pensé con la preocupación burbujeando mis sentidos-, me detuve en seco esperando que éste no explosionara.

    Mientras la espera se alargaba y el ligero humo desaparecía mostrando señales de que el preparado estaba a punto de bullir, mi mano sostuve rápidamente el frasco que contenía mocos de gusarajos, apuntando con los ojos, las instrucciones que explicaban la medida de éstos. A continuación, eché el contenido de la botella en uno de los medidores de vidrio, vertiendo el total de tres cucharas en el interior del caldero, sin detenerme a observar la reaccion, me dispuse a revolver la solución siguiendo la orden de envolver el brebaje en el sentido contrario a las agujas del reloj. Esperando aproximadamente tres minutos a que el líquido espeso se compactara, empecé a machacar las demás hierbas, cogiendo tres medidas de cada una, pulverizando los tallos y las flores, vertí el polvo al preparado, revolviendo ésta vez en el sentido de las agujas del reloj por el transcurso de dos minutos. Finiquitando la preparación con una floritura de mi varita.

    — ¿Ahora qué hago? ¿Lo reparto en tubos de ensayo a todo el Ministerio?— consulté en voz alta, apagando el mechero y observando el resultado, aparentemente poco agresivo.
  11.  

     

    Cuarta Planta - Psiquiatría y Psicología

     

     

    Aturdido y con las punzaciones taladrándome el cráneo, me dirigía hacia el cubículo más cercano, esperando no dar con el cuarto de servicio, sino, con el ascensor. La palma tentada a ser pegada sobre mi sien, como si intentara sostenerme la consciencia, prensaba mis dedos en un puño asfixiante. Introduciendo la diestra en el bolsillo de mi jean, recorría el piso liso con el ahogado sonido de las zapatillas, e ignorando mí alrededor, llevaba perfectamente mi talle a través de las personas que deambulaban en la recepción. Atisbando con balas de mis ojos -dispuestas a matar lo que fuese que se atravesara en el camino- la siguiente parada de mi primer día de trabajo.

     

    Mi postura altiva e indiferente, proyectaba un perfil controlado; como si cada acción y determinación fueran estudiadas sigilosamente, y efectuadas como el procedimiento rutinario de una máquina. Solo que yo, no acataba órdenes. Estaba acostumbrado a decidir bajo mi juicio, características que se habían acentuado más gracias a los oficios pasados en los que me había desarrollado. Apoyándome en la pared posterior llevaba mis brazos sobre mi pecho, arrugando la chaqueta sastre de color negro que abrigaba mi torso e intentaba ocultar la camiseta blanca que envolvía mi piel.

     

    Con una postura reestructurada y apenas cómoda, ingiriendo el olor exagerado a desinfectante, reconociendo unas mínimas notas de tabaco y alcohol, residuos que se habían negado a abandonar mi piel, a pesar de las horas meditando bajo el agua fría. El cabello oscuro que caía sobre mi espalda, contrastaba dramáticamente contra la piel muerta que cubría mis huesos, las sombras marcadas bajo mis ojos, contaban claramente las noches de desvelo. Inhalando profundamente, observaba a los magos y brujas que descendían en cuanto el elevador avanzaba. Sanadores y pacientes, una atmosfera a la que esperaba acostumbrarme por el bien de mi propia psiquis.

     

    Pronto, abandoné los ambientes efusivos del ascensor, guardando la surda en el otro bolsillo de mi pantalón, dirigiendo mi translucida mirada hacia el extenso pasillo que atravesaba la planta número cuatro. No tenía interés en registrar mí alrededor, mucho menos en perder el tiempo en socializar con los demás humanos, solo aguardaba a que me dieran un espacio personal, adjuntado a indicaciones de trabajo, claro; donde instalarme y aguardar a que no me pudriera de aburrimiento. Leyendo los letreros que titulaban cada puerta, detuve mi andar al hallarme al frente de la que debería ser la oficina de la jefa de planta.

     

    Enarcando una ceja, estampé mi palma sobre la superficie de la puerta que se encontraba entreabierta, esperando la reacción de quien fuese que estuviera dentro. —¿Hola?— agregué a mi espontaneo acto con una sonrisa minúscula, pero tenebrosa —soy el nuevo sanador.

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  12.  

     

    El olor a whisky estaba tan tatuado en mis huesos, bajo la piel, que podía sentir fuertemente el aroma a madera inundando mis fosas nasales, tabaco y los residuos de las últimas cartas que recibí y que inhalé al convertirlas en diminutas antorchas siniestras; que parecían aun levitar cerca de mis manos, aglomerándose sobre mi palma, las cenizas invisibles de los sueños pasados. Entre las costillas, percibía el lento movimiento de un motor, y detrás de las sombras marcadas en mis ojos, se encontraban las razones encriptados de la aparente acides que gobernaba cada uno de mis movimientos. En la oscuridad bajo mis párpados, estaban detalladas las constantes noches de desvelos.

     

    Antes de encerrarme entre las capsulas inestables de los pensamientos, recordaba haberme tumbado sobre la silla más cercana, el sabor dulce de la manzana aun en el paladar y las manos guardadas en los bolsillos bajos de mi chaleco negro; observaba el color del pupitre donde esperaba no agujerear con una plumilla como negación a resolver un cuestionario. Con mi peso apoyándose en el espaldar del asiento, y reestructurando la postura para relajarme con comodidad, disfrutaba del espontaneo silencio, mientras, registraba con cautela y soberbia mi alrededor. Más mesas, más sillas, mas silencio, no era del todo desagradable, al contrario, si aquella situación se mantenía, probablemente recuperaría las horas de sueño que el cuerpo exigía.

     

    Después de analizar con gran énfasis la silueta de la bruja que dictaría la clase, una perturbadora sonrisa minúscula manifestándose sobre mi gélido rostro, se convertía en la señal de que tendría buenas razones para mantenerme concentrado cerca del pizarrón; sosteniéndome de esa intención, decidía que el curso no sería del todo aburrido. Para cuando el mago que sería mi compañero de clase, se hizo presente, mis ojos ya se habían fijado en unos de los ángulos donde se unían dos ladrillos. Exactamente entre una repisa y las sombras del marco de la ventana -entre los muros empedrados, tan solo una pequeña cavidad donde ingresaba con fuerza los rayos del sol-.

     

    Seguramente había perdido la atención del tema, en el momento en el que dirigí mis translucidas orbes hacia la proyección de luz que ingresaba en la mazmorra.

     

    Tan solo unos segundos de extraña concentración, habían bastado para abandonar abstractamente los ambientes de la Academia, aunque no estaba del todo, lejos de ésta. Recostado sobre un banco de cemento, con los párpados resguardando mi visión, observaba a través de la cartilaginosa membrana rojiza, los pequeños canales de torrentes que serpenteaban en la delgada piel. El agridulce sabor a sangre encantaba mi garganta y el perfume a flor de loto, danzando sobre los rulos dorados del cabello de una fascinante criatura, quien descansaba sobre mí pecho y derribándome las defensas -mi mal carácter-.

     

    Aquella rubia se convertía en mi propia flor de loto, purificando el fango en el que estaba embarrado y del que había tragado, intoxicando todo sentimiento. Después, los sonidos se extinguieron, y la oscuridad lo nubló todo, el frio empezaba a cristalizar el armazón de mi esqueleto, y un dolor indescriptible que nacía desde el estomago, me arrastraba hasta otra escena. Tierra mojada y raíces secas, el olor a muerte ensuciando el viento, y los llantos desgarradores que parecían provenir de cualquier punto. Lápidas abandonadas y mi ropa manchada de un liquido espeso de color oscuro que nacía desde mi mandíbula, arbustos podridos, seudo-animales tirados en el suelo siendo carcomidos por los gusanos, y en medio del fétido aroma a carne putrefacta, parecía distinguir un…

     

    “¿Aun no has terminado?” Aquella frase bastó para desmontar la pesadilla, fracturar mis recuerdos impeliéndome al presente. ¿Pero qué mi****? Pensé instantáneamente, rasándome a través de las cuatro paredes para comprender dónde me encontraba y para qué. Mi oscura mirada apuntaba filosa hasta llegar a la vista dubitativa de la Crouch, ignorando el motivo que envolvía su pregunta, tan solo armándome con la ira y el impulso de degollarla lentamente por apartarme de la visión, tan real como las ganas de arrancarle la piel de un solo tirón, tan bruscamente como la bruja me había sacado del trance. Tragué los espontáneos pensamientos que no tardaron en amotinarse de la razón, y con un gesto de indiferencia, exhalé altivamente.

     

    Mis músculos al igual que mi enojo, se congelaban armoniosamente en la perfecta estampa de mi postura injuriosa y misteriosa, observando las palabras graficadas sobre la pizarra. Enarcando una ceja, apresuraba mi entendimiento para comprender todos los puntos que se habían desarrollado en la ausencia de mi consciencia. Mis orbes a penas se movieron un instante para descender hacia la superficie del pupitre, donde unas letras se encontraban entintadas sobre un papiro, el cual incineré en el momento que la mortífaga se volvía al pizarrón para hablar sobre un punto más interesante, venenos, procurando que el Ravenclaw –Jank, me pareció que dijo- no se percatara de la acción.

     

    Captando claramente los significados que exponía la bruja, me cuestionaba si alguno de éstos me serviría para mis propósitos de ser siquiatra en San Mungo, tal vez encuentre pociones más útiles que la misma felix felicis. Entre tanto la clase avanzaba, relajé mi cuello con movimientos circulares, escuchando atentamente cómo la exponente acentuaba con júbilo las propiedades de los venenos. Posteriormente, inquirió algo sobre unos magos de los que solo conocía a uno. Tumbé mi cabeza hacia atrás inhalando profundamente, volviéndome a mi antigua postura relajada pero altiva, rehuyendo a una extraña sensación. Esforzándome por convencerme de que el calabozo no olía a flores secas, moderé la voz respondiendo la premisa de la mortífaga:

     

    —El zumo de mandrágoras— pausé asegurándome de tener la atención de los presentes. —elaborado a base de mandrágoras, que es un homínido vegetal, un ingrediente frecuente en la elaboración de pociones para contrarrestar encantamientos y transformaciones. El zumo de mandrágoras se utiliza principalmente para neutralizar el efecto de la petrificación—.

     

    —otro ejemplar conocido, es la Poción Matalobos, que sirve para controlar los efectos de las Licantropía, que es una enfermedad incurable— hice un interludio para continuar —también existe el Filtro de los Muertos, elaborado con higueras de valeriana, es un somnífero muy potente, enviando al bebedor en un sueño mortal.

  13. ...

     

    Los jardines a la luz de la luna, y los faroles serpenteando en los terrenos posteriores de la mansión mortífaga, eran un espectáculo único, que en gran manera siempre terminaban invitándome a recorrerlos más allá de los frondosos árboles en los límites de la vista. Donde un pequeño lago era la perla escondida en medio de los pinos y sauces, donde sus aguas tranquilas serenaban cualquier mente perturbada, y donde algunas criaturas del bosque se aglomeraban para continuar con su vida natural. Entre cigarros y botellas, las horas transcurrían rápidamente, y antes de caer dormido, ahogaría lentamente las penas en un mar de alcoholes. Pronto llegaría el amanecer.

     

    A pesar de la ubicación, los ronroneos de las mascotas símbolo de la familia, se alcanzaban a oír como susurros de cachorros descansando después de ser alimentados. El sol, empezaba a arañar con sus rayos toda la bóveda celeste, el viento de madrugada y el canto de las primeras aves en el bosque, despertaban mis sentidos adormecidos por otro día de desvelo. Tumbado y apoyado entre el suelo frio y la pared que daba al balcón, observaba con abulia la patética escena en la que hacía de actor principal; impregnado de olor a whiskey y con las colillas del tabaco aún tibias sobre la camisa de seda oscura; intentaba no aspirar del aire viciado de otra noche de copas.

     

    Impulsándome del barandal helado para ponerme en pie, trastabillé en el primer intento maldiciendo a los músculos aletargados. Esforzándome por no errar en la siguiente tentativa, asfixiando mis pulmones de oxigeno, impelía con mayor afán hacia el pasamanos de fierro, empeñándome a obtener un mejor lugar para que el viento rasgara con mayor intensidad mi faz. Mis brazos, se prensaban en la balaustrada circular de hierro fundido, con el peso de mi cuerpo tendiéndose a la pronunciada altura, y el cabello alborotado cayendo como una capa negra contrastando dramáticamente contra mi piel muerta. Poco a poco, concertaba una atmosfera tranquila en la cual despabilarme de los estragos antiguos.

     

    En eso, una ventisca instantánea y un nuevo aroma, se manifestaba pasos atrás de donde me hallaba, sin intenciones de preocuparme por otro segundo más de problemas humanos, ignoré la presencia, concentrándome en las vistas de los terrenos posteriores de la mansión Black Lestrange. Al oír la tintineante voz de la criatura que apareció detrás de mi espalda, dirigí apenas mis orbes hacia la derecha del balcón, acentuando aun más, la actitud desganada e indiferente que gobernaba mis músculos. Cuando el elfo carraspeó su garganta por tercera vez, la armonía desolada y amargamente placentera del silencio, fue quebrantada, arrancándome de mis pensamientos.

     

    —¿Qué quieres?— exclamé neutralmente, apuntando ésta vez, mis ojos afilados hacia el elfo. Éste, escupió toda la enmienda que su dueña le había ordenado.

     

    Mis gestos se mantenían inmóviles mientras asimilaba el mensaje del elfo. Sin siquiera disimular atención, ni preocupación sobre la misiva-oral demorada que recitaba, enarqué una de las cejas caminando hacia el interior de mi habitación. Me introduje hacia el cuarto de baño, donde después de humedecer mi consciencia, me enrumbé en la búsqueda de ropa limpia. Un jean, una sudadera gris con capucha y un chaleco negro, zapatillas cómodas y mi varita de Vid, era parte de lo básico que necesitaba para sobrevivir el día. Antes de morder la manzana que descansaba en mi velador, me despedí del elfo que se había estacionado en mi ambiente, usando un saludo militar para desaparecer del cuadro.

     

    Segundos después, me materialicé a mitad de uno de los corredores de la Academia de Magia y Hechicería, perfilando mi venenosa mirada hacia un punto inexacto, donde parecía llevar el pasillo. Recorría el empedrado camino, lanzando la manzana roja al aire, cogiéndola con perfección una y otra vez, convencido que comerla después del ejercicio de aparición, había sido la mejor elección. Envuelto en tinieblas, recordaba las instrucciones del elfo, tomando algunos pasajes hasta llegar al inicio de una pared nívea, donde la puerta que la criatura mencionó no se encontraba. Llevándome la fruta a la boca, le di una mordida para avivar mis reflejos. Tragando, analizaba la pared.

     

    —¿Dónde mi**** está el aula de pociones?— susurré a punto de fracturar mi seriedad. Instantáneamente, el relieve de una puerta se manifestaba en la supuesta superficie lisa del muro blanco. Entre tanto las sombras de una sonrisa se dibujaban en mi rostro, giré la perilla para adentrarme a la habitación vacía, donde únicamente se encontraba otra puerta. Otra mordida a la manzana de color sangre, y el ultimo trozo era saboreado por mi garganta. Sin mayores prioridades, levanté la lámina de madera, y descendí por los escalones hasta llegar a una celda pavimentada.

     

    Encontrando la silueta de una mujer, detuve mi talle altivo —buenos días.

     

    ººº

     

    Hola ¿Qué tal? Soy Zeth. Bueno, me llamo Daniel, tengo 20 años y soy de Perú. Estudio arquitectura, pero lo dejé en pausa para trabajar en las mañanas, y en las tardes doy clases particulares de historia antigua, y contemporánea peruana a unas colegialas. Soy aficionado al cine apocalíptico y post-apocalíptico, me gustan las películas de zombies, libros, videojuegos, comics, realmente me atrae mucho ese tema, los juegos con palanca son mi especialidad, también los de PS, específicamente los de la WWE. Me gusta escribir, obviamente, también dibujo y hago mis intentos de pinturas xDD soy romántico y yo sí creo en la fidelidad! Jajaja. Ahmm también soy inofensivo, algo reservado, parezco tímido, y muchas veces ignoro a quienes me rodean por andar concentrado en otras vainas. Creo que es un gran resumen sobre mi personalidad :D

     

    "La muñeca te está vigilando"

  14.  

     

    Escuadrón para la Aplicación de la Ley Mágica

    Oficina Privada de Zeth

     

     

    Poco a poco la respiración parecía debilitarse bajo la piel, lentamente como la alarma de una bomba a punto de explotar, palpitando entrecortadamente para recordarme, que mi organismo no podría subsistir si continuaba absteniéndome de los plasmas necesarios para alimentarme. Volviéndome, enarqué una ceja ante el comentario de la Vladimir, sintiendo como una de las comisuras de mi rostro se elevaban, no como gesto de gratitud o de compartir alegría, era más un gesto de extrañeza y agrado. Entre tanto, los ánimos se serenaban, inhalé cuidadosamente observando los documentos que se hallaban en un folio.

     

    No vocalicé palabra alguna, puesto que me hallaba sumamente ensimismado en la información que me proporcionaban los informes. En medio de mi análisis, corté la concentración al notar que la fémina me había alcanzado un documento de entre su carpeta. Tendiendo el peso de mi cuerpo hacia uno de los lados del sillón, cogí entre mis níveos dedos, el pergamino que recopilaba el formato anterior a mi llegada al departamento, el cual, según lo que recitaba la mujer, solo debía sumarle los guiones planteados.

     

    Mascullando los datos recientes, mi visión seguía con atención cada línea graficada en las hojas. — realmente ha sido de gran ayuda— vociferé cortando en los ojos de la bruja — sin su ayuda, dudo mucho que hubiera podido hacer más que sólo ordenar papeles en este departamento.

     

    Argumentando el agradecimiento a la Vladimir, por su valorada ayuda, una sorpresiva visita en la oficina, sazonó de manera particular la reunión serena que estaba disfrutando. Pronto, las sombras de una sonrisa se hicieron presente sobre mi etéreo rostro, estirándose hacia un lado como símbolo del sarcasmo y la gracia que resultaba el enojo tatuado en el semblante de la Gryffindor. Reposando la diestra sobre el contorno de la mesa, atisbaba mi celeste mirada en la nueva directora que se aglomeraba, aparentando atender a sus palabras; dando una inhalación, mi gesto de gracia desaparecía, volviéndome nuevamente a la directora de los S.A.W.

     

    — Directora Vladimir, ha sido usted de gran ayuda— dije mientras devolvía el documento a la superficie del escritorio — creo que por el momento hemos terminado. Pronto le estaré enviando la primera documentación alusiva a la boda del Castillo Hampertin.

     

    Expresé poniéndome en pie para acompañar a la mujer hasta la puerta, y conseguir algunos maderos para sellar el ingreso de mi visión, ante la comodidad de la presencia de la Gryffindor. Dedicándole una mirada neutral a la fémina de manos encantadoramente misteriosas, esperaba compartir mi respeto hacia ella, y mi agrado por llevar una relación óptima y con grandes logros en el ministerio, además de alimentar una relación amical. — Ha sido un placer, Reena— concluí viéndola marchar.

     

     

    — una café cargado con una dosis de sangre, y otro con cianuro para la señorita— exclamé hacia la secretaria, de la cual curiosamente desconocía el nombre.

    — Te ves muy mal Hilaryvociferé tumbándome en uno de los sillones del hall que se hallaba antes de mi escritorio — así que ya ha nacido el pequeño heredero de los Currington. Es una lástima que no me hayas invitado al nacimiento, mas tarde le enviaré un obsequio— musité con notable ironía sobre mi rostro relajado.

  15. ...

     

    buenas buenas, ¿que tal gente?

     

    regreso al escuadron despues de una ausencia considerable, ahora que estoy oficialmente de vacaciones, pues aprovecho en activarme aca y darles una mano con los prisioneros, ya que he venido creativo. asi que compartan -.-

     

     

    Ficha de reporte Roles/Torturas

     

    Nombre de la Sombra(Mortifago): Zeth Black Lestrange

    Actividad(Rol/Tortura o ambas): rol

    Nurmengard I

    Prisionero Torturado o con el que se roleo: solo

    Resultado: solo -.-

    Fecha: 17/07/12

  16.  

     

    El cielo se entintaba de rayos anaranjados, sobre el firmamento celeste que aun no concebía el atardecer, el clima era asfixiante y la abundante luz del exterior, empezaba a atosigarme. Aspirando del aire afilado que gobernaba los alrededores. Observaba los rayos del sol atravesando los orificios de mi mascara marfil, mascara, que cumplía la función de guardar mi identidad en los menesteres que conllevaba hacer la guardia en los calabozos, consciente y con los sentidos perfilados, me dispuse a ingresar a los espacios fúnebres de la vieja arquitectura, esperando hallar nuevos visitantes ocupando las siempre predispuestas celdas.

     

    La vasta de gabardina a modo de sotana, recorría tras de mí el sendero lúgubre de mi destino, oyendo el eco de mis pasos colapsando con el piso empedrado de un extenso callejón, cruzándolo y atravesando un sortilegio de pasadizos que me llevarían a mi destino a fin, me hice de la capa oscura que se anudaba sobre mis hombros, cogiendo la capucha negra para cubrir mis azabaches cabellos, contrastando el níveo color de mi piel tras las vestiduras.

     

    Fulminando con mi visión celeste el punto de llegada de mi recorrido, pausé para relajar los músculos de mi cuello, ladeándolos hacia los costados para obtener un sonido intolerante del roce de mis huesos. Pronto, mis sentidos se percataron de los diferentes aromas que se emitían en los calabozos, por lo que proseguí por el pasaje angosto hasta llegar a una galería de celdas, donde esperaba constatar los rumores que recitaban sobre un cóctel variado de prisioneros.

     

    No tardé en llegar a la primera nave de celdas, donde algunos cuerpos parecían descansar en paz al cuidado de algunos basiliscos, mientras otros, ya contaban con la agradable compañía de las sombras. — Así que era cierto— vociferé indiferentemente — parece que llegué en buen momento.

  17.  

     

    La música resonaba en las sienes, pero empezaba a ser de mi agrado, como si la única presión en mi cabeza, fueran las notas del Bajo de la canción. A penas la luz suave que envolvía los ambientes del local, podía disimular la palidez extrema que descoloraba los rasgos humanos de mi faz. En mi interior, bajo la piel y entre las costillas, existía una sensación casi olvidada, un frenesí que empezaba a originarse desde la boca del estomago. Conectándose con los nervios de mi organismo, las señales de sed viajaban por debajo de la epidermis, arrastrándose como hiel toxica dentro de mis frías carnes.

     

    Las palabras que la joven alcanzaba a vociferar con su melodiosa voz, llegaban a ser recibidas por mi cerebro, procesadas y entendidas, mas, no eran en totalidad el punto de mi concentración. Estaba enfadado internamente por ello. Con la copa de cristal nuevamente rebosante de líquido amargo, dirigí el cáliz hacia mis labios, ingiriendo lentamente el elixir que esperaba fuera suficiente remedio para congelar las ansias de sangre humana, al menos, que pudiera dopar mis instintos depredadores.

     

    Sin embargo, mis ojos atisbaban con gran interés a la joven que me acompañaba, envuelta entre telas oscuras, atraía inconscientemente mi atención. Seguía con precisión sus gestos y los movimientos de sus manos, de su cuello; casi podía observar los latidos suaves de las venas que marcaban delicadamente parte de su muñeca. Enarqué una ceja para corresponder las palabras que la Diggory expresaba, en mi mente una sola cosa empezaba a imperar sobre los demás pensamientos. Cogiendo nuevamente del tallo de la copa, llevé el líquido hacia el interior de mi organismo, cerrando los ojos para tratar de percibir algún cambio.

     

    Al instante, cuando la elfina tomaba nota del pedido de la joven, agregué — una botella de su mejor whisky— musité serenándome en una invisible exhalación.

     

    — Respecto al trabajo— dije con la voz melodiosamente intrigante que me caracterizaba — de seguro la nueva jefatura, tendrá éxito, por las inefables que laboran ahí—.

     

    — Parece cómodo el lugar— dije sin pensar, dando una vista fugaz al entorno oscuro. Las luces tenues, no alumbraban completamente mí alrededor — me agrada que se haya dado la oportunidad de conocernos más allá del campo de trabajo, aunque claro, ya nos habíamos visto antes, fuera del área de Misterios—

  18.  

    Escuadrón para la Aplicación de la Ley Mágica

    Oficina Privada de Zeth

     

     

    Detenido ante la visión petrificada que marcaban mis gestos, parecía perderme en medio del tiempo y del espacio, debajo de la piel que acorazaba fríamente mis órganos internos, mi mente viajaba hacia otro lugar, tal vez, hacia pensamientos lejanos a los del presente. Sentía las manos más frías de lo habitual, el color morado de la punta de mis dedos, no era suficiente para atraer mi visión, mas la sensación de frigidez llegaba a las sienes de mi cabeza; entumecidas y a punto de acalambrarse, la temperatura corporal de mi cuerpo parecía descender de manera considerable, señal de que mi flujo sanguíneo escaseaba.

     

    Cuando la risa de la Vladimir estalló a mitad de la habitación, arranqué mis ojos del punto inestable e invisible de donde colgaba mi visión, alzando la ceja izquierda para acentuar mi desconcierto. Ligeramente giré mi torso llevando mi rostro hacia el escritorio, donde en el sillón posterior, se hallaba cómoda la mujer. Regresando mis celestes orbes hacia el ventanal admirado, exhalaba lentamente desquebrajando la rigidez de mis músculos, masticando aun la expresión sorpresiva de la fémina.

     

    — Es bueno saber que te diviertes— dije con neutralidad, ignorando la extraña relación amical que se había generado — créeme que las bromas, no siempre se me dan de buena manera.

     

    Mientras mi interlocutora se serenaba, retiraba mi atención del exterior, cerrando los ojos un instante para grabar las visiones encontradas y analizarlas después en alguna de mis lagunas mentales. Caminando con dirección al escritorio, me dejé caer sobre el asiento apoyando un lado del rostro en la palma de mi mano, por alguna razón, sentía la cabeza más pesada que de costumbre. Asimilaba las respuestas que la mujer me daba, encontrándolas con sentido, pero, mi concentración y tiempo, ya se hallaban designados a otras prioridades, aun así, atendía a sus propuestas.

     

    Poco después, mis ojos se fijaron en el pergamino que la Vladimir me cedía, con las manos totalmente frías, sostenía el papiro, entre tanto, observaba los datos estándar que se manejaban para la recopilación de información. — podríamos empezar a tomar los datos que estábamos considerando hace un instante, como por ejemplo, quien oficia la ceremonia, el método de la ceremonia, si es que hubiese padrinos o testigos… no lo sé, realmente podríamos aprovechar la oportunidad para recopilar datos de interés ministerial.

     

    — Me parece que hay una boda que espera por los hechizos de protección— vociferé después de un interludio entre mi último comentario. Volviendo a reposar la cabeza en mi diestra, cerré los ojos por instinto buscando una pluma para hacer un borrador.

  19.  

     

    La oscuridad rodeaba tenebrosamente mi ubicación, en la garganta tenía una inexplicable sensación que presionaba contra las costillas, esperando tener la fortaleza necesaria para tragar la hiel, intoxicándome desde adentro. En un leve arranque de descontrol, cuando el elfo volvió con la orden encargada, fulminé a la criatura con la mirada para que ésta se marchara, tratando de mitigar aquel desorden emocional, extendí la mano para coger el elixir, whisky sobre las rocas, pensé enarcando una ceja por el atino acertado. Conocía toda ese estado, sabia el nombre de la cura, sangre.

     

    A pesar de los empalagosos aromas que perfumaban la atmosfera, desde los exóticos líquidos en las copas de los comensales, hasta algunas velas en ambientes más privados; aromas que se aglomeraban en los distintos ambientes del local, pude notar el hilo de una fragancia familiar. Desvié mi visión del color de mi cáliz, y me dirigí hacia las sombras de una silueta que se acercaba hacia mi ubicación. Poniéndome en pie para invitarla a sentarse, y articular un saludo rutinario, que en estas ocasiones informales se acostumbraban, recordando los espontáneos protocolos.

    — Hola— respondí a su saludo, desistiendo de lo antes pensado.

     

    — Llegas a tiempo— repliqué — aunque debo admitir que por instantes llegué a pensar, que habías olvidado nuestra reunión. Te ves… preciosa.

     

    Aguardando a que la joven se pusiera cómoda, eché un vistazo fugaz a mí alrededor, con la vaga idea de que todo estuviera en orden. Tomando posteriormente asiento, observa los gestos de la inefable, se veía tan delicada, frágil, humana. Como pocos, poseía la habilidad de producir en mí, una sensación de estar contemplando un ejemplo único de sensibilidad y hermosura natural de la vida, demasiado complicado de explicar, más si es por parte de un vampiro admirador de la vida mortal. La sed no tardó en llegar a mi garganta, por lo que cogiendo el tallo de mi copa, me dispuse a ingerir el alcohol.

     

    — Lo siento— me detuve poniendo atención — no estaba seguro de lo querías beber, por lo que no me atreví a ordenar por ti— me excusé disimulando las ansias internas. No tarde en hacer un gesto con la diestra, para atraer a uno de los elfos que servían aquella noche, induciendo a la Diggory a que ordenara alguna bebida para refrescar su garganta. — ¿Qué deseas beber?— pregunté, razonando en ese instante, que, posiblemente la joven no bebiera.

     

    — Cuéntame ¿Cómo has estado? Te ves más relajada que cuando trabajábamos juntos— bromeé.

  20.  

    Escuadrón para la Aplicación de la Ley Mágica

    Oficina Privada de Zeth

     

     

    Mientras el avión de papel era configurado para que abandonase los ambientes de la oficina, articulaba mi postura nuevamente a la comodidad de los muebles, fijando mis celestes orbes en la mujer que me acompañaba. — creo que por el momento, esas son las funciones que tenemos como prioridad. Lo más seguro es, que en el futuro, hayan mas actividades y proyectos que haremos en conjunto, tal vez, cuando hayan más empleados que me ayuden a mantener quietos los papiros de mi escritorio— dije haciendo alusión a la broma anterior, oyendo después la idea que planteaba la directora de los SAW.

     

    — Por supuesto— respondí inmediatamente a la respuesta de la joven — mientras más exactos seamos con la información, podremos tener un registro más detallado. Debo admitir que aspiro a tener todo un archivo sobre los magos y brujas que habitan en Ottery, sus títulos, reconocimientos, y demás…

    Aun con el sabor en el paladar de las últimas palabras que había vociferado, dejé caer mi peso en la parte alta del sillón, ladeando mi cabeza un poco con dirección al techo de la habitación, tratando de tomarme una pausa para asimilar el procedimiento que se tanteaba sobre las planillas de reporte. El sonido de mis puntiagudos dedos contra la superficie llana del escritorio, orquestaba una melodía que empezaba a aturdir el ambiente, en realidad trataba de distraerme durante algunos segundos.

     

    Poco antes de volver mi vista hacia la Vladimir y vociferar mi pensar, me detuve a oír lo que ésta me expresaba, sin poder evitar hacer una risa irónica.

     

    — no había considerado ir donde la ministra— confesé — a pesar de que el trabajo se esté acumulando, pienso que al ser el único en el departamento, me permitiré conocer todo el funcionamiento, por la practica personal — pausé alargando una sonrisa — además, ir donde el ministro, involucrará esperar un lapso de tiempo para que se asimile mi demanda, y ese lapso de tiempo podría significar también el tiempo que tarden los nuevos empleados en llegar al Escuadrón.

     

    Haciendo una honda inhalación, arranqué mis carnes frías de mi asiento para caminar unos segundos hasta detenerme al pie de la ventana. Con los brazos cruzados y la mirada estática en las visuales exteriores, observaba el flujo de los caminantes y la densidad de magos y brujas que habitaban en las planicies del Ministerio de Magia. En la cabeza, tenía muy marcada la necesidad de empleados que me ayudasen con las funciones del Escuadrón, pero, no contaba con el tiempo para detenerme a pensar en lo que no tengo. Trabajo es lo que tenia.

     

    — Muy bien— dije sin retirar los ojos del cristal — entonces deberíamos ponernos a trabajar sobre los ajustes de la planilla, ¿hay alguna boda cercana?

     

     

     

     

     

     

    Escuadrón para la Aplicación de la Ley Mágica

    Sala Privada de Zeth

     

     

    Mi semblante frio se dirigía hacia los jóvenes que se hallaban aun en la puerta, en un intercambio “normal” de opiniones, de esas que solían ocurrir entre hermanos, de esas que yo desconocía. Poniéndome cómodo, observé a Gomita ignorando la presencia de su gemelo, otro familiar de los “Moody” que parecía estar destinado a las discusiones conmigo. Llevando la diestra para intentar acomodar mis cabellos hacia la nuca, evitando de esa manera que bloquearan mi visión, y hacer uso del sentido que mas me gustaba.

     

    — ¿Qué haces aquí, Gomita?— respondí enarcando una ceja, haciendo un interludio para oír lo que parecía intentar agregar.

     

    Mientras la joven se ponía cómoda en uno de los sofás de la sala independiente que tenia, contigua a la oficina que aguardaba con pilas de pergaminos y oficios a mi presencia; aprovechaba el descanso para relajar mi cuello y los músculos que envolvían mis huesos, con movimientos circulares y algunos crujidos, volví mi atención a la Haughton. Observaba con atención sus gestos graciosos que eran parte natural de ella, siempre causándome curiosidad, haciéndome reír internamente sin esforzarse.

     

    Alzando nuevamente la ceja, con dirección a la mochila que descargaba de su espalda, maquinicé una nueva postura llevando mi mano izquierda hacia mi frente, para apoyar el peso en la base del brazo del sillón azabache. Ante la sorpresa de la molestia de la joven, me detuve unos segundos a asimilar el gesto, dirigiéndome mi frígida visión hacia la morena. Inhalando nuevamente, parecía que estaba obligado a agradecer tan significante detalle. No tenía intenciones de hacerlo, pero debía.

     

    — no tenias la obligación de hacerlo— dije sin mover un solo musculo.

  21. Escuadrón para la Aplicación de la Ley Mágica

    Oficina Privada de Zeth

     

     

    La conversación fluía de manera prodigiosa, pero entrecortadamente, como la primera vez en la que uno intenta conducir un auto, al menos aquí no había intenciones de chocar, o esa era la idea. Observé con agrado el gesto en su rostro sobre su interpretación a mi anterior comentario, los pergaminos y el trabajo acumulado que debía revisar. Inhalé casi invisiblemente y apoyé el peso de mi porte en el espaldar acolchado de mi asiento, con la mano izquierda inquieta, golpeaba con la yema de mis frígidos dedos, la cristalina superficie del escritorio.

     

    — tengo entendido, que no solo proporcionan esos servicios. Son muchos los planes que tengo para activar las funciones básicas y extraordinarias del Escuadrón, siendo la Aplicación de la Ley Mágica vigente, mi prioridad— expresé haciendo una pausa para seguir oyendo a la Vladimir.

     

    — Creo en el trabajo que han estado desarrollando ambos departamentos en conjunto, aunque encuentro muy ambiguos los datos que se recopilan, puesto que podríamos añadir más información sobre las planillas de informes. Por ejemplo, el nombre del sacerdote o a fin que una a las contrayentes en las bodas — expliqué con gran interés sobre las labores que realizaban antes de mi llegada al Escuadrón — estoy seguro que de esta manera, tendríamos informes más detallados, y llevaríamos un control más organizado.

    Conocía perfectamente la teoría básica sobre las tareas que se llevaban a cabo en las instalaciones del Escuadrón, al menos, las que deberían efectuarse; no obstante, realmente era ajeno al manejo actual que se hacía. Aun me preocupaba la baja de empleados. En aquel instante, mientras me encontraba atento hacia la directora; mis sentidos me distrajeron, llevando mis celestes orbes hacia un pergamino en forma de avión de papel que levitaba en el aire, el cual atisbó frente a mí. Cogiéndolo antes de que me golpeara en la frente, me ensimismé en abrirlo y leer la remitente.

     

    — un momento por favor— vociferé mientras mascullaba las intenciones que habitaban en la fina caligrafía de su autora, mi vieja amiga Hilary.

     

    Cogiendo una pluma de color negro brillante, con la cual escribí la respuesta que sería enviada al instante al departamento en donde se originó. Al concluir con el sello del Escuadrón para la Aplicación de la Ley Mágica, realicé unos toques con la punta de mi varita de vid, la cual se materializó en mis manos segundos antes, para realizar los dobleces necesarios para configurar el memorándum interdepartamental.

     

     

    http://i.imgur.com/cAzUK.png

     

    Buenas tardes.

    Esperando se halle en perfecta saludo, he leído y comprendido su mensaje.

    Comprendo la magnitud que podría generar la presencia de ambas entidades en la nación, un jugador reconocido de quiditch podría generar mayor euforia en los pobladores, mas, debo informarle que el Cuerpo de Seguridad no cuenta con el número de agentes exactos para un resguardo a la medida de vuestras necesidades. Sin embargo, el Escuadrón le ofrece sus servicios para planificar y liderar el plan de contingencia en el resguardo de la integridad de sus invitados.

     

    Estaré a la espera de su respuesta para concretar la cita.

     

    Atte.

    Z. Black Lestrange

    Director del Departamento

    Escuadrón para la Aplicación de la Ley Mágica

    Ministerio de Magia

     

    — Me disculpo por esto— exclamé volviendo mi atención a mi interlocutora. — parece que el Escuadrón tiene cierta demanda estos días. Muy oportuno — agregué con ironía.

     

    — entonces, ¿por dónde empezamos?

  22.  

     

    Mi vista se perfilaba hacia el horizonte, donde el sol se cobijaba entre las montañas –Bocetos de acuarelas y postales perfectas. Inhalé profundamente, retirando mi visión de aquel cuadro “perfecto”. A pesar de la sensación caótica que se despertaba debajo de mis carnes, no tenía intenciones de postergar el siguiente compromiso en mi agenda —como si existiera tal ejemplar— por lo que procuré arrancar mi cuerpo del barandal. Introduciéndome en mi habitación, me dirigí hacia el baño con intenciones de sumergirme en las aguas de la tina, tal vez el líquido serviría para deshelar mi postura.

     

    Un par de horas después, me hallaba recorriendo la calzada de una de las calles de Diagon. Mis manos se encontraban dentro de los bolsillos de mi pantalón, un jean celeste con apariencia desgastada. Mi cabello se encontraba mas alborotado de lo normal, cayendo libremente sobre la solapa del cuello de la larga gabardina de cuero negra. Continuando con mis pasos, me detuve frente a la fachada de un local que se alzaba iluminado entre otros edificios, enarcando una ceja, constataba el nombre del pub, leyendo el letrero que lo titulaba.

    — Interesante lugar— musité observando unos segundos el tránsito de los mortales, para después, disponerme a ingresar a dichos ambientes, recorriendo el pasillo principal.

     

    Manteniendo mi porte altivo e indiferente, me guíe de las pocas luces hasta un sector predispuesto, donde un conjunto de sillones me parecieron el lugar perfecto. Mientras me ponía cómodo, me despojé de mi abrigo quedándome con la camiseta oscura que llevaba debajo de éste. Atisbando a los comensales, buscaba con disimulo a la joven con la que había pactado una especie de reunión. Inhalando profundamente, llamé a uno de los elfos que atendían, para pedirle una copa de cualquier ejemplar de la carta, tomando la espera como excusa.

  23. ...

     

     

    Escuadrón para la Aplicación de la Ley Mágica

    Sala Privada de Zeth

     

     

     

    Días antes…

     

    Continuaba revisando cada libro que se hallaba en la estantería personal de la oficina, donde esperaba encontrar los archivos de los últimos movimientos en el departamento, con la intención de estar al tanto delo trabajo, pero unos sonidos secos, irrumpieron mi trabajo. Ante el llamado sorpresivo de la puerta, realicé un movimiento ligero pero preciso son la diestra, para producir un encantamiento que abriera la puerta al instante. Segundos después, unos aromas familiares lograron arrancar mi atención de los pergaminos, atisbando mis celestes orbes hacia el origen de mi desconcierto.

    — ¿qué haces…hacen aquí?— pregunté casi inaudiblemente, enarcando una ceja. Mientras las sombras de una extraña sonrisa se graficaban sobre mi etéreo rostro, alargaba mis instintos al igual que la mueca de mis labios, extrañado e intrigado por la peculiar visita.

    — adelante. ¿A qué debo el honor de vuestras visitas?— cuestioné.

     

    Dirigiéndome hacia un conjunto de muebles que configuraban un ambiente virtual separado del escritorio de trabajo, donde un juego de sillones de cuero negro, se organizaban alrededor de una alfombra en color beige, similar al color de la nieve sobre la tierra. Tumbándome en uno de los sofás, aguardaba la respuesta de los hermanos, ante la curiosidad sobre su presencia en el Ministerio. Remangué los puños de mi camisa negra, dirigiendo mi celeste visión los gemelos Haughton.

  24.  

     

    Escuadrón para la Aplicación de la Ley Mágica

    Oficina Privada de Zeth

     

     

     

    Mis ojos seguían sus muecas. Inhalé hondamente para después exhalar casi invisiblemente, mi caja torácica evitaba los movimientos rutinarios de la respiración —como si no respirara— por lo que el sastre se mantenía rígido sobre la camisa negra. Cuando mi invitación a ponerse cómoda, fue correspondida con un posible apretón de manos, me puse en pie casi de manera mecánica, postergando la acción por la mera oposición personal que tenía con el contacto con los demás humanos.

     

    No había razones “lógicas” para negarme al gesto, los “`principios” inculcados me obligaban a retar mis deseos. Descendí la visión hacia mi surda, que se mantenía quieta rodeada del aire, el color etéreo y la temperatura de mis carnes, esa ausencia de calor, eran la razón. Instantáneamente observé la piel de sus manos, encontrándolas inusuales, pero interesantes. Mientras mi cabeza tejía un sin fin de teorías sobre el por qué de dichas quemaduras, extendí la surda para intentar abrigar su mano con un saludo.

     

    — es un placer conocerla.

     

    Su calor corporal, me traía muchos pensamientos, entre ellos, un sentimiento familiar. A pesar de la inquietud de la presencia de la Valdimir, y de la sensación cálida que ésta transmitía, mi porte se mantuvo neutral. Las curvas de la mujer se manifestaban bajo un traje formal, de aquellos que acostumbraba ver en el ministerio, en silencio, analizaba con interés las palabras que ésta vociferaba, con la razón de hallar el motivo-motor que atrajo a la directora de los SAW hasta los ambientes deshabitados del Escuadrón.

     

    — muchas gracias por la bienvenida, he de decir, que es la primera— aseguré dándole indiferencia.

     

    — Trabajo — mascullé mientras las sombras de una minúscula sonrisa se manifestaba — tengo entendido que vuestro departamento y el mío, se encontraban aliados— planteé — me gustaría tener más conocimiento sobre dicha alianza, además de tu propuesta de trabajo.

     

    Ignoraba los formalismos, pero, la franqueza y la aparente amabilidad que la mujer producía con su sola presencia, me permitía tener la posibilidad de hacerme de la condescendencia amical. — creo que podría hacer una pausa en mi “exhaustiva” investigación, no creo que los papiros escapen en cuanto quite la vista de ellos— dije — tengo mucho tiempo para cuestiones de trabajo— respondí ante el comentario de la directora con alusión de mi ocupación.

  25.  

     

    Escuadrón para la Aplicación de la Ley Mágica

    Oficina Privada de Zeth

     

     

     

    Los días habían transcurrido rápidamente, y conforme el clima cambiaba, también lo hacían los ambientes abstractos de las oficinas del Escuadrón para la Aplicación de la Ley Mágica. Ignoraba las manecillas del reloj y las campanadas que propinaban el reloj antiguo de la recepción del departamento, mas, el ruido de las calles y las voces de los magos y brujas transitando en las calles aledañas del Ministerio, me permitían poseer aun la noción del tiempo y el espacio. Por momentos, el silencio se hacía presente, y una calma se apropiaba de mi oficina.

     

    Pronto, el sonido de unos golpes entrecortados, colapsando contra la madera de caoba de la puerta, me arrancaron de mi concentración. Extrañado y con la atención fragmentada por la acción, enarqué una ceja mientras retiraba mi visión de los pergaminos que revisaba con religiosidad. Perfilando mi postura altiva, inhalé hondamente maquinizando una postura neutral pero rígida, y dejando reposar la lupa sobre el papiro, detuve mis manos para recibir a la fémina, cuyas sombras se manifestaban.

    — Adelante — vociferé con voz grave y limpia — yo soy Zeth Black Lestrange.

     

    Haciendo un gesto con mi surda, le ofrecí acomodarse en una de las sillas. La seda gris forraba parte del asiento de madera negra, a juego con el escritorio negro donde mis manos estaban quietas, y con los demás muebles que ornamentaban los ambientes de la oficina que ocupaba. Las memorias de mi cabeza, buscaron la silueta de la joven en el archivo de mis recuerdos, mas no logré reconocerla, no obstante, su presencia en las instalaciones del Escuadrón, seguramente debían estar condicionadas al trabajo en el Ministerio.

     

    Mi talle altivo y la absoluta seriedad de mi rostro, reflejaba la poca sensibilidad y el asombroso dominio emocional que gobernaban mis gestos. Las tareas en el departamento había ascendido, y la abrupta baja de empleados, habían colaborado con el caos ministerial que lidiaban los pocos entes que trabajaban en el Escuadrón, lamentablemente, mi presencia parecía ser un mueble mas en salón, vacio y frio. Tras una alargada pausa, debido al reconocimiento espontaneo que las orbes hacían al individuo de al frente, fijé mi gélida mirada en la mujer,

     

    — ¿en qué puedo servirle?

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