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Ellie Moody

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Mensajes publicados por Ellie Moody

  1. Madeleine Haughton.

     

    Una oscura ceja se alzó ligeramente, curiosa y extrañada, porque todavía no abrían la puerta. Pero como decidió que allí no podía pasar de verdad nada verdaderamente grave, la joven Haughton caminó hacia unas bancas que estaban frente de la puerta de Hugo, y se sentó, porque ya sentía que los zapatos le estaban pasando factura debido a los minutos que estuvo parada, inmóvil.

     

    El modelo era agradablemente moderno, de un metal que en ese momento se encontraba frío porque había estado desocupado un buen rato. La extraña banca no resultaba tan cómoda como un sillón, cálido y suave, pero ahora su espalda y sus pies podían reposar un rato, mientras el jefe terminaba de organizar sus asuntos para recibir a todos aquellos que había llamado.

     

    Me imagino que todavía no llegan a todos los que solicitó ―dijo, mirando a su amiga a los ojos, que también estaba un poco demasiado callada. Se preguntó si ella tendría algún trabajo en específico asignado, si la habrían llamado o si esperaba a cualquier compañero suyo para hacer algo importante. Bueno, no lo sabía; no recordaba haberse interesado mucho por la vida laborar de Hermione―. De todas maneras, espero sentada, porque no me gusta estar de pie. Fíjate que ya me duelen los pies ―añadió, con una sonrisa graciosa.

  2. Madeleine Haughton.

     

    Por lo menos llegaban a tiempo para escuchar las palabras de los directores de la Academia, y los nombramientos de los prefectos y esas cosas raras(?). De todas maneras, escuchó las palabras, porque no recordaba la última vez que se había detenido a hacer eso cuando iba a una graduación, además de la de ella misma. Ahora podía recordar todos los nombres de los graduandos, aunque fuesen pocos, porque a decir verdad había acudido únicamente por Gomita y Lestad; sin embargo, luego de unos momentos, consideró que por lo menos tenía que saludar a los otros, para no parecer tan maleducada.

     

    Cuando la ceremonia dio inicio oficialmente, y todos se dispersaron para felicitar a los aprendices, descubrió que Paula la había dejado sola como una gallina, no como hongo(?). A esas alturas no entendía por qué se decía <<sola como una gallina>>, porque a lo mejor en sus corrales estaban bien acompañadas, pero de repente le pareció oportuna y convincente la comparación. Entonces aprovechó eso, y se apresuró a acercarse a Gomita y a su hermano Mikael.

     

    Por lo que sabía, que era lo que se venía diciendo de oreja a oreja en el Grimmauld Place #12 desde hacía tiempo, es que ellos pronto formarían parte de la Orden del Fénix. Y eso era algo pero muy especial y esperado por los que ya formaban parte de ese bando, por lo que definitivamente la iría a felicitar en primer lugar. Aunque algo tenía que ver que estuviese más cerca.

     

    ¡Felicidades, Gomita! ―exclamó, al estar lo suficientemente cerca como para ser escuchada por la otra joven Haughton―. ¡Que bueno que lo lograras de verdad! ―musitó, con una pequeña sonrisa― Mira que ahora es que viene lo bueno de verdad.

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  3. Madeleine Haughton.

    En camino(?).

     

    Una mueca de horror se dibujó en su rostro al ver a Paula limpiarse del perfectamente blanco pelaje de aquel único unicornio volador. ¿Cómo podía atreverse a hacer eso? Es decir, era como profanar a los unicornios y Pegasos de todo el mundo o algo así(?). Así que la joven Haughton zapeó a Paula, luego de que ésta hiciera lo mismo, e hizo una especie de acrobacia(?) para poder sacar a Elphie del moño que había estado atando su espeso, castaño y ondulado cabello. Así que éste golpeó la cara de Paula, impulsado por el viento mientras volaban.

     

    ¡Lo siento! ― exclamó, riéndose, aunque no lo sentía mucho(?)― ¡Fregotego! ―musitó, apuntando a ese pedazo de pelaje manchado de la sangre de Paula. El rayo provocó que ésta comenzara a limpiarse por sí sola, y en poco tiempo quedó limpio.

     

    Entonces, al ver la herida abierta de la joven Gryffindor, rodó los ojos y pensó <<Episkey>>, apuntando su brazo. La herida comenzó a sanarse. Lo hizo porque, honestamente, Madeleine sabía que su amiga no se preocuparía por eso; y no quería llegar con un cadáver a la fiesta.

     

    ¡Nunca habías montado un unicornio porque no vuelan, Gryffindor! ―le gritó, para hacerse oír allí arriba, porque la brisa era muy fuerte y provocaba un silbante ruido en sus oídos― ¡Pero, mira, ya estamos llegando! ―exclamó luego de unos momentos, señalando con la varita que todavía empuñaba hacia los jardines de la Academia de Magia y Hechicería― ¡Allá vamos, graduandos!

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  4. Madeleine Haughton.

    Antes de llegar a la graduación.

     

    Levantó las cejas con sorpresa, cuando sus pies tocaron el césped del extenso jardín de los Gryffindor. Ya estaba atardeciendo, y una especie de luz rosada y morada comenzaba se calaba por entre las esponjosas nubes que se encontraban sobre su cabeza, muy pero muy altas, y se encargaban de mutar el color de sus pieles. La hierba estaba perfectamente cortada y cuidada ―los elfos hacían bien su trabajo― y no le faltaba ni sobraba agua. Sin embargo, no fue por eso que la joven Haughton se sorprendió, sino que se debía a algo más, algo que fácilmente opacaba la belleza natural del jardín.

     

    ¿Un unicornio... con alas? ―balbuceó la castaña, atónita, acercándose a él como si no tuviese más opción.

     

    Ni si quiera allí, en el mundo mágico, era posible encontrar uno de esos. No a menos que te arriesgaras a cruzar otras dos criaturas, claro. El híbrido tenía el aspecto de un unicornio normal; el cuerno en su frente, el pelaje blanco y el aura mágica. Sin embargo, las las en su cuerpo eran las de un Pegaso, a simple vista. No sabía si era otra criatura rara que no conocía, o un nuevo híbrido, pero simplemente le fascinaba la idea.

     

    Bueno, ¡anda, Pau! ―la animó Madeleine, empujando un poco a la joven Gryffindor para que se acercara al animal― ¡No muerden, no señor! Así iremos a la graduación. ¿Te imaginas lo genial que sería? Mucho mejor que en escoba.

     

    Por su parte, la castaña avanzó hacia el unicornio alado, y se montó en él. No era lo mismo que en el caballo de Lisa, pero era diferente. Y sería mucho más divertido volar que trotar. Pero, desgraciadamente, no se podía ir sin Paula(?).

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  5. Madeleine Haughton.

     

    Estuvo tentada en empujar sólo un poco la puerta para asomar un ojo, para ver qué era lo que pasaba allí dentro, que todavía no podía entrar. Pero, después de todo, no habían pasado ni dos minutos desde que tocó, así que debía buscar maneras de dejar de ser tan impaciente. ¿Eran las ganas de trabajar? Era gracioso pensar eso, pero a lo mejor era así. Sin embargo, se le ocurrió que tal vez el señor Haughton había mandado a llamar a otro par de personas. ¡Claro! Seguramente por eso el tal Roberto estaba tan apurado; debía darse prisa, para hacer bien su trabajo.

     

    Le dio una última mirada a la placa antes de recostarse contra la pared junto a la puerta, y notó algo extraño. Miró unos segundos más la inscripción en la placa, y notó lo que era: el apellido, Haughton. Ese era su propio apellido, también. Él era su familiar, aunque a lo mejor él ni siquiera estaba enterado, porque hacía tiempo que Madeleine no visitaba a su familia sanguínea; además de eso, hacía mucho tiempo que ni siquiera veía a su madre, Mónica. Eso tenía que resolverlo pronto.

     

    Pronto la castaña se vio fuera de sus cavilaciones, al escuchar a alguien hablar. Su primera reacción fue mirar la puerta, pero, por supuesto, todavía nadie salía. Así que buscó a la persona que le habló. Bueno, suponía que era a ella, porque era la única persona cerca de la puerta del despacho, si es que se había fijado bien.

     

    Hola —musitó, permitiéndose hacer una pequeña sonrisa—, tú también buscas a Hugo Haughton, ¿verdad?

  6. Madeleine Haughton.

     

    Durante unos segundos se quedó callada, con el entrecejo fruncido, porque se le hicieron extrañas las palabras que le dijo el supuesto Roberto. Sin embargo, luego de recordar dónde estaba, sacudió la cabeza rápidamente, para hacer aparecer una sonrisa. Por unos segundos, olvidaba que estaba en la Oficina del Ministro; quizás ahora, viendo a su Jefe, lograría grabarse en la cabeza eso de que tenía un nuevo trabajo.

     

    ¡Claro, claro! Ya voy, inmediatamente —musitó la joven Haughton. El joven asintió, y se fue.

     

    Ahora, el verdadero problema, o lo más difícil, era encontrar el despacho del señor Haughton. Por lo que sabía, podía estar en la planta baja, en la entrada del Ministerio o en algún baño público. Y, de verdad, encontraba alguien a quién preguntarle. Así que simplemente fingió que sabía dónde estaba, y caminó muy cerca de las puertas, sin perder de vista las metálicas placas para encontrar la que buscaba.

     

    Miró por los lados, esperando encontrar alguien que fuese al mismo lugar que ella; pero era imposible saberlo, porque todos iban y venían haciendo sus cosas, y Madeleine no los conocía como para decir quién iba para tal lugar. Bueno, eso era por ahora; no se podía pedir mucho a sí misma, porque acababa de llegar.

     

    Oh, bueno —suspiró, luego de caminar un par de minutos, hasta encontrar el despacho de Hugo Haughton—. ¡Al fin! —se dijo a sí misma, para luego darle un par de toques a la puerta, esperando que alguien le dejara entrar. ¿Podría hacerlo ella sola, o necesitaba esperar a alguien más que tal vez también hubiesen solicitado? Se encogió de hombros, decidiendo no pensar mucho en eso, y esperó.

  7. Madeleine Haughton.

     

    Nunca había ido allí, así que sólo se bajó del ascensor cuando la monótona y fría voz femenina le avisó que llegaba a la Oficina del Ministro. ¿Cómo demonios había pasado de ser sanadora, en San Mungo, a trabajar como empleada en aquel gabinete? Todavía no se lo creía; no creía que le hubiesen confiado el trabajo, así como tampoco se creía haber sido capaz de dejar el trabajo con el cual estaba tan familiarizada, para llegar a ese lugar que tanto la intimidaba.

     

    Miró a los lados, como si fuese a cruzar la calle, y entonces avanzó. Era muy diferente, a decir verdad. Los magos y brujas iban de aquí para allá, dictando órdenes, escribiendo apresuradamente, leyendo comunicados urgentes y mandando recordatorios de un lugar para otro. Se notaba que había bastante movimiento, por lo que no podía ser la única que se quedara rezagada, esperando que una lechuza le diese un mapa o que alguien le gritara instrucciones. Optó por moverse de una vez para buscar la oficina donde debía estar.

     

    Caminó al frente de las puertas, leyendo los nombres en las placas para encontrar el que buscaba. Además del nuevo ambiente, no se acostumbraba a la ropa que usaba. Es decir, podía usar lo que quisiera, incluso pijamas; pero sabía que no se vería bien ni profesional ir al trabajo, mucho menos la primera vez, tan informal como siempre se vestía. Así que no tuvo más remedio que tomar la ropa más seria y formal que tenía, que tampoco era demasiado. Usaba un holgado vestido, blusa larga o como-se-llamase, color blanco; unas medias de seda color negro; unos zapatos de charol color negro, quizás botines, por el modelo; y un abrigo de lana sobre eso, porque, bueno, se le antojaba que lucía bien.

     

    Su dije con forma de Fénix estaba oculto bajo la tela de su ropa, contra la piel de su pecho, recordándole a quién le tenía confianza. Sin embargo, algo que si podía mostrar era el medallón que había comprado hacía tiempo en el Magic Mall, el cual brillaba si había peligro. Porque esos días uno tenía que recibir esas señales de alguna manera, ¿verdad?

     

    Pronto se encontró frente a una prometedora puerta. Se apartó el ondulado cabello castaño del rostro, y leyó la placa de la puerta en voz alta:

     

    Oficina de Asesores, Gabinete de Protocolo y Prenda —musitó, dándose cuenta de lo diferente que era de la Primera planta de San Mungo. Pero eso no le impidió girar el pomo y empujarla—. ¿Buenas?

  8. Madeleine Haughton.

    Primera Planta.

     

    Luego de estar segura de que no volvería a ser zombie, por los momentos, vagó un rato por la segunda planta, hasta encontrar, accidentalmente, un ascensor bien viejo que daba señales de no haber sido usado en años debido al óxido en la puerta de rejas y el polvo acumulado en el suelo. Según lo que sabía de San Mungo, quizá se trataba de algún medio para transportar los materiales de los sanadores o algo por el estilo. Y no podía ponerse muy exigente, porque incluso se hubiese lanzado por la ventana, para salir se la segunda planta. Quería olvidar el asunto del virus.

     

    Al volver a su planta correspondiente, no vio muchas señales de su Darwind, por lo que asumió que estaba con un paciente o haciendo algún trabajo importante. Así que fue directo a su pequeño despacho, esperando encontrar alguna botellita de Poción Vigorizante, para sentirse un poco mejor; no pensaba en decirle eso a nadie, porque no estaría bien visto que una sanadora tomara alguna cosa del trabajo. En otra ocasión no lo hubiese hecho, pero es que ese virus, o enfermedad, la había dejado algo anonada y todavía estaba sorprendida con ella misma, por el hecho de casi comerse a Lisa.

     

    Sin embargo, encontró algo en su escritorio que no se esperaba.

     

    No me lo creo ―soltó― ¡Lo tengo!

     

    Efectivamente, lo tenía. Era una lechuza de esas del Ministerio, que se fue al ver que la sanadora entraba y cogía la carta. La habían aceptado en ese nuevo trabajo, que había pedido lo que le parecía hacía mucho tiempo, quizás antes de ver por primera vez a su compañero. Había estado varios días esperando la lechuza, impaciente; y, ahora que ésta llegaba de sorpresa, no podía creerlo. ¡Tenía que decirle a todo el mundo! ¡A Hermione, a Paula, a Lisa, a Caro, a toda la Mansión Rambaldi, a toda la Orden del Fénix, a todo el mundo!

     

    Ahora tenía que irse, claro. Pero, ¿cómo? ¿Cómo se iría de allí? Nunca le había tocado tener que hacer eso, porque había trabajado allí desde que era una aprendiz, nueva en ese mundo. No es que no quisiera, porque sabía que era lo mejor irse a otro lado, quizás sólo por un tiempo, ya que no podía decir que fuese permanente ―a no ser que de verdad le gustara el nuevo trabajo, y fuese especialmente buena en ello―.

     

    Se quitó la bata color celeste de trabajo con su nombre, y comenzó a recoger sus cosas: un par de fotos, un vuelapluma, un pequeño motoncito de pergaminos. Parecía que no le faltaba nada más, así que tomó su bolso, y salió del cubículo, apagando la luz tras ella.

     

    Sabía que saliendo de San Mungo, con la ropa muggle y su bolso, sin uniforme ni nada, podía hacerla lucir como una paciente que ya se curó; pero ella sabía que no era así, por lo que no se preocupó mucho. Ahora iría a la Mansión Rambaldi, y al otro día podría ir a su nueva área del Ministerio. De todas maneras, esperaba que le llegara una lechuza con su último salario(?).

  9. Madeleine Haughton.

    Segunda Planta.

     

    Estaban golpeando todos los muros, las puertas y ventanas que podían, tratando de entrar a los laboratorios, porque ya habían acabado con las otras personas normales de la planta, que se habían contagiado casi inmediatamente del virus. La joven Haughton casi no podía pensar como un ser humano, porque la poca cordura que le había quedado luego contagiarse había comenzado a extinguirse, y ahora a duras penas podía recordar quién era, dónde estaba y qué estaba pasando.

     

    Pero eso no sería eterno, porque... esa tía suya no dejaría a Madeleine así. ¿Cómo era que se llamaba su tía, esa con quién tantos días había pasado en la mansión Rambaldi, la que le dejaba montar en escobas y le trataba con tanto cariño como su propia madre? Era terrible tener tantos recuerdos, o algo así, de ella, y no recordar su nombre... ni su rostro. ¿Era rubia, morena, pelirroja? ¿Alta o baja? ¿Se parecía a la bruja escocesa? Porque, de todas maneras, ¿eran familiares de sangre o no?

     

    Ahora que se daba cuenta, los recuerdos comenzaban a desvanecerse. Tenía una mejor amiga desde siempre, desde tiempos inmemorables de la Academia, ¿cómo era ella? Y tenía otra amiga, que conocía desde hacía un par de meses, también. ¿No habían abierto un negocio entre las dos? A todo esto, ¿alguna vez fue a la Academia? ¿Cómo solía pasar los días en su hogar? ¿Quién era ella misma?

     

    Pero entonces notó que los otros comenzaban a dispersarse, aterrados; y, por supuesto, ella tuvo que hacer lo mismo. Logró confundirse entre todos ellos, claro. Y, en realidad, fue esa la razón por la cual le rociaron aquel aerosol en el rostro, quizá sin que nadie se diese cuenta. Se unió a los demás al suelo, convulsionando y retorciéndose, mientras que el remedio se encargaba de hacer su doloroso trabajo.

     

    No estaba segura de cuando se desmayó, pero sucedió. Y luego se despertó, agotada y enferma. Pero por lo menos no tenía muchas ganas de comer carne humana. Se levantó tambaleándose a causa de la fatiga, el dolor en las piernas y los mareos.

     

    ¿Hola? —musitó, insegura, comenzando a caminar entre los otros cuerpos convulsionando y algunos más inconscientes, esperando no encontrarse con un zombi, porque estaba segura de que todavía habían más— ¿Dónde es que estaba yo?

  10. Madeleine Haughton versión zombie(?)

    Segunda Planta

     

    ¿Habría alguna manera de comunicarles a las chicas que no quería hacer nada de eso? ¡Bueno, seguramente ya estaban buscando alguna solución para eso! Esperaba que se tratase de alguna poción, remedio o elixir que un arpón o una maldición imperdonable. Quizás Lisa no dejaría que mataran a la joven Haughton, si es que todavía seguía algo enojada por haber tratado de comerse su cerebro y, posteriormente, toco su cuerpo.

     

    Ya había logrado derribar entre todos el muro, lo que le asustaba y le hacía sentir bien al mismo tiempo a la bruja-convertida-en-zombie.

     

    No se comunicaban entre ellos, pero todos se dirigían al mismo lugar: la puerta de los laboratorios. Era bien sofisticada, según podía ver; era como en esas películas muggles, dónde alguien ingresaba un código para ir a una habitación ultra-secreta o para legar a la cámara más secreta y oscura de un banco. Allí estaban sí, las habían llegado a ver justo antes de que cerraran las puertas ante sus narices, sólo que a los lentos y balbuceantes caminantes les había faltado algo de rapidez.

     

    Ahora se dedicaban a golpear la puerta con furiosos y duros puños y patadas, esperando que se cayera y pudieran deleitarse con Anna y Lisa, para luego ir por el resto del hospital. Vaya, ahora que Madeleine se detenía a pensarlo, los zombies resultaban ser más inteligentes de lo que parecían... y era la parte zombie de la cabeza de ella. ¿Cómo serían los pensamientos de los demás, que a lo mejor eran más capacitados en planes, estrategias y esas cosas que la joven Haughton? De todas maneras, ya le estaba perturbando todo eso, por lo que no veía la hora de ser normal de nuevo.

  11. Madeleine Haughton.

    Segunda Planta.

     

    Bajó la mirada, justo a tiempo para ser como esa extraña cosa azul, a la que había pisado, comenzaba a enredarse y subir por su pierna y por todo su cuerpo. Al inhalar para soltar un chillido de terror, no puedo evitar respirar ese humo de color tan particular. No podía evitarlo, pero se apoderó de su cuerpo, de su cabeza y cada recuerdo y pensamiento que hubiese llegado a pensar.

     

    No estaba segura de lo que pasaba, salvo que Lisa parecía mirarla ligeramente asustada, como si Madeleine la fuese a atacar. Pero, en realidad, si la atacó, o casi; trataba de morder a su tía, sin motivo ni razón alguna. ¿Qué demonios le pasaba? No tenía necesidad alguna de morder a nadie ni de alimentarse de carne humana, porque, bueno, ella era una persona normal. ¿Sería culpa de ese virus del que parecían estar hablando?

     

    Pero, aunque no pudiese controlar sus movimiento, la patada le había dolido, pero no lo suficiente como para impedirle a su cuerpo levantarse y tratar de seguir a Lisa y Anna con ese raro andar medio cojo y lento de zombie, como los otros que la acompañaban. Los otros eran enfermeros, sanadores y quizá hasta pacientes. ¿Ellos también estarían aterrados por atacar a las demás personas, sólo porque ni podían evitarlo?

     

    ¡Bueno, tengo que tratar de calmarme!, pensó. ¡Pies, dejen de moverse! ¡Boca, deja de tratar de buscar sus cuellos! ¿No ven que seguimos haciendo esto, tendrán que buscar alguna manera de deshacerse de nosotros, quizás con unos arpones o escobas?

     

    Trataban de derribar el muro, porque, bueno, el cuerpo necesitaba comida.

  12. Madeleine Haughton.

    Primera Planta.

     

    A primera vista, las indicaciones parecían sencillas. Por lo menos, no tendrían que separar a los señores Smith, quienes todavía no daban señales de interesarse por la conversación de los sanadores. ¿Y si la mujer enloquecía al no ver huellas de su marido? ¿Y si él simplemente empeoraba, y comenzaba a necesitar la atención de su esposa? Le aliviaba tener alguna hipótesis de lo que sucedió, y más aún conocer el tratamiento.

     

    Entonces, al ver a la sanadora yéndose, recordó que, por lo menos allí, usaban el Remedio de Quemaduras estándar, por que nunca se les había presentado la oportunidad de usar uno dos veces mas fuerte; según recordaba, porque ése era sólo para casos selectos, como el que se les presentaba ahora. Así que se le ocurrió preguntarle a Anna si no tenían algo así en la segunda planta, o si sabría dónde conseguirlo.

     

    Vengo en un momentito, Hooch, sólo le preguntaré algo a la sanadora Anna —le dijo rápidamente a su compañero, mientras que se proponía salir de la habitación.

     

    Pero ya aquella mujer ya había ocupado un asensor, por lo que, muy a su pesar, Madeleine tuvo que subir por las escaleras a toda prisa. Quería llegar antes que ella, y, según había visto en alguna ocasiones, uno podía llegar más rápido a otra planta corriendo por las escaleras que con el lento y asfixiante elevador. No acostumbraba a correr, pero debía hacerlo ya. ¡Que suerte que sólo tenía que llegar a la segunda planta! Hubiese sufrido si se tratase de la quinta o sexta planta.

     

    Segunda planta.

     

    Empujó una puerta de madera, cercana a las metálicas del ascensor, un par de segundos antes de escuchar una pequeña campanita avisando que estaba a punto de abrirse. Pero no pudo sino extrañarse al ver a la sanadora Ryddleturn ponerse una máscara y traje bien extraños, ante la voz de un elfo, sólo que no entendía lo que decía, porque era bien chillona.

     

    De todas maneras, algo en su cabeza, quizá el pequeño y casi nulo sentido de la aventura y el riesgo que la bruja escocesa poseía, le hizo seguir a Anna a grandes zancadas, ignorando que no trabaja en la segunda planta y que, fuese lo que estuviese pasando, le podría pasar algo más malo que bueno.

     

    ¡Hey! ¿Qué cosa hay con esa niebla azul? Venía a preguntarte que si... —comenzó a decir, antes de taparse la boca y la nariz con las manos del susto, al ver a la regordeta enfermera babeando y con el rostro horrible, tratando de balbucear algo e intentado zafarse de las cuerdas— ¿Qué demonios? —quiso saber, frunciendo el ceño en dirección a su tía, como si ella hubiese sido la culpable(?).

  13. Madeleine Haughton.

    Primera Planta.

     

    No se permitió perderse lo que iban charlando, ya que estaba segura de que era uno de esos asuntos serios que tanto le gustaba evitar. Evitó decir nada, temerosa, mientras las vendas tapaban el ungüento color naranja y, según el, el estado del hombre, no tanto como el de la mujer, parecía decaer y empeorar poco a poco. Pero, si las suposiciones de Darwind eran ciertas, a lo mejor no podrían encontrar saliva en los tejidos, ya que la Poción para Heridas se había encargado de limpiar alguna impureza.

     

    Pero ahora no quería hablar, ya que ella tampoco estaba segura de muchas cosas, y esa no era la excepción. Así que se limitó a dejar todo despejado, por si ellos querían ver a los pacientes o buscar otros materiales, y sonrió suavemente a los señores Smith para que se tranquilizaran. Si de verdad les tomarían muestras, habría que darles por lo menos un mínimo trago de Pocion para el Dolor, ya que esas quemaduras les volverían a doler si decidían sacarles tejido o lo que fuese. Y la Poción de la Paz también sería últil, si se ponían nerviosos.

     

    ¿No habría que mover a los señores Smith a la segunda planta? —sugirió la bruja, con su correcto acento escocés— Si de verdad es una plaga, no podríamos dejar que las enfermeras y cualquier otro paciente se contagie. Seguramente allá arriba tienen habitaciones especiales para estos casos, ¿verdad, sanadora Anna?

  14. Madeleine Haughton.

    ~Clumsy Goddness.

     

    Se abrió paso entre tantos árboles y el follaje que le daba fama al bosque de frondoso y desconocido. Varias manchas luminosas cubrían su piel a medida que avanzaba; era la luz del sol, la poca que lograba entrar por entre las grietas entre las ramas y las hojas de las altas plantas. Miraba a cada rato a su alrededor, para contemplar la belleza de aquel lugar mientras los silbidos de los pájaros le llegaban a los oídos.

     

    Pero nadie, ni siquiera la joven Hespéride, estaba libre de alguna desgracia, ya que pronto se tropezó con una de las gruesas raíces de los árboles y cayó de bruces al cálido suelo. Ella sabía que, debido a ese tipo accidentes, eran que tenía la fama de ser catalogada como la Clumsy Goddness.

     

    Al llegar a la enorme pared compuesta por esas plantas, puso sus manos sobre ellas, y dijo suavemente algo, lo cual hizo que las zarzas comenzaran a desenredarse y apartarse. Le permitieron ver a la joven Haughton una especie de muralla de piedra caliza, cuyas piezas de amontonaron a los lados y hacia arriba, para dejar un hoyo con la forma de una persona, por donde la menuda chica logró entrar.

     

    ¿Hola? —dijo con su suave voz, alta y firme, esperando encontrar a cualquier persona en el extenso jardín— ¿Hay alguien acá? —recogió un poco por encima de sus tobillos la extraña túnica blanca que usaba, y avanzó más.

  15. Madeleine Haughton.

    Primera Planta.

     

    Mientras ponía el Remedio para Quemaduras con su espátula en los brazos y la espalda del señor White, su mujer, inmóvil en la otra camilla por temor a causarse dolor así misma al tratar de hacer algo, le contaba a la sanadora cómo había ocurrido aquel inoportuno accidente. Fueron a acampar a unas montañas, y estaban durmiendo tranquilamente en una cabaña que habían alquilado, cuando un Colacuerno Húngaro los atacó; no se enteraron de por qué estaba allí, pero cuando llegaron los magos que los trasladaron a San Mungo, alguien informó al departamento encargado de control y regulación de criaturas mágicas.

     

    Bueno, por lo menos están vivos —dijo la joven Haughton, con un hilo de voz.

     

    Mientras vedaba las zonas untadas con la espesa crema color naranja, compendió que lo mejor sería dejarlos allí, por lo menos hasta que las heridas se terminaran de curar, ya que había que retirar las gasas y poner más Remedio hasta que las heridas sanaran por completo. Y eso podría tomar por lo menos un par de días, ya que eran graves ese grado de quemaduras. Se preguntaba cómo se lo tomaría la pareja.

     

    Aunque, bueno, no logró decirles, ya que escuchó que alguien tocaba la puerta. Madeleine se levantó de la alta banca metálica, luego de ponerle un broche a las vendas para que no se soltaran, y luego de quitarse los guantes embarrados con el ungüento, abrió la puerta.

     

    Hola —musitó, al ver a alguna sanadora de otra planta de San Mungo allí (Anna), pero a la que no conocía—. Sí, supongo que puede pasar. Pero, ¿qué desea? —quiso saber, ligeramente confundida.

  16. Bueno, ya he pasado mucho tiempo vagabundeando, así que vine a por fin a pedir tutorías e.e Aunque yo supuestamente estaba en otras dos, peros las cerraron y eso y entonces vine, de nuevo xD

     

    Tutoría que solicita (Defensa, Perfil, Rol): Defensa :ninja:

    Nivel de conocimiento que posee (básico, intermedio, alto): ¿Qué va antes de básico? :unsure: xD

     

    Tutoría que solicita (Defensa, Perfil, Rol): Rol

    Nivel de conocimiento que posee (básico, intermedio, alto): Básico

     

    Ahora, debería buscar maneras de hacer la tarea, leer un libro, estudiar, ver una película o algo(?) No tengo oficio, así que por lo menos eso me ayudará a estar pendiente de los tutoriales xD

  17. Madeleine Haughton.

    Primera Planta.

     

    Tanto ella como los señores White miraban confundidos a Darwind, que se mostraba ajeno a casi todo lo que ocurría a su alrededor. Ni siquiera se había sobresaltado cuando la mujer, Clarice, soltó ese pequeño y agudo chillido de dolor, que había sorprendido a la sanadora y al hombre, Matt. Ellos, preocuparon, le dirigieron una mirada de alerta a la castaña, pero también estaba tratando de saber por qué la distracción, así que no los vio.

     

    En fin —suspiró ella tratando de componer una sonrisa en dirección al matrimonio, apenada porque los hubiesen pillados con la guardia baja—, no se preocupen, tampoco es que ésto sea muy difícil; les juro que he curado quemaduras desde que era una aprendiz, el año pasado.

     

    Oh, ¿eres una sanadora de verdad? —logró decir la señora White, visiblemente confundida al examinar el rostro de la bruja para cerciorarse de que no se tataba de una broma— ¡Por la barba de Merlín, si eres una niña! Yo pensaba que eras una aprendiz recién llegada...

     

    Apretó los labios, para evitar salir la mueca de enojo que se le iba abriendo paso desde el pecho. Algo que no le agradaba mucho, era que la consideraran más joven de lo que era, cuando no la conocían; seguramente se debía a su tamaño compacto o incluso a su rostro algo redondeado, pero de todas maneras no le gustaba. Ahora entendía bastante a Jessie, a decir verdad. Ojalá todos fuesen como Paula, quien le decía que era una vieja atrapada en un caparazón joven, aunque claro que era una broma.

     

    Ya estaba terminando de vendar a Clarice, cuando su compañero habló de nuevo, tal vez todavía algo ebrio por aquellos pensamientos que parecían entretenerlo tanto.

     

    Bueno, gracias —Madeleine recibió los objetos—. Ahora curaré al señor Matt —avisó, cambiándose los guantes de nuevo.

  18. Madeleine Haughton.

    Primera Planta.

     

    Frunció el ceño, en una genuina mueca de confusión, al notar el más que evidente silencio de su compañero, quien tenía el aspecto de estar pensando en algo importante —o, por lo menos, lo suficientemente importante como para no comentar nada sobre los pacientes—. Pero tampoco era quién para distraerlos de lo que fuese que estuviese pensando, así que se encogió de hombros y volvió a centrar su atención en la pareja White.

     

    Bueno, ahora les limpiaré las heridas con Poción para heridas, para que todo vaya bien —les dijo al hombre y a la mujer, que estaban en camillas diferentes pero paralelas entre sí—; no se asusten al ver salir una espuma de color violeta, eso sólo significa que ésta mejorando —les mostró el par de botellas idénticas que tenía, para que se enteraran de que comenzaría en ese momento con el proceso.

     

    Primero se acercó a la mujer. Poco a poco, fue poniendo gotas del elixir en las heridas abiertas, ya que estas tenían un colo algo raro para el ojo de la joven Haughton y olían feo. La espuma color púrpura no tardó en salir, avisando que ya se estaba limpiando; repitió el proceso un par de veces más, hasta que ya no salía ningún fluido de la herida. Luego hizo lo mismo con el hombre.

     

    ¡Que bien! —musitó Madeleine, con una sonrisa.

     

    Pero ahora llegaba la parte más... dura, o algo así.

     

    Puso el bote de Remedio para Quemaduras en la mesita que separaba a ambas camas, y luego otro par de guantes, para cambiarse los que tenía ya que ahora debía tener más cuidado que antes. Entonces tomó una espátula de plástico igualmente desinfectado, y puso una generosa cantidad del ungüento color naranja en el abdomen de la señora White.

     

    Es normal que le escueza un poco —le avisó Maddie, con una sonrisa amable, para calmarla—. ¿No me quieres ayudar con el señor, Hooch? —preguntó la joven— Sólo necesitas un par de guantes, que hay en la caja, y otra espátula de las de la gaveta.

  19. Madeleine Haughton.

    Primera Planta.

     

    Bueno, deberíamos empezar revisando las quemaduras, ¿no? —musitó, prácticamente debido a un reflejo, al escuchar a su compañero pedir alguna recomendación.

     

    No recordaba la última vez que había llegado un paciente con quemaduras tan graves... Sí, cuando todavía era una aprendiz y Eledhwen era la jefa de planta; pero todavía no llegaba Charlotte, si no se equivocaba. De una manera un otra, recordaba lo que su jefa había hecho ese día, y también lo había leído en el manual de primeros auxilios.

     

    Pero todavía estaba preocupada por eso de la tensión baja. ¿Sería que las quemaduras habían dañado algo importante? No había visto una reacción como esa, por lo menos no debido al fuego de dragón.

     

    Se acercó más a la pareja de quemados, conteniendo las ganas de hacer una mueca de dolor al ver las extensas heridas, mientras ellos seguían haciendo unas raras muecas de dolor. Frunció el ceño a sí misma, recordando que las muecas de dolor se debían a algo; así que buscó en uno de los estantes la gaveta correspondiente, y sacó de entre un río de más pociones una que sería muy útil en ese momento: Poción para el Dolor. Y tomó otra botellita igual, que era la medida indicada para cada uno de ellos. ¿Tal vez la baja tensión podría deberse una especie shock debido a esa horrible sensación? ¿Tendrían algún tipo de hemorragia? ¿Las quemaduras les hicieron perder algún importante líquido corporal, causando algún tipo de shock que explicara la causa de la bajada de tensión? Que rollo, la verdad; ni ella misma se entendía ahora.

     

    Bueno, ésto es para se les quite el dolor, mientras nos ocupamos de las heridas —dijo, tanto a los señores White como a Darwind, ya que quería que él estuviese informado de lo que iba haciendo, pues, ¿y si llegaba a pensar que se trataba de algún potente veneno?

     

     

    Asintió en dirección al otro sanador al escuchar que iba a buscar otro sanador en la segunda planta, ya que, al parecer, conocía a alguien en aquella zona del hospital. Se preguntaba por qué sería necesario un especialista en virus, enfermedades, pociones y plantas; pero luego pensó que a lo mejor sería necesario uno de esos, pues a lo mejor el paciente resultaba ser alérgico a una que otra poción o algo por el estilo.

     

    Como no quería avanzar mucho en el procedimiento en el tiempo que tardaría Hooch en subir, encontrar a alguien y bajar, así que se limitó a quitar la ropa chamuscada de las zonas quemadas, o sea, el abdomen y los brazos. Le agradaba la idea de que las túnicas de magos generalmente estuviesen hechas de fibras naturales, porque éstas no se fundían en contacto con el fuego, sino que se... quemaban, y ya. En cambio, si sus vestimentas hubiesen estado hechas de nailon, por ejemplo, el asunto hubiese sido mucho más difícil de resolver. ¡Sólo Merlín sabía cómo resolver una situación como esa, en el momento en que se llegase a presentar!

     

    Oh, hola de nuevo —balbuceó, al escuchar la puerta abrirse y cerrarse tras ella. Pero al no escuchar la voz de Darwind, tuvo que girarse para asegurarse de que era él, y no un fantasma u otra persona. Se sorprendió ligeramente al verlo llegar sólo, pero no dijo nada—. En fin, ¿me ayudas? Ahora debemos limpiar las heridas, con Poción para Heridas. Y debemos ver qué les causa la tensión baja...

  20. Madeleine Haughton.

     

    Ignoraba los motivos por los cuales el nuevo sanador se había ido, así que, resignada, se fue de vuelta a la pequeña recepción de la planta, donde algunas enfermeras hablaban sobre temas superficiales. Se paseó un momento por los pasillos, con algunas botellitas con pociones de emergencia en sus bolsillos, ya que guardaba la esperanza de que alguien llegara; tenía experiencia en eso de no estar preparada, y recibir un montón de pacientes.

     

    Que bueno que pronto llegará la nieve —canturreó, aunque sabía muy bien que estaban en primavera, y faltaba mucho para el invierno—, sí, ya tendremos nie-ve.

     

    ¡Chist, señorita Haughton, que tenemos un paciente!

     

    Uhm, interesante —comentó la joven, dejando de cantar de comer para dedicarle una mirada de curiosidad a la mujer. Ella, rodando los ojos, le informó que se trataba de una pareja que tenían una buena parte del cuerpo cubierto con quemaduras, causadas por un dragón. Al parecer, habían elegido mal su destino para la luna de miel.

     

    No tenía tiempo de buscar por toda la planta a Darwind, así que le encargó a Steve, el enfermero, que lo buscara por toda la planta, o por todo San Mungo, para que se reportara a la habitación de la paciente. Mientras que esperaba que el chico lo encontrara, se dirigió al cuarto #4, dónde estaban el señor y la señora White.

  21. Madeleine Haughton.

    Primera Planta.

     

    Luego de ver a Frida alejarse a ese lugar del Ministerio que se encargara de recibir ese tipo de cartas, supo que ya había evitado el trabajo más de lo debido, por lo que tuvo que volver a San Mungo. Los últimos pacientes de la última vez, esos que habían sido trasladados de Gales gracias a Acacia, ya se habían ido, por lo que la Primera Planta ahora gozaba de varias habitaciones libres —como de costumbre—. Se preguntaba si pasaría algo en Londres, algo que les llevara un pequeño puñado de pacientes, además de los comunes heridos por picaduras de doxys.

     

    Steve, su fiel enfermero de cabecera, la recibió con una sonrisa de oreja a oreja; la joven Haughton no sabía si se debía a que tenía un par de días que no la veía en sus típicas rondas, o simplemente ese día se había parado del lado bueno de la cama. De una manera un otra, se adivinaba que el castaño estaba gozando de la felicidad, y, la verdad, logró transmitirle un poco de ella al anunciarle una singular noticia.

     

    Hay un nuevo sanador —soltó él, pensando en lo mismo que Madeleine.

     

    Después de todo, hacía falta uno, pues desde que la renuncia de Eledhween y la baja de Charlotte como aprendiz, ese lugar sólo había logrado ser atendido a medias por Madeleine Haughton. A veces podía llegar a fastidiar, ya que además había que sumarle la falta de pacientes; ya nada era como en los viejos tiempos, cuando para curarse una quemadura la gente iba con los sanadores. ¡Condenadas clases de primeros auxilios!

     

    No tuvo que recorrer mucho, ya que era muy difícil tratar de ignorar al payaso que se paseaba por allí.

     

    Hola —musitó, frunciendo ligeramente el ceño, preguntándose si no sería un paciente de la cuarta planta; pero la bata de sanador le esfumó la ocurrencia—, tu debes ser el nuevo sanador, ¿verdad? —se atrevió a preguntar, esperando estar en lo correcto—. Yo soy Madeleine, la otra sanadora.

  22. Madeleine Haughton.

     

    De algún lugar del aire, el cuerpo de la bruja apareció; aunque no sabía cómo funcionaba la Aparición, y mucho menos la Aparición Conjunta, estaba allí. Era la primera vez que la joven Haughton visitaba aquella prisión; así como era la primera vez que llevaba algún cuerpo sin vida. Pero en ese momento no le afectaba mucho el hecho de que cargase con dos cadáveres encima; en realidad, estaba aliviada. No porque estuviesen muertos, sino que allí en la cárcel no causarían mucho daño a los inocentes.

     

    Siguió caminando, arrastrando ambos cuerpos, hasta encontrarse en el área de las celdas. Antes de llegar, se detuvo un momento, tratando de agarrar aire, pues sentía como si tuviese un saco de arena en el pecho que le impedía respirar con normalidad. Sí que estaban bien pesados, esos mortífagos. ¡Si tan sólo la bruja tuviese una carretilla! Debía recordar llevar una la próxima vez que planeasen una readada, o por lo menos los guardianes debían dejar algunas afuera, cuando algún auror debía llevar a las celdas unos cuerpos que le doblaban, o quizá triplicaban, el peso.

     

    Encontró unas celdas vacías, al fin. En una logró meter el cuerpo de Taurogirl, y en la otra a Spectum; luego localizó los candados respectivos, y cerró cada una de las celdas mediante ese instrumento, para que nos salieran más tarde. Los guardianes sabían lo que tenían que hacer, ya fuese revivirlos, curarlos o sacarles información... Pero, mientras tanto, Maddie se iría de allí por ahora.

  23. - Bueno, atendemos a los pacientes heridos por culpa de accidentes provocados por accidentes mágicos, y curamos diversas heridas, de parte de criaturas o animales mágicos - le dijo a Darla -. Aunque, al parecer, ya no hay muchos de esos - se rió ligeramente.

     

    De todas maneras, por lo menos tenía un paciente o dos; de todas maneras, debía disfrutar eso por unos días, pues sola en la planta no podía encargarse de más de cuatro pacientes a la vez. O, por lo menos, no hasta que alguien repara la cafetera de la sala de descanso. Aunque, seguramente uno de esos llegaría su nueva jefa... Lo bueno era que esos días podía pasear más que de costumbre, así que tenía que dejar de quejarse.

     

    - No conozco esa canción - musitó Maddie, entre risas, mientras que la pelirroja canturreaba unos divertidos coros; comenzaba a notar que Darla parecía disfrutar un poco demasiado molestar a Kris - Pero se me antoja muy entretenida...

  24. Luego de que unos momentos un mesero llegó acompañado de un elfo para atenderlos, o por lo menos eso pensó la bruja. Por unos segundos, se le ocurrió que quizá el muchacho estaba tratando de aprender sobre el arte elfico de atender magos, o algo así. Sin embargo, decidió sacudir rápidamente la idea, pues seguramente terminaría riéndose, y se vería raro ya que todavía nadie contaba un chiste ni nada por el estilo. Sin embargo, si quiso soltar una, al escuchar el comentario de Darla hacia Kris.

     

    - Es mejor no saber sobre ese caño - murmuró la bruja, pues por lo menos a ella no se le antojaba enterarse.

     

    Alzó las cejas ligeramente al escuchar sobre el trabajo de la mujer. ¡Vaya, que interesante era! La verdad, no estaba enterada sobre la posición de su compañera de bando en el ministerio. Debía ser entretenido, además de cansar más.

     

    - Yo trabajo en la primera planta de San Mungo, o algo así - comentó, recordando que esos días, o por lo menos desde Navidad, ya no habían tantos pacientes -. Menos mal que no tengo problemas con mis compañeros, especialmente porque no han dado señales de vida. -suspiró.

     

    Luego de mirar de reojo al camarero, buscando la botella de tequila y los vasos, la joven Haughton recordó algo.

     

    - Ay, olvidamos pedir la sal y los limones - dijo, con una pequeña sonrisa divertida.

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