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Mia Zoeh

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Mensajes publicados por Mia Zoeh

  1. Acababa de terminar la clase de Generales cuando se nos asignó a nuestras respectivas casas. Yo era un Tritón al igual que mi compañera de Generales Ariza. Estaba un poco triste ya que debería separarme de mis compañeros, aunque sabría que nos volveríamos a encontrar en las clases posteriores. Por otro lado, estaba emocionada por pertenecer a la casa de los Tritones ya que estaba segura de que conocería mucha gente nueva.

     

    Mi compañera y yo seguimos las indicaciones que nos dieron para llegar a nuestra Sala Común; desde el Gran Salón, tendríamos que tomar el pasillo al Oeste y entrar a través del pasadizo de la estatua del Rey Tritón. Necesitaríamos una contraseña. No la teníamos, pero decidimos ir hasta allí y esperar a que alguien nos abriese. Algún Prefecto o Jefe de casa tenía que aparecer.

     

    Al tomar el pasillo indicado, vimos en seguida la estatua del Rey Tritón. Era inmensa y estaba muy bien lograda. Me acerqué con intención de tocarla, pero el mítico personaje se colocó en guardia, apuntándome con su tridente. No nos iba a dejar pasar tan fácilmente. Tenía que ser por allí ya que no había ningún pasadizo a la vuelta ni detrás de la estatua.

     

    Miré a mi compañera, Ariza, y me encogí de hombros. –Nos tocará esperar a que alguien aparezca…-le dije al tiempo que me sentaba junto a la estatua para poder recostarme a la pared. Con mi varita, atraje una manzana verde del Gran Salón usando el hechizo Accio y comencé a comerla mientras esperaba. La clase de Generales había sido agotadora y tenía hambre ya a esa hora de la mañana. Estaba con muchas ganas de reunirme con el resto de los chicos de Generales, quienes, imaginaba, estarían en sus respectivas casas.

  2. Alonzo aceptó de buena gana mi petición de ayuda, lo cual me asombró un poco dado que se había presentado como una persona un tanto fría; o al menos así lo notaba yo. Le sonreí, dejando entrever mis colmillos y lo conduje hacia el lugar donde se encontraba el poltergeist con mi guardapelo en ese momento. No se había movido desde la última vez que había intentado tomar mi pertenencia, así que no fue difícil hallar a la criatura.

     

    -Tenemos que rodearlo, yo por la izquierda y tú por la derecha, ¿vale?- espetó el Black, a lo que asentí levemente con mi cabeza. Nos acercamos al poltergeist, él por la izquierda y yo por el lado opuesto, tal y como habíamos acordado.

     

    -A la de tres- susurró cuando nuestras miradas se cruzaron. De haberme podido sonrojar, en ese instante lo habría hecho. –Uno, dos, ¡tres!- gritó y ambos nos lanzamos en dirección a mi preciado guardapelo de oro. Yo mantenía sujeto al bromista por lo que confiaba que fueran las piernas mientras que Alonzo se había lanzado hacia la parte superior de la criatura.

     

    Él tomó mi guardapelo en su mano, dejando que la dorada cadena cayera como agua por entre sus dedos. Solté al poltergeist, me sacudí la ropa y me acerqué a mi compañero, quien me devolvió el guardapelo sin chistar.

     

    -Muchas gracias, Alonzo. Mejor regresemos con los demás, tengo la sensación de que noes están esperando.- le agradecí. Estaba realmente agradecida. El joven Black era la última persona que hubiese creído que me sería de ayuda. Le sonreí de nuevo con toda la sinceridad de la que fui capaz y emprendimos el viaje de regreso.

     

    A decir verdad, éste se hizo mucho más corto que la ida. Nos la pasamos charlando y conociéndonos un poco mejor. Yo había vuelto a colgarme el guardapelo en el cuello y podía sentirlo rozar levemente la piel de mi pecho a medida que avanzaba.

     

    Cuando finalmente llegamos a la enorme carpa de circo, ya el sol estaba casi oculto, y el cielo, antes rosa y naranjado, ahora comenzaba a teñirse de azul oscuro. Esa noche habría luna llena, y la misma ya se asomaba por entre las pequeñas nubes que habían aparecido. Había, además, algunas estrellas que tímidamente comenzaban a hacerse notar en el oscuro cielo. Sería una noche hermosa.

     

    Dentro de la carpa se encontraban nuestros cuatro compañeros; Keyce, Dimitri, Marishka y Ariza; además de los profesores Helen y Cris. Tanto Alonzo como yo teníamos nuestra ropa intacta y ninguna herida sangraba en nuestra piel; sin embargo, no podía decirse lo mismo del pobre Dimitri. Me acerqué a él, preocupada por su estado. Los otros tres chicos lo rodeaban también, al igual que los profesores, quienes se encontraban un par de pasos más atrás.

     

    -¿Qué ocurrió? ¿Estará bien?- comencé a preguntarle a los que me rodeaban. Si no recordaba mal, Dimitri había ido con Keyce; sin embargo, las dos chicas parecían saber algo, así que suponía que se habían encontrado en algún punto.

     

    Todos parecíamos haber recuperado todo lo que era nuestro, ya que no faltaba nadie por llegar. En efecto, nos habían estado esperando a Alonzo y a mí. A pesar de que estaba preocupada por el estado de salud de mi compañero, decidí alejarme y darle espacio. Ya se encargaría alguien que supiera lo que hacía. Me coloqué al lado del Black, a quien ahora veía con otros ojos y consideraba como un amigo. – Gracias de nuevo.- le susurré una vez que estuve a su izquierda.

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  3. -No lo creo- dijo Alonzo ante mi comentario sobre que deberíamos volver. -Sé que deben estar por aquí, o al menos presiento que mi guitarra debe estar cerca- añadió, y no tuve cómo oponerme a su voluntad. Al fin y al cabo, yo había elegido el Sur por una corazonada y un poco de viento; no tenía otra opción mejor.

    Me resigné a seguir caminando a su lado, empuñando mi varita en la diestra hasta que llegamos a un lugar lleno de puestos de dulces, algodón de azúcar y manzanas con caramelo. Sentí que mi estómago se revolvía. No me consideraba para nada fanática de las cosas dulces; por el contrario, prefería lo salado. Y todo ese olor a caramelo y azúcar estaba comenzando a hacerme sentir mal.

     

    Avanzamos un poco más hasta un lugar donde había algodón de azúcar. Era como un contenedor. Alonzo y yo nos asomamos por el borde del mismo y pudimos comprobar que la guitarra roja yacía en el fondo, toda cubierta con el dulce de color rosa chicle. Ni él planeaba meter las manos allí ni yo lo haría. A decir verdad, me preocupaba bastante el cómo iba a quitar de entre las cuerdas el pegajoso algodón de azúcar.

     

    -¿Tienes alguna idea de cómo podemos sacarla?- me preguntó Alonzo, bastante preocupado por su guitarra. Lo entendía. Yo tocaba el violín, y estaría frenética si alguien escondiese mi amado instrumento en un contenedor lleno de golosinas.

     

    -Tengo una, pero no sé si funcionará.- mi crianza como Muggle estaba comenzando a resultarme útil. Si algo recordaba, era que al mojar el algodón de azúcar con agua, éste dejaba de ser tan pegajoso y hasta podía desintegrarse.

     

    -Perdóname por esto; prometo reparar tu guitarra si algo le sucede…-me disculpé anticipadamente con Alonzo. Iba a mojar el contenedor, y no sabía cómo iba a quedar la guitarra luego del agua. Prometía hacerme cargo de dejarla como nueva, con todo lo que eso implicaba.

     

    Aferré con fuerza mi varita y la dirigí hacia el contenedor. Tragué saliva, me aclaré la garganta y con voz clara puse en práctica un hechizo que encontraba realmente útil para muchas circunstancias de mi vida diaria.

     

    -¡Aguamenti!- un chorro de agua salió despedido de mi varita en dirección al contenedor. El algodón, antes de color rosa chicle, ahora empezaba a oscurecerse y agruparse en grandes bolas de dulce. Algunas de éstas se desintegraban al ser demasiado pequeñas. La guitarra poco a poco fue siendo liberada, y ya no tendríamos que tocar el algodón para sacarla de aquél lugar.

     

    -Toda tuya.- espeté, apartándome para darle espacio para sacar el instrumento.

     

    Continué caminando un poco mientras mi compañero maniobraba con su pertenencia, y de golpe sentí que me habían tocado el hombro, removiéndome un poco el cabello. Una risita por lo bajo se mezcló con el ruido de mi respiración y pude ver un pequeño destello dorado por el rabillo del ojo.

     

    -¡Mi guardapelo!- exclamé y me giré sobre mis talones, buscando el lugar de donde provenía el brillo. Algo flotaba un metro delante de mí. Algo de color oro. No era demasiado grande, pero estaba en un punto donde el sol le arrancaba rayos de luz.

     

     

    Caminé hasta ese punto y cuando estaba por llegar allí, mi guardapelo se movió. Había confirmado que era mi guardapelo; no tenía manera de confundirlo. Sin embargo, algo o alguien invisible se movía con él en su mano, ya que estaba a la altura de mis ojos y se movía cuando me acercaba para agarrarlo.

     

    Lo perseguí un par de metros más hasta que noté que me estaba alejando un poco. Al ver que no iba a poder capturarlo sola, decidí regresar y hablar con Alonzo para que me ayudase. Si rodeábamos al poltergeist, o a lo que esa cosa fuese, lo atraparíamos más rápido y podríamos volver con el resto del grupo antes.

     

     

    -¿Me ayudas?- le pregunté al joven mago que ahora aferraba su guitarra como si se le fuera la vida en ello. –Encontré mi guardapelo, pero el poltergeist bromista que lo tiene no planea devolvérmelo. Necesito que me ayudes a rodearlo.- le expliqué resumidamente la situación y me quedé esperando su respuesta. Sabía que la magia era inútil, por lo que tendríamos que quitarle mi guardapelo de forma poco mágica.

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  4. La última actuación acababa de ser calificada con las estrellas necesarias para aprobar cuando una frase en letras plateadas comenzó a escribirse sola en el aire. “Si sus cosas quieren hallar, en la feria deben buscar”. Miré a ambos profesores creyendo que quizás era uno de ellos quien la había escrito, pero para mi sorpresa, ambos estaban tan asombrados como nosotros.

     

    Unas risas que no provenían de ninguno de los allí presentes me obligaron a apartar la vista de Cris y Helen. De golpe, un chico llamado Alonzo rompió el silencio con un grito dado que no encontraba su guitarra. Un objeto tan grande no puede ser escondido tan fácilmente, pensé. Uno a uno, los chicos y chicas que me rodeaban comenzaron a percatarse de que les faltaban cosas, pertenencias. Incluso los profesores habían perdido algo.

     

    Me miré las manos. Estaba sujetando mi varita, así que no era eso lo que me faltaba. No solía usar pulseras ni anillos, así que eso tampoco me había sido quitado. Creí que no me faltaba nada hasta que me llevé las manos al cuello. Cuando las yemas de mis dedos sólo sintieron mi piel desde la nuca hasta la clavícula, me alarmé. Mi guardapelo de oro con una Z, regalo de mi madre al cumplir los dieciséis, no se encontraba en su lugar habitual. Volví a tocar la zona, pero nada. Me aparté el pelo hacia un lado, pero no estaba enredado allí. Maldije en voz alta; aquél guardapelo era precioso, y no me lo había quitado nunca.

    ¿Cómo no me había dado cuenta de que me lo estaban quitando? Estaba furiosa. ¿Quién había sido el bromista que lo había hecho? Me dirigí hacia el exterior de la carpa junto con la masa de compañeros. Una suave brisa me removió un poco el cabello rubio; soplaba hacia el sur. En el momento, no le di importancia; al fin y al cabo, era sólo viento.

     

    La clase se reunió fuera de la carpa de circo, así que me uní a la conversación. Resolvimos peinar la zona en pequeños grupos, cosa de recorrer más terreno en menos tiempo. No sería lógico que las pertenencias estuvieran escondidas juntas; no tenía gracia. Dimitri y Keyce se fueron hacia el Norte. Ariza y Marishka, hacia el Oeste. Alonzo se fue sin compañía alguna hacia el Sur. En ese momento, entendí que debía ir con él. Esa brisa no había sido casual, y estaba casi segura de eso. Ya me había sacado unos metros de ventaja, así que troté un poco para alcanzarlo.

     

    -¡Alonzo!- lo llamé para que me esperase así podríamos buscar juntos. No había tenido oportunidad de hablar con él, pero creía recordar un poco de su presentación cuando acabábamos de llegar. Y no podía negar que sus habilidades con la guitarra eran magníficas.

     

    Cuando lo alcancé, caminé a su lado en silencio. Ninguno hablaba. Yo llevaba la varita en la mano, por cualquier emergencia. No estaba segura de a qué me enfrentaba, aunque el comentario de que posiblemente fueran poltergeist era el que circulaba dentro de la carpa.

     

    Intenté romper el hielo con mi compañero de búsqueda. Lo veía muy concentrado, pero por el momento, sólo teníamos pasto verde y alguna que otra raíz salida delante de nosotros. A menos que las cosas hubiesen sido escondidas en un hoyo, dudaba que allí fuéramos a encontrar algo.

     

    -Bien, parece que nos queda bastante por caminar. No quiero alejarme demasiado de la carpa; temo no poder volver luego- dije a Alonzo sin apartar mi vista del terreno que tenía enfrente. Era verdad; si hacia el Sur no encontrábamos ningún lugar donde buscar, sería mejor volver. No quería acabar teniendo que ser buscada por mis propios compañeros, quienes suficiente tenían con querer encontrar sus propias cosas.

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  5. Mientras debatíamos con Dimitri y Sherezade sobre nuestra presentación en grupos, el chico llamado Alonzo ya estaba subiéndose al escenario. Tras un movimiento de su varita y una espera que pareció ser eterna, el joven atrapó una guitarra eléctrica de color rojo mientras ésta volaba hacia él. Me incliné hacia adelante en mi asiento; eso sería grandioso. Amaba la música, y por lo que podía ver, no era la única que lo hacía.

     

    Sin embargo, en cuanto Alonzo terminó y pude ver que su puntuación fue de cuatro estrellas, Dimitri avisó a los profesores que necesitaríamos salir un momento para encontrar los elementos para nuestra presentación. Yo estaba bastante distraída, a decir verdad, por lo que demoré un par de segundos en darme cuenta de que mis dos compañeros ya se dirigían hacia la entrada de la carpa.

     

    Un segundo chico estaba ya en el escenario haciendo demostrando su talento, pero no tuve tiempo para quedarme a verlo. Seguí de cerca a Sherezade y a Dimitri, y di un par de zancadas para poder acercarme más a ellos por si debatían lo que haríamos mientras buscábamos.

     

    Yo no necesitaba nada. Utilizaría un hechizo para hacer que mi voz aumentase su intensidad, pero el resto del material se encontraba en mi cabeza. Sin embargo, los otros dos chicos sí parecían necesitar cosas, así que seguí junto a ellos mientras buscaban.

     

    De repente, Dimitri tomó un camino que no estaba segura de haber visto antes. Miré a mi compañera y me lancé detrás del joven. Una gran jaula con un bello animal blanco me hizo detener en seco. Mi compañero estaba metiendo su brazo entre dos barrotes de metal, y al animal no parecía hacerle demasiada gracia. Sherezade estaba ubicada a mi lado, tan perpleja como yo.

     

    -¡Dimitri, no!- le grité, pero tarde me di cuenta de que el animal estaba acariciándole la mano. Elevé una ceja. ¿Qué quería hacer? ¿Por qué motivo el animal no había arrancado su brazo de un mordisco pudiendo hacerlo perfectamente? Eran muchas interrogantes en mi cabeza al mismo tiempo.

    El chico se veía relajado mientras dejaba salir al tigre y le amarraba una cadena al cuello para poder llevarlo. Dimitri actuaba como quien lleva un perro a pasear en la tarde, pero yo no estaba tan tranquila.

     

    Sherezade, por su parte, buscaba una vara. “No debería ser tan difícil encontrar una…”, pensé. A fin de cuentas, estábamos en unos enormes Jardines llenos de árboles. Finalmente, mi compañera arribó con lo que había estado buscando. Les sonreí a ambos, dejé que Dimitri pasara junto a su tigre y seguí luego a Sherezade con su vara.

     

    Yo había dejado mi varita en mi asiento dentro de la carpa. Cuando ingresamos ya se podían oír los aplausos del último número. Estaba algo triste; me hubiese gustado verlos a todos. Pero el tiempo apremiaba y no era momento de lamentarse. Los murmullos de la gente al ver el tigre de Dimitri eran totalmente esperables y muy audibles.

     

    Él subió al escenario, y yo me quedé esperando atrás, no sin antes pasar a recoger mi varita por el asiento en el que la había dejado. La aferré fuertemente en mi mano derecha y esperé a que Dimitri terminara su número junto al bellísimo animal, el cual pasaba entre los aros que el mago había hecho aparecer como si hubiese entrenado para eso durante toda su vida. Fui una de las que aplaudió más cuando el número terminó; y también fui de las que gritó cuando el tigre se lanzó encima de mi compañero. Un suspiro de alivio escapó de entre mis labios cuando vi que el tigre sólo estaba demostrando su afecto para con el joven.

     

    Era el turno de Sherezade. Así lo habíamos dividido; Dimitri iniciaba el espectáculo, Sherezade iba segunda y yo cerraba. A mí me tocaba, quizás, la parte más difícil de todas; no por lo que iba a mostrar en sí, sino por ser la última. El inicio del número había sido espectacular con aquél hermoso tigre y el don especial del mago con los animales.

     

    No podía ver a mi compañera por ningún lado, así que agudicé la vista hasta que la encontré sujetando firmemente su vara, parada sobre una cuerda que iba de torre a torre dentro de la carpa y que pendía sobre nuestras cabezas. Me cubrí la boca sin soltar mi varita.

     

    En determinado punto pareció a punto de caerse. Tuve que cubrir mis ojos para no ver. Sentí algo de ruido así que supuse que los demás estaban bastante nerviosos y moviéndose en sus asientos. Cuando todo paró, decidí volver a ver. Esperaba a Sherezade en el piso, o al menos un tumulto de gente alrededor de un punto fijo. En su lugar, y para mi grata sorpresa, lo que vi fue a mi compañera pasando el tercer y último obstáculo y posándose con firmeza y seguridad sobre la otra torre.

     

    Aplaudí y silbé emocionadísima. Eso era genial. Pero ahora era mi turno, y los nervios habían empezado a acecharme de nuevo. ¿Y si no les gustaba? Arruinaría los números de mis compañeros y no podría perdonármelo jamás.

    Tragué saliva y subí al escenario. Dejé de lado toda emoción posible; ya iba a necesitarlas en un rato. Apunté con mi varita a mi garganta, directo a la yugular, y claramente dije:

     

    -¡Sonorus!- aunque tuviese que mantener la varita allí, teniendo solamente una mano libre iba a ser suficiente. Este tipo de cosas no requería demasiada gesticulación, sino más bien expresión facial y emoción en la voz.

     

    Cerré los ojos y bajé la cabeza. Conté hasta cinco y volví a mirar al público. Sin notarlo, comencé a recitar un poema del tipo slam. Ése era mi talento; la poesía slam. Las palabras fluían de mi boca, como si no tuviese que pensar en ellas para poder decirlas. Y es que casi que funcionaba así. Si bien ese poema estaba siendo improvisado en el momento, no necesitaba detenerme muchas veces a pensar cómo seguir. Sólo lo hacía, y me encantaba hacerlo.

     

    Nadie hablaba, pero el silencio del lugar se llenaba mágicamente con mis palabras. Era un poema sobre mí. Sobre lo único que conocía completamente; yo.

    Aumenté la intensidad y la velocidad con las que decía lo que quería decir, sin llegar al punto de volver totalmente inentendible al poema. Di un paso al frente y recorrí a cada presente mientras repetía la frase “No lo soy”, separándola palabra por palabra.

     

    De golpe, volví a bajar la cabeza y a quedarme en silencio. Aún no había terminado, pero era necesario crear el ambiente. Cuando regresé la mirada al frente, las gotas de sudor que me resbalaban por la frente segundos antes ya no estaban allí. Tenía expresión relajada, casi jocosa, como si la persona que había dejado su alma allí hubiese sido otra, y yo sólo estuviera reemplazándola un rato. Sonreí de lado e imité varias voces femeninas; algunas más cantarinas, otras más gruñonas. Todas compartían un argumento en común: burlarse de alguien.

     

    Y finalmente, después de esas cinco voces, mi expresión agotada regresó. Continué un poco más con mi poema; ya no faltaba demasiado. Sentía que la gente seguía atendiéndome, lo cual era bueno. No siempre era fácil mantener a la gente atraída hacia ti, sobre todo si estabas haciendo algo que no a todos podía parecerles entretenido.

     

    -No lo soy.- finalicé, con una voz potente que llenó todo el recinto por unos segundos. Utilicé el formato de dividir la frase por palabras, al tiempo que una amenazadora gota de sudor caía desde mi frente hasta mi mejilla, bajando por mi sien derecha. Bajé la cabeza, extendí los brazos y me entregué totalmente al aplauso de mis compañeros.

     

    Volví a mirarlos, por tercera vez aquél día. Sonreía como nunca. Hice subir a mis otros dos compañeros para esperar nuestra puntuación. Las tres primeras estrellas aparecieron casi que en el mismo instante. La cuarta se demoró un poco más y no hubo señales de una quinta hasta treinta segundos después. Un último destello se posó sobre nuestras cabezas tímidamente, intensificándose con el paso de los segundos.

     

    Sonreí aún más. Miré a mis compañeros y juntos bajamos de la tarima en la que estábamos. Las piernas ya no me temblaban, mi voz había vuelto a la normalidad y todos los nervios iniciales estaban fuera. Esperaba que con aquél poema conociesen un poco más mi parte humana; sin embargo, también deseaba no haberlos asustado en el proceso.

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  6. Las presentaciones habían llegado a su fin. Yo había sonreído ante todas, aunque no todos habían sonreído ante la mía; pero eso ya no importaba. Éramos un buen número, entre chicas y chicos. Yo detestaba las clases extremadamente numerosas, así que, mientras no superáramos los doce o trece miembros, por mí estaba excelente.

     

    Acto seguido, Cris nos entregó más información sobre el Ministerio de Magia, la que me resultó muy útil; y luego, fuimos guiados por Helen y seguidos de cerca por el mago hacia el interior de la enorme carpa, que efectivamente, era de circo.

     

    Sin embargo, si bien se escuchaban sonidos de voces, risas y personas divirtiéndose allí dentro, al entrar comprobamos que no había nadie… ¿O sí lo había? Era una interrogante que no estaba segura de querer contestar. O mejor dicho; quería responder a esa duda, pero me daba algo de temor la respuesta que podía obtener.

     

    Caminé junto a mis compañeros y me ubiqué en la zona VIP junto a los demás. Tenía a un chico llamado Dimitri sentado delante, y podía ver su cabello rubio dentro de mi campo visual. Me había llamado un poco la atención su presentación, aunque no sabía muy bien por qué. Me recosté en mi butaca mientras esperaba a que los profesores explicaran qué tendríamos que hacer a continuación.

     

    Luego de que estuviéramos todos ocupando nuestros lugares cerca del escenario, Cris se dirigió al escenario. Había estado hablando previamente con Helen, pero yo no había prestado atención a eso. No prestaba atención a las conversaciones que no me involucraban, a decir verdad; así que no tenía idea de qué había ido esa charla.

     

    Las voces se silenciaron hasta convertirse únicamente en un murmullo que inundaba la carpa y flotaba sobre nuestras cabezas al tiempo que una luz blanca iluminaba al profesor de pelo azul y la iluminación de la carpa disminuía hasta casi dejarnos a oscuras. El mago realizó varios movimientos elegantes con su varita, haciendo aparecer bolas de colores que flotaban encima de nosotros para, finalmente, hacer explotar una sobre su cabeza, quedando completamente empapado. Un jurado invisible lo calificó con tres estrellas mientras todos aplaudíamos, y Cris dio paso a Helen.

     

    La noté algo nerviosa al principio, pero luego comenzó a cantar una hermosa canción. Quedé boquiabierta ante su bellísima voz y lo bien que lo hacía. Adoraba la música, era una de mis mayores pasiones, y ver que alguien hacía algo relacionado a eso de forma excelente era siempre un placer. Cuando acabó, fui de las que aplaudió con más ganas mientras el jurado la calificaba con cuatro merecidas estrellas.

     

    En cuanto Helen terminó de cantar, nos comunicaron entre ambos profesores que nuestra siguiente tarea sería demostrar un talento que poseyéramos. Mi rostro cambió al oír esas palabras. ¿Un talento? No creía tener ninguno. Además, no podríamos mostrar lo mismo que ellos dos nos habían enseñado, así que mis opciones se acortaban de a poco.

     

    Intenté revisar mis recuerdos en busca de algo que me diese una pista de algún talento escondido que tuviera, y sólo se me ocurría una cosa. Pero no estaba segura. Todo el mundo siempre me había dicho que era muy buena en eso; incluso había participado en algunas competiciones, obteniendo primeros lugares siempre. Pero aún así, me faltaba seguridad. En eso, pude ver que Dimitri se volteaba a mirarnos a todos al tiempo que hablaba.

     

    -Podemos hacer algo en equipo, parejas o pequeños grupos- dijo, y sonreí ante su propuesta.

     

    -Me parece una buena idea- le dije. Me sentía un poco más segura trabajando en grupos.

     

     

    Siempre hacer el ridículo había sido uno de mis mayores temores; no por creerme perfecta, sino porque simplemente era muy tímida como para mostrarme en público haciendo algo que hiciera a la gente reírse de mí. Además, trabajando en grupos podría evitar tener que pensar en algún talento propio.

    Estaba decidida: recurriría a mi “talento” en caso de que el trabajo en grupos se volviese complicado o no funcionase. Sería como un plan B.

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  7. Acababa de pasar Halloween y el clima ya comenzaba a anunciar que pronto llegaría la Navidad. Sin embargo, ese día en particular, el cielo se encontraba sin nubes y el sol brillaba con una intensidad desmedida; casi tanto como para impedirme abrir completamente los ojos ante la presencia de luz. Una de las desventajas de los ojos azules.

     

    Esa bella mañana de otoño desperté con la noticia del inicio de mi clase de Generales en la Academia de Magia y Hechicería, por lo que no podría haber comenzado el día de mejor forma. Salté de la cama casi inmediatamente y me lancé corriendo hacia el baño para tomar una ducha. Aún faltaban un par de horas para que comenzara formalmente la clase, pero yo estaba muy emocionada al respecto.

     

    Tras una extensa y reconfortante ducha de veinte minutos, regresé a mi habitación en el castillo Targaryen envuelta en una toalla de color blanco y con el cabello rubio mojado cayéndome sobre los hombros. Abrí mi guardarropa y comencé a buscar ropa adecuada para la época del año en la que estábamos y, obviamente, para asistir a una clase.

     

    Finalmente me decidí por una camiseta negra sin mangas, una camisa a cuadros roja y negra, una falda circular negra, medias altas y un par de botas bajas. El día seguía soleado y caluroso, así que pensé que sería el atuendo perfecto para un pequeño día de verano entre los primeros fríos otoñales. Dejé mi cabello húmedo ya que detestaba secarlo. Me aseguré de acentuar levemente las ondas que se formaban y simplemente, recogí dos mechones de los costados de mi cabeza para evitar tener el pelo en la cara durante el día.

     

    Me observé al espejo de cuerpo completo que había en mi habitación. De por sí mi piel era muy blanca, pero el comienzo del otoño la había aclarado aún más. Sonreí de lado y el reflejo de la joven de diecisiete años que me miraba hizo exactamente lo mismo. Tomé mi varita de la mesa de noche y bajé las escaleras hacia la puerta principal.

     

    Una vez fuera de casa, releí la nota que me había llegado una hora antes, en la que se incluían detalles del lugar al que tenía que ir, ya que allí se dictaría la clase. En la estación de trenes de Ottery, pensé. No recordaba muy bien qué tan lejos estaba de allí; y mi horrible sentido de la orientación no ayudaba en nada, a decir verdad. Volteé hacia ambos lados y comencé a caminar. En algún momento llegaría o podría preguntarle a alguien.

     

    El calor había comenzado a sentirse cuando finalmente llegué a la estación de trenes. No creía haber estado allí antes, así que comencé la búsqueda del resto de la clase mientras conocía un poco el lugar. Era un lindo sitio, a decir verdad. Me sentía cómoda y segura caminando sola por allí. Un par de metros delante de donde me encontraba, pude divisar un enorme tren que aguardaba para partir.

     

    ¿Un tren? Mi nota no decía nada de un tren. Sin embargo, parecía estarme esperando a mí, así que me acerqué lentamente. Vi un par más de rostros curiosos, dudando si abordar o no. Me acerqué a uno de los jóvenes de allí, uno de los que se veía más seguro y relajado, y le toqué el hombro para llamar su atención.

     

    -Hola, disculpa. ¿Este tren lleva a la Academia de Magia y Hechicería?- pregunté con la mayor educación posible.

     

    Agradecí su respuesta positiva no bien la obtuve y abordé, temiendo que partiera sin mí. Dentro del tren habían aún más rostros curiosos; algunos más que los otros. Vi chicas y chicos, más jóvenes que yo o incluso un poco más mayores. Me acomodé en uno de los asientos libres que quedaban y esperé a emprender el viaje hacia la Academia.

     

    La emoción que me había desbordado toda la mañana se acentuó aún más cuando finalmente pude entrever los muros y torres más altas de la Academia. Casi saltaba de mi asiento al igual que varias de las personas que me rodeaban. Los murmullos fueron creciendo a medida que el tren se detenía en una estación rodeada por hermosos jardines. Estaba deslumbrada; aquél lugar era sencillamente precioso.

     

    Sin embargo, la enorme carpa de circo acaparaba toda la atención. Estaba ubicada en medio de los Jardines y de ninguna manera pasaba desapercibida. La recorrí atónita con la mirada una vez que bajé del tren. ¿Para qué era aquello? Parecía una enorme carpa de circo, pero... no, no podía serlo.

     

    Seguí a la masa de gente que, consciente o inconscientemente, me arrastraba con ella. Comprobé, para mi sorpresa, que nos dirigíamos todos hacia aquella inmensa carpa de circo. ¿Estarían allí los profesores? Para nada era como me lo había imaginado. Aquella no iba a ser una clase convencional y lo empezaba a intuir.

     

    Nos detuvimos todos juntos a la entrada. Ninguno quería estar más adelante que el resto del grupo, así que había varios empujones y algo de ruido. Un mago y una bruja nos miraban atentamente desde la entrada. Ellos son los profesores, pensé y esperé a que el ruido cesara para prestar atención a lo que decían. Si bien solía ser una persona tímida, aquél día estaba con todas las energías depositadas en no perderme ni una sola palabra de lo que dijeran ellos. Todo me parecía importante o de alguna utilidad futura, aunque realmente no supiera cuál sería esta.

     

    Ambos profesores se presentaron. Ella era Helen, y él, Cris. Helen dejó un pergamino sobre la entrada con un suave movimiento de su varita y nos pidió que lo revisáramos para corroborar que nuestro nombre figurase allí. Cuando me tocó el turno, me acerqué y pude apreciar claramente mi nombre entre la lista de estudiantes.

     

    Nos comunicaron que presenciaríamos una función de circo. No era una de mis mayores pasiones, pero supuse que estaba bien y no le di más vueltas al tema. Además, nos informaron que nuestra primera tarea sería presentarnos ante toda la clase. No pensaba ser la primera, así que luego de que un chico llamado Andrew terminara con su discurso, di un paso al frente para que todos pudiesen verme y oírme bien y comencé con mi presentación tras aclararme la garganta por lo bajo.

     

    -Hola a todos. Mi nombre es Mia Zoeh. Pueden llamarme Mia o Zoeh, como les plazca. Tengo diecisiete años y soy de Londres. He vivido allí toda mi vida a pesar de que he viajado por muchas ciudades.- hice una pausa. No estaba acostumbrada a hablar en público, pero no se sentía tan mal como esperaba.

     

    -Pertenezco a las familias Targaryen y Hawthorne. Estoy muy ansiosa de comenzar con la clase y de poder conocer a muchos de ustedes. Estoy segura de que nos llevaremos bien.- finalicé mi discurso y volví a ocupar mi lugar entre la gente.

     

    Off:

     

    Bueno, hola a todos. Sé que quizás el rol es bastante largo para ser el primero, pero simplemente no pude parar. Pido disculpas por eso xD

     

    Segunda cosa, ¡al fin comenzaron las clases! Ya estaba desesperándome.

     

    Y en tercer y último lugar, paso a presentar a mi personaje y al usuario detrás de todo esto.

    Como ya dije, Mia Zoeh es de Londres, tiene 17 años y pertenece a las familias Targaryen y Hawthorne. Es una joven un poco tímida e introvertida pero con una gran afición por los desafíos y las aventuras. Es sensible, pensativa, lógica, apasionada por la música y por la magia.

     

    La joven detrás de este personaje no difiere mucho de Mia. Mi nombre es Sara, tengo 16 años y soy de Uruguay. Soy algo tímida e introvertida, al igual que mi personaje, pero los desafíos y las aventuras no siempre me llaman la atención. Sí soy muy pensativa y muy lógica, y soy una aficionada de la música.

     

    Creo que eso es todo por ahora. Espero conocer mucha gente por aquí :)

     

    Un saludo!

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