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Suluk Akku

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Todo lo publicado por Suluk Akku

  1. Suluk Akku

    Animagia

    http://i.imgur.com/UMublTT.png%5D Suluk Akku ARCANA DE ANIMAGIA ____________________ Era una idea ilimitada de la libertad. El Gran Azul la rodeaba, inmenso e infinito, al extender sus alas y comprendió que, de un extremo a otro, de una punta a la otra de sus gráciles y etéreas alas, ella era su propio pensamiento. No hay límites. El mundo es una transformación del pensamiento –se dijo a sí misma- emprendiendo un rápido vuelo en picado hacia el lago de la Universidad. Sintió una punzada de nostalgia al notar el agua cálida. Esa era quizás la razón de que no se transformara en gaviota tan a menudo como le habría gustado. Más de 350 años en aquella Universidad y aún no se había acostumbrado a la calidez de sus aguas y a aquel sol abrasador. Allá en el Ártico era diferente. Sobrevolar los hielos, lanzarse en picado contra mares bravos y helados a la caza de un gran pez, uno con dientes afilados y escamas rugosas y fuertes, no como aquellos pececillos de colores, dóciles, mansos y escasos de sabor. Esa sí era una experiencia intensa y emocionante. El Norte y sus heladas llanuras reclamaban, exigían, obligaban a que el hombre diera lo mejor de sí mismo. El calor, por el contrario, quemaba la pasión y derretía la fuerza y las ganas de vivir. Si los hielos hubieran reclamado para sí una mayor porción del planeta, seguramente éste no se encontraría ahora a punto de ser devorado por la blanda naturaleza humana. ¡Cuánto tenían que aprender los hombres de la sabia naturaleza de los animales! Suluk deshizo la transformación y se sentó junto al lago. A pesar del calor, llevaba puestas sus pieles y la capucha de piel de oso le enmarcaba su pequeño rostro cubierto de arrugas. No era muy alta y su silueta había conocido mejores años. No se quejaba, a pesar de su apariencia, un irónico destino le había otorgado la fuerza y la resistencia de un oso polar. Más aún, podría decirse, pero Suluk prefería olvidar el hecho de que aún le quedaba cuerda para rato. ¡Ah, el destino! El Destino era un grosero bromista, un descarado payaso. Ella debería estar descansando bajo los hielos desde hacía varios siglos. Y ahí seguía, luchando cada día, amando y aborreciendo a un tiempo cada instante conseguido. Caminó con paso más firme y menos desgarbado que lo que su propia apariencia, cargada de años, bajita y redondeada hubiera podido presagiar. Apoyándose en un cayado de madera, más por costumbre que por necesidad, atravesó los jardines, las aulas y la Biblioteca de la Universidad. Anduvo entre las villas y residencias de los estudiantes y siguió caminando hasta el borde mismo la Universidad, el lugar en el que el río marcaba el perímetro de la Universidad en una prodigiosa circunvalación. Vista desde el exterior, su vivienda no era muy distinta de la de cualquier celador de la Universidad. Una casita pequeña con jardín, rodeada de un pequeño murete de barro cocido que relejaba la luz del intenso sol y absorbía su resplandor rojizo. Pero en cuanto Suluk abrió la cancela y se internó en su morada, un viento helado la saludó, cuando la puerta de hierro se cerró contra un alto e imponente muro de hielo. Suluk sonrió al internarse en su jardín cubierto de nieve y soportando en aquellos momentos la embestida de una gran nevasca. La nieve se arremolinaba a su alrededor movida por los vientos y la Arcana miró con satisfacción en dirección a las tres esferas plateadas que componían la antena climática ubicada en el tejado de su casa, cuyas paredes de hielo habían comenzado a formar estalactitas. Cuatro malamutes salieron a su encuentro moviendo sus rabos, saltando y ladrando con devoción a su ama. - Suu, suu, ya estoy en casa –saludó a los canes. -¿Qué tal ese corte, Aga? ¿Sigue doliendo? –La Arcana se acercó hacia una hembra y examinó una pequeña herida en su lomo. Se la había hecho el día anterior mientras cazaba. -¡Por el espíritu del Gran Iluliaq! Esto no tiene buena pinta. ¡Vamos! Tengo que curarte eso. Los malamutes siguieron a la Arcana al interior de su vivienda. Las paredes eran de hielo y el suelo de piedra y por todas partes se veían pieles de distintos animales, en el suelo, en las paredes, sobre divanes y algunas hasta encima de una mesa. El orden no era algo que preocupara mucho a Suluk. Un agradable fuego chispeaba en una pequeña chimenea. Suluk se quitó su capa de pieles y el collar de cuentas de hielo que llevaba siempre en el cuello. La nieve de afuera había hecho su trabajo y, al contacto de sus manos, los pequeños trozos de hielo se transformaron en hermosas gemas de todos los colores que Suluk depositó en un pequeño cofre, que contenía muchas más. Eligió una de color ámbar y la apretó en su mano mientras extendía su otra mano sobre la herida en el lomo de Aga. La mano que contenía la gema adquirió una tonalidad ambarina y, al momento, la herida en el lomo de la malamute desapareció. Cuando Suluk abrió la mano, en el lugar donde había estado la gema apareció una pequeña cuenta de hielo que la Arcana insertó en el collar. Satisfecha, se preparó una jarra de leche y se sentó en su escritorio de piedra a examinar unos pergaminos desparramados sobre la lisa superficie. Arrugó el ceño, al distinguir en uno de ellos el sello del Ministerio de Magia de Inglaterra. Por el bien mayor había tenido que acceder a aquella pantomima. Tenía suficientes años para saber que aquello era una conquista en toda regla. Respetar el espacio, la plantilla y las tradiciones y cuando la convulsa situación política de Oriente Medio se calmara, retornar la Universidad a su lugar original. Ese había sido el trato. De momento. Su voto había sido el único negativo en el Consejo, cuando éste tuvo que decidir entre aceptar la propuesta de los ingleses o aceptar que su entrada en la guerra era inminente e insoslayable. Pero Suluk tuvo que cambiarlo, cuando el Consejo exigió unanimidad. ¡Por el bien mayor! Pronto llegarían nuevos estudiantes y, entre ellos, seguramente muchos ingleses engreídos y cargados de verdades absolutas. Muy pronto tendría que lidiar con ellos. Sin darse cuenta, casi por instinto, se transformó en un escorpión del desierto y su aguijón hizo un agujero en el hermoso sello ministerial.

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