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Prueba de Legilimancia (#3)


Rosália Pereira
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La brisa del Ateneo movió la copa de los árboles y tres figuras aparecieron allí. La primera había sido Rosália, envuelta en aquella niebla conformada por millones de diminutas hojitas tan verdes como su vestimenta. Y algunas florcitas rojas que caían más pesadas pero desaparecían como agua. Las otras dos figuras, Anne y Nathan, también se materializaron por alli pero fuera del Ateneo, donde estaba la Gran Estatua a la orilla del lago.

Rosália no había sido tan explicativa. Le gustaba que sus alumnos fueran aventureros, que la curiosidad les llamara tanto la atención, que los obligara a investigar, a ver qué sucedía. Claramente que no podía dejarles sin nada, asi que había hablado justo antes de desaparecer, cuanto éstos asintieron ante su pregunta de si estaban listos para la prueba.

~Antes de cruzar el portal. Antes que les entregue el Anillo. Antes que lleguen a la Sala Circular dentro de la Gran Pirámide, deberán atravesar cuatro obstáculos. Pueden tomarlo como una entrada en calor, para demostrar cuánto fueron aprendiendo. Cuando encuentren éstas cuatro barreras y las derriben, entonces podrán ingresar al Ateneo. El fuego que se encuentra dentro del Guardián del Lago, es el comienzo~


Y asi desapareció. No les había dicho nada más. Ellos conocían los detalles mínimos, asi que tenian que encontrar la manera de llegar. Claramente que cuando vieran o estuvieran cerca del obstácul0, ella mentalmente les avisaría que se encontraban frente a uno.

 

El gigante que estaba sobre la orilla, se encendió de repente. Las fauces empezaban a largar humo negro que ascendía al cielo en espirales. Algo pasaba dentro, asi que Rosália se había encargado de hacerle saber a los chicos que tenían que ir ahí. No les había dicho como, pero la primera barrera era encontrar una llave plateada. Protegida por diferentes encantamientos. Era del tamaño de una palma de una mano, asi que podía estar en cualquier lado.

 

Ésa llave sería el pie para dirigirse hacia el segundo item, porque ni bien la tocaran, los trasladaba dentro de la isla. No tenían que cruzar el lago, asi que se ahorraban algunos minutos. Pero Rosália les avisaba que allí estaba la segunda prueba, y estaba relacionada a la naturaleza. Era una amante de la flora y la fauna. Y más cuando ésta estaba relacionada con la magia. Tal vez las personas podían ser fáciles de someterlos a la Legeremancia. ¿Pero se podía aplicar en los árboles? Ellos sabían que estaba por alli, no explícitamente dónde. Pero si sabían cómo pedirselos, los árboles les enseñarían donde se encontraba la hendidura, Asi podían colocar la llave y accionarla, para que abriera la enorme verja de hierro que proseguía a los setos.

 

No sería tarea fácil, pero colocar una llave no tenía punto de comparacion con los animales, porque éstos eran un poco más animados. Y más vitales. Las criaturas casi ni tenían consciencia, por lo menos las que eran más bestias, pero formaban parte del tercer obstáculo y tanto Nathan como Anne, deberian encontrar la manera para hacerles creer que estaban perdidos. Tal vez había acromántulas, esfinges o cualquier otro ser similar. Lo que si sabía Rosália es que al avisarles que allí se encontraba el tercer punto, también se enterarían que los animales serían los guías para salir del laberinto.

 

Sin su paseo, no podrían salir de allí. Las apariciones estaban bloqueadas, como también los trasladores La única manera era convencer a los animales que los ayudaran y así llegar a la pirámide. Estaba segura la Arcana que los chicos usarían su habilidad, estaban por entrar al portal, al menos tenían con qué practicar. Pero allí sobre la puerta de la Pirámide, se encontraba el cuarto y último obstáculo. En vez de la puerta que se encontraba siempre, había un espejo reemplazándola. No tenía manijas ni bordes. Tampoco un marco. Era todo espejo.

 

"Deben entregarle un recuerdo. De esos que apenas podemos recordar y que a medida que intentamos rememorarlo, se pierde como el humo" Rosália siempre tenía comunicación con los chicos, de una manera u otra. Por eso había decidido mantenerse dentro de la Sala Circular. La invitación allí estaba hecha. Si se encontraba fuera se pondría más ansiosa y era por eso, que prefería esperar dentro.

 

¿Dónde estaban los chicos ¿Ya estaban haciendo la prueba?

 

 

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Había cruzado el portal que había creado Rosália sin dudar, y había aparecido en un lugar que le costó algunos minutos reconocer. Entornó los ojos mirando a su alrededor y se dio cuenta de que la arcana no se encontraba con ellos. ¿Los había dejado allí tras una explicación tan escueta como les había dado? Debían superar cuatro pruebas antes de llegar a la verdadera prueba, eso era fácil de comprender. Pero, ¿qué pruebas serían? Anne se estremeció: la sensación térmica era algo más fría, o eso le parecía a ella.

 

Alzó la mirada en el momento en que del gigante que había sobre la orilla del lago, a algunos metros de distancia respecto a donde se encontraba, comenzó a emerger un humo oscuro que subía hacia el cielo en espiral. «Tengo que ir hacia allí», entendió entonces. Casi sentía que Rosália era la que le había dado aquella indicación, aunque no lo hubiera hecho de la forma tradicional. Se encaminó en aquella dirección con la varita en mano, dispuesta a enfrentarse a lo que fuera con tal de alcanzar su objetivo. Sabía que ahora tendría que superar algunas dificultades, así que cualquier precaución era poca.

 

Se dirigió hacia el gigante, algo le decía que obtendría respuestas en el interior. ¿Pero no debía reunirse con Rosália antes? «Los obstáculos... hay que pasar los obstáculos, ella lo dijo», se recordó. Nada más acercarse al lugar y entrar allí, una oscuridad terrible la envolvió. Parpadeó varias veces, ¿cómo podía ser el día tan claro afuera y tan oscuro allí? Era cosa de magia, obviamente. Aferró su varita con algo más de firmeza, confiada en poder superar lo que fuera que ocurriera allí. Su anillo detector de enemigos no le indicaba que existiera nadie con ánimos de hacerle daño, así que por esa parte estaba tranquila.

 

Lumos.

 

La punta de la varita se iluminó, pero no mostró nada más allá de varios centímetros de donde se encontraba. Anne comprendió que no era una oscuridad normal, así que supo que debía ir con más cuidado aún. De repente, su extraordinario sentido del oído captó una vibración en el aire y supo que algo se aproximaba hacia ella volando a toda velocidad, muy probablemente algo punzante. «¡Salvaguarda mágica!», pensó rápidamente. Su cuerpo se volvió intangible, tal y como ya había comprobado en varias ocasiones anteriores, y un montón de flechas la atravesaron limpiamente sin dañarla, estrellándose por detrás de ella. Todo quedó en silencio de nuevo.

 

Demonios infernales, y eso que esto es solo el principio... —masculló entre dientes. Avanzó unos pasos más, cuidando dónde pisaba al no saber adónde se dirigía, la varita no iluminaba prácticamente nada. La temperatura cada vez era más alta, Anne sentía que el sudor comenzaba a aparecer en su frente. Se pasó la mano por la cara y continuó con la varita en ristre justo cuando su cuerpo volvió a aparecer, desapareciendo así el efecto de su defensa anterior. Entonces el suelo por delante de ella dejó de ser suelo, y se había convertido en una especie de charco de lava. Anne comprendió la subida de temperatura. «Semillas de hielo», pensó entonces. De su varita surgió un viento helado que suavizó en mucho la temperatura del lugar, y también cubrió con una capa de hielo mágico la lava para permitir a la Gaunt el paso. No tardó en atravesar el lugar procurando no pisar con brusquedad, pues el hielo probablemente desapareciera al cabo de poco rato. Cuando llegó al otro lado, se encontró un cofre que estaba tras una verja metálica. Echó la mirada atrás para ver si podía tomar otro camino hacia el cofre y se encontró con que una valla idéntica le había cortado el camino—. Por Morgana, con lo fácil que hubiera sido dejar el cofrecito en la entrada. Así que da igual una dirección que otra, um... vamos a por el cofre. ¿Qué contendrá? Veamos...

 

No necesitaba magia para aquel paso, solo el amuleto contra defensas carcelarias que llevaba al cuello desde hacía ya un tiempo. Se concentró en su poder y, simplemente, caminó. Lo atravesó limpiamente y, cuando abrió los ojos, se topó con que el cofre estaba a su lado. Al abrirlo, vio una llave plateada en su interior. La tomó con la mano derecha, donde no tenía la varita, y entonces sintió un fuerte tirón seco del estómago, desapareciendo del interior del gigante.

 

 

Apareció en una especie de bosque que pudo identificar casi al instante. Estaba en la isla donde se encontraba la Pirámide, así que ya había pasado el lago. Era interesante el esfuerzo que realizaban los arcanos por probarles, así que Anne estaba alerta porque sabía que solo había superado una de las cuatro pruebas antes de enfrentarse a la prueba de verdad. Pero no pasó nada. El lugar estaba misteriosamente pacífico: no vio pasar ningún animal cerca de ella, ni escuchaba ruidos de ardillas o cualquier otro ser procedente de los árboles. ¿Era eso del todo normal? Algo le decía que no. Ante ella, cerrándole el paso, había una verja de hierro que, intuía, debía cruzar usando la llave. Pero no había ninguna ranura donde introducirla. Se pasó las manos por la cara, evidentemente agobiada. ¿Cómo continuar ahora? Una idea le cruzó por la cabeza como si de un soplo de brisa fresca se tratase. Los árboles eran seres vivos, ¿significaría eso que podía usar la Legilimancia para averiguar qué debía hacer a continuación? No perdía nada por intentarlo.

 

Se concentró, tal y como había hecho durante la clase con Rosália. Necesitó entornar los ojos para que sus ojos dejaran de distraerse con cualquier detalle, aunque no los cerró del todo para no perder de vista los árboles que tenía ante ella. Se centró en ellos tanto como pudo, en la suavidad del movimiento de sus hojas y el sonido tranquilizador que producían, en la corteza rugosa de su tronco y en lo que guardaban las ramas más bajas de uno de ellos. Un segundo, ¿cómo había llegado aquella información a su cabeza? Se dio cuenta de que se sentía conectada de alguna forma a aquel árbol del tronco rugoso, como si hubiera conseguido que su mente penetrara en él. Era una sensación distinta a lo que había sentido durante la clase, cuando había entrado en la mente de algunas personas en el campus universitario. Decidió aventurarse en aquello, saber si su poder funcionaba como ella pensaba. «Necesito ayuda, ¿sabéis donde puedo encontrar una cerradura en la que introducir una llave?», preguntó mentalmente. Pero no obtuvo respuesta, y eso que se había esperado ese resultado desde el principio. Torció el gesto y se cruzó de brazos. ¿Qué debía hacer para conseguir que los árboles la ayudaran a continuar?

 

Se acercó hasta el árbol más cercano y apoyó una mano en el tronco. Luego, volvió a concentrarse para usar la legilimancia con ellos. Vio la cerradura, estaba por allí cerca, pero seguía sin saber la ubicación exacta ni cómo conseguir que se la desvelaran. «Por favor, solo quiero saber dónde puedo usar esta llave para seguir mi camino. Sólo eso, y no molestaré más...». Los árboles parecieron reaccionar entonces. A unos metros a su derecha, Anne vio cómo uno de los árboles movía sus ramas más bajas lentamente y, tras una de ellas, apareció una cerradura en la verja metálica que quería cruzar. Sin moverse del sitio, Anne agradeció mentalmente aquel esfuerzo por parte del bosque y luego dio un par de zancadas en aquella dirección, usando la llave que había conseguido en el interior del gigante del lago para poder continuar con su camino.

 

No pudo avanzar demasiado tras atravesar la verja, pues su anillo detector de enemigos reaccionó e hizo que Anne se detuviera de golpe, con los ojos grises muy abiertos. ¿Dónde estaba el peligro? ¿Quién le saldría al paso? Dio un par de pasos atrás al darse cuenta de lo que se le venía encima. No era grande, ni era especialmente atemorizador al principio... pero ella sabía lo que era, como buena estudiosa de criaturas mágicas que era. ¿Por qué había un lethifold en la Universidad Mágica? «Mataré a Elvis, ¿cómo no ha averiguado que hay cosas de estas sueltas por aquí?», pensó. Además, no era muy normal que estuviera ahí a la luz del día... aunque también era cierto que con las copas frondosas de los árboles la luz del sol llegaba muy tenue al lugar. La criatura era una especie de manto negro que levitaba por el suelo, no muy gruesa... pero especialmente peligrosa, pues era carnívoro y comía personas, como muy amargamente recordaba Anne en aquel instante. Aunque sabía cómo defenderse, intuyó que debía conectarse de alguna forma a aquella criatura para poder seguir avanzando pero... ¿quién iba a confiarse con aquel ser por allí? Un crujido a su derecha le indicó que el lethifold no era la única criatura que había por allí. «Vale, quito al bicho ese de ahí y me hago amiguita de otro animal, allá vamos», se dijo a sí misma, como dándose ánimos.

 

¡Expecto patronum! —conjuró, sin pensárselo dos veces. Un lobo blanquecino golpeó con fuerza al lethifold, que reculó varios metros en su avance y permitió a Anne dirigirse hacia la derecha. Sólo esperaba que no la siguiera, y que lo que había entre los arbustos no fuese otro bicho de aquellos, porque tenía muy claro que no tenía poder suficiente como para combatir criaturas tan poderosas durante mucho tiempo. Sin embargo, lo que halló no fue mucho mejor: había una acromántula. Estuvo a punto de gritar al ver el increible tamaño de aquel arácnido, aunque no le resultaba tan temible como el lethifold. Podía jugar con ventaja con aquel ser, lo tenía muy claro.

 

Decidió que usar la Legilimancia sería lo más fácil, algo le decía que no podría avanzar en la zona si no hacía algo especial que no era precisamente ahuyentarlas. Quizás fuera Rosália y su poder mental la que le iba metiendo aquellas ideas en la cabeza pero, de repente, tenía muy claro qué debía hacer. Se concentró en la acromántula, que chasqueaba peligrosamente con sus pinzas. «Tranquila, no vengo a hacerte daño. Me he perdido en el bosque... necesito salir de aqui. ¿Crees que podrías ayudarme, reina arácnida?», preguntó mentalmente sabiendo que la criatura la entendería a la perfección.

 

Nosotras no ayudamos a los humanos. Sois comida para nosotros y nuestros hijos. Despídete — respondió amenazadoramente la araña, aunque Anne contaba con aquella reacción. Decidió echar mano del recurso que le parecía más útil en aquel momento, aprovechando que estaba sola y que solo Rosália podía leerle la mente, sabía que los arcanos no se inmiscuían en aquellas cuestiones. «No creo que sea buena idea devorar a una servidora del bando al que tú y los de tu especie decidisteis apoyar hace años, arácnido. Estoy segura de que sabes de qué hablo. ¿Quieres que cualquiera de las actuales líderes vengan a masacrarte a ti y a tus hijos? ¿O prefieres ayudarme a salir del bosque y continuar con mi camino? Estoy perdida aquí, necesito encontrar la forma de llegar a la pirámide». No era lo más ético, pero tampoco Rosália había dado muchas indicaciones al respecto. La idea era llegar a su meta, ¿no? Pues se aprovecharía de sus influencias mortífagas para ello si era necesario, así como de su poder legilimántico para convencer a aquel ser de que la ayudase. Vio cómo la acromántula parecía retorcerse a causa del chantaje que acababa de recibir, sabiendo que no podría negarse tras aquella tácita amenaza de muerte. O no tan tácita, para ser sinceros. Y Anne, mientras tanto, seguía usando su poder mental para poder convencer a la araña de ayudarla.

 

Sígueme, vamos. Vamos a darnos un paseo para que alcances tu meta... supongo que no es bueno que los humanos anden perdidos por nuestro hogar —respondió con simpleza, aunque notablemente molesta. Era sorprendente como una bestia como aquella tenía una inteligencia prácticamente humana y, sobre todo, cómo podía comunicarse. Anne había investigado sobre aquellas criaturas en innumerables ocasiones, le parecían muy interesantes. Caminó tras la acromántula durante un rato, e incluso en algunos momentos sintió que iban en dirección contraria. Pero, tras un tiempo que se le hizo interminable a la Gaunt, vislumbró la pirámide.

 

«Gracias, mi arácnica amiga. Mi Señor Tenebroso te estaría igualmente agradecido. Vuelve con tu familia y yo continuaré desde aquí sola», le dijo mentalmente. Era una bestia, sí, pero al final la había ayudado. La araña no respondió, sino que se dio la vuelta y se internó de nuevo entre los árboles. Anne salió entonces de la mente de la bestia y se centró en el camino que tenía por delante. Pero no podía entrar en la Pirámide, pues ahora un espejo cubría toda la superficie que, en otras ocasiones, ocupaba una puerta. Anne parpadeó y luego suspiró. Claro, aún le quedaba el cuarto obstáculo. Sintió las indicaciones de Rosália en su interior y asintió, aunque no muy segura de lo que debía hacer. Un recuerdo...

 

Se miró fijamente en el espejo. Estaba ligeramente despeinada, con algo de ojeras. Pero sus grisáceos ojos brillaban con fiereza, un brillo que ella conocía bien pues era el que mostraba siempre que se hallaba inmersa en algo que ocupase en gran medida su atención. Había un recuerdo en su mente que quizás sirviera para lo que debía darle a aquel espejo para poder continuar. Pero era tan suyo... Podía sentir las manos finas que la sostenían, aunque no alcanzaba a ver la cara de su propietaria. También sentía que hacía frío, probablemente llovía, pero la mantita que la cubría no la dejaba ver nada más que el jersey de la mujer que la llevaba en brazos. Ni siquiera sabía cómo podía recordar aquellos detalles... Tragó saliva. No recordaba qué había pasado en el trayecto, si se habían cruzado con alguien o si el camino había sido tranquilo y silencioso. Pero recordaba la primera vez que había oído la voz de aquella otra mujer, la que se quedaría con ella hasta unos años después. Alguien retiró la manta que la cubría y recordaba que la claridad le había dañado los ojos, obligándola a cerrarlos. Y entonces las manos finas desaparecieron para ser suplantadas por otras más fuertes y ásperas que la depositaron en algún lugar. Recordaba que había empezado a llorar entonces, y que la segunda voz femenina se había enfadado. Hasta ahí, Anne recordaba más o menos cada detalle pero, desde ese punto, todo se difumaba de repente... como si hubiera sido una pesadilla. Siempre buscaba entre sus recuerdos la voz de su madre aquel día, lo que había dicho antes de abandonarla en el orfanato. Pero no conseguía recordarlo. Ni tampoco recordaba qué había sentido al día siguiente, al levantarse junto a un montón de extraños que parecían aborrecerla por el simple hecho de existir. Tragó saliva, era demasiado duro a pesar del montón de años que había pasado desde entonces.

 

Cuando volvió a abrir los ojos se dio cuenta de que no recordaba cuándo los había cerrado. Y también fue consciente de que ya no veía su reflejo porque el espejo había desaparecido. Entró en la pirámide y se encontró con Rosália un poco después, en el salón circular. Le sonrió suavemente al verla y agachó un poco la cabeza, como en señal de respeto. Además, sus ánimos habían decaído levemente con el último obstáculo.

 

Lamento la tardanza, ha sido un camino un poco complicado. ¿Nathan no ha llegado aún? —preguntó, mirando a ambos lados en busca de su compañero.

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Apenas llegó al otro lado del portal, no tuvo tiempo de recomponerse de aquel vertiginoso viaje dado que de inmediato la Arcana comenzó a dar las instrucciones para la primera parte de la prueba, que no era más que una serie de obstáculos preliminares que determinarían si estaban o no aptos para realizar la verdadera prueba que terminaría por coronarlos con la habilidad propiamente dicha. Habían aparecido en la costa de un lago, a los pies de una enorme estatua de un gigante que apenas había sido atacado por el paso del tiempo, conservando la mayor parte del esplendor que había poseído en su inicio.

 

Minutos después se encontró solo, siendo que la Arcana había desaparecido por completo y Anne se había marchado en alguna dirección que no pudo ver; el Weasley había pasado unos momentos con los ojos cerrados, tratando de invocar cuanta concentración le fuese posible para iniciar el arduo proceso de derribar los obstáculos que lo separaban de la prueba. Lo primero que lo impresionó fue una columna de humo negra que emanaba desde el gigante, guardian del lago, invitándolo a acercarse dado que no podía ser pista más clara de que ese era el punto donde sus aventuras comenzarían.

 

Lo último que hizo antes de envainar su varita y partir en dirección al gigante fue quitarse la túnica de viaje que ya le pesaba en aquel día casi otoñal. Si bien nunca había pensado en lo contrario, se sorprendió gratamente a sí mismo al ver que se dirigía con suma determinación al gigante, sin miedo de lo que pudiese llegar a ocurrir. Encontró una pequeña portezuela a los pies de la estatua del gigante, la cual abrió con suma determinación manteniendo su varita en posición lista para entrar en acción en cualquier momento.

 

- Homenum Revelio - musitó, y de alguna manera lo calmó el saber que no había nadie más que el allí - ¡Lumos! - agregó a continuación, observando como la habitación se iluminaba producto de la luz que emanaba de su varita. No fue hasta que notó otra especie de luminiscencia proveniente del piso que notó que este, a tan solo unos centímetros de sus pies, estaba cubierto de magma, la cual expedía una luminiscencia rojiza que contribuía a aquella de su varita.

 

La luz de su varita alcanzaba a iluminar toda la habitación, más no notaba nada que pudiese serle de ayuda para avanzar, y fue entonces que se le ocurrió que la arcana probablemente lo había escondido mejor de lo que el pensaba.

 

- ¡Verdimillus! - soltó, y notó como a tan solo unos metros de él un objeto hasta entonces invisible comenzó a expedir una luminiscencia verde, con la forma característica de una llave - ¡Accio Llave! - agregó, a pesar de que no estaba seguro de que funcionaría. Se alegró al ver como la llave salió volando en su dirección, más se sorprendió cuando apenas esta tocó su mano sintió como era absorbido por la vorágine típica de un traslador.

 

Apenas tocó la isla, la voz de Rosalia le advirtió que pronto se encontraría con la segunda prueba. El Weasley no tuvo tiempo de regodearse de que tan solo quedaban tres, dado que de inmediato notó que se encontraba en una porción de la jungla cuya vegetación era tan densa que la luz del sol no llegaba a filtrarse por los árboles y parecía que había anochecido. No fue hasta segundos después que notó como algo le rozaba sus extremidades, y fue entonces que vio el Lazo del Diablo reflejarse a la luz de su varita, retorciéndose por la luz. Por poco Nathan pudo safar su mano hábil, y sin dudarlo un solo segundo conjuró un ¡Lumos Solem!, el cual replicó los rayos ultravioletas del sol, que hicieron que la planta se retorciese aún más y lo liberase.

 

Nathan aprovechó la situación y salió corriendo de allí hasta que sintió tierra firme. Siguió corriendo unos metros más, aún lleno de adrenalina por el peligro, pero en el medio del camino tropezó con la rama de un arbol y cayó de bruces al suelo. Estaba a punto de soltar un audible insulto dirigido a nadie en particular cuando vio, desde el suelo, que en el tronco del árbol en el cual había caído había una hendidura con forma de la llave que aún sostenía firmemente en su mano no hábil.

 

Se puso de pie inmediatamente y coloco la llave en la hendidura, girándola una vez para sentir una leve vibración en la tierra y el ruido de unos arbustos moverse bruscamente para descubirir una enorme verja de hierro que se abrió a sus pies de par en par una vez que los setos hubiesen liberado el camino. Avanzó a través de la verja y se armó de confianza, preguntándose si ya había superado su segundo obstáculo y cuanto le faltaba para llegar al interior de la pirámide.

 

Paciencia... que nadie te apura chiquito, le hubiese dicho su madre.

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Rosália estaba haciendo algo que no hacía en tiempo atrás. Estaba sentada en medio de la Sala Circular, con los brazos apoyados sobre sus piernas cruzadas. A su alrededor había una hermosa luz verdosa, con pequeños destellos color escarlata. Su cabello parecía fuego vivo y sus ojos estaban cerrados, pero miraban más allá. A pesar de que el suelo era completamente de piedra, se iba extendiendo desde donde estaba sentada, unas ramas con diminutas hojas, que salían despedidas hacia las paredes, como buscando algun recoveco donde escapar.

 

A Rosália no le gustaba mucho hacer éso, en el Ateneo, no porque le resultara ridícul0, sino que había tantas personas, que enseguida entumecían su mente. Pero era una técnica que había aprendido desde sus inicios, para expandir su poder a lo máximo. Su mente era brillante, parecía como si se tratara de un ente aparte. No tenía que ni moverse de allí para ver todo claramente. Veía la Sala Circular y la isla donde estaba ubicada. Veía más que el agua, que la Universidad, que Hogwarts, más lejos que el Ministerio, y si seguía concentrándose, podía llegar a cualquier punto.

 

Nadie más que ella conocía el truco. Las mentes de los presentes se conectaban como si fuera una sola. Si alguien que se había cruzado con Rosalia, conocía a veinte personas, ella podía llegar a ésas veinte y a cada persona que había conocido a éstas. Era como un tres de pensamientos. Por eso que llegar hasta Anne y Nathan había sido demasiado fácil. Había tenido que bloquear su entorno para que nada la distrajera.

 

Mentalmente, Rosália apareció justo detrás del espejo. Si no fuera por el vidrio, la Arcana estaría pegada a la nariz de Anne. Podía ver su sufrimiento y los recuerdos que estaba entregando para entrar allí. En cada obstácul0 la fue ayudando pero prácticamente había hecho todo ella. Cuando la joven pupila apareció en la habitación misma que ella, Rosália se levantó y la fue a recibir, con un pequeño anillo plateado tan simple, que parecía de juguete.

 

~Nathan no ha llegado. Al parecer se la vio más complicado~

 

Rosália la tranquilizó, no había tardado más de lo esperado. Se acercó a ella y estiró la mano, para entregarle el anillo. Quería aprovechar la adrenalina de su alumna para que ésta la mantuviera para entrar al portal.

 

~Llegó la hora, Anne. No hay tiempo que perder, muchacha. Toma ésto, es el Aro de la Habilidad que nos mantendrá comunicadas si lo necesitas. De momento se quedará asi, pero cuando atravieses la prueba y regreses por ése portal, en el momento que la prueba termine, el anillo se transformara en una réplica del mío y así sabrás que has conquistado la Legilimancia. Allí está, mira...~

 

Cuando le entregó el anillo, señaló la pared con la Vara de Cristal. El portal tan simple, pero tan mágico, apareció para recibir a una de sus dos alumnos que lo estaban por cruzar. Rosália la animó Sabía que podía tener preguntas pero se las contestaría antes de entrar. Una vez dentro, solamente se comunicarían con el anillo, si su alumna lo necesitaba, sino, Anne estaría sola, no había marcha atrás. Tambien ella misma decidiría si estaba lista para regresar. Rosália la recibiría ahí mismo.

 

 

~~~~~~~~~~

~~~~

 

Cuando despidió a Anne, sintió a Nathan. Estaba a mitad de camino y Rosália volvió a sentir que el corazón le daba un brinco, o al menos la mitad humana. Su interior vibró y las hojas que llevaba a modo de vestimenta se movieron como si una fuerte brisa estuviera arrasándola. Camino unos pasos, para concentrarse. Leía la mente del joven, sabía que tenía dudas. Pero tenía que ser la encargada de quitarle todo eso, para que refuerce su seguridad y así, llegue al portal.

 

"Eso es, Nathan. Levántante, muchacho, que aún te falta la mitad del camino. Vas muy bien."

 

Rosália le comunicó eso a su alumno, esperando que sus palabras fueran las culpables del incentivo. Lo esperó allí.

 

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Editado por Rosália Pereira
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La arcana le indicó que Nathan no había llegado aún, pero como no la vio inquietarse por aquel hecho ella tampoco se preocupó. Seguro estaba bien y, al fin y al cabo, cada uno debería enfrentarse a su prueba individualmente. No había amigos ni compañeros en aquel tipo de aprendizaje. Miró entonces lo que Rosália le alargaba y titubeó cuando comprobó que se trataba del anillo del aspirante, el cual si todo iba bien terminaría por convertirse en su anillo de habilidad. Lo tomó con solemnidad y se lo colocó en la mano, en el dedo corazón de la mano derecha. El anillo de metamorfomagia ocupaba el anular de la misma mano, justo al lado. Miró entonces a la mujer.

 

Estoy preparada, arcana Rosália. Nos vemos a mi vuelta —le dijo, con plena confianza en sí misma para lo que iba a hacer a continuación. Si permitió el lujo de dirigirle una sonrisa a la híbrida y, a continuación, caminó hacia el portal que la centenaria había señalado con su vara de cristal. Lo atravesó limpiamente sin mirar atrás.

 

 

 

La claridad a la hora de atravesar el Portal la había obligado a cerrar los ojos para no tener que sufrir la molestia en sus ojos claros y la posterior incomodidad para acostumbrar sus pupilas a la iluminación que hubiera en el lugar en el que apareciera. Cuando la claridad no le resultaba tan centelleante como al principio a pesar de seguir con los ojos cerrados, los abrió lentamente. Al principio, no reconoció el lugar en el que se encontraba pero, lentamente, distintos elementos le empezaron a resultar familiares. El Portal la había situado en el Callejón Diagon, cerca de donde se situaba su Elviris Pub. La melena oscura de Zeta fue lo primero que le captó la atención en el escenario. ¿Qué hacía él en su prueba de legilimancia? Zacharias era el barman que trabajaba en el Elviris Pub, un antiguo amigo de Anne al que había conocido en su juventud, cuando aún era demasiado irresponsable y despreocupada. A pesar de todo, habían hecho buenas migas y terminaron forjando una buena amistad que perduró a través de los años, con las ideas y venidas que sufrieron cada uno en su vida. Finalmente, habían hecho una sociedad e inaugurado un pub juntos en Londres, el cual se turnaban para regentar.

 

Eh, morena. Llegas tarde.

 

Anne se quedó clavada en el suelo e, instintivamente, su habitual tono castaño oscuro del pelo comenzó a aclararse. Zeta soltó una carcajada.

 

¿Tarde para qué? —preguntó ella, dando un paso en dirección al atractivo muchacho. No quería olvidar ni por un instante que se encontraba en la prueba de la habilidad de Legilimancia y que, por tanto, el Portal la estaba poniendo a prueba de alguna forma. Pero era tan fácil dejarse llevar por él...

 

¡Para la reunión, alcornoque! ¿No te acuerdas? —exclamó Zeta, instándola a acercarse hasta él haciéndole gestos con las manos. Anne dudó, no se acordaba de que hubiera concretado una reunión con él desde hacía años. Negó con la cabeza como respuesta y luego se acercó lentamente, sin bajar la guardia ni por un instante. Aquel no era su amigo, solo era una forma que el portal utilizaba para manipularla.

 

¿Y con quién nos reunimos, dices? —preguntó sin poder ocultar el tono desconfiado de su voz.

 

¿Cómo que con qu...? ¡Anne! ¡Con aquellos tipos que nos iban a financiar las reformas del pub a cambio de que les dejásemos usar nuestro sótano para sus negocios durante un par de semanas! De verdad, ¿estás bien? Te noto tan diferente...

«Tú eres el diferente», pensó Anne en respuesta, aunque no se atrevió a decirlo en voz alta. Zeta jamás habría aprobado semejante trato ni por todo el dinero del mundo, por lo general era ella la que se interesaba por aquellas cosas y él, por su parte, terminaba peleando con ella negándose en rotundo a aceptar esos tratos. Acababa de darse cuenta de que el Portal la estaba poniendo a prueba. Se concentró tal y como Rosália le había indicado en la clase para poder introducirse en la cabeza del joven que tanto se parecía su mejor amigo. Al principio sintió que no funcionaba pero, de repente, consiguió hacerlo con la misma facilidad con la que un cuchillo se hunde en la carne. Y comprobó que aquella mente no podía ser la de su amigo, por supuesto. Estaba llena de oscuros deseos y planes, casi todos referentes a ella misma. Aquella reunión de la que hablaba era una trampa, dentro del pub había un grupo de magos que la atacarían en cuanto entrase, aunque estaba segura de que el Portal había calculado que lo averiguaría todo antes de cruzar el umbral del local.

 

La Gaunt se concentró para intensificar aún más su ataque y, cuando comprobó que no había mucho más que mirar allí, sonrió de forma burlona y salió de la mente del falso Zeta.

 

Tendrás que ponérmelo más difícil si quieres intentar derrotarme, amigo. Ya puedes decirle a esos tipos que hay en mi pub que, por mí, puedes irse al infierno.

 

Y, súbitamente, todo se desvaneció.

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- ¡Allá vamos! - se instó a sí mismo Nathan tras cruzar la alta verja de hierro y recibir la advertencia de la Arcana dentro de su mente de que el tercer obstáculo estaba cerca de él. Una parte de sí quería alegrarse porque ya estaba con medio pie dentro de la prueba, pero sabía que este tipo de pruebas crecían exponencialmente en dificultad y que lo peor y más difícil aún restaba por llegar. Afortunadamente para él la vegetación se había vuelto menos espesa en ese punto de la jungla y ahora unos cuantos rayos de luz atravesaban los espacios entre los árboles para iluminar su camino.

 

Fue por eso que notó la presencia de las varias criaturas que se acercaron hasta él y comenzaron a bloquearle el camino mientras gruñían de forma amenazadora. Le tomó unos cuantos segundos darse cuenta de que se trataba de unos seis o siete lobos de pelaje albino y ojos ámbar, quienes descansaban levemente en sus cuartos traseros, listos para atacar ante cualquier signo de peligro. Las instrucciones de la Arcana le resultaban completamente claras ahora, más respecto de que podía hacer para que le creyeran su situación, eso era otra cosa.

 

Decidió guardar su varita en su bolsillo por el momento y levantar las manos en señal de paz, pero eso no sería suficiente dado que jamás podría expresar sus ideas para con ellos... si tan solo pudiese hablarles de par a par. Y fue entonces que cayó en la cuenta de que sí podía, simplemente necesitaba cambiar a su forma animaga para hacerlo. De un momento a otro su morfología humana cambió completamente y, en cambio, adoptó la de un felino no muy diferente a los que habían venido a verle.. lo único que esperaba era que estuviesen predispuestos a hablar.

 

- ¿Quién eres, y qué haces aquí? - le dijo uno de los lobos, que parecía ser el líder de la manada.

 

- Estoy perdido. No tengo idea de a donde ir. - contestó el coyote, que representaba a Nathan. - ¿Podéis guiarme en el camino?

 

- ¿En el camino hacia donde? - le inquirió otro de ellos - No ayudamos humanos, de cualquier forma, deberás valertelas por ti mismo.

 

Pensó unos segundos, meditando como encarar este problema... tenía las herramientas, nada más debía formularlo correctamente.

 

- No soy un humano, al menos no completamente. Tomo esta forma porque verdaderamente hay algo dentro de mí que me hace igual a ustedes, lo cual es verdaderamente un honor. Ayudadme, y serán recompensados. - ofreció el Weasley, negado a rendirse.

 

- ¿Qué puedes hacer por nosotros? - preguntó el líder esta vez, curioso.

 

- Puedo encargarme, a mi salida y antes de retirarme de este lugar luego de cumplir mi cometido, de la engorrosa Esfinge que ronda estos lugares... tengo entendido que no sois muy adeptos de ella.

 

El líder emitió un alarido ensordecedor, que por poco le hace a Nathan retroceder unos pasos.

 

- No nos importa saber de tus cometidos, pero si puedes cumplir con lo que dices y lo juras por la garra, te ayudaremos.

 

El Weasley, que conocía de las costumbres de las tribus lobunas, asintió y se acercó hasta el líder. Finalmente, levantó una de sus patas y la chocó con la homóloga del líder, creando un vínculo representativo que lo uniría hasta que cumpliese su promesa. El líder le echó una última mirada antes de darle una sencilla orden a su camada y comenzar a caminar a través de la jungla, que rápidamente adquirió paredes más altas hasta definitivamente transformarse en lo que parecía ser un laberinto.

 

Caminaron por unos treinta minutos, hasta que finalmente tras doblar en una esquina, llegaron a un largo pasillo al final del cual algo cristalino parecía relucir a la luz del sol que ya se había debilitado dado que la noche se acercaba.... había pasado casi todo un día en la Universidad, y aún faltaba la verdadera prueba. El lobo miró al Weasley, quien lideraba la marcha junto a él, para luego detenerse.

 

- Hasta aquí llegamos nosotros, más allá no te podemos acompañar. Recuerda tu promesa, compañero, y serás seriamente recompensado la próxima vez que pases por aquí - Dicho esto, y sin esperar respuesta, desaparecieron detrás de una esquina y emprendieron una carrera devuelta a la jungla.

 

Nathan, anonadado por lo que acababa de ocurrir, comenzó a caminar en dirección al final del pasillo. Unos veinte metros antes de llegar a lo que allí yacía, retomó su forma humana y casi inmediatamente después de hacerlo, la voz de la Arcana le dio lo que parecían ser las instrucciones sobre el último obstáculo. No se había equivocado previamente al decir que los obstáculos se volvían más y más difíciles a medida que avanzaba por el laberinto, dado que esta prueba parecía ser algo de lo más difícil que había escuchado jamás. ¿Cómo iba a recuperar un recuerdo que era, técnicamente y por definición, irrecuperable?

 

Tras llegar al final del pasillo, y ver el enorme espejo que suplía la típica puerta que lo separaba de la Sala Circular, tomó asiento en el césped cerca del espejo y cerró los ojos. Poco a poco, comenzó a concentrarse en los jardines de la Mansión Weasley, que desde hacía unas horas consistía su lugar en el mundo para cuando necesitaba un poco de tranquilidad y lograr cosas que de otra manera sería probablemente imposible. El clima que lo rodeaba allí dentro del laberinto ayudaba mucho, dado que la brisa que golpeaba en su rostro junto con la temperatura que impactaba sobre su cuerpo eran tal y como el las recordaba en los Jardines.

 

Con pasos de bebé, comenzó a concentrarse en encontrar un recuerdo que no tuviese presente normalmente, lo cual se sentía extremadamente raro. Era como estar debajo del agua y buscar la superficie del mismo con los ojos cerrados... sentía que jamás la encontraría. De pronto, en aquel lugar y justo detrás de unos árboles, apareció un rostro que no había visto en muchísimo tiempo pero que de alguna manera le resultaba familiar. Extrañado, Nathan se acercó más y más a aquellos árboles dentro de su mente, decidido a que aquel era el camino.

 

En cuanto llegó junto a aquel viejo sauce, vio proyectado en su tronco una imagen muy pequeña y poco nítida, de un hombre sonriendo mientras veía a un niño desenvolver una varita mágica de goma. Le tomó unos cuantos segundos notar que el niño en la imagen era él 21 años atrás, y que el hombre que lo miraba era su padre, quien había decidido abandonarlo a él y a su madre unos meses después de eso.

 

Había visto fragmentos de ese recuerdo en sueños y en momentos muy particulares de su vida, más nunca había podido recuperarlo completamente. Allí sentado y aún con sus ojos cerrados, le entregó el recuerdo al espejo en la vaga esperanza de que ello fuese suficiente, y se sorprendió gratamente al escuchar como el espejo se hacía añicos. Nathan abrió los ojos y se puso de pie, entrando finalmente en la sala circular para encontrarse con la Arcana, quien le esperaba pacientemente.

 

- Disculpe la demora... estoy listo para hacer la prueba, Rosália.

 

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El sobresalto la había casi obligado a cerrar los ojos, sobre todo porque le había revuelto el estómago. A pesar de ello, contaba con que llevaba horas sin ingerir alimento, por lo que vomitar sería prácticamente imposible. Pero no quería arriesgarse, no estando dentro del Portal. Abrió lentamente sus grisáceos orbes y se dio cuenta de que ya no estaba en el Callejón Diagon, sino en el Atrio del Ministerio. Abrió muchos los ojos, sorprendida ante aquel hecho, y luego se giró en redondo para comprobar si había alguien cerca de ella. No era el caso, el lugar estaba prácticamente desierto.

 

Cuando retomó su posición inicial, de cara al camino que conducía hacia la sala de los ascensores que llevaban a todas las plantas del Ministerio, se fijó en que algo no marchaba bien. Los cristales de las distintas oficinas que se repartían por el lugar estaban quebrados, caídos por todo el suelo; la fuente estaba seca; las esculturas rotas. Había innumerables papeles y carteles por el suelo, y todo parecía mostrar que una especie de ciclón había asolado el lugar. Anne se decidió a avanzar unos pasos sin salir del estado de estupor en el que se había sumido, con sentimientos encontrados al respecto. Si bien era cierto que a veces había sentido deseos de explotar aquel lugar a causa del trabajo que le suponía en muchas temporadas, jamás se habría atrevido a algo así puesto que era la sede de los altos mandatarios de la sociedad mágica inglesa. ¿Cómo iba a querer destruir el lugar desde el cual podían tomar el control del país? Era de lo más contraproducente.

 

Un crujido la hizo detenerse en seco y se agazapó tras los escombros que, antaño, parecían haber sido una de las chimeneas por las que se accedía al Atrio. Tenía la seguridad de que había alguien por allí porque si no, ¿por qué el Portal iba a mostrarle aquello? Seguramente tendría que hacer algo allí que la pondría a prueba. Aún le quedaba saber de qué se trataba. Otro crujido la hizo dar un respingo, aunque no abandonó su posición oculta. De detrás de la fuente, apareció una niña pequeña ataviada con un vestido que probablemente hubiera sido rosado, pero ahora lucía polvoriento y ajado en algunas partes. La niña tenía la cara manchada y surcos en las mejillas que hizo que la Gaunt comprendiera que iba llorando. Al parecer, no suponía ningún tipo de peligro para ella. Por si acaso, hizo gala de su habilidad metamorfomaga para cambiar su aspecto físico. Su piel se oscureció, así como sus ojos. Además, su cuerpo se volvió un poco más enclenque, ocultando así su trabajada y desarrollada musculatura. Además, ocultó la varita en su manga izquierda, donde pudiera acceder a ella sin problemas en caso de que las cosas se torcieran.

 

Salió de su escondite cuando la niña estaba a no más de siete metros, y se fue aproximando a ella con las manos en alto, como para demostrarle que no quería hacerle daño. La pequeña se detuvo y comenzó a retroceder, con los ojos abiertos de par en par.

 

No, no, no huyas... no voy a hacerte daño —la llamó, con voz pausada. Se sorprendió al notar que ésta se escuchaba bastante más alta de lo que ella había pretendido en un principio. No quería llamar la atención, por si había alguien más por la zona—. ¿Podrías decirme qué ha pasado aquí? ¿Estás sola?

 

La niña titubeó, aunque visiblemente había dejado de temerle tanto como al principio. Al parecer, Anne lucía confiable y débil, tal y como había planeado al modificar su anatomía mediante la metamorfomagia. A pesar de ello, contaba con que estaba en el Portal y éste sabía que era ella la que estaba haciendo la prueba.

 

Han destrozado el Ministerio. Y no encuentro a mi mamá...

 

— ¿Tu mamá? —Anne se rascó la cabeza, indecisa. No sabía cómo continuar aquella situación—. Bueno, quizás se ha escondido para esperar que el problema pasara y así buscarte después...

 

— No, ella me ha abandonado. Ha aprovechado el revuelo para dejarme sola.

 

Anne se quedó estupefacta. Aquella niña no tendría más de ocho años, ¿cómo podía pensar semejante cosa de su madre? Aunque ella sabía por experiencia propia que no todas las madres desarrollaban el instinto con facilidad...

 

No digas eso, niña. Seguro que hay una explicación para lo que ha pasado. Quizás se ha metido en algún problema y ha preferido que quedaras al margen, para que pudieras escapar. ¿No crees?

 

— No, me ha abandonado, lo sé. Y en el fondo, tú también lo sabes. Al fin y al cabo, tu madre también te abandonó, ¿verdad?

 

«mier**», pensó Anne, de repente alerta. ¿Quién demonios era aquella criatura? Inconscientemente, acababa de dar un paso hacia atrás para alejarse de ella, como si temiera que la proximidad entre ambas sirviera para hacerla vulnerable. ¿Cómo podía saber ella que su madre la había abandonado? ¿Y si era legilimántica? Aunque era demasiado pequeña... pero cabía la posibilidad de que hubiera cambiado su aspecto mágicamente, ya fuera con metamorfomagia o una poción. En cualquier caso, era consciente de que ya no podía fiarse en su presencia. Frunció el ceño.

 

¿Quién eres? No te lo voy a repetir.

 

Inesperadamente, el rostro apenado de la niña se transformó en una amplia sonrisa siniestra que no alcanzaba sus ojos, de repente oscuros y profundos.

 

Mi identidad no importa, estábamos hablando de ti, Gaunt Malfoy. ¿Quieres que te diga dónde está tu madre? Sí, la misma a la que encontraste siendo adulta y volvió a abandonarte como cuando eras niña...

 

No pudo evitarlo, sabía que el Portal se estaba aprovechando de sus miedos para ponerla a prueba y comenzó a dudar. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía salir del bloqueo al que acababa de quedar sometida? Recordó las lecciones de Rosália, cómo le había indicado lo que debía hacer y, enseguida, reaccionó. No tardó ni medio segundo en recomponerse, tanto física como psicológicamente. Había clavado sus grises ojos en los oscuros de la niña y, como un torbellino, se había introducido en su cabeza para poder desarmar aquel ataque que comenzaba a minar su confianza. Se sorprendió al ver que la mente de la niña era cualquier cosa menos infantil: era una creación del Portal que albergaba deseos de venganza que la hacían estremecerse, así como claras intenciones de no permitirle continuar con la prueba. Al fin y al cabo, el Portal lo que había era poner a prueba a los aspirantes para que éstos demostraran que merecían el anillo. El anillo... rozó con la punta de los dedos aquela joya que Rosália le había entregado, la cual cambiaría en algún momento cuando mereciera salir del Portal como una auténtica legilimántica. Pero para ello, debía derrotar a aquella criatura (que ya no merecía ser llamada niña tras aquel escrutinio mental a la que la Gaunt la había sometido) y continuar con su prueba.

 

Siguió introduciéndose en sus recuerdos, que realmente se centraban solo en cosas que probablemente había sacado de la cabeza de la Gaunt, y se detuvo en la idea que tenía de hundirla usando la desaparición de su madre como arma. «Date la vuelta y aléjate de aquí sin mirar atrás», pensó, introduciendo aquella idea en la cabeza de la niña. El rostro de ésta cambió de repente, parecía encontrarse no tan cómoda como antes. Pero no se movió. «Vete he dicho, y no vuelvas a acercarte a mí. A nadie», sentenció con rudeza. Y, para su sorpresa, la niña se dio la vuelta y se alejó de ella sin mirar atrás. Anne no pudo evitarlo: una amplia sonrisa se instaló en sus labios justo en el momento en que el Portal volvía a difuminar su entorno. Al parecer, volvería a cambiar de escenario, pero esta vez estaba preparada.

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Rosália miró atentamente la imagen que reflejaba de Anne. Lo estaba haciendo de maravillas. De todas maneras podia sentir lo que Anne sentía, podía escuchar lo que Anne escuchaba y todo gracias al anillo, que de alguna manera la vinculaba con su alumna. Era un gran objeto mágico, los chicos no sabían que cuantos más alumnos salieran del portal, más fuerte se volvia.

 

Era una especie de prueba, ya que con cada uno de ellos aprendía algo nuevo o tenía que enfrentarse a un nuevo reto. Por ejemplo, su imagen. ¿Quién iba a pensar que tenía un centenar de años? Rosália acomodó su cabello, mientras difuminaba la neblina que le servía como visor y volvía la vista hacia Nathan, quien se presentaba a la Sala Circular.

 

~Cada uno manera sus tiempos, señor Weasley. Es todo un honor encontrarlo aquí. Vamos, tome. Póngase el anillo y puede ingresar por el portal. Cuando salga, el anillo se activara si pasó la prueba y todo habrá concluido. ¿Tiene dudas o estás listo?~

 

Rosália le entrego un anillo plateado, simple y sin ninguna decoración. Cuando se lo pusiera, no iba a haber un gran cambio, sino eso se encontraba en el momento en que éste terminaba la prueba. La Arcana le dijo que eso pasaría pronto y que podía usar el anillo para pedirle ayuda, en caso de necesitarlo. Miró como su segundo alumno desaparecía y se volvió a fijar en las imágenes nuevamente proyectadas.

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Había algo en la expresión facial de la mujer que logró calmarlo mientras tomaba el anillo que lo señalaba como aspirante apto para iniciar la prueba y se lo colocaba en su dedo anular. No podía discernir bien qué, pero de alguna forma el saber que ella estaría en contacto con él gracias a aquél artefacto mágico lo hacía sentir más cómodo y seguro de que, a pesar de que la prueba lo evaluaría en niveles que ni él mismo podía dimensionar, todo saldría bien. No medió palabra alguna con la arcana, confiado de que su mirada de asentimiento le había transmitido todo lo que había querido decir.

 

Encore un fois >> pensó en un claro francés antes de atravesar el portal, cuya extrema radiación electromagnética lumínica lo obligó a cerrar los ojos para ahorrarle a sus pupilas el esfuerzo de adaptarse a tal claridad. Sintió su cuerpo sumirse en un vertiginoso movimiento que se acabó tras apenas unos segundos.

 

Un ambiente fresco lo rodeó de inmediato, haciéndole lamentar haber dejado su túnica atrás en la isla, acompañado de un silencio sepulcral que por poco le hizo pensar que había perdido temporalmente el sentido de la audición. Sus sospechas se vieron controvertidas en cuanto abrió los ojos e identificó el lugar donde estaba, dado que su corazón latía tan fuerte que hasta sentía su pulso arterial magnificado retumbar en su cabeza mientras su mente entraba en un estado de conciencia hiperaguda.

 

Hacía ya más de un año desde que no pisaba aquel lugar, siendo que se había jurado a sí mismo no visitar nunca más aquel lugar, mucho menos sin compañía de alguien más. Sabía que, a pesar de la realidad con la que estaba representado el lugar, no era más que una mera creación ficticia que el portal le había creado en una dimensión aparte. Los peligros que en su momento lo habían atacado en aquellos bosques, los bosques de Albania, no podrían herirlo allí. Pero aquello no era excluyente.

 

- ¿Señor Weasley? - dijo una voz de timbre agudo a sus espaldas.

 

Nathan se giró sobre sus pies violentamente y se encontró con una niña de unos doce años, vestida con un camisón blanco ensangrentado y descalza, sus pies ensuciados por la tierra que cubría el suelo completamente. La niña lo miraba a través de sus orbes grisáceos que de alguna forma contrastaban contra el panorama grisáceo e invernal de aquel bosque. El mago buscó instintivamente su varita en su bolsillo, más su mano no sintió más que la tela de su pantalón, vacía.... su varita no estaba allí.

 

- ¿Buscas esto? - dijo la niña, en un tono inocente que contrastaba completamente contra la sonrisa llena de maldad plasmada en su rostro, mientras jugaba con su preciada varita con sus blanquecinos dedos.

 

- ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? ¡Dame mi varita! - dijo Nathan, separando los pies, preparando para correr de ser necesario.

 

- Será toda tuya si eres capaz de responderme una pregunta... verás lo sencilla que es. Además, si la respondes correctamente, te dejaré avanzar. Responde incorrectamente, y morirás. - dijo la niña, sin quitarle la mirada y sin cambiar su tono de voz, como si fuera una conversación de lo más normal - ¿De qué color es mi cabello? - inquirió a continuación, con tono curioso.

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Cuando reapareció en el siguiente escenario que le había preparado el Portal casi se dio cuenta de que era obvio que pisaría aquel lugar, teniendo en cuenta los que había visitado anteriormente. Se encontraba en los jardines frontales de los terrenos del castillo Gaunt, su hogar. Un grito en el aire le hizo levantar la cabeza justo para ver cómo uno de sus hipogrifos, Nowin, planeaba sobre su cabeza y se lanzaba en picado en el bosque que quedaba a un costado del castillo, probablemente para cazar algún animal que había divisado desde el aire con su maravillosa vista. Eso era demasiado normal como para llamarle la atención, o como para pensar que el Portal quería usar semejante acción para ponerla a prueba de alguna forma. ¿Qué tendría que hacer por allí?

 

Esperó unos instantes allí de pie, pero nada sucedió. Era bastante extraño. Caminó hacia adelante recorriendo los escasos metros que la separaban del castillo y la puerta de madera, enorme y pesada, se movió en cuanto ella puso un pie en el último escalón de mármol. Aquello también era de lo más habitual. Se rascó la barbilla y entró en el vestíbulo, bastante sorprendida por la pasividad del escenario hasta el momento. Aunque tratándose de su hogar, lo prefería así. Unos pasos a su derecha la hicieron girarse casi con un salto, y un sorprendido Shiro se detuvo a poca distancia de ella, con los ojos muy abiertos.

 

¡Diantres, Anne! Qué susto me has dado, ¿estás bien?... —le dijo, con aquella voz grave y pausada que solía relajarla incluso en los peores momentos. Tuvo que recordarse que se encontraba en el Portal para no dejarse llevar por la confianza que le inspiraba su presencia.

 

Papá, esto... sí, estoy bien. Es sólo que... no te esperaba justo aquí, me he sobresaltado al sentir movimiento a mi lado —le explicó, acercándose bastante a la verdad pero sin mencionar el Portal. No sabía qué efectos podría tener aquello en caso de hacerlo. En lugar de eso, decidió hacer uso de la legilimancia con su padre, buscando así porqué el Portal le usaba. Y al hacerlo, se quedó petrificada al comprobar que no había nada extraño en los pensamientos del anciano, salvo el hecho de que, como siempre, estaba preocupado por ella.

 

Vaya par, parece que la edad nos está haciendo vulnerables, pequeña —comentó, riendo suavemente. Se acercó hastas ella y la besó en la mejilla, y continuó después su camino. Anne se quedó donde estaba, sorprendida al haber sentido que el beso de su padre había sido etéreo, no había existido contacto real entre ambos. Como si fuera un fantasma. Pero su padre estaba vivo, presumiblemente en el castillo Gaunt vigilando a los mellizos. ¿Por qué en el Portal era así? «Quizás porque todos son así, no he probado tocar a nadie. O simplemente era un adorno para hacerme bajar la guardia», reflexionó mentalmente.

 

Un fuerte estruendo proveniente de alguno de los pisos superiores la hizo dar un salto en el sitio y sus ojos grises viajaron rápidamente hacia la escalinata que conducía a aquel lugar. Corrió tan deprisa como podía y subió los escalones de dos en dos para acortar el camino. En el primer y segundo piso, no halló nada de lo normal pero al alcanzar el tercero, a la altura de la biblioteca, el ruido y las voces eran mucho más sonoras. Se asomó corriendo, varita en mano, pero se detuvo en seco en la puerta al comprobar de dónde provenía tal escándalo. Mery y Sarah estaban peleándose, como siempre, aunque parecían haber llegado más lejos que nunca. Había varias estanterías tiradas en el suelo, con todos los libros que habían contenido desparramados por el suelo. Las hojas volaban, como si los hubieran usado como proyectiles. Las cortinas de los amplios ventanales estaban quemadas y rasgadas según la zona y ellas, cada una ocupando un extremo de la habitación, estaban despeinadas y con los rostros crispados por el enfado.

 

¿QUÉ ESTÁIS HACIENDO, INSENSATAS? —bramó, perdiendo de golpe la poca paciencia que la caracterizaba. Los ojos, habitualmente grises, ahora lucían de un verde brillante que recordaban al color que adoptaban en su forma lobuna. El pelo se le había oscurecido, y prácticamente parecía escupir fuego a causa del enfado. Ambas jóvenes ni siquiera se dignaron a dirigirle la mirada. Eso la enfadó aún más, tanto que olvidó que se encontraba en el Portal—. ¡BAJAD LAS VARITAS INMEDIATAMENTE, NO ME OBLIGUÉIS A METERME EN MEDIO!

 

¡Es todo por tu culpa, niña est****a! ¡Tú lo estropeaste todo! —gritó Mery, como si no hubiera escuchado las palabras de su madre.

 

¡Cállate! ¡Yo no he hecho nada, eres una envidiosa! Yo no tengo la culpa de que seas una desgraciad...

 

¡No te atrevas a insultarme! ¡Sectusempra!

 

Anne siguió con la mirada el velocísimo rayo verde que impactó de lleno en el pecho de su hija más pequeña. Ahogó un grito y atravesó media biblioteca de dos zancadas, interponiéndose entre la furiosa pelirrosa y su hermana, que ahora sangraba en el suelo con los ojos llorosos y sin articular palabra a causa del asombro. Probablemente no se hubiera esperado un ataque tan directo por parte de su hermana mayor. La matriarca Gaunt impuso ambas manos sobre las heridas de su hija y concentró todo su poder en uno de los amuletos que llevaba colgados al cuello, el mismo que la ayudó a sanar las heridas de la rubia en pocos segundos.

 

¿Estás bien? ¿Sí? Quédate ahí detrás y no se te ocurra volver a alzar la varita contra tu hermana mayor, ¿me has oído? —le regañó, aunque acariciándole la mejilla suavemente. Se incorporó entonces y clavó su iracunda mirada en Mery—. ¿En qué estabas pensando, Mery? ¡Has podido matar a tu hermana! ¿Qué te pasa? Baja la varita...

 

Pero Mery no parecía estar dispuesta a atender razones. Tenía una mirada extraña, tanto que Anne se estremeció. ¿Era verdaderamente su hija?

 

Estaba pensando en cuánto tardarías en acudir hasta aquí para proteger a tu adorada hijita, Anne —pronunció con frialdad, casi escupiendo las palabras. La Gaunt se quedó helada—. Como siempre, la ocupadísima Anne acude al auxilio de sus hijos pequeños pero... ¿¿¿dónde estabas cuando yo te necesitaba??? ¿Qué hay de los días en que yo era pequeña y no tenía a nadie que me cuidase salvo un apestoso elfo? ¿Dónde estabas tú, eh?

 

La pelicastaña tragó saliva, totalmente bloqueada. Se hubiera esperado cualquier cosa excepto aquellas palabras, si bien sabía la molestia que Mery sentía por todo lo que sus hermanos habían disfrutado y que ella no había tenido en su infancia. Pero de ahí a aquellas palabras...

 

Sí, quédate callada. Es lo que siempre haces cuando no sabes qué responder, ¿verdad? O mandarnos a hablar con el abuelo, él se encarga de apagar los fuegos que provoca tu irresponsabilidad. Me da vergüenza pensar que...

 

Para, Mery, por favor, no creo que sea el momento de hablar algo as...

 

— ¿Y cuándo es el momento, mamá, cuándo? ¿Cuando no haya nadie para escuchar lo pésima que has sido siempre en todo? Piensas que puedes con todo, pero no hay nada más lejos de la realidad.

 

Algo se activó en la cabeza de Anne de repente, como cuando se enciende una luz al pulsar un interruptor. El Portal estaba jugando con ella, con sus miedos y temores. Estaba usando a su familia en su contra para minar su moral y menguar sus fuerzas, para que olvidara cuál era su objetivo y que nada de aquello era real: aquella chica no era Mery, y sus palabras no eran más que palabrería barata.

 

No podrás conmigo, Portal, menos aún usando a mis hijos en mi contra —masculló, más decidida que nunca a terminar con todo aquello. Como un torbellino, tal y como había hecho un poco antes en el anterior escenario, entró en la cabeza de Mery para ver verdaderamente de dónde salía todo aquello y se sorprendió al comprobar que, tal y como había pensado, no era su hija. De nuevo el Portal había intentado manipularla apelando a sus sentimientos, pero Anne había vuelto a descubrir el engaño y usaría la legilimancia para desarmar aquella intención. Se concentró tanto como pudo, olvidándose de todo lo que no tuviera que ver con el hecho de conseguir su anillo de habilidad, y buscó todo lo que había en aquella mente que pudiera dañarla para cambiar sus intenciones y suavizarlas, hasta el punto de obligarla a recoger todo lo que había desordenado en la biblioteca. «Ordena la sala y déjala tal y como estaba antes de destrozarla. No vuelvas a faltarme al respeto, y mucho menos a subestimarme». Mecánicamente, la falsa Mery comenzó a ordenarlo todo.

 

De repente, Anne sintió una especie de tiró en el estómago que la hizo girarse para comprobar que la puerta de la biblioteca ahora lucía muy brillante. ¿Significaría eso que debía cruzarla? Lo hizo sin pensárselo dos veces y, de repente, apareció en el salón circular donde aguardaba Rosália. Parpadeó varias veces a causa del asombro y luego se desplomó en el suelo de rodillas, dejándose caer a un lado lentamente para quedar tumbada mientras cerraba los ojos. Quizás la arcana se llevara una falsa impresión, pero la presión psicológica e incluso el esfuerzo físico casi habían agotado sus fuerzas por completo.

 

He vuelto... —murmuró, aunque aún perdida en lo que había vivido hacía unos instantes.

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