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Prueba de Metamorfomagia #6


Amara Majlis
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No sabía con exactitud cuando tiempo había transcurrido desde que habían llegado al final del laberinto, podían haber sido horas o minutos, la verdad es que sus sentidos habían dejado de sentirlo. Estaba únicamente concentrada en todo aquello que la rodeaba, abriendo pasó a las sensaciones que en otro tiempo había dejado dormidos y tras las pruebas puestas por la arcana para llegar hasta allí habían despertado con gran intensidad.

 

Las palabras de Amara, la sacaron de su ensoñación, ¿estaba lista? Sí, lo estaba. Había pasado mucho tiempo para encontrarse por fin en ese momento, por lo que no se detendría ahora, que estaba solo a unos cuantos pasos de conseguirlo, por lo que permitió que en sus labios apareció una media sonrisa, mientras que en sus ojos aparecía un brillo de impaciencia, porque no sabía cuanto más tendrían que esperar a la bruja de cabellos azules que aún no había llegado hasta su posición.

 

—Estoy completamente lista, para el momento en que nos de la indicación de ingresar a la pirámide. —la sinceridad se podía tonar en su voz, por lo que estaba segura que la arcana lo percibiría.

 

Si meditaba bien la situación, estaba nerviosa, pero eso era algo que no dejaría que se notará en sus movimientos, necesitaba conservar la calma en todo momento, por lo que esperó con paciencia a la siguiente indicación o palabra que Majlis tuviera para ella.

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—Adelante entonces.

 

La arcano señaló la puerta de piedra que se perdía entre los ladrillos que conformaban la enorme pirámide y ésta ascendió mecánicamente, como por arte de magia para darles la bienvenida a su oscuro interior. Allí el suelo resplandecía como si la noche estuviese albergada en cada una de las baldosas pulidas y cuadradas, en el centro el icónico símbolo de la serpiente que completaba el ciclo mordiendo su propia cola —Uróboros— y unos cuantos pasos más al frente una puerta se alzaba, suspendida unos pocos centímetros de color vino tinto.

 

Amara en cambio podía verlas todas, brillaban y giraban a su alrededor como la aurora boreal, cada una era el ingreso a un portal distinto, a una habilidad completamente diferente a la que ella impartía pero igual de magnífica. De soslayo observó su anillo de Metamorfomagia, tan sencillo como su alma y sonrió de lado, curiosamente la personalidad de Gatiux y su emoción por haber recompuesto el vínculo con el don le recordaban a la joven muchachita que ella había sido alguna vez.

 

—Las estaré esperando— Finalizó antes de verlas atravesar el portal.

 

Por sobre su hombro divisó una melena azulina que la hizo regodearse en el lugar, temía que algo le hubiese pasado dentro del laberinto mientras ella concentraba sus pensamientos en Mía y Gatiux así que recibió a Tauro con los brazos amplios cual alas de paloma blanca mientras sus compañeras ya se adentraban a su prueba final.

 

Expresó su dicha al verle y realizó una vez más, con entusiasmo, la pregunta que todo alumno debería responder si deseaban obtener la habilidad, aunque el ser acertado en ese instante no significaba que el portal confiase en su alma y en la pureza de la misma. Aun y contra todo pronóstico, Amara confiaba en Tauro por sobre las otras dos de una manera especial, así como se había sentido identificada con Malfoy y satisfecha con Black Lestrange.

 

—También aquí te espero, Taurogirl, ve siempre confiando en ti.

Editado por Amara Majlis
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Tauro se rezagó, tal vez demasiado. Lo sabía bien, no había dicho una palabra, no se había movido. Se mantuvo delante del espejo, recordando las palabras de la Arcana, sabiendo lo que debía hacer y aún así no podía pensar en nada más. ¿Convertirse en quien más odiaba? El mero pensamiento la perturbaba, le provocaba un leve dolor de cabeza que era más por miedo que por presión, algo que nunca aceptaría en voz alta. No quería hacerlo, a pesar de que quería llegar al final de la prueba y obtener la habilidad de Metamorfomagia.

 

Porque estaba intentando superarlo, porque no quería verse a sí misma como aquél hombre que tanto le había costado guardar en lo más profundo de su cabeza. Al igual que en otras pruebas, él seguía alzándose como su mayor preocupación ante todo. Él, un desconocido, alguien que no sabía si quiera cómo era. Alguien que no sabía si en realidad seguía siendo un alguien. Sólo recordaba dos ojos enormes, una oscuridad completa y un odio refulgiendo dentro de un par de iris rojos, como si quisiera matarla con sus propias manos.

 

Los minutos pasaban y la peli-azul seguía inmóvil, ajena al tiempo que había invertido en mirarse al espejo sin verse en realidad. Estaba atada a su propia cabeza, a su propio temor y aunque tanto Gatiux como Mía estaban listas para entrar al portal, ella no hacía más que caer en un remolino de pura negatividad. Era la primera vez que le pasaba en mucho tiempo, la primera vez que se había quedado congelada sin hacer nada para enfrentarlo. No tenía la mirada amable de la Arcana, ni la cálida mano de su esposa para sentir apoyo. Era ella sola contra un recuerdo que la atormentaba.

 

Cerró los ojos, inhalando por la nariz mientras intentaba serenarse. No se iba a dejar perder por el terror, no era de ese tipo de personas. Podría perder tiempo, valiosos minutos que la lanzarían enfrentar todo de forma veloz, sola, si quería alcanzar a sus compañeras. Pero no iba a quedarse ahí. Cuando separó los párpados otra vez, sus ojos no eran azules. Eran rojos, demasiado rojos, como si alguien se hubiera tomado el tiempo para inyectarlos con sangre o algo aún peor. Sus cejas eran casi inexistentes, lo que hacía ver sus ojos más grandes, y tenía unas gruesas pestañas negras, ajenas a su cabello azul que tampoco era azul.

 

Lentamente la raíz se fue pintando de negro, un azabache anormal, profundo como la misma noche. Y su piel también, el pigmento iba cambiando con gran velocidad, dejando atrás su blancura. La ropa, sus brazos, todo parecía desaparecer hasta ser reemplazado por una capa de oscuridad atemorizante. Sólo sus ojos y su boca parecían mantenerse ante el espejo, que era lo bastante grande para mantener su silueta a la vista. Y por eso mismo, sólo se veía negro, un par de ojos y una boca terrible y maligna. Pero no fue sino hasta que se armó de valor que hizo lo que siempre veía, lo que la hizo dudar en un principio. Sonrió, como si estuviera viendo a un viejo enemigo y entonces lo tuvo. Ese era su mayor enemigo.

 

El espejo cedió ante un peso invisible y ella volvió a la normalidad, aún un poco abrumada por lo que acaba de ver. Sólo por comprobar que todo estaba bien consigo misma, alzó los brazos para verse la piel, para tocarse la ropa y el rostro, para ver las hebras de cabello azul reflejadas en los cientos de pedazos de cristal esparcidos por la arena, así como su propia expresión de desconcierto. Era ella, con sus ojos azules, con su melena, todo como debía ser. Se estremeció, incapaz de recordar una vez más aquella imagen grotesca y desagradable y paso por encima de los cristales.

 

No había señal de Mía, no había señal de Gatiux.

 

Ya debían haber terminado las pruebas y ella no había llegado a la tercera. Apretó los labios y después de llenar sus pulmones con aire fresco, empezó a trotar hacia el interior de la isla. Conocía el camino y eso lo hacía mucho más fácil. Solo un paso tras otro, sin pensar, sin detenerse por el cansancio. Los Uzza la habían acostumbrado a llevar su cuerpo al límite, a enfrentarse a situaciones extremas e incluso a enfrentarse al dolor, una carrera no la iba a detener. El ritmo no bajó en ningún momento, ni siquiera cuando una gota de sudor bajó por su frente despacio, hasta que se separó por el mismo salto repetitivo que ocurría cada vez que pisaba la arena.

 

Los árboles la acompañaron durante varios minutos, tanto como el sonido de curiosas criaturas que a veces podía divisar, el siseo de una que otra serpiente perteneciente a Lawan y aves con grandes ojos, juzgándola quizás con menos intensidad de la que tenían los profesores del Ateneo. Hasta que de pronto no estaba corriendo en un bosque, de pronto ni siquiera estaba corriendo hacia ningún lado. La blancura impoluta hizo que sus ojos dolieran, la hizo detenerse en medio de un montón de espejos, de una cantidad incontable de cristales que reflejaban la misma imagen.

 

Ella misma, con el pecho subiendo y bajando a un ritmo apresurado, la boca entreabierta mientras respiraba y la ropa manchada por la arena que había levantado al correr, así como un montón de mechones azules salidos de lugar. La habitación de la honestidad. Giró la cabeza, buscando algo más que espejos y en todas las direcciones sólo se veía a sí misma, sin ningún cambio aparente. Inhaló otra vez, tragó saliva y empezó a andar, agotada tanto física como mentalmente. Pero la tarea era más sencilla que la segunda, al menos desde su punto de vista, aunque seguramente le llevaría unos minutos.

 

Cada Tauro que la miraba era igual a ella, sin ningún cambio que pudiera decirse resaltante. Los mismos ojos, el mismo cabello, las mismas facciones, la misma ropa. Pasaba las pupilas de una en una, intentando dar con alguna diferencia y entonces la vio. Mínima, imperceptible si se quería. Una de ellas sonreía o al menos era la sombra de una sonrisa, no la seriedad que tenían las demás. Era una expresión de diversión ligada a la superioridad que sentía cuando sabía que podía lograr algo. Aquello era pan comido y ella en el fondo lo sabía, estaba segura de que conseguiría la habilidad a pesar de su retraso. Ese reflejo también lo sabía.

 

Se acercó al espejo y colocó una mano en el cristal, el mismo tiempo en que el reflejo lo hacía. La puerta cedió y ella la atravesó, tan confiada como se había visto en el espejo. Y como había esperado, apareció a los pies de la gran pirámide donde debían estar Amara, Gatiux y Mía. Suspiró con alivio y antes de que se le hiciera más tarde, emprendió una nueva carrera, mucho más veloz que antes para llegar a tiempo. Escalón tras escalón, en ocasiones de dos en dos, logró llegar arriba y recorrer la distancia que la llevaría junto con sus compañeras. Sus pasos veloces resonaron en la estancia varios segundos antes de que ella misma llegara y sólo llegó a escuchar las últimas palabras de Mía.

 

Yo yo también estoy lista, Arcana bufó un poco al terminar la oración, porque los pulmones le ardían y ciertamente estaba un poco más destruida de lo normal. Para la prueba, cruzar el portal.

 

Pero había llegado a tiempo, esperaba que la Arcana Majlis lo pensara también.

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El Ouroboros. Más de un año entero tuvo que transcurrir para volver a verlo.

 

En cuanto Amara les dio luz verde para acceder al portal, Gatiux asintió y saltó hacia la abertura sin pensarlo durante mucho más tiempo. Las puntas de su larga cabellera violeta se perdieron entre la blancura etérea de aquella niebla mágica. Sus ojos amarillos desprendían aquel brillo impaciente de aquellos que están deseosos por vivir otra aventura. De un momento a otro desapareció.

 

[...]

 

El atardecer empezaba a pintar de anaranjado un cielo antes azul. Pájaros salían volando de un espeso bosque de robles cuyos árboles estaban tan juntos que no se sabía donde terminaba una copa y empezaba la siguiente. No se podía vislumbrar el fondo del enorme lago que dominaba la zona, pero se oía el chapoteo de algunos peces que se acercaban a la superficie allí donde se acumulaba la comida. La hierba había crecido, pero no lo suficiente para no vislumbrar lo que se ocultaba entre la misma.

 

Allí, cerca de la masa de agua, sentados sobre el mullido pasto se encontraban dos figuras que miraban hacia el bosque. No estaban solos, llegaron acompañados por otros magos y brujas que ahora se encontraban justamente entre los árboles en una especie de competición duelística, dejando a las dos figuras en un raro instante de intimidad entre ambos. Era extraño porque no solía producirse muy a menudo, siempre estaban rodeados de más gente o en un ambiente que no propiciaba una conversación relajada. Fue un instante de unión que, aunque en aquel momento ella no lo sabía, duraría para siempre en su memoria como un preciado recuerdo.

 

Crazy Malfoy, con unas cuantas arrugas menos en el rostro miraba con un deje de orgullo a su hija Gatiux, una jovencita de veinte años de cabello negro liso y largo, de ojos verde esmeralda y con la tez pálida, tiene curvas pero no es lo que digamos alguien exuberante. Ésta había conseguido muchísimos avances en la magia en un corto periodo de tiempo pero a pesar de ello no estaba contenta, era como si faltase algo más, una pieza que lograra encajar el puzzle completo.

 

Crecer en la Familia Malfoy, con tantos hermanos y hermanas, a veces le hacía sentir como que se difuminara entre la multitud, entre un montón de cabezas, todas muy parecidas entre sí, el mismo color de cabello, el mismo tipo de rostro, el mismo tono de piel. Desdibujada, sin tener nada más que una buena trayectoria en el mundo de la magia, pero igual al resto. Sólo estaba a su favor su humor irónico, o eso era lo que sentía. Él como padre sabía de la preocupación de Gatiux, o tal vez a ésta se le había escapado con anterioridad, ella arrancaba la hierba que tenía a su alrededor mientras pasaba el rato.

 

- Si quieres diferenciarte de la multitud: cambia. Busca un nuevo aspecto con el que te sientas cómoda. -le aconsejaba él- Una piel con la que te sientas identificada. Puedes resaltar sobre el resto y marcar huella. Has recorrido el camino suficiente como para poder recorrer esa senda tú misma. Puedes ser quien quieras y que los demás te recuerden.

 

A veces recibes un consejo que marca tu vida. Ese fue uno de aquellos. Las palabras de Crazy calaron hondo en la mente de Gatiux, que sonrió mientras miraba hacia el cielo tumbada sobre la hierba. El mundo mágico no estaba tan limitado como el de los muggles, siempre había nuevos caminos en los que profundizar, retos por alcanzar. Si no le gustaba su aspecto de nacimiento podría cambiarlo una y otra vez gracias a la metamorfomagia.

 

[...]

 

El recuerdo de aquella tarde permanecía en su mente, y al evocarlo le provocaba una sonrisa. Sin embargo no todo es tan fácil como podría esperarse. Después de decidir que quería convertirse en metamorfomaga, había pasado horas y horas con la nariz pegada a las hojas de gruesos volúmenes que hablaban sobre la habilidad. El gen estaba en su familia desde hacía generaciones, pero en ocasiones (según los libros) no se manifestaba si el mago o bruja no tenía interés alguno en el cambio. También estuvo muchísimas horas contemplándose delante de un espejo a la espera de un cambio mínimo en su fisonomía.

 

Aquella tarde, uno de los gruesos volúmenes le había aconsejado esbozar a color el cambio que pretendía conseguir. Con la ayuda de unos pinceles mágicos y una fotografía actual fue modificando el lienzo hasta tener a una mujer de rasgos exóticos frente a ella. Su pelo púrpura contrastaba con la mirada amarilla, de ojos gatunos y piel bronceada. Había añadido una mejora en las curvas, por supuesto. Miraba a la fotografía, a la mujer del espejo que se sentaba frente a ella en posición del loto y nuevamente a la fotografía. Concentrada murmuraba para sí los pasajes del libro que se había aprendido de memoria de tanto leerlos.

 

- Visualiza el cambio. -murmuraba- Empieza por el color de ojos, luego el color de pelo.

 

Después de un millón de intentos y de tantas horas de estudio algo encajó, como si ajustara un engranaje que hacía funcionar la maquinaria. Se convirtió en la mujer de la fotografía. Se levantó del suelo y soltó un chillido de júbilo mientras daba vueltas sobre sí misma eufórica. ¡Al fin lo había conseguido!.

 

Sin embargo su júbilo no duró más que un par de horas. Sin saber cómo ni por qué después de ciento veinte minutos volvía a ser la mujer de ojos verdes y cabello oscuro. No era capaz de mantener el cambio por mucho que lo intentara. Se iba a dormir siendo una mujer y despertaba en la piel de la anterior, estando consciente tampoco lograba fijar el cambio.

 

Los siguientes días fueron caóticos y desesperantes para la Malfoy, que no alcanzaba a comprender dónde estaba el fallo. Había logrado un gran avance en aquel sendero que recorría a ciegas, pero no era suficiente. Necesitaba poder controlarlo a su antojo. De no ser así sería un camino a medio recorrer. Pero sin un guía que practicara aquella magia era todo mucho más complicado, necesitaba encontrar a alguien que dominara por completo la metamorfomagia, alguien que le instruyera.

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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Tauro tosió un poco por la fatiga de la carrera antes de entrar al portal, no sin antes agradecerle a la Arcana con un asentimiento de cabeza. La había esperado y eso era una de las cosas que más podía agradecerle, a decir verdad. Había tenido un momento de duda que le había costado más tiempo del que habría podido recuperar en otra prueba, con otro maestro, pero Majlis había tenido la bondad de dejarla entrar al portal para que demostrara que era una verdadera Metamorfomago. Así que lo haría, ésta vez sin dudar en lo más mínimo. Así que todo el cansancio y la fatiga lo dejó atrás, así como sus preocupaciones.

 

Hasta que el remolino de colores y ese gancho incómodo en el estómago, producto de la succión mágica del portal, se disiparon.

 

Era imposible llegar al lugar de la prueba que debía enfrentar en completa serenidad, más que todo porque no se tenía idea de qué era lo que se iba a encontrar del otro lado. La peli-azul pestañeó en repetidas ocasiones, para acostumbrarse a la nueva luz que la recibía y para intentar enfocar mejor lo que tenía a su alrededor. Al principio le costó más de lo esperado, hasta que se dio cuenta que la luz nunca iba a bajar su intensidad. Estaba en medio de un lugar blanco, extremadamente blanco, incluso más blanco que la sala de la honestidad de Amara.

 

Pensó dos veces si debía avanzar o no, recordando las veces que el apuro la había llevado a afrontar más presiones de las que tenía pensado atravesar. Pero después de unos cuantos minutos, supo que nada pasaría a menos que diera un paso al frente y así lo hizo, con decisión, esperando algo grande de ello. Nada sucedió. Dio un segundo paso, un tercero, y pronto estaba andando a paso lento por aquél lugar sin colores, sin profundidad, que daba la impresión de ser tan infinito como las preguntas que empezaban a aparecer en su mente.

 

Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que el panorama empezara a cambiar, así como la percepción que tenía del ambiente a su alrededor. Pronto las cosas dejaron de parecer planas, adoptando ciertas texturas y dimensiones, aún blancas, que mostraban por encima una silueta de alguna cosa. Como edificios, por ejemplo. Sus ojos azules se movieron hacia arriba, captando los trazos de las ventanas y las columnas de cemento, como podía imaginar que eran, de ese blanco impoluto. Farolas, ciertos matices grisáceos que le daban sombra, como si en realidad fueran más sólidas de lo que creía. También vio los lados de una calle, de la acera, de un cartel que marcaba una única vivienda en un edificio apartado y más viejo que los demás, según podía ver.

 

Un edificio que había visto antes.

 

Se detuvo ahí, intentando descifrar el número del cartel, así como el nombre de la calle para intentar ubicarse. Era la típica fachada europea, lo que quería decir que seguía en el continente, pero no podía decir con exactitud que se trataba de Londres o alguna otra ciudad. Si leía, si lograba leer, tal vez podría ubicarse mejor. Se puso de puntillas y entrecerró los ojos, forzando la vista al máximo, pero sólo consiguió ver un distintivo. Una fecha. La fecha de su nacimiento. Pestañeó, regresando rápidamente al recuerdo de donde provenía aquél sector de su prueba y entonces lo supo.

 

No obtendría información ahí, ni en ninguna otra prueba, pero sabía qué era lo que tenía que hacer. Tenía que recrear la memoria, adoptar la forma del personaje principal y demostrar que podía adoptar cualquier forma que quisiera. Relajó los hombros, cerró los ojos y se concentró en una imagen mental, un poco complicada porque lo cierto era que nunca se había puesto a detallar con atención a su madre. O quizás sí, solo que no había tenido la oportunidad de pensar en ello. El rostro de su progenitora apareció ante sus ojos, así como el resto de su contextura y la ropa que solía usar.

 

Beltis no era demasiado mayor a la vista, ni tampoco demasiado joven. Era una mujer promedio, con una mirada tosca y demasiadas cicatrices como para pensar que estaba libre de males. Sin embargo, tenía una belleza que sólo ella y su personalidad podían exteriorizar con tanta rudeza. Tenía el cabello blanco y unos ojos más gélidos que los suyos, además de esa mueca torcida que delataba que no disfrutaba de ninguna compañía humana en exceso. La ropa de bruja era común, sin excederse, la vestimenta de quien no tiene tiempo para perder en niñerías como el lujo.

 

A medida que lo iba pensando, sentía su propia anatomía acoplarse. Los ojos, los labios, el cabello, los pómulos marcados y la barbilla angular. El cuerpo más que todo. Pasaba de ser una mujer joven a una mujer con un poco más de edad, con más historias qué contar. Y la estatura, por supuesto, también se acoplaba. De modo que cuando abrió los ojos, ya no era más Tauro, con su cabello azul y su túnica azabache. Era Beltis, con el cabello blanco y una mirada dura.

 

Empezó a andar otra vez, sin cambiar de apariencia. Ésta vez sabía lo que tenía que hacer. El entorno cambió después de unos minutos, disipándose y luego volviendo a aparecer con nueva apariencia, con nuevos matices de gris dando profundidad. Era el jardín Ivashkov.

 

¿El jardín? No, su invernadero. Un hermoso invernadero repleto de plantas, calderos y adornos que más que decorar, servían para sus actividades cotidianas, para que pasara el tiempo haciendo lo que más le gustaba. Y supo que era su invernadero porque automáticamente se sintió en casa, cosa que no le había pasado en muchos años de su vida hasta que Leah se lo obsequió. Así que no le sorprendió verse a sí misma, en medio de todo, con una sonrisa radiante en el rostro. Sabía quién era la verdadera protagonista de ese recuerdo.

 

Ésta vez no tuvo que cerrar los ojos para recordar, simplemente se dejó llevar por una memoria que latía en su mente y en la propia yema de sus dedos. Sus ojos pasaron a ser del color de la esmeralda y su cabello de blanco a rubio, que recibía la luz con destellos de oro. Las facciones pasaron de toscas a delicadas, con esa expresión de superioridad pícara que caracterizaba a su esposa y la túnica pasó de común a una más imponente, una túnica de combate blanca como todo lo que la rodeaba. Esa era la mujer que amaba y por ello pudo seguir andando, porque sabía perfectamente cómo era cada centímetro de su piel e incluso podría imitarla sin mucho problema.

 

De nuevo la imagen se disipó por completo, hasta que después de unos minutos más largos que antes, otra vez el blanco empezó a oscurecerse, formando las sombras de un nuevo entorno.

 

Extrañamente, no lo conocía y fue por eso que supo que era la última etapa de la prueba. Había pasado por lo que conocía con dificultad, a lo que conocía perfectamente bien, a algo desconocido. Y esa era la parte más complicada, adoptar la forma de algo que no se conoce. Frunció el ceño, sabiendo cómo se veía el rostro de Leah cuando algo no le gustaba. Era un bosque, cualquiera al parecer, porque no podría reconocer tantos troncos juntos aunque hubiese querido. Después de un rato de andar sin ver una señal, sin interpretar nada, empezó a preguntarse si había hecho algo mal.

 

Solo que no había hecho nada mal porque, en realidad, no había hecho nada todavía. Todos los árboles eran iguales, lo que la hizo pensar que no había avanzado más que en círculos durante un buen rato y no había ninguna señal de haber algo, alguna pista de lo que fuera que tuviera que imitar. Nada más que el hecho de que no había nada que pudiera ver. Pestañeó. ¿Quizás...? No podría desaparecer, pero al menos podría mezclarse con el ambiente. Inhaló profundamente, concentrándose en lo único que había visto en todo el rato y mientras lo hacía, volvió a su apariencia normal.

 

Pero pronto empezó a perder el color. O más bien a pintarse, toda de blanco. La ropa, el cabello, la piel, absolutamente todo en ella se pintó de la misma tonalidad que el ambiente. Incluso adoptó ciertas sombras, como si fuera uno de los troncos que había tenido que ver una y otra vez mientras andaba en círculos. Ahora era parte del bosque, algo que no conocía y que no necesitaba conocer, pero a lo que podía acoplarse. Empezó a andar y ésta vez una serie de colores y remolinos la recibió.

 

Después de un segundo, estaba de vuelta en la pirámide con Amara. Solo que no estaba de blanco, era ella otra vez, en perfecto control.

 

-Amara Majlis -la sombra de una sonrisa se detectó en la comisura de sus labios, sabía que lo había logrado.

Editado por Taurogirl Lavigne

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Zacharias Lanter era un nombre repetido hasta la saciedad en aquellos libros. Todos coincidían en su pericia para la metamorfomagia. Gatiux no acababa de fiarse, había un frase que decía Si todo el mundo sabe el nombre del contrabandista es que no es tan buen contrabandista. No sabía de la certeza de aquellas palabras, si el tal Zacharias sería algo más que un charlatán con ínfulas de grandeza, pero debía buscarlo para intentar que le ayudase a fijar la metamorfomagia.

 

Preparó una mochila mágica, junto con sus libros de estudio metió ropa y otros útiles de supervivencia. No sabía cuanto tiempo le costaría encontrar al metamorfomago, las últimas pistas que se habían tenido de él databan de 30 años atrás, después de aquello el mago se había esfumado de la faz de la tierra. Tal vez oculto bajo una nueva identidad para que nadie lo reconociera y así vivir tranquilo lo que restaba de su vida, el hombre debía de ser bastante mayor si es que realmente estaba vivo. Aquella búsqueda podría resultar infructuosa, pero tenía que empezar a tirar del hilo por alguna parte.

 

Viajar e indagar no era difícil, Gatiux podía mantener la metamorfomagia el tiempo suficiente para fabricarse una identidad con la que hacer preguntas, una mujer entrada en la treintena de cabello rubio y ojos afables que quería ver a su abuelo del que no había tenido noticias por culpa de su padre, un borracho que le había ocultado el lazo familiar por mucho tiempo. Una historia que conmoviera el corazón de la gente para que le facilitaran información respecto al mago esquivo.

 

Los tiempos se iban acortando. De gente que no lo había visto en 30 años, fueron 20 y luego 10. Se había mantenido activo, yendo de un sitio a otro durante muchos años. Aunque había un patrón que comenzaba a repetirse, al tipo le gustaba el Norte de Europa, vivir en un sitio frío y con nieve en alguna cabaña remota a unos kilómetros de una aldea principal de pocos habitantes. Logró averiguar que aparte del nombre de Zacharias, uno de los más comunes era Wyatt y otro Heikki. Conforme pasaban los años la variedad entre nombres iba disminuyendo. El viejo iba apegándose a sus identidades, o tal vez estuviera cansado de recordar tanto nombre diferente sin ser el suyo propio.

 

Se encontró delante de una cabaña abandonada, tras un par de meses de viaje, lo suficientemente bien cuidada como para revelar que alguien tenía que mantenerla a punto de vez en cuando. Gatiux entró con sigilo a la cabaña tras llamar a la puerta. Era la chica rubia, la adorable Neida, con cara de nunca haber roto un plato con aquellos ojos de cervatillo asustado. Cuanto más tiempo pasaba en su piel más podía perfeccionar la mentira. Si al final no llegaba a encontrar al viejo Zacharias, por lo menos habría sido una buena práctica.

 

El ruído de recarga de una escopeta hizo que levantase los brazos a la altura de la cabeza y volverse lentamente.

 

- ¿Quien eres?

 

- Mi nombre es Neida Nylund. Busco a mi abuelo Heikki.

 

El hombre se relajó visiblemente, rebajando toda la tensión que mantenían sus hombros firmes mientras sujetaba el arma.

 

- No sabía que el viejo Heik tuviese otra nieta, al parecer cada una es más guapa que la anterior.

 

El hombre bajó la escopeta y luego le explicó a Gatiux que se trataba del que mantenía la cabaña de Heikki a punto, normalmente pasaba allí unos pocos de meses al año, pero el invierno había sido demasiado frío y el viejo estaba achacoso como para subir la colina por donde él le había visto llegar. Se había quedado en la casa del valle, donde vivía con su nieta (la verdadera) Seija, aquella casa era más cálida y tenía un mejor acceso por carretera. Le explicó todo esto a Gatiux mientras le servía un te para calmar los nervios que la aterrorizaban por haber sido encañonada por un desconocido.

 

Después de tanto tiempo, el viejo Zacharias había dejado de correr de un lado a otro como un gamo y se había asentado en aquella tranquila zona de Finlandia, oculto de los magos entre una comunidad de muggles. Tal vez intentando descansar de una ajetreada vida como cambia formas, disfrutar de sus últimos días en un paisaje nevado. En Finlandia podían verse las auroras boreales si te alejabas de la contaminación lumínica unos cuantos días al año, y eso era un espectáculo digno de presenciar incluso entre los magos.

 

Gatiux acudió a la dirección que le había dado Jaska, el que cuidaba la cabaña. De la chimenea salía humo, y parecía haber movimiento en el interior. La Malfoy, recuperado su aspecto original de cabello negro y ojos verdes llamó a la puerta y esperó. Quien le abrió la puerta no difería demasiado de la chica que había sido en su falsa identidad. La mujer tenía el cabello rubio, los ojos azules y el rostro en forma de triángulo invertido. No le extrañaba que Jaska apenas hubiera dudado de lo que estaba contando, ambas habían sido ciertamente parecidas en un momento. Miró a Gatiux de arriba a abajo, con su abrigo y su gorro de lana y luego hizo un gesto inquisitivo sin abrir mucho más la puerta.

 

- Mi nombre es Gatiux Malfoy. Busco a tu abuelo Zacharias Lanter.

 

- Lo siento, se ha equivocado, aquí no vive ningún Zacharias Lanter. -respondió la rubia- Tal vez debería preguntar en el pueblo.

 

La mujer hizo un ademán de cerrar la puerta y Gatiux metió el pie en la rendija para impedirselo.

 

- Busco a tu abuelo, ahora se hace llamar Heikki Nylund. ¿Eres Seija, no? -dijo Gatiux, la cual se encontraba visiblemente cansada y no lo disimuló- Se que sonará extraño, pero llevo un tiempo buscándole porque se que me puede ayudar. No voy a haceros daño, ¿me dejarías hablar con él aunque fuesen cinco minutos?

 

Tuvo suerte, Seija dejó de hacer fuerza con la puerta y asintió, dejándole pasar al calor del hogar. Tal vez había visto sinceridad en los ojos de Gatiux, la primera gota en semanas después de estar haciéndose pasar por otra persona. La acompañó hasta el salón, donde un anciano en silla de ruedas leía un libro cerca de la lumbre. Seija carraspeó para atraer la atención del hombre.

 

- Abuelo, esta es Gatiux, dice que te llamas Zacharias. -Seija no podía creerse que su abuelo tuviera otra identidad, ella siempre lo conoció como Heikki- Dice que tal vez le puedas ayudar con un problema que tiene.

 

Por el tono de voz de la mujer dejaba claro que no creía que fuese así. Únicamente la había dejado pasar porque en la mirada de la Malfoy brillaba la determinación de alguien que acamparía en la puerta de su casa si no le concedía audiencia con su abuelo, lo mejor era quitarse el problema de en medio cuanto antes, no parecía una chica fuerte siquiera.

 

- Zacharias. Hacía tiempo que no escuchaba ese nombre. -el viejo sonrió como si alguien le hubiese contado un chiste- Has debido de investigar bastante hasta dar conmigo, jovencita.

 

Gatiux suspiró y asintió, tras semanas de búsqueda empezaba a sentir todo el cansancio de golpe.

 

- Seija querida, ¿por qué no le traes algo calentito a nuestra invitada? -el viejo señaló un butacón a su lado- Siéntate, anda, y mientras tanto cuéntame que te trae a este paraje perdido de la mano de Dios.

 

- ¿No tiene miedo de que alguien me haya enviado para matarle? -inquirió Gatiux- Soy una desconocida que sabe de una identidad que ni su propia nieta conocía.

 

- Cuando llevas tanto tiempo vivido, esperas a la muerte y deseas que sea dulce. Alguien que conoce el nombre de Zacharias debe ser alguien de la comunidad mágica. Si estuvieras aquí para matarme ya habrías dejado sin conocimiento a mi nieta. ¿Así que por qué no me cuentas que te ha traído aquí realmente?

 

Gatiux relató sus problemas con la metamorfomagia, sobre cómo podía obrar el cambio pero no mantenerlo más allá de un par de horas. Zacharias era un viejo muy amable que le escuchó con una sonrisa en el rostro. Seija había escuchado muchas historias de su abuelo sobre el Mundo Mágico, aunque como creía que eran meras historias inventadas nunca le dio veracidad a aquellas palabras. Sí que sabía que la magia existía, aunque no pudiera usarla, y que su abuelo podía hacer un truco de cambiar de rostro con ella pero no habría creido que su abuelo fuera alguien famoso. Aquel anciano resultó alguien sabio, de esas personas que dejan embobada a la audiencia cuando cuenta una historia.

 

- He vivido mil vidas, tenido mil rostros, pero no recuerdo cual era la original. -decía Zacharias- Antes de morir me gustaría enseñarle a mi nieta como era realmente.

 

- ¿Entonces este no eres tú, abuelo?

 

El viejo negó.

 

- Sólo es un rostro modificado, aunque he mantenido por años esta apariencia para que tu pudieras recordarme de algún modo e identificarme en tus recuerdos cuando yo me haya ido. La vejez me hace tener ciertas lagunas en mi memoria pero aún se que este no es mi apariencia original.

 

- ¿No existe ninguna fotografía tuya, Zacharias? -preguntó Gatiux- Si vieras un retrato podrías copiarlo.

 

- Mis retratos y fotografías se quemaron hace cincuenta años, en un combate con una bruja que atacó mi mansión y la redujo a cenizas. -contestó- Aceptaré ayudarte si tu me ayudas a mí. Toda magia tiene un precio, querida.

 

Gatiux lo entendía pero no pudo evitar sentirse decepcionada. Había sido muy ilusa al creer que el mago le ayudaría sin pedirle nada a cambio sólo por mero altruismo. Comprometiéndose a medias, le dijo al mago que intentaría solucionar el problema. Le ofrecieron pasar la noche allí en la cabaña para que repusiera fuerzas antes de partir. Empezaba a sentirse sin esperanza alguna de poder dominar la metamorfomagia.

 

[...]

 

Los magos y brujas a veces olvidan la fuerza de la naturaleza y la magia que fluye en la misma. Dispuesta para todo aquel que fuera lo suficientemente osado para utilizarla. Los eclipses, el ciclo de la luna y en ocasiones las mareas tenían incidencia en determinados hechizos o en la fabricación de pociones. La inspiración le llegó a Gatiux en un sueño, un sueño que se sintió como si fuera otra vida que ella misma había vivido. En éste utilizaba la magia desprendida por la aurora boreal para viajar entre dimensiones. Se despertó, recordando el sueño. Podría usar la magia de la aurora boreal para saltar al pasado a través de un portal, como un enorme giratiempos.

 

Tomó prestada la varita de Zacharias. Se dirigió al viejo pozo que tenía tapiado en la parte trasera de la cabaña, según Lanter se había secado años atrás y estaba como mero elemento decorativo para impedir que alguien se cayera por el agujero. Tenía que trabajar rápido, al día siguiente habría una aurora boreal, o quizás esta misma noche, era su gran oportunidad para recuperar el cuadro del viejo Zacharias. Gatiux comenzó a dibujar runas y glifos con ayuda de un viejo libro. Sabía del peligro de utilizar aquel tipo de magia, pero lo consideraba algo realmente importante.

 

Las runas comenzaron a brillar, el blanco luminoso era molesto para la vista si te quedabas observándolo durante mucho rato. El cielo comenzaba a desprender un brillo verdoso que dotaba de magia el ambiente, podía sentirlo en sus venas, como la magia fluía y dotaba de poder la escena. El viejo salió de la casa abrigado, con una manta sobre las rodillas mientras su nieta empujaba la silla de ruedas, fascinado por el minucioso trabajo que estaba llevando a cabo la mujer de ojos esmeralda. Cuando terminó suspiró y miró a Zacharias, que asintió mudo de asombro. Le había dado los suficientes detalles de la batalla a la Malfoy, dónde y cuando se produjo que ésta sabía el momento exacto donde tenía que saltar. Contuvo la respiración al saltar, mientras su mente mantenía el lugar al que debía de ir.

 

~~~ ~~~~

Aterrizó en un prado verde de la vieja Inglaterra. Gritos llenaban el aire, gente que salía corriendo de una Mansión en llamas, una bruja y un mago luchando de forma encarnizada con hechizos. Gatiux sabía que tenía que adentrarse en el fuego, no huír de él, por lo que se quitó el abrigo, cortando un trozo para cubrirse la boca con él y no respirar tanto humo.

 

El salón principal estaba a medio quemar, las llamas aún no habían alcanzado el cuadro pero pronto lo harían si no obraba con rapidez. Gatiux identificó a Zacharias porque tenía una placa dorada debajo del cuadro que señalaba que era quien estaba buscando. No tuvo que hacer mucho esfuerzo para arrancarlo, ya que era como si las paredes se estuviesen derritiendo.

 

Ni siquiera supo como salió junto con el cuadro de la Mansión, supuso un esfuerzo titánico arrastrarlo. Al principio no le había parecido así, pero pese a su esfuerzo por no respirar le comenzaron a pesar las extremidades, y el objeto cada vez se hacía menos llevadero. Gritos, elfos muertos, una escena dantesca frente a sus ojos.

 

Cuando logró salir al jardín se encontró con el cuerpo de un muchacho sangrando. Se parecía al del cuadro. ¡Era Zacharias! Quien fuera que provocó aquel desastre lo dejó allí desmayado para que las llamas, o el humo se encargasen de él, confiando así de que su contrincante moriría. O tal vez la sangre. Lo tomó pasándose un brazo por el cuello para alejarlo de las llamas. Lo apoyó frente a un tronco lejos del humo negro, que iba en otra dirección por el viento.

 

- ¡Eh, Zacharias! No te puedes morir. Llegas a viejo, yo te he visto.

 

Se quitó el jersey para hacerlo tiras, presionando la herida de la pierna con las tiras intentando detener la hemorragia. ¿Y su varita? Para hacer el portal había tenido que tomar prestada la de Zacharias, era como si la hubiera perdido tiempo atrás y acabara de darse cuenta.

 

- ¡¡¡SOCORRO!!! ¿¿¿HOLA???

 

A sus gritos de auxilio llegó corriendo un muchacho joven, que reconoció a Zacharias y se arrodilló junto a él. Murmurando hechizos para sanar las heridas de quien se había llevado la peor parte de la contienda. Gatiux respiró aliviada cuando vio que Zacharias volvía a abrir los ojos. Él sabía que la desconocida le acababa de salvar la vida. Habían sido unos minutos angustiosos. La banshee se levantó junto con el cuadro que acababa de saquear de una casa en llamas.

 

- Me has salvado la vida ¿Quien eres? -preguntó el joven Zacharias- ¿Por qué llevas un retrato mío bajo el brazo?

 

- Algún día lo entenderás.

 

Le dedicó una sonrisa misteriosa y dejó al joven Zacharias junto a su familiar que atendía las quemaduras y otros arañazos. Gatiux se dirigió al mismo punto donde el portal le había escupido. Estaba empezando a cerrarse, señal de que la noche estaba acabando y que la magia de la aurora boreal se extinguía. Volvió a saltar sosteniendo el cuadro contra su pecho. El portal la dejó al lado del pozo antes de cerrarse, era de día, y Seija y Zacharias anciano esperaban con gesto de preocupación a la Malfoy, dudando de si volverían a verla o se perdería en aquel portal para siempre.

 

Zacharias anciano sonrió al verla, como si acabase de comprender un gran enigma.

 

- Ahora lo entiendo. Estás igual que hace cincuenta años.

 

Su nieta lo miró sin entender a lo que se refería su abuelo, y ayudó a la Malfoy a levantarse de la nieve y entrar en casa. Junto con el cuadro de su abuelo cuando era joven. Allí plasmado se encontraba un hombre de rasgos atléticos bien parecido, mandíbula cuadrada, pelo castaño y ojos verdes llenos de vitalidad. Zacharias se pasó las siguientes horas mirando el cuadro con una sonrisa en el rostro, después de tantos años había conseguido ver como era años atrás su yo original. Gatiux estaba contenta, no sólo porque ahora el sabio metamorfomago fuese a ayudarle con su problema, si no por haber sido tan útil en el último tramo de la vida de alguien.

 

Al día siguiente éste le contó dónde estaba el problema en su cambio, y le hizo entender la razón por la que no mantenía el nuevo aspecto. Gracias a él, Gatiux consiguió por fín dominar el aspecto de metamorfomagia, pasando al fin el límite de las dos horas. Era como si unos hilos rojos se entrelazaran dentro de ella, haciendo un puente para que pudiese acceder a la fuente de poder.

 

A la cabaña llegó una muchacha de cabello negro y ojos verdes, y de ésta se iba una mujer de cabello púrpura y ojos amarillos, de rasgos exóticos. Ella había salvado al joven y a su vez al viejo, y se marchaba mucho más sabia de lo que había llegado a imaginar nunca. Una vez partió, fue cuando reparó en el extraño anillo transparente que tenía en su dedo índice izquierdo. ¿Había estado allí todos aquellos días?

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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Lo maravilloso de las personas es las distintas facetas que pueden presentar, cada vivencia era como un hilo que se tejía en el Gran Tapiz que representaba su vida, formando al mismo tiempo el carácter. Y mientras que unos se lanzaban ávidos de aventuras por el Portal, otros se tomaban su tiempo en poner en una balanza los pros y los contras de lo que podría esperarse dentro del mismo, perdidos en sus pensamientos hasta que logran decidirse o reunir lo necesario antes de dar ese paso.

Pero a veces el tiempo es algo que apremia, que no espera por aquellos que dudan demasiado. El tiempo seguía corriendo y Mía Black Lestrange continuaba sumida en sus cavilaciones. Pese a que le había dado una respuesta afirmativa a Amara, no llegaba a pasar por el Portal, que seguía aguardando su entrada. A la Arcana le preocupaba que Mía no llegase a cruzarlo por alguna duda de última hora que albergase su corazón, aunque ambas supieran que estaba más que capacitada para sortear cualquier obstáculo.

Lo que para ellas podían haber sido días, para Amara eran tan sólo unos minutos, las horas se vuelven algo incierto una vez dentro del portal, al igual que en los sueños en los que puedes recorrer vidas enteras en sólo una noche. Retazos de momentos en los que la mente rellenaba los huecos para terminar trenzando el tiempo, replegándolo sobre sí mismo.

Pudo obsevar como Taurogirl se adentraba en el blanco brillante, primero tomaba la forma de su madre, de belleza serena, después el de su amada mujer, con una sonrisa bailando en su rostro, por último tomó parte del bosque mimetizándose con él. Demostrando un manejo exquisito de la habilidad. Armonía. Control sobre sí mismo y sus emociones. La mujer había aprendido lo necesario para el dominio de la magia del cambio.

Sonrió, orgullosa, cuando Taurogirl volvió completando el ciclo. Lo que era su anillo del aspirante ahora cambiaba ahora por el aro de la habilidad. La forma que tendría sería la de la preferencia de la nueva metamorfomaga, nunca eran dos aros iguales porque no existían dos personalidades totalmente iguales. Amara hizo una foto casual cuando Taurogirl no estaba mirando, captando el momento de dicha, guardando rápidamente la cámara justo después.

–Bienvenida, querida, mis felicitaciones -dijo Amara acercándose- No dudé ni por un momento en que lo conseguirías.

Apretó su hombro en un gesto cariñoso con la mano diestra. Tras darle su enhorabuena a Taurogirl volvió a mirar hacia el portal, observando de lejos lo que vivía la mujer de cabellos purpúreos, preparada por si tenía que sacarla de allí si su vida peligraba.

La senda de Gatiux le llevó a un recuerdo poderoso, o tal vez en una aventura que le proporcionó a medida el portal, eso sólo lo sabría la mujer de ojos amarillos cuando saliese del mismo. Observó con orgullo como crecía en la historia, ganando sabiduría con el paso de sus días. Y le sorprendió la parte humana demostrada, llegando a salvar dos vidas que eran parte de la misma persona. Las vidas entre desconocidos acababan por entrelazarse de forma curiosa.

El portal supo que la Malfoy estaba preparada para salir, por eso volvió a aparecer ante ésta y la llevó al presente, de vuelta con Amara, que sonreía por segunda vez, satisfecha por que ésta también lo hubiera logrado. El Anillo del Aprendiz cambiaba ahora, tomando la nueva forma que ésta decidiese, cuando la joya tomó la forma del Aro de Habilidad en el dedo de Gatiux, Amara recorrió la distancia que las separaba.

–Felicidades, Gatiux. Lo has conseguido.

Apretó su brazo a la altura del hombro, repitiendo el gesto que tuvo con Taurogirl minutos antes. Sacó la cámara cuando la chica no miraba y disparó otra foto, colgaría todas en el vestíbulo de su hogar, un recuerdo de aquellas mujeres después de un gran logro. Sin embargo Mía todavía seguía allí sin saltar al Portal. Majlis intentaba insuflarle mentalmente el ánimo necesario para que se atreviese. El Portal no esperaría para siempre abierto, y Amara lamentaría de veras que aquella joven tan capaz perdiese la oportunidad de conseguir sus propósitos. También esperaba poder llevarse aquella tercera foto consigo.

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Amara les dio la indicación, era momento de continuar con su camino e ingresar por el Ouroboros, el cual únicamente había tenido la fortuna de visualizar en una ocasión, pero lamentablemente el nerviosismo le había impedido disfrutar de la exquisitez de sus relieves, uno diferente para cada habilidad, y que únicamente el Arcano elegido para la habilidad, podía activar la puerta.

 

Respirando profundamente, observó el interior. Podía sentir la fina capa de humo blanquecino sobre su piel, la estaba llamando para que ingresara y se entregara por completo a la prueba que tendría que ligarla al anillo de la habilidad de Metamorfomagia. Considerando que había esperado demasiado para conseguir esta allí, no dudó ni un segundo en cuando dio un paso al frente y se sumergió por completo en una estela de confusión.

 

Un poco desorbitada, notó como la habitación se encontraba iluminada únicamente por un par de velas, ¿dónde estaba? No estaba del todo segura, únicamente podía ver la silueta de una persona recostada sobre la cama, quejándose y llamando entre dientes a un hombre, pero por más que ponía atención, no lograba entender el nombre. Extrañada y con curiosidad, se acercó con pasos lentos, habituando su mirar a la tenue luz, girando el rostro de la fémina, una expresión de admiración salió de sus labios.

 

—Penélope… ¿qué te ha pasado?

 

Sabía que lo más seguro era que no obtendría una respuesta a su interrogante, por lo que se acercó hasta ella un poco más y la miró a los ojos. Eran verdes, casi idénticos a los propios, así como su cabello era del color de la arena; dorado, mucho más oscuro de lo que podía recordar y su bello rostro, se encontraba demacrado, más de lo que alguna vez podría haberse imaginado, se estaba muriendo y pedía entre quejidos la presencia de Jocker.

 

Pero el ojimel, no iba a acudir, lo conocía demasiado bien. Tomando entre su diestra, las delicadas manos de la mujer, cerró los ojos y permitió que por medio de la legeremancia le comunicará lo que deseaba decir para irse en paz. Concentrando su atención en las imágenes que aparecían en su mente, abrió los ojos de golpe, y en ellos apareció un atisbo de furia, lo que logró que el color de sus ojos mutara a rojo.

 

El patriarca, al que tanto había admirado en otro tiempo, le había mentido. Era su padre, no su abuelo, ahora cobraba sentido él porque la había nombrado su heredera antes de desaparecer, pero eso no era todo, sino que desde una corta edad le había enseñado a utilizar su habilidad, para cambiar el rojo natural de su cabellera por una rubia, que encajara con la de su hermano Illidan, el que le habían asegurado era su padre.

 

Soltando las manos de Penélope, dio algunos cuantos pasos atrás. No quería seguir conociendo parte de su pasado, le bastaba saber que su madre era Alyssa y no Litah, como muchos años había creído. Intentando serenarse, perdió el color rubio de su cabellera y lo transformó en uno de color rojo intenso, un rojo que era llamativo para cualquier persona que pasara cerca de ella.

 

Respirando profundamente, miró a la persona que tenía delante. Se trataba de Ashley, su hermana gemela, que podía decirse era melliza, pero no, eran gemelas, ambas habían aprendido a usar su habilidad desde una edad muy temprana, por lo que solían confundir a los demás, aprovechándose de algunas situaciones y personas, algo de lo que no se encontraba totalmente orgullosa, pero no le importó en ese momento.

 

Una sonrisa comenzó a asomarse por sus labios, se encontraba en el salón de baile de la mansión Black Lestrange y no se encontraba sola, sino que delante de ella estaba su sobrino, Zeth. Mirando al joven, su mirada de relajó y se acercó hasta su posición, pero se quedó pasmada en cuanto vio su reflejó en un espejo, no era ella. Tenía el cabello negro y lacio, tal y como solía llevarlo su hermana, mientras que sus ojos eran nuevamente esmeraldas. Dudando un poco si continuar avanzando o no, el pelinegro resolvió su cavilación, porque se acercó hasta ella y la tomó de la cintura, atrayéndola hasta él.

 

Mientras en su oído susurraba palabras cariñosas, en donde confesaba que lamentaba su equivocación y más aún el hecho de haberla intentando cambiar por su hermana; Mia. La cual, no había logrado hacerlo feliz y que por eso la había abandonado después de la boda, sin siquiera despedirse de ella. Aún entre los brazos del ojigris, comenzó a cambiar su cabellera por la dorada que solía usar, mientras se separaba de él y por uno de sus ojos bajaba una lagrima solitaria.

 

Lamento haberte hecho tan infeliz, pero como lo has dicho, no soy mi hermana y nunca lo seré. —su voz contrario a lo que se esperaba, salió completamente serenada y sus palabras estaban calculadas.

 

Le dolía sí, pero no iba a permitir que jamás conociera ese dolor. Nuevamente había tomado ventaja de su habilidad, cambiando su forma para confundir personas y aceptar que no todo le iba a salir como ella lo esperaba. Respirando profundamente, se alejó del Black Lestrange, y esbozó una media sonrisa, era momento de continuar con su vida, dejando por fin ese capitulo de su vida cerrado, porque conocía lo suficiente para saber porque su matrimonio había fracasado.

 

Satisfecha de que no había sido su culpa. Abrió la puerta del Salón, y en lugar de aparecer en el hall, se encontraba en la habitación de su hermana, la cual estaba frente al espejo, cambiando el color de su cabello de negro a rubio, algo que le sorprendió, porque ella jamás hacía algo así, al menos que se lo pidiera, ¿se encontraba bien? Intentando descifrarlo, se acercó hasta ella y la giró para que la viera fijamente a los ojos.

 

Siempre has sido la mejor de las dos, la que ha sabido cuando parar y cuando seguir… ¿qué es lo que te ocurre? Dime, ¿qué ocurrió en tu viaje?— sabía que quizás no lograría obtener las respuestas que quería, pero al menos podía intentarlo.

 

Dando un fuerte abrazo a la bruja, dejó de cambiar su apariencia, para permanecer con los ojos color verde y su cabello dorado y rizado, algo que tanto le gustaba. Estaba bien, podía asimilar que quizás, no era lo que debió haber sido su apariencia, pero llevaba tantos años con ella, que la sentía como propia, algo que nadie iba a poderle quitar nunca. Confiada en eso, sintió como una neblina blanca comenzaba a rodearla.

 

Si, el momento de volver con Amara había llegado. Cerrando los ojos, sintió como poco a poco era trasportada, hasta que al abrirlos, se encontró en la cabaña de la Arcana. Lo había conseguido, mirando el anillo que tenía en el dedo corazón, sintió como este ardió un poco, dándole valor.

 

Amara, lo conseguí. —respirando pesadamente, miró a Gatiux y Taurogirl, las cuales habían logrado salir mucho antes que ella, pero no le importó.

 

Por fin, había conseguido superar la prueba y eso le bastaba. Esperando si era todo, esbozó una sonrisa y se acercó a Majlis.

Editado por Mia Black Lestrange
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Pese a las dudas iniciales de Mía, ésta decidió internarse dentro del Portal antes de que éste se cerrara dejándola fuera y por tanto fallando su prueba. Amara esbozó una leve sonrisa, la mujer podría enfrentarse a todo lo que le pusieran por delante, esperando que aquella vacilación que tuvo un instante antes frente al Portal no le hicieran perderse para siempre en ese mundo desconocido creado para ella.

Miró con atención cómo se desenvolvía la mujer, cambiando de aspecto una y otra vez, sin ningún fallo, con la maestría propia de los metamorfomagos. Que los magos se volvieran expertos en el arte del cambio tras acudir a su cabaña llenaba su corazón de satisfacción. El recuerdo, o el mundo que había creado el espejo, parecía complejo pero tenía todo el sentido para la joven Black Lestrange.

Poco a poco fue reconciliándose con ella misma, averiguando quien era y su lugar en el mundo. Aceptando estoicamente los contratiempos de su historia. Y cuando lo hizo, cuando admitió quien era, supo que estaba preparada. Para recorrer el camino de la Metamorfomagia primero hay que conocerse a uno mismo con precisión.

Mía regresó del Portal, que la transportó donde aún la esperaban: dentro de la Pirámide.

—Amara, lo conseguí.

—Lo hiciste, querida, aunque te gustara mantener el suspenso. -dijo Majlis a Mía- Por un momento creí que no accederías al Portal, parecías dubitativa, pero sabía que podías lograrlo. ¡Felicidades!

El Anillo del Aprendiz de Mía Black Lestrange se transformaba ahora en el Aro de la Habilidad, la forma que adquiría siempre revelaba el gusto o la personalidad del mago o bruja en cuestión. Amara le hizo una foto a la tercera integrante del pequeño grupo, podría colgarlas juntas en el vestíbulo de su cabaña más tarde junto a otras imágenes de gente que había pasado por allí. Apretó el hombro de la rubia con suavidad. Luego les sonrió.

—De nuevo, felicitacidades a las tres. Se que lograreis grandes cosas ahora que oficialmente sois Metamorfomagas.

El Portal se había cerrado, ahora lo único que quedaba por hacer era que Amara escribiera a los Directores de la Universidad para que certificaran e hiciesen toda la burocracia necesaria. Se pondría manos a ello en cuanto llegase a su propia cabaña. Juntas salieron de la Pirámide, por ahora sus caminos se separaban, pero nadie sabía si volverían a encontrarse en un futuro próximo.

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