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Conocimiento de Maldiciones y Pociones


Leah Snegovik
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Le causaba gracia el temperamento de Avril y le resultaba de muy poca clase. Durante su crecimiento como brujo dentro de la marca tenebrosa había aprendido que no hacía falta ser exageradamente desagradable para tener malicia en su actitud o sus palabras, de todas maneras no estaba allí para enseñarle formas de ser, sino simplemente como bien había dicho, estaba para firmar el papel que certificara sus conocimientos en pociones, sin embargo aún no comprendía la pobre mujer que en la vida la jerarquía era algo de suma importancia y vivir del pasado era un gran error.

 

Estaba en una posición jerárquica superior a la de ella, tanto en la clase como en el bando que compartían y quizás era eso lo que le dolía a quien supo ser líder de la marca tenebrosa y se jactaba de todas sus habilidades y logros en el mundo mágico. Dovakhin entendía la impotencia que podía sentir la Malfoy al ser dirigida por un joven como él. Sin embargo nada podía hacer para evitarlo. Haughton soportó su insolencia y se limitó a sonreír cuando la muchacha le dio la espalda. De a partir de ahora no recibiría indicaciones, ya que era tan genial, ella tendría que decidir todo lo que sucedería a continuación. Después de todo él solo era el títere que firmaría su certificado.

 

—Tranquila, Malfoy... no dejaré que se muera— Se limitó a decir para luego verla atravesar la puerta y adentrarse en el frondoso bosque. Sabía que no le gustaba la clase, sabía que lo estaba odiando y por supuesto que sabía que su ego le nublaba el juicio, pero a diferencia de la mujer, el tempestad no tenía tiempo para ponerse a discutir por tonterías pues sus problemas más grandes estaban fuera de la clase y por ende, su mente y pensamientos también corrían la misma suerte.

 

Sólo era cuestión de tiempo para que la bruja encontrara los ingredientes que buscaba, luego debía presentarse ante Dovakhin y proceder a hacer la poción. explicando paso a paso cómo la haría y qué utilizaría para su realización. Pero todo dependía de ella.

 

@@Avril Malfoy

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No fue difícil encontrar un lobo pues, seguida de su aullido pudo localizarlo sin problemas en aquel selvático lugar. En cuanto lo vio pensó Orbis Bestiarum, el hechizo Uzza que había aprendido a usar al comprar el libro en el Magic Mall, y luego al hacer el entrenamiento del mismo en la Isla de Pascua. Un anillo dorado envolvió a la bestia y la misma se puso a lamer el frasco que tenía en la mano, para juntar los ingredientes. Ya tenía bastante mucosa para la poción.

 

Para encontrar al grupo de imps usó su anillo de plagas, que vibraba en cuanto detectaba una plaga de insectos o diablillos cerca. Recorrió varios kilómetros e inclusive estuvo dando vueltas en círculos un buen rato hasta que vibró. –Accio imp- dijo y apuntó a uno de ellos con la varita, arrancándole unos cuantos pelos.

 

Ya tenía las tres cosas para una poción fácil y rápida. Guardó todo en su morral de piel de moke, que siempre llevaba abrazando sus caderas y al que había hechizado con un encantamiento que hacía que la extensión del mismo sea mucho mayor a la que parecía. Se llamaba extensión indetectable y le servía para llevar miles de artefactos. Lo que no le informaron era que también debería llevar un caldero, supuso que la clase debería de tener alguno.

 

Se alzó de hombros y se encaminó hacia el establecimiento que hacía de aula. Pudo notar a Cye y a la joven profesora enzarzadas en una divertida clase de lo que parecía ser conjuros y maldiciones y negó con la cabeza. ¡Y a ella le había tocado eso! Bufó y entró al lugar. Dejó los tres ingredientes sobre la mesa, tal como le habían indicado, y esperó a nuevas indicaciones. Si es que las había.

 

-Si me facilita un mechero, un cucharón y un caldero, puedo comenzar con la poción embellecedora.- dijo sin ganas, actuando ya como un autómata. Muerta del aburrimiento.

 

 

@@Dovakhin Haughton

Editado por Avril Malfoy
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Al parecer la Lockhart no estaba del todo errada en su percepción con respecto a los muggles y a los mágico y las maldiciones, el asentimiento de Leah y luego sus palabras lo confirmaron, pero en cuanto a los hechizos allí sí que pifio. Así que maleficios, repaso mentalmente el concepto y si, tenía toda la razón, esos hechizos hacían daño, pero no permanente que pusiera en peligro al que los recibía.

 

--Ah claro, si, si, el disparo de flechas también encaja, hacen daño aunque no dañar órganos vitales, ahora el Incendia Din, no lo conozco, nunca lo he visto ejecutar, soy pacifica cien por ciento, así que me alejo de toda situación tumultuosa-- mintió con todos los dientes, y se atrevió a sonreír a modo de excusa, claro que lo había visto en más de una ocasión, pero no iba a admitirlo, no delante de ella, y en cuanto a lo pacifica, eso si era cierto, aunque no tonta y menos mocha como para no usar su varita si se llegaba el caso, ya no era la misma Cye de años atrás.

 

La clase giro hacia los objetos, un tema que le interesaba sobre manera, porque ya se había topado con un par, incluso guardaba celosamente algo que representaba un gran peligro para los Lockhart y que hasta el día de hoy había sido incapaz de deshacer. Sus ojos siguieron la trayectoria de los de la profesora hasta posarse en el pergamino que estaba siendo desatado, el sonido y el parpadeo de velas, casi la hace sacar su propia varita y aunque no lo hizo y apretó el puño de su diestra, cada sentido en el cuerpo de la rubia se puso alerta.

 

--¡Oooh!-- fue lo único que expreso al ver el collar perfecto de ópalo, a su mente acudió el recuerdo de aquella chica, un caso que había estudiado en San Mungo, cuando era sanadora, un referente de un paciente maldito que llego hasta las salas del prestigioso hospital mágico. --Claro el collar de Ópalo, la, la chica era Katie Bell-- dijo respondiendo o complementando lo que la bruja junto a ella contaba, ahora que cuando dijo que no era relevante el como lo había obtenido la ceja de Cye se levanto, denotando su desacuerdo aunque no iba a preguntar, pues había quedado más que claro que ese dato no estaba dispuesta a compartirlo, y cuando dijo “fines educativos” un “si claro” mental acudió a ella, pero sus labios no se movieron.

 

--¡Oh!-- otra expresión que denotaba sorpresa y decepción salió de los rosados labios, hasta el presente día Cye hubiera jurado que había alguna manera de deshacer una maldición sin necesidad del convocador, que era solo cuestión de habilidad o destreza, de práctica y mucho tino, pero que era posible, escuchar decir que no la partió en dos, sobre todo por su propio dilema.

 

--Espera, espera, quieres decir que ¿siempre va a quedar rastro de la maldición? Si no se puede retirar y si no es una maldición en un objeto sino digamos en mi piel, ¿nunca desaparecerá por completo? ¿Cómo destruyo algo que no desaparece?-- estaba confundida, contrariada y su semblante que había palidecido un poco más del níveo tono habitual, lo demostraba, además de la tensión en sus propios labios.

 

--Disculpa no entiendo la pregunta… -- reflexiono mirando al mago que impartía la otra clase que era Pociones --Te refieres a que la maldición puede venir en una pócima…-- miro a la Ivashkov y luego al Haughton, captando entonces las palabras de Avril que salía del lugar con su indiscutible aire de superioridad, no pudo evitar medio sonreír y comentar. --Tan molesta como hace años, pobre de usted, yo tuve la suerte de cursar la academia con ella-- dijo con total ironía, aunque a decir verdad no había sido malo, para nada, claro eran otros tiempos y otras circunstancias.

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—La piel no es un objeto, la piel puede curarse e incluso recuperarse. Pero hay maldiciones que se quedan en nosotros, hasta que terminan por acabarnos. ¿Un caso conocido? Albus Dumbledore —no dijo nada más, todo el mundo conocía la historia de los Horrocruxes y la imprudencia del anciano director de Hogwarts, de modo que no tenía que indagar demasiado en el tema.

 

Por supuesto, si Cye lo pedía, le hablaría de ello.

 

De momento, dejó pasar el comentario que hacía a Avril con un completo desinterés hacia las discusiones multilaterales y apuntó a una esquina del salón maltrecho de la cabaña. A primera vista, no se podía apreciar nada realmente relavante en el lugar. Solo la mesa, la chimenea y objetos feos que no parecían tener utilidad alguna, al menos más allá de darle una apariencia aún peor al entorno. E incluso si se miraba varias veces se podía llegar a la misma conclusión. Sin embargo, Ivashkov seguía sacando objetos de donde parecía no haberlos y aunque sólo los estaba invocando, daba la impresión de que los creaba en el momento para cubrir una falta de material.

 

Era imposible decir cuál era la teoría correcta. Lo importante fue que de la esquina más cercana a la chimenea, dos calderos también viejos salieron flotando hasta el grupo de magos que rodeaba la mesa. El primero quedó delante de Cye, dejando un espacio suficiente para que alumna y profesora pudieran verse a los ojos, por lo que tendrían que ponerse de pie. Y el segundo, tan viejo y oxidado como el de Lockhart, quedó delante de Malfoy, a quien le dedicó un guiño que Dovakhin probablemente no pasaría por alto. Pero poco le importaba en realidad. No estaba para pequeñas rivalidades, aunque sí podía permitirse ciertos bandos por unos segundos.

 

Se puso en pie, dejando el caldero para que Cye lo llevara y la guió a la chimenea. Las llamas eran perfectas para poder cocer una poción sin que los ingredientes se calentaran demás o que no tuvieran el calor necesario. Eran altas y recatadas, un fuego controlado. Y a menos que Dovakhin resolviera el problema de Avril, tendrían que compartirlo también. Por eso la rubia no perdió tiempo, invocó un libro antiguo y desgastado, con las páginas amarillentas por el tiempo, el cual abrió y mostró a su estudiante en una página específica. Era una poción, sí. Pero no era un libro de pociones, tampoco era un libro educativo. Parecía un manual, una guía personal. Un diario.

 

—¿Logras leer desde tu ubicación?

 

Sabía la respuesta, porque sabía lo que el libro hacía. Como todas las cosas que iban al rededor de las maldiciones y el mundo de la magia oscura, nada era inocente. El libro se prestaba para ser leído, las letras resaltaban con intensidad y por todos lados, los efectos de una profunda maldición salían a relucir. A raíz de una poción.

 

—No tiene nombre, es demasiado vieja como para tenerlo. Pero como verás, es una poción que tiene como único objetivo torturar de forma psicológica a una persona, infligiéndole tal dolor que es como si pusiéramos la maldición Cruciatus en una botella —soltó el libro, sólo que éste no se cayó, quedó flotando delante de Cye mientras ella se retiraba y regresaba con un montón de frasquitos, todos con cantidades específicas—. Me fijé que sabes mucho sobre historia, ¿también te suena conocida esta poción?

 

Como profesora siempre sonaba amable, además de conocedora. Era evidente que en realidad no tenía la edad que aparentaba tener, que había vivido demasiadas cosas en su vida. Pero aún así, había algo en ella que no podía pasarse por alto y es que ese conocimiento que tenía lo llevaba con una tranquilidad natural. Ella sabía de Artes Oscuras. Y podían haber muchos motivos, como el exceso aprendizaje que había tenido con el paso de los años, sólo que las suposiciones de los demás eran algo que ella no podía controlar. Así que Cye podría estar viendo a una profesora excepcional o podría estar viendo algo más.

 

Uno a uno, vertió los ingredientes líquidos en el caldero, en orden, al tiempo justo. No estaba leyendo, pretendía hacerlo, y le salía bastante bien. Como Mortífaga había aprendido hacía mucho tiempo a pasar desapercibida y aquella no era una excepción. Sus ojos pasaban por las páginas, su cabeza asentía y sus manos obedecían la orden que supuestamente mandaba la mente. Pero lo cierto era que la conocía de memoria, la había preparado en otras ocasiones; agregó los secos al final, dos ingredientes clave que marcaban lo sucio de la maldición. Un Bezoar para evitar el envenenamiento y que la locura inducida fuera tan larga como el aguante de quien bebiera la poción y Ajenjo. Regenerador, para evitar daños físicos.

 

—¿Crees que si bebes esta mezcla de pociones, con un final tan atroz en tu destino, sería una maldición? —al agregar el ajenjo la sala se llenó de un fuerte olor a ceniza, para luego volver el ambiente neutral. Completamente neutral. La poción parecía agua cuando la mostró a Cye—. Es una elaboración avanzada y oscura, con un fin único... destruir a quien la beba. Por supuesto, aún no está lista. Necesita un proceso largo y tedioso más, que no puedo explicar porque lo cierto es que no queremos que nadie torture a nadie. ¿O sí?

 

Sonrió con naturalidad, tal como si no hubiera torturado a nadie en su vida. En ello habían tardado unos quince minutos, mientras ella revolvía y agregaba ingredientes. Lanzó una mirada a Dovakhin y su estudiante y negó con la cabeza, ese hombre necesitaba paciencia.

 

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--Ummm-- apenas murmuro cuando la bruja aclaro lo de las marcas de piel, no estaba muy convencida, por eso cuando menciono lo de Dumbledore la rubia pregunto --¿A qué te refieres exactamente?-- quería detalles, ella era detallista, cada vez que tomaba una clase procuraba sacarle el mayor provecho posible o al menos el que el propio tiempo permitiera. Luego sus orbes se enfocaron hacia donde apuntaba la varita de Leah, pero no veía nada de valor, todo en aquel lugar aparentaba milenios de uso y muchísimo desgaste, nada comparado con las cómodas aulas de la universidad o las residencias del poblado mágico, ¿Por qué ir tan lejos para una clase que hasta ahora no ameritaba mucho espacio ni recursos más allá de los que podía crear la propia varita de la docente? Quizás era un mero tema de contexto, en fin.

 

Dos calderos salieron levitando de la nada hasta posarse uno frente a ella, ¡lo sabía! algo tenían que ver las pociones, porque sino ¿para que un caldero? Tomo el recipiente palpando el fondo, no era de cobre, así que lo que prepararían no sería extremadamente delicado, parecía ser una poción ordinaria, u una que tomaba mucho tiempo o una que llevaba ingredientes variados y altamente peligrosos o que requerían cierto grado de calor controlado. Cuando estuvo frente a la chimenea la otra bruja hizo aparecer un libraco de esos gastados, que denotaban muchísimo uso o consulta, eso le gustaban, eran fuente invaluable de conocimiento, ella en cierta forma era un ratón de biblioteca, cuanto libre le caía en las manos, lo leía ávidamente, así que sonrió y asintió ante la pregunta de si podía leer.

 

Las letras era clarísimas como si el libro la instara a prestarle atención, mientras que la otra rubia, iba por los frasco que contenían los ingredientes de las pociones --¡Una poción oscura!-- expreso un poco fascinada, no iba a mentir, lo malo siempre tienta. Y cuando decía oscura, no se refería al color de la pócima sino a su efecto, pero ante la posibilidad de herrar prefirió pasar por la ignorancia. --Temo decepcionarte, pero no se qué poción es-- por supuesto no la miro a los ojos, sin embargo esperaba que ella lo dijera, como ahora mismo le decía que era una poción que no estaba terminada, no podía estarlo en tan poco tiempo, pensó Cye, pero mortal no era, no con ese bezoar y el olor penetrante del ajenjo.

 

--No lo sé, una maldición seria que la pócima pudiera cambiar mi final, obviamente a uno con mucho dolor y sufrimiento, pero si mi destino es morir, y hace solo eso ¿Dónde está la maldición?-- ¿se andaba por las ramas? Quizás, aunque intentaba con el juego de palabras sacar más de lo que Leah estaba dispuesta a ofrecer a simple vista, aunque tentar a la suerte con alguien que tenia control sobre el collar de ópalo como que no era muy buena idea. Miro a Haugton que era el profesor de pociones a ver si el tenia algún comentario que aportar y entonces pregunto de frente.

 

--Cuales son las pociones usadas para maldiciones más específicamente hablando y luego yo… en adelante como detecto una maldición-- esa era una muy bien pregunta, porque aunque según el propio Albus las maldiciones dejaban rastros también era cierto que las que se hacían por magos excepcionales y bien hechas eran indetectables, mientras que las… burdas por llamarlas de alguna manera, casi que gritaban aquí estoy descúbreme.

 

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—Me refiero a que hay marcas que nunca nos abandonan. Similar a lo que ocurría con Potter y su madre —de haber sido profesora de Historia de Magia, que bien podría serlo, aquella clase habría sido igual de interesante. Cye parecía saber más de lo que decía—. Lo mismo ocurre con las maldiciones y me temo que estas son peores, por supuesto, porque tienen un fin maligno.

 

Ladeó la cabeza, dando tiempo para que su cabeza buscara una respuesta razonable a la siguiente pregunta de Lockhart y al final regresó la cabeza a su lugar, como si hubiera conseguido lo que quería.

 

—En este caso, no es cuestión de morir. Un Filtro de Muertos en vida puede matarte, pero no es una maldición porque tiene otros fines. En este caso, estamos hablando de que la poción tiene como único objetivo destruir tu psiquis hasta volverte completamente inestable. Esta poción puede estar colocada en un sitio específico, con un relicario adentro, esperando que la bebas para obtenerlo, sabiendo que terminarás lo bastante débil y necesitado como para morir sin haber logrado tu objetivo —sus ojos verdes se posaron en los de su alumna y alzó ambas cejas—. ¿Ahora sí sabes de qué poción estamos hablando?

 

Era la misma poción que Lord Voldemort había usado en una isla remota, con la única excusa de proteger un relicario. Un Horrocrux. Y ahora que le había dado a Cye un panorama más armado, estaba segura de que comprendería por qué la maldición venía ligada a la poción sin que ésta dependiera de forma estricta de la mezcla de ingredientes. La maldición estaba en la intención, en lo que quería lograr, en la maldad que se escondía detrás de una inofensiva mezcla de magia dentro de un caldero. Lo importante no era la poción, lo importante era lo que el brujo que la hacía estaba buscando al hacerla.

 

—Existen pocas pociones que podamos clasificar como maldiciones, según sus efectos. Pero no están en los libros, no son cosas que podamos leer. Están en la cabeza de algún mago oscuro que tenga tanto odio y maldad como para crear algo con la mera intención de dañar. Así que no puedo darte una lista exacta o un nombre en específico. Pero puedo asegurarte que existen.

 

»Ahora bien, detectar una maldición está no solo en ti, sino en tus conocimientos. Sabemos detectar una maldición asesina porque deja un siseo extraño en el aire, oscuro, como el grito de la víctima muy ténue. Se escucha en el aire muy suave. Lo mismo ocurre con otras maldiciones. Es una cantidad de energía negativa muy grande, imposible de ocultar del todo. Lo que sucedió con el collar en la mesa, por ejemplo. Su propia aura inundó la sala por completo, centró la atención de todos en él, no con maldad, más bien con una atracción que debimos controlar. Si alguno de nosotros lo toca, la maldición hará su efecto y acabará por matarnos, pero es precisamente eso lo que debemos aprender a diferenciar de una atracción común y corriente. Existe una sensación de avaricia y poder detrás, algo que nos enamora tanto como enamoró al mismo invocador. Cierra los ojos.

 

Se acercó a la mesa, haciéndole un ademán a Dovakhin para que prestara atención a la hora justo antes de tomar el collar. Lo tomó por el envoltorio, lo único que podía tocar, así que no hubo peligro real. Pero en vez de regresar, se quedó ahí.

 

—Concéntrate en lo que acabo de decir y escucha, nada más.

 

Lentamente, empezó a avanzar hasta Cye. El collar iba delante de ella y con cada paso, sabía que la mujer entendería a qué se refería. Había poder disfrazado con la fuerte necesidad de que abriera los ojos, de que buscara la fuente de semejante fuente de gloria. Y cuando los abriera, querría tocarlo, inundarse de todo lo "bueno" que podía tener el collar. Pero ahora sabía que detrás de esa pantalla, lo que quería el invocador en realidad era matarla. Y cuando abriera los ojos, estaría tan preparada como lo estaba su profesora para enfrentarlo. De modo que cuando Cye abrió los ojos, Ivashkov sonreía de medio lado.

 

—Hemos terminado, Lockhart —con ayuda de la vara de cristal, regresó el collar a su seguro bulto de pergamino y lo envió a un cofre que se selló de inmediato—. Hiciste las preguntas correctas, en el momento correcto y me voy con la satisfacción de que haz aprendido un poco más, no solo de mi materia sino de otras. ¿Tienes alguna otra pregunta?

 

Las velas de llamas esmeralda perdieron por un segundo su intenso color, antes de volver a resplandecer. Habían terminado justo a tiempo.

 

—Sino, será hasta la próxima.

 

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