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Libro de las Auras - Marzo 2020


Runihura
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Hace dos noches

Runihura odiaba, sin duda alguna, pasar su tiempo “libre” frente a un escritorio. Se restregó los ojos y dejó la pluma sobre el pergamino que había estado escribiendo. No le gustaba esa parte de los trabajos que le encomendaban, tener que documentar todo, le parecía un fastidio, pero sabía que era necesario. Si alguien más de la tribu se ofrecía para la misión, al menos no irían sin saber nada de lo que les estaba esperando, era por eso que había sido ella quien se ofreció a ir en primer lugar.

El ruido de picoteos en la ventana evitó que cayera presa del sueño. Se trataba de una pequeña abubilla, abrió la ventana dejándola entrar, se paró sobre los papeles que tenía sobre el escritorio y los empezó a picotear mientras daba pequeños saltitos en busca de comida, en la pata derecha tenía un diminuto pergamino envuelto. No necesitaba leerlo para saber quién lo enviaba y lo que decía.

—Las auras se han vuelto populares…—Murmuró al leerlo, en él se le informaba que tendría tres alumnas a las cuales enseñar.

A su mente regresaron imágenes de la última clase que había impartido, de lo capaz que resultó ser su alumno, sorprendiéndola no solo por ese hecho, sino por que también le resultó agradable. Tomó un poco de comida de ave y se la dio de comer al pajarillo, pero su mente ya estaba muy lejos de ahí. Eran tres nuevos estudiantes, las posibilidades de abrir más puertas de aquella catacumba eran mayores <<pero el desgaste será mayor>> susurró como si hablara con su volador amigo << ¿Hace cuánto no tengo más de un alumno por clase?>> se preguntó y no pudo hallar la respuesta, pues era mucho tiempo el que había pasado.

—A ver amiguita...necesito que entregues esto —Dijo empezando a escribir la respuesta. En ella aceptaba impartir la clase y escribía las coordenadas exactas para que la Universidad se encargara de enviarle a sus alumnos. Si empleaban trasladores o portales, no le importaba, de eso ya se encargarían ellos.

Dos días después.

El sol estaba por ocultarse, los rayos hacían brillar su piel morena y su cabello negro. Como siempre iba vestida con su atuendo para batallas, un peto y falda de tiras de cuero mágico, no usaba zapatos, en sus manos resplandecían las manillas de oro y los dijes que contenían la tierra sagrada del Monte Catalina. La mirada de la mujer estaba puesta en el horizonte, a lo lejos solo se podía ver dunas y dunas de arena, pero ella sabía que ahí estaba, ella misma se había encargado de ocultar las catacumbas.

Prefirió reunirse lejos del lugar en el que se realizaría la clase, tenía que darles unas pequeñas indicaciones a sus estudiantes antes de emprender la aventura, sobre todo, necesitaba enseñarles a usar el aura que ella consideraba la más complicada, pues prácticamente tenían que hacerlas visibles, darles forma.

—Bienvenidas…—Dijo con una sonrisa en los labios cuando las sintió llegar —El tiempo es oro…y para lo que vamos a hacer es aun más preciado que el oro. —Comentó sin girarse, esperaba que se acercaran a ella, que miraran lo que ella estaba viendo. —Espero hayan venido preparadas para una aventura y espero hagan leído a conciencia el libro del que soy maestra —añadió.

Cuando sus alumnas estuvieron lo suficientemente cerca, la pequeña guerrera Uzza se agachó y puso una mano sobre la arena caliente, un leve temblor se pudo sentir cuando mediante su excepcional dominio de las auras, hizo que una de las dunas poco a poco fuera desapareciendo, la arena empezó a arremolinarse y cuando finalmente todo pasó, unas hermosas catacumbas aparecieron.

 

 

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@@Vincent Mériadec

@@Mackenzie Malfoy

Editado por Niko Uzumaki
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Durante un largo rato permanece acostada en la cama, envuelta en una toalla y todavía mojada por el baño. Está exhausta. El día comenzó con bastante trabajo en su negocio del Callejón Diagón, El Trastero. Recibió en su escritorio relojes con los engranajes oxidados y fracturados, recordadoras con los encantamientos arruinados, alfombras voladoras deshilachadas y desobedientes y cualquier otro artefacto mágico que alguien hubiese encontrado en el ático o el cobertizo y decidido traer a ella, con el afán de no perderlo. La tienda cerró al medio día, aunque se llevó mucho trabajo a casa, donde se encontró a Richard y Rhiannon en una tertulia en la que se obligó a participar, pues le daba terror dejar a su protegida con él. Al final de la tarde, cuando la casa quedó en paz, fue a darse un baño... Y, entonces, Melrose tocó la puerta.


—¡Ellie! ¡En un cuarto de hora debemos partir para encontrarnos con Runihura!


—El libro de... ah, maldición.


Cuando salió del baño, vio en el escritorio de su recámara el Libro de las Auras, cubierto con una leve capa de polvo y olvido. Le había parecido tan lejano el día en que compró el tomo en la sección de objetos peligrosos del Magic Mall, que había olvidado por completo el compromiso con la guerrera uzza experta en auras mágicas para dominar la magia del libro. No hizo más que echarse en la cama, derrumbada por el peso que se cernía en su espíritu. Sin embargo, casi de inmediato comenzó a repetirse mentalmente que debía ir a la lección.


«Si no es ahora, con Melrose, ¿cuándo, entonces?».


Con el cuerpo pesado y movimientos torpes, se levanta y se dirige al ropero. Elige una túnica azul marino, con detalles en hilos de color cobre, y la combina con sus usuales botas de charol. El cabello, todavía húmedo, lo recoge en un improvisado moño en la nuca. En un bolso de cuero guarda el Libro de las Auras, lo único qué decide llevar, y se lo cuelga de forma cruzada. Antes de salir de la habitación, le dedica una última mirada a la cama, tibia, cómoda, desordenada... Cuánto le gustaría quedarse descansando, pero no quiere dejar plantada a su prima. O, peor, a la guerrera uzza, lo cual la tacharía de irresponsable.


Ellie observa las coordenadas escritas en el pergamino que les envió Runihura. Luego de consultar un mapa y verificar el lugar de la reunión, toma su varita de sicomoro y abre un portal.


Al otro lado, Runihura las está esperando. Ellie saluda a la guerrera con un tímido gesto de la cabeza y una sonrisa un poco avergonzada. Recuerda muy bien las... complicaciones que ella y su prima —pero ella, principalmente— durante las lecciones de la magia del caos, que fue dirigida por la misma guerrera debido a la ausencia de Bakari. Las palabras de la muchacha la alteran. La verdad es que, aunque a esas alturas ya es ilógico, nunca ha considerado a sus viajes en búsqueda de conocimiento "aventuras", no en el sentido que su voz sugiere y no en el sentido que alguien como Melrose entendería. No, no está lista para una aventura, aunque ¿qué importancia tiene? Si de todas formas, sólo puede seguir adelante.


La fortaleza de Ellie suele ser la parte intelectual... Pero, en ésta ocasión, ni siquiera eso la salva. Apenas ha estudiado el Libro de las Auras, por estar ocupada y distraída con otros asuntos. Tendrá que improvisar, algo en lo que no es muy buena, y quizás aprovechar algún momento de descuido de Runihura para echar un vistazo al tomo. Se siente tan nerviosa por lo que sucederá aquella jornada que siente que todo está temblando, desmoronándose...


Aunque, resulta que aquello no ocurre en su cabeza. Frente a ellas, una tormenta de arena parece haberse desatado. De inmediato vuelve el rostro hacia la guerrera uzza, pero ella parece estar tranquila, así que supone que aquello está dentro de sus planes. Cuando todo se calma, aparecen frente a ellas unas estructuras extrañas y antiguas. Aunque no hay más indicaciones, es evidente que la aventura tendrá lugar en aquellas catacumbas.

Editado por Eileen Moody

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La luz del sol resultaba cegadora en aquel vasto desierto, en el que la vista se perdía de una duna a otra, erigiéndose desde un mar infinito de arena. Mackenzie conjuró un hechizo para rebajar el terrible calor de aquel lugar con una ligera brisa que la refrescaba y hacía que su largo cabello, prácticamente del mismo color que aquellas dunas, se meciera en los suaves remolinos del viento que acababa de invocar. Se los ató en una coleta improvisada para que no la molestaran y caminó los últimos metros hasta el lugar donde Runihura esperaba.

 

Aquella joven guerrera no debía de ser mucho más joven que Mackenzie, a pesar de su apariencia de niña. Lo que era indudable era que su fama como Guerrera Uzza la precedía. Tendría que andarse con tiento. Aquel libro ya le había dado bastantes problemas.

 

—Gracias por la bienvenida —respondió a Runihura. —No sé si estoy preparada para una aventura, pero lo que sí espero es sacarle un poco de rentabilidad a mis galeones, que los duendes ya me han descontado dos veces esta clase —añadió huraña la Malfoy.

 

Cuando la Guerrera Uzza hizo desparecer las dunas en un torbellino de arena y ante sus ojos aparecieron lo que tenía pinta de ser un recinto mortuorio antiguo, Mackenzie se preguntó si lo de la aventura no había ido en serio. Enarcó una ceja y miró con gesto interrogador tanto a Runihura como a la mujer que tenía a su lado, que a su vez escrutaba atentamente a la Uzza. No logró descubrir nada en la mente de ambas mujeres. Runihura lucía un aire determinado o, al menos, esa impresión le dio a Mackenzie. Respecto a Ellie, pues poco era capaz de adivinar Mackenzie.

 

Con un suspiro, se adentró en el laberinto de galerías subterráneas y revisó que llevaba bien sujeta la mochila, donde se encontraba el libro y los otros enseres para la clase. Obviamente, lo había leído de cabo a rabo, pero de seguro que iba a necesitar releerlo más veces, si la clase se iba a convertir en una aventura. Le enfermaba el secretismo de los Uzzas y sus planes secretos. Para todo eran igual.

 

—¿Porqué unas catacumbas? —Le preguntó a la guerrera.

 

Intentó disimular que se había puesto recelosa, imaginando cualquier tipo de trampa, pero se dio cuenta demasiado tarde de que la misma pregunta que había hecho, la delataba.

 

Las catacumbas eran pedregosas y olían a humedad y cieno. Mackenzie se alegró de haberse puesto unas botas altas de cuero y un atuendo cómodo, compuesto por unos simples tejanos y una cazadora de piel. A lo lejos se oía el discurrir de una corriente de agua, quizás un río subterráneo. Debía de estar bastante por debajo del nivel en el que ahora se encontraban, pero el camino que tenía delante discurría también peligrosamente hacia abajo y cada vez era más estrecho. Fuera de lo inhóspito del lugar, tampoco vio señales que le indicaran motivos de alarma. La luz era tenue, fruto de unas antorchas diseminadas en las paredes de roca. Aún así, la bruja se alumbraba con la luz que le proporcionaba un potente lumus.

 

Y, a pesar de no notar ninguna señal de alarma, un instinto primario le decía a la Malfoy que se prepara. No había problema, Mackenzie había vivido demasiadas traiciones, como para no estar siempre permanentemente en guardia.

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Runihura esperó a que la otra joven que tomaría la clase llegara, pero esto no sucedió, tan solo apareció una vieja moneda que, en su momento, había sido el traslador que la traería ante ella. Suspiró empezando a caminar el tramo desde donde estaban hacía las catacumbas. Sus pasos a pesar de andar sobre la arena, eran ágiles, después de todo ella se había criado en un lugar parecido a ese.

— Bueno al parecer solo seremos las tres —Dijo entonces la guerrera.

Había reconocido de inmediato a las brujas que serían sus alumnas, a las dos les había dado clases con anterioridad. Una en el libro del caos, en donde por poco había muerto y a la otra apenas la había visto pues dejó abandonando la anterior clase. Las miró dubitativa, quizá no era buena idea adentrarse en las catacumbas con ellas. Pero, ya estaban ahí, así que podrían investigar un poco más.

—Bien, asumo que han leído el libro, pero les haré un resumen rápido de los puntos más importantes. Lo más básico es entender que las auras son energía... y como tal puede ser transformada, moldeada y usada a nuestro favor. Cada cosa y ser viviente tiene una, son variadas y las sensaciones que provocan jamás son iguales, se podrán parecer, pero habrá algo que las diferencia— Hizo una leve pausa y añadió.

—El manejo de las auras causa un gran desgaste y por tal motivo solo podrán usarlas de forma limitada, en un enfrentamiento, por ejemplo, las podrán usar una sola vez y dependiendo de cual usen, será su duración. —Pensó rápidamente un ejemplo comparando dos de las auras que les enseñaría. —Crear fantasmas consume más energía y por lo tanto no podrán mantenerlos mucho tiempo, en cambio usar la de confusión no consume tanta y será más largo el efecto. —Esperaba no estar yendo demasiado rápido, pero cuando entren a la catacumba lo más probable es que no tenga tiempo para explicar esos puntos.

—Por otra parte, recuerden que la energía de las auras no actúa de inmediato, deben darle tiempo para ser invocadas, concentrarse en lo que desean y manipularlas para que hagan su voluntad. Así que si alguien los ataca no confíen en que el aura de escudo fantasmal los protegerá de inmediato o que el aura de poder las hará más fuertes al instante. —hizo memoria a ver si se le quedaba alguna cosa pues la entrada estaba cerca y entonces añadió.

—Vuelvo al inicio, las auras son energía pura y si yo lanzo una, pero viene Eileen y lanza otra, roba la energía que yo estaba manipulando y la anula, es decir que jamás podrán tener dos auras funcionando al mismo tiempo— Hizo una pausa y entonces dijo.

—Sin embargo… mientras estén en mi clase y yo este cerca de ustedes este ultimo concepto no se cumplirá. Me interesa que las usen y vean su funcionamiento. Así que yo les ayudaré a reponer las energías, seré como una batería —Bromeó.

Sabía que hacer aquello luego le traería consecuencias, pero no tenía otra alternativa. Le gustaba que sus alumnos usaran cuantas auras puedan mientras están en la clase, para que vean sus efectos, alcances, sus debilidades.

Frunció en ceño cuando una vez más se adentró en la catacumba, no estaba como la recordaba la ultima vez ¿Acaso se confundió de entrada? Pensó mirando a su alrededor. <<Interesante>> pensó sin dejar de caminar junto a las dos mujeres. Bajaron un tramo acompañadas del murmullo del correr del agua de un rio <<Quizá es la segunda cámara>> se aventuró a pensar, su cabeza estaba procesando todo cuando la pregunta de la Malfoy la hizo volver a prestar atención.

—En estas catacumbas hay algo que deseo recuperar… pero más que eso, se han convertido en un reto para mí. —Le respondió —Verán, ya estuve en este lugar hace menos de un mes y fue diferente, al parecer hay más de una entrada… En esa ocasión el lugar se defendió y creo que esta vez no será diferente. Por favor invoquen un aura que crean que nos pueda ser de utilidad. —Pidió la morena y solo entonces se percató que el sonido del agua correr había parado ¿Pero porque ya no lo escuchaba? Algo no marchaba bien...

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La otra bruja se atreve a hacer la pregunta que Ellie prefirió callar. Cree reconocer que se trata de Mackenzie Malfoy, una integrante de la Orden del Fénix. Intenta pensar si hay otro lugar o momento del que podría conocerla, pero tras una búsqueda rápida no logra ubicarla, así que decide que lo mejor es actuar con indiferencia. Ellie es una de las personas que prefiere mantener un muy, muy bajo perfil, cuando a la Orden se refiere. Aunque de todas formas, presta atención a la respuesta de Runihura.

 

No puede evitar volver a pensar en Melrose. La esperaron por unos momentos, pero su prima no apareció. Sutilmente, Ellie buscó en el bolsillo de su túnica el espejo comunicador que comparte con ella, pero no vio a nadie más que a ella misma reflejado en el cristal. Aunque no está rodeada de completos desconocidos, una sensación de miedo se esparce en su interior. Hay cierto tipo de aventuras en las que está acostumbrada a contar con la compañía de Mel, y aquella es una de ellas. Sabe que a ella las mazmorras le parecerían interesantes, quizás incluso divertida. Después de todo, es una rastreadora de magia y su trabajo la ha hecho viajar a muchos lugares peculiares, aunque fuese por maquinaciones de Richard. No puede evitar hablarle a Mel desde su fuero interno. «Si te das prisa, nos alcanzarás...».

 

Pero no puede esperarla. Tiene que seguir a Runihura y a Mackenzie, para no quedar varada en medio del desierto. Y, es cierto, tiene una importante lección que atender.

 

La anterior introducción de Runihura le pareció bastante simple y, aún así, le parece que le ayudó a entender las Auras de una forma diferente. De una forma mejor. Como es habitual, Ellie se enfocó en los términos técnicos del libro acerca del manejo de las Auras, pero eso no le ayudó demasiado a entenderlas. Pero la explicación de la guerrera, nutrida seguramente por la experiencia, le hacen verlas un poco más... Accesibles. Más a su alcance. ¿Podría llegar a manipularlas para sanar, para crear confusión, para invocar seres sobrenaturales? Aquello parece lejano. Lo que la motiva, sin embargo, no es el poder mágico sino llegar a ser una bruja con tales conocimientos, con tal dominio de la magia provenido del estudio y el trabajo duro, no de dones o bendiciones. Quiere pensar que lo logrará, pero debe ir con cuidado.

 

Ellie se mueve con torpeza y dificultad. Está preocupada por no perder su bolso, su varita o su guía, pero además pone cuidado de no tropezarse ni toparse con nada desagradable. En poco tiempo se siente agitada y acalorada, y aquel clima seco no ayuda mucho. Aunque estaba un poco asustada, le parece un alivio adentrarse en las catacumbas a seguir caminando por el desierto —ignorando, por supuesto, el último comentario de Runihura—. Ahora, sabe que es el momento de sacar la varita mágica. Por un lado, quiere demostrarle a Runihura que es digna de manejar esa magia, pero por otro lado hay un tema de supervivencia que la mueve.

 

Con los ojos cerrados, intenta concentrarse en la energía que la rodea y, por supuesto, la que la guerrera les está prestando. Aunque no le dedicó mucha práctica al proceso, conoce el procedimiento teórico y lo intentó un par de veces, aunque sin mucho éxito. Tiene que despejar la mente y concentrarse en el aire alrededor de su cuerpo, en los sonidos del ambiente, en el poder mágico que emana de ella, en las energías que los rodean a todos... Sabe que suena sencillo y que muchos magos pueden hacerlos, pero a ella le parece algo muy surreal esa forma de verlo. A veces, pareciera que hablaran de algo que no están seguros de que existe, y ella simplemente sabe que es así. Es un hecho, ¿por qué darle tantas vueltas? Sabe que las auras son una manifestación consciente de la magia que está en su interior, y que lo que hacen los hechizos del libro de las auras es darle formas distintas a esa energía. Eso hará. Liberará energía y le dará la forma de... de... ¿qué sería útil, ahora mismo?

 

«Un Escudo Fantasmal».

 

Siente algo extraño, pero no puede concentrarse mucho en eso porque el suelo bajo sus pies se estremece. Ellie abre los ojos, sorpeendida y preocupada. ¿Son los fantasmas que intentó invocar o es algo más?

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Mel no es muy aplicada, eso ya lo sabe bien su familia.

 

No porque suela caerse al suelo o le falte constitución física o intelectual. No precisamente... quizá distraída o relajada sean una mejores palabras, eso no importa. El punto, es que ha perdido el traslador, porque se había olvidado que no traía el morral encima, de último momento.

 

Por un instante, cuando nota el brillo azulado, empieza el pánico pero cuando nota que la moneda ya no está, se siente bastante real. Hacen falta Richard con una taza de chocolate para recordarle que es una bruja que puede hacer portales y que debe tener las coordenadas, para que salga de su crisis repentina. Todavía tiene que ponerle todas las cosas necesarias en la mano, hasta que ella abra el dichoso portal. De hecho, él mismo le pasa el morral antes de que cruce del otro lado. Bueno, ella también hace cosas por él de vez en cuando.

 

Cuando llega al lugar, no hay nadie. Tan solo, una edificación increíble frente a ella, en medio de un desierto que, por fortuna, es adecuado para sus pantalones de trabajo y su polo blanco. Mel intenta pensar en una forma de ubicar a su profesora y compañeras de clase pero no se le ocurre ninguna. Una vez más, es Richard el que la salva, pues cuando rebusca en su bolso encuentra el espejo comunicador. En él, no ve reflejada a Ellie pero sabe que la oirá si la llama, ella nunca olvida llevarlo consigo.

 

—¡Psst...!

 

Hace el sonido varias veces, antes de ver el rostro de su prima. Debido a que no le había contestado, Mel ya se había internado en las catacumbas pero es gracias a la inesperada ayuda de su prima que es capaz de ubicarlas. Sigue de largo hasta verlas gracias a sus indicaciones de último momento, aunque ya había marchado un buen tramo sin que ella le dijera nada. Al parecer, había estado prestando atención a las palabras de la guerrera y luego intentando aplicar lo que ésta ha explicado. Mel, que hasta hacía unos instantes había sido reconfortada con el sonido del agua que corría, de pronto (mientras Ellie le susurra en voz baja las instrucciones que Runihura les dio) se dio cuenta no solo de que llevaba un rato sin sonar si no de que lo que antes pareciera una ligera sacudida en el suelo, ahora parece ser un sonido que proviene de la construcción misma.

 

—¿Pero qué...?

 

Ellie apenas ha terminado de explicarle qué es lo que tiene que hacer (y de hecho, acaba de hacer una venia hacia Runihura a manera de saludo) cuando nota que esa construcción parece sacudirse por segunda vez. Le lanza una mirada inquieta a Ellie, con la que parece preguntarle muchas cosas "¿Ella ya probó a invocar un aura?" y "¿Podrá hacerlo Mel ahora?" "¿Qué aura le sería útil si el techo se desploma?" Le parece que la del escudo fantasmal pero...

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Así que la Guerrera Uzza quería recuperar algo de allí. Al menos había sido sincera y no había tratado de esconder la verdad, arte en el que los Guerreros Uzza, tan atados a su código de honor particular, eran verdaderos maestros, como Mackenzie había podido comprobar, lamentablemente, en más de una ocasión. No le importaba que Runihura se aprovechara de la oportunidad que le brindaba aquella clase para recuperar algo de su interés, aunque tal misión pudiera resultar peligrosa, a juzgar por las palabras de la guerrera.

Mackenzie había escuchado con atención el discurso de Runihura sobre las características de las auras, mientras se percataba, con asombro, cómo volvían a ella los recuerdos de sus primeros tiempos con los Uzza, cuando los visitó en su tierra natal, con el Segundo Contrato en la mano, esgrimiendo acaloradamente el derecho a hablar al Pueblo Uzza en nombre de Merlín, el derecho de los descendientes de Merlín a obtener la instrucción y el conocimiento de los Guerreros.

Fueron meses de duras negociaciones con los Uzza, que Mackenzie aprovechó no sólo para obtener lo que había ido a buscar -que los guerreros enseñaran al pueblo inglés en la Universidad- sino también para aprender ella misma la cultura de aquellas gentes y, por supuesto, todo el conocimiento que en aquellos tiempos fue capaz de observar y asimilar. El Pueblo Uzza, una vez que se convenció de que el derecho que Mackenzie exigía era legítimo, no le habían negado ninguna sabiduría que ella hubiera querido aprender. La sorpresa había llegado al final de su periplo en la Tierra de Uzza, cuando se firmaron las últimas negociaciones y, casualmente, una de las condiciones impuestas a Mackenzie había sido el olvido necesario de todo lo aprendido durante aquellos meses. Así que allí estaba ella ahora, instruyéndose con los guerreros como cualquier otro mago adscrito al Ministerio de Magia, tratando de aprender de nuevo lo que una vez supo y olvidó. Pero afortunadamente, como había podido comprobar durante la instrucción de varios de los Libros anteriores, una vez que el Guerrero Uzza revelaba el libro a sus aprendices por primera vez, los recuerdos del pasado volvían a Mackenzie como si siempre hubieran estado allí.

Respecto a las auras, recordaba que la mayoría de los Guerreros Uzza las consideraba obsoletas, algo de tiempos arcaicos que, con el tiempo, había sido objeto de tantas mejoras y añadidos que finalmente las auras acabaron devorándose las unas a las otras y terminaron por resultar inútiles. Contaban que llegó un momento en que los campos de batalla se llenaban de auras con el único fin de sustituirse las unas a las otras. El Aura de Inmunidad había sido el último añadido, en un afán por tratar de eliminar aquel mal uso que se les había llegado a dar. Pero contaban que sólo sirvió para empeorar la situación. Desde entonces, las auras habían quedado dentro del ámbito, casi exclusivo, de los Tiferim, que se proclamaban expertos en ellas y auténticos depositarios de este conocimiento, por derecho de su antigua procedencia del Monte Catalina, lugar con el que se decía que la magia de las auras estaba estrechamente conectada. Mackenzie había llegado a sospechar, no obstante, que la tan popular inutilidad de las auras sólo había sido una inteligente estrategia de los Tiferim para hacerse con el control absoluto del verdadero conocimiento. Algo que ahora mismo, escuchando a Runihura, se daba perfecta cuenta de que era la auténtica verdad. Runihura veía las auras como una manifestación de la energía interna y Mackenzie sabía muy bien hasta dónde era capaz de llegar dicha energía. Sin duda alguna, había mucho más sobre aquel conocimiento, de lo que la mayoría de Guerreros Uzza sospechaba. Así que si Runihura quería recuperar lo que fuera en aquellas catacumbas y exponerlos a algún ignoto peligro, bienvenido fuera. Aquel conocimiento valía cualquier peligro que se viera obligada a afrontar.

Sumida aún en sus propias cavilaciones, observó a Ellie conjurar un Escudo Fantasmal. Era una de las lugartenientes de la Orden del Fénix y la conocía lo suficiente para saber que era una bruja poderosa y respetada, aunque no se habían tratado mucho a nivel personal. No le sorprendió cuando de su varita surgieron numerosas figuras fantasmales que a la Malfoy le parecieron de un aspecto similar a fénix gigantes, aunque podía ser que, en realidad, sólo se lo estuviera imaginando, pues se movieron con tanta rapidez y en tal revoltijo de sombras fantasmales, que era muy difícil apreciar su verdadera forma. Mackenzie los vio introducirse por una pequeña cavidad en la roca y, puesto que conocía los efectos de aquel aura, dedujo que el peligro que les acosaba, del que sin duda los fantasmas pretendían protegerles, se encontraba más allá de aquellas paredes de roca, donde fuera que condujera aquella grieta en la pared por la que las figuras se habían introducido. Fue justo en aquel instante cuando la bruja se dio cuenta de que la corriente de agua que antes le había parecido oir en la distancia, había dejado de sonar.

Algo en su interior le reclamaba atención urgente, pero Mackenzie perdió por un momento la concentración al ver aparecer a una bruja de enormes ojos oscuros y largas pestañas a la que no conocía. Supuso que debía ser alguien cercano a Ellie por la forma en que se le acercó y no pudo evitar preguntarse si pertenecería también a la Orden del Fénix. Trató de recordar si podía haberla visto alguna vez, aunque fuera en alguna de las reuniones, pero lo cierto era que no creía poder identificarla. Quizás lo mejor fuera presentarse.

—¡Hola! Soy Mackenzie. —Se presentó afablemente. —¿Y tu e...?

Sus palabras se quedaron cortadas cuando las catacumbas parecieron temblar a su alrededor. ¿Qué era aquello? ¿Un terremoto? Un sonido sordo rugía a su alrededor y, de pronto, el suelo tembló bajo sus pies y se resquebrajó. Sabiendo los efectos que podían tener los movimientos de tierra, la bruja se preparó para protegerse de una eventual caída, un instante antes de darse cuenta de que no era necesario. La fuerza del aura de Ellie era sobrecogedora. Miriadas de hermosas criaturas fantasmales sostenían un escudo de un material transparente, parecido al cristal, pero de una firmeza que mantenía a las tres brujas y a la Guerrera Uzza firmemente aseguradas sobre aquella superficie mágica, mientras alrededor de ellas, las catacumbas se hundían en torbellinos de tierra y roca resquebrajada y el temblor rugía furioso en sus oídos como una avalancha de destrucción. Sorprendida de la firmeza de aquel suelo que las figuras fantasmales habían creado para sostenerlas y defenderlas del terremoto, Mackenzie miró hacia abajo, a través del material traslucido, donde un río de lava se desbordaba entre los estrechos laberinto de roca.

Runihura les había indicado que convocaran algún aura que fuera útil y, desde luego, aquella lo estaba siendo mucho. Si se le ocurría invocar algún otra aura, se perdería la protección de los fantasmas, pues ningún aura podía superponerse a otra.... ¡Vaya! ¡Así que los Tiferim habían encontrado una forma de que las auras no se devoraran las unas a las otras! Mackenzie se sentía exultante. Hasta aquel mismo momento no se había dado cuenta de que las palabras anteriores de Runihura ya habían confirmado sus antiguas sospechas: naturalmente que aquello de que las auras se devoraban unas a otras era una patraña inventada por los Tiferim para que los demás Uzza les dieran el pleno control del conocimiento. ¡Por supuesto! ¡Baterías para reponer energías! ¡Ja! Mackenzie no podía dejar de sonreir. Ella sabía lo suficiente en cuanto a trucos de baterías de magia. Sin poderlo evitar tocó uno de los objetos de arqueomagia que siempre llevaba en el bolsillo, aunque evitó activarlo. Quería aprender los trucos Uzza en su plenitud y Runihura había dicho que sería ella la batería. ¡Perfecto!

—Aura de Poder —invocó.

 

De su varita surgió una lluvia de estrellas que inundó las catacumbas de un blanco resplandor. Sabía que aquel aura les daría poder durante los siguientes minutos y, aunque no estaba del todo segura de que fuera a ser tan útil como lo estaba siendo el Aura del Escudo Fantasmal, al menos sería un plus. Y, de cualquier manera, le permitiría prestar atención a lo más importante: a Runihura y el funcionamiento de la batería que había mencionado.

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... Pero la tierra se mueve con fuerza debajo de ellas, impidiéndole averiguar la respuesta a su interrogante. Se siente como una gran mano la rodeara y la zarandeara, pero sin permitirle caer y hacerse un ovillo en algún lugar del suelo. Cuando observa a su alrededor, intentando encontrar una respuesta, sólo logra horrorizarse más: puede ver cómo todo tiembla con violencia, como si se tratase de un terremoto. Ellie intenta recordar si Egipto es una zona de alta sismicidad, aunque en el fondo, sabe que es una estupidez. Aquel no es un fenómeno natural ni casual. En medio de la desesperación, sintiendo la mirada de su prima sobre ella —seguramente, ansiando la respuesta que ella sigue buscando—, recuerda las maldiciones que protegen al Banco Mágico Gringotts de los ladrones, las cuales estudió en alguna oportunidad.

 

Entra, desconocido, pero ten cuidado
Con lo que le espera al pecado de la codicia,
Porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,
Deberán pagar en cambio mucho más,
Así que si buscas por debajo de nuestro suelo
Un tesoro que nunca fue tuyo,
Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado
De encontrar aquí algo más que un tesoro.

 

Ellie lee la inscripción cada vez que visita el banco, en el Callejón Diagón. Sin embargo, sabe que aquella tendencia se remonta a prácticas antiguas: civilizaciones mágicas que ocultaban sus tesoros en cámaras secretas y sagradas, y procedían a hechizarlas con las más terribles maldiciones para quiénes intentaran robar lo que era suyo. No lo aprendió en Historia de la Magia, sino precisamente en el Estudio de Maldiciones. Donde hay un tesoro codiciable, hay una oscurísima maldición. «Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado de encontrar aquí algo más que un tesoro». ¿Acaso son ellas ladronas? ¿Runihura las está conduciendo a un atraco? Un escalofrío eriza el vello de sus brazos, siente cómo el color abandona su rostro... y se siente desfallecer. El suelo desaparece debajo de ella y la oscuridad amenaza con abrazarla. Quizás eso sea lo mejor; quizás, al despertar, estará de regreso en casa, sana y salva. Se dejará caer y todo estará bien.

 

Pero sus pies y sus manos vuelven a encontrar el suelo. Aquello se le antoja tan terrible, como despertar del más maravilloso sueño de libertad. Poco a poco, abre los ojos, sin recordar en qué momento los cerró.

 

—Ay... ¿qué demonios...?

 

Ya no están en las catacumbas que Ellie vio hace apenas unos momentos. Están suspendidas a la mitad de un apocalipsis, pero están protegidas. Las cuatro brujas están salvaguardadas por unos imponentes seres fantasmales, que en conjunto conjuran un escudo que las mantiene protegidas de la locura que ocurre a pocos metros. Al pasar la mirada por las siluetas nebulosas, le parece que se tratan de formas difusas, que no tienen una forma definida; sin embargo, cuando se concentra en ellas parecen tener la forma de criaturas mágicas que ha estudiado. Hay un fénix, un thunderbird, un hipogrifo... y, por algún motivo, un micropuff gigante. ¿Es real aquello o es su mente jugandole trucos? No lo comprende, pero sonríe ligeramente, ante la idea de que aquel sea el Escudo Fantasmal. Quizás un poco torpe, pero perfectamente funcional.

 

Ellie se esfuerza por incorporarse, ahora que en aquella zona los temblores no les afectan y extiende una mano hacia Melrose, por si necesita algo en qué apoyarse. Luego se da cuenta de lo ridículo que es, puesto que su prima no es una simple humana como ella. Las imágenes previas al desastre aparecen como flashes en su mente; observa a su prima llegando con tardanza, a Mackenzie saludándola y, entonces, ¡blam! Todo aquello. No puede evitar querer cuestionarle a Runihura cuál considera que es el límite de riesgo de mortalidad en una "aventura", pero la verdad es que Ellie simplemente no es aquel tipo de persona. Aunque se siente disgustada, no puede negar que la sensación de la adrenalina corriendo por sus venas es interesante.

 

Ahora, es evidente que necesitan juntar sus poderes. Están protegidas, pero necesitan algo más. Mackenzie es la siguiente en invocar un Aura y opta por la del Poder. Una lluvia de estrellas inunda las catacumbas, cegándola por un momento por su resplandor. Ellie puede sentir el poder que éste fenómeno libera sobre ellas y les permite utilizar. Aunque no siente gran diferencia con respecto a los poderes que es capaz de utilizar, sí se siente revitalizada. Levanta la varita, pero no está segura de qué hacer.

 

—Necesitamos un plan, ¿no? —musita, frunciendo ligeramente el ceño— Necesitamos encontrar la forma de... —iba a decir, "la forma de salir de aquí", pero sospecha que aquella no es una opción que las demás estén considerando.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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—¿Eh?

 

En medio de su precipitado análisis de la situación, una voz la distrae con facilidad. Es una mujer de constitución elegante, que está presentándose. Bastante sorprendida, sacada de repente del contexto de sus preocupaciones inmediatas, Melrose alcanza a replicar dándole su nombre, antes de darse cuenta de que ha perdido valiosos segundos que podría haber usado para invocar su aura. El suelo bajo sus pies se resquebraja y Melrose sujeta a su prima casi dispuesta a lanzarla, si las cosas llegasen a ello, en un desesperado intento por salvarla al menos a ella.

 

La decisión se precipita en la fracción de segundo que le toma darse cuenta de que, a pesar de que el suelo desciende bajo sus pies, ella no lo hace. De hecho, sin saberlo, habría estado a punto de cometer un terrible error, pues naturalmente, es la aura que no había llegado a ver (y que su prima invocara poco antes de que ella pudiese verlo) la que las sostiene en su lugar, un despliegue de conocimiento de parte de Ellie a la que ya se ha acostumbrado. Sonríe con alivio por un instante y su cuerpo, que antes constriñera flexionando levemente las piernas como único aviso del despliegue físico que había estado a punto de realizar, remite la tensión acumulada. De hecho, por algún motivo terminaron tomándose de las manos pero bueno, eso no importa ahora. Suelta del todo a Ellie e intenta concentrarse.

 

Sugiere avanzar mientras pueden y buscar suelo firme mientras el aura de Ellie las ayuda todavía; no le gusta nada el aspecto de la lava allí abajo. Por otro lado, ambas brujas han hecho ya uso de sus poderes pero no parece adecuado imitar las auras ya desplegadas (le hace bastante gracia ese que parece un micropuff). De hecho, podría ser útil si realizara también el aura fantasmal pero no está segura del todo y todavía se encuentra cuestionándose al respecto cuando varias figuras oscuras parecen intentar aproximarse a una distancia a tiro de varita. Su vista aguda distingue el brillo de los ojos pero no los rostros.

 

Intenta entonces recordar los principios que Ellie le dijera respecto a la explicación de Runihura: que su aura no anulará a las de ellas debido a que ella les entregará energía, que algunas consumen más energía que otras. A la defensiva en medio de esa nueva amenaza, Mel decide confiar en sus compañeras "de equipo" para poder encargarse de las primeras contramedidas -o tal vez el aura fantasmal sea más que suficiente- y se concentra, para pensar en un aura de confusión; al inicio no sucede nada pero luego una bruma gris empieza a extenderse desde donde ella se encuentra hacia aquellos individuos. Si bien algo tardía, es bastante efectiva. Mel se concentra de forma tal que la bruma solo les permita realizar un inofensivo "aguamenti" y así es como sucede efectivamente.

 

Apenas nota que están echando agua de sus varitas, cae en cuenta también de que lo que queda del pasillo se puede vislumbrar al fondo, iluminado por antorchas, lo que es bastante raro. Runihura no las había alertado de que habrían otros allí en busca de eso que ella deseaba o quizá que lo guardan pero bueno, les había prometido sorpresas y quizá eso contara como una.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Apenas había tenido tiempo de saludar a Mel, pues todo se había descontrolado un segundo después. La bruja tampoco parecía conocerla, así que pensó, aliviada, que no había sido ningún descuido de memoria, realmente no se habían cruzado antes.

 

De momento, habían logrado sortear lo que parecían ser las primeras defensas de la propia cueva. No en vano Runihura había dicho que aquellas catacumbas se habían convertido en un reto para ella.

 

—Estaría bien tener un plan —respondió a la pregunta de Ellie. —Quizás Runihura quiera explicarnos un poco mejor de qué va todo esto y sea más fácil hacer planes. —Miró a Runihura sin disimulo, enarcando una ceja y una expresión adusta, más propia de sus tiempos en la política, cuando no estaba acostumbrada a que nadie le negara la información que requería.

 

Mel acaba de conjurar un aura de confusión, obligando a unas oscuras figuras a no poder atacarles con otra cosa que no fuera un inofensivo Aguamenti. Aún así eran muchos individuos aproximándose y a saber si podrían luchar también cuerpo a cuerpo. Estaban mirando enfurecidos a Mel, quizás por ser ella quien los había obligado a conjurar la corriente de agua, en lugar de algo mucho más peligroso. En ese momento, notó que el Aura de Poder ya estaba activa y supo que podría conjurar un determinado hechizo que tenía en mente desde hacía rato, pues aunque no era magia permitida para ella, sabía que el aura le posibilitaría utilizarlo.

 

—Aqueora. —Una masa de agua surgió de la varita de Mackenzie y creó una hermosa esfera alrededor de Mel. Eso la protegería de los ataques más peligrosos, aunque la esfera no era del todo impermeable a la magia. Un aura blanca regeneradora cubrió también a la bruja, aunque Mackenzie no observó en Melrose, afortunadamente, heridas que debieran ser curadas. De cualquier manera, aquella blanca luminiscencia creaba un ambiente casi acogedor en aquellas terribles catacumbas.

 

 

En aquel momento, había dos auras activas, pues la del escudo fantasmal se había agotado. Había podido comprobar, ya no muy sorprendida, que tal y como había asegurado que haría, Runihura estaba aportando algún tipo de energía a las auras o a sus invocadores o a cualquier otra cosa. Mackenzie no había descubierto aún el truco de Runihura, pero de cualquier forma, las auras permanecían aunque se invocaran otras y no se iban reemplazando las unas por las otras. Lo que no realizaba aquel truco de la Uzza era alargar las auras más tiempo del que debían durar. No convenía quedarse sin la protección de aquellos seres fantasmales.

 

—Aura del Escudo Fantasmal —invocó Mackenzie.

 

El aura tardaría aún segundos en manifestarse, pero, en su mente, Mackenzie podía ver ya las veleidosas sombras de aquellos fantasmas que no tardarían en salir de su varita: un ejército de antiguos guerreros, magos y muggles, muchos de ellos con espectrales rostros tan poco conocidos como legendarios, pero reconocibles a pesar de todo. Podía distinguir los fantasmas de Gengis Kan, de Morholt y hasta de Nick Casi Decapitado. Todos llevaban imponentes armaduras y armas que, a pesar de tener una apariencia tan fantasmal como la de sus propietarios, resultaban imponentes.

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firma
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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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