Compañeras de viaje
Hay historias que se quedan con nosotros durante mucho tiempo, que una vez que las escuchamos o leemos, nos acompañan siempre y se convierten en nuestras compañeras en este viaje singular que es la vida.
Para todos nosotros, la historia de Harry Potter es una de ellas. Estoy segura, no obstante, de que todos tenemos otras historias que también nos han acompañado durante años. ¿Cuál es la tuya? ¿Qué otras historias puedes poner en el primer estante de tu biblioteca junto a la de Harry Potter? ¿Qué historias son tus compañeras de viaje?
He aquí una de las mías. Geschichten vom Herrn K, de Bertol Brecht. Son una serie de cuentos cortos que entrañan una gran sabiduría en cada una de sus líneas. El protagonista siempre es el Señor K, o Señor Keuner, que en alemán se pronuncia muy parecido a Keiner (nadie), por lo que vendría a ser algo así como Cuentos del Señor Nadie.
Éste que os voy a poner ahora es uno de esos cuentos. Y se lo dedico a aquella persona a la que se lo conté el otro día en el messenger. Espero que os guste.
Medidas Contra el Poder
Cuando el Señor Nadie -el Pensador- hablaba en una sala de conferencias en contra del Poder, delante de muchas personas, observó como la gente frente a él, se daban la vuelta y se iban de la sala. Sorprendido, miró a su alrededor y vio al Poder justo detrás de él.
- ¿Qué hablabas tú? -Le preguntó el Poder.
- Yo me pronunciaba a favor de el Poder -contestó el Señor Nadie.
Una vez fuera de la sala de conferencias, le preguntaron sus discípulos, porqué había preferido dar la espalda a sus convicciones y no enfrentarse directamente con el Poder.
El Señor Nadie respondió:
- No tengo una espalda para que me la partan. Obviamente, para vencer al Poder, tengo que llegar a vivir más que él.
Y el Señor Nadie les contó a sus alumnos la siguiente historia.
A la vivienda del Señor Egge, que había aprendido a decir "no", llegó un día, en los Tiempos de la Ilegalidad, un Agente que le mostró un Permiso Especial, extendido en el nombre de Aquellos que controlaban la Ciudad. Dicho Permiso determinaba que le pertenecerían todas aquellas viviendas en las que el portador del Permiso posara su pie. Igualmente, le pertenecería toda la comida que él solicitara y, asimismo, todo hombre en quien posara sus ojos debería servirle.
El Agente se sentó en una silla, pidió comida, se lavó, se acostó en una cama y le preguntó al Señor Egge con la cara mirando a la pared:
- ¿Me servirás?
El Señor Egge no contestó. Le cubrió con una manta, espantó las moscas, vigiló su sueño y así como en este día, le sirvió durante siete años. Pero, ante cualquier cosa que hacía, algo rebullía en su interior y le daba fuerzas y voluntad para seguir adelante: aún quedaba una sola palabra por decir.
Pasaron los siete años y el Agente se engordó y murió de tanto comer, dormir y darse a la buena vida.
Entonces, el Señor Egge lo envolvió en la corrompida manta, lo arrastró fuera de casa, lavó toda la estancia, pintó y encaló las paredes, respiró muy hondo y contestó:
- No.
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