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Prueba de Legilimancia Nº 1


Rosália Pereira
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Habían pasado algunas horas para que Rosália pudiera estar satisfecha con el trabajo que había realizado. Le gustaba la tranquilidad, así que se había tenido que encargar de muchas cosas. Lo primero y más importante, eran las personas que se encontraban merodeando dentro del Ateneo, la pirámide era cada vez más concurrida por lo que sus encantos la ayudaran a que en ése momento no hubiera nadie. Ni Arcanos ni aspirantes.

~Todo está listo~

Aquellas palabras se materializaron dentro de la cabeza de Thomas Gryffindor, como si él mismo las hubiera pensado. ¿Y cómo se daría cuenta? De hecho aquello no importaba, porque el alumno pensaría que alguien le había avisado, por lo que dentro de unos minutos estaría llegando. Las indicaciones de Rosália habían sido cortas pero tan precisas que esperaba que el joven las pudiera entender. No era tan difícil, pero como la Arcana le había comentado, la prueba había empezado y debía atravesar algunas cosas antes de llegar a La Puerta.

El lago era lo que se encontraba más lejos de las Siete puertas. Rodeaba la gran isla. Era sereno, hermoso y tan profundo como para contener un calamar como Hogwarts, el Colegio de Magia y Hechiceria. Pero allí no había nada de eso, o eso parecía. Lo que tenía que prestar atención Thomas, era en las pequeñas señales que Rosália había dejado. No era de manera tácita pero si su cabeza le diría que tenía que buscar por allí.

En el borde del lago se encontraba la figura de Arabella Gryffindor. Era extraño que en ésa zona hubiera personas ajenas. Pero todo era un juego dentro de la cabeza del joven mago, aunque para él, iba a ser todo demasiado real. Eran barreras y debía atravezarlas. La tía del chico lo miró, con un gesto que parecía haber visto a la misma muerte que se acercaba de a poco. Parecía desesperada pero pensaba en lo que iba a seguir. Solamente le dijo algunas palabras:

~No hagas que su sacrificio sea en vano, ahijado mío~

La pelirroja lo miró a él, luego observó a sus lados y salió corriendo por el borde del lago. Debía encontrar la razón por lo que le decía eso, y al finalizar su tarea, Arabella le entregaría una llave, objeto que le permitiría desencadenar un bote que había en la orilla del agua y asi llegar hasta la isla.

Pero no era todo eso. Tal vez eran recuerdos. Tal vez eran situaciones nuevas, pero debía solucionarlas. No desaparecerían y no podría llegar a La Puerta hasta que transcurra todo eso. Por eso cuando llegara al circulo de tierra en el medio del lago, entre los grandes árboles que había sobre el borde de éste, se encontraría con una segunda persona. Era totalmente opuesta a la primera, sin embargo era lo mismo: debía ver que le decia, tratar de solucionar el problema y asi obtener una llave. La primera era de cobre y ésta nueva, de plata.

~Ellos lo merecían. No eran más que escoria, como tú~

La voz de Sofia Elizabeth Granger lo retó a mucho más. La mujer rubia, estaba allí, vestida con su túnica tan negra como la noche y la máscara plateada que portaba en su mano libre. La llave la llevaba en su cintura y no estaba tan dispuesta a entregarla. Pero en caso de hacerlo, le daría acceso a la entrada a los setos. Eran casi tan altos como los árboles. Formaban pasillos que se cruzaban con otros pasillos. Algunos tenian un paso hacia el centro mismo, y otros no tenían salida. Era una especie de laberinto y Thomas podría cruzarlo cuando abriera la puerta plateada que se encontraba fuera.

Dentro del laberinto no había peligro alguno. Era dificil de cruzar pero no imposible. Aunque ésta vez, la tercera barrera y llave dorada, serían los padres de Thomas: Elvis Gryffindor y Annick Poulain. Éstos parecían perdidos. Su mente no era coherente en esos momentos. Sus figuras no eran tan reales como Arabella y Sofia, asi que el joven aspirante se daría cuenta que si los tocaba, los traspasaría, eran fantasmas. Se preguntaban donde estaban, notaban cosas extrañas, pero lo último que recordaban eran las 20 figuras que los rodeaban y les quitaban sus vidas.

~Elros. El pequeño Elros. Nuestro hijo.~
~Otra vez. La Familia Gryffindor cayó otra vez.~

Era una situación exclusivamente para Thomas, un problema que debía enfrentar para que la llave apareciera ante sus ojos y ésta, le diera paso a la pirámide, que se encontraba justo en el centro del laberinto. Ese especie de centro o claro, era demasiado grande. La magia del lugar hacía parecer que fuera más grande que la misma isla y se podía observar desde la puerta con ornamentaciones doradas.

Por último, la pirámide estaba más cerca. Pero había un último obstácul0 y llave por apropiarse, la violeta. Una joven bruja se encontraba en la entrada de la edificación como si fuera una estatua. Su piel estaba marcada en varias zonas. Su rostro estaba quemado y sus ojos miraban a la nada misma. En su mano brillaba un anillo plateado, con la forma de un león, pero al parecer la piedra que éste portaba, ya no lo hacía más, no estaba. En su otra mano estaba la llave que necesitaba Thomas, pero Millie Diggory exclamó casi en un grito.

~¡Fue tu culpa, Thomas! ¡Me dejaste sola! ¡Mirame!.~

Rosália se encontraba dentro de la pirámide. En la Sala Circular, donde se encuentra la estrella de cinco puntas rodeada por aquella serpiente que se mordía la cola, el Ouroboros. Estaba ansiosa. No quería decepcionarse. Podría encontrarse con su pupilo cuando éste obtuviera la última llave. Tal vez el chico pensaba que la prueba ya había finalizado. Pero era el comienzo. La verdadera prueba se encontraba una vez atravezada la Puerta de Legilimancia, que estaba justo a la derecha de la Arcana.

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<<Todo está listo>> fueron las palabras que surgieron entremedio de los pensamientos del pelirrojo una vez que su cuerpo mortal había atravesado completamente el portal esmeralda que Rosália conformó en la terraza de piedra en donde ambos se reunieron por primera vez para aprender las enseñanzas de la magistral habilidad. Sus brillantes orbes se abrieron de par en par, y así pudo corroborar que sus pies estaban sobre la arenilla del mismo lago que había divisado incontables veces desde el mirador de concreto; por lo que se dispuso a dar riendas sueltas a sus pasos, los cuales avanzaron con seguridad bordeando la orilla del gran mar estancado que rodeaba a la misteriosa isla a la que debía conseguir llegar. <<Enfrentar mis miedos… abrir mi mente a otros… ya no hay marcha atrás>> eran las frases que daban vueltas por su mente a medida de que prosperaba en su trayecto; hasta que éstas cesaron de forma súbita cuando su visión distinguió a la silueta de su madrina de nacimiento en la zona más cercana a las aguas azul-verdosas del estuario. -¡Arabella! ¿Qué haces tú acá?- preguntó con curiosidad el mago, avecinándose cada vez más a la figura de la bruja. -No hagas que su sacrificio sea en vano, ahijado mío- señaló la prima de sus padres, denotando en su cara un sentimiento de pavor, melancolía y desesperación. -¿A qué te refieres tía?- la cuestionó con un mayor grado de intriga; tanto así que no pudo evitar hacer uso de la Legilimancia y leer de su cerebro lo que ésta deseaba comunicarle. <<El lago… El lago, Elros. Mis niñas. Ellas dieron su vida por ti… por tu causa… ¡Sálvalas!>> transmitió segundos previos de salir corriendo del lugar con una llave de cobre entre sus temblorosas manos femeninas.

 

<<Obstáculos… Pirámide… Siete Puertas>> meditaba el Gryffindor, acordándose de todas las premisas de su maestra, las que afloraron de nuevo en su memoria como recordatorio de todo lo vivido en la clase de la Arcana. Sin pensarlo dos veces, Thomas empezó a sacarse la ropa hasta quedar en bóxer; y una vez listo con su varita de pirul en mano, se acercó hasta la orilla del lago que ahora poseía una capa azabache en la superficie en donde no se podía ver nada de lo que estaba en las profundidades. Creando una burbuja mágica alrededor de su cabeza, el mago se introdujo en las congeladas aguas tras traspasar la lámina de petróleo; analizando rápidamente todo su entorno submarino. A lo lejos, estaban flotando los cuerpos de Zahil y Aranel custodiados por grindylows sedientos de ira y con ganas feroces de atacar a quien osara en acercarse hasta las muchachas veinteañeras. -¡Mis primas!- exclamó con la voz clara gracias al encantamiento casco-burbuja; nadando a toda velocidad hacia donde se hallaban las mellizas. Pero, no todo podía ser fácil, pues mientras el inefable se adentraba cada vez más en las aguas y se aproximaba hacia su objetivo, una serie de recuerdos tristes brotaban en su mente, dificultándole la respiración y debilitando sus reservas de energía al interferir con sus deseos de auxilio. Las imágenes de las hijas de pelirroja ayudándole en la mansión Gryffindor el día del ataque mortífago, sus últimas sonrisas en el despacho del ex director del Cuartel General de Aurores, su sacrificio al querer enfrentar a los dos hombres encapuchados que los interceptaron en el Departamento de Misterios, y también la fuerte explosión en la Cámara de la Muerte que lanzó por los aires los cuerpos sin vida de ambas mujeres hacia los pies del arco que separa la vida la muerte. Todo ahora era una tortura en su subconsciente que luchaba por sacar aquellas representaciones pictóricas de su cabeza... se le estaba complicando la prueba, veía todo nublado... se estaba ahogando.

 

<<No es real… no es real>> trataba de auto-convencerse el adolescente mientras su cuerpo se sumergía cada vez más en las turbias aguas del lago, el cual ahora parecía ser un enorme pensadero que hizo aflojar uno de los instantes más deplorables en la vida del humano. Fue en ese preciso santiamén que percibió las energías cálidas de sus hermanas… Ley, Kyttara, Luna y Morrighan; quienes le motivaron a poner su mente en blanco y así poder concentrar sus ganas en conseguir librarse de la primera barrera. Ya absolutamente convencido de sí mismo, Thomas nadó con “Lion” en su diestra y apuntó con fiereza hasta el conglomerado de demonios acuáticos que flanqueaban a ambas hechiceras. -¡Petrificus Totalus!- exclamó con determinación, forjando una potente luz violeta que se subdividió en tantos rayos como criaturas marinas tenía frente a sus ojos, impactando en cada una de ellas. Su nado se tornó más acelerado hasta arribar al área de conflicto, pero ya los grindylows estaban paralizados, boca arriba, en el fondo del estanque. Y justo cuando sus manos frías se posaron en las de sus adoradas primas, los cuerpos se desmaterializaron tras sonreírle con alegría; y el mago se transportó fugazmente hacia la superficie como si hubiese sido succionado por una gran tromba marina que lo arrojó nuevamente a las orillas del lago. -Bien hecho, Elros- escuchó entremedio de su carraspeo; frase que le motivó a alzar la vista hacia delante para encontrar una vez más la figura de su madrina Arabella. -Toma esto como prueba de tu valor, ahijado mío. Úsala para desencadenar el bote- dijo la fenixiana, tendiéndole la llave de cobre a su sobrino, instantes previos a desaparecer de la escena en un estallido de flores carmesíes tal como lo hacía Rosália a la hora de marcharse. Fue así que luego de vestirse, el Gryffindor liberó la pequeña embarcación y comenzó a remar vigorosamente rumbo a la isla en donde, a ciencia cierta, le aguardaba un nuevo desafío.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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Rosália estaba nerviosa. Hacía años que no se encontraba en aquella situación y le costaba admitirlo, pero caminaba en circulos, por aquella sala circular, bordeando el Ouroboros mientras éste brillaba por cada paso que daba. Su andar era imperceptible, parecía como las plantas cuando crecían sin que nadie lo notara. Su cabello tan rojo como el fuego, estaba acomodado sobre un hombro, mientras que la vestimenta conformada por hojas, ropa tan exótica, se estremecía cada vez que pensaba en Thomas.

 

No estaba nerviosa por la situación, sino porque su pupilo la defraudara, temía que luego de tanto tiempo de vivir sola, después de tantos años de alejarse de las personas, le costara tanto trabajo establecerse dentro de una comunidad y que la decepcionaran. Dentro de su mente, en el rincón más oscuro de su cabeza, sabia que si llegaba a pasar eso, se alejaría sin dudarlo. ¿Que diría el Consejo de Arcanos? Claramente que para cuando se darían cuenta, Rosália ya estaría lejos de allí sin que pudieran hacer nada.

 

Miró la estrella de cinco puntas, donde los aros plateados estaban esperando ser tomados por los Arcanos. Ella tenía que esperar que su pupilo llegara a la pirámide, y para eso, debía demostrar que era apto para poder enfrentarse a la prueba. Solamente esperaba que pudiera sortear aquellos obstácul0s porque la verdadera prueba estaba traspasando la puerta, no antes. Cuando recorrió el circulo por completo, se detuvo y se apoyó en la pared. Tenía que concentrarse un poco más para que pensamientos ajenos no invadieran su mente.

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Luego de encallar el bote a orillas de la isla; Elros se dispuso a caminar tranquilamente por las níveas arenas de la bahía, observando curiosamente cada detalle del entorno que le rodeaba en ese entonces y que, a ciencia cierta, sería el escenario del nuevo desafío que tendría que enfrentar antes de arribar definitivamente a la pirámide del Ateneo. Las palabras de su gran maestra legilimago habían sido concisas: “tendrás que sortear obstáculos”; y por aquello, estaba muy consciente y preparado acerca de los retos que debía afrontar con valentía como todo un Gryffindor. Con la llave de cobre en su dominio, el mago inefable se introdujo en las frondosidades del bosque ubicado en el círculo de tierra en medio del lago, y allí entre los grandes árboles que se enaltaban sobre el borde de éste, se encontraba la figura inmortal de Sofía Elizabeth Granger. -Era de esperarse que tú estuvieses aquí- manifestó el miembro de la Orden del Fénix cuando sus orbes esmeraldas se posaron en los ojos intensos y poco expresivos de la vampiresa. -Ellos lo merecían. No eran más que escoria, como tú- refutó la rubia con arrebato, vistiendo el traje alusivo a la Marca Tenebrosa que ésta debía de usar en las reuniones con los mortífagos en su base o frente al resto de la comunidad londinense en un ataque despiadado.

 

-¿Escoria dices? ¡Vaya! No eres la mujer que he estado conociendo en este último tiempo. Es más… te desconozco absolutamente, querida. La última vez que nos vimos en los bellos terrenos de tu mansión; me propusiste ser patriarca de tu familia… y ahora vienes aquí de esa manera tan irónica a hacer énfasis en la muerte de mis padres ¿No es así? ¡Blasfemia! No creo ninguna palabra de lo que expresas… mujerzuela- comentó el pelirrojo, al mismo tiempo que apuntaba directamente al rostro de la Granger con su varita de pirul. -¿Acaso no te suena el vocablo “cinismo”? Tener una doble cara es común entre los de mi clase. Pero si no me crees… allá tú, pollo. Por mí, este bosque… será tu tumba ¡Avada Kedavra!- se oyó en todos los alrededores mientras un rayo verde salía disparado desde el arma de la déspota hechicera; y de no ser por el ágil “Protego” del hijo de Elvis y Annick, el rayo hubiese dado de lleno en el pecho del apuesto veinteañero. -¡Sígueme y atrápame si sales con vida!- fue lo que la reportera de “El Profeta” agregó en el instante en que sus manos afirmaron una de las escobas voladoras que yacían en las proximidades del espacio musgoso; saliendo disparada por los aires a través de los sakuras, que se asemejaban a los que ambos conocieron en Japón, y otras especies de coníferas que compartían el hábitat. -No te saldrás con la tuya- arremetió Elros con prisa, corriendo fugazmente hasta los transportes con tal de montarse en uno y sobrevolar los cielos en búsqueda de la malvada prófuga.

 

Avada Kedavra! ¡Avada Kedavra!...- eran las frases que salían desde los labios de Sofía, la cual había emprendido la huida con el tesoro en su cintura; chispas letales que eran muy bien interceptadas por el ojiverde que demostraba sus conocimientos defendiéndose de forma óptima y eficaz frente a cada uno de ellos. -¡Espera!- vociferaba con fuerza mientras evadía los árboles que se cruzaban en su camino cada vez que estaba cerca de la bruja, tanto así que su pericia con la saeta de fuego (tal como cuando jugaba Quidditch por Hufflepuff) le permitía acercarse a ratos a la silueta azabache de la Granger. Debía serenarse y no estar pensando en dicha posibilidad de que Sofía… la prima más cercana a sus padres, era la que les había traicionado y, por lo tanto, incitado su trágica muerte. Su viaje en el tiempo era la senda que él había escogido para esclarecer todo; y si no salía victorioso en la prueba que Rosália meditó; jamás sabría la verdad. Dejando todos los temores y resentimientos atrás; el aprendiz de Legilimancia apuntó con “Lion” directamente al cuerpo de la bruja cuando no existió barrera alguna que los separase, y con un certero Petrificus Totalus le paralizó en un santiamén, provocando que ésta perdiera el control de la escoba y se estrellase en uno de los pinos del área. -No eres real- susurró al quitarle la llave plateada a la mortífaga tras descender del firmamento, la cual se lanzó a reír maquiavélicamente antes de desaparecer en el mismo estallido de flores carmesíes que Arabella; dejándole entrever una puerta de metal que poseía una elegante cerradura que, seguramente, se abría usando su nueva adquisición.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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"Thomas"

 

Rosália levantó la cabeza, mirando a la nada misma, aunque realmente estaba mirando con su mente. Pudo sentir claramente los pensamientos que estaba teniendo en ése momento su pupilo, Elros Gryffindor. A veces era una desgracia, escuchar casi todo lo que estaba a kilómetros a su alrededor. Otras veces era de gran ayuda, como en ése caso al darse cuenta que al parecer, su alumno estaba logrando sortear aquellas barreras que le había impuesto, para ver que tan preparado mentalmente estaba. Rosália se irguió y se cruzó de brazos. La espera la estaba matando.

 

Pero debía ser paciente. E hizo lo que había aprendido hacía decenas de años, silenciar su cabeza. Uno a uno, fue bloqueando aquellos mensajes que le llegaban. Lo último que había sentido de su alumno, fue la preocupación, el miedo, las ansias y el enojo por aquella Sofia Granger. Había servido, sería un digno obstácul0 para saber si realmente podría llegar a obtener el Aro de la Legeremancia. Hasta ahora había hecho todo bien.

 

~Puerta...~

 

Murmuró para matar un poco sus ansias, y aquella Puerta, una de las Siete, se materializó, con un extraño símbolo violeta en su centro. Era una mezcla de runas y jeroglíficos. Contaba la historia de todas las personas que habían atravesado el umbral de aquel marco, hubieran aprobado la prueba o no. Lo que importaba es que cada alumno que llegaba a ésa instancia, convertía la siguiente prueba mucho más real. Y habían pasado unos 4 milenios desde entonces. Por eso estaba ansiosa, porque Rosália quería saber a qué se enfrentaría Thomas y como realmente saldría de eso.

 

Caminó alrededor del Ouroboros, y apenas rozó aquellos anillos tan simples, tan plateados y observó el suyo. Aquel anillo tan verde como la ropa que llevaba, con una piedra realmente hermosa.

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Con la llave de plata en la mano; Elros caminó hasta tener enfrente la majestuosa puerta de metal que contenía una cerradura que, a ciencia cierta, coincidiría con los dientes férreos del tesoro que el pelirrojo obtuvo como premio de su anterior encuentro con la francesa de intenciones mortífagas. Tras maniobrar bien el picaporte, sus pies ligeros tocaron suelo en la entrada al terreno de los setos. Eran todos muy altos y frondosos, tal cual como los bellos árboles japoneses que recordaba en el Lago Watanabe; formando pasillos que se enlazaban entre sí en una especie de laberinto que tendría que sortear con valentía para conseguir su tan anhelada meta. Con el pecho enaltado de coraje y su varita de pirul empuñada con suma entereza en su diestra; el ojiverde se aventuró a dar sus primeras zancadas en lo que parecía ser una zona húmeda y un tanto pantanosa; pero cuando estaba at portas de ingresar al gran enmarañado de vallas, dos figuras trascendentales en su vida se plasmaron delante de sí tal como un par de ilusiones que añoraban ser vistas por su corazón. -Elros. El pequeño Elros. Nuestro hijo- susurró la dulce Annick con voz temblorosa. -Otra vez. La familia Gryffindor cayó otra vez- se lamentaba Elvis melancólicamente. -¿Padres? ¿Qué es lo que hacen aquí? Yo… yo… los extrañaba tanto- manifestó el inefable, al mismo tiempo que sus musculosos brazos trataron de encerrarlos a ambos en un cálido apretón que no pudo ser, debido a que sus manos traspasaron irremediablemente los cuerpos de sus padres.

 

-¿Dónde estamos hijo? ¿Tus hermanas están a salvo?- preguntó la Poulain absolutamente desorientada, mirando hacia todas las direcciones posibles como si estuviese buscando algo o tratando de ubicar un camino expedito hacia alguna parte. -Pero Elros… ¿Qué es lo que haces aquí? ¿Acaso no te dije que te quedaras en casa con la familia? No debiste seguirnos a un territorio hostil como éste- regañaba el director de Hogwarts y la Universidad, sin dar tregua al veinteañero de explicarle las circunstancias que les rodeaban. -¡Guarda silencio! Los miembros de la Marca nos estaban siguiendo… tu madre y yo… ya habíamos optado por regresar con ustedes… y ahora tú vienes aquí a ocasionar más problemas- agregó el escocés con mucho temor reflejado en sus ojos, ya que no estaba en sus planes el tener que arriesgar la vida de su único primogénito varón en batalla. -Pero papá… Nosotros no… o sea… nosotros no estamos en Ottery… ni en Nurmengard… ni en la Fortaleza Oscura- dijo el aprendiz de Rosália, esperando hacer entrar en razón al mago experimentado. -Y sí mamá… mis hermanas están a salvo… quedaron con tía Arabella… Ella trasladaría a la familia a un refugio de ser necesario… Pero eso no viene al caso ahora… ustedes no están donde creen que están… Esto es una prueba que mi maes…- fue lo que alcanzó a decir antes de que veinte figuras encapuchadas se presentasen ante los tres.

 

-¡Están aquí querido! Corre… Huye de acá Elros- gritó Annick con desesperación mientras interponía su cuerpo como barrera contra los posibles hechizos que los mortífagos lanzarían en contra del fenixiano initié. -¡Sal de aquí hijo! Cuida a tus hermanas- pronunció Elvis en un santiamén; palabras que calaron profundamente en el alma del alquimista del futuro, el cual cayó de rodillas al piso totalmente consternado. <<Esto no puede ser cierto… No, no, no… No puede ser cierto… ¡No!>> repetía una y otra vez, tomándose su cabeza con ambas manos mientras mantenía sus orbes esmeraldas cerrados. <<Yo no estuve al momento que mis padres fallecieron… Yo… yo fui con Zahil y Aranel al Ministerio… Teníamos que ir al Departamento de Misterios a encontrar el giratiempos… Yo no fui el culpable de la muerte de mis padres… ¡No fui el culpable!>> sollozaba en voz alta, al unísono con los lamentos del matrimonio de la Orden de la Mano de Plata tras recibir los impactos de los hechizos que empezaron a calcinar sus cuerpos una… dos… tres… y cuatro veces; tal parecía que la muerte los abrazaba sin cesar frente a la representación desequilibrada del pelirrojo. <<No es verdad… No es verdad… Esto está pasando en mi mente… Es obra de Rosália. Es uno de los obstáculos… no es real… ¡NO ES REAL!>> vociferó el muchacho a todo pulmón, al mismo tiempo que sus ojos se abrieron como platos delante de la nada misma. Ya no estaban los veinte ocultos magos tenebrosos… ni tampoco los fantasmas de sus padres que le habían entorpecido el paso desde un comienzo; en lugar de todo eso se hallaba un cálido resplandor luminoso que englobaba a la llave dorada suspendida en el aire, y cuando éste la apretó entre sus manos… se pudo oír en su consciencia: “Siempre estaremos orgullosos de ti y de tus logros… mi niño… mi espumita de estrellas” (Annick)“Tu valor y tu corazón siempre te guiarán por la senda de la justicia como un auténtico león… como un verdadero Gryffindor… como mi amado Elros” (Elvis)... Y tan pronto como ambas voces se apagaron en medio de aquel laberinto; un par de lágrimas rebeldes discurrieron por las mejillas del mago, justo cuando sus pies se enfilaron hacia el centro… rumbo a la pirámide.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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Rosália miró la puerta nuevamente. ¿Tan segura se encontraba al llamar la puerta de antemano? La Arcana quería asegurarse de alguna manera, que su pupilo si llegaría dentro del la pirámide. Estaba segura que al cabo de algunos segundos más, la figura de Thomas atravesaría el umbral de entrada para poder definitivamente, entrar a lo que sería su prueba. Rosália estaba pensando que era lo más dificil, los obstáculos que ella misma había colocado fuera de la isla eran solamente un bocadillo de lo que debía hacer dentro de la puerta de Legilimancia.

 

"Al menos el camino se empieza con el primer paso"

 

Pensó la pelirroja, mientras terminaba de caminar por aquella vuelta que había empezado, volviendo donde había estado esperando a su alumno. Se volvió a apoyar contra la pared, mientras entrecruzaba sus brazos. Por ahora no había otro Arcano, eso quería decir que la pirámide no era tan visitada como ella creía. Ése sitio era tan mítico, tan antiguo y tan poderoso, que tenían que hacer algunas cosas antes de poder encontrarlo. Lo primero era invitar a los alumnos, y lo segundo era que demostraran su fuerza. Por último tenía que corroborar que Thomas de verdad quisiera entrar. Ya luego no había marcha atrás.

 

Miró la entrada. Pudo sentir la presencia de aquel recuerdo fugaz que atosigaría a su pupilo. Sabía muy bien cuáles eran los puntos débiles de las personas y su trabajo consistían en utilizarlos, en modificarlos y si era necesario, en obligar a las personas a que se arrodillaran delante de ella. Rosália movió su varita. La puerta violeta desapareció y las runas-jeroglíficos quedaron atrás. Cuando Thomas entrara, no vería ninguna puerta, solamente la pared circular, dentro de aquella sala circular. Aunque claramente la estrella con las cinco puntas y el Ouroboros estaría fijamente en el centro. No quería decepcionarse o tendría que tomar represalias por ello.

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Tras salir del laberinto de los setos; Thomas dirigió sus pasos hasta el centro del lugar, en donde estaba una enorme puerta de oro ornamentada con diferentes figuras y runas que se enaltaban por variadas zonas del marco de ésta; todas del mismo material metálico dorado que es tan preciado, antigua y actualmente, para los duendes de Gringotts. Una vez que su silueta fornida y avasalladora cruzó el umbral, se topó de frente con un mar de dunas del desierto que rodeaban el perímetro hacia la majestuosa pirámide que se vislumbraba en la franja más nuclear del área que parecía ser, a simple vista, más grande y extensa que la isla misma; llamando la atención del mago, el cual pensó que podía tratarse de un espejismo de esos típicos que se producían en terrenos arenosos como ése. Con tres llaves en su poder, el inefable caminó confiado por la sabana egipcia; observando que en el cielo, en vez de sol, permanecía indemne una enorme bola de cristal violeta que teñía del mismo color todo el ambiente que entornaba al aprendiz de Legilimancia. -¿Qué será? ¿Una luna morada? ¿O es que acaso Rosália tiñó el astro con su poder?- se cuestionaba en voz alta el Gryffindor, sin dejar de avanzar entremedio de la molestosa arena que, a ratos, se metía por sus deportivas níveas recién compradas en el Magic Mall.

 

-¡Ahí está mi maestra! ¡Rosália! ¡Maestra Pereira! Lo he logrado… ¡Rosália! ¡Rosa…- fue lo que alcanzó a vociferar el patriarca de la Granger cuando sus pies arribaron expeditos a la bajada de la pirámide; gritando con fervor al ver a una estampa femenina en la entrada de la estructura milenaria. Pero su voz se opacó en un ahogo tras notar que no se trataba de la bella brasileña, sino de una mujer a quien conocía a la perfección y que nunca se habría imaginado en su vida el volver a hallársela, menos en una parte como ésa. -¡Fue tu culpa, Thomas! ¡Me dejaste sola! ¡Mírame!- exclamó Millie con pesar en sus palabras. Su rostro estaba quemado, su piel enrojecida y deteriorada, su mirada perdida en el horizonte; no era la misma, claramente, que había conocido… un aura extraña la rodeaba, su energía paladín no era aquella cálida aura que tanto le seducía… ¿Quién era en realidad? -¿Thomas? ¿Por qué me llamas así? Ése no es mi nombre, ¿amor? Si es que acaso te debo llamar así- dijo el apuesto veinteañero, acercándose cada vez más a la muchacha que fácilmente podía ser confundida por una estatua de mármol dañada. -¡Claro que sí! Supe que te han de llamar de esa manera en estos años ¿No? Ocultándote de todo… como siempre… un cobarde- gritó la Diggory con resentimiento en su expresar. -¡Vaya! Sabes muy bien que mi nombre es Elros Gryffindor… y que soy tu prometido. Pero veo que tú no eres aquella doncella de la que yo me enamoré… ¡Eres un fraude!- respondió mientras echaba un vistazo a su anillo de plata con forma de león, símbolo de la formalización de su relación; percatándose que la joya de “Millie” no tenía el diamante oscuro entre sus fauces. -¡Impostora!- vociferó muy fuerte, tanto así que el apelativo retumbó por todo el perímetro; justo antes que la hechicera diera riendas sueltas a una risa maquiavélica que se acompañó por el estallido de flores rojas que la desaparecieron de su perspectiva mortal; pues su energía se transportó hacia la bola de cristal que brilló con mayor fulgor, cegando al pelirrojo, el cual se tuvo que cubrir los ojos en un gesto de desesperación y cautela ante la amenaza lumínica.

 

-¿Dónde se ha ido?- preguntó un consternado adolescente cuando recobró la visión, pero ahora sus ojos se abrieron como platos cuando en vez de la esfera morada había una gran abeja de tamaño colosal. Ésta tenía una llave violeta colgada bajo la cabeza, y la lanceta apuntaba directamente hacia un temeroso Elros que se veía enfrentado a su peor pesadilla en medio del desierto, at portas de ingresar a la pirámide del Ateneo. Con un apresurado y algo vertiginoso movimiento, esquivó la colisión del insecto volador, quien arremetió en su contra en una embestida que derribó parte de los escalones. -Corre, Thomas, corre- se dijo a sí mismo mientras sus pies se lanzaban a correr por la arena, siendo seguido por el zumbido que tanto pavor le provocaba desde que era niño. Pese a ser amante de la miel, el muchacho le tenía aprensión a las abejas, abejorros y avispas; por lo que no dudó ningún segundo en emprender la huida rumbo a la puerta dorada que le había dado paso a dicho lugar de la isla en donde realizaría su prueba de vinculación con el aro de la habilidad. <<Rosália indagó en mi mente y me está enfrentado a mi peor miedo… Debo tranquilizarme… Esto es parte del juego que decidí tomar voluntariamente para ser legilimago>> caviló con determinación cuando su espalda se acorraló contra la metálica puerta de oro. Sin saber el porqué de su actuar y empuñando con firmeza su varita de pirul contra la criatura que estaba a punto de enterrar el aguijón en su pecho; el alquimista exclamó “Riddikulus” sin olvidar pensar en una reflexión feliz que, fugazmente, transformó a la abeja gigante en un globo de helio que rebotó contra su torso y luego salió despedido hacia lo más alto del firmamento hasta que se perdió de vista en una explosión carmesí que dejó caer desde las alturas a la llave violeta que le serviría para pasar a la siguiente fase del entrenamiento mental de la carioca.

 

-¿Un boggart? ¡Qué sorpresa!- suspiró el hijo de Elvis y Annick; sonriendo aliviado cuando recobró la compostura y logró respirar con mayor tranquilidad. Fue así que sus pies ligeros y más convincentes, se orientaron una vez más hacia la pirámide; y al llegar a los escalones de piedra, comenzó a subir sin vacilaciones con las cuatro llaves en su poder. <<¿No hay una puerta aquí?>> curioseó el ojiverde en el instante en que estaba a escasos segundos de cruzar el umbral de entrada; hecho que le instó a traspasar con valentía la barrera invisible de la pirámide para contemplar en persona la Sala Circular. El mítico Ouroboros yacía ahí solemnemente… una estrella de cinco puntas rodeada por aquella serpiente que se mordía la cola… todo el ambiente, en sí, englobaba un éxtasis que se respiraba en el aire. -Maestra, he llegado- saludó Elros hidalgamente mientras sonreía tras realizar una reverencia; pues ahí se encontraba la Arcana Rosália Pereira apoyada contra la pared de pedruscos con los brazos cruzados y su asombrosa Vara de Cristal en su mano derecha.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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~Ya era hora, Thomas~

 

Rosália ya había escuchado que su alumno se acercaba cada vez más. Era sabido que si había pasado dos barreras, pasaría las otras sin problema. Pero había visto perder la cabeza a muchas personas. Todos conocían sus miedos a la perfección, pero por ésa misma razón, la gente se acostumbraba a subestimar cualquier cosa, por lo que muchas veces les jugaba en contra. Aunque La Arcana de Legilimancia no podía estar todo el tiempo negada. Era maestra. Alguien la había elegido para aprender de ella. Como tenía que recalcar lo malo, su deber tambien estaba en resaltar lo bueno. Ya no había tanto más que hacer.

 

~Aunque debo admitir que has hecho un gran trabajo, joven aspirante~

 

Rosália le dedico una sonrisa. Se irguió, dejando atrás la pared que le había servido de apoyo, mientras las hoja de su vestimenta se estremecían. Su Vara realizó algunas chispas verdosas aunque ambos la ignoraron. Ésta volvió a rodear el Ouroboros, pero ésta vez dedicada a estiró suavemente sobre aquella estrella. Con dos de sus dedos tomó aquel anillo plateado, simple, sin nada especial. Se lo acercó a su boca y le dio un soplido, para quitarle un poco de polvo. ¿Cuántos años habían pasado desde el último aspirante? No lo sabía. Tal vez allí la magia no era tan poderosa como el verdadero Ateneo.

 

~Pero ésto recién comienza. Solamente queda saber una cosa. ¿Estás preparado para atravesar la Puerta? ¿Estás listo para realizar la prueba? No hay vuelta atrás. Una vez dentro, te enfrentarás a más que a éstos obstácul-s de recién. No hay comparación~

 

La Arcana continuó caminando por el borde de aquella serpiente, para acercarse a su alumno. Esperaba que la respuesta fuera afirmativa, porque sino sería más que tiempo perdido. Pero si había llegado hasta allí, era porque al menos su intención era realizarlo. Sabía muy bien que nadie era consciente de las cosas que ocurrían allí dentro. De hecho había magia especial, Elros no tenía noción de nada, irían apareciendo situaciones, pruebas y más barreras hasta que la misma sala lo quisiera. Pero no estaría solo, por eso le comentó antes que respondiera.

 

~Pero no vas a estar solo. Éste anillo será el medio que utilizaremos para comunicarnos. No se me permite entrar, solo pude entrar cuando crucé las Siete Puertas para convertirme en la Arcana que soy hoy en día. Lo harás tu solo, pero estaré aquí, pendiente, por si necesitas un consejo, una ayuda. Cuando te lo coloques, se mantendrá así, pero si pasas la prueba, el anillo mutará y se transformará a una copia del mio. No será el mismo, pero si una pequeña representación de lo que es la Legilimancia. Solo tú podrás usarlo.~

 

Rosália Pereira le tendió su futuro anillo para que se lo colocara. Luego le mostró el de ella para que pudiera observarlo, pasaría ser un aro plateado a aquel tan vivo como las plantas. Verde, con forma de enredadera y aquella hermosa piedra de Jade. Éste lo aceptó y estaba segura de que aceptaría. Antes que atravesara el umbral de la Puerta de la Legilimancia, le advirtió.

 

~Una última cosa. Cuando entres, olvidarás el porqué estas allí. No recordarás nada de la habilidad. Nada de mi. Nada de que estás en la prueba. La Prueba se encargará de todo lo que pase allí. Asi que ten cuidado, porque si te ocurre algo, no podrás salir nunca.~

 

Ésta se alejó unos pasos después de dirigirle una reverencia. Su trabajo había terminado allí. O perdía a un alumno o se ganaba a un pupilo.

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-Sí, ya era hora… y todo gracias a sus enseñanzas; me ayudaron mucho allá afuera… me ha hecho un mago más fuerte, maestra- respondió el Gryffindor, correspondiendo la sonrisa de la Arcana con un leve inclinar de su cabeza en señal de agradecimiento y obediencia. Todas las partes del cuerpo de Rosália parecían estar en completa sincronía con el ambiente que se respiraba dentro de la pirámide del Ateneo, sobretodo las hojas que pintaban de verde aquel entorno que se bañaba de piedras y runas antiguas sin un significado conocido para el chico aprendiz de Legilimancia. Mientras la brasileña rodeaba el Ouroboros, Elros observaba con cautela cada uno de sus movimientos, llamándole la atención el instante en que ésta agarró uno de los plateados anillos que estaban ahí y se lo tendió con amabilidad. -Sí, soy digno de presentarme a la Prueba y atravesar la Puerta- contestó con valentía. -Entendido- agregó el inefable mientras se colocaba la joya en su dedo meñique derecho; recordando cada una de las palabras que la Pereira le había obsequiado como enseñanza y, ahora, como advertencia en medio de dichas cuatro paredes de concreto ancestral que cobijaban sus cabezas. Ya con la tranquilidad necesaria para enfrentar el reto, optó por adentrarse hacia su destino; pero la voz de su mentora le hizo voltearse una vez más para mirarle por última vez directamente a los ojos, segundos previos a afrontar su desafío definitivo. -Lo tendré en consideración en alguna parte de mi subconsciente… Gracias por todo… Rosália- expresó sonriendo, justa y precisamente, en el aliento en que su respirar desapareció al cruzar el umbral de la Puerta.

 

Un fulguroso destello de luz violeta le cegó absolutamente, una sensación de calor invadió cada poro de su nívea piel, y el sonido de un precipitado estruendo resonó en sus oídos en el santiamén en que el veinteañero se vio parado en una sala sin terminación alguna, sin un límite ni pared definida… era como estar en medio de la nada. Con un ágil movimiento se dio la media vuelta para corroborar de dónde había venido y, en lugar de una puerta, no se vislumbró ni una muestra de su paradero de procedencia. <<¿Dónde estoy? ¿Qué es lo que hago aquí?>> se preguntaba para sí mismo el patriarca Granger mientras sus pies se daban un pequeño paseo por el área blanquecina que relucía como el brillo de sus dientes, blanca como la nieve, pero solitaria como un fiel desterrado a manos de su rey. Al encaminarse, el sagaz aventurero pudo notar que no traía calzado alguno y que sus pies se mojaban en cada paso que daba; pues todo el terreno estaba cubierto por una ligera capa cristalina del agua más pura que podría haber imaginado en su vida, tan traslúcida que podía ver su reflejo a través de ella. <<Maravilloso>> caviló, dándose cuenta que sus ropas combinaban con todo el ambiente que se podía examinar ahí; vestimentas albinas y ligeras que cubrían su cuerpo.

 

Estaba sereno, como nunca antes lo había estado; tenía armonía en su corazón y su mente ya no se manifestaba alborotada con todos los pensamientos que solían embriagarle en su diario vivir. Ya no existían las preocupaciones, las penas, las alegrías… No había lugar a las emociones tampoco… era él y la soledad. Pero en el momento exacto en que ya se había auto-convencido de que no podría salir de allí; a lo lejos, pudo distinguir un objeto alto que se imponía en medio de las aguas. Con precaución, el fenixiano se aproximó hasta él, y con la mirada clavada en cada una de sus terminaciones arquitectónicas, se convenció de que su ser más espiritual estaba frente a un espejo. -“Oesed lenoz aro cut edon isara cut se onotse”- fue lo que leyó el primogénito de Elvis y Annick de la inscripción que figuraba en la parte superior de la reliquia, sin querer acercarse demasiado a lo que parecía ser algo inofensivo dentro de todo. Luego de meditarlo brevemente, se decidió a verse reflejado en él para ver si su persona era la misma que mostraban las aguas que bañaban sus pies descalzos, pero al asomarse, sus ojos esmeraldas se abrieron como platos de la extraña sorpresa que se llevó. Frente a él se reflejaba la figura de un niño de al menos ocho años de edad, con cabellos rojos y contemplación verde jade, labios delineados y un indiscreto lunar con forma de medialuna al costado izquierdo de su cuello. -¿Quién eres tú?- inquirió Elros sin saber el porqué de su accionar tras querer dirigirle la palabra a algo que no podría refutarle nada, pero para mayor desconcierto de éste… el pequeño sí le respondió. -Yo soy tú… y tú eres yo- reveló aquella sombra en colores que parecía haberse desprendido de su propio cuerpo.

 

-Poderosa es la magia… ¿No lo crees… Elros? Siempre pensé que tendríamos la grandiosa oportunidad de vernos algún día. ¿Sigues sin reconocerme? ¿Te parece ilógico que estés parado frente a un espejo y puedas hablar contigo mismo de hace más de diez años atrás? No te cuestiones… El magistral Espejo de Oesed todo lo puede. Sí… la leyenda dice que te hace navegar en tus deseos más profundos y desesperados del corazón. ¿Acaso soy yo la mayor muestra de tu felicidad?- pronunció el infante esbozando una sonrisa. Por su parte, el actual mago no podía emitir palabras… tenía un nudo gigantesco en la garganta que no le permitía hablar… ¿Qué era lo que estaba pasando? ¿Por qué estaba ahí? ¿Quién era ese crío que le miraba a través del espejo? ¿Sería posible que fuese él? Sí… reconocía su fisonomía de antaño, pero era tan absurdo y poco probable que prefirió no perderse más en el universo de la incertidumbre que recorría sus venas mortales. -Siempre fuiste un inútil… y lo sabes. Amado por tus padres… resguardado por tus hermanas y sobreprotegido por tu familia. Fue por eso que nunca surgiste ni brillaste con luz propia. Todo… todo lo que te ha franqueado hasta ahora ha sido exclusivamente… culpa tuya- sentenció la sombra con sarcasmo, sin darle tregua alguna a Thomas ni derecho a réplica… Estaba anonadado y consternado.

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