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Prueba de Oclumancia #2


Aailyah Sauda
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Hacía relativamente poco que había estado en aquel lugar, aunque el tiempo para ella no discurría del mismo modo que para los demás. La única diferencia para ella en aquella ocasión (y en todas, en general) era la identidad del pupilo al que llevaba hasta el Portal de las Siete Puertas. Esa vez, su acompañante era Sagitas, una hábil joven que incluso había intentado engañarla durante sus clases mostrándole respuestas falsas a los interrogantes que Sauda buscaba en su mente. Aquel había sido un gran punto a favor de la pelimalva, debía reconocerlo, y también le había parecido un momento bastante divertido y ocurrente.

 

Ahora se encontraban junto al lago que las separaba de la isla que albergaba la Gran Pirámide. Sauda miraba fijamente al otro lado, sin ni siquiera parpadear. Estaba totalmente concentrada en sus pensamientos.

 

Antes de poner presentar la verdadera prueba, Sagitas tendría que llevar al salón circular que albergada el famoso Portal de las Siete Puertas. Para ello, Sauda había dispuesto cuatro retos por el camino que debía seguir para alcanzar su objetivo que la pondrían a prueba de varias formas, relacionadas o no con la Oclumancia, para que demostrase que estaba preparada para afrontar lo que vendría a continuación.

 

En primer lugar, debería atravesar el lago que la separaba de la isla. Había un bote de madera en la orilla con un par de remos, que podría usar para ello. La parte negativa era que, en cuanto subiera al bote, Sagitas se vería privada de su magia y tendría que avanzar con el bote mugglemente, es decir, remando. Con ello, probaría que su resistencia física hacía justicia a la resistencia mental que habría de demostrar un rato después.

 

A continuación, cuando alcanzara la otra orilla, se encontraría un frondoso bosque que albergaba en su interior la Gran Pirámide. Encontraría varios senderos, aunque ella en principio no sabría que todos la conducirían a la misma entrada de la Pirámide y le mostrarían las mismas pruebas. Cuando penetrara en el bosque, encontraría un sendero con un montón de telarañas que cruzaban el camino de lado a lado. Para atravesarlo, debería usar las manos pues su magia seguiría limitada y, al tocarlas, unas toxinas entrarían en su organismo y le embotarían el cerebro haciéndole perder el rumbo. La única forma de librarse de ellas sería precisamente cerrando su mente con la habilidad que Sauda le había ayudado a desarrollar, pues la oclumancia serviría también para aquel tipo de ataques. En cuanto creara una barrera en su mente, las toxinas desaparecerían de su cuerpo.

 

Una vez superara aquel camino, podría avanzar un buen trecho hasta toparse con un montón de doxys que la pondrían en apuros, aunque su magia volvería a estar activa y podría deshacerse de ellas de la mejor forma posible (lo cual notaría con una pequeña vibración en su varita). Cuando lo hiciera, tendría que hacer frente al cuarto desafío. Éste consistía simplemente en continuar su camino hacia adelante sin dejarse llevar por las ilusiones que Sauda crearía en su mente en ese punto, haciéndole pensar que debía torcer en varias direcciones, fueran cuales fuesen, perdiendo así el rumbo justo cuando estaba a punto de alcanzar el final.

 

Si conseguía deshacerse del último ataque de la arcana en aquella clase que habían llevado juntas, Sagitas podría entrar a la Gran Pirámide.

 

— Yo te esperaré al final del camino, Sagitas, en la antesala del Portal de las Siete Puertas. Allí te indicaré cómo continuar el camino. Mientras tanto... protege tu mente —le explicó con simpleza, sin apartar la mirada del bosque. Luego, lentamente, la miró y esbozó una suave sonrisa—. Mucha suerte, no pierdas de vista tu objetivo.

 

Y después, simplemente desapareció.

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-- ¡No me gusta la Aparicióoooooooon....! -- grité al aire mientras mis tripas se revolvían y desaparecíamos.

 

Si la Arcana me sintió o si, sencillamente, pasó de hacerme caso, no lo sabré jamás. La cuestión es que cuando volví a sentir el suelo bajo mis pies, me senté y me agarré a mis rodillas, poniendo la frente sobre las mismas y respirando de forma pausada para recuperar el control sobre mi misma. Era un ejercicio sencillo que me había enseñado una amiga a la que tampoco le gustaba aparecerse y le funcionaba de maravilla. A mí también me funcionó, por supuesto, pero durante un tiempo (corto o largo, no sé, eso varía de las veces que necesite respirar para recuperarme) me sentí vulnerable. Con el estómago revuelto no hay manera de concentrarse en crear muros ni nada de eso.

 

Cuando pude situarme, recordé el lago y me enfurruñé un poco.

 

-- Joooo, si podía leerme la mente podría haberse dando cuenta que odio las apariciones. Prefiero la Flu o las escobas suaves. ¿Cómo es que puede aparecerse? Leñe, los Arcanos y los Uzzas deben de ser unos niños mimados por la Dirección de la Universidad. A mí, mi primo Elvis siempre me ha dicho que está prohibido aparecerse.

 

Sí, vale, gemía como una niña mimada a la que le acaban de quitar su juguete preferido y le han obligado a hacer algo que no quería, pero es que soy muy sensible y sólo llevaba en el estómago las frutas que me había comido al principio de conocer a la Arcana. ¡Y había estado a punto de vomitarlo todo!

 

Respiré profundamente antes de levantarme y miré más allá del lago, de la misma manera que hacia la Arcana. Después negué con la cabeza en un gesto de frustración.

 

-- Joooo, ya he pasado por esto antes, en Nigromancia. ¿No sirve? Esta parte ya me la sé.

 

Pero la Sauda ya había desaparecido, después de aconsejarme que protegiera mi mente.

 

-- ¡Demonios, qué chica más rápida! -- O mujer, pues tenía que recordar que todos los Arcanos eran mayorcitos.-- Bueno, pues... A cruzar el lago otra vez.

 

¿Cómo lo había hecho la primera vez? Ahora mismo... Ah, sí, por un puente sobre los muertos que lo poblaban. Sin embargo, el lago hoy estaba muy tranquilo y no había ninguna señal de muertos.

 

-- Hum... Mejor, no tengo el espíritu necesario para tratar con los idem que poblaron el lago en aquel momento.

 

Menos mal que a simple vista había una barca de madera. Sonreí, satisfecha. Iba a ser fácil. Me subí y me quedé de pie, mientras señalaba con mi varita a la otra orilla.

 

-- Vamos allá.

 

Me quedé así un momento, quieto, en pose un tanto parecida a ese tal Colón que señala hacia las Américas con su dedo, igual de estática como si estuviera subida a un pedestal. Cuando me di cuenta que no funcionaba, fruncí el ceño. Una ligera idea se metió en mi cabeza.

 

-- No habrás sido capaz... Accio remo...

 

Hice la prueba como uno de los dos remos que había en el interior y ni se movió. Arqueé una ceja, disgustada. ¡La arcana pretendía que remara! Me senté en el centro y la barca se tambaleó. Cerré los ojos, implorando clemencia a los dioses. Empecé a mover los remos, primero uno y después el otro. lLa barca se movió en círculos pero no me alejé más que unos palmos de la orilla.

 

-- ¡Malditos remos! -- Me puse de pie para cambiar de postura. Uno de los remos se cayó al lago y le vi alejarse al fondo mientras metía la mano en el agua en un vano intento de sujetarlo. -- ¡A la porra! Buscaré otra manera de cruzar.

 

Intenté saltar la poca distancia que tenía con tierra pero creo que la Vela no es mi deporte preferido. La barca volcó y yo con ella. Sentí que el agua me cubría y braceé hasta agarrarme a la nave que ahora estaba girada, con la quilla mirando al cielo. Conseguí subirme y espatarrarme encima de la madera, sin moverme mucho para no volver a probar el líquido.

 

-- ¡Estoy toda mojada y no puedo usar la magia para secarme! -- protesté en voz alta. Después empecé a remar con las dos manos hacia la orilla opuesta. No es que supiera mucho, pero había visto películas muggles donde usaban esa técnica para después hacer Surf. Funcionó, tardé lo mío pero al final llegué a mi primer destino y me lancé prácticamente al suelo. Gateé un poco para alejarme del agua y así no caerme de nuevo y me estiré para descansar. ¡Por los dioses! Me dolía todo. -- Ay, y aún me quedan varios entresijos antes de llegar al Portal.

 

Otra vez me quejaba. Estaba demasiado cansada para moverme. Me iba a quedar allá estirada un ratito más.

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Nada más empezar con el primer obstáculo, Sagitas dejó muy claro que ella no era una bruja como los demás. Sauda estuvo a punto de soltar una carcajada, aunque la contuvo a tiempo y simplemente esbozó una amplia sonrisa mientras se llevaba una mano a la frente, sacudiendo la cabeza. Verla volcar en el bote había sido algo muy divertido, jamás hubiera imaginado que un aspirante a un Anillo de Habilidad pudiera tomarse aquel tipo de desafíos de la forma en que lo hacía aquella curiosa pelimalva que no dejaba de sorprender a su maestra. La arcana siguió atenta a sus acciones, ahora que atravesaba el lago subida en el bote al revés, como si de una película de supervivencia se tratase. O de humor, a juzgar por los pensamientos y comentarios de la mujer.

 

Cuando alcanzó la orilla, siguió protestando y fue gateando un poco hasta que se dejó caer en el suelo, aparentemente para descansar. La anciana puso los ojos en blanco y luego volvió a sacudir la cabeza. ¡Aquella joven era de lo más curiosa!

 

«¡Sagitas! ¿Esas son todas las ganas que tenías de alcanzar la Prueba de Habilidad?», le regañó Sauda a través de su mente, fingiendo auténtico enfado cuando realmente no lo sentía. «Esperaba más esfuerzo por tu parte. De hecho, aún lo espero. Así que deja de compadecerte por lo difícil que es hacer las cosas sin magia y sigue adelante, con las defensas de tu mente preparadas para lo que pueda suceder a continuación. No necesitas la varita para todo. ¿Crees que estás a salvo ahí, tirada en el suelo? Vamos, adelante. No creo que quieras perder la posibilidad de adquirir el Anillo de Oclumancia, ¿verdad?».

 

Dejó que aquellas palabras resonaran en la mente de Sagitas como si fueran un eco. Así probablemente se tomaría las obstáculos que llegarían a continuación de una forma más relajada que aquel primero mientras Sauda seguía atenta, por si necesitaba su ayuda. O un nuevo falso regaño, pues no había perdido la sonrisa ni por un instante.

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Estar allá estirada me sentó de maravilla. Para quien no sepa que remar con las manos es de lo más difícil del mundo mundial no entenderá que yo me tirase en el suelo y cerrara los ojos, recuperando el ritmo de respiración y eliminando el cansancio que me había producido el sujetar el bote boca abajo con los muslos y remar de forma improvisada con los brazos. Si me hubieran dejado, me hubiera quedado más tiempo allá, descansando. Pero la voz de la Arcana sonó crítica y divertida a la vez. Eso era buena señal. ¿O sería mala? Por si acaso, me levanté, con los músculos de los antebrazos hechos papillas y con las piernas casi sin poder juntarlas, como si aún tuviera la quilla del bote entre ellas.

 

-- Ya voy, ya voy -- refunfuñé... Lo hice en voz alta, pero pensé que, ya que me estaba evaluando para saber si era apta para cruzar el Umbral del Portal de la Pirámide, seguí con mis pensamientos, con la absoluta certeza que ella me estaría "escuchando" : -- En mi próximo estudio de habilidad, si es que llego a hacer alguna más, me traeré algo para cruzar el lago. Como estudie las 7 habilidades se va a hacer tedioso el cruzar estas aguas; no pienso remar de nuevo.

 

Me chupé los dedos porque los tenía arrugados de la humedad del agua y avancé por el camino que medio conocía, pues ya había estado allá una vez, aunque no parecía del todo igual.

 

-- Que me esfuerce más, que me esfuerce más... -- respondí a su acusación, por lo bajini, algo ilógico porque ella estaba oyendo lo que pensaba. ¡Ah, no, iba a decir un improperio de los gordos, así que mejor que no me oyera! Cerré los ojos para relajarme (ya que el cansancio de mis músculos era tan intenso que necesitaba separar el dolor de mi mente), levanté los muros necesarios para soportar lo que viniera a continuación y dice un taco. Sí, tal como suena, un cacho taco que pondría roja a cualquier verdulera. Quien conozca mis orígenes, no siempre he sido tan delicada y bien hablada como parezco después de vivir tanto tiempo en el pueblo. Mi pasado funambulesco por pueblos asturianos me había enseñado unas cuantas groserías bien gordas.

 

Después comprobé a mi alrededor, abriendo sólo un ojo. Hum... Parecía que había conseguido que la vidente no me oyera, o seguro que tendría una plaga de mosquitos persiguiéndome hasta llegar a la Pirámide. ME sentí más a gusto y entonces avancé por aquel bosque que ya había pasado una vez. En aquella primera ocasión, iba descalza, así que ahora me puse casi de puntillas para tener cuidado donde pisaba. Aún recordaba aquel nido de... ¡aggg, puaj, qué asco hasta el recordarlo...!

 

Me apreté los brazos, con algo de frío y avancé. Torcí el ceño al ver varios caminos que divergían y se alejaban entre sí.

 

-- ¡Demonios! ¿Cuál es el correcto?

 

Silencio.

 

Si esperaba que la Arcana me ayudara... Bueno, pues tendría que escoger el correcto para llegar a mi destino y, la verdad, ya no recordaba cual había usado en Nigromancia. Vale, una moneda. Cara, la derecha; cruz, la izquierda. Si rueda y se pierde en la maleza, la del centro... Tiré una moneda al aire y la cogí entre las dos manos. La muy... se resbaló por el borde de las dos manos y rodó hacia la izquierda. Corrí tras ella.

 

-- ¡Espera, que es un galeón! -- ¿Por qué no habría tirado un knut? Encima, había caído mal, puesto que seguía rodando por la izquierda cuando había decidido que si rodaba, sería el camino del centro el elegido. ¿Pero quién discute contra una moneda de oro?

 

Corrí tras ella, medio agachada y tirando la mano en garra hacia delante sólo para ver como se escabullía más entre los dedos apenas la rozaba. Hablando de rozar... Algo tocó mi pelo y pensé que sería una rama, yo estaba demasiado ocupada para ver de lo que se trataba y tiré un manotazo al aire.

 

-- ¡Por fin! -- exclamé, tirándome al suelo como si hiciera un placaje a la moneda. Caí al suelo y la chafé con mi cuerpo (si es que se puede chafar una moneda). Me giré un poco y la agarré. La maldita parecía viva. Intenté guardarla en el bolsillo y entonces noté que tenía la punta de los dedos de esa mano entumecida. Me intenté incorporar y una especie de tela de gasa pringosa me rodeaba. --¡¡Aggggg, agromántulas!! ¿Por qué agromántulas? ¿Por qué no pueden ser mariposas?

 

¿Ein? ¿Pero qué estaba diciendo? Pero sí a mí me gustan las arañitas... Tengo muchas en el Circo. Aparté con rabia aquellas telarañas y murmuré algo que... que ni entendí. ¿Qué pasaba? Sentía la lengua como si estuviera hinchada. Fue cuando me di cuenta que mi respiración se había acelerado y el aire entraba a trompicones, como si me costara hacer un movimiento innato que sabía hacer sin pensar desde que nací.

 

-- ¿Cómo...? -- Intenté coger la varita. Estaba segura que había tocado algo y me estaba dando alergia. Pero... No pude tomarla con las manos infladas, aunque algo en mi interior me recordó que la magia no funcionaba. Me asusté. Por supuesto que me asusté. No es agradable ver como toda la piel se hincha como un pez globo y que tienes que arrodillarte para poder respirar, incapaz de dar un paso más. -- ¿Me voy a morir aquí, Arcana?

 

Esto no había sucedido en la Habilidad anterior. A decir verdad, ni me acordaba de los detalles excepto que había llegado al centro de la isla. Tal vez había tomado el camino equivocado y ahora lo pagaría con mi vida. Cerré los ojos porque los párpados se habían hinchado tanto que me costaba demasiado esfuerzo mirar a través de ellos. Y me quedé allá, esperando que la Vidente apareciera para ayudarme. Seguro que no se esperaba que tuviera alergia a algún arbusto, o tal vez a la tela de araña, o a....

 

En medio de la oscuridad que había inundado mi mente, del silencio que se había producido durante un instante al dejar de pensar, una pequeña luz, que curiosamente tenía forma de interrogante, se fue haciendo cada vez más grande, con una idea fija que crecía. ¿Y si no había sido casualidad que sufriera esta intoxicación sino que era algo provocado por la Arcana para saber si resistiría?

 

Aunque parezca mentira, eso ne dio esperanza. Si era parte de la prueba es que tenía posibilidades de sobrevivir por mí misma. A ver, Sagitas, recapacita... Se supone que estudias Oclumancia... Se supone que algo has aprendido que puede permitirte frenar el veneno... Pero no puede ser con magia ni te has traído ningún bezoar encima...

 

Esos pensamientos se agolpaban a tal velocidad que juraría que no pasó ni un segundo hasta que encontré la solución, aunque bien podían haber pasado horas. No podía moverme porque sufría de parálisis y las manos ni los pies me respondían. A pesar de lo dolorosa que era aquella situación, me concentré. Tenía que levantar mis muros y conseguir aislar el veneno que me mataba, impedir que llegaran a mi mente, que ella era lo más poderoso y lo más valioso que yo tenía. Lo había hecho varias veces, el blindar mi mente, aunque no sé cuanto tardé ahora en hacerlo. Sólo cuando respirar dejó de parecer que aspiraba cristales afilados por los pulmones y cuando la sangre fue aumentando su velocidad de circulación, me di cuenta que lo estaba consiguiendo. No me dejé engañar por lo conseguido y persistí, aguantando los ataques que aquel veneno aún coleteaba hasta que, de repente, pude respirar con normalidad.

 

-- ¡Serás bicho! Por poco me matas.

 

Bueno, no lo dije, lo pensé solamente. Mis fuerzas volvían pero seguía tumbada en el suelo y mirando ahora con mayor claridad las telas de arañas que debían de ser tóxicas. Me incorporé un poco, muy poco, y me fui arrastrando por la tierra y los hierbajos, sin importarme lo que me ensuciara, hasta pasar por debajo y dejarla atrás. Entonces me levanté y me sacudí la ropa. Parecía mentira que un momento antes me estuviera muriendo y ahora mi mayor preocupación era cómo quitar aquellas manchas de verdor que no se irían con nada.

 

-- Bueno, ¿ahora qué? ¿Me esperan más sorpresas? -- pregunté, al aire.

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  • 2 semanas más tarde...

Tal y como esperaba, Sagitas había reaccionado ante sus palabras para continuar, aunque había seguido protestando como si fuera una niña pequeña. Sauda había tenido que aguantarse la risa en algunos momentos, no recordaba haber topado con un alumno tan divertido como aquella mujer antes.

 

Tras el número para escoger el camino, Sagitas tomó uno que la llevaría al mismo sitio que los demás. Aunque ella no lo sabía, por supuesto. Y enseguida se topó con las telarañas tóxicas que comenzarían a embotarle el cerebro. De hecho, no tardó ni medio segundo en empezar a sentir el efecto del veneno. Sauda respiró profundamente varias veces; odiaba ver a nadie en una situación similar. ¿Por qué no reaccionaba? ¿Tendría que intervenir? Torció el gesto al sentir la desesperación de la pelimalva, estaba tentada de aparecerse en aquel bosque para socorrer a la joven aspirante. Pero, justo entonces, la Potter Blue encontró la defensa perfecta para aquel efecto.

 

¡Bien hecho! —exclamó sin poderlo evitar la anciana, aliviada. Y luego soltó una risita cuando Sagitas la llamó "mal bicho" en sus pensamientos, su reacción era lo más normal en una persona que se viera en pruebas de aquella índole. No podía enfadarse con ella por eso. Sentía su cansancio como si fuera ella la que estaba agotada por el esfuerzo, así que visitó la mente de la mujer para poderla animar a continuar.

 

«Te queda muy poco, querida pupila. No ceses en tu avance... cuando me encuentres, me encargaré de ayudarte a recuperarte para que afrontes la Prueba sin problemas. ¡Pero tienes que llegar! Te queda la mitad del camino, y no será tan difícil. Agarra tu varita... y avanza protegiendo bien tu mente. No te creas nada de lo que sientas hasta que no encuentres la Pirámide». Y guardó silencio entonces, dejando que la pelimalva meditara aquellas palabras mientras continuaba su camino.

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-- ¿Bien hecho?

 

No estaba segura de si había oído eso o si había sido mi cerebro embotado quien había interpretado el susurro del aire al cruzar entre las hojas de los árboles. Era igual. De repente, me sentí hábil y plena de energía. Había sido capaz de vencer unas toxinas que me habían querido matar y había sobrevivido. Me entraron ganas de saltar y de retar al mundo. ¡Era genial! Ahora, sin embargo, no podía creérmelo mucho y caer en el egocentrismo. Me jugaba mucho y no podía fallar ahora. Así que me levanté con cuidado y avancé por el camino libre ahora de telarañas. Enseguida olvidé que había tenido el problemilla con la tela de araña y me puse a silbar.

 

Me rasqué la cabeza. Tal vez era que aún tenía algún resto de telaraña en la cabeza pero después me di cuenta que no, que algo vibraba en ella. Alcé la mano para tocar el lugar exacto y me di cuenta que mi varita funcionaba.

 

-- ¡¡Varitaaaaaa!! -- grité, sacándola del pelo y dándole besitos (todos muy atp's). Nadie sabe lo que sufre un mago sin varita hasta que no la tiene y no puede hacer magia. -- Ay, cuánto te he echado de menooooos...

 

¿Es que otros magos no hablan con sus varitas? ¿Es que soy la única que le tengo tanto aprecio como para ponerla en el pecho y acunarla un poquito de la alegría de retrobarla? Bueno, menos mal que no había nadie cerca que me viera hacerle carantoñas al dicho palito. Sentí unos susurros, unos aleteos, unos movimientos bruscos a mi alrededor y una luz en mi mano que me avisaba de que había plagas cerca. Me miré el anillo de uno de los libros (mi cabeza ya no recordaba en cuál había conseguido aquel anillote que me indicaba ese riesgo a mi alrededor) y tiempo justo tuve de ver unas alas que se acercaban cuando algo me mordió la nariz.

 

-- ¡Maldito bicharraco! ¡¡Incendio!!

 

Normalmente no soy agresiva con los animales, lo reconozco, pero al ver que el Doxy me había mordisqueado mi apéndice nasal se me olvidaron los buenos modales. No le di, son unas criaturas muy hábiles, aunque creo que un seto del laberinto que estaba cruzando se quemaba un poquito, al menos por el olor que manaba de la hierba marchitada.

 

Tenía yo un spray para los doxys, metí las manos en los bolsillos pero entonces recordé que me había quitado todo de encima para ir ligerita. Fruncí el ceño. Doxys... Ese tipo de insecto que gusta de lugares oscuros y cuyo veneno no es del todo mortal (al menos uno solito no lo es) pero sí que me había dejado un buñuelo por nariz y la boca abierta para poder respirar.

 

-- Petrificus totalus -- conseguí decir con un acento extraño, al no poder respirar con normalidad, pero los bichos se quedaron petrificados a medida que mi varita les tocaba. Después pensé en un Episkey, sólo porque si volvía a usar las cuerdas vocales para pronunciar el hechizo curativo, seguro que me partía de risa con la voz que me salía y podría originar un entuerto mayor que el que pretendía curar.

 

Me alejé lo máximo que pude de aquel lugar, poner pies en polvorosa mientras durara el hechizo paralizador para alejarme de ellos. Me toqué la nariz varias veces hasta que me di cuenta que tenía ganas de ir al lavabo.

 

-- ¿Es qué no podías hacerlo en casa, mujer? -- me recriminé. Busqué un apartado para aliviarme cuando me di cuenta que ya no tenía ganas. Después sentí sed y me entraron ganas de dar media vuelta para volver al lago, aunque tuviera que pasar al lado de las doxys y de las telas de araña de nuevo, pero en cuanto visualicé eso, ya no tenía ganas. Fruncí el ceño: -- ¿Pretendes distraerme, Arcana?

 

Mi tono era de respeto. Me recordaba que debía seguir manteniéndome firme ante cualquier cosa que pudiera hacerme olvidar mi objetivo. Tuve que luchar por no ir tras una mariposa azul que revoloteaba atrevida y me llamaba a dejar mi camino, tuve que refrenar mi glotonería al ver árboles con nueces de chocolate (es fue fácil, Arcana Sauda, que los árboles no dan chocolate, lo dan las pastelerías) y tuve que enfrentarme a muchas debilidades (como los cánticos alegres de ciertas hadas que me invitaban a unirme a su coro) para no olvidar de lo que tenía que hacer: llegar a la pirámide.

 

Tardé en verla, lo reconozco, o tal vez no, no estoy segura del tiempo invertido. De lo que sí estoy segura es de mi sonrisa orgullosa cuando vi a la Arcana y llegué a su altura.

 

-- No ha estado mal el paseo -- le dije, mientras me sacudía polvo de hada y algún que otro hilillo de telaraña de mi ropa. En mi interior, mi cabeza tarareaba el estribillo de aquellas hadas. Música celestial... Tal vez cuando consiguiera el Anillo de la Habilidad volvería para cantar con ellas. Era una música pegadiza.

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Sagitas consiguió seguir avanzando mientras la atenta mirada de Sauda la observaba en su caminar por aquel bosque que cada vez la acercaba más a su prueba final. Ahora tendría que enfrentarse a las doxys. ¿Cómo reaccionaría la espontánea bruja ante aquel obstáculo? Lo descubrió enseguida. Una de aquellas criaturillas le mordisqueó la nariz, detalle que hizo que la arcana abriera mucho sus ojos oscuros. ¿Cómo no se había dado cuenta Sagitas de la distancia tan corta que la separaba de la doxy? La reacción de la bruja no se hizo de esperar: agarró su varita, que volvía a serle útil, y lanzó una llamarada que le encogió el corazón. No alcanzó a la criatura, pero sí a un seto que empezó a perecer entre las llamas. Sauda se coloco una mano en el pecho y entornó los ojos: las llamas desaparecieron al instante. Aunque algunas hojas se habían chamuscado. Suspiró profundamente para recobrar la calma.

 

Una vez superó aquello, tuvo que hacer frente a las distracciones que Sauda usó para distraerla en su intento de alcanzar la pirámide. Sonrió en silencio cuando la joven preguntó si pretendía distraerla: había descubierto enseguida el truco. Era una chica estupenda, tal y como había descubierto al inicio de la clase. Decidió no responderle para verla continuar y, cuando se deshizo de aquella última pruebecilla, la vio entrar hacia donde ella se encontraba. La miró con dulzura mientras se colocaba a su lado y luego comentaba que el paseo no había estado mal, todo eso sacudiéndose la ropa. Sauda puso los ojos en blanco durante un instante y luego le dio un par de toques en el hombro con el dorso de la mano para quitarle algo de la suciedad con la que había llegado hasta allí.

 

Me alegra que te haya gustado, lo preparé con mucho cariño. Lo único es que has dañado el seto, aunque reconozco que aquella doxy estuvo muy brusca contigo. Tienes que concentrarte un poquito más a partir de ahora, la Prueba requerirá toda tu atención —le dijo. A continuación, alzó ambas manos hacia ella y las colocó en sus hombros—. Dame un segundo, te aliviaré del agotamiento.

 

No pronunció ninguna palabra mágica, ni tampoco tuvo que tomar su vara de cristal, la cual había dejado apoyada en la pared que había a poca distancia de ella, para realizar una curación en el cuerpo y mente de Sagitas que no era solo para sanar heridas o rasguños físicos, sino también el agotamiento mental por tener que pasar aquellas dificultades en el camino hasta allí. No quería que su pupila iniciara aquella Prueba en desventaja, o en un porcentaje inferior al cien por cien. Una vez terminó, volvió a bajar las manos y entrelazó los dedos en su regazo, a la vez que le indicaba a la pelimalva que la siguiera mientras caminaba lentamente hacia el salón circular, cuya puerta de acceso estaba a pocos metros de donde se encontraban.

 

Ahora sí, querida, estamos a un paso de que te enfrentes a la Prueba final de esta clase que tú has elegido tomar. Me dijiste en el bosque del Ateneo que estabas preparada para afrontarla, pero mi deber es cerciorarme de que los obstáculos del camino no te hacen dudar de tu objetivo. Así que dime, ¿te sientes preparada para enfrentarte al Portal? —le preguntó, con su voz dulce y cálida. Al escuchar la respuesta de la joven y haciendo visto su pensamiento al respecto mucho antes de que lo hiciera público con palabras, la arcana no pudo evitar sonreir—. Bien, no me esperaba otra cosa. Acompáñame.

 

La puerta se abrió sola en cuanto Sauda se giró hacia ella, como si la invitara a pasar cordialmente. Ambas brujas caminaron por el Portal de las Siete Puertas y se dirigieron hacia la puerta que tenía arriba el símbolo de la Oclumancia. Las demás no se veían claras, pues no eran la que iban buscando. La tanzana se detuvo y miró a Sagitas nuevamente, ahora apoyada en la vara de cristal y alzando lentamente la mano que tenía libre, con el puño apretado.

 

Extiende tu mano, Sagitas, y toma el anillo del aspirante. Él será nuestra unión mientras estás en el Portal realizando la prueba que te tenga preparada. A partir de ahora no podré acompañarte; aguardaré aquí tu regreso, atenta a tus pasos. Recuerda que si quieres abandonar en mitad de la prueba podrás hacerlo, mas el Portal no te permitirá volver a realizar la Prueba de Oclumancia nunca más. Así que piénsatelo bien antes de cruzarlo —guardó silencio entonces, dejando que la mujer pudiera pensar en lo que le decía—. Si aún así estás dispuesta a hacer la Prueba, adelante. Sé que lo harás bien. Solo concéntrate en lo que te he enseñado, en tu poder: protege tu mente.

 

Calló entonces, mirándola fijamente mientras la puerta de Oclumancia se abría y la invitaba a pasar. A partir de ahora, el camino habría de recorrerlo sola. Pero Sauda confiaba plenamente en las aptitudes de su pupila, sabía que lo haría bien.

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Lo reconozco: al ver a la Arcana sentí orgullo. Sabía que aún quedaba pasar la prueba pero el haber superado los obstáculos iniciales me estaban dando una fuerza de ánimo que me hacía sentir poderosa. Además, la Gran Arcana me estaba sacudiendo el polvo de la ropa, con su propia mano... Eso no lo consigue cualquiera... Me encantaba esta chiquilla... mujer... chiqui... Bueno, la Arcana. Me hacía sentir bien a su lado. Algún día yo también aprendería a dominar la mente de los otros hacerme sentir así de querida por los otros, que se murieran por hacerme feliz.

 

-- ¿Agotamiento? Pero si estoy bien, podría hacerme dos horas de sesión de entrenamiento en el Circo -- repuse, muy segura de que era capaz de hacerlo. Sin embargo, en cuanto ella me hizo algo que no supe lo que era me di cuenta que había estado terriblemente cansada. La adrenalina no me dejaba sentir el cansancio pero ahora que había desaparecido, me di cuenta que no hubiera superado la prueba en cuanto hubiera tenido el bajón.

 

Admiré mucho más a la Arcana.

 

-- ¡Guau, vaya truquito...! ¡Me lo tiene que enseñar, que a veces, al final del día, tras el trabajo, los negocios y el niño, me siento "morida"! -- La Arcana seguro que pensaba que estaba algo loca, aunque sólo era una mujer peculiar. Ella insistió en si quería pasar de nuevo la prueba. -- ¿Está loca? -- Huy, no me daba cuenta de lo exaltada y nerviosa que estaba que le había insultado. -- ¡Lo estoy deseando! ¡Claro que quiero pasar la prueba! ¡Me parece una idea genialosa!

 

Menos mal que la Arcana no se tomó a mal mi desliz, porque me pidió que la acompañara y me dio una réplica de su anillo. Lo contemplé brevemente, extasiada. ¡Wiiii, iba a entrar!

 

-- ¡No se preocupe, Jefa! -- ¿Jefa? -- Soy la concentración en persona, soy la mujer más concentrada, voy a concentrarme tanto que ni me daré cuenta que estoy tan concentrada...

 

En ese momento, me di cuenta que desvariaba, así que cerré mi bocaza.

 

Aunque sólo por unos instantes, poquitos creo...

 

-- Proteger mi mente, proteger mi mente... Proteger mi bonita y linda mente para que nadie se entere de mis secretos. Tendría que matar a quien se enterara así que es mejor que proteja mi mente, sí, proteger la mente...

 

Otra vez desvariaba. Ni me había dado cuenta y ha había cruzado el portal, de lo concentrada que estaba. El Portal debía de estar haciendo de las suyas y mi cabeza se había desnivelado un poco (no, no creo que la trajera así de fuera) así que me paré, tomé aire y sonreí al vacío que había delante de mí.

 

-- Sagitas, estás tranquila, relajada, vas a conseguirlo -- mi sonrisa duró poco. Había olvidado el hechizo para superar todo intento de manipulación: -- ¡Por los Dioses, Arcana! ¿Era Oclumencia, Oclukancia, Oclumantra...?

 

Delante de mí, un enorme bosque, parecido al Prohibido por el que solía pasear alguna tarde, pero más tétrico. Ruidos inesperados y movimientos bruscos de las ramas de los árboles.

 

-- ¿Oclutántrico? ¿Oclamagnetismo? ¿Oclasiones?

 

Juraría que los árboles se movían. ¿Cómo podían moverse? No era cierto, no era posible. Antiguamente había árboles móviles, o eso decían las leyendas del inicio del mundo, pero era cuando los humanos aún no vivían en él; después, ocurrió la Tragedia del Petramicón donde se rebelaron al Ser Único y fueron castigados; los árboles perdieron la potestad de moverse.

 

Un momento... Eso eran leyendas bien antiguas que sólo los que habíamos accedido a antiguos manuscritos de la Biblioteca de Alejandría. ¿Cómo es que siempre había temido y ansiado a la vez vivir en aquella época y ahora me encontraba con un Bosque Maldito que tenía un montón de ellos?

 

-- Hum... Alguien está intentando meterme miedo -- susurré. Me toqué el anillo de aspirante que me había dado la Arcana e intenté bloquear de nuevo mi mente. Era fácil levantar el muro pero en cuanto sentía el ruido de las raíces moviéndose por la tierra putrefacta que pisaba, se caía y volvía a pensar en la maldición y en los árboles, en la rabia que tendrían por haber perdido la movilidad y, por supuesto, que no iban a dejar que ningún ser humano saliera vivo de allá para divulgar la noticia. -- Esto... ¿Arcana?

 

De repente, toda la confianza en mí misma había desaparecido. Iba a ver aquellos árboles prehistóricos abalanzarse sobre mí y matarme, desmembrarme, regar sus raíces con mi sangre... Me sentí incapaz de proseguir, de moverme, era como si la inutilidad de cualquier acción me hiciera permanecer quieta, esperando lo inevitable...

 

No. Era evitable. Podría abandonar, podría pedir al Portal que me devolviera a la seguridad de Sauda, aunque eso impidiera que nunca más podría volver a entrar. No importaba, mejor estar viva sin ser merecedora del Anillo que morir en el intento.

 

-- ¿Pero qué demonios de tonterías estás diciendo? -- dije en voz alta. Esos pensamientos no eran míos. Sólo tenía que pensar que hacía unos segundos había exclamado extasiado que quería entrar, así que yo sabía que no era yo la que me dejaba caer en el abismo del desánimo. Me froté el anillo con fuerza, como pidiendo ayuda y entonces la recordé. -- ¡Occlumens!

 

¡Por los dioses! ¿Cómo había sido capaz de olvidar el hechizo.

 

-- ¡Occlumens, occlumens! -- repetí varias veces, puesto que cada vez que lo decía en voz alta sentía crecer mi fuerza casi desaparecida momentos antes. -- Oclumens...

 

Esta última vez lo hice con una gran sonrisa. El sol salió y me enseñó un bosque maravilloso, con una linda capa de hojarasca que indicaba que había llegado el otoño en él, con un verdor extraordinario y, por supuesto, con árboles quietos que acogían nidos de pájaros e insectos revoloteadores en torno a sus hojas y flores.

 

No sé quién me había intentado inducir una pesadilla pero... Las leyendas son leyendas. Y yo dominaba mi mente y podía enfrentarme a mi miedo, saboreando aquel amanecer precioso en un Bosque normalito.

 

Proseguí mi camino, sabiendo que la primera prueba la había pasado.

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Sagitas había atravesado el Portal y ahora empezaba a hacer frente al inicio de su viaje para convertirse en oclumante. Sauda, por su parte, se había quedado en el salón circular y ahora paseaba lentamente por la sala, caminando en círculos. No necesitaba mirar a ninguna parte, ni siquiera concentrarse en su propio Anillo de Habilidad, para saber cómo y dónde se encontraba en ese momento su pupila.

 

Podía sentir en su interior la emoción de la Potter Blue mientras se entremezclaba con lo que el Portal hubiera preparado para ella, y también notó cómo ésta empezó a desaparecer para dejar paso a una sensación de abandono e inseguridad que hizo que la arcana detuviera su caminar, sorprendida. ¿Dónde había quedado la confianza de la pelimalva? ¿Dónde estaba aquel entusiasmo e impulsividad que tanto le había gustado desde el primer momento? «No dudes, no temas. Sigue adelante, querida», pensó. Ella confiaba plenamente en el poder de la joven, lo había comprobado en el bosque. También en el camino hacia la Gran Pirámide.

 

Y lo consiguió. Protegió su mente cuando ésta parecía a punto de ceder a la presión del Portal, haciendo que todo lo que la hacía sentir pequeña dentro del abrumador poder de aquel lugar mágico desapareciera de un plumazo. Su confianza había regresado, o al menos así lo parecía. Sauda sonrió y retomó su caminar.

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Confianza en mí misma. Eso era lo único que necesitaba. Iba a pasar la prueba sin problemas. Sólo tenía que encontrar la puerta de salida en cuanto le demostrara al Portal que era merecedora del anillo. Brillaba en mi mano y lo acaricié con cariño. Entonces todo cambio. El escenario dejó de ser un bosque para ser una ciudad antigua, unas calles adoquinadas que pisaban mis pies diminutos y un muro de piedra exquisitamente labrada: era la Alhambra.

 

¡Estaba en España! Y me acordaba de aquel momento. Había ido de excursión con el colegio en un viaje que no había querido hacer pero del que después nunca me arrepentí. ¡Por eso mis pies eran pequeños! ¿Qué tenía por aquel entonces? ¿Doce? ¿Trece años?

 

Vestía una chaqueta naranja de segunda mano, puesto que estaba en un colegio para huérfanos y desamparados. Me sentía orgullosa de ella, ahora ya no recuerdo donde quedaría. Supongo que algún otro niño o niña la habría heredado tras mi huida al colegio de Hogwarts...

 

¡Diez años! Tenía diez años, ahora me acordaba. Era un chiquilla aún frágil, de pelo enmarañado y escondido en una gorra porque todos se burlaban de mi color natural. Sucio y despeinado, el violeta no era tan intenso y más parecía un castaño mal cuidado. Aquel recinto alegró mi estancia en aquel viaje, las ruinas musulmanas de aquella ciudad andaluza despertaron en mí la primera experiencia mágica que me llevó a ser la hechicera que era hoy en día.

 

Sonreí y me pregunté, a la vez, que podría querer hacer el Portal con aquel recuerdo. Era imposible que pasara nada malo. Fue lo mejor de mi infancia, aquel monumento, mi chaqueta naranja, el calor... insoportable... Los mosquitos atraídos por el vivo color de la chaqueta...

 

Vaya... Era cierto que tuve percances. Mis compañeras de clase se reían de mí porque siempre espantaba aquellos mosquitos, hasta que opté por dejarme la chaqueta en la habitación compartida y pasear sin ella, hasta que quedó allá olvidada al volver del viaje. Por tanto, me quemé los brazos al aire libre, dejándome una marca rojiza hasta medio antebrazo. Todos se burlaban de mí por lo roja de mis brazos. ¡Y de mi nariz! Ahora me acordaba de eso. Me llamaban "la payasa" y se burlaron todo el viaje. Fueron unos días desastrosos.

 

Temblé un momento... ¿Cómo había podido olvidar eso? Los mosquitos me atacaban y tenía que matarlos casi a manotazos, aquella mancha negra sobre la bonita cazadora naranja que yo había escogido del montón de ropa usada. La piel dolorosamente quemada porque no me dejaron ni una gota de protección, en castigo por haber perdido la cazadora. Había sido horrible, ¡horrible! ¿Por qué tenía que recordarlo ahora?

 

Me senté en el suelo y me puse a llorar, al recordar con mucho desconsuelo aquel lugar. La zona era espantosa, las ruinas mal cuidadas y todo olía mal, el calor me abrasaba y me sentía morir. Me vi así, pequeña, con los brazos quemados y la nariz que se rompía cada vez respiraba, labios agrietados y sin agua cerca. Lloré, sabiendo que no debía hacerlo, no podía malgastar ni una lágrima de agua o podría incluso morir deshidratada en aquel mar de calor de la ciudad andaluza. Granada era un horno al medio día. No tenía que estar allá, ¿por qué el Portal me hacía recordarlo?

 

Busqué la varita para hacerme un Aguamenti. Una mano jovencísima con las uñas roídas (sí, algo que tardé mucho en perder la costumbre de hacerlo) tanteó por el suelo y sólo encontró el pavimento caliente. Lógico. El Portal me había llevado al tiempo que no tenía varita, no podría usar la magia excepto en los pequeños sondeos que había hecho por pura curiosidad. El sol era tan potente allá, al medio día, que tuve ganas de estirarme en medio de la calle, pero así acabaría achicharrada antes.

 

¿Qué podía hacer? Estaba en un lugar perdida de mis recuerdos en el el resultado fue horrible y tenía quien me cuidara. Ahora estaba yo sola y sin magia. Sería el fin, el sol me abrasaría y los mosquitos martirizarían más mis quemaduras. Sentí ampollas en la cara, como aquella vez que...

 

...

 

Abrí los ojos, con el ceño fruncido. Mis manos eran diminutas, ¿por qué eran diminutas? Yo era Sagitas, con unos 25 años de experiencia y sabía cuando me estaban manipulando. Negué con la cabeza y miré fijamente durante un segundo al sol cegador. La luz siguió viva aún cuando los cerré, apretándolos con fuerza. Me levanté con cuidado, sintiendo el dolor de las manos llagadas, con grandes ampollas, pero ignoré el dolor porque no era real. Aquellos no eran mis recuerdos.

 

-- ¡No! ¡No son mis recuerdos! ¡Recuerdo perfectamente ese día!

 

Volví a abrir los ojos y me puse la mano sobre ellos, cubriendo el sol que aún refulgía. Pero era una mano adulta, con las uñas impeclablemente manicuradas en un tono perlado. La bajé y apreté los puños.

 

-- ¡Nunca olvidé la chaqueta, la lucí dos veranos seguidos, cuando los codos iban parcheados con trozos de otro color y cuando había perdido el cinturón en alguna de mis múltiples aventuras infantiles! -- No sé bien a quién gritaba, pero allá estaba yo, mirando a los lados y contemplando un majestuoso recinto arquitectónico que me había despertado mis poderes.

 

Sonreí y alcé la barbilla, orgullosa de saberme dueña de mis recuerdos. Algo o alguien intentaba entrar en mi cabeza y cambiar todo lo feliz que me había sentido en aquel lugar. Pasé la mano en el aire, como si apartara un invisible velo. Sonreí a nadie, supongo que era el Portal quien me probaba.

 

-- Mis amigas huyeron ante la presencia de aquella gitana. Decían que con el truco de leer la mano te robaban. A mí no me podría robar nada porque nada tenía. Así que me acerqué a ella y le tendí la mano. Era una gitana de las de cuento, moño en el pelo, faldas largas de flores y pañueleta sobre los hombros. Me miró a los ojos y después volvió a mirar mi mano. Me dijo que era alguien muy importante y que confiara en mí misma, que llegaría muy lejos. Acercó una mano a mi gorra y me la quitó. Los cabellos violetas lucían preciosos sobre mis hombros y ella, en vez de la cárcel de tela que los había escondido, ahora tenía un clavel de color naranja. "Toma, recuerda que eres una gran maga". Esas fueron sus palabras. Nunca me quemé, nunca me atacaron los insectos, no me pasó nada malo en aquel lugar.

 

Alcé la mano. Sonreí al ver mi varita en ella. Hice un movimiento con ella y empezó a llover. Había logrado hacer el hechizo meteorológico que había aprendido en la clase de conocimientos. Sentí el agua en mi cara y desapareció por completo la sensación de quemazón, de calor axfisiante, abrí la boca y dejé que el agua me calmara.

 

No sé cuanto tiempo estuve gozando de la lluvia hasta que bajé la varita y sonreí al ver un espacio blanco. Otra vez había superado la prueba. Era ese espacio vacío en el que no había nada, sólo yo.

 

-- Soy Sagitas, aspirante a Oclumante, tengo poder para vencer tus intentos vanos. Nada impedirá que consiga el anillo. Vamos Dos a Cero, Portalillo. Pienso pasar la prueba - dije, con mucho orgullo.

 

Entonces sentí el peso de algo en mi oreja. Pasé la mano y toqué una flor. El clavel estaba donde la gitana lo había puesto, hacía mucho tiempo. Me puse a reír a carcajadas. Conservaba mis recuerdos lindos.

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