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Prueba de Oclumancia #2


Aailyah Sauda
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¿Qué sitio era aquel? Sauda no lograba reconocerlo, aunque sí advertía que era importante para Sagitas. Pero no esperaba que fuera importante para mal. ¿O todo era un engaño del Portal para hacerla sentir débil? Reconoció la situación de inmediato y, aunque enseguida tuvo ganas de advertir a su pupila, sabía perfectamente que su trabajo ya había finalizado mucho antes y ahora todo dependía de lo que la Potter Blue hubiera aprendido en su clase.

 

Verla titubear no la hizo dudar de que conseguiría pasar aquella prueba. ¡Claro que lo haría! Estaba preparada para ello. Se giró en redondo y caminó por la sala. Incluso sentía ganas de salir a tomar un poco de aire fresco, pero temía que Sagitas pudiera salir en cualquier momento y que ella no estuviera allí para recibirla. ¡Sería una absoluta irresponsabilidad por su parte! Regresó junto a la puerta que su alumna había cruzado un poco antes y, cuando volvió a centrarse en lo que ésta hacía, descubrió que había conseguido superar el reto que el Portal le había preparado con tan mala sombra. Ahora sonreía, lo hacía con ganas. Estaba lista para el último tramo de la prueba.

 

«Ánimo, jovencita. No te queda más que un suspiro para demostrar al Portal que eres una auténtica oclumante», pensó dejando que aquellas palabras alcanzaran la mente de Sagitas como un leve soplo de aire.

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Aún reía a carcajadas cuando sentí... No estoy segura, pero juraría que había recibido unas palabras de aliento de alguien. Cerré los ojos y me concentré en la esencia. Soy buena sacerdotisa. Y aspiro a ser una gran Oclumante. Así que intenté oler-saborear-conocer a quien pudiera estar llegando a mi mente. Enseguida reconocí el aura de la Arcana Sauda y la dejé entrar, porque sabía que ese pensamiento me haría sentir mejor. No era un fallo de Oclumancia sino la selección de un sentimiento positivo que podía ayudarme a mejorar.

 

Me sentía genial, capaz de superar al mismo diablo para conseguir mi Habilidad. Estaba segura que iba a superar cualquier prueba que me tuviera preparado el Portal. Estaba tan segura de mí misma que me metí las manos en los bolsillos y me puse a silbar. En mi mente, la imagen de un pajarillo azul que lanzaba trinos al aire, como si yo fuera capaz de emitir esos cánticos tan preciosos.

 

Caminé de forma indulgente, como si tuviera todo el tiempo del mundo para llegar al Portal. En aquel momento era feliz, estaba complaciente con mi capacidad de ocultar mi mente y mi auténtica seguridad para resistir las dos tentaciones que había superado. Encima de mi oreja derecha, la varita; en la izquierda, el clavel. Y delante, la luz brillante del Portal. Ya estaba de vuelta.

 

Tropecé con algo y me di cuanta que el terreno era pantanoso. ¿Cuándo me había metido en aquel lozanal? No borré la sonrisa de mi cara. Así que el Portal quería probarme de nuevo... Estaba a punto de lanzar una risotada cuando lo vi.

 

Era él.

 

¿Cuánto tiempo hacía que no lo veía? Pues era fácil de calcular, desde que él casi acabó con mi vida en la ciénaga que rodeaba la Torre Oscura, en aquellos tiempos en que yo aún pertenecía al Bando mortífago. Apreté los dientes y miré a mi alrededor, notando que Aquello era el fangal de la Torre donde convivían los del Bando Tenebroso.

 

¡Demonios! El Portal sabía exactamente lo que quería esconder y lo que me asustaba tener que confesarlo. Había dicho muchas veces que mataría para que nadie supiera mi secreto, pero no estaba preparada para esto. Me quedé paralizada. Él estaba allá, quien hubiera sido mi futuro marido, quien me iba a unir a la familia Malfoy, el padre de mi hija Perenela quien, escogido expresamente por la Tríada, había sido el elegido para acabar con la traidora de la Marca.

 

Temblé. Todos los recuerdos que no quería que nadie conociera estaban allá. Él me desarmó con un hechizo veloz que me lanzó contra el suelo. Sentí la humedad viscosa del limo en la espalda y en las manos con las que intentaba gatear. Aquello ya había pasado una vez... No... No podía volver a pasar por ello.

 

Me senté en el suelo y me sujeté la cabeza.

 

-- No estás aquí, esto no está sucediendo. Es el Portal, que juega sucio...

 

Sabía que era cierto, aquello sólo era un recuerdo, algo que había escondido entre pliegues de memoria oculta y que, sin darme cuenta, había accedido de nuevo a mi mente. Apreté los ojos de forma violenta y me apreté las manos contra las sienes. Me di cuenta que no tenía ni el clavel ni la varita y eso me hizo sentir desposeída de toda la oportunidad de defenderme. Volví a negarlo en voz alta, aterrorizada porque sabía lo que venía ahora.

 

Él... El ser amado con el que iba a casarme en el Circo en unos días... Él... Precisamente él... Elevaba su varita una y otra vez, pronunciando con rabia la maldición imperdonable "Crucio". Gemí y me revolqué en el suelo, en un paroxismo de dolor que parecía mil veces peor al que recordaba. Una y otra vez, con las dos mismas preguntas: "¿Por qué?" y "¿Cuáles son los nombres de los altos cargos de la Orden del Fénix?"

 

Gemí y apreté la boca con fuerza. No quería morderme la lengua, recordaba el sabor acre de la sangre entonces, no quería volver a sentirlo, no quería volver a oír aquella voz amada y odiada, no quería volver a pasar por esto.

 

"¿Por qué? ¿Cuáles son los nombres de los altos cargos de la Orden del Fénix?"

 

Grité de dolor cuando volví a sentir aquella maldita maldición. Recordé el estado en que me encontró Harpo, cuando todos me habían dado por muerta. Y quién sabe si lo estaba y sólo la buena voluntad de mi elfo recogí el hilillo de vida que se mantenía con la esperanza de vengarse algún día de él, de todos, de cada uno de ellos... Pero habían pasado muchos años de aquello... ¡No quería volver a pasar por eso!

 

-- ¡No, no, nooooo! No eres real, no eres más que un recuerdo....

 

"¿Por qué?" y "¿Cuáles son los nombres de los altos cargos de la Orden del Fénix?"

 

-- No. Nunca. ¡Nunca! No lo dije entonces, no lo diré ahora.

 

Pasó ante mi mente una imagen fugaz de los líderes de la Orden de aquel entonces y, no sé cómo, bloqueé aquellos rostros para que nadie los viera. No fue difícil porque, en realidad, ya lo había hecho en su momento. Sólo que ahora era consciente de que nunca iba a denunciar a mi madre, a mi hermano, a los compañeros de la Orden a los que me debía.

 

-- ¡Lerda estúp....! No te merecen, no se merecen tu silencio y tu sufrimiento -- dije entre dientes. ¿Dije yo eso? ¿O fue el Portal quien lo dijo a través de mis labios? De todas maneras, tenía razón (yo o El Portal, me era igual). Los resultados posteriores con la Orden no habían sido los ideales que yo tenía en mente cuando me alisté. ¿Por qué debía pasar de nuevo por aquel dolor...? ¿Por qué sufrir de nuevo? Había pasado tanto tiempo... Ya ni siquiera estaban ellos en el mismo cargo y casi juraría que ni en el mismo bando... ¿Por qué soportarlo otra vez?

 

"¿Por qué?" y "¿Cuáles son los nombres de los altos cargos de la Orden del Fénix?"

 

-- Basta, basta... ¡BASTA! Son...

 

Abrí los ojos para mirarle y rogarle que dejara de torturarme, aún sabiendo que en el pasado no atendió ninguna de mis súplicas. Puse la mano por delante, como si fuera un escudo inútil con el que protegerme del siguiente hechizo que llegaría de un momento a otro.

 

-- Son... Eran...

 

Parpadeé, algo confusa, aún sintiendo mil agujas que se clavaban en mi interior. Pero mi mano brillaba. ¿Era mi mano o era el Anillo de Postulante? Alcé la cabeza muy lentamente y dejé de mirar hacia aquel anillo que me conectaba al poder de la Oclumancia para mirar a los ojos azules de mi amante futuro esposo que nunca llegó a serlo.

 

-- No son... No eran... No te diré nada porque yo ya lo sé y tú sólo eres una... alucinación extraña. No saldrá ningún nombre por mi boca.

 

Vi su gesto de sorpresa, le vi contemplarse a sí mismo al perder la forma corpórea. Me levanté, con firmeza, aunque las rodillas me temblaban, aún con la mano levantada. En verdad era un escudo que me ayudaba a resistir aquella imagen.

 

-- Vete, Reyven Grindelwald. Vete a la tumba, donde tienes que estar. Deja de ser mi pesadilla.

 

Avancé, y mientras lo hacía, él iba convirtiéndose en bruma hasta convertirse en un polvillo blanco que desapareció. Detrás de él, la luz del Portal. Corrí, como alma que lleva el diablo, sin atreverme a mirar atrás por si, verdaderamente, volvía a verle y no fuera capaz de soportar de nuevo su presencia. Salté al interior e hice una cabriola con una voltereta que me dejó sentada en el suelo.

 

Me puse a llorar y miré a la Arcana. Supongo que estaría sorprendida y me diría que había fallado, que no merecía el Anillo, que me fuera por donde había venido. Pero no pude preguntarle nada de eso. Sencillamente, lloré y sólo después de soltar todo el miedo y la angustia, le pregunté:

 

-- ¿Por qué duelen los recuerdos, Arcana?

Editado por Sagitas E. Potter Blue

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Todo iba bien, viento en popa como se solía decir. Sagitas estaba prácticamente lista para salir, Sauda lo sabía... pero también conocía las exigencias del Portal pues ella lo había sufrido en sus propias carnes para llegar hasta donde estaba. ¿Y si aún tenía algo reservado para la pelimalva? No tardó mucho en darse cuenta de que así era, por lo que se llevó ambas manos al pecho y observó lo que Sagitas tendría que superar antes de salir. La veía confiada, convencida de que podría con cualquier cosa. Así que no se esperaba verla titubear como lo hizo cuando el escenario por el que iba cambió y alguien le salió al paso.

 

Le había visto en su mente, pero no había ahondado en el tema. Sabía que era una de las cosas que ella más quería ocultar, así que había intentado no hacerla sufrir con el tema. Pero el Portal no era tan benévolo como ella, y no tendría piedad con el aspirante que tuviera en su poder. Allí estaba la prueba de ello.

 

La conversación entre Sagitas y aquel hombre fue intensa, aunque no muy extensa. Con mucho esfuerzo, la Potter Blue supo imponer su poder al del Portal y terminó venciéndolo. Luego corrió hacia la salida, apareciendo de repente en el salón circular donde Sauda la hacía observado durante toda la prueba. Cayó tras hacer una vuelta extraña en el aire y se quedó sentada, con lágrimas en los ojos. La anciana sintió que se le partía el alma cuando los ojos de la mujer se clavaron en los suyos propios, enrojecidos por el llanto y evidentemente agobiada por lo que acababa de vivir. Se agachó a su lado y le acarició la mejilla, llevándose parte de las lágrimas que la recorrían. Luego le sonrió con dulzura.

 

Sólo duelen si nosotros se lo permitimos. No dejes que el pasado haga mella en tu presente, Sagitas. Eres una mujer muy poderosa, yo lo sé. Lo supe desde el principio, y ahora se lo has demostrado al Portal. Y si quieres pruebas de ello, mírate la mano... tu anillo de oclumancia te lo confirmará —le dijo, desviando sus orbes oscuros en dirección al anillo de Sagitas. Éste había dejado de ser un anillo de aspirante para tornarse el anillo de habilidad de Sagitas, configurado físicamente adecuándose al gusto de su poseedora. Tras esperar unos instantes, le rozó la barbilla para que la mirase a la cara—. Arriba, joven oclumante, ponte en pie y despídete de mí como debe ser —le dijo, tomándola de la mano y dando un suave tirón para ayudarla a incorporarse. Luego amplió la sonrisa que había esbozado un poco antes de empezar a hablar tras el regreso de Sagitas—. Estoy muy orgullosa de ti, querida, sabía que conseguirías dominar la Oclumancia desde que te sentí llegar al bosque. También sé que la vida te reserva grandes cosas, y sólo espero que no olvides lo que has aprendido conmigo para ir siempre por el buen camino y con tus recuerdos y vivencias bien protegidos aquí, en tu mente —le deseó, señalándole la frente simbólicamente—. Por mi parte, no tengo nada más que decir. Buena suerte en todo lo que emprendas, querida. Y ya sabes dónde encontrarme siempre que necesites consejo, espero volverte a ver algún día. Cuidate y no lo olvides: protege tu mente.

 

Dicho aquello y tras un último roce en la mejilla a modo de caricia, se giró y caminó hacia la salida de la Gran Pirámide, ahora dejando desaparecer la magia que la hacía lucir como una jovenzuela. Se veía con su aspecto real, el de una mujer centenaria de aspecto cansado y melancólico que había visto y vivido todo lo que una persona puede ver y vivir en su vida. Pero aún quedaban muchas cosas buenas por experimentar. Y ella sabía que cualquier momento era perfecto para toparse con un nuevo reto.

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