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Prueba Libro del Caos #1


Bakari
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Deshacerse de esa cantidad de seres extraños no era fácil para unas estudiantes que habían demostrado el valor y la inteligencia. Entre la desesperación y la fuerza, lograron defenderse para vencer a cada uno de ellos, con encantamientos de todo tipo pero usados casi correctamente. Les tomo más tiempo del que pensó, Bakari creyó invocar más seres de los necesarios, se encogió de hombros sin importarle ya que de igual manera consiguieron sobrevivir la oleada de ataques. Esbozó una sonrisa satisfecho.

 

Con el guiño del ojo, los cuerpos que quedaron en su jardín desaparecieron, volviendo todo a la normalidad y la tranquilidad como estaba en un principio. Era el momento de lo último, una batalla entre ellas dos y probar que de verdad habían aprendido todo lo necesario para controlar el libro del caos e invocar los poderes del Dios Anubis. Bakari estaba seguro de que lo habían conseguido.

 

Esta vez ambas tendrían a peeves desde el inicio, debían tratar con él y realizar bromas de ellas mismas y aguantar las de su rival. Duelear con peeves era una de las cosas más incómodas que podía sucederle a cualquier duelista, pero estaba en ellas encontrar la manera de resolverlo.

 

La tarea de Bakari ya había término y necesitaba volver a enseñar algún tipo de estudiante que no entrara a su casa a morir, tenía la confianza de que lo había hecho bien como siempre desde que comenzó a dar clases, por lo menos le servía para que su mente encontrara la manera de borrar o alejar los horribles recuerdos que lo atormentaban incluso en sueños.

 

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Leah A. Ivashkov vs Taurogirl Crouchs

Ambas empiezan con Peeves, puede empezar el duelo desde el primer post o dialogar con el poltergeist y hacer algunas bromas hasta que pasen los turnos y desaparezca, como prefieran ustedes.

 

Nos guiaremos por las reglas básicas de duelo.

 

Puedes usar los hechizos de su bando y todos los libros hasta este. Preferiblemente los de los libros.

 

Pasadas 24 Hrs sin respuesta, los ataques de los enemigos serán considerados impactados.

 

Pasadas 48 Hrs sin respuesta de un alumno a su contrincante, se considerará abandono y reprobará la clase.

 

La prueba durará una semana a partir de la apertura de este topic. Si pasados tres días de su apertura un usuario no rolea su llegada, se considerará abandono y reprobará la clase.

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Casi se había olvidado de que tenía que enfrentarse a su novia, casi. Cuando los cuerpos extraños que Bakari había invocado empezaron a desaparecer, su mandíbula empezó a tensarse y sus manos empezaron a moverse inquietas. ¿No había otra forma de demostrarle que había aprendido? Podría incluso redactarle el libro del Caos de memoria y tendría que admitir que sabía lo que hacía. Pero no, tenía que ser un dichoso duelo. Evitó mirar a Tauro, esperando que entendiera que estaba renuente a enfrentarla y suspiró. Pensar en alzar la varita hacia la peli-azul le provocaba ansiedad, además de encender un fuerte dolor de cabeza en lo más profundo de su cráneo.

 

Lo que no esperaba en absoluto era que la prueba comenzara así. Frente a ella, frente a ambas, un Señor del Caos hizo aparición sin que ellas lo invocaran y sintió cómo una gota de sudor frío se deslizaba por su espalda. Peeves. El Poltergeist era una mezcla perfecta entre fealdad y gracia barata, moviéndose de un lado a otro como si quisiera romper todo en cada salto, incluyendo su cabeza de poder. Como si quisiera confirmar lo que pasaba por su cabeza, la invocación tomó un puñado de tierra, la más mojada que encontró y empezó a arrojarla hacia la rubia con tanta puntería que sólo logró esquivar un par de bolas, hasta que una dio en su pecho.

 

—Uhm.

 

¿Qué era peor? ¿Peeves o tener que enfrentar a Tauro?

 

En ese momento era difícil decirlo, sinceramente, más que todo porque de pronto surgió una extraña y fuerte necesidad de hacer una broma. Al principio quiso pararlo cubriendo su boca con el dorso de la mano, luego tuvo que hacer algo más de presión sobre sus labios pero aún así estos se abrían aunque no lo quisiera. Y es que no era una broma cualquiera, o una que encontrara graciosa al menos, era una chanza respecto a sí misma que haría que estrangulara a Peeves si este se descuidaba. Por un minuto entero luchó contra su boca y finalmente, habló.

 

—Soy tan tonta, que si me miro al espejo de Oesed me veo a mí misma aprendiendo a leer.

 

Hijo de su madre Peeves. La risotada que soltaron los dos Poltergeist en el campo se extendió hacia cada lugar que estuviera bajo los dominios de Bakari y la expresión de la Ivashkov se ensombreció cada vez más. Miró a Tauro.

 

—A veces me pregunto si realmente quiero este libro —esbozó una pequeña sonrisa—. Empieza tú. Y por favor, trata de no matarme en el segundo turno, ¿si, mi amor?

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Oh, Peeves no. Tan sólo verlo todo su cuerpo sintió la necesidad de salir corriendo, aterrorizada, por el simple hecho de saber que tenía que hacer chistes. Fuera sobre ella, sobre cualquiera, ¡ella no era graciosa! Ni siquiera solía bromear, a excepción de los comentarios ácidos que soltaba de vez en cuando para no olvidar que era una persona sarcástica. Pero tener que hacer bromas y más sobre sí misma, era lo peor que Bakari podía hacerle. Pretendía pedirle ayuda a Leah, a saber cómo, pero cuando miró que la otra también tenía un Peeves propio perdió las esperanzas.

—Yo... con este pelo azul parezco un micropuff con hipotermia.

Al igual que el Señor del Caos de su novia, Peeves empezó a reírse a carcajadas en cuanto soltó su chiste, uniéndose a la risa del primero con lo que había dicho Leah sobre el espejo de Oesed y la lectura. Los dos revoloteaban por ahí, entre ellos, riéndose y haciendo cosas desagradables para provocar a sus dueñas. Y es que era toda una injusticia, porque ninguna de las dos los habían invocado. Aún así, Leah parecía tomarlo de la mejor manera posible.

Y supo por qué en cuanto hizo ese comentario. ¿No podía negarse? Enfrentarse a Leah en duelo no era algo que nunca le hubira pasado por la cabeza y seguía pensando que debía haber otra forma de acabar con la clase. Una charla, un taller práctico, cualquier otra cosa. Pero fue su novia quien marcó la distancia, quien sacó la varita y que, de forma sutil, le pidió que no la matara. Se estremeció ante esa posibilidad. Respirando de forma profunda, sacó la varita y la apuntó.

—Quiero que sepas que estoy completamente en contra de esto.

Volvió a respirar, ésta vez con más lentitud que antes y empezó.

Cinaede.

De inmediato, las vías respiratorias de la Atkins se cerraron debido al veneno arremolinado en su cabeza. Ahora necesitaría un Anapneo y dos Episkeys.

—Te amo —le dijo un poco apenada, aunque sabía que no se lo iba a tomar mal.

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—Yo también te amo —tosió, con una sonrisita que flaqueaba de vez en cuando por las molestias del veneno—, tan bonita mi nena.

 

Anapneo, pensó. De inmediato, las vías respiratorias se abrieron y permitieron que el efecto del veneno se disipara. Pero aún sentía el dolor y supo a qué se debía en realidad. Su novia era de un nivel superior, muchísimo más alto, sí que el daño interno sería más grave. Se limpió la boca al notar que algo bajaba por una de sus comisuras y comprobó que era un poco de sangre, cosa que no le extrañó. Se había puesto a jugar con la suerte en el momento posterior al ataque de Tau y ahora estaba pagando las consecuencias, el daño se había hecho más grave. Inhaló, se prepraró y movió los labios obligando a su lengua a formular las palabras.

 

Celerus Episkey.

 

La mejoría llegó de inmediato, de la mano de dos pensamientos silenciosos que la terminaron de curar. Un segundo Episkey y un Curación, para completar la sanación que requería para salirse con la suya. Tauro era una persona diestra en el arte de la magia y mucho más en el arte de matar, pero esperaba que le tuviera un poco de piedad.

 

—Vale, mi amor, creo que no puedes no matarme en el segundo turno pero de nuevo te dejo la ventaja. Ataca y vamos a olvidarnos un poquito del Cinaede, ¿te parece?

 

En eso, Peeves le arrojó otra bola de lodo y esta vez esta dio en su cuello. Tanto amor parecía enfurecerlo. Rodó los ojos con impaciencia y pensó en otra cosa.

 

—Soy tan mala haciendo chistes que si pudieran, me usarían a mí de tomate en vez de lanzármelos.

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Tan pronto como Tauro pronunció el Cinaede se arrepintió profundamente por el efecto que este tuvo en su novia. Algo en su interior se revolvió y sintió retorcijones en el estómago. ¿Por qué lo había hecho? Pero al menos era lo menos mortal que tenía dentro de todo su artesanal. ¡En serio que no podía estar pensando en eso! Bakari se había metido en su mente y ahora no había vuelta atrás. Quiso lanzar improperios en contra del Uzza, pero no podía olvidar el motivo por el cual se encontraba allí y de algún modo u otro no podía rehusarse a pelear. Inspiró hondo tras observar a su novia hacer uso del Anapneo—. Celerus... —empezó a decir, añadiendo mentalmente un sólo pensamiento:

 

«Arena del Hechicero». Era su modo de disculparse por la rudeza demostrada al inicio. Los restos cristalizados de un mago muerto a causa el fuego habían sido reducidos a polvo, que a la vista parecía ser un simple montón de arena, pero que al lanzarse hacia el adversario era capaz de cegarlo. Leah estaba ciega, sí, pero no herida, aunque sabía que se mosquearía cuando le hiciera recordar a ese molesto hechizo usado por la Orden del Fénix.

 

— Séneca —eso fue lo siguiente que pronunció tras el primer Episkey de la rubia. La sensación de sequedad en la boca la sentiría de inmediato, seguida de una inexplicable deshidratación que le permitiría pronunciar un único hechizo verbal en ese turno, para luego quedar sin habla. Ahora Leah estaría ciega y además enmudecida, le faltaba quedarse sorda para asemejarse a esa vieja canción que le escuchó cantar a un muggle antes de matarlo.

 

Se escuchó una risa divertida del lado de la Oji-azul que provenía de su propio Peeves, que al parecer se jactaba de lo lindo de las burlas que Leah hacía sobre sí misma. Detestaba con toda su alma a ese ser, pues la obligaba a ser algo para lo que no tenía talento en lo absoluto.

 

— Cada vez mejoras más en tus chistes —comentó tratando de evitar ser presa de la magia de Peeves, pero fue inevitable que este no se burlara de ella.

 

— Eres tan gorda que cuando te subes a una báscula, esta te dice ''continuará'' —las carcajadas de ambos Peeves no se hicieron esperar y aunque no lo quisiera ella también rió de manera inexplicable, para luego caer en cuenta que le había dicho gorda en su propia cara y que lo mínimo que merecía era un puñetazo en toda la nariz si la tuviera. Suspiró frustrada pensando que debía soportarlo otro poco más y decidió finalizar su turno con un simple hechizo:

 

— Flechas de Fuego —la pronunciación fue tan clara que los filamentos de fuego salieron disparados uno tras otro en dirección al pecho de la Ivashkov. De impactar incendiarían su piel, obligándola a usar un Aguamenti de emergencia para apagar las llamas—. Lo prometido es deuda, amor, estoy segura de que no vas a morir en este segundo turno —sonrió.

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—Con un demonio —logró decir antes de perder la voz por completo, debido al Séneca.

 

¿En qué momento había pasado todo? Había perdido la vista por las arenas del hechicero, que escocían un poco más que el Strellatus fenixiano y tenía la garganta tan seca, que fácilmente un gato pudo haberse afilado en ella las uñas. Por instinto se llevó las manos ahí, intentando aliviarse, pero entonces escuchó que algo se acercaba y notó que su novia también se había hecho con un Celerus. Vale, era momento de ponerse dura con el tema o iba a terminar muriendo de verdad.

 

Obsitens.

 

Automáticamente, una barrera de pura magia rodeó la anatomía de la bruja, deteniendo las flechas de fuego antes de que lograran hacer algo contra su cuerpo. El sonido fue como el crepitar de las llamas, a excepción de que el cerco rojizo desapareció tan pronto hubo contacto.

 

Necrohands.

 

Dos manos fantasmales emergieron del suelo y se posicionaron delante de ella, a un metro más o menos, esperando más ataques físicos; estaban ofuscadas, pero estaba segura de que Tauro sabría que estaban ahí.

 

Arena del Hechicero.

 

Los ojos de su novia quedarían cegados de inmediato de esa forma, por lo que tendría que usar un hechizo que lo impidiera -era un efecto- o quedar ciega, como ella. Le estaba yendo bien, más o menos, o al menos eso le gustaba pensar. Lamentablemente para Peeves, no podía hablar como para hacerse un chiste y el Señor del Caos lanzó uno propio antes de desaparecer.

 

—¡Quien te viera tan malota y eres tan pasiva que no le has hecho ni un razguño!

 

Y por primera vez, la mujer enrojeció.

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Tal como esperaba, su novia se defendió perfectamente de las flechas y estas nunca llegaron a impactarle. Sabía que era cuestión de tiempo para que ambas se pusieran series, pues de manera inevitable su espíritu sanguinario reluciría aunque nunca llegaran a querer matarse. Verla de ese modo despertaba en Tauro otros deseos que la impulsaban a querer terminar el duelo cuanto antes para luego tener otro en la comodidad de su cama. La miró de arriba abajo reparándola con la mirada y no se molestó en ocultar que la deseaba.

— Expectro Protego —dijo tras el Obsistens, con esa tranquilidad que la caracterizaba. De su varita fue surgiendo una creación de oscuridad que tomó la forma de una Bola de Fuego Chino. El dragón se solidificó extendiendo sus alas frente a Tauro, quién mentalmente le dio la orden para que lanzara una llamarada que eliminaría cualquier barrera protectora que tuviera Leah, en este caso las Necrohands si decidía utilizarlas. Una vez el dragón hubo lanzado el fuego, volvió a ofuscarse a voluntad de su creadora.

 

Como si hubiese adivinado la siguiente acción, pensó en un «Cantar del Eleboro», lo que hizo que de su varita emergiera una vibración musical que sólo ella alcanzó a escuchar apenas hasta quedar envuelta en la magia de la melodía que no sólo agudizó sus sentidos, sino que la protegió de los efectos de la Arena del Hechicero poco antes de que ésta hubiese sido lanzado. Tauro se sentía más fuerte, más alerta.

 

—Absorvere —No quería ser cruel, para nada, pero si lograba inutilizar su mano, al final del día cuando estuvieran juntas en su habitación, sería Tauro la única con derecho de utilizar ambas manos y eso la hacía verdaderamente feliz.

 

— Amor, ¿no quieres terminar de una buena vez con esto? Seguro que ya Bakari sabe de lo que somos capaces —comentó de manera insinuante. El deseo por su novia iba en aumento.

 

— Alguien es ilusa aquí, alguien cree poder presumir sobre lo que no puede ni tiene. Alguien va a contar las baldosas del suelo hoy. Y ese alguien eres tú ¡Taurogirl! —fueron las últimas palabras de Peeves que se las arregló para hacerlas sonar como una pegajosa melodía que estaría tarareando por días.

 

— Te odio tanto —dijo a la nada.

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