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Conocimiento de Maldiciones


Pik Macnair
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Oromis vivía en Estrasburgo, una pequeño pueblo en la frontera de Francia con Alemania. Se trataba de un lugar con altos edificios de época, con ríos que servían de espejos y un frío que parecía nunca abandonar a los habitantes. Cuando nevaba parecía un pueblo sacado de un cuento de hadas y, aunque nos encontraremos al comienzo del otoño, la brisa helada susurraba entre los pasillos y la noche cada vez llegaba con más antelación.

La catedral era famosa entre los magos por quien vivía ahí, Oromis, un mago que muchos consideraban maldito. Su magia era extraña y oscura, en más de una ocasión los organismos mágicos de toda Europa intentaron detenerlo por su supuesta implicación en varios casos relacionadas a las artes oscuras. Lo que lo rodeaba era un misterio y eran pocos los magos que podían considerarse sus amigos, debido a que por su longevidad a todos los que conoció ya se encontraban fallecidos.

En el salón 312-B de Hogwarts era el asignado para el claustro de Conocimiento de Maldiciones, pero en aquella ocasión se encontraba vacío. Los alumnos al llegar solo se encontrarían con un viejo pizarron verde opaco en donde rezaba con tiza blanca: los estaré esperando frente a la Catedral de Estrasburgo, lleven abrigo.

Me encontraba frente a la catedral, envuelto en una capa de viaje y admirando la edificación. Era pleno medio día y el sol estaba oculto tras las nubes grises, provocando que las farolas y las luces internas del edificio iluminaran sus alrededores. Poco después llegaron mis alumnos los cuales conocía, debía ser un castigo del universo tener que compartir mis conocimientos con aquel par.

—Bienvenidos a Estrasburgo, soy Pik Macnair y seré su profesor en esta oportunidad —sabía que ambos conocían mi nombre, lo que hacia no era más que formalidad—. Hoy conoceremos a un mago al cual muchos temen o juzgan sin llegarlo a conocer, son solo historias que corren todo el mundo sobre él. Nosotros descubriremos si todo lo que dicen es verdad.

>>Antes de comenzar e introducirlos al mundo de la cátedra de Conocimiento de Maldiciones necesito saber que tanto saben del tema, ¿que son para ustedes las maldiciones? —era una pregunta sencilla, ambos magos debían saberla pero esperaba que demostraran más de lo lógico— ¿Como creen que afectan estas a una persona u objeto? ¿es posible detectarla si una persona u objeto está maldito?

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Cuando Madeleine y Jank se aparecen frente a la Catedral de Estrasburgo (claramente, luego de consultar mapa), ella todavía está lanzando improperios por lo bajo. Con el mal genio que la caracteriza desde los inicios de la pubertad, masculla muy por lo bajo e ininteligiblemente la sarta de maldiciones que ha ido coleccionando por el mismo lapso de tiempo. Despotrica contra el profesor, contra su compañero y contra ella misma, y cuando el viento entra con facilidad por los huecos y deshilaches de su capa de viaje, despotrica también contra el clima.

 

A pesar de que ya está recuperada por completo de sus últimas heridas de batalla, avanza con lentitud hacia el profesor, arrastrando los tenis por el suelo de piedra, sus pies llevándose algunas hojas secas. El corazón le late con fuerza, y le cuesta respirar. Cualquiera pensaría que es porque, entre la espada a sus espaldas y la mochila de cuero aparentemente llena de cachivaches, carga con demasiado peso para una bruja tan menuda y de apariencia muy poco atlética; sin embargo, ella sabe muy bien que es la Aparición. Últimamente no la usa demasiado, y el haber tenido que llevar consigo a Jank no colaboró mucho. No sé cómo demonios no dejé media pierna en Hogwarts, piensa. De todas formas, para cuando ambos están frente a Pik, ya Madeleine respira normalmente y el sudor frío que perla su frente parece incoherente.

 

Se dice que aquella presentación fue sólo para presumir sus modales, ya que por lo demás le parece completamente innecesaria. Ella misma no tiene intenciones de responder con el ritual, aunque no le sorprendería que su hermano sí. Apenas el discurso del profesor se extingue, Madeleine abre la boca para hablar. Muy propio de ella, responde las preguntas con lo primero que se le viene a la cabeza, olvidando de momento el asunto del misterioso mago que conocerán.

 

—Bien, en el, eh, "ambiente" en el que me desenvuelvo, las maldiciones suelen ser hechizos que causan efectos, ahm, poco agradables sobre uno. Ahí tienen las maldiciones imperdonables —explica, con su característica voz ronca. Por debajo de la capa se abraza a sí misma, haciendo que su holgada camiseta de Gryffindor se arrugue—. Sin embargo, tradicionalmente una maldición puede ser cualquier palabra o frase con deseos malignos dirigida a prácticamente cualquier cosa o ser vivo. Cualquier persona puede maldecir algo o a alguien, pero no siempre ese deseo se cumple. Hay que desearlo, valga la redundancia, de verdad, verdad.

 

>>Sobre sus efectos, muchas personas estos días los conocen de primera mano. Manipulan la mente y el cuerpo, causan sufrimiento, te desgracian la vida o incluso te la arrebatan de una vez. Ahora, detectarlas es difícil, pero no imposible. Por lo menos en objetos, funciona el Specialis Revelio. En personas... bien, el doble de difícil por lo menos —Madeleine está segura de que se daría cuenta si la maldijeron, cuando de repente comience a tener una horrible mala suerte. No obstante, ¿podrían sus familiares notar si estuviera bajo la maldición Imperio? Si el encantamiento es bien realizado, lo duda mucho, aunque no divaga del asunto en voz alta. En cambio, vuelve la mirada a su hermano, tratando de no ver mucho la cicatriz en su rostro—. No se me ocurre nada, ¿tu qué opinas, Dayne?

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Cuando Jank y Madeleine aparecieron al unísono frente a la Catedral de Estrasburgo, el hombre no pudo evitar soltar una carcajada nerviosa. Llevaba más de año y medio que no usaba la aparición como método de transporte; primero porque a pesar de los años que tenía viviendo en Londres para ese entonces aún no se había sacado la licencia, y segundo, porque simplemente no sabía hacerlo. Y las pocas veces que se había atrevido hacerlo junto a alguien, terminaba por extraviar un par de uñas o con las cejas partidas. Así que en cuanto se percató de que todas las partes de su cuerpo estuviesen en su lugar, se convenció que habían iniciando la aventura con el pie derecho, o al menos el suyo.

 

— Francia... — susurró para nadie. El vaho que produció su aliento solo le añadió majestuosidad al paisaje que rodeaba a los hermanos. Jank se detuvo unos segundos para observar los edificios iluminados por alguna que otra lámpara y los techos de las casas más pequeñas cubiertos de una suave capa blanca que las hacía parecer pintadas por un artista enamorado. Cerró los ojos para absorber, al menos por unos instantes, la exquisita energía que ofrecía el silencio de la tranquilidad. Definitivamente, ninguno de los tres magos pertenecían a un lugar como ese.

 

Fue cuando Madeleine empezó a soltar la lengua que Jank salió del trance. Aprovechó el tiempo para acomodarse el gorro de algodón y cubrirse las orejas con éste; las advertencias acerca del frío habían sido más que certeras pero ni siquiera Londres en invierno le hacía competencia al clima del bendito pueblito. Miró a Pik de arriba a abajo sin ningún tipo de escrúpulos. Hacía años que no se cruzaban, y ni falta que le hacía; al menos para Jank, era una de esas personas con apariencia exageradamente perfecta que pasaban imperceptibles ante los ojos que no se decantan por el físico más básico. Ni siquiera sabiendo que era parte de los mortífagos lograba suscitarle alguna emoción. Pero con tal que compartiese algún dato interesante y útil que desconociera acerca del tema, se metería en el papel de estudiante ilusionado, o lo intentaría..

 

— Pues.. — estornudó. A pesar de que Jank había perdido el hilo de lo que estaba diciendo Stark hacía varios segundos, se incorporó —Supongo que toda maldición es aquella magia que se emplea para causar un efecto negativo en el objetivo, en varios casos vulnerable. Sé que se puede maldecir a un objeto y, a través del tacto, transmitirlo a una persona. Ahora, estaría interesante saber si una persona ya maldita podría causar daños a otro humano que esté en contacto con su piel o sus fluidos...

 

Entrecerró los ojos mientras escudriñaba en su memoria.

 

—Recuerdo que mi hermana mayor tenía una amiga, Katie Belle, que al tocar un collar maldito sufrió graves consecuencias. Y bueno, los libros también son un objeto común para maldiciones, creo. Tanto su físico como lo que llevan escrito. A Pan.. — se mordió la lengua tan fuerte que casi salió sangre. Sabía que Pik no entendería la pausa tan brusca, pero esperaba que a Madeleine no se le revolvieran los recuerdos tan rápido como a él. Tuvo que idear una salida más efectiva que la nostalgia — ¿Y el viejo al que teníamos que ver? ¿Vendrá o iremos hasta él?

Editado por Jank Dayne

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Pasé por alto el comentario de Madeline relacionado a su ambiente de trabajo, vivir metida en las casa ajena sin que los familiares de esta te deseen debe ser una verdadera maldición. Solo deseaba que en esta clase se librara de aquellos males que tenía encima. Escuché a ambos con atención, pero fue imposible no imaginar un par de respuestas ofensivas solamente por ser ellos. Sonreí y calle, siendo lo más parcial posible y viéndolos como un par de alumnos más los cuales desconocía por completo.

—En esta clase conoceremos más sobre las maldiciones que afectan a las personas de una manera diferente, algo más allá de las maldiciones imperdonables que todo mago conoce desde que tiene uso de razón. Esos hechizos son muy banales y sencillos para lo que verán hoy. Si bien es cierto lo que dices, Madeline, hay ciertas maldiciones que están tan bien protegidas que ni un Specialis Revelio te dirá si el objeto está maldito. La mejor defensa para saber las maldiciones es empezar a conocer estas, como afectan y ver las huellas que dejan. Toda maldición deja un rastro, fácil o difícil de ver, siempre está.

>>Jank —al mago no lo conocía como a Madeline, tenia la decencia de no interrumpir en la mansión Macnair como si se tratara de su casa(?— salud —dije tras su estornudo—. Tienes razón en parte, pero las maldiciones, las poderosas y que han marcado un antes y un después en la historia de la magia, no son aquellas que el mago lo hace por hacer algo negativo o un mal —hice una pequeña pausa, empezando a caminar hacia la catedral—. Las maldiciones mas efectivas son aquellas que el mago piensa que son buenas, que la hace con un propósito positivo y aunque sea un tema en que el se pueda divagar, la magia siempre será más fuerte si es para un propósito que uno ve importante y por el que deba esforzarse.

Era casi irónico que mantuviera esa charla con ellos, se podría de interpretar de muchas manera, pero era así.

—Estas maldiciones tienen un precio depende de donde se haga, las mas comunes son en objetos y la mayoría son por venganza, algo muy común. Lo que conocerán hoy es una maldición bastante diferente a las que han leído o imaginado.

Los magos y muggles podían ver la catedral desde su exterior de la misma manera, el cambio se producía al anterior. Tras la cruzar la gran puerta se podía sentir la magia correr por el aire, los hechizos protectores y un peso desagradable en el ambiente. Dirigí a ambos hasta el lateral izquierda de la iglesia, donde al final de esta se encontraba otra puerta de madera que dirigía a los pisos superiores.

—Oromis es… complicado —no había otra palabra para describirlo al mago—. Los guerreros Uzzas son quienes han protegido esta iglesia con su magia y lo mantienen encerrado acá para el bien de todos. Como bien ya deben saber los Uzzas le gusta el peligro y les agrada compartir sus secretos con los docentes de la Academia que consideren aptos, de esta manera se puede investigar temas que uno vería imposible.

La escalera era en forma de espiral y piedra, con pequeños ladrillos faltantes que hacían rugir el aire al ingresar y dejaban ver cada vez más pequeña la ciudad. A medida que subimos se podía sentir más la capa de hechizos protectores y como estos nos dejaban ingresar sin ofrecer ninguna resistencia. En el punto más alto se encontraba otra puerta, solo que con símbolos en un idioma antiguo y piedras preciosas formando figuras.

—La puerta es una defensa mágica para que Oromis no salga, la labor de loas joyas es mantener todo su poder mágico dentro de la habitación —me acerqué a la puerta y con un gesto hice que se acercaran a mi— cuando entremos deben tratarlo de Oromis, Gran Hechicero y miembro de la Orden de Merlin, no queremos que se altere.

Empujé la puerta y entrecerré los ojos ante el brillo de la habitación, del blanco pulcro que que recorría el piso, las paredes y el techo. Todo era tan brillante como el mármol recién pulido, incluyendo las estantes, muebles y sillas. En el centro de la habitación, sentando en un cojín se encontraba un hechicero con con ropa gris, de aspecto joven, tatuado con una serie de lineas por todo su cuello y clavícula. Sus ojos estaban protegidos por una banda del mismo color y tras escuchar la puerta cerrarse, una fina sonrisa se marcó en su rostro.

—Tres magos, jóvenes y con un futuro prometedor, una descripción que nunca le ofrecería a los guerreros Uzzas. ¿Quienes son, a que vienen y que impide que no use mi magia en ustedes?

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Madeleine no es muy perceptiva ni tampoco muy lista, pero su relación con Jank, dejando de lado que no sea muy buena, es muy estrecha. Entre ambos existen muy, muy pocos tabúes. De hecho, actualmente sólo hay tema difícil para ambos, y comienza con "Pan". Cuando su hermano hace la pausa brusca, sabe muy bien por qué. Él sabe que ella desenfundaría a Melle si dijera el nombre de su madre, y le haría una cicatriz todavía más fea en el otro ojo si se atreviera a hablar de la maldición. Quizás, tan sólo quizás el asunto de Pandora sería interesante de discutir con un presunto experto... pero a Madeleine, con saber que fue ella la causante de todo, le basta y le sobra. Sólo por la cortesía de su hermano cambiando de tema, ella finge no haberse dado cuenta de todo aquello.

 

Incluso escucha con genuino interés la plática de Pik acerca del arte de las maldiciones, aunque su mal genio sale a relucir cuando le dice "Madeline".

 

—Es Madeleine —inquiere—. Ma-de-le-i-ne —dice lentamente, asegurándose de pronunciar correcta y fuertemente cada sílaba. Al principio, dejaba que la gente se equivocara una, dos veces con su nombre... había escuchado muchas cosas locas. "Madeline", "Madaline", "Madelaine" e incluso "Madalaine". Pero luego de tantos años en Londres, había perdido la paciencia con el asunto.

 

Mientras se dirigen al interior de la catedral, escuchan acerca del famoso mago al que conocerán. La pesadez del ambiente, típica de una Iglesia, hacen que Madeleine deba esforzarse el doble en prestar atención. Pik habla del mago con mucha naturalidad, tanta que ella se pregunta qué tan común es no estar familiarizada con el nombre. Intercambia una mirada con Jank, aunque en su ojo bueno no ve mucha esperanza. De todas formas, no hace ningún comentario al respecto, pues está segura de que no falta poco para que ellos mismos averigüen el tema.

 

Si bien as letras talladas en la puerta le recuerdan a los garabatos en una de sus "grimerías", sólo por la forma de los garabatos, no tiene la menor idea de lo que dicen. Las joyas son brillantes y de colores familiares, pero de todas formas no se parecen a ninguna piedra preciosa que Madeleine haya visto antes (aunque, no es que hayan sido muchas exactamente). Vaya, los Uzza sí se esfuerzan por tenerlo encerrado. Allí puede sentirse todavía más la magia fluir, pero... no de la buena manera.

 

—Que no se altere —masculla por lo bajo. Con Madeleine y Jank, especialmente ahora que están juntos, es muy probable que el sujeto se ponga de malas.

 

Cuando Pik abre la puerta, el brillo la obliga a cerrar los ojos. ¿Es para que el tipo se quede ciego o qué?, piensa, dando un par de pequeños pasos. Luego de unos momentos, su visión se adapta un poco a lo brillante del lugar. Luego de parpadear un par de veces, logra ver bien al mago.

 

Es completamente diferente a la imagen mental que tenía. Ella se había imaginado a un hombre viejo, y obviamente con un aspecto mucho menos peculiar. Con aquella venda cubriéndole los ojos (¿para protegerlo de lo brillante del lugar?), seguramente no se daría cuenta del descaro con el cual Madeleine lo examina de pies a cabeza. Le gustaría preguntarle por los tatuajes, pero el mago habla primero.

 

—Somos... ahm... aprendices —es lo único que alcanza a decir. A pesar de que podría decir muchas cosas, no quiere ser ella la que haga que aquel tipo se enoje y explote y los mate, así que confiando más en las habilidades del habla de Jank que en las suyas propias, le da un codazo en las costillas para que se espabile y diga algo.

Editado por Madeleine Stark

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Madeleine parecía la única viva entre los dos magos, Hank al parecer había entrado en estado de shock con tanta luminosidad en la habitación, cosa bastante extraña teniendo en cuenta los rumores que corrían sobre él y su compañía en Ottery. Pik se adelantó y se sentó frente a Oromis, apoyando las rodillas al piso y descansado sobre sus pies. Con una seña indicó a la hechicera que se acercara y lo imitara

—Como dice Madeleine —imitó la pronunciación tras la pequeña clase recibida minutos antes— venimos por parte de los Uzzas para conocer más sobre usted y…

—Sobre mi maldición —Oromis cortó en seco la charla, jugueteando con sus dedos. Estaba sentado en forma de mariposa sin mirar ningún punto fijo, solo movimiento el rostro con movimientos lentos, detectando sonidos que solo él percibía—¿para eso lo mandan los Uzzas, solo para conocer sobre mi maldición?

Pik cruzó la mirada con Madeleine antes de responder, el tono de voz del mago había cambiado y se sentía más rígida, dejando el tono cansino a un lado.

—Sí —respondió el Macnair, dudando por un segundo— venimos a conocer a que nos hable sobre ella.

El silenció se apoderó de la sala durante un par de minutos, Oromis parecía una estatua de carne y hueso, mirando un punto fijo entre la distancia que separaba a los magos. Tras casi cinco segundos se enderezó, llevándose las manos a la banda que cubría sus ojos y la retiró, dejando ver su rostro descubierto.

—Si quieren saber sobre mi maldición —dijo, con los ojos cerrados y alzando ambos brazos, uno en dirección de Madeleine y otro hacia Pik— la mejor forma de conocerla, es viviéndola.

La reacción de ambos fue demasiado tarde, al intentar moverse para atrás Oromis se lanzó sobre ellos y colocó su pulgar en la frente de ambos, al momento que abría sus párpados y mostraba sus ojos blancos carentes de expresión. El mortífago sintió al cruzar la mirada con él como la magia penetró en su cuerpo y lo envolvió en lazos invisibles que no lo dejaban mover, luego una sensación de embriagues lo invadió, haciendo todo borroso a su alrededor.

De golpe se encontraba sentando en un banco de madera al lado de Madeline, rodeados de gente y de lo que parecía una iglesia. Se encontraba prácticamente a oscuras, siendo unos vitrales de colores la única luz que proporcionaba al lugar. Las campanadas sonaron y un cura salió de la parte delantera, vestido con ropaje blanco y llevando entre sus manos lo que pareció un basto bañado en oro.

—¿Ese es… Oromis? —preguntó en voz baja, acercando su rostro hacia el de la hechicera. Aun recordaba que se encontraba bajo el efecto de una maldición, pero no se sentía mal ni lo rechazaba, simplemente se sentía complacido de lo sucedido.

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—¿Qué demonios, Dayne? —le reclama a su hermano en susurro susurradísimo. Sin que ninguno de los otros magos se de cuenta, le da un codazo todavía más fuerte en las costillas, lo pellizca y le maldice por lo bajo, pero nada funciona. Jank está junto a ella, con la mirada perdida, los labios entreabiertos y su "ojo malo" dando vueltas sin cesar... cualquier otra persona razonable culparía a Oromis. Sin embargo, ella ya lo ha visto así antes, muchas veces y, al igual que en esa ocasión, en los momentos menos adecuados— Maldito seas, Jank —termina suspirando, pero sin ánimos en la voz (menos mal, porque quizás, gracias a las magia de sangre, de verdad lo hubiese maldecido).

 

La brusquedad con la que Oromis corta las palabras de Pik hace que Madeleine se sobresalte. Olvidando por un momento el asunto de su hermano, trata de prestar atención no a las palabras, sino a la voz en sí del mago; sin embargo, es incapaz de identificar qué emoción la hace tan firme. ¿Acaso indignado? ¿Lo considera una falta de respeto? El hecho de que tenga los ojos vendados y esté en una postura estática no ayuda mucho a la interpretación.

 

Es por ello que, cuando el "profesor" le dirige una mirada, como para acordar una respuesta, no sabe qué responder. Ella ni siquiera sabe si están allí por los Uzza o por gusto personal de Pik. Así que se encoge de hombros, a lo que él termina respondiendo por su cuenta.

 

Madeleine, abrumada por el eterno silencio, busca a Fae en el bolsillo trasero de sus vaqueros. No la desenfunda, ya que tiene la sensación de que el mago maldito puede verlos, pero sus dedos se cierran en torno a la empuñadura de ébano. No hacen que se calme, pero sí que se sienta más segura. Todos están inmóviles. Cuando aquel martirio se prolonga hasta los tres minutos, está segura de que deberían irse, que el tipo ya se molestó. Es por ello que, cuando se levanta, se sobresalta y casi, casi, saca la varita en su contra.

 

No obstante, la visión del rostro sin la venda y el tono de voz, tranquilo pero aún así amenazador para ella, terminan petrificándola. Para cuando se dice que debe saltar hacia atrás, o empujarlo o lo que sea, ya el pulgar del hombre está en su frente. Durante un interminable segundo no sólo no puede luchar contra él, sino que tampoco puede rehuir de sus ojos de ciego, que parecen verlo todo. Sin poder resistirse y al igual que Pik, se pierde en ellos hasta que lo blanco se convierte en negro.

 

—¿Huh? —se sobresalta, al sentir su trasero aplastado sobre un incómodo bando de madera.

 

Ya la oscuridad no es absoluta. No distingue los dibujos en los vitrales, pero sí los colores, dibujándose por medio del pasillo que atraviesa el mar de bancos. Son los únicos en el lugar, por lo menos hasta que las campanas anuncian el comienzo de la misa.

 

—Tendría sentido —masculla por lo bajo, temiendo que el sacerdote escuche su voz. No está segura de si aquello es un sueño o el hombre los transportó allí, pero, ¿acaso importa?—. Su maldición es... ¿estar encerrado en esta Iglesia de por vida? ¿Servir a algún dios? ¿Y qué demonios hará con esa cosa? —aquello, especialmente luego de oír tantas cosas acerca de esos lugares y esos hombres, no le da buena espina— Yo... mejor busco a... —quiere levantarse, pero no puede. No porque esté paralizada o algo la ate a la banca. En el fondo, sin saber si son deseos propios o fueron provocados por Oromis, quiere ver lo que sucederá a continuación.

 

 

 

Off: @@Jank Dayne es pura mente

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