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Libro de la Fortaleza~


Athena Rouvas
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Libro de la Fortaleza

 

 

 

―Me gustan los lugares tranquilos, eso es todo.

 

Ciertamente, el ambiente de un lugar deshabitado, silencioso, le parece el óptimo para aprender. Sabe que no todos los perciben de la misma manera, pero al fin y al cabo deben acostumbrarse un poco a ese cambio en la mentalidad. Apenas y durará un par de horas, después será el recuerdo de un día de estudios.

 

Los Uzzas no tardan en marcharse, o eso quieren parecer. Sabe bien que no irán lejos pues le gusta ser precavidos con quienes aprender de su magia. En cierto momento escuchó que eran selectivos con los "elegidos" que aprenderían sus poderes, Rouvás con el tiempo se ha ido percatando de cuan cierto es ese rumor. El camino es largo hasta alcanzar el límite de conocimientos, los hechizos de la Fortaleza son solo un primer escalón de una larga y, a veces, complicada escalera.

 

Todas sus clases han sido estructuradas de diferente manera, en diferentes lugares. Algunas como pruebas, otras más como charlas, todo depende de lo que los guerreros dispongan, pero esta vez la organización tomó en cuenta su todavía poca experiencia.

 

―Candela Triviani. . . Recuerdo de algún lugar ese nombre. . . ―Tiene en la mano un pergamino con el nombre de su única alumna en aquella oportunidad. Un vago recuerdo, de la Academia al parecer, le hace eco de la personas. Ha pasado tanto tiempo que no puede estar segura. ― ¿Les parece si la esperamos? Tengo algunas ideas que quiero poner en práctica, espero que no tarde demasiado.

 

Le hablaba a dos hipogrifos que merodeaban alrededor de la piedra en que estaba sentada.

 

Los había domado de las dos maneras establecidas, primero con la clásica reverencia para ganar confianza, pero luego afianzó la relación con el anillo de amistad con las bestias, ese mismo que colgaba junto a otros anillos en una cadenita en el cuello.

 

Una misiva había sido enviada, previamente, al domicilio de Triviani. Indicaban lugar, día y hora en que se llevaría a cabo la clase. Por lo que solo era cuestión de tiempo su presencia. También le recordaba que debía acudir con el Libro, pero por sobretodo con los anillos y amuletos. ¿Cómo los usaría encima? Eso quedaba a criterio de cada quien.

 

―Bueno, creo que se acerca. ―No se puso de pie, pero si quedó en alerta.

 

Tardó un poco más aún, pero al fin la tenía al frente.

 

―Bienvenida Señorita Triviani, soy Athena Rouvás, designada por los Guerreros Uzzas como la persona a cargo de transmitir los conocimientos del Libro de la Fortaleza. No se si tengas alguna duda general o específica que desees que resuelva. Toda la clase trataré de ello, no solo de poner en práctica lo poco que debes manejar aún.

 

Mientras hablaba fue poniéndose de pie, para estar a la par.

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No tenía ni idea de dónde estaba parada, ignoraba el lugar y la dirección. Se había presentado allí por inercia, pues no estaba ni siquiera segura de haber llegado al punto de encuentro correcto. Revisaba constantemente, casi de manera obsesiva, los anillos obtenidos con ambos libros y también los amuletos. Éstos últimos los llevaba colgados de su cuello junto con los primeros anillos, los segundos iban como pendientes en una pulsera en su mano derecha.

 

Candela estaba segura de no saber usar ninguno de ellos, no había tenido oportunidad de emplear ni siquiera el anillo de amistad, pues la única bestia con la que trataba últimamente era su basilisco, y llevaba años de sobra con él como para saber perfectamente cuándo acercársele y cuándo no. Por lo que cuando se vio frente a la muchacha que, asumía sería su instructora, estaba parada entre dos hipogrifos se detuvo en seco.

 

— Buenas... —saludó con su mirada mercurio puesta en ambas bestias.

 

Tuvo que obligarse a mirar a la chica que se hacía llamar Athena, cuyo nombre recordaba vagamente de sus años en la Academia. Aunque bien podría tratarse de otra Athena, así como le había tocado toparse con muchos homónimos de sus antiguos conocidos. Fueron tantos años fuera de Londres, refugiada en un rincón muy remoto de Europa, que se sentía una extraña incluso en su propia familia.

 

— ¿Que tipo de dudas? ¿Pueden ser respecto al Libro del Aprendiz del Brujo también? Porque entonces aprovecho y pregunto cierta duda que tengo en lo que se refiere a un hechizo en particular... —fue acercándose con cautela, no sabía cómo tomarían los hipogrifos su presencia— ¿Puedo? —señaló a ambos animales, esperando el visto bueno para aproximárseles sin correr peligro.

 

La Triviani hizo uso entonces del famoso anillo de amistad con las bestias con los hipogrifos, de modo que aceptaran el hecho de que estaba allí y debían convivir por lo menos unas cuantas horas de forma políticamente correcta.

 

— ¿Puedo hacer preguntas sobre hechizos en concreto?

 

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―Puedes hacer todas las consultas que tengas, no hay límites. Bueno, al menos de estos dos Libros, los que siguen más adelante tienen sus propios guías.

 

Pero de todas maneras resultaba curioso que alguien tuviese dudas sobre el Libro de Aprendiz de Brujo. Hasta el momento nadie se había atrevido a cuestionar algo sobre el, entonces todos asumían que los magos y brujas llegaban comprendiéndolo del todo, o simplemente nadie se atrevía a hacer preguntas que podían considerarse "sencillas". Le resultaba interesante el echo de iniciar una clase diferente, por decirlo de alguna manera.

 

Se movió dos pasos al costado derecho dejando que la mujer se acercara a los hipogrifos haciendo uso de uno de sus anillos. A simple vista, no parecía demasiado emocionada con la presencia de las bestias, pero al menos no había salido corriendo, solo se mantenía a una distancia que Rouvás consideró como prudencial. Ella ya estaba acostumbrada a tratarlos, en meses anteriores habían sido sujeto de diferentes actividades; el uso de su propio anillo era más para mostrar como utilizaban los artes de los Uzzas. A esas alturas los hipogrifos ya estaban un poco habituados a su presencia, pese a que no eran de su propiedad.

 

Se fijó en que de su cuello colgaban algunos de los amuletos (supuso que todos, aunque solo algunos quedaban a la vista).

 

―Bien, te escucho. Puedes preguntar sobre los anillos, los amuletos o los hechizos, lo que necesites. Después de todo debes comprender esto antes de lograr dominar todo lo que el Libro trae, claro y antes de vincularte con el, que es la parte final de esta clase. ―No le importaba dar esa parte de información, no era ningún secreto tampoco.―

 

La mayoría se encontraba tan entusiasta de aprender que llegaban con algunos tintes de haber intentado utilizarlos por cuenta propia en sus domicilios, claramente sin conseguir el efecto exacto. Candela al parecer no calificaba en ello de modo que partían un poco de cero.

 

Había un ruido extraño en el ambiente, una especie de zumbido pero muy lejano. Athena aguzó un poco el oído esperando escuchar algo especial, sin embargo, tuvo que volver a concentrarse en lo que hablaba Triviani, lo cual tenía más prioridad.

 

 

@@Candela Triviani

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― ¡Oh, genial!

 

Candela mostró más interés e intentó ignorar a los hipogrifos que acompañaban a Athena. Quizás debería preguntarle primero si los anillos tenían un límite de duración al ser usados, pues temía que se les terminara la actitud tan pacífica en la que se habían sumido ambas bestias respecto a la ojigris. Sin embargo, y pese a su ligero esfuerzo para concentrarse en esa pregunta, las dudas que decidió presentar iban por orden de "importancia", o al menos la que ella les daba.

 

Días atrás, recordaba haber leído acerca de unos problemas que tenían que ver con el primer libro. Se cuestionaba la conveniencia de utilizar un Espejo Niebla, ya sea en duelo privados por práctica o incluso aquellos en los que se necesite de manera urgente algún tipo de "poder especial" para protegerse o defender, lo que ocurriese primero.

 

― ¿Qué tan efectivo es el Espejo Niebla? Es decir, me parece que la utilidad que tiene está muy... sobrevaluada... ―fue sentándose en ¿el suelo?, conforme iba hablando― No me malinterpretes, teóricamente me parece un hechizo muy interesante, sobre todo cuando existen esas circunstancias de las que no podrías huir aunque quisieras...

 

La gitana se detuvo un momento para escuchar un muy ligero zumbido, miró a ambos lados. Aguzó el oído para escuchar mejor, pero no pasaba de ser más que un ligero silbido. No pudo identificar más.

 

― Mi punto es... ―continuó una vez vuelta su atención hacia la muchacha― a menos que fueses a usar hechizos que hayas presenciado... si no lo hiciste, es inútil usarlo ¿verdad? No serviría de nada invocarlo, es a lo que me refiero. ―inconscientemente tocó uno de los anillos que colgaba de su cuello― ¿Tiene algún límite de duración? ¿Una fecha de vencimiento? ―preguntó señalando a los hipogrifos y su anillo de amistad.

 

Un segundo más tarde, sin esperar respuesta aún, volvió a preguntar:

 

― No puedo usar los anillos y los amuletos, ¿no? Ya sé que es una preguntonta, pero vale para estar seguras.

 

@@Athena Rouvás

Editado por Candela Triviani

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Al parecer Candela también había escuchado algo del zumbido, pudo verla desviar la atención por un breve instante, pero luego trajo las anheladas preguntas que tan pocas personas se decidían a formular. Rouvás se mantuvo de pie en su posición, con las manos en la espalda.

 

―Veamos, deja responder por el orden en que me preguntas. ―Esperaba no olvidar el orden en que había escuchado todo. ―No se si la palabra sea inútil, pero la verdad es que pierde bastante su punto si lo utilizas sin tener de que copiarse. Esa es como la esencia del Espejo de niebla, enaltecer algo que es más pequeño y que hayas visto recientemente para no fallar. En lo personal, resultaría una pérdida de tiempo aplicarlo en alguna instancia pues no tiene relevancia absoluta en esos casos.

 

Primero creyó que se refería al mismo hechizo, pero luego se fijó en que indicaba a las bestias y la relación que había nacido mediante el anillo que ambas brujas portaban.

 

―No hay un límite conocido, pero tampoco es eterno. Sí, se que suena un poco confuso. No puedo afirmarte que durará cinco minutos una vez que lo actives, pero llegará un momento en que estés utilizando magia con la varita y te centres en otras cosas y entonces te darás cuenta que el efecto ya no es tan marcado como en un inicio, por lo que necesitaras reforzarlo, conectarte nuevamente con el anillo y con el amuleto. ―Como había dejado otra pregunta en el aire, prosiguió. ―De poder se puede, también es algo de práctica. Quizás en un primer momento no lo consigas, pero cuando estés en Libros más avanzado si. La magia Uzza no es algo que perfeccionas de la noche a la mañana, debes entrenarla constantemente para ir haciéndote más diestra.

 

En resumidas cuentas todo iba dependiendo de como progresaba con el uso del Libro, de prácticas, de avanzar en conocimientos, así como muchas otras cosas en la vida. Era muy probable que durante la clase apenas aprendiera a usar los poderes de la Fortaleza, o bien podía salir siendo una persona destacada con tintes poco habituales.

 

Sin querer había estado caminando muy lentamente de un lado a otro, una de sus manos había ido a para cerca de un costado, donde guardaba celosamente a Niké, su varita.

 

―No se mi he explicado bien, si tienes más preguntas puedes hacerla sin problemas. Por mientras convendría irnos moviendo un poco, tenemos que llegar a otro punto y entre medio debes ir descubriendo cada uso de cada cosa. No conozco todos los peligros que puedan haber en este bosque, es por eso que he traído a estos pequeños, si las cosas se ponen peligrosas por tierra podemos seguir por aire. . . pero de momento caminaremos.

 

Había olvidado el tema del zumbido. Fue cuando terminó de hablar que lo sintió un poco más cerca que minutos atrás; ya lo había escuchado antes, solo que no lograba recordar dónde, ni tampoco qué rayos eran. Miró hacía el lado derecho, solo se veía la espesura de los arbustos y uno que otro rayo solar que se abría paso por entre las ramas de los arboles. Eso era lo que les permitía tener buena visión en el punto en que estaban.

 

 

@@Candela Triviani

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Escuchó cada una de sus respuestas de manera atenta, y se dio cuenta de que la última de sus cuestiones había resultado algo ambigua, cosa que confirmó cuando escuchó la declaración de Athena y la ojigris se sintió en la nada misma nuevamente. Parecía imposible expresarse de forma concreta cuando estaba ansiosa y tenía tantas preguntas que hacer al mismo tiempo, que aveces se le quedaban palabras en la lengua o se olvidaba de frases enteras, de modo que intentó re formular su consulta.

 

― Lo siento, creo que me has malinterpretado, ―empezó una vez que se puso en pie e inició la marcha a lado de la bruja― aunque probablemente sea que se malentendió por no me expresé como es debido. Me refería al uso de los anillos y los amuletos en situaciones de batalla, pierden su efecto, ¿verdad? No podría usar el amuleto volador, por ejemplo, si quiero escapar de ataques inminentes. ―miró hacia adelante con gesto pensativo y luego añadió― No es que viva batallando, o sea una bruja problemas, ―mintió― pero sólo me aseguro.

 

Candela observó a las bestias caminar a la par de ellas y recordó lo que le había dicho la chica sobre el efecto del anillo, nada era seguro a menos que estuviese concentrada en lo que hacía y, si era honesta, no le estaba prestando mucha atención a los hipogrifos ni le interesaba si se quedaban o no. Sin embargo, su mano derecha fue instintivamente hacia dicho objeto y lo frotó como si fuese a sacar un genio de él.

 

Le incomodaba no saber dónde se encontraban, tantos años combatiendo demonios y fantasmas personales le hacía creer que, de la nada, le saltaría alguna cosa encima; y era más perturbador aún el hecho de que se encontraran solas en un bosque, con apenas unos pocos rayos de luz filtrándose entre las enormes copas de árboles que se imponían muy soberbios a su paso. Y, por supuesto, también estaba aquel zumbido. La Triviani había decidido fingir que no le afectaba, pero estaba muy curiosa, le parecía que el ruido se hacía cada vez más fuerte.

 

― ¿Y qué pasa si se usa el Espejo Niebla con un hechizo o encantamiento simple?¿Tendría el mismo efecto? ―arrancó una nueva ronda de preguntas pues, aunque amaba su misantropía, le gustaba menos el hondo silencio que se había generado en el ambiente. La gitana presentía cierta tensión, pero no estaba segura si derivaba de su instructora, o de algo más.― Por ejemplo, digamos que, al ser equipable, lo uso con un... Desmaius, por así decirlo, porque bien podría tratarse de otro hechizo pero bueno, no quiero divagar. Según el libro, el Espejo Niebla hace que el otro vea frente a sí a un súper mago, le tenga respeto... o miedo, lo que ocurra primero, entonces ¿el efecto es el mismo? ¿La otra persona se vería afectada por el ataque? ¿O se usa como mero recurso complementario para copiar hechizos que, de otra forma, no están a tu alcance?

 

En ese momento detuvo su andar y observó con el ceño fruncido a la Rouvás. Desconfiada, sobre todo por que aquel camino se le hacía eterno y terriblemente familiar. No porque lo conociera, sino porque era una escena que se asemejaba con una vivida en Alemania, durante sus años de fugitiva.

 

― ¿A dónde vamos? ―deslizó su mano izquierda hacia el bolsillo de su pantalón, lugar en el que se encontraba su varita.

 

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―Oh, te referías a eso. Bueno, si, sonó un poco ambigua la pregunta. Hay quienes han intentado usarlos y han visto sus usos poco confiables en situación de batalla. A juicio personal, considero que si podrían tener cierta utilidad, pero más que nada su utilización es para cosas un tanto más cotidianas. ―Anexó a lo que había respondido con anterioridad. ―Las brujas-problemas son las que viven las mejores aventuras, no creo que eso sea un pecado. ―Agregó divertida con su propia consideración.

 

Ambos hipogrifos caminaban delante de ellas, aunque por momento parecía que iban jugueteando más que otra cosa. Los veía acercarse unos a otros, de vez en cuando pegar una corta carrera o detenerse para pararse en dos patas y asustar a unos pajarillos sobre la rama de un frondoso árbol.

 

No llevaban un ritmo demasiado rápido, y eso era más que nada precaución. No era el tipo de bosques que tenían trampas para cazar animales entre la maleza. No. Allí habían criaturas mágicas protegidos por el Ministerio, pero distaba demasiado del Bosque Prohibido. Quizás por eso no andaba allí ningún alma, no conocía magos que se fueran de excursión un fin de semana, tal cual haría una familia común muggle.

 

―Es que el efecto que causa sería el mismo. Como bien has dicho enaltece al mago, más que potenciar al hechizo que se potencia en sí. Da lo mismo si ocupas un Morphos, un Sectusempra, o un casco-burbuja, a los ojos de quien te está viendo tu serás lo máximo, nadie podría ganarte en un duelo, solo es necesario que alguien más lo haya utilizado antes. No se trata de cómo aumente el poder, sino de como lo percibe quien lo recibe, la mente es algo importante.

 

Sintió de pronto que ella se detenía. El zumbido estaba cerca, pero también estaba aquella aparente inquietud desde el inicio de la clase con los hipogrifos.

 

―Hay un claro un par de kilometros más allá ―Alzó el brazo y señaló hacia adelante. ―Es bastante amplio, y créeme, necesitaremos espacio para la última parte de la clase. ―Volteó la vista hacia Candela. ―¿Sucede algo malo?

 

Apenas alcanzó a oír su respuesta pues el zumbido estaba claramente a poca distancia de donde las brujas se encontraban. Lo más oportuno habría sido correr en alguna dirección, pero la maleza y los arbustos eran densos y el camino tenía muchos baches, símbolo de no ser demasiado frecuentados en el tiempo. De echo, en muchos puntos el caminito estaba cortado a secas.

 

<Parece. . . Parecen Doxys, se escuchan como Doxys. . . > No llegó a mencionarlo en voz alta, solo tocó con su mano el anillo de plagas que traía colgando en el cuello por mayor accesibilidad. Comúnmente se usaba en los hogares para detectar plagas, pero no habían límites en otros sitios. ¡Dioses! Alcanzó a exclamar antes de extraer con velocidad la varita roble inglés de su lugar seguro y enarbolarla a la altura del pecho, hizo una floritura sencilla.

 

Salvaguarda Mágica. ― Su cuerpo era intangible ahora, los Doxys podrían pasar de ella. Esperaba que Candela pensara rápido.

 

 

@@Candela Triviani

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Uhmm... ―vaciló en su respuesta, su desconfianza le indicaba que no había nada seguro, y mucho menos dentro del mundo mágico.

Tantos años refugiada en Alemania le hicieron reacia a fiarse de la palabra humana, a la palabra de una persona. Resultaba irónico tener que confiar más en lo que decía un muggle que en sus iguales, con lo que detestaba a los muggles. El hecho de que no poseyeran magia los convertía en personas vulnerables, propensos a cualquier tipo de desgracia y, sobre todo, de mal augurio. Para Candela no había peor condición que ser muggle, no imaginaba tener que vivir sin magia.

No, supongo que nada.

Siguió caminando un paso atrás de ella, sólo por las dudas, y notó la tensión que se generó en el ambiente. El anillo que colgaba de su cuello y que servía para detectar plagas, según había leído en su libro, le empezó a molestar y el zumbido fue aumentando cada vez más. Alcanzó a oír el grito de Athena, sólo para divisar una mota de bichos que volaban casi furiosas hacia ellas. Por lo que pudo ver, se trataban de Doxys.

¡Salvaguarda Mágica! ―exclamó imitando a su instructora con una ligera floritura.

Casi no le daba tiempo a sacar su varita, por lo que quedó sorprendida por el repentino "ataque". Lo único que faltaba, pensaba la bruja, era que se tiraran de un acantilado y entonces podrían no haber sido tan inútiles todos los objetos que llevó aquel día. Su cuerpo no se inmutó cuando las doxys pasaron a través de su cuerpo, pues se había vuelto etéreo.

La Triviani no tenía ni idea del efecto que tendría aquel hechizo, no lo había podido utilizar antes, y tampoco si era fiable; de modo que esperó unos momentos antes de decidirse volver a dar un paso. ¿Qué pasaba si se movía?¿El hechizo perdería el efecto? Recordaba un hechizo que tenía un límite de espacio, pero no podía encontrar en su dañada memoria de cuál se trataba. O quizás sólo creyó que se trataba de algo semejante.

 

― ¿Puedo moverme? ―se atrevió a preguntar mientras mantenía una posición similar a la de un maniquí.― ¿No pierde fuerza si me muevo? ―y al cabo de un segundo resolvió estirar los brazos y piernas, y seguir.― Tengo otra pregunta, ―dudó, pensó, y continuó― el Amuleto de Curación, ¿pierde efecto si no se posee el conocimiento de Primeros Auxilios?¿O no es obligatorio tenerlo?

Editado por Candela Triviani

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―No pasa nada si te mueves, el efecto que causa una Salvaguarda mágica no termina con el movimiento,si lo hace el tiempo, como con la mayoría de los otros hechizos.

 

Para probarle lo que decía ella también se movió. Primero se giró de medio lado para verla, y luego extendió un poco los brazos y los agitó lento, también los dedos, demostrando lo dicho anteriormente. El hechizo se fue desgastando con el paso de los minutos hasta que el cuerpo volvió a ser tangible. Siempre sucedía así.

 

―Van de la mano. ―Mencionó luego de escuchar una nueva pregunta. ―El amuleto de la curación, para obtener todo su poder, en necesario que sea usado teniendo el conocimiento de Primeros Auxilios. No dudo que una persona que carezca del conocimiento y logre vincularse al Libro pueda al menos curarse un pequeño corte en un dedo, por poner un ejemplo, pero este no pasaría más allá. Su uso real debe ir acompañado ya sea en cosas cotidianas, aventuras extremas o en un duelo.

 

No era la primera persona que preguntaba por aquello, así que prefería aclarar todo lo posible de inmediato. Con adrenalina en el cuerpo muchos solían solo usarlo y muchas veces no era compatible, algunos terminaban llevándose una desagradable sorpresa.

 

Según sus cálculos debían estar cerca del lugar en que planeaba poner "un poco" a prueba lo que habían logrado pasar. No es que Candela hubiese practicado demasiado, o quizás lo suficiente, pero al menos ya sabía identificar las vibraciones de los amuletos o los anillos, y había conseguido utilizar la Salvaguarda Mágica con éxito. A partir de ahí podía comenzar a moverse con más facilidad y sería la práctica lo que haría al maestro, como se dice.

 

―Queda poco por llegar. Pero tal vez deberíamos ir más rápido arriba de estos hipogrifos. Cuando lleguemos al lugar podrás practicar algo más si lo deseas o directamente ponerte a prueba, tu decides sobre lo que crees que está mejor.

 

Reforzó lo que su anillo de amistad con las bestias hacía con un Orbis Bestiarum para que uno de ellos le permitiera subirse al lomo. Por lo visto anteriormente, dedujo que a Triviani no iba a causarle demasiada gracia. Era lo que tenían más a mano, y además, a veces hay que hacer algunos sacrificios por alcanzar nuevos horizontes. Indicó con un golpecito en las costillas del animal que debía emprender el vuelo, así lo hizo.

 

Ya en el aire se mantuvo todo el tiempo cerca de Candela para evitar tener que gritar demasiado. Volaban a un par de metros por sobre las copas de los árboles de modo que el viento les azotaba la cara y se llevaba las palabras.

 

―Ese es el lugar. . . ―Señaló un sitio libre de vegetación frondosa, aunque si con algunas rocas y una que otra pequeña flor. Todavía estaban a un distancia considerable.

 

 

@@Candela Triviani

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¡Cómo la odió en el momento en el que se subió al hipogrifo! Candela frunció el entrecejo y retrocedió unos pasos, claramente horrorizada. No les tenía miedo a las bestias, estaba segura de ello, pero jamás había usado una para servirle como vehículo; cuando era nada más que una alumna, un compañero suyo sugirió usar un thestral y, considerando que todos, de una u otra forma, podían verlos ya que presenciaron directamente la muerte, no estuvo a gusto con la idea. Sin embargo, fue la obligación que tenía en ese entonces con la clase lo que le hizo moverse, y sería la misma obligación lo que haría que la Triviani siguiese a Athena.

 

El hipogrifo restante la miró como quien mira a una paria y Candela le devolvió el gesto; era evidente que la relación entre bestia humana y bestia animal funcionaba, única y exclusivamente, gracias al su anillo de amistad con las bestias, de otro modo hacía tiempo que habrían caído en una batalla. La ojigris recordó en ese momento la lucha llevada a cabo con su basilisco y se imaginó que Green, como le llamaba, era mucho más manejable. Y ese instante fue que apreció más a su mascota y prometió, internamente claro, que le llevaría un hipogrifo de cena. Aunque tendría que arreglárselas para conseguir uno distinto al que estaba usando en la clase, pues Athena la estaría vigilando.

 

Hizo uso de uno de los hechizos que recitaba en Libro del Aprendiz del Brujo para "someter" al animal. Con el Orbis Bestiarium fue mucho más fácil hacerse la dueña y señora de él, aunque a Candela le pareció por un segundo que éste se resistía, se subió al lomo del hipogrifo e imitó a su acompañante, que ya estaba sobre ella. Le costó un poco adaptarse a la altura a la que volaban y, sobre todo, al lomo del animal; no estaba cómoda, eso por descontado, por lo que sintió un gran alivio cuando la joven bruja le señaló el lugar al que se estaban dirigiendo.

 

Candela únicamente asentía con la cabeza para indicar que escuchaba todo lo que iba diciendo la Rouvás, estaba más concentrada en que la criatura no se le ocurriese hacerla caer que en lo que indicaba la chica. Para la gitana era más importante descender seguros, ya tendría tiempo de ordenar sus ideas, los dichos, las explicaciones y sus preguntas. Cuando bajó, prácticamente corrió para alejarse del hipogrifo, éste la observó un poco confundido y luego se puso a prestarle atención a su compañero amigo y empezaron a jugar nuevamente.

 

― Prueba... ―murmuró la Triviani una vez que se tranquilizó. Aunque su gesto era la impasibilidad hecho rostro, no podía negar que estaba ligeramente perturbada por el viaje tan peculiar.― Aveces respondo mejor bajo presión, a ver qué sale... ―estiró brazos y piernas nuevamente, y respiró hondo. Podría tomar la prueba como la práctica en sí, ¿no?

 

Realmente era un amplio claro, lleno de grandes árboles con enormes copas a su alrededor. Alguna que otra piedrecilla, unas más grandes que otras, flores de todos los colores y todo el suelo cubierto de pasto; pudo avistar algunos troncos caídos, producto tal vez de alguna tormenta. Estaba como para hacer un picnic allí, quizás volvería en esos días en los que necesitaba descansar y huir de la rutina londinense.

 

― ¿Con qué empezamos? Que sea algo fácil, no seas severa conmigo. ―bromeó.

 

 

@@Athena Rouvás

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