Recuerdos de un matrimonio mágico eterno, que la muerte nunca podrá separar.

[Sagitas E. Potter Blue]

 

Encontrar plaza en la Universidad de Girona no fue nada fácil y, sin embargo, si en algo era cabezona era en la insistencia de mis esfuerzos. Dieron fruto, por supuesto, aunque también he de darle méritos a aquel ratoncillo tan lindo con el que había aprendido a jugar desde muy niña. Era una cría diminuta y abandonada por una camada numerosa que había huido del envenenamiento del Hombre. He de reconocer que soy rara, muy rara, y que desde niñita, había conseguido entablar una relación "mental" con plantas y ciertos animales.

Es por eso que, en vez de gritar, pisotear, pedir ayuda y/o salir corriendo como el resto de las niñas del orfanato en el que me crié hubieran hecho al verlo, yo lo sostuve entre mis manos, le di calor a aquella criatura casi difunta y le di agua para alimentarla. Yo no sabía por aquel entonces de cómo se cría un ratón bebé, pero ya apuntaban en mí aquel amor por los animales que iría desarrollando posteriormente, como con el dragón que me acercó a Jack, mi futuro marido.

Sí, la historia es algo enrevesada, aunque creo que si yo no hubiera cuidado de Ratoncillo y no me hubiera escapado mil veces del orfanato para vivir experiencias múltiples en los pueblos de aquella zona de Asturias..., si no hubiera entrado en contacto con el Circo Pacotilla y si, finalmente, no hubiera entrado en aquella Universidad de Girona, mis vivencias actuales no tendrían ningún sentido ni estaría dirigida a acabar como creo que acabaré en el futuro: muerta a manos de mi querido hijo Ithilion.

Pero no vayamos tan lejos al futuro; eso ya se verá. Ni tampoco tan lejos al pasado. Aquí lo que importa es cómo conocí a Jack y sí, ya lo he dicho, el dragoncillo llamado "Peloncillo" nos unió. Fue nuestro primer encuentro, yo en un prado lleno de flores, en primavera, junto a un escarpado que mostraba el mar bravío del Mediterráneo en una calma insospechada, siempre agitado y lanzando espumas. El dragón era aún un bebé recién nacido de un huevo. No conocía su madre y yo me alegraba de ello; cuando lo descubrí en una de las múltiples cuevas de aquel acantilado, pues ahora no estaría contando nuestra historia de haber estado allá. Las mamás-dragonas son muy protectoras de sus neo-natos.

"Peloncillo" volaba sobre mí mientras yo hacía coronas de flores variadas que tiraba al aire y él recogía en vuelos aún indecisos. No me preocupaba de su comida, había descubierto que los pequeños roedores, ardillas y otros bichitos pequeños estaban más deliciosos que lo que yo podía sacar de las cocinas de la Universidad, donde cursaba mis clases muggles. Ratoncillo siempre quedaba a buen recaudo en mi cama mientras yo me escapaba en aquellas tardes ya soleadas de primavera a juguetear con mi nuevo amigo alado. Fue entonces cuando lo conocí. Me refiero a Jack, un hombre que parecía contemplar con asombro el vuelo de Peloncillo mientras jugueteaba conmigo. Lo olí. O lo presentí. O lo supe, eso no importa... La cuestión es que vi que él venía a matarlo, como si fuera una misión.

-- ¿Quién eres? -- Y con aquella sencilla pregunta empezó una relación que ni la misma muerte ha podido acabar. Aún.

[Matt Blackner]

 

Me gustaba mirar el mar. Sentir la arena cálida entre los dedos y escuchar el sonido del mar le ayudaba a desconectar del mundo, del ruido de las ciudades, de los problemas de las personas o del sonido que producía una criatura poco antes de que acabara con ella.

Asi era mi vida como Cazador. El negocio familiar. Un negocio intenso que normalmente no permitía la jubilación....por que ni siquiera lograbas llegar a ella. Padre y madre habían muerto un par de años atrás, juntos, mientras cazaban a una Hidra que acosaba los pueblos pesqueros de una islita griega.  Me separé de ellos al cumplir la mayoría de edad, cuando estuve capacitado para continuar con el trabajo por mi cuenta. Lo único que recibí de ellos fue el Diario del Cazador de la familia Blackner, de padre....

Guardé la pluma y el pequeño frasco de tinta, cerré el diario con un ligero "plop" y lo introduje en mi mochila, antes de iniciar mi camino hasta el pueblo. Los muggles eran muy ruidosos, pero también eran divertidos. Se valían bien sin la magia, con sus coches, su electricidad...y tenían buena comida. Pero mi estancia entre ellos no se debía a la curiosidad, sino más bien al trabajo. Los Cazadores teníamos nuestras redes y métodos de contacto....las "Tabernas". Hasta una de ellas había llegado la noticia de que, en Girona, en los alrededores de la universidad, algunos muggles habían dicho escuchar "sonidos extraños" por las noches, como gruñidos y gritos, acompañados de avistamientos de una criatura "como un lagarto con alas".
Definitivamente, aquello debía ser un dragón. Tal vez algún mago loco o descuidado había decidido qeu sería buena idea tener un dragón descontrolado entre los muggles. Eso, pensando bien. Porque si no, estaba ante un problema de tráfico de criaturas, o peor....de un loco sediento de sangre armado con un dragón.

Padre y madre me enseñaron a moverme entre muggles, a ganarme su confianza. Camisa azul y pantalón negro, un buen afeitado y el pelo rojo peinado les ayudaría a pensar, unido a la confianza en la voz, qeu aquel joven era un investigador policial, lo que les llevaría a contestar cualquier pregunta.

Tal vez fuera el instinto, o que prefería pasar la noche de nuevo apartado del ruido, que elegí una colina que había observado, apartada, que daba de nuevo al mar. Aquel prado lleno de flores de todo tamaño y color, un aroma mezclado con la sal del mar.

Y con una cría de dragón que volaba erráticamente sobre ella. Algo hizo click en mi mente, por lo qeu saqué la varita, caminando con cuidado en su dirección. Si era una cría, su madre debería andar cerc....

Me habían entrenado para muchas cosas: Espectros, fantasmas, vampiros, licántropos, criaturas menores, sin inteligencia, demonios...pero nadie me preparó para aquello.

La "Madre" resultó ser una muchacha con el pelo más llamativo que había visto nunca, sentada en medio de aquel prado de flores, riendo con cada pirueta del dragoncito.

Recuerdo que sentí una sacudida en el pecho, como si incluso mi corazón se hubiera detenido al verla durante un instante. La miraba embobado, ladeando ligeramente la cabeza, gesto qeu hacía cuando observaba algo con curiosidad.

Olvidé mi misión. Que sostenía la varita en la mano, perdí de vista al dragón. No me di cuenta que la brisa venía desde mi espalda hacia su dirección, y casi no percibí que se levantaba hasta qeu estuvo de pie, mirándome directamente.

Abrí la boca, sin llegar a contestar. Primero, porque no tuve tiempo de reaccionar. Aun debía salir del ensimismamiento...

Y segundo, porque el dragón que había perdido de vista me golpeó con la cola en la cabeza, dejándome inconsciente con el golpe