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Dorothy Anne

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Todo lo publicado por Dorothy Anne

  1. Hola hola Siempre me hago una bola con todo esto de los niveles... En fin, edito para decir que si se me permite un cuarto conocimiento entonces tomo la clase, y de no ser posible, entro como oyente nada más. Nick: Dorothy Anne ID: 115548 Conocimiento: Encantamientos Nivel de magia: IV Link a la bóveda: http://www.harrylatino.org/topic/97151-boveda-de-dorothy-anne/ Link a la ficha: http://www.harrylatino.org/topic/96762-ficha-de-dorothy-anne/ Saludos!
  2. —Lo último que necesita este mundo son más seres humanos. Dorothy lo miraba con tristeza, tenía las manos sumergidas en los bolsillos de su capa, y allí dentro, sus dedos se movían nerviosos, como neuróticos consumidos por la ansiedad. —Creo que esta vez concordamos en algo. Una sonrisa traviesa se escapó por los labios de Isaac. —Gume y tú no serían capaces de protegerlo. Hay demasiado odio y rencor en el mundo, en cualquier momento se doblegarían. Existía otra posibilidad, tal vez, como la de reclutar a personas puras, comprar una Isla o algún terreno extenso y empezar desde allí a construir una pequeña aldea, pueblo, ciudad o lo que fuera. ¿Qué incentiva la maldad humana de una persona cuando no existe en su entorno? Se preguntó quién había sido el primer asesino, pero no de esos que matan por supervivencia, no, sino de quienes lo hacen por placer. —¿Tampoco te crees capaz tú? Isaac se acercó a ella, tomó su brazo y sacó la mano de su bolsillo. Temblaba, tal cual lo había intuido. ¿Le tenía miedo? A veces pensaba que Dorothy había desarrollado ese instinto de oler la putrefacción humana. —Yo desde hace tiempo estoy roto. Pertenezco al grupo de los que deben ser extintos. Buscó la mirada de su tío y se instaló sobre ella. Quería encontrar alguna emoción, quería convencerse de que no había razones para odiarlo, no a él. —Creo que el arrepentimiento puede ser la puerta a la Salvación. ¿Te arrepientes, Isaac? Pero él no pudo responder.
  3. —Embarazada… —¿Y por qué no habías dicho nada? —¿Y por qué iba a hacerlo? De haberlo sabido nunca la hubiésemos recibido acá. Por enésima vez se han aprovechado de tu ingenuidad, Dorothy. Gumercinda resopló enojada mientras que con sus dos brazos se apoyaba para quedar sentada, sobre la cama. —Soy una pecadora, y me daba mucha pena decirles. Mi familia me echó de la casa cuando se enteró, solo decían que iría al infierno, yo les hablaba con los ojitos llorosos, y ni así lo convencí —miraba al piso y una lágrima resbalaba por su mejilla —. El papá, el cobarse ese, cuando se enteró dijo que se iría a la capital porque le salió un trabajito, y ja!, nunca regresó, y desapareció, así como hacen ustedes los magos… Dorothy se sentó junto a Gumercinda, había muchas cosas que aún no entendía. —¿Qué significa ser pecador?, ¿por qué irías al infierno si tienes una vida dentro de tu vientre? —Porque esa vida no fue consumada en matrimonio, y yo soy una cualquiera, según el don Benito, el padre de la Parroquia. —No tiene sentido… —¿Y desde cuando los muggles han sido caracterizados por un raciocinio ejemplar?, ¡se matan y atacan entre ellos!, ¿te parece eso coherente? Isaac tomó un sorbo de whisky, el nivel del líquido en su vaso se acercaba cada vez más al final. Contempló la pequeña habitación, que poseía una cama individual con sábanas verdes, un buró de madera de roble, sobre el cual descansaba una vela, y un armario con tres prendas de vestir. ¿Era ese espacio para recibir a una criatura? —No estás obligada a tenerlo —se acercó y colocó una mano en su vientre; Gumercinda se estremeció —. Podríamos levarte a San Mungo y hacer que te saquen esa cosa, antes de que sea demasiado tarde. Dorothy lo miró con cautela, sin embargo encontraba sentido en las palabras de su tío, ¿serían ellos capaces de salvar a un bebé de la miseria humana?
  4. De pronto Gume cerró el libro de una forma muy brusca, toda la atención de los presentes se desvió hacia ella. —¡Esto está escrito en chino! Yo sé que estoy medio tonta, pero el que escribió esto no tenía más nada que hacer —se colocó de pie y caminó hacia Dorothy, quien la veía intrigada—, ¿para qué me dijiste que servía esto? —Te enseña a tener un criterio… —Ajá, ¿y de qué me sirve eso? Isaac, que estaba sentado en un rincón, aislado y solitario, soltó una risa incrédulo. Él también se paró y se encaminó con su distinguido paso elegante hacia el par te brujas. —Nunca pensé que podría conocer a una criatura tan ignorante como tú. ¿Es que no lo asimilan tus inútiles neuronas? Mientras más tonta, más se aprovecharán de ti. ''Isaac…'' le reprochó Dorothy, que se cruzaba de brazos. Escuchar las palabras ofensivas de su primo le tocaba sus fibras sensibles. —¿Realmente es necesario emplear ese tono? —¿Me estás pidiendo que me abstenga de ser yo mismo?, ¿entonces dónde queda esa libertad de la que tanto hablas, sobrinita? —el tono de Isaac fingía victimización. Se llevó una mano al pecho, como si estuviese afligido. Después volvió a reírse, cínico, como siempre. Entre los dos parientes se inició una discusión. Dorothy cerraba los ojos de cuando en cuando, para ver si alguna fuerza divina le ayudaba a recobrar su paciencia; Isaac no dejaba de decir disparates, sabía que eso la exasperaba. Mientras tanto el rostro de Gumercinda expresaba ligero aturdimiento. Se apoyó sobre la pared y habló cuando encontró las fuerzas necesarias. —No me siento bien —reinó el silencio en la biblioteca. Isaac y Dorothy voltearon a la vez. —. Estoy como mareada, como si me faltara energía. —No te preocupes, Gumercinda. Ya pasará. El cerebro necesita energía para pensar, ¿lo sabias? Creo que ese libro ha sido mucho para ti. Dorothy le lanzó una mirada que lo fulminó, Isaac estaba a punto de abrir sus labios. Pero Gumercinda cayó al suelo.
  5. Gumercinda Flores —¿Por qué no te dejas el cabello suelto? Te ves muy bien —me preguntó Dorothy, que agarraba dos tazas de la repisa. —¿¡Qué!? ¡Es que me veo como una leona! —ella se rió, tenía una risa bonita. —. Mi abuela Rosario siempre me regañaba cuando me veía con las greñas sueltas. Y mira que yo amaba tener mis pelos así, pero yo me pasaba y me pasaba el cepillo y no se me iba ese alboroto. Además tengo mucho cabello... ¡Mi madrina cómo se quejaba cuando me cortaba el cabello! Extrañaba mucho a mi abuelita Rosario, que en paz descanse, y a mi madrina Yajaira también, aunque nunca le voy a perdonar que se le hubiese ocurrido la brillantísima idea de ponerme Gumercinda, y mucho menos a mi mamá por hacerle caso. Mi papá no quiso meter las manos en la sopa, porque ''eso era tema de mujeres''. Pero claro, si hubiese sido un hombrecito la cosa sería diferente, qué se los digo yo… —Yo pienso que te ves empoderada. Y ya iba ella con sus palabras raras. —¿Con qué se come eso qué? Escuché un pequeño suspiro, pero creo que lo quería disimular. Si se quería reír de mí que lo hiciera en mi cara. —Me refiero a que transmites un carácter fuerte y decidido. —Ah pues yo soy de carácter decidido y fuerte, así como dices tú. Cuando era una niña no dejaba que ningún niñito del pueblo se metiera conmigo. Mi mamá a cada rato me decía: ''Date a respetar Gumercinda'' Y yo en el fondo me preguntaba que quién demonios me iba a respetar con ese nombre tan feo que me pusieron, pero ya ves que siempre me di mi lugar, y soy una mujer hecha y derecha, como decía mi abuela que… —Que en paz descanse… —continuó Dorothy, es que ya lo había dicho mucho, y como que la estaba cansando porque repetía las cosas. Me persigné recordando a mi abuelita, tan linda mi abuelita. Tenía una taza llena de té que me sirvió Dorothy, la tomé de mala gana, yo estaba acostumbrada a mi cafecito negro con azúcar. Esa ''infusión'' como la llamaba ella, a mí no me sabía nada de nada. La comida los ingleses no tenía sabor, ni sazón, y como que le hacía falta un chilito jalapeño. —Un día te voy a llevar a Oaxaca para que comas los tamalitos que hace mi señora madre. Te vas a chupar esos dedos de palo que tienes, te lo juro por Jesusito que así será. —me besé el dedo gordo de mi mano, que estaba cerrada como un puño, pero con el pulgarsito afuera, y miré hacia el cielo, porque Diosito me escuchaba.
  6. Muy buen día a todos. Vengo a notificar la apertura de la bóveda de mi negocio. Nombre del negocio: Océano mar Link a la bóveda del negocio: http://www.harrylatino.org/topic/112492-boveda-negocio-oceano-mar/ Trámite a realizar: activación. Gracias (:
  7. A las once de la mañana con diecisiete minutos, en el pequeño local del Callejón Diagón, Barrabás se rendía ante su dueña y caía sobre el suelo para recibir el chorro de agua que salía de su varita. Dos minutos después Quinn atravesaba la puerta y recibía con gusto los rayos del sol en su pelaje, para encontrarse después el frio líquido del que se convertiría en víctima. Hacía más de un mes que los caninos no habían recibido un baño y ya empezaban a apestar ''Van a espantar a todos los clientes'' les repetía Dorothy antes de pronunciar otro ''aguamenti'' ambos perros se quejaban sobre saltados, pero su lealtad extrema no les permitía alejarse de su dueña. Dorothy, que se reía divertida, tomó un recipiente y vació el contenido en sus manos. —Vengan, que ya casi terminamos. Se acercaron de la mala gana. Ella acarició su torso y esparció el gel de baño; frotó además las patas, el cuello, la barriga e incluso el rostro, todo con mucho esmero. Había cierta satisfacción en ver la mugre marcharse. ''¡No se coman eso!'' les reprochó al ver que se lamían la espuma que caía. Volvió a atormentarlos con el agua, esta vez para quitarles los rastros de gel. Cuando hubo terminado usó un encantamiento de aire caliente, ya que las criaturas temblaban de frío. Se sentó sobre el pasto, ellos se recostaron en sus piernas, dichosos porque semejante tortura había llegado a su final. —Considérense afortunados, que si fuera por mí los bañaría todos los días. Barrabás y Quinn resoplaron y le lamieron la piel.
  8. Isaac Currington Mis visitas a Dorothy ya se habían vuelto recurrentes. La mayoría de las veces la encontraba sentada sobre el pasto, en el jardín de su negocio, otras veces caminando por el Callejón o incluso merodeando a las afueras del Bosque Prohibido. Dada a mis limitadas charlas y explicaciones, ella también adquirió un semblante más taciturno y hostil. A mí (he de confesar) aquella actitud infantil y obstinada me causaba la mayor de las diversiones. Nadie, ni siquiera Dorothy que se jactaba todo el tiempo de tener una postura neutral, había evitado caer en mi juego. ''Te tengo justo donde quiero'' pensé una tarde cuando la vi cruzarse de brazos y alargar un silencio que le empezaba a incomodar. Le di un mordisco a la manzana y la vi mirarme con el rabillo del ojo mientras fingía contemplar el horizonte. Estaba ya cansando de todas las evasivas que había logrado con el sarcasmo de mis palabras. Confesarle que me había convertido en un asesino destruiría la pureza de su mirada sobre mí, y lo poco ''puro'' que me quedaba. Me mentía diciendo que la única intensión de mi visita era protegerla, pero en realidad solo escapaba de la soledad y la culpa que me atormentaban desde esa noche… —¿Crees que la cordura puede llegar a ser una enfermedad? —me quedé callado. Ella continuó su repentino monólogo.­ — Es decir, esa idea rumiante de querer hacer el bien, de querer actuar correctamente todo el tiempo, hasta el punto de no pensar en ti mismo. Pero luego recuerdas que no pensar en ti también está mal, y buscas ese punto intermedio entre los otros y tú, y no lo encuentras. Entonces comienzas a preguntarte ¿qué es actuar correctamente?, ¿dónde se encuentra la sabiduría de las acciones cuando la mayoría de las veces alguien —por alguna y otra razón— termina afectado? —¿Has lastimado a alguien? —pregunté mientras me sentaba frente a ella. ''Al menos no eres una asesina'' Ignoró mi pregunta. —Y también tenemos a la locura, que en teoría se opone a la cordura. ¿No son los locos más felices al no pensar en el impacto de sus acciones? Solo importan ellos, nadie más que ellos. Y no sé tú, pero los locos que yo he visto parecen felices, solo se afligen cuando la sociedad los reprime, ¿pero quién reprime al cuerdo cuando todo lo que hace es ''correcto''? ¡El cuerdo se reprime solo!—esta vez me miró. —. Partiendo desde esto: la cordura es sinónimo de desdicha y la locura de felicidad… ¡Qué Odisea tan absurda! En ese momento una risa salió desde el fondo de mis entrañas explotó de la manera más sonora. Me hablaba de locura y felicidad a mí, que me había convertido en un asesino y que no había tenido un solo minuto de paz desde mi condena impuesta. No dejaba de reír, me faltaba el aire, aunque se sentía muy bien poder hacerlo de esa forma tan atolondrada. Cuando finalmente me calmé y la sobriedad volvió a mi rostro, hablé. —Hablas con mucha propiedad, sobrinita. —acaricié sus cabellos castaños. No dejaba de ser una niñita ilusa y reprimida. —, pero cuéntame, ¿has estado del lado de la locura? Dices que es sinónimo de felicidad cuando jamás has estado ahí. ¿Te atreverías tú a matar a alguien?, ¿a ver el sufrimiento carcomiéndoles el cuerpo mientras suplican piedad? Dorothy abrió sus ojos como platos, parecía sorprendida por el giro que le daba a la conversación. —Me refería a la locura como un estado mental con el que algunos nacen. Yo… jamás hablé de asesinos —con ambas manos apoyadas sobre el pasto se impulsó para apartarse unos cuantos centímetros de mí. —, ¿acaso tú has asesinado a alguien?
  9. Dorothy abrió los ojos y se encontró con los rayos incandescentes del sol, que brillaban desde lo más alto y abrazaban calurosamente cada centímetro de su piel. Era una suerte que el desgarrador invierno se marcharía pronto, llevándose consigo la ociosidad que se escondía bajo mantas tibias y chimeneas encendidas Abandonó el jardín y se dirigió al gran pasillo, que reinaba por su silencio y paz. Se acercó a la fuente del jardín central, cuya característica principal era la presencia de una especie de libélulas nadadoras, en lugar de simples peces. Las criaturas se desplazaban con una armonía lenta y seductora, como si todas fuesen guiadas por una melodía externa a los humanos. Dorothy sumergió sus manos en el agua, con la ilusión de retener a una, pero estas sutilmente se desviaron para continuar con su camino. Vio la figura de Charlotte acercarse a la entrada, al parecer había llegado un nuevo visitante, solo que aún esperaba por alguien. Dorothy se preguntó por su Dennis, habían pasado semanas desde la última vez que la vio, tantas que aún no le había comentado de la carta hallada detrás del cuadro de Rose, y muchos menos de la visita que planeaba hacerle al viejo Ailbert. Suspiró justo antes de regresar al jardín, ¿era acaso una pérdida de tiempo gastar sus energías en el misterioso amor de dos fallecidos? Por alguna razón pensar en el tema, analizar conclusiones e imaginarse acontecimientos encendía su espíritu. De ratos se sentía terriblemente culpable, sintiendo que no vivía su propia vida, sino que más bien extraía lo mejor de anécdotas ajenas y las hacía parte de ellas. Se preguntaba si había roto esa delgada línea entre la curiosidad y la intromisión, pero de otra manera estaría siendo injusta consigo misma y con la sedienta necesidad de sentir, que la había acompañado desde el comienzo de sus días. Sonrió al vislumbrar la silueta de la rubia hablando con Katy, y no dudó en acercarse. —Dennis, qué gusto verte por acá. Desde hacía tiempo que no nos topábamos.
  10. A Dorothy le hizo gracia el comentario de Matthew, en el que contaba su participación en el Mago de Oz. De niña había odiado su nombre, los otros lo consideraban raro, de hecho solía presentarse como “Anne”. A medida que fue creciendo le tomó cariño y lo reveló ante el mundo con cierto orgullo. Le fue difícil seguirlo, especialmente por la gran cantidad de magos y brujas que había alrededor, sin embargo fue capaz de captar todo lo que le decía y de detenerse junto a la sección de misterio. Los libros estaban ordenados por orden alfabético, según el nombre del autor. Ver tantas letras juntas, de tantos tamaños y colores distintos, la hizo sentir un tanto abrumada. Tuvo que abrir y cerrar los ojos unas cuantas veces para volver a enfocar su vista. Tomó el libro que Matt sujetaba y lo observó entretenida. —La historia suele describirlos como seres crueles, ¿realmente crees que lo sean? —por un instante sintió pena, ¡eran criaturas incomprendidas y aisladas del mundo! —, ¿has tenido la oportunidad de ver alguno? Mientras lo escuchaba retuvo las palabras “derecho” y “ ”deporte“. Para saber derecho era necesario estar dotado de una buena memoria, a su vez se debía ser muy preciso con las palabras. En cuanto a los deportes podía tratarse de una afición o de un área escogida al azar. Lo examinó por unos segundos, tenía un buen estado físico, sin embargo no debía suponer que se tratara por la práctica de un deporte en particular. —Es agradable tener familia en diferentes partes del mundo—hizo una pausa para recoger su cabello con una cinta, después de que una ráfaga de viento entrara por la ventana— ¿Practicas algún deporte? —y en seguida respondió: —. Pues he vivido aquí gran parte de mi vida, hace unos tiempo me marché a Sudamérica y estuve allá por unos años, pero regresé recientemente, creo que me cansé de tantos viajes…—sonrió con cierta nostalgia—, y abrí mi propio negocio… Está aquí, a unas cuantas calles. Elevó su mirada y la fijó en un título que llamó su atención “La caída de la casa de Usher”. Antes de tomarlo, devolvió a Matthew el libro de los gigantes. Buscó la descripción en la contraportada, narraba la historia de un joven de delicada salud que se encontraba de visita en una casa, donde eventos indescifrables empezaban a suceder. —¿Lo conoces? —preguntó mientras se lo mostraba. —. A veces me cuesta mucho leer literatura muggle, no entiendo el significado de muchas palabras. @@Syrius McGonagall
  11. El mago resultaba ser muy agradable. De vez en cuando le sonreía e incluso llegó a reír con uno de sus comentarios. Dorothy lo imitaba, temía llegar a verse serie, en muchas ocasiones sus conocidos le llegaron a reprochar su cara de pocos amigos, he incluso se quejaban cuando permanecía mucho tiempo en silencio en las reuniones sociales, ¡como si uno estuviese obligado a hablar! —Oh, de otro continente... Visualizó en su mente el mapa de Canadá, pero además de Toronto y Vancouver no supo de otra ubicación. Quizás luego podría investigar, después de todo ella nunca había visitado dicho país. —Sí, he vivido casi toda mi vida acá —respondió —. El gusto es mío —hizo una pausa para después sonreír. —. Muchas gracias, lo eligieron por una historia muggle. Contempló nuevamente las estanterías llenas de libros mientras escuchaba a Matthew. El joven lucía relajado, como si hablar con extraños fuese su pan de cada día. Tuvo curiosidad por saber a qué se dedicaba, imaginó un trabajo relacionado con las ventas, o reportero, tal vez. Pero se mantuvo callada al respecto, no sabía el punto exacto en el que se traspasaba la delgada línea entre querer ser agradable y parecer entrometida. —Por el momento no. Me gustan los de misterio, solo misterio, nada tenebroso y mucho menos sanguinario, ¿a ti?. —admitió, imaginando con cierto asco las historias de asesinos seriales que alguna vez llegó a leer. —-. Es muy grande, yo creo que hay más de un bibliotecario… Oh, ¿estudiaste en Ilvermorny? Su tío Isaac también había estudiado allá. Existía la posibilidad de que se hubiesen topado en algún momento, porque a pesar de ser su tío, sus edades no discrepaban mucho. —¿Y qué te trae a Londres?, ¿no extrañas Calgary? @@Syrius McGonagall
  12. Dorothy creía que el concepto de familia estaba sobre valorado, pero ahí estaba ella, aferrada a su papel de tonta, de ingenua, cada vez que aparecía Isaac. No podía entender como, siendo el único pariente que aún vivía –o que no se había marchado de forma repentina- tenía una actitud tan cruel y déspota. Luego de su primer encuentro lloró durante horas con una sensación de asfixia que le aplastaba el corazón, ¿por qué las emociones tenían el poder de hacer sentir tanta miseria? O mejor dicho: ¿por qué los humanos tenían ese poder? Isaac era el mismo chico con el que pasó las tardes de verano empuñando la espada, con las verdolagas de espectadoras y el intenso azul del cielo protegiéndolos. Lo recordaba sonriente, blando, feliz… añoraba con recelo aquellos días llenos de la esperanza e ilusión de un alma primitiva, pero entre todas las cosas añoraba a Isaac. Levantó su vista y se encontró con la mirada grisácea y dura de él. No había dejado de observarla en ningún momento. Se sentía juzgada y menospreciada. est****a. Isaac tenía el talento de reducirla a lo más bajo con su simple presencia. Dorothy exhaló, como si su cálido aliento pudiese derretir el muro gélido que su tío creó en los últimos años, ¿qué le había sucedido?, ¿era una víctima de fuerzas oscuras? O simplemente víctima de la vida… —¿A caso no tienes que atender tu negocio?, ¿o es que eres tan inútil que no sabes cómo hacer? Dorothy respiró, cerró sus ojos, reflexionó. —¿Qué te pasó, Isaac? —se acercó un poco más a él, con la vaga ilusión de poder ver su interior. —Es decir, tu vida debió haber sido muy infame como para encontrar placer en el sufrimiento ajeno… Sus palabras salieron lentas y pausadas, sin embargo la actitud de Isaac fue a opuesta. En menos de un segundo tomó su cabello y la jaló con fuerza. Dorothy sintió como si parte de su cuero cabelludo se quemase. El aliento de su tío acariciaba su oreja, pero sus palabras azotaban el fondo de sus entrañas. —Jamás, escúchame bien, jamás vuelvas a decir algo así. En cuanto pronunció lo último la soltó con la misma brusquedad. Dorothy lanzó un grito ahogado y se tapó los labios con sus manos. Sus ojos estaban más abiertos de lo normal, por unos momentos el asombro ocultó su tristeza, pero después no se contuvo, y las lágrimas. Él la miró, desconcertado también, como si no entendiese lo que estaba pasando. —Lo siento… —se limitó a decir, esta vez no la miró. Cuidadosa, cortó la distancia que había entre ambos y recostó su cabeza en su hombro. ¡Era su tío, se lo habían regresado! —Está bien, todo va a estar bien.
  13. El rostro se Dorothy se alivió cuando escuchó la respuesta del mago, y la idea absurda de tener que ser echada del local fue desechada en instantes. Se distrajo unos segundos con el libro que el joven tenía en sus manos. “Crónicas de Gigantes” leyó rápidamente, sin querer parecer entrometida ni curiosa. Entonces fue consciente de que le habían realizado una pregunta, y volvió a mirarlo. —Sí, sí —respondió mientras asentía con su cabeza. —. Caminaba por el Callejón y sentí curiosidad, ¿tú también llegaste de casualidad? Pensó que tal vez conocía a los dueños. La sociedad de Ottery abarcaba un gran número de magos y brujas, pero contradictoriamente todos se conocían. Se había convertido en toda una metrópolis, llevándose cualquier rastro del pueblito que la recibió hacia unos cuantos años atrás. A veces añoraba esa serenidad. —Uuumm, la verdad yo tampoco lo esperaba. —terminó por reconocer, después del comentario del chico. Lo miró curiosa, el sombrero ya no estaba. Se quedó con la mente en blanco, no estaba acostumbrada a hablar con desconocidos, incluso creía que sus habilidades sociales habían empeorado en los últimos meses. Lo observó, de nuevo, luego de fingir que su atención se había desviado a otro lugar, ¿qué podría decirle? Notó que tenía un acento bastante singular, al igual que su sombrero. —¿De dónde eres? No pareces de Londres —hizo una pausa observó sus manos con la esperanza de ver el sombrero. —. Creí haberte visto con un sombrero… ¿eres de Texas? Ya estaba haciendo muchas preguntas. —Por cierto, me llamo Dorothy. —y estrechó su mano. Presentarse era el protocolo social más básico, así que pensó que sería lo más apropiado. @@Syrius McGonagall
  14. Aquella mañana Dorothy se levantó queriendo visitar a su familia. Desde la apertura de su reciente negocio había pasado días y noches inmersa en la decoración del lugar y en los trámites que aún faltaban por realizar. Cargaba cierto remordimiento de consciencia sobre ella, se sentía una mala hija, alguien ingrato y desagradecido. Pensaba en todo el cariño que sentía por Cye, por Bodrik e incluso por el pequeño Ezra, y su impotencia y falta de habilidad al demostrárselo. En sus manos sujetaba una pequeña planta con el nombre de Orquidea, que de una forma u otra le recordó a la matriarca. Tuvo la idea de colocarla en su habitación, para dejar una parte de ella junto a Cye. Se detuvo frente a la puerta y un elfo le abrió. La estancia lucía vacía, y además del recatado ruido de los elfos todo era silencio. Siguió caminando, moviendo la cabeza de un lado a otro en busca de alguien. Dejó la planta sobre una mesa que se encontró en el camino, ya habría tiempo para entregarla. Se topó con la figura de un viejo anciano, a su mente vino la imagen de la vieja Minerva. Supuso que debía tratarse de un pariente de Cye, aunque consiguió inoportuno preguntar el parentesco. Debía tratarse de la sabiduría de quien ha recurrido largos años, porque incluso antes de que Dorothy abriera sus labios el mago le indicó que se encontraban todos en el bosque. Quizás habrían organizado un evento familiar, algún cumpleaños o algo por el estilo. Se adentró hasta el bosque. Lo que más admiraba de aquel castillo eran los terrenos frondosos que se imponían. Los árboles, que les brindaban oxígeno; las flores que les daban la dicha de apreciar diferentes aromas y colores; y el canturreo de los pájaros, melodiosa música. Contempló las figuras de Cye, Bodrik y Ezra y se acercó a ellas. Abrazar al pequeño era para Dorothy una caricia al corazón, consideraba que los niños eran las criaturas más puras que podrían existir. También encontraba paz en la mirada de Cye, y seguridad en la actitud de Bodrik, quien a su corta edad había logrado muchas cosas. Pero esa mañana… algo no andaba bien, podía percibirlo en el rostro de las dos brujas y en la inquietud del pequeño. Tanta fue su intriga que no fue capaz de saludar, sino que se dejó acariciar por la tristeza que los rodeaba. —Estoy aquí para apoyarlos. Sin importar qué. —aseguró antes de acariciar la cabellera de Ezra.
  15. Durante esos días las visitas al Callejón Diagón se habían vuelto poco frecuentes. Había temporadas en las que Dorothy tenía la tendencia a aislarse de cualquier contacto social, pero a medida que pasaban los días sentía cómo iba asfixiándose de tanta soledad y temía incluso de enfermarse de tristeza, si es que eso podía ser posible. Por eso cuando aparecían esos brotes de entusiasmo se aferraba a ellos como ancla al suelo. Aprovechaba para salir, tomar un café, enviarle una lechuza a viejas amistades, pintar… cualquier tipo de cosas que la llenaran de regocijo y satisfacción. Esa mañana hizo una parada para comprar varitas de regaliz, no recordaba la última vez que había comido una. Al caminar se sentía maravillada con lo que le ofrecía su entorno. Las fachadas, junto con los letreros e incluso la vestimenta de los magos, hacían de su entorno una explosión de colores. Incluso el ruido parecía una alegre melodía, parecía que la risa de los niños, el canto de los pájaros y las voces de los comerciantes seguían el mismo ritmo. Todo eso mientras seguía saboreando las varitas de regaliz, cada una tenía una textura y sabor distintos. Se detuvo ante un local que llamó su atención por la variedad de estilos que ofrecía su interior. Al principio pensó que se trataba de un restaurante, pero al fijarse en el letrero se dio cuenta de que el local ofrecía más de una opción. La palabra Arte la hizo preguntarse si encontraría allí dentro algún tipo de galería con obras que apreciar. Sin embargo no estaba muy convencida. Miró a su alrededor: habían muchos magos y brujas circulando, como si hubiese algún tipo de evento. Inmediatamente después leyó un anuncio con la respuesta. “Una inauguración… ” Pensó distraída antes de entrar. Estiró sus brazos con la intención de empujar la puerta antes de darse cuenta que alguien más lo hacía. Giró discretamente su rostro y vio a un joven de cabellos castaños caminar detrás de ella. “Gracias” alcanzó a decir, deseando haber usado un tono de voz más elevado. El mago tenía un peculiar, lo que la llevó a concluir que no era de Inglaterra, o simplemente buscaba sobre salir por su aspecto. Optó por la primera opción. La primera planta era asombrosa, había varios estantes con cientos, miles de libros apilados, uno al lado de otros. Dorothy los miró embelesada, ¿podría el ser humano llegar a tener todos los conocimientos del mundo? A menos que existiese un hechizo para eso estaba segura de que no podría ser posible. Por otra parte, ver a tanta gente reunida en un solo sitio, le hizo replantearse la razón de estar ahí, ¿¡y por qué estaba allí!? Tal vez se trataba de un evento exclusivo y en algún momento la echarían. Vislumbró al mago del sombrero y se dirigió rápidamente hacia él. No solía acercarse a desconocidos, pero el gesto que tuvo al abrir la puerta le brindo —quizás— cierta confianza. —Disculpe, ¿sabe si se necesita algún tipo de invitación para entrar? @@Syrius McGonagall
  16. Isaac Currington Tras una repugnante caminata sobre el Callejón Diagón, Isaac se para justo en frente del ordinario negocio de Dorothy. La niñita no pasaba de los veinticinco años y según era muy madura. ¡Menuda zopenca ilusa! Pensaba Isaac cada vez que la veía. Aunque pobre, ¿cómo iba culparla siendo hija de una vieja incompetente? — De tal palo tal astilla… Ignoró a cuanto mundano se atravesó en su paso. No estaba dispuesto a darle explicaciones a simples empleaduchos con sueldo mínimo y bóvedas vacías. Eran ya mucha desgracia con las visitas de “monitoreo ” que le hacía a su sobrina de vez en cuando. La muy ignorante, que se creía una erudita privilegiada del mundo, desconocía por completo la miseria en la que se encontraba. A Isaac le divertía verla como el pobre cordero asustado que realmente era. —¿Cómo está mi querida sobrina? —hasta un sordo podía detectar la ironía de sus palabras. Dorothy se sobresaltó al verlo, como era de esperar y él, rió. —¿Has venido para burlarte otra vez? —preguntó ella, débil « Porque si es así puedes marcharte… » Se sentía demasiado cansada como para iniciar una pelea. Estaba recostada sobre el suelo, tenía las piernas flexionadas y ambos brazos rodeaban sus rodillas. Isaac pensó que con esa postura se veía incluso más patética. ¡Pobre de mí, sálvenme de este mundo cruel! Sí, claro. Se paró a su lado y percibió la asquerosa fragancia de un perfume barato, con un ligero aroma a vainilla. —Mejor vete acostumbrado. Te visitaré tan seguido que extrañaras mi ausencia. Ella prefirió ignorar el último comentario. —Sería bueno que me explicarás qué te trae por aquí. Quizás pueda encontrar la manera de ayudar. —su mirada estaba perdida en el horizonte, parecía a punto de ahogarse. ¡Y todavía tenía la ocurrencia de ofrecerle su ayuda! Soberana idi***. Pero admitirle que su vida corría peligro, era demostrarle que aún existían emociones humanas que no podía controlar. Y eso era algo que no iba a permitir.
  17. Era desalentador para Dorothy seguir en espera de una respuesta. Habían pasado algunos días que envió a Haley y no recibía ninguna novedad. Imaginar que Ailberth había muerto era una idea rumiante, que se había instalado ferviente en su cabeza. Jamás les dijo su edad, pero Dorothy calculaba que debía rondar los noventa años. Era una pena, porque aún fantaseaba con dar una visita guiada al viejo. Entró a la cocina y tomó uno de los panes. Podía intuir que había salido recientemente. Buscó la mantequilla en la dispensa, agarró un cuchillo y se dispuso a untar. Le era placentero ver como manteca se derretía, impregnándose del pan. Era una maravilla que hacía explosión en su paladar. —¿Por qué no me dijiste que te ayudara con eso? —dijo Katy, quien acababa de entrar. —No lo consideré necesario —respondió, dibujando una leve sonrisa en su rostro. No tenía ánimos de interactuar con humanos, pero era lo suficientemente considerada como para no tomar una mala actitud. Sabía perfectamente que a Katy le desesperaba el hecho de sentirse inútil, rasgo que admiraba, quizás por sentirse identificada con ella. La mañana era más fría de lo habitual, los clientes escaseaban y las horas de ocio de volvían interminables. Vio a Kathy regresar, esta vez con una taza de café en sus manos. La depositó a su lado para después decir que era cortesía de la casa. Ambos intercambiaron una mirada de complicidad. Dorothy rió con ironía y llevó otro trozo de pan a su boca. Ella no tendría ningún tipo de queja si tuviese que comer todos los días pan con mantequilla, por más simple que se escuchase. Salió al jardín sosteniendo a taza de café con ambas manos, y se sentó sobre el césped húmedo. Se sentía agradecida del aquel poder de brindar paz que tenía el centro cultural, aunque en su interior reinaba la inquietud, el miedo a perder ese pequeño rincón que con tanto esfuerzo habían construido Dennis y ella. ¿Serían capaz de destruirlo también? Una pequeña lágrima resbaló por su mejilla hasta llegar a la comisura de sus labios. Recordar a la Orden y sus terrenos, todas las aventuras y anécdotas que allí vivió y pensar que todo estaba perdido. Le habían quitado una parte de su espíritu. La Orden era para Dorothy su herramienta para resistir ante las adversidades, la promesa de algo bueno, un paso a la mejora de la humanidad, a la paz del mundo mágico. «Son tiempos difíciles y debemos estar preparados» pensó con una ola de tristeza que amenazaba con ahogarla. Contempló a Katy a lo lejos, la abrumaban la pena y la impotencia, ¿cómo podrían proteger a los más débiles cuando les habían arrebatado sus bases y pertenencias? Tal vez era el momento de considerar la posibilidad de crear una guarida, como si aquello pudiese brindar cobijo y su alma desnuda.
  18. Dorothy colocó el cuadro en la pared y guardó la carta en el bolsillo de su pantalón. En ese momento no sabía qué pensar acerca del amor. Era de las que creía que un amor se alimentaba con gestos, palabras y actos, a través del tiempo, pero aquel escrito ponía en duda años de creencias y convicciones. Por otra parte tampoco tenía el derecho de darle un significado a semejante sentimiento, especialmente porque se sentía con la carencia de poder amar realmente. Salió de la estancia y atravesó el pasillo hasta dar con la oficina que compartían Dennis y ella. Recogió un pergamino que había caído sobre el suelo, seguramente se trataba del pago de los servicios que se realizaban mensualmente. Luego hablaría con Charlotte al respecto. Abrió el primer cajón del escritorio, estaba segura de que la dirección del viejo Ailbert estaría allí. Aunque sus esperanzas no eran muchas, era la única persona a la que podría dirigirse. Finalmente encontró lo que buscaba y leyó con atención. —152 Calle Barker. Londres En esos días en los que la monotonía se había instalado en su vida, veía la carta de Rose y George como la premisa de nuevas sensaciones. Se preguntó si su amor pudo consumarse, si habían creado un linaje que perdurará a lo largo de los los siglos. Sintió deseos de entregar el cuadro a quien lo pudiese apreciar, una persona que estuviese relacionada con Rose y George. La carta le hacía pensar que el amor a primera vista realmente existía, y que no eran simples mitos los que se plasmaban en las novelas. Recordó a Peter, Peter el tardo, como le solía llamar, y se cuestionó de su breve relación. La primera vez que lo vio sintió asco. Su cabello estaba grasiento, sus uñas sucias y los zapatos rotos. Con el tiempo (y después de meses de insistencia) aprendió a quererlo. ¿Pero se trataba de cariño o de lastima? Tal vez era lastima por él, y por ella, por obligarse a sentir algo que no estaba. Suspiró, aparecían otra vez sus rasgos de masoquistas, eternos compañeros de guerra. Era mejor no indagar en eventos del pasado, al menos en cuanto a su vida respectaba. Caminó hasta el área de la cafetería y se topó con Kate, quien se puso a su disposición. Dorothy negó distraídamente mientras seguía mirando de un lado a otro en busca de Dennis. ¿Qué pensaría su compañera de la carta? Si quería conseguir a los actuales dueños del cuadro necesitaba su aprobación. Volvió a la oficina, tomó pergamino, pluma y escribió: Aquella formalidad le hacía sentirse como una empleada del Ministerio de Magia. Sin embargo, prefería recurrir a los protocolos de antaño antes de aparecer de sorpresa e importunar. Con un silbido llamó a Haley, y pronto la lechuza estuvo haciendo su trabajo.
  19. Algunos meses habían pasado ya desde la apertura del negocio. Lo que empezó siendo una vaga idea se había convertido en uno de los locales más concurridos. Dorothy se maravillaba al ver a los clientes entrar y salir, tenía todas las esperanzas del mundo puesta en aquel centro cultural. El arte significaba introspección: al analizar una obra el artista podía decir una cosa, pero eran solo los espectadores los únicos capaces de darle un significado personal. El arte tenía el poder de llevar a los humanos a la reflexión, y no solo eso, sino que además permitía expresar, sin la necesidad de las palabras, los sentimientos y creencias alojados en el interior. Tal vez esa era una de las razones por la cual se sentía tan inclinada a esa tendencia, el arte para Dorothy era su herramienta de diálogo. Un idioma universal, por decirlo de alguna manera, hasta los mudos podían hablar a través de cualquier dibujo. Creía que cualquier persona tenía la capacidad de crear arte, que era un don que hacía a todos más humanos. Lo que más la inspiraba era la filosofía de que al hacer arte, nadie tenía el derecho ni la potestad de decir que estaba mal. El arte era muy compleja y ambigua como para poder explicarla o catalogarla. Siguió caminando por los pasillos, para luego girar y dar con uno de los salones de lectura. Sobre la pared colgaba un cuadro antiguo, peculiar por no llevar la firma del pintor. En la obra estaba plasmada el rostro de una mujer con una cabellera rojiza. Su mirada era transparente y reflejaba las aguas del océano, y su piel parecía suave y del color de la nieve. Le dio la impresión de que la abundante melena no estaba compuesta por hebras, sino por pétalos de rosa, lo que le daba un toque original. El cuadro no lo habían adquirido ellas, ya se encontraba en la estancia al momento de comprar la vieja casa. Dorothy tomó el cuadro, sentía mucha curiosidad por conocer al autor detrás de cada trazo. “Quizás era alguien modesto y puso su firma en la parte posterior del marco” Pensó distraída, sin mucha convicción. Pero en lugar de encontrar una firma halló un sobre con una tonalidad amarillenta, que databa al parecer, de muchos años atrás. Colocó el cuadro en el suelo y con mucho cuidado se dispuso a abrir la carta. Querida Rose: Tú, musa adorada, tu recuerdo ha sido el antídoto de mis noches de dolor. ¿Cómo se puede amar tanto a quien solo se ha visto una vez? Mis amigos me dicen que he sido víctima de una brujería y yo, al recordar tu cara de ángel niego con fervor. ¡Qué desgracia la nuestra de habernos conocido cuando estabas tan cerca de tu partida! Te juré que te esperaría, porque un amor como nuestro, al que no se le encuentran explicaciones, es merecedor de la paciencia de los sabios. Sueño con tu regreso, adorada mía. Cuando pienso en ti y en lo mucho que deseo el tenerte a mi lado, me considero a mí mismo la persona más egoísta del mundo. Ahora que te encuentras visitando a aquellos parientes, que no se han tomado la molestia de contar los lunares de tus hombros, ni determinar el tono exacto del azul de tus ojos al encontrarse con los rayos del sol… Ahora que estás lejos de mí puedo decir que el día que te tenga de nuevo entre mis brazos no te soltaré jamás. Soy egoísta, ya lo sé, privaré a los demás del melodioso sonido de tu risa, y de la danza de fuego que inicia cada que el viento acaricia tu cabello. Pero temo decirte que ahora soy yo el que tiene que partir. He recibido noticias de mi madre, me precisa en Yorkshire. Mi abuelo ha muerto y seremos los herederos de una gran fortuna. Solo serán unas semanas, mi amada Rose, para ese entonces ya estarás aquí, con tu familia. Vendré por ti y pediré tu mano. Nos casaremos, amada mía, y no nos alcanzaran los minutos para amarnos. Con amor. Siempre tuyo, George. Dorothy se quedó atónita por unos segundos. ¿Quiénes eran Rose y George? No recordaba al viejo Ailbert comentar nada acerca de aquella pareja. ¿Y la carta?, ¿qué debía hacer con ella?, ¿a quién le pertenecía ese cuadro realmente y cómo fue a dar a esa casa?
  20. Michelle Caminaba por los pasillos del piso principal, mientras observaba el espléndido jardín interno del local. Nunca, en sus veinte nueve años de edad, hubiese imaginado que su lugar de trabajo le transmitiría tanta paz. Debía admitir que al principio se sentía un poco tensa al contemplar la parsimonia casi inmunda de sus dueñas, pero con el tiempo, poco a poco se fue contagiando de aquello que llamaban paz. Claro está que en ningún momento descuido sus obligaciones, seguía con el sin fin de pergaminos en su escritorio, donde además tenía lugar la recepción. Sus lista de ‘’proyectos por terminar’’ seguía igual de larga que de costumbre, sin embargo sus manos y pies no se movían con la misma velocidad de antes. Lo interesante e incluso confuso, era que terminaba sus tareas con mayor facilidad y rapidez. Empezaba a creer que era cierto eso de la magia de las libélulas, que en la noche dejaban algún polvo especial o vaya usted a saber qué, y que por ello resultaba más fácil hacer sus deberes. Algún día lo descubriría. Vio a lo lejos a un par de amigos. Dos jóvenes que entablaban una conversación. Como la recepción estaba vacía se apresuró hacia ellos y saludó formal, como de costumbre. —Buenos días. Bienvenidos a la libélula encantada. Mi nombre es Michelle y será un placer para mí atenderlos el día de hoy. ¿Ya habían visitado anteriormente el lugar?, ¿o es la primera vez que vienen?
  21. Dorothy no estaba segura de cómo sentirse en aquel momento. No hacían falta las palabras para darse cuenta de que había una atmósfera tensa en el ambiente. Dennis la saludó con la misma familiaridad y dulzura de siempre, pero se pudo percatar de que antes de cerrar la puerta lanzó una mirada furtiva en el pasillo, ¿habría visto al hombre de cabellos castaños? Esperaba que sí. Cuando mencionaron el nombre de Scavender la recordó del evento que tuvo lugar en el hogar de la familia Lockhart, de su familia, para ser más precisos. Había muchos rostros ese día, por lo que le costaba identificarlos con claridad. Le sonrió, sintiéndose alegre por saber que ella tampoco se había olvidado. Hubiese sido una situación muy incómoda hecho de que alguna de las dos no recordara a la otra. Ella ya había pasado por circunstancias similares. Empezaba a sudar frío y a reírse de manera nerviosa. Nada agradable. —Es un gusto verte aquí —le respondió a Scavender, luego se giró hacia Dennis. —. Sí, en el cumpleaños de Noah, tú también estabas allí. Guardó silencio cuando vio que Dennis tomaba la palabra. En efecto, eran dueñas de otro local. Si se encontraba allí en ese momento era meramente por curiosidad, sí. Aunque claro estaba que no les explicaría a las dos jóvenes que tenía de frente que mientras caminaba en el Callejón habita decidido perseguir a una madre neurótica y aun niño indefenso. Era mucha explicación para un tema tan poco relevante y sin sentido. ¿Pero debía mencionar entonces al señor que observó en la segunda planta? —Quizás oculten algo…—fue lo único que se atrevió a decir. ¿Por qué otra razón no dejarían a los aurores participar? Podía imaginarse los responsables de todo aquel lío, no había que tener cuatro dedos de frente para saberlo. ¡Y todavía el Ministerio era capaz llenarse la boca diciendo que vivían en una comunidad transparente! Bufó. Se entretuvo viendo los pergaminos que descansaban sobre el escritorio, tal vez por eso no respondió en el momento que Scavender se ofreció a acompañar a Dennis, sin embargo, cuando vio que ambas brujas se dirigían a la salida se apresuró a seguirlas. En cuanto estuvo fuera de la oficina todo lo vio muy confuso: las paredes tenían ondulaciones que antes no tenían, el piso estaba desnivelado, los colores se veían tan nítidos y brillantes que encandilaban. Las lámparas de lágrimas que antes creyó que pendían del techo, ahora parecían estar sobre su cabeza. Intentó tocarlas, mas no las sintió. Cerró y abrió sus ojos unas cuantas veces, ¿era real o estaba en un sueño? Sus orbes verdes estaban irritados, se podía apreciar en la tonalidad rosácea que aparecía alrededor de su iris. Sus compañeras intentaron hacer algunos hechizos, nada funcionó. ¿Sería magia oscura?, ¿en qué juego macabro estaban y porqué eran ellas las víctimas? Sintió la voz de Scavender retumbar sobre sus oídos, estaba lejos, y de pronto cerca otra vez, y lejos nuevamente… Como si el lugar fuese una liga que se estuviese encogiendo y ensanchando repetidas veces. Trató de acercarse, de tocar su cuerpo, aunque por más pasos que diera se mantenía a la misma distancia. Se giró hacia Dennis. Su voz era débil, estaba aturdida. —El museo…—miró de nuevo a su alrededor. —¿No hay algún pasadizo que nos saque de aquí? Tenemos que caminar solo y únicamente cuando el sitio se encoge, si caminamos cuando se alarga es como si no hubiésemos avanzado nada, nos alejaríamos.
  22. El local no tenía mucho tiempo de su inauguración. Michelle se sentía afortunada de haber encontrado el empleo de recepcionista en un sitio que le brindaba tanta paz como aquel. Aunque su neurótica personalidad la obligaba a moverse de un lado a otro, de revisar pendientes, cobros, facturas, recorrer los pasillos en busca del más mínimo indicio de desorden, de encontrar las palabras adecuadas y practicar durante horas, frente al espejo, el mejor discurso para dar a los clientes que llegaban. Podía decirse que a veces se sentía exasperada por la actitud de las dueñas, quienes aunque preocupadas, manejaban el negocio con una parsimonia envidiable. ‘’Aún no hemos conseguido un profesor de escultura’’, ‘’no ha llegado la pieza que estaba programada para hace tres días’’, ‘’necesitamos conseguir relaciones comerciales, son muy importantes para cualquier local…’’ frases como esas eran pan del cada día. En ocasiones Dorothy a miraba extrañada y le pedía se que tranquilizara, que una de las claves del éxito era la paciencia, pero Michelle asentía sin escuchar y seguía ordenando pergaminos y ampliando su lista de ‘’cosas por hacer’’ Un día, mientras se encontraba, redactando unos mensajes, escuchó los pasos de unas personas. Al alzar su vista se encontró con una pareja: una mujer pelirroja y otro hombre de cabellos obscuros. Michelle se sintió entusiasmada y nerviosa a la vez. Eran clientes, en su local, si quedaban con una buena impresión probablemente pasarían la voz a sus amistades y conocidos. Se aclaró la garganta y esbozó la mejor de sus sonrisas. —Bienvenidos a la libélula encantada. Mi nombre es Michelle y estoy aquí para servirles. ¿Hay algo en que los pueda ayudar?
  23. El Callejón se encontraba tan bullicioso como siempre. Dorothy no sabía que era peor: la sensación de vació en su estómago cuando se giraba sobre sus talones y se aparecía en otro lugar, o la opresión sosegada de caminar entre tantos magos y brujas. Ese día, por alguna razón optó por usar sus pies, quizás era la tendencia de usar la magia solo cuando fuese estrictamente necesario. Existía cierta satisfacción en jadear, en sentir los latidos de su corazón acelerarse y percatarse de las gotas de sudor que le resbalaban por la frente. Había leído en algunos libros que el ejercicio liberaba hormonas que producían felicidad, y desde ese entonces lo ponía en práctica. Era una lástima que estar el rodeada de tantos humanos no le produjera el mismo placer. A su lado caminaban una madre y un pequeño que era bruscamente jalado del brazo. ‘’ ¡Niño malcriado, niño inútil!, ¿cuántas veces tendré que decírtelo?’’ murmuraba la señora afanadamente. Dorothy se atrevió a mirar al crío durante unos segundos. Usaba una boina beige que no dejaba apreciar sus ojos, pero sus labios y pechos se movían agitadamente mientras sus pies seguían el ritmo que marcaba su madre. Ella también aceleró sus pasos, atraída por su instinto curioso. La señora no dejaba de decir cosas, llegarían tarde a un lugar, ¿pero a qué lugar? Indefenso niño, si los padres tuviesen consciencia del impacto que sus acciones tienen sobre ellos probablemente actuarían con más tacto. ¡El mundo… el mundo necesitaba más reflexión! Jamás se cansaría de decirlo. ¿Y ella que hacía ahí?, ¿a dónde se dirigía antes de tomar la decisión de seguir a ese par de extraños? Ah, sí, al negocio que había abierto recientemente. ¿Realmente era necesaria su presencia en el lugar? Tal vez, pero quería seguir indagando, preguntarles sus nombres, saber a qué se dedicaban, poder hacerse una idea de sus personalidades. La madre: una neurótica de pies a cabeza. Seguro que sí. ¿Pero el niño?, ¿qué le deparaba en unos cuantos años al ser víctima de las reprimendas de una mujer frustrada?, ¿cómo se formaría su propia esencia? La imagen de Isaac interceptó sus pensamientos por unos instantes. Nada bueno. Entraron a un local, museo, al parecer. Dorothy perdió de vista a la pequeña familia. Sus orbes se movían de un lado a otro, no estaba. Y ahora se encontraba ahí, ¿se trataba de los azares del destino? Pensaba que era inmaduro culpar al presente, existían viejos ‘’sabios’’ que decían que todo estaba escrito en el libro de la vida, que hiciéramos lo que hiciéramos no podríamos escapar de lo que nos tocaba. Dorothy lo negaba y se empeñaba en afirmar que uno estaba donde quería estar, consciente o inconscientemente. El museo estaba vacío, lo que era curioso, tomando en cuenta el gentío de afuera. Dorothy subió las escaleras, maravillada ante lo que veía: grandes obras, pisos relucientes, paredes impecables, destellos de lámparas doradas…. Sin embargo, lo que llamó su atención fue la figura de un hombre de un cabello ondulado, con una tonalidad similar a la suya. Parecía un hombre importante, de esos que visitan los museos para comprar sus piezas por cantidades inimaginables de euros, de esos que acuden a las subastas y se sientan a fumar tabaco durante horas para discutir el impacto de los grandes artistas en los tiempos modernos. De esos que no perderían su tiempo para voltearse a ver a una joven curiosa que lo inspecciona con detenimiento. Pero se equivocaba, el hombre sí se percató de su presencia, y sí volteó a verla. Dorothy dio un respingo y fingió demencia, por decirlo de alguna manera. Caminó hacia la dirección opuesta, ya había olvidado por completo el asunto de la madre déspota y el niño frágil, y toda esa historia de fantasía que se había hecho en su mente durante los minutos anteriores. Mientras caminaba pasó al lado de unas oficinas y escuchó una voz que le resultó familiar. ¿Se trataría de Dennis? Estaba casi segura de que sí. Se detuvo, la puerta estaba a punto cerrarse. Había otra chica. ¿Era correcto interrumpir? El hombre de cabello arenoso aún la seguía con la mirada. —Dennis—dijo en forma de saludo. Su tono fue más alto de lo normal, lo que era bastante raro en ella, debían de ser los nervios. —. Lamento interrumpir… La otra bruja con la que se encontraba su compañera le resultó familiar, aunque no supo identificarla. No sabía qué decir. No podía decir: ‘’Hola, mis rasgos paranoicos me hacen creer que un hombre que me observa quiere hacerme daño. Necesito una excusa para parecer ocupada’’ —¿En lugar está cerrado?—preguntó lo primero que se le asomó en la cabeza. Estaba extrañada de ver su socia en ese local, pero no le pareció apropiado preguntarle en ese momento.
  24. A Dorothy le resultaba divertida la conversación que estaban teniendo Dennis y David. Jamás, en sus veintitantos años, se había detenido a pensar la importancia que tenía la letra ''D'', era la cuarta letra del abecedario, si pensaban con lógica la letra con mayor valor sería la ''A'. Era una lástima que Dorothy no tuviese ninguna ''A'', aunque su segundo nombre sí: 'Anne. ¿Con que intención se lo habría puesto Celia?, ¿para volverla una persona importante? Y si no se lo puso como primero fue porque, quizás, quería que fuese importante pero no presumida. O simplemente se escuchaba bien y ya. Lamentó no haberle preguntado eso a su madre. Siguió escuchando y pensando. De estar embarazada no le pondría a su hijo David, sino más bien Matías, Nicolás o Tobías. Matías porque así se llamaba el primer chico que le había gustado en la Academia. Nicolás y Tobías sonaban bien, nada más. Todos tenían en común que terminaban con ''As''. Y otra vez, la letra ‘’A’’ presumiendo su presencia en los buenos nombres. Casi se ríe por aquello, pero no lo hizo. Se imaginó en la situación incómoda de tener que explicarles a los demás su chiste interno, y la poca gracia que encontrarían en él. —Debemos de tener alguno en la biblioteca. Es por acá…—con un gesto en su mano invitó a Dennis y a David a que la siguieran. Su compañera sabía muy bien el camino, pero el otro joven no. Ya en el salón se detuvo enfrente de una de las repisas y deslizó su mirada sobre ella hasta dar con la letra ''L'', nuevamente se preguntó por el significado de dicha letra. Cuando vio la palabra de libélula sonrió. Estaba segura de que no podrían tener un local llamado ‘’La libélula encantada’’ sin textos que se relacionaran. El libro se encontraba a una altura considerable. Dorothy deseó subirse sobre la mesa, ponerse de puntitas, estirar los brazos hasta que le dolieran y tomarlo, pero en lugar de eso sacó su varita y lo hizo flotar hasta ella. —Aquí hay uno—dijo mientras se lo entregaba al mago. —, ¿qué tienes en mente?, ¿las invocarás? ¿Debía confiar en aquel joven? El negocio ni siquiera estaba oficialmente abierto. Lo último que deseaba era algún tipo de catástrofe. Observó a Dennis, ¿ella también estaría de acuerdo? La curiosidad la consumía. Primero miraba el libro, luego a David, luego a Dennis. Repitió el ciclo varias veces.
  25. Instantes después de que guardara silencio Dennis tomó la palabra. Fue una suerte, porque Dorothy temía los silencios incómodos, lo que contradecía mucho su gran inclinación por la muda y callada paz. Se dedicó a asentir ante las palabras de su compañera, seguramente con eso el joven ya no tendría ningún tipo de dudas. También se preguntó si realmente tenía algún tipo de curiosidad por conocer el origen del nombre, o sencillamente hizo la pregunta como una forma de anunciar su presencia. —Cada cultura le da un significado distinto…—se limitó a contestar. En cuanto a lo de querer parecer interesantes o no prefirió guardar silencio. Ella misma se quedó reflexionando acerca del impacto que podría tener el nombre en los demás, ¿lo considerarían intrigante también? Luego dibujó una leve sonrisa en su rostro, eso era lo que hacía cuando no encontraba nada que decir pero tampoco quería mostrarse indiferente. Era de pocas palabras, especialmente con extraños. Se imaginaba la escena del elfo de David eliminando las libélulas, y en seguida las libélulas en peligro de extinción. Si todas las libélulas del mundo desaparecieran… ¿qué pasaría con esa materia? ¿Se convertiría en luz?, ¿esperanza?, ¿cobijo? Dennis se encargó de presentarlas, cuando introdujo su nombre levantó su mano con timidez, como si estuviese diciendo “Hola, soy yo”, su intención era demostrar que seguía el hilo de aquella conversación un tanto inesperada. Cuando el joven las llamó perdedoras se sobresaltó un poco, pero en cuanto vio que solo bromeaba su ceño se relajó nuevamente. ¿La letra D tendría algún significado especial? De ser así entonces podría decirse que ellos tres tenían algo en común. Lo dejó anotado en su lista mental de cosas por investigar, quizás obtendría la información en algún libro de la biblioteca. —Dos “D” en un nombre de tan solo cinco letras. Todo un logro. —terminó por decir cuando el mago tocaba su hombro, mitad sarcástica mitad reflexiva. Observó a Dennis por unos segundos cuando el otro se alejaba unos pasos. Por un momento creyó que era amigo o conocido de la bruja, o que se trataba de uno de los instructores que habían solicitado. Pero no: era de su primer ¿cliente?, ¿visitante? No le gustaba catalogar con el nombre de clientes a todos los que entraban. Automáticamente relacionada esa palabra con dinero, ingresos, frivolidades, y para ella cualquiera que entrara significaba mucho más que eso. —Vendrán al anochecer, o bueno, eso creemos. Realizamos un encantamiento que las atrae, esperemos que funcione.

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