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Transformaciones


Matt Blackner
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Podría decir qeu esa mañana me había despertado muy temprano, pero mentiría. Más bien no había podido pegar ojo. Estaba de los nervios, hasta el punto de que había intentado ponerme un jersey de color morado como pantalón, en vez de los vaqueros claros que ahora vestía, acompañados de unas deportivas negras y como siempre, la varita en el bolsillo trasero derecho del pantalón.

 

"Quién me mandaría a mi aceptar? dios...si soy un desastre...seguro que provoco un incendio en la clase." - pensaba constantemente durante el camino.

 

Me había alegrado muchísimo la propuesta, incluso tenía muchas ganas de empezar, pero ahora, a instantes de que diera comienzo mi clase, me paré frente a las dependencias del Ateneo, pensativo. Podría darme la vuelta y echar a correr, a lo mejor nadie lo notaba.

 

Mi madre, mi prima y mi pareja ya eran profesoras allí, asi qeu no veía pegas para llevar a cabo el proyecto...excepto si me paraba a pensar en el hecho de que la última vez que estuve presente en una clase, en concreto de meteorología, sencilla en principio, había acabado provocando un tornado por accidente y casi derruido media academia.

 

Asi que mejor procuraba no hacer demasiados movimientos esta vez, no fuera a tumbarlo del todo.

 

Al final avancé, llegando hasta el lugar donde impartiría la clase. Se trataba de un espacio exterior cerca del lago, donde los alumnos dispondrían de unas gradas donde poder sentarse, al tiempo qeu yo ocuparía una mesa frente a ellos. Era un día soleado, lo cual para la época del año en que estábamos ayudaba. Seguramente no podría seguir dando clase junto al agua hasta unos meses más tarde.

 

Por eso se me ocurría que podríamos aprovechar el día, no dar solo una clase sin más. Eso de aprender definiciones era un tanto aburrido.

 

En esos pensamientos estaba cuando algo gruñó a mi espalda. Me giré para encontrarme de frente a Fenrir, mi lobo blanco. Debía haberme seguido desde la Potter Black.

- Serás...demonio de animal, tendré que dejarte conmigo mientras doy la clase... - murmuré, mientras ordenaba con un gesto que se sentara en la hierba.

 

Yo tomé asiento, utilizando el tablero de la mesa a modo de silla. Solo quedaba esperar la llegada de los alumnos...

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Mackenzie salió del agua cuando vio que una figura se acercaba al lugar donde le habían avisado que se impartiría la clase. El agua del lago estaba fría, a pesar del día soleado, pues el otoño estaba ya avanzado y el aire fresco anunciaba que quedaban pocos días para que comenzaran las nevadas propias de aquella época del año. A la joven Malfoy no le importó, estaba acostumbrada a bañarse en aguas mucho más gélidas. Se secó rápidamente con un encantamiento y se cubrió con las ropas que había dejado detrás del frondoso roble que la escondía de miradas ajenas, unos tejanos y una sudadera verde claro.

 

Al acercarse a las gradas donde darían la clase, se sorprendió al ver a Matt, pero pronto recordó que le habían avisado de que el profesor que iba a impartir la clase había sufrido una indisposición. Le alegró que fuese Matt el profesor que lo sustituyera. Aunque no tenía mucha relación con el joven, se habían cruzado alguna vez y sabía que era un joven agradable. Propenso a cierta clase de accidentes y desastres, igual que su madre Sagitas, pero aquello debía de ser consustancial a todo aquel que hubiera trabajado en el Departamento de Accidentes del Ministerio de Magia.

 

- Buenos días, profesor. Hace un día magnífico para aprender transformaciones. ¿No es verdad? -Saludó Mackenzie, sentándose en una de las primeras gradas, a la espera de que llegasen el resto de sus compañeros.

 

Mientras esperaba, se fijó en el lobo blanco de Matt. ¿Realmente era un Daemon, como se decía? Sintió una punzada de envidia, que la hizo suspirar con anhelo sin darse cuenta. Una vez había viajado hasta el Polo Norte, donde se decía que estaban las puertas a otro mundo en el que las almas de los hombres se personificaban en forma de Daemons o Daimonions, como también se les llamaba. Mackenzie había logrado alcanzar aquel mundo y ver aquellas criaturas, pero su propia alma nunca logró aquella personalización. Había vuelto sin Daemon propio de aquel viaje.

 

Tal vez no sea lo que parece -pensó con una pizca de malicia-. Quizás si me acerco a él y lo toco descubra si realmente lo es. Aunque eso no estaría bien, no se debe tocar el alma de otra persona a no ser que tengas una relación muy íntima con ella y te lo permita. ¿Pero y si no lo es? ¿Y si tan sólo es un simple lobo? Quizás haya algo de espíritu en él. ¿Pero realmente es un Daemon?

 

Mackenzie decidió apartar aquellos pensamientos. Era mejor no dejarse dominar por los deseos que no se podían satisfacer. Recordó las enseñanzas de cierto Lama con quien había estado no hacía mucho en el Tibet y respiró hondo dejando que el límpido aire matinal la refrescara por dentro.

 

Comprobó que había traído su cuaderno de notas, una vuelapluma, su varita... bueno, sus varitas. Siempre llevaba las dos. Era una rareza, pero lo prefería así. Tal vez si había logrado mantener la Varita de Sauco tanto tiempo, había sido porque en el fondo no la consideraba tan importante como a Solveig, la varita que la había acompañado desde que casi era un niña. Además, era una varita realmente buena para las transformaciones y de eso se trataba la clase que iban a dar.

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No hay nada como tener una madre curiosa y metomentodo. No, mi madre no es así, me refiero a mí. En la Sala del Claustro de Profesores de Conocimientos vi la nota del nuevo profesor de Transformaciones y grité al leer el nombre de mi hijo. Sé que no se considera socialmente correcto el saltar de puntillas con los brazos en alto y ponerte a bailar en medio de las mesas, pero no había nadie (creo), además que mi fama de ser alguien alocado corroboraba mi actitud sin que tuviera ni un sólo atisbo de ridícul0. Me fijé en que las clases las empezaba hoy, así que corrí escaleras abajo de la Torre de la Universidad, buscando a mi niñito para felicitarle.

 

No le hubiera encontrado si no hubiera sido por Fenrir, el lobo blanco de Matt, que se dirigía hacia el lago. Me arremangué las faldas para no pisármelas con las bambas violeta de cordones amarillos y corrí por los terrenos de la Universidad, persiguiendo al animal. Y, lógicamente, en cuanto se paró yo vi a Matt.

 

-- ¡Cariñooo! ¡Oh, qué alegría más grande saber que eres profesor! ¡Qué orgullosa me siento de ti!

 

Prácticamente me tiré encima de él, dándole un abrazo y sin dejarle contestar ni mú. Suelo ser así de avasalladora.

 

-- Pero cielo... No puedes llevar la varita en el trasero, ¿y si te quemas el pompis delante de tus alumnos? Ay, cariño... Pero qué manía de venir despeinado -- le pasé los dedos por el cabello, intentando peinar aquel cabello rebelde. -- Has de causar buena impresión en tu clase. Y no dejes que Fenrir haga daño a ningún estudiante. Seguramente, por ser nuevo, aún no has rellenado los seguros de responsabilidad civil dentro de las aulas. Ay, ay, cariño, qué orgullosa que estoy...

 

Me alejé un paso, lo justo para verle un poco más de conjunto. Negué con la cabeza.

 

-- Nono, has de venir más elegante, hombre... ¿Por qué no me lo dijiste ayer? Te hubiera preparado el traje de los domingos y te hubiera puesto una corbata de Jack, ya que tú te empeñas en no comprarte ninguna. Y los tejanos... Están demasiado desgastados, hijo... ¿Por qué no me dejas comprarte ropa más acorde con tu rango de patriarca de la familia? Eres muy dejado, cielo... Deja, deja, que creo que tengo una capa negra en mi bolsillo... ¿Has almorzado algo? Yo tengo una manzana en algún sitio.

 

Me alejé un poco para poder sacar todo lo que llevaba en mi monedero de moke, dentro del bolsillo. Alguna vez debiera hacer un recuento porque siempre ponía cosas dentro pero pocas veces las sacaba. En eso, una voz femenina, demasiado conocida, me hizo respingar.

 

-- ¡Glups! Srta. Malfoy... Esto... Mackenzie... No la había visto... -- dejé de sacar objetos raros de mi bolsillo, sobre todo porque algunos no eran necesarios que se supieran, y más por la viceministra del Ministerio de Magia. -- Esto... Pasaba por... por aquí...

 

Me rasqué el pelo, en un gesto nervioso. ¿Se habría dado cuenta que había estado tratando a mi hijo como eso, como hijito querido y mimado por mami? ¿Habría menospreciado su papel de profesor? Por cierto, ¿Mackenzie recibiendo clases de Transformaciones? Pobre Hijo mío, tendría que ayudarle en quedar bien.

 

-- ¡Qué curioso que coincidamos aquí...! Esto... Yo... Venía a leer un libro de mi asignatura aquí, al sol, en las gradas, junto al lago... Si no les importa, señor Blackner y Señorita Mackenzie, yo me pongo en una esquina y leo. Es que es un libro muy interesante sobre nuevas tecnologías muggles que han conseguido desarrollar sin el uso de la magia y me hace gracia mantenerme informada. Yo prometo no molestar, estaré en aquella esquinita, sin meterme en nada. Esto... Me voy, no les entretengo, ustedes a los suyo. Yo... Esto... Leo...

 

Me senté en la primera grada, lo más alejada posible de los dos (aunque no tanto para no sentir lo que dijeran). Fenrir me miraba fijamente, con la lengua fuera. ¿Se estaba riendo de mí? Parecía tener una sonrisa en los labios.

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Apenas el lobo se sentaba a mi lado cuando sentí un trote qeu se aproximaba. Alcé la cabeza y abrí los ojos, notando un montón de nervios de golpe.

 

Ay mi madre.

 

Si, eso....mi madre....

 

Sagitas se me tiró encima, obligándome a levantarme de la mesa. Con la emoción me abrazaba casi sin dejarme respirar, y por supuesto, sin poder contestar a todo lo que decía. Como había sabido que iba a dar aquella clase?

 

Ah, claro, si era profesora de estudios muggles...seguramente habrían puesto algun tipo de nota en el claustro de profesores.

 

La cuestión era qeu no tenía ni idea de que podía hacer, además de ponerme cada vez más y más rojo. Que si el pelo, intentar peinarme, la ropa, corbatas, una manzana....Casi la imaginaba ya metiéndome a la fuerza una manzana en la boca cual cerdo asado en una comida familiar, cuando me di cuenta de que alguien más nos acompañaba.

 

Mackenzie Malfoy, una de las alumnas de la clase había llegado ya, ocupando un sitio en la primera fila de las gradas donde impartiría la clase. Solté una risa nerviosa, pasándome la mano por el cuello mientras me preguntaba cuanto tiempo llevaría alli y cuanto de aquel espectáculo podría haber visto.

 

No me malinterpreten...en realidad no me desagradaba para nada que hiciera aquello, pero no estaba acostumbrado, y menos en público.

 

- Buenos días señorita Malfoy, tiene razón...hace un día estupendo para dar clase al aire libre.

 

Me despisté un momento, pues Sagitas intentaba arreglar un poco el momento afirmando qeu solo qeuría leer un libro de tecnología muggle para seguir informada de sus avances. Asentí con la cabeza, indicándole las gradas para qeu tomara asiento...

 

Y dándome cuenta que Fenrir se había levantado, acercándose con cierta curiosidad hacia Mackenzie, quien revisaba traer el material necesario para la clase. El lobo podía parecer un simple lobo, pero no lo era. No solo porque el lobo blanco tenía un tamaño mucho mayor del normal, o porque sus ojos eran "extrañamente" parecidos a los mios... Pero que mi daemon se acercara a la gente a veces podía molestar.

- Fenrir - llamé, apenas un susurro y el animal regresó a mi lado, sin llegar a olisquear a la "desconocida" volvió a sentarse junto a la mesa, dirigiendo la mirada hacia mi madre. El lobo no tardó en abrir ligeramente el hocico, con la lengua de medio lado y las orejas hacia atrás en gesto de sorpresa, casi riendo.

 

Cosa qeu yo no podía hacer cuando me di cuenta de qeu Sagitas sostenía el libro del revés.

- Si no aparecen los demás, creo qeu podremos empezar la clase. Si le parece bien, claro. - dije a Mackenzie.

 

Respiré hondo un segundo, rezando porque no se me olvidara nada...Y por no provocar un tornado aquel día.

- Conoce las leyes de Gamp? - comencé preguntando.

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No le había dado mucha importancia al hecho de que Sagitas anduviera por allí revolviendo el pelo de su hijo. Tan apenas se había fijado al llegar, sumida como estaba en sus pensamientos. Sin embargo, al escuchar el saludo de Sagitas, un tanto... ¿azorado? casi dio un respingo. ¿Sagitas revolviendo el pelo de su hijo? Mmmmm... ¿preocupándose de que comiera lo suficiente? ¿De que llevara las ropas bien puestas? ¿Había visto algo así antes al llegar o era un recuerdo trafulcado y confuso? ¿Sagitas una madre sobreprotectora? ¡Nooooooo! ¡Imposible! ¡La todopoderosa Sagitas, aquella mujer tan resuelta y emprendedora que nada se le ponía por delante si tenía un objetivo en mente! ¡Imposible!

 

- Me alegro de verla por aquí, Sagitas -Mackenzie respondió a su saludo, procurando que no se notara su confusión.- No se preocupe, a mi no me molesta tener compañía en la clase. Claro que... -señaló el libro que Sagitas tenía en la mano- si quiere leer sobre tecnologías muggles inversas, -por eso lee el libro del revés, ¿verdad?- está en todo su derecho.

 

Mackenzie recordó que una vez Sebastian le había hablado de las tecnologías inversas que usaban los muggles. ¿O era sobre fuerzas inversas? No, no, era sobre tecnologías, las tecnologías adversas de la información subversiva. No, no, aquello no. Era... las tecnologías transversales de información inversa. ¿Qué rayos? Vale, no recordaba nada, ni le importaba. ¡Maldito Sebastian y sus líos muggles! Al menos Sagitas no era una liante, como Sebastian. Los libros muggles se leían del revés. Aquello era perfectamente lógico.

 

Lo que no era del todo lógico es que Sagitas estuviera por allí. Era un consuelo que Sagitas estuviera de vacaciones en el Ministerio. Si fuese la Directora del Departamento de Accidentes la que estuviera por allí en aquel instante... bueno, eso podría significar que las cosas tomaban un cariz muy feo. Pero Sagitas ya no ocupaba aquel cargo, así que no había nada de qué preocuparse.

 

- Bueno... -sonrió- el caso es que yo también me alegro de esta feliz coincidencia. -Mackenzie dudo si expresar sus dudas en voz alta, pero finalmente decidió que no tenía mucho que perder-. Creo que está de vacaciones en el Ministerio. Bueno, espero que no fuera el stress. Ya sabe... siempre es el stress. ¡Ni que explotáramos a la gente! En fin, que me alegro de que ya no trabaje en Accidentes. ¡Oh no! ¡Perdón! ¡No quise decir eso! Quiero decir, que los de Accidentes parece que huelan los problemas y bueno... que si estuviera trabajando, tal vez me diera por preguntarme si existe algún peligro que yo debiera conocer. Pero siendo que no está trabajando allí... bueno, entonces no hay nada que temer.

 

De pronto observó al lobo de Matt avanzar hacia ella. Aquello la sorprendió muy agradablemente. ¿Acaso la fortuna le concedía una oportunidad para examinar de cerca aquella criatura? ¡Vamos lobito! ¡Vamos lobito, acércate más! ¡Un poquito más!

 

La voz de Matt llamando a su lobo la hizo levantar la cabeza y dudó de que hubiera sido capaz de disimular un gesto de decepción. Había estado tan cerca...

 

- Me parece bien, profesor. Por mi empecemos. -Respondió a la pregunta de Matt.

 

La siguiente pregunta del profesor, pilló a Mackenzie desprevenida. A pesar de su disposición a empezar la clase, no había caído en la cuenta de que una clase de transformaciones perfectamente podía empezar por aquella tortura. ¡Las leyes de Gamp! Sin saber porqué Mackenzie decidió ser totalmente sincera.

 

- Mentiría si le dijera que las conozco. Para conocer algo debes ser capaz de entenderlo, profesor. Y el caso es que, aunque recuerdo haberlas estudiado en Hogwarts e incluso haber leído después sobre ellas, ni las entendía en Hogwarts, ni las entiendo ahora. ¿Usted cree de verdad en ellas? Si fuese tan amable de explicarlas, quizás de una vez por todas logre deshacerme de la tortura mental que me provoca no comprenderlas.

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Abrí el libro y lo puse sobre las rodillas, mientras me subía el cuello de la camisa, en un intento de evitar el frío que sentía, aunque era más psicológico que real, pues lucía un agradable sol en aquella mañana. Sin embargo, yo sentía los dedos fríos, de nervios. Mi niñito estaba allá, todo un hombre hecho y derecho, delante de la viceprimeraministra, enseñándol. ¡Enseñándole! No cabía en mí de orgullo y preocupación a la vez, así que me pasé las manos por el pelo y empecé a leer. ¡Demonios que era difícil aquel libro, parecía escrito en sánscrito por lo menos! ¡Qué letras más raras!

 

No se me escapó, porque no le hacía mucho caso a la primera página del libro que tenía entre las manos, que Mackenzie no había parecido creerse mi casualidad en aquel entorno de la clase. Intenté disimular una sonrisa. Con ella siempre había tenido una relación de amiga pero creo que nunca había visto el cuidado con el que protegía a los míos; seguro que no se creía que fuera de ese tipo de madres que peinan a sus hijos en público y les hacen pasar vergüenza. Y no lo era.

 

Bueno, tal vez un poquito.

 

Vale, sí, lo era, protectora y avasalladora pero era para que saliera airoso. Y, ahora mismo, me parecía que no estaba consiguiéndolo, pues sólo se había presentado un alumno y creía recordar que tenía más. Tendría que hacer un muy buen papel delante de la representante ministerial, nos iba la fama de los Potter Black en ello. Levanté un poco el libro, para que ninguno de los dos se diera cuenta que estaba mirándoles de reojo. Sin embargo, ambos parecían notar mi presencia pues ella comentó que le alegraba que no trabajara en Accidentes. Un pequeño gruñido estomacal protestó por dentro, aunque no lo dejé nota. Creo que me ruboricé un poco y asentí levemente, bajando el libro y asomando los ojos por encima de él.

 

-- No, nada de estress. Bueno, algo sí; fue más bien un retiro espiritual para recobrar ciertos orígenes de mi tradición sacerdotisal que había dejado abandonados por lo mundano de los negocios. Sólo han sido tres meses de hacer de anacoreta en una cueva pero ya estoy de regreso. Espero pronto volver al Ministerio, con el alma más... ejem... ¿pura y renovada?

 

Esta cuestión la mencioné bien bajito. Seguro era que añoraba los movimientos arriba y abajo por el ministerio hasta la tercera planta, pero mi Karma espiritual y los sentimientos reencontrados durante mi retiro hacían que buscara un puesto algo más tranquilo, con movimientos menos histéricos que los que se daba en la tercera planta. Añoraba mi puesto pero no podía ignorar que Amya se había hecho cargo de todo y que se merecía el ascenso. Seguramente, yo conseguiría algo relajado, aunque fuera de archivera municipal. Y cuando necesitara un poco más de marcha, siempre podría recurrir a visitar a la familia para ver qué tal llevaban los accidentes.

 

-- No, no hay peligro en mi visita, señorita Malfoy. Le aseguro que mi presencia es meramente decorativa. Yo sigo leyendo este... ejem... -- ¡Miércoles, el libro del revés! ¿Se habrían dado cuenta de ello? Si era así, mis palabras iban a sonar a mera excusa barata y parecería que les estaba espiando. -- ... este ejemplar muggle tan interesante. Dicen que algunos dejan mensajes ocultos si les das la vuelta y estoy comprobando... ejem... tal hecho.

 

Sonó algo desesperado, pero tal vez cuajara como excusa. Al fin y al cabo, ambos eran desconocedores del mundo muggle. Si alguna vez los tuviera como alumnos, debiera recordar este detallito para no parecer más lerda de lo que me daba la sensación que estaba demostrando en este momento.

 

-- Sí, sí, cari... Señor Blackner. Empiece la clase, yo no estorbaré, ejem... sigo con esta lectura amena e interesante sobre la tecnología muggle.

 

Volví a subir el libro tapándome la cara. Con un poco de suerte, no se darían cuenta de que me había puesto roja de vergüenza. ¿Quién me mandaba a mí meterme en medio de la clase de mi hijo? Y encima preguntaba por el tal Gamp, y que yo recordara, a ese mago (supuse que era mago) no lo tenía visto por el Ministerio. ¿Estaría en la Primera Planta, la del Primer Ministro? Seguramente, sería algún Juez nuevo que habría sacado algún libro de leyes mientras yo había estado fuera del pueblo. Gamp, Gamp, Gamp... Tendría que preguntar en el SAW sobre la plantilla nueva ministerial, pues estaba algo desactualizada desde mi ausencia y no conocía a los nuevos. Tal vez pudiera invitarlo a una merienda en la Potter Black. Ya se sabe que hay que estar bien relacionado con los altos mandos por si algún día necesitas alguna referencia...

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Corría.

 

Corría tan rápido como mis pies me lo permitían y una vocecita en mi mente me decía que ella podía correr más rápido y que no era impuntual como yo.

 

La odié.

 

Pensé por un momento en detenerme allí y que ella continuara gritando sola, después de todo la clase había sido mi idea, no la suya, así que si yo llegaba tarde era mi responsabilidad. ¿Qué podía opinar un alma fragmentada en mi interior? Nada.

 

El aire estaba más gélido últimamente a pesar de que estuviéramos en una representación de Egipto o algo similar, lo que me recordaba que allí aún había magia que mantenía un poco de Londres a la vista, un poco de lo nublado, ligeramente húmedo y frío que era Londres en aquella época del año. De inmediato me arrepentí de no haberme puesto algo más abrigado, pues sólo llevaba unos pantalones ajustados negros y una blusa de mangas cortas que caía por un lado y dejaba ver el hombro derecho. Si, no era muy apropiado para la época.

 

Continué corriendo, pensando en que quizás el sol calentaría un poco más a medida que el día avanzara y, a lo lejos, junto al lago, vi un grupo de gradas y tres personas reunidas. También vi un lobo blanco, más grande de lo normal y sentí cómo el alma caía a mis pies y comenzaba a sentir un color ascendente por la columna. ¿Es que no había leído bien quién era el titular de la clase? A unos cien metros aproximadamente del profesor, metí una mano en mi bolsillo y leí la nota que Elvis, el nuevo director de la Universidad, me había enviado.

 

"Matt Blackner será..."

 

Ni siquiera seguí leyendo la nota. Lo había pasado por alto. Dudé. Pensé en dar media vuelta y retirarme de allí, quizás podría tomar la clase en otro momento, más adelante. <<No seas tonta, Matt es el nuevo profesor, la tomes cuando la tomes da igual, estará él ahí>> dijo la voz de Sybilla en mi mente, recordándome que aún guardaba sentimientos de ella en mi interior. ¿Pero por qué debía importarme a mi algo de Matt? No era yo quien había tenido algo con él, no, esa había sido Cissy, la otra Cissy, la que había muerto. <<Gracias por recordármelo, Castalia>>. Negué con la cabeza. ¿Qué más daba? Mejor tomar la clase de una buena vez y listo. Apenas le miraría. Seguro que él haría como si no me conociera.

 

Apresuré de nuevo el paso y llegué justo para cuando Mackenzie terminaba de explicar lo desconcertada que se sentía por algo que, aparentemente, Matt le había preguntado. Y, a pesar de que había estado intentando no hacerlo mientras avanzaba los últimos cien metros, al posar mi mirada sobre Blackner no pude menos que sentir que un intenso rubor cubría mis mejillas.

 

-Lamento la tardanza, profesor- dije, avanzando con presura y sin notar que estaba Sagitas en las gradas sino hasta que oí su cantarina voz. Alcé una ceja, sorprendida-. Sagitas, qué gusto- y me giré al frente-. Mackenzie- saludé a mi hermanastra. Quizás hubiera sido todo un poco más cálido de no haber sido porque sentía la necesidad de tirarme al lago y que algún animal mágico me hundiera hasta sus profundidades-. Fenrir- susurré, mirando al lobo blanco con cariño-. Pensé que la clase comenzaba hasta dentro de una hora, pero Elvis... el director Gryffindor me avisó de que iba con retraso. ¿Me perdí de mucho?- pregunté, intentando recuperar la compostura.

 

Revisé mis bolsillos en busca de Shember, mi hermosa varita negra, y la coloqué entre mis dedos, como haría un baterista con sus baquetas.

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Tenía uqe hacer esfuerzos por no reirme con Sagitas y su libro al revés, a pesar de qeu Fenrir si que "reía". Prestaba atención Mackenzie, pues decía no entender las leyes de Gamp, y con ello, no conocerlas. Asentí con la cabeza, pensando en una buena forma de explicarlas, de forma qeu pudiera comprenderlas (aunqeu primero iba a tener que aprender a explicarme, ya qeu no siempre se me daba demasiado bien)

 

- Creo en las leyes de Gamp porque...bueno, poruqe he comprobado qeu realmente lleva razón. En realidad es como una especie de guía con cinc...

 

ME quedé callado. Mientras hablaba Fenrir había girado la oreja izquierda al captar un sonido qeu le llamaba la atención, a la vez qeu yo giraba la cabeza, captando aquel mismo sonido. Pasos que se acercaban con prisa y frenaban de pronto al llegar a la grada.

 

Hacía mucho tiempo qeu no veía a Cissy, y fue un poco chocante verla ahí. Era rubor lo que se asomaba en sus mejillas? Fruncí ligeramente el ceño, sintiendo un poco de calor en la cara. El lobo agitó la cola al sentir su nombre, pues aun recordaba el olor de la persona recién llegada.

- Bienvenida Cissy. No...No, no llegas demasiado tarde. Estaba explicando la sleyes de Gamp. - comenté a la recién llegada.

 

Una vez ubicada, lo mejor era explicar aquellos principios básicos.

- Leyes de Gamp. Son solo cinco, yo las considero como 5 cosas qeu no podemos hacer con magia. - alcé la mano derecha para enumerar. - Comida, vida, amor, riquezas y conocimiento. Podemos multiplicarla y agrandarla, pero no podemos hacer que la comida surja de la nada, al igual qeu el amor...es un sentimiento qeu debe nacer. tal vez podamos engañar al cerebro con pociones, pero al final, no es un sentimiento real, se desvaneces con los efectos de la bebida. En cuanto a la vida...bueno, no es muy recomendable intentar traer a los muertos a la vida. - tema aparte era Jack, el fantasma de la familia y marido de Sagitas. - Podemos intentar reproducir el oro y el dinero, pero solo es algo temporal y qeu desaparece al cabo de unas horas, como el oro Leprechaun. Y en cuanto al conocimiento...bueno, además de estar prohibido, sería demasiado complicado y bastante inútil implantar conocimientos sin más, sin una base de la que salga.

 

Esperaba qeu entendieran un poco más aquellos principios.

- En cuanto a las transformaciones, hay tres niveles. El más sencillo consiste en transformar solo el aspecto de las cosas, un objeto inanimado en otro. - saqué mi varita del bolsillo trasero del pantalón. - Como en todo hechizo, es importante pronunciarlos con voz clara y hacer movimientos precisos, aunqeu la transformación tiene un pequeño extra. Al variar el aspecto de algo, debemos tener bien claro qeu queremos hacer, su forma, color, tamaño...todo. Si no es asi, seguramente sacaremos algo extraño.

 

Con el brazo derecho realicé un gesto fluido, casi como un director de orquesta dando la entrada a sus músicos al inicio de una obra, un ligero movimiento hacia la derecha, para luego realizar una curva hacia la izquierda (siguiendo el sentido de las agujas del reloj) hasta completar el movimiento, terminando con un movimiento suave hacia la izquierda con la muñeca.

- Con este movimiento y el hechizo adecuado, podréis hacer maravillas. El Morphos es el hechizo más común en transformaciones, pues sirve para transformarlo todo. Por otro lado, siempre hay algunos hechizos de transformaciones más específicas, como el avifors usado para convertir piedras y pequeñas estatuas en pájaros, o el scribblifors muy útil si algo se te viene encima, ya qeu convierte objetos en plumas.

 

Tomé un par de pequeños troncos y un par de piedras del tamaño de mi mano y las dejé ante ellas.

- Podéis elegir. Vuestra primera tarea consistirá en transformar al menos una piedra o un tronquito en otro objeto. - Fenrir lanzó un gruñido a mi espalda. - A ver si conseguís hacer algo con lo que le guste jugar a Fenrir

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- ¡¡Por San Godric de las pelotas mojadas!! - exclamé yo, furiosa, cuando por décima vez había sacado la mano del agua y comprobé qué, efectivamente, no tenía nada en ella.

 

Había intentado cazar ranas, pero en vano. Éstas eran muy escurridizas y bastante listas, a decir verdad.

 

¿Y qué se supone qué era lo que hacía yo cazando esos animalejos? Pues buscar ingredientes frescos para luego guardarlos en frascos irrompibles. Los había traído conmigo y cuánto menos empleara la magia mucho mejor. Pero a decir verdad me estaba costando, demasiado.

 

Además notaba el sol en la nuca y por veces sentía que me achirraba.

 

- Maldito sol de los demonios egipcios - sí, estaba de muy mal humor. Me froté la nuca para intentar suavizar esa zona, seguramente y a éstas alturas, ya tendría una buena rojez en esa parte de mi cabeza. Había olvidado por completo el llevar cierta clase de protección y por supuesto, que no estábamos en la vieja Universidad. Agradecía el hecho de que casi siempre estuviese nublado.

 

No, sólo los del Ministerio se le había ocurrido traer a Londres semejante réplica pero ¿hacía falta que también trayesen el clima? Debían de pensar en que no todos los profesores éramos humanos. ¡Tenían que tener cierta compasión por los vampiros!

 

Vale, quizá me pasaba, pero no podía negar el simple hecho de que me encantaba ese lugar de tanto poder de información. Algo de me enorgullecía al saber que los bastardos muggles jamás tendrían acceso. Menos mal que nuestros colegas magos egipcios, habían ocultado ese centro de enseñanza en su momento. Pero aún así juraba y maldecía el horroroso sol que si me descuidaba cómo en esos momentos, parecía que fuese a arder de un instante a otro.

 

Me encontraba en la ribera interior del río cerca de la desembocadura que daba al lago. Me había puesto pantalones cortos, una camiseta de tiras y unas sandalias de cuero. Vamos, unas pintas que darían miedo si alguien se acercaba a la zona en dónde yo estaba. Al menos había podido recoger la planta en dónde se obtenía el papel antigüo egipcio, y varias más que había identificado gracias a "Plantas Mágicas del Mediterráneo" que guardaba en el monedero de piel de moke, llevado al cuello.

 

A pesar de todo, no había conseguido reunir lo que me hacía falta. Tendría que comprar esos anfibios en el callejón diagón a algún vendedor de poca monta... En esas estaba pensando, cargada con varias bolsas (sobre los hombros) con encantamientos irrompibles y con las plantas saliéndose por ellas, que no me había percatado de lo que estaba pasando. Revisé mi trasero por si estaba ahí la varita y me di cuenta, de que la había puesto en un moño a modo de aguja para que el pelo no me molestase.

 

Vi varias personas a lo lejos en cuánto alcé la vista, un par de ellas conocidas. Un pelo violeta que brillaba cuando la luz de los rayos solares incidía sobre él y además de una centelleante cabellera roja. Sonreí de oreja a oreja. No hacía muchas horas, había visto en el claustro su nuevo nombramiento.

 

Corrí rápidamente y eso que no estaban a tanta distancia. Al parecer estaban en unas gradas...

 

Me llegó el aroma de otra persona. ¿Cissy? ¿Qué demonios hacía ella ahí? y también otro aroma aunque bastante diferente sí me recordaba a alguien... y caí en la cuenta, ¡la viceministra! Y yo con unos trapos que la verdad, un mendigo a mi lado, estaría mejor vestido. Además de las manchas de barro que tenía en las espinillas y en las rodillas. De seguro que, Sagitas se aprovecharía para meterse conmigo porque sabía que me gustaba las ropas finas, cuánto más caras. Mejor.

 

En cuánto llegué a su altura...

 

- Disculpen la intrusión - asentí con la cabeza a los presentes- estaba por aquí cerca y cómo vi personas, pensé que sucedía algo...

 

Miré hacia Sagitas alzando una ceja. Estaba esperando algo y me di cuenta de que se ocultaba detrás de un libro, parecía enrojecida.

 

- ¿Qué tía Sagitas, mucho tiempo al sol? - sonreí con sorna. Al menos, esperaba que le diese tiempo a Matt a dar sus lecciones.

 

- Oh, perdón, veo que están ocupados - me dirigí al resto de los alumnos... Al parecer estaban practicando con la varita.

 

- Aunque quizá me quede, ésto está interesante - sonreí, mirando con una sonrisa dirigida a Matt.

 

- Puedo quedarme como representante ministerial de Accidentes, aunque sea profesora de pociones. Por si ocurre cualquier cosa. Aunque no dudo que mi pareja - por supuesto, defendiendo mi terreno (xD) - sea habilidoso con la varita y enseguida solucione cualquier embrollo que pase - me senté en el suelo arenoso y esperando a ver si había cierta acción... Quizá debería de también yo, tomar el libro de herbología y repasarlo... No estaría de más.

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Matt titubeó y lo noté en su voz, pero intenté no mirarlo mientras lo hacía porque sentía que el color nunca se iba a ir de mis mejillas. Puse una expresión seria y fingí estar interesada en lo que decía o en la clase en sí, pero lo cierto era que yo las Leyes de Gamp que él estaba nombrando ya las conocía, porque al impartir Leyes Mágicas y si bien se trataba más de la "ley" del país, siempre explicaba un poco sobre las Leyes de Gamp, que pertenecían más a la transformación elemental.

 

Por supuesto, mantuve mi boca cerrada mientras él explicaba, porque sentía que cualquier cosa que fuera a decir no iba a salir o, por el contrario, un centenar de mariposas iban a brotar desde mis entrañas como un arcoiris y me iban a impedir decir nada coherente. ¿Pero qué haría ahora? Si encima iba a tener que practicar hechizos, iba a tener que mover los labios y las manos (sin que me temblaran), todo frente a Matt y frente a Sagitas, que estaba completamente segura que nos estaba vigilando.

 

Mientras Matt explicaba lo del gesto de la varita, moví a Shember para imitarlo. Conocía el Morphos, era uno de mis hechizos favoritos, al igual que el Avis que me había salvado en algunas batallas. Pero el último que había nombrado, el scribblelksfjdhgf-como-se-llamara, ese sí que no lo conocía. Bueno, quizás iría por lo más simple, convertiría algo con el Morphos.

 

Matt se nos acercó con pequeños troncos y piedras y las puso frente a nosotras. Agité la varita y... ¡Ay! El sondio de una voz conocida me hizo bajar la mano en la que sostenía a Shember y mirar incrédula a Helike, a quien conocía bastante bien. ¿Es que nadie creía que Matt merecía un poco de privacidad como profesor? La saludé con un gesto de la mano, todavía incapaz de formular una frase concreta. Volví a poner mi atención sobre la roca que tenía adelante mío, levanté la varita y... ¿¡PAREJA!? Agité la varita sin darme cuenta y la roca salió despedida con fuerza hacia Matt.

 

-¡Ay, mi madre!- grité, asustada, cuando la roca golpeó el escritorio de forma sonora y lo astilló-. ¡Lo siento! Lo lamento...- me disculpé, notando que ahora las manos me temblaban más y que volvía a estar roja.

 

Le eché una mirada encolerizada a Helike porque hubiera socavado mi concentración. ¿De verdad había dicho "pareja"? ¿Matt y Helike? Vale, ¿qué me importaba a mi? Coloqué un tronquito delante de mi, intentando ignorar aquella extraña ola que se había levantado en algún lugar de mi estómago y me estaba causando náuseas.

 

-Morphos- dije con voz clara, describiendo el movimiento que Matt nos había señalado. El tronco adquirió la forma de un hueso, aunque aún seguía siendo un tronco en esencia-. Morphos- repetí y el hueso cambió hasta adoptar la forma de un cuchillo que parecía bastante filoso-. Morphos- dije por tercera vez y la roca tomó la apariencia de un pequeño ratón que comenzó a corretear de un lado a otro, frente a mi.

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