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Cuidado de Criaturas Mágicas III


Sherlyn Stark
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Seguí corriendo en línea recta, en dirección hacia la montaña, hasta que el laberinto logró traicionarme y una pared se levantó a escasos metros de donde yo estaba. Frené con los pies, casi cayéndome de espaldas y miré hacia ambos lados. El camino estaba completamente cerrado y no había escapatoria más que volver por donde había ido.

 

Empecé a caminar por la única vía posible, con la varita en mano iluminando hacia delante. El silencio sepulcral hizo que se me pusiera la piel de gallina. Apretaba los dientes con tanta fuerza que mis mandíbulas estaban dispuestas a salirse de lugar.

 

Un crujido por allí delante hizo que me detuviera en seco. Miré hacia abajo, alejando la concentración de mi mirada para agudizar mis oídos. Escuché el gruñido. Cerré los ojos y un par de lágrimas se escaparon por la fuerza. Sentí como el instinto se apoderaba de mi lentamente, haciendo emerger bajo mis labios los afilados colmillos, ya preparados para la batalla.

 

El aullido de la bestia hizo que abriera los ojos, de un rojo resplandeciente, y entre el haz de luz aparecieron las fauces de aquella bestia.

 

Apunté de inmediato hacia el licántropo con la varita y antes de que saltara hacia mí exclamé con todas mis fuerzas:

 

- ¡Muffliato!

 

Un rayo se dirigió al mitad hombre y mitad lobo, aturdiéndolo de inmediato al impacto. Aquel hechizo inundaba los oídos de la criatura con un chillido ensordecedor, que a bestias con cierto origen canino debería causar un efecto aún más potente.

 

El hombre lobo se retrajo varios metros, llevándose sus garras delaneras a las orejas mientras sacudía la cabeza y retrocedía tambaleante con sus otras dos patas.

 

Guardé la varita en el bolsillo y salté hacia él, sin una pizca de dominio sobre mi lado animal, clavando mis manos alrededor de su cuello y arrojándolo al suelo. La bestia abrió los ojos y clavó sus garras en mis muñecas intentando deshacerse de mis manos. Cuando notó que por mi fuerza sobrenatural aquello resultaba imposible, usó sus patas traseras, pegándome una patada en el estómago que me hizo volar por los aires unos cuantos metros hasta impactar contra la pared del laberinto y dejarme caer.

 

El golpe en la nuca de una de las ramas provocó mareos en mi cabeza y el dolor agudo en mi estómago me impedía levantarme.

 

El lobo se acercó hacia mí a los trotes y no pude hacer más que levantar una rama del suelo para interponerla entre él y yo, y así impedir que sus dientes afilados se clavaran en mi rostro.

 

De un empujón, volví a echar a la criatura hacia atrás y en ese microsegundo saqué la varita de mi bolsillo y volví a apuntar a la bestia, pero esta vez ataqué con una voz débil, al borde de la afonía.

 

- Desmaius...

 

El rayo impactó en el pecho de la bestia a escasos metros de mí, y se desplomó como si fuera una pluma cayendo danzante sobre el césped. Al ver que la bestia estaba completamente inmovilizada caí sobre mis rodillas, y cerré los ojos intentando calmarme. Luego de unos minutos, tanto mis colmillos como el color rojo que rodeaba mis pupilas desaparecieron por completo.

 

El resto del recorrido no tuvo mucha emoción, comparado a lo que acababa de vivir. Mi vida había sido puesta en peligro por no haber hecho mísero caso a aquel hombre y eso me habría de costar al menos aquel esfuerzo.

 

Aproximadamente una hora después, aparecí a la salida del laberinto, donde me esperaba mi profesora. mi cuerpo estaba lleno de raspones y magulladuras, por no nombrar algunas ramas que se entrelazaban entre mis cabellos producto de las caídas.

 

- Disculpe por la demora, profesora...

 

Le conté con detalles el incidente y luego de sus explicaciones a mis dudas me quedé junto a ella esperando a mis compañeros que estaban inmersos en una nueva aventura. Esperaba que de ella salieran ilesos, o que al menos no sufrieran la misma suerte que yo, de exponer su vida a un peligro semejante.

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—Sí, la verdad sí. La adorable Sirena eliminó ciertas dudas que tenía —respondió a la Stark.

 

En otro momento de su vida, habría tomado notas. Sin embargo, con el paso de los años se había acostumbrado a memorizar toda la información que recibía como si se tratara de la lista de hechizos que solía manejar a diario. Escuchaba las palabras de la educadora entre fascinada y concentrada, aprendiendo cosas nuevas a pesar del tiempo. Seguía algo mojada después de su visita a la bendita laguna y mientras escuchaba, movía la varita sobre su ropa tratando de secarla lo más silenciosamente posible. Entonces, tres cosas enormes cayeron detrás de la mujer y su boca se abrió de inmediato.

 

Vaya... —exclamó, ligeramente maravillada, ante lo que había aparecido tras la profesora.

 

Toda la explicación de la Stark había quedado opacada en la mente de la Atkins, que miraba con fijeza hacia las jaulas y pensaba en todo lo que podría hacer con algo similar. Desaparecer a ciertas personas sería una maravilla, ni hablar de las torturas que podía aplicar si aprendía a controlar algo así... Pestañeó, cuando miró a Pik adentrarse en su jaula y volvió a la realidad. Definitivamente debía pensar en tomar Oclumancia, si alguien se metía a su cabeza era muy probable que la llevaran al Wizegammot por ser una bruja con inclinaciones tenebrosas.

 

¿Y Goshi?

 

Miró atrás y frunció el ceño con algo de preocupación. Sus compañeros de bando se caracterizaban por tener una fuerza mágica mayor a la que cualquier otro mago de Londres podía tener, razón por la que se habían convertido en Mortífagos en primer lugar. Pero no podía dejar de sentir que algo le había pasado. Si Pik había tenido un Centauro y ella una Sirena, ¿qué otra cosa podría haberle tocado? Decidió restarle importancia, era difícil que alguien muriera en una clase y si algo pasaba, Kirara se ocuparía. Asintió una vez y se adentró a su jaula casi al trote.

 

 

 

Su mente dio un vuelco monumental y cuando abrió los ojos, sufrió una pequeña sensación de pánico. ¿Por qué? Bueno, era difícil decirlo. Quizás por el hecho de que estaba flotando... no, estaba nadando y todo estaba demasiado oscuro como para distinguir nada más que difusas siluetas entre las algas. Soltó una exclamación, esperando ahogarse y el agua transitó por su garganta con facilidad, acabando por salir por los lados de su cuello. Gritó, logrando que un sonido desconocido y excesivamente musical saliera de su boca.

 

Dos pares de luces resplandecieron en respuesta, justo frente a ella y por poco se desmaya cuando notó que en realidad no eran luces, sino ojos. Gente del agua. La miraban como si no comprendieran el por qué de su escándalo y empezaron a mover las colas con más entusiasmo que antes, quizás para mantenerse a flote en un mismo sitio. Con algo de terror, miró hacia abajo y comprobó la teoría de que, efectivamente, ella era uno de ellos. Una onda musical como la que ella había expulsado antes llegó a su sistema auditivo y alzó la cabeza de inmediato, comprendiendo lo que querían decirle.

 

Debía mantenerse callada o sabrían que estaban ahí. Pero, ¿quién?

 

Escudriñó mejor su entorno, sólo porque una sensación de preocupación mayor había invadido sus pensamientos, una necesidad de mantenerse a salvo que sobrepasaba otros intereses. Las algas que antes habían impedido que mirara su ubicación eran en realidad su escondite y parecían estar haciendo bien su trabajo, puesto que alzó un brazo y comparó las tonalidades. Se atrevió a inclinarse un poco más hacia delante, buscando la razón por la que estaban escondidos. Lo que vio no debió haberla sorprendido, la verdad.

 

Varias decenas de magos nadaban a lo lejos, haciendo un reconocimiento del espacio, quizás para hacerse con las maravillas que se podían encontrar en el lago. Había muchas cosas bajo el agua que servían para pociones y que eran difíciles de encontrar por... la gente del agua. ¿Dónde estaban todos los que eran como ellos? Sólo divisaba cabezas, envueltas en casco-burbujas, con la punta de la varita encendida delante de sus cuerpos. Entonces lo comprendió. Si no había regulaciones, quería decir que un grupo como aquél podía hacer lo que quisiera a costa de las Sirenas, aunque eso significara llevárselas por delante. Un pequeño canto la hizo girar.

 

—¿Qué?

 

—Tenemos que irnos, se acercan.

 

—No, acabo de verlos, están lejos —respondió, haciendo un ademán para que mirara hacia atrás.

 

Pero la Sirena que tenía frente a ella sonrió, complacida y negó con la cabeza.

 

—No ellos, nosotros.

 

—¿No...?

 

A sus espaldas, una alerta colectiva fue expresada con una serie de hechizos y la oscuridad del lago fue reemplazada por un montón de hechizos de colores que resplandecían con la brutalidad de quien busca la muerte. Lo conocía muy bien. Se giró y miró entonces que los intentos de los magos eran en realidad en vano, habían sido tomados por sorpresa por un centenar de Sirenas que con sus tridentes no dudaban en atacarlos. Los vio caer, uno a uno presas de cortes graves o por alguna maldición. Y su desesperación creció cuando quiso salir a ayudarlos y recordó que ella era una de las Sirenas.

 

No llegó muy lejos cuando uno de los magos la encontró y apuntó su arma mágica en su contra. Quiso gritarle, hacerle ver que en realidad deseaba estar de su lado, pero el odio del humano superaba su capacidad para entender el canto que salía de su garganta. La maldición cortó el agua con un resplandor esmeralda, creando una línea de burbujas letales que chocó contra su pecho. El dolor se expandió por su torso con brutalidad y así como fue expulsada hacia atrás, su verdadera anatomía se vio obligada a hacer lo mismo.

 

El cuerpo de la Atkins salió por la jaula con una fuerza sobrehumana y rodó un par de metros hasta quedarse quieta por completo, respirando con agitación mientras una de sus manos se deslizaba a su pecho para acariciar una herida inexistente.

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El panorama que se exhibía desde la cima era escalofriante, todo era desierto y lo único que daba vida a ese territorio era la montaña donde estaba situada. Sólo habían transcurrido varios minutos desde la partida de los alumnos, pero aun así comenzaba a sentir preocupación. Sobre todo por Goshi, quien no se había presentado durante la presentación de la tercera tarea. Lo que fuera, esperaba que Malfoy supiera enfrentarse a los obstáculos y no sufriera daños psíquicos por eso. Tampoco Ivashkov y Macnair, no debía olvidar que ellos también habían cruzado por tareas complejas. Curvó sus labios en señal intentando que sus nervios no la llevaran a pedir ayuda de los directivos. ¿Estaría siendo dura al exponerlos a tal peligro?

— ¡Oh! —Soltó la bruja tras visualizar la figura de Malfoy frente a ella—, ¡por las barbas de Merlín! —se dirigió a ella rápidamente con la intención de socorrerla. — Nada de lamentaciones —Mientras escuchaba atentamente el terrible relato transformó una de las rocas más cercanas en un bezoar, por las dudas y lo dejó frente a sus ojos. No se atrevía a lanzar un hechizo a sus alumnos pero el aspecto que la bruja no era fiable. Apuntó su varita discretamente hacía ella y pensó: «Episkey», luego de aquello Goshi se sentiría mejor, si tenía un hueso roto o una hemorragia interna. A pesar de que era posible que se hubiera encargado de curarse ella misma, en momentos como aquel era mejor ser precavida antes que no mover un dedo.

— Puedes elegir cualquiera de los tres —explicó la bruja —haciendo alusión a los pensaderos de piedra que estaban enfrente de ellas—, una vez que había terminado de explicar todas sus dudas. Lo mejor sería adelantarse antes de que llegaran los otros dos magos. No tardarían en dar un acto de presencia, presentían que no había sido tan compleja su imaginación o lo deseaba. Antes de comenzar con la explicación, Leah había arribado al lugar, con aspecto exhausto pero parecía ilesa físicamente. Procuraría ofrecer galletas y jugos de frutas, al menos, luego de cada actividad, así no se agobiaban demasiado. En ese momento ya era tarde y no había ningún elfo a su disposición.

— Retomando lo anteriormente explicado, éstas fuentes, como ya lo imaginarán, son pensaderos que los regresarán a un hecho que hayan vivido durante su corta o larga vida —su atención se centró únicamente en esos objetos y desconoció si Pik estaba o no presente en ese momentos—. No se asqueen por la sustancia viscosa que contiene, son antiguos… —«y los únicos que conseguí» era una tarea complicada hallar pensaderos en esas épocas siendo que eran tan demandados.

— Su tarea será introducirse en sus más profundos recuerdos, aquellos donde hayan escuchado hablar sobre la animagia o visto a alguien transformarse en una criatura —aquello no era sólo un tema de transformaciones, también le correspondía a ella en su clase enseñarlo y, de esa forma, si en algún momento algunos de los allí presentes decidían poseer esa habilidad tendrían en cuenta las consecuencias y sabrían un poco de la historia de los mismos—. Necesito que vayan más allá de la semana pasada, a su infancia —añadió. Uno de niño solía olvidarse sobre detalles de su alrededor y si lo recordaban existía la posibilidad de que lo comprendieran mejor.

— O pueden optar por desgnomizar un hermosísimo y enorme jardín —ofreció Sherlyn, sacando pequeños transladores hacía los espacios verdes de uno de los territorios que les brindaba el Ateneo para que pudieran estudiar—. Los dejaré aquí —informó la bruja, soltando los objetos de metal dorado sobre el suelo—. Les daré unos minutos para que lo reflexionen y tomen una decisión.

— Sepan que los gnomos tienen sentimientos y si los maltratan pueden ser peligrosos. Por lo que, ¡tengan cuidado! —advirtió deseando que no los hicieran mucho daño y los trataran con la mayor suavidad posible si decidían tomar esa actividad. Una vez que el recorrido terminara, cada uno de los alumnos regresarían al aula, donde su profesora los recibiría con tés, refrescos y galletas dulces, y les entregaría sus respectivas calificaciones.

 

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- ¿Maltrato? ¿Peligrosos? Yo creo que ya he decidido...

 

Sin pensarlo demasiado me acerqué a uno de los pensadores. Ya de aventuras estaba saciada y, aunque la profesora había tenido una muy buena actitud hacia mí con los cuidados correspondientes, no pretendía volver a arriesgarme. Demasiado bezoar y hechizos curativos por hoy. Era hora de tomar conocimientos reales, sin interrupciones ni distracciones.

 

El agua de aquel pensadero era más turbia que el lago de la Black cuando se acumulaba la lluvia. Ni hablar del olor ue desprendía ese líquido espeso. Era preferible cubrirse la nariz y hundirse lo más rápido posible para pasar por ese asqueroso primer momento que lidiar con criaturas inestables. Me quedé mirando el recipiente. No podía evitar ponerme reflexiva.

 

- Recuerdos... -Cerré los ojos y fruncí el ceño.- Vamos, Goshi, piensa...

 

Era difícil recordar. En primer lugar, no recordaba quién era mi madre, así como tampoco tenía un fiel recuerdo de mis primeros años de infancia. Apenas tenía una vaga idea de lo que había sido jugar con mi hermana Alexia cuando era pequeña, y ya luego mi mente estaba invadida de regaños de mi padre, si es que era mi padre, Hop.

 

Tomé mi varita, llevé la punta hasta mi cien e intenté concentrarme haciendo caso omiso a los pensamientos negativos que se me cruzaban. Un hilo delgado color plata se desprendió de mi cabeza, cual cabello un tanto rizado. Inmediatamente se desprendió de la varita y cayó en aquel líquido, transformando esa apariencia viscosa en un agua cristalina, donde ya se avistaba a lo lejos una pequeña Goshi, jugando en el parque.

 

No pude evitar sonreír, y sin un dejo de preocupación ni temor sumergí mi rostro en el cuenco, sintiendo cómo mi cuerpo de un tirón era trasladado a un universo viejo, de hacía 20 años atrás.

 

 

 

--

 

 

Los bosques del Castillo Black eran inmensos. Un lago que parecía infinito se extendía entre los árboles y mucho más allá estaban las catacumbas que tan prohibidas tenía mi padre para que yo entrara. Si había algo que recordaba era ello, y así como lo recordaba lo veía. Yo, a unos metros de mi yo adulto, jugando en el pasto con tan solo 4 años, sin importar que se manchara el vestido de barro que tanto había cuidado mi tía Luna. Andaba descalza y construyendo casas con pequeñas ramas que recolectaba de la orilla de la laguna.

 

De pequeña fantaseaba que cuando fuera grande tendría un enorme castillo donde cada animal que tuviera como mascota tendría su propia casa, con su propio cuarto, hasta creía que necesitaban tener su propio baño, incluso los dragones.

 

Si, soñaba con tener un dragón, al igual que su primo, y todos los días se lo proponían a sus tíos a pesar de saber que aquello era imposible.

 

- ¡Tía Luna, tía Luna! Mira lo que he hecho...

 

Exclamaba mi yo de niña, mientras yo la observaba desde detrás de un árbol. La pequeña apuntaba su mirada hacia una de las ventanas del castillo, pero la misma estaba cerrada, por lo que nadie la escucharía. Bajo sus manos, había hecho una pequeña torre de dos pisos, con puerta, ventanas a ambos lados y una figura de barro diminuta en forma de dragón.

 

Ante la falta de respuesta, la niña bufó, levantándose del suelo y sacudiendo con las manos embarradas su vestido color verde. No hizo más que mancharlo aún más, provocando posiblemente los regaños que solía impartirme tanto mi tía como mi padre. Apenas dio un par de pasos cuando ambas sentimos el ruido del galopar de unos caballos acercarse. Mi pequeña yo se detuvo en seco y corrió detrás de un árbol alejado del mío, espiando desde detrás suyo al recién llegado.

 

La carroza se había detenido justo delante de la reja que separaba los terrenos del castillo con las calles de Ottery. Al abrirse la puerta, bajó un sujeto de traje elegante, con una corbata plateada y un saco de un rojo oscuro. Las rejas del castillo se abrieron de par en par, y ambas pudimos ver en sus pies unos zapatos pulcros, brillantes, negros y de charol. Avanzó unos pasos. Yo al reconocer su rostro no tuve más ganas que de lanzarle una maldición.

 

- Buenos días...

 

Como era esperable, yo era muy aventurera y curiosa de pequeña, por lo que noté cómo me acerqué en su momento a ese sujeto tratándose de un completo desconocido.

 

- Hola niña, ¿tú eres?

 

- Agostina... - Respondió la niña y extendió la mano como si fuese un adulto.- Agostina Black.

 

El hombre se quitó el sombrero y le sujetó la mano con delicadeza, teniendo que agacharse un poco para lograr tomarla.

 

- Es un gusto, señorita. -Su sonrisa radiante no hizo más que hacerme chillar de la rabia.- Mi nombre es Federico, y busco a tu madre. La última vez que te he visto apenas eras un bebé.

 

"Mi madre..."

 

Me quedé atónita.

 

- Mi mami salió hace un rato, pero puede esperarla en el castillo o viendo mis obras de arte.

 

Agostina, tal como me llamaba en aquella época, le sonrió de oreja a oreja. Yo seguía perpleja sin entender lo que estaba ocurriendo. ¿Mi madre estaba allí? ¿Y qué quería este tipo con mi madre? ¿Acaso la conocía? Mi cabeza explotaba. Estaba llena de preguntas y me había olvidado por completo de la clase.

 

- ¿Tus obras de arte? A ver, muéstrame...

 

Federico caminó con la pequeña hasta el borde del lago donde estaban las torres que había construido hacía unos minutos. El sujeto recorría cada una de las casas con total fascinación y felicitándola por el trabajo hecho.

 

-...y así será mi dragón.

 

- Es muy bonito todo lo que has hecho, Agos. -Replicó Federico.- Sin embargo, creo que puedo ayudarte en algo.

 

Se acomodó en cuclillas frente a la niña. Yo estaba desesperada sin poder hacer nada más que observar. Estaba segura que aquello no sería nada bueno y la terminaría dañando. Qué otro propósito podría tener un asesino como él, más que el de lastimar a personas inocentes.

 

- ¿Alguna vez has tenido un gato, o te gustaría tenerlo?

 

Los ojos de la niña quedaron maravillados ante la pregunta, por lo que asintió con convicción acerca de sus ganas de tener un animal como tal de mascota.

 

- Pues mira, para tener un gato, en primer lugar deberás construir un castillo para él, acorde a su tamaño para que pueda dormir tranquilo al igual que tu pequeño dragón. Creo que puedo ayudarte ahora mismo a que tomes las medidas y comiences con ese proyecto. ¿Qué dices?

 

Lo que prosiguió apenas puedo explicarlo con palabras. El cuerpo del sujeto se transformó por completo en un animal, un gato específicamente de color negro y ojos amarillos, al que yo conocía muy bien.

 

"Dimitri..."

 

El gato ya transformado por completo se acercó a la niña y rozó su lomo contra sus rodillas, buscando caricias y lamiendo sus dedos. Luego de un tiempo de juguetear y corretear, Agostina tomó varias ramas y empezó a construir con barro y algunas hojas un castillo en miniatura con las proporciones de aquel gato. Ya cayendo la tarde la casa estaba casi terminada, y el gato había probado las instalaciones con total satisfacción.

 

El ruido del cascoteo de caballos había vuelto a interrumpir la tranquilidad de la escena. Federico se alejó de la casa para volver a transformarse en humano mediante un torbellino de colores, y cuando la puerta se abrió, la última frase fue la que me arrastró de vuelta a la realidad.

 

- ¡MAMI! ¡Volviste...!

 

 

-----

 

 

- No....

 

Un tirón me despegó del pensadero, pero quería volver. Necesitaba terminar de explorar aquel recuerdo, conocer a mi madre, hablar aún más con Federico, despejar su mentira y atraparlo en donde debía. Pero cuando vi el rostro de mi profesora noté que aquello era imposible.

 

Me acerqué a ella nuevamente y sonreí escondiendo mi frustración.

 

- Vaya recuerdo. - Tragué saliva y desvié la mirada hacia la fuente.- Vi a un amigo de mi madre transformarse en un gato cuando apenas tenía 4 años. Sinceramente no lo tenía presente. Hasta se puso a jugar conmigo, lamiendo mis dedos, frotándose contra mis piernas. No parecía un humano cuando terminó de transformarse.

 

Volví la mirada hacia la profesora.

 

- Eso es lo que más me llama de la Animagia, el poder pasar desapercibido al transformarte en otro ser completamente diferente.

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—Suficiente trabajo con mi mente, profesora —miró con recelo a los pensaderos y negó, despacio, como si tuviera la creencia de que moverse demasiado rápido pudiera hacerlos funcionar en su cabeza—. Optaré por los Gnomos, aunque no me cause mucha emoción realmente.

 

Con admiración, vio cómo su compañera de bando se adelantaba hacia los pensaderos y asintió con respeto hacia ella. Acto seguido, se acercó a los trasladores y tocó el primero sin muchos miramientos, estaba más que acostumbrada a la sensación de ser llevada por un gancho abajo del estómago. El remolino de colores se formó de inmediato a su alrededor y tardó unos cuantos segundos en disiparse, mostrándole un prado verde a varios metros bajo sus pies. Moviendo los pies, empezó a controlar la caída tal cual como si estuviera caminando y pronto sus plantas dieron contra el césped, llevándola con elegancia hacia el jardín abarrotado de Gnomos.

 

El asunto no era precisamente complicado, después de todo. Había leído lo suficiente como para saber que era necesario lanzarlos lo bastante lejos como para que tardaran poco en regresar o encontraran otro jardín qué plagar, no debía ser demasiado complicado. No obstante, sus ojos miraron hacia abajo en cuanto divisó al más cercano y una mueca reemplazó la sonrisa de suficiencia. Atraparlos era el tema. El Gnomo, como si quisiera probar el punto, echó a correr como un poseso hasta que se escondió en otro lado y ya le fue imposible saber en qué parte estaba exactamente. Maldijo por lo bajo.

 

La zona en la que estaba era amplia y despejada a excepción de ese lugar, donde los arbustos y los montones de plantas altas, se alzaban sobre las rodillas. Pensó cómo hacer las cosas más sencillas para ella. Podía lanzarse en la tierra, arrastrarse como esas imágenes que alguna vez había visto de militares Muggles, y tratar de atraparlos desde ahí, donde no podrían verla. O, quizás, corretearlos hasta que alguno cayera... La segunda parecía la mejor opción. Inhaló, llenó los pulmones con aire puro y empezó a correr, más rápido de lo que podía esperarse de una mujer como ella, hasta que por fin miró a uno tratando de moverse para que ella no lo pisara.

 

—¡Ja, te tengo!

 

Un tobillo huesudo y sucio quedó entre los dedos níveos y pulcros de la Mortífaga que, sin darle más vueltas de las necesarias al tema de la higiene, se hizo con el otro tobillo con facilidad. La criatura no era pesada, en comparación a otras cosas que había cargado en su vida, pero se retorcía e intentaba zafarse sin mediar en la fuerza que aplicaba en el berrinche. Ella por su lado, luchaba con él sin mucho esfuerzo y empezó a girar sobre los talones, hasta que tuvo un movimiento limpio. Una, dos, tres vueltas y... Alzando al Gnomo como a un saco, lo arrojó lejos en la dirección de otro jardín y lo vio atravesar el aire entre pequeños grititos, hasta que cayó por allá por donde no podía verlo bien.

 

Rió.

 

Vale, aquello era mejor que buscar en los recuerdos de su pasado, sin duda alguna. Repitió el proceso de correr y gritar para espantarlos, una y otra vez, sintiéndose una cría con demasiada libertad. Uno que otro la había mordido y ella había aplicado más velocidad en su movimiento, arrojándolo a un más lejos para que el golpe fuera un poco más fuerte. A diferencia de la última experiencia en el lago, se lo estaba pasando de lo lindo sin traumas con secuelas inminentes. Tardó aproximadamente una hora en lanzar al último Gnomo, prestándole mayor atención a este, y luego se quedó admirando el trabajo con cierto anhelo. La clase estaba a punto de terminar.

 

Algo sudorosa y agotada, recortó el césped para que no volvieran los Gnomos en un futuro cercano y luego regresó al Traslador. Cuando sus pies hallaron de nuevo al grupo, estaba algo desaliñada con respecto a la perfección que había tenido al llegar en un principio y algo manchada de tierra, pero se defendía bien con un pañuelo y ayuda de la varita. Para cuando por fin llegó junto a Goshi, estaba decente en comparación a como había estado antes. Sonrió a Kirara con aprobación.

 

—Ha sido una linda experiencia, debo admitir. Los Gnomos me odian, seguramente, pero resultan menos agresivos cuando les haces creer que eres una bestia descorazonada.

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—Prefiero los gnomos —la respuesta del Macnair fue inmediata y acompañada de una sonrisa—. Al igual que Leah, siento que han abusado de mi mente suficiente por hoy. Es momento de algo más físico.

 

Sus palabras ponían sonar eróticas si estuviera en otro contexto, lastimosamente no se encontraba en el lugar adecuado. Se acercó hacia los objetos que lanzó Kirara y fijó la vista en un viejo reloj oxidado, con las manecillas paradas y el vidrio un poco roto. Tenía el brillo característico que diferencia los trasladores de un objeto común. Se agachó y tomó un gran suspiro, seguidamente tocó el reloj y empezó a sentir como el mundo empezaba a envolverlo, llevándolo a un lugar verde y soleado.

 

Cayó de rodillas y soltó una maldición, sintiendo el dolor que subiendo como un relámpago por sus extremidades. Apoyó la mano en el suelo y se impulsó para levantarse, sintiendo el sol encima de él. No hacia calor, solo era cálido y en compañía de la brisa creaba un clima perfecto, reconfortante. Deseaba encontrarse en los jardines de la mansión Macnair pintando algún cuadro o alguna actividad tranquila, no desgnomizar un jardín.

 

Realmente no era un problema la tarea y tenía que admitirlo, lo había hecho muchas veces de niño. Cuando vivió en su casa en Suecia junto a sus padres era su castigo. Mucha veces los gnomos invadían los grandes jardines de su casa y podía pasar un día entero en hacerlo, pero donde se encontraba no era la mitad de grande de lo que era su casa. Asintió para si mismo y para su sorpresa, los animales se encontraban escondidos. No era la primera vez que los limpiaban.

 

—Si no salen será peor, así que por favor, haganse un favor y no obliguen a usar la violencia contra ustedes —un arbusto se sacudió, unas hojas de un árbol empezaron a caer. Negó con la cabeza ante la poca colaboración y sacó su varita—. Ustedes lo buscaron, descenso.

 

La onda mágica empezó a expandirse y afectó uno de los arboles, en donde empezaron a caer varios gnomos que se encontraban escondidos. Algunos empezaron a correr y los que estaban en los arbustos salieron, desesperados, uniéndose al caos. No seria fácil la tarea, pero tenía la magia de su lado. Solo hizo falta un par de Desmaius y algunos Petrificus Totalus para calmarlos. Los demás, al ver el futuro que les venía si no colaboraran decidieron hacer caso a las palabras del Macnair.

 

—Colaboren y no sufrirán tanto, tengo que cumplir con mi trabajo, ¿vale?

 

Comenzó con los que aun seguían conscientes ni petrificados, no quería asustarlo más de lo que estaban. Cogió a un gnomo y lo agarró con fuerza por el antebrazo, luego, comenzó a dar pocas vueltas, lentas, agarrando velocidad. Dio un par de vueltas y ya el gnomo se encontraba en el aire aun sujeto a él, agradecía ser un demonio y tener más fuerza que los demás. Cuando sintió que ya iba lo bastante rápido para hacer desaparecer al gnomo… lo dejó ir, soltando con una fuerza brutal.

 

La bestia cruzó el cielo y se perdió más allá de los arboles, dejando tras un agudo grito que se empezó a perder mientras desaparecida de la vista.

 

—Ya solo faltan 29, bien.

 

Repitió el movimiento casi veinte veces, los gnomos volaban y cruzaban el cielo, la mayoría hacia la dirección pesada, pero los últimos iban a varios lugares distintas. Se sentía cansado y los brazos empezaban a pensarle. Al final era imposible seguir, por lo que decidió usar su magia. Estaba seguro que Kirara no aprobaría sus métodos contra la violencia de bestias inofensivas, pero había pasado por mucho en las ultimas horas y era momento de concluir. Los gnomos que eran estatuas empezaron a salir volando tras unos cuantos Expulso. A diferencia de los demás, estos salieron con mucha mas rapidez y llegaron más lejos.

 

—Bien, ya no tendrán que preocuparse durante un par de semanas por los gnomos.

 

Soltó un suspiro y se lanzó en la grama, refrescandose con la brisa. Sentía el sudor en la espalda y la camisa pegada en su piel, el cabello lo tenía despeinado. Deseaba poder quedarse ahí y poder dormir un rato, pero necesitaba regresar y dar por concluida la clase de una vez. Sin levantarse cogió del nuevo en traslador y el mundo se le vino encima, envoldiendolo. Era muy irónico, porque ahora cayó de pie, perfecto, como nunca antes lo había hecho. Al parecer la técnica era agarrar el traslado acostado.

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No podía quejarse, cada uno de ellos había dado su mejor esfuerzo a la hora de presentarse en cada actividad, poseían un potencial muy grande y eran magníficos al demostrar su destreza. Aun así, debían refrescar sus mentes cada tanto para evitar olvidar lo que habían aprendido, aunque cada tanto podían visitar algún pensadero que ofrecían en la Universidad, siempre estarían a su disposición si no tenían uno en sus hogares. Creía que lo más apropiado sería comprarse uno luego de cobrar su próximo salario, lo necesitaría.

— Excelente —dijo la bruja, una vez que los tres aparecieron dentro del aula—. Espero que ningún gnomo haya resultado herido, de lo contrario lo llevarían y pagarían su salud medica en la clínica —miró a Pik y a Leah quienes habían optado por desgnomizar un jardín. Era una tarea eficaz, pero no lo suficiente para aprendieran acerca de las plagas que existían en los jardines, pero estaba muy segura de que ellos ya las conocían.

Se acercó hacía su escritorio donde su vuelapluma se había encargado de examinar cada una de las acciones de los alumnos y transmitirlas a un pergamino para que luego ella les entregara las calificaciones según les correspondía. Primero, sostuvo el pergamino donde contenían las acciones de Goshi Malfoy, quizás fue la que más emociones había tenido, al enfrentarse a aquel Hombre Lobo y luego a su pasado, que siendo o no duro, era una tarea complicada. Le sonrió mientras agarraba una de las gemas de su escritorio, lo había preparado como presente para esa ocasión.

— Señorita Malfoy, su calificación es un Extraordinariole entregó una de esas preciosas gemas, ésta poseía una tonalidad amatista, a Goshi, mientras deliberaba si le entregaba o no, el pergamino de las acciones que había realizado. Posiblemente no, ya que lo guardaría para ella y les serviría para demostrar su habilidad ante cada obstáculo, aunque posiblemente su vuelapluma había hecho copias, por lo tanto, se lo entregó para que echara un vistazo y supiera el porqué de la calificación—. Puedes quedártelo, tengo copias.

El siguiente pergamino era el de Leah A. Ivashkov, cuyos retos siempre los cruzaba sin perder su excelencia, hasta su aspecto se encontraba en buen estado a pesar de haberse cruzado con una de las sirenas con carácter más áspero de cierta área marina. Había escogido una gema cuyo cerúleo impactaba con su intensidad—. Al igual que tu compañera, su calificación es un Extraordinariodijo y al igual que los demás, la llamó por su apellido y, al mismo tiempo, le entregó el pergamino y el presente.

Por último, Pik Macnair tampoco se había enfrentado con una de las criaturas más lindas del mundo mágico, los centauros solían ser muy curiosos y extraños, y tampoco era agradable estar en la piel de algún animal, era confuso y producía jaqueca en ocasiones, a pesar de haber sido sólo un profundo sueño. — Señor Macnair, un Extraordinario es la calificación correcta para usted —en aquel caso la gema había sido de un color verde veronés y también le entregó el pergamino.

— ¡Felicidades! —soltó por último y les sonrió. Había sido una experiencia magnifica y reconfortante para ella también.

 

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