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Leyes Mágicas + Estudios Muggles


Sagitas E. Potter Blue
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Cissy Macnair




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Sagitas E. Potter Blue



Había quedado con la alumna asignada delante de la puerta del Palacio de Buckingham, pues hacía un día magnífico y me apetecía pasear. Además, todo estudiante de los Muggleosos debiera ver un cambio de guardia para entender la rigidez de los estamentos políticos de los no-mágicos y sus ideologías políticas, sus fuerzas armadas, sus clases sociales y sus monumentos más fotografiados. El Mundo Muggle era tan apasionante... Además, yo prefería una clase práctica antes de encerrarme entre cuatro paredes. Por ello, envié una lechuza a la mansión de @ para citarle delante de la puerta de la Residencia Oficial de la Reina Británica, con la insistencia de que NO TRAJERA su varita mágica, ya que era una clase de Estudios Muggles y teníamos que convivir entre ellos mientras durara la clase.

Así que me vestí de forma adecuada para pasar desapercibida entre la comunidad muggle, entre los miles de turistas que solían pasar cada día por la puerta para ver el Cambio de Guardia: tejanos desgastados, mis bambas lilas de cordones amarillos y una blusa de flores de manga corta, con una cámara de fotos colgando de la pechera. Yo llevaba mi varita, por supuesto... Como profesora, necesitaba tenerla a mano por si había algún problemilla que solventar; además, me sentía mal sin tenerla a mano, sobre todo porque la usaba para mantener recogida mi melena violeta.

Cuando llegué a la puerta principal, ya había varios turistas haciendo fotos. Esperé a que Shalyit llegara, moviéndome por los alrededores y tomando unas cuantas instantáneas. Después me senté en un banco de madera a esperar que la alumna se presentara; aún no la conocía, pero le había dicho que era fácil de reconocerme, ¡como si pudiera esconderme con mi pelo violeta! Observé con cierta sorna todas las muecas que los visitantes hacían delante de la Guardia y como éstos aguantaban todo tipo de gracias sin moverse ni un ápice. Puse las dos manos detrás de la cabeza y me estiré en el banco, con las piernas cruzadas, en un gesto de total relax.

-- A éste le hacía yo una Zancadilla para ver qué...

¿Es qué soy necia? ¿Es que no me acordaba que la varita era algo más que un adorno que recogía el moño? Uno más uno es dos en todas partes, así que la varita, las manos en el pelo y el nombre del hechizo... El conjuro no se hizo esperar y salió directo hacia uno de los miembros de la Guardia Real y....




NOTICIARIO MUGGLE A LA HORA DE MAYOR AUDIENCIA:


http://noticieros.televisa.com/content/dam/televisa/noticieros/fotos/1504/16/el-resbalon-de-un-guardia-real.jpg


https://youtu.be/crlIxo49IEE








Avioncito de papel que vuela hacia la Directora del Magic Mall, también profesora de Leyes Mágicas en la Universidad Mágica:

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DE: Sagitas E. Potter Blue


A: Cissy Macnair


TEXTO:


Hola, Cissy, ¿qué es de tu vida? Espero que te vaya muy bien. Te supongo algo ajetreada con tanto Concilio, tantas clases y negocios y tal... Esto... ¿Tendrías un minutito para verme? Me serías de gran ayuda. Estoy encarcelada en una mazmorra dentro del Palacio de Bakinján, ya sabes, un error de esos tontos que te harán morirte de risa cuando lo conozcas. Pero me acusan de violar la Ley del Secreto de la Magia delante de Muggles y estoy retenida aquí hasta que alguien responda de mí y pague la fianza. Se lo pediría a Elvis, pero creo que no le gustaría que su profesora de Estudios Muggles esté presa por romper la primera y más sagrada norma de no hacer magia delante de los muggles.


Y como además eres profa de Leyes Mágicas... Tal vez no te importe acercarte por aquí y sacarme de este apuro. Estoy en el Sótano 2, mazmorra 23. Pregunta por el Tte. McBean de la Guardia Reañ, quien resulta que es un mago de los que vigilan a la Reina para evitar problemillas. ¿Y yo qué sabía qué era del Departamento de Seguridad del Ministerio? ¡Yo no hice nada! Se cayó el solito...


Por cierto, lo tengo grabado en el móvil muggle. En cuanto salga, lo subo al yutub y me hago rica, seguro. Esto... No te preocupes por la fianza, que yo te la devuelvo. Y ya que me haces el favor, si no te importa... Por algún lugar en la entrada está mi alumna Shalyit Malfoy Karkarov, a ver si la encuentras y que venga contigo, no vaya a pensar que la he dejado tirada y no quiero darle clases. Tráela y así le enseño las cárceles muggles, que pocas veces tendrá oportunidad de ver una por dentro.


Gracias,


Sagitas.

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Estaba dirigiéndome a mi clase en la Universidad, donde tendría aquel mes un solo alumno. Esperaba encontrar a @@Lucrezia Di Medici Di Médici ya en la clase para comenzar, aunque no podría decirse con exactitud. Me había encargado de enviarle una lechuza el día anterior pero bueno, todos teníamos tiempos diferentes y yo sabía que muchos de mis alumnos sino todos, eran personas con trabajos que los mantenían ocupados, magos expertos y aquellos cursos eran avanzados para ellos. No me sorprendería si llegaba un poco más tarde de lo habitual.

 

Coloqué uno de mis cuadernos de notas sobre el escritorio junto al pote de tinta y a la pluma. También tenía uno de los libros que solía utilizar para dar clases, uno sobre algunas leyes básicas y con mención a algunas más avanzadas. Yo no formaba abogados, para ello se necesitaba un poco más que unas cuantas leyes, yo sólo los instruía lo suficiente como para que pudieran tener las herramientas necesarias para moverse en nuestra comunidad y la muggle, de ser necesario.

 

Me acerqué a abrir una de las ventanas. El clima ya era delicioso en abril y quería respirar un poco de aquel cambio antes de tener que sumergirme en las oficinas y las largas y tediosas horas dentro del Mall. Justo cuando había terminado de abrir el segundo postigo, un avión violeta de papel entró volando en el aula. ¿No una lechuza? No había muchas personas que utilizaran los aviones de los memos fuera del Ministerio, así que debía ser de alguien que no tuviera una lechuza a mano o alguien del campus... De inmediato, abrí el avión y comencé a leer. Iba abriendo mis ojos poco a poco con cada línea de texto y me tuve que tapar la boca para no reír de una carcajada ante lo alucinante y extraño de la situación. De inmediato escribí en el dorso del papel y volví a enviarlo directo a Sagitas, esperando que ninguna cámara muggle o persona llegase a verlo.

 

 

De: Cissy Macnair

 

A: Sagitas E. Potter Blue

 

Texto:

 

Estimada Sagitas, espero que encuentres la celda cómoda a pesar de todo. Estoy tomando mis notas sobre leyes e iré de inmediato a pagar tu fianza para aclarar este asunto. Me encantaría oír cómo es que has terminado ahí, aunque quizás es algo que NO me gustaría oír del todo, seguro. Espero también te estén tratando bien, conozco al señor Tte. McBean y sé que es una persona razonable, así que quédate tranquila. Me encargaré de cuidar de tu alumna y te presentaré a la mía (si, estoy dando clases). Ten paciencia y nos vemos pronto.

 

Cissy.

 

 

Nada más terminar de redactar la nota, esperaría a que Lucrezia llegase para poder ir por Sagitas. ¿De qué video hablaba? ¿De verdad tenía un móvil muggle? Siempre me habían fascinado algunas cosas de los muggles, como el hecho de que preferían perderse dentro de sus teléfonos celulares antes que hablar con la persona que tenían en frente... o el funcionamiento de sus vehículos o de sus televisores... En fin, que no debía distraerme de lo esencial. Había pasado algún tiempo entre muggles hacía unos cinco años atrás, así que podía intentar parecer una más de ellos.

 

Miré mi ropa y me quité la capa negra que utilizaba normalmente, dejando al descubierto un pulcro traje gris oscuro ajustado al cuerpo que consistía en una falda hasta la rodilla, una blusa blanca y un saco con escote en V, donde las solapas poseían dos prendedores: uno con el emblema del Concilio y otro con el de la Universidad. Busqué dentro de mi bolso (usaba uno de tamaño mediano donde llevaba mi monedero de moke con todas mis cosas) mi credencial como abogada y también algo de dinero muggle, o tendría que conseguirlo porque sino no sabía si iban a aceptar galeones para pagar la fianza. Bueno, lo resolvería.

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Shalyit era de las brujas que desde que la varita la eligió jamás se había separado de ella, criada por una Familia donde la pureza de la sangre era primordial tenía sus ideales claros, los muggles eran la escoria en la pirámide social. Pero aún así, le interesaba obtener algún tipo de información de aquellos, que si bien no eran importantes socialmente en la comunidad mágica, eran ellos un factor de peligro para lo que más quería se viera expuesto.

 

La noche que recibió el memorándum de la ubicación de la clase, se encontraba sentada frente a su madre. Eran pocas veces que la peliazul y la mujer frente a ella se sentaban a conversar. Comentaba con la mayor el hecho de tomar aquella clase y en donde sería llevada acabo, fue en ese momento que vio la petición de la profesora de dejar la varita en casa que pegó el grito en el cielo, quería un cambio, su carácter caprichoso salía a flote cuando cosas como aquella que no entendía la finalidad le hacia ruido en la cabeza.

 

Pero después de una larga conversación con su madre, el día de inicio de clase, se encontraba llegando unos minutos, quizás unos segundos antes de lo que llamaban el cambio de guardia, vestía un vestido holgado en color rosa pálido, que le hacía verse más pálida y blanca de lo que ya era, pero le encantaba por que combinaba con el color de su cabello, sus zapatos eran unas zapatillas blancas con detalles en rosa y un tacón de 15 cm que la hacían más alta de lo que ya era.

 

Al haber tanto muggle en el lugar, le dificultaba encontrar a Sagitas, fue hasta que la vio siendo llevada por varias personas que lamento haber hecho caso a las indicaciones de la Potter Blue de no llevar varita, así que trató de seguirla pero toda la multitud había evitado que llegará hasta ella que decidió esperar en el lugar, quizás el molestar a los guardia del Palacio como método para matar el tiempo no fuera una mala idea, y así lo hizo.

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Lo leía una y otra vez, aprovechando el tenue rayo de luz que se filtraba por el angosto espacio que la cortina no llegaba a cubrir. Repasé continuamente esa excelsa caligrafía, la distinción con la que mi nombre estaba grabado en el papel y seguí el fino trazo con el dedo índice de mi zurda como si pudiese percibir el imperceptible relieve de la tinta a pesar de la tela de los guantes que cubrían mis manos. Con sumo cuidado volví a doblar la carta que le había mandado la Directora del Magic Mall, cuya firma relucía en la esquina inferior derecha del pergamino, y la coloqué nuevamente en su correspondiente sobre.

 

Abrí la pequeña puerta del carruaje y deslice mi cuerpo con cuidado para arrimarme lo más posible al borde del acolchonado asiento rojo, dejando caer los pies sobre el pavimento de manera elegante. Admiré con cierta fascinación la majestuosa edificación que tenía en frente, sitio al que nunca había asistido como estudiante. Si un lugar había llamado mi atención en Londres y se había ganado mi imprescindible respeto para ser un sitio distinguido era, sin duda, la Universidad Mágica.

 

Al girar nuevamente hacia el interior del vehículo noté como los enormes ojos de Passepartout, mi servicial elfo doméstico de verdosa piel, me contemplaban pidiendo a sordos gritos que demandara su compañía durante la clase que me encaminaba a cursar. Le hice un escueto ademán con la mano diestra para que no se molestara en absoluto, invitándolo sin explicitarlo a que no insistiera con su ansia por tenerla siempre al lado. Al quedar completamente fuera, cerré la puerta y me acerqué rápidamente al par de aethonans que impulsaban con su increíble fuerza la diligencia. Acaricié con real cariñoso sus crines, sus lomos y la parte superior de su cabeza durante unos placenteros minutos en los tres, tanto mis mascotas como yo, saboreamos el paso del tiempo.

 

- Abi, Kahil ¡A casa!- exclamé con un tono severo, retrocediendo un paso mientras simultáneamente los corceles aceleraban su trote para alzarse en vuelo rumbo a la mansión "Ojo Loco" Potter Blue.

 

Me giré con un agraciado movimiento y comencé a transitar apresuradamente el pasillo que me llevaría al despacho de la profesora de Leyes Mágicas. Aquel no era un día normal y era algo que quien me conociese mínimamente, aunque fuese de la manera más superficial y frívola que las relaciones humanas lo permitían, lo podía notar con suma facilidad con solo echarme un fugaz vistazo. No solo era la media sonrisa que, notaba, no había abandonado mi pálido rostro desde que había dado un saltito fuera del carruaje. Tampoco se debía completamente al hecho de haber estado en contacto con mis preciados aethonans, con quien no se había cruzado desde la desaparición de Thiago. ¿Qué le estaba sucediendo? Pese a que se trataba solo de una exposición hacía los demás, también noté como un aura diferente me rodeaba.

 

Para la ocasión había elegido una vestimenta que chocaba con la costumbre ostentosa y rompía con el esquema de vestidos largos, ceñidos a mi figura y con diseños imposibles que solía usar; llevaba una blusa blanca simple, de una tela corriente de las que abundaban en cualquier atelier de Diagón, y una ajustada falda negra que apenas llegaba unos centímetros por encima de sus desnudas rodillas. De hecho, aquella constituía la primera prenda que adquirí en Londres desde mi llegada meses atrás. Para realzar la sensualidad de la que tanto me ufanaba, y con indiscutible razón, complementé el conjunto con un cinturón marrón de cuero que permitía remarcar la delgadez de mi cintura y delimitaba una separación entre las otras dos prendas de colores opuestos. El ámbito académico en el que me había sumergido me empujaba a empoderarme mediante el conocimiento y no por la banalidad.

 

Llevaba, mediante una cinta de textura aterciopelada, mi negro y áspero monedero de piel de Moke asegurado al cinturón donde, horas antes de partir hacia la Universidad, había introducido ordenadamente parte de sus pertenencias mágicas, de manera que unas no se golpearan con las otras y evitando así cualquier tipo de daño. Había guardado prolijamente la vuelapluma acompañada siempre de sendos pergaminos amarillentos, su cámara de fotos mágica, su varita de madera de sauce, un abrigado cardigan negro por si debían moverse de esos terrenos y su Piedra de la Desaparición. Los libros de leyes que necesitara en un futuro los encontraría en la Biblioteca de Alejandría, o eso era lo que suponía y anhelaba internamente, ya que no conocía tal admirable recinto de fama internacional. Sin embargo, esa imagen que había establecido en mi mente se vio interrumpida precipitadamente al llegar a la sala acordada por carta, donde una mujer de anchas caderas le daba la espalda. Observé por unos segundos como la luz que penetraba el ventanal remarcaba el contorno de su figura, aportándole un encantador aura especial, y aclaré sonoramente mi garganta.

 

- ¿Eres Cissy Macnair?- me manifesté con una entonación que denotaba un naciente entusiasmo, sin perder el refinado acento italiano que me caracterizaba, mientras paralelamente daba dos golpecitos con mis huesudos nudillos en la áspera madera de la puerta.- Mi nombre es Lucrezia Di Médici.

Editado por Lucrezia Di Médici
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En una mazmorra de Bakinjanpalas:

 

Mis ojos seguían el balanceo de una araña en el borde la celda. Mis manos estaban detrás de mi cabeza, acomodadas en el hueco de la nuca, mi pierna derecha doblada en ángulo obtuso, con el pie, sobre el catre, mientras la otra descansaba en el colchón incómodo que había en el lugar donde me había encerrado la Guardia Real. Procuraba no pensar en nada, sólo seguir el movimiento de aquella arañita que construía una red para cazar algún alimento torpe que chocara contra ella.

 

El tiempo pasaba demasiado lento, demasiado... Yo era persona de acción y llevaba por lo menos... ¿cinco minutos? ¿diez...? Varios guardias pasaban de vez en cuanto por delante de los barrotes, me señalaban y seguían su camino entre murmullos acompañados de risitas escondidas. Fue así como me enteré que les había parecido divertido que el teniente McBean hubiera sido, precisamente, el que se hubiera caído en la maniobra rutinaria del cambio de Guardia. Parecía ser un soldado rígido en las reglas y rígido en las normas de vestimenta, actitud y pose majestuosa de un Guardia de la Reina. Murmuraban también, por lo que supe que aquellos eran muggles, que no entendían cómo había podido hacer caer al soldado estando tan lejos, a pesar que él juraba y perjuraba que mi intención había sido la causa de su tropiezo.

 

Sonreí. Estar allá era aburrido pero sabía que pronto tendría noticias de mi amiga, con lo que saldría de allá a también para dar la clase y evitar que Elvis se enterara de lo sucedido. Además, era una experiencia interesante, estar en aquel lugar viendo a los muggles desde dentro y, sobre todo, compartir edificio con su Majestad la Reina; aunque no fuera en la misma sala, siempre podía jactarme de haber estado con ella dentro de su palacio.

 

Había corriente de aire. Aquel lugar era frío, menos mal que mi ropa era adecuada para soportar unas horas en aquel lugar. Ahora, sí tenía que pasar la noche, esperaba que me dieran una mantita porque en Londres, la bruma del río y la humedad haría aquel lugar bastante incómodo. Sin embargo, esperaba que al tal McBean se le hubiera pasado el enfado y ya me hubiera dejado volver a casa, al calorcillo de la chimenea de la "Ojo Loco". Seguramente, si supiera que allá se había instalado Lucrezia como si fuera su casa y estaba utilizando los animales de la mansión como si de sus mascotas se tratara, hubiera preferido quedarme en el interior de la insalubre celda.

 

Sin embargo, mi ánimo era positivo y no tardé en sentirme feliz al detectar mi papelillo volador. ¡Genial, respuesta de Cissy! Me levanté y lo atrapé al vuelo en total silencio. Creo que ni la araña se enteró de mi movimiento, tal vez mi tamaño era demasiado grande para tenerme en cuenta, así que siguió tejiendo y tejiendo mientras yo leía el contenido.

 

-- Guau... Conoce a McBean -- dije en voz alta. Noté que los guardias del exterior se habían callado un momento, así que carraspeé como si hubiera estado tosiendo. Esperé un poco por si venía alguien pero, al no notar movimiento, volví a reseguir la linda caligrafía de la Directora del Mall. -- Espero que haya encontrado a mi alumna. ¿Ella traerá a la suya? ¡Estupendo! No es el lugar idóneo para una clase pero... seguro que será divertido.

 

Un guardia pasó delante de mi celda y le sonreí, escondiendo la nota a mi espalda con la otra mano.

 

-- ¡Eh, oiga! ¿Me darán algún autógrafo de la Reina como Souvenir de este malentendido?

 

Siguió adelante y me senté en la cama. La ayuda estaba a punto de llegar y los dos alumnos, alumnas en este caso, seguro que tomaban esta anécdota como algo divertido.

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La peliazul había durado diez minutos molestando al guardia pero al ver que no lograba que este se moviera ni dejará aquella expresión tan seria, dejo de hacerlo y se acerco a un grupo de muggles que al parecer iban a entrar a ver el interior del Palacio de Buckingham, lo que hizo querer unirse a ellos. Pero no estaba tan segura de que debería ir con ellos, puesto su profesora no debía tardar en volver o al menos llamaría a alguien que fuera por ella, así que se quedo esperando por ese alguien bajo la sombra de un árbol cerca del lugar.

 

No estaba segura de cuánto tiempo se había quedado ahí esperando, pero la paciencia no era un don que la caracterizara; por lo que aburrida por la espera se acercó a una de las personas que se encargaban de hacer un recorrido por aquel Palacio.

 

--Disculpe, ¿Dónde están los calabozos? --la señorita la miraba extrañada, la mayoría de las personas preguntaban si podrían tener la suerte de ver a la reina, pero ella no. Así que al no recibir respuesta de la mujer, volvió a preguntar sobre el lugar en el que estaba segura que la Potter Black le esperaba quizás un poco aburrida. --Bueno, si no sabe eso, dígame a donde se llevaron a la persona que acusan de hacer que el guardia se cayera, sabe es familiar mío y bueno quiero saber qué sucede.

 

Si, estaba mintiendo, era una gran mentirosa y eso le hacía que todo lo que dijera en su momento la gente le creyera, por lo que la señorita la llevó con alguien que le dijera donde estaba Sagitas, y después de tratar con 5 muggles mientras la traían dando vueltas de un lado para otro por fin la llevaron hasta donde se encontraba la pelimorada.

 

--Profesora Potter Black, ¿tomaremos la clase aquí? --preguntó de inmediato, después de haber echado un vistazo al lugar. --Parece un tanto divertido, este lugar. Pero estaba interesada en subir al tren y pasear por aquel medio de transporte, o usar ese aparatito pequeño, creo que le llaman celular.

 

Al explicar cada cosa hacia sonidos con la boca y movía las manos para darse a explicar por lo que al ser vista por los guardia se le quedaban viendo.

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Terminé de recoger mis libros en una pila ordenada cuando oí unos golpecitos en la puerta acompañados por la suave voz de una mujer. Me giré y esbocé una sonrisa, aunque con la poca calma que tenía en aquel momento sabía que no me había salido del todo bien. Asentí, aunque más bien pareció como que me quitaba un cabello del rostro al mover la cabeza afirmativamente.

 

-Cissy Macnair, encantada- dije a Lucrezia, que fue como se presentó.

 

Bueno, allá estaba mi alumna y allá estaba yo, esperando a que ella llegase para decirle que iba a tener que acompañarme a liberar de la prisión a Sagitas. Me parecía que la chica era lo suficientemente recatada como para verse asustada porque tuviéramos que, repentinamente, abandonar el aula para ir a salvar a otra profesora. ¿Qué podía decirle que no sonara tan dramático? Bueno, para empezar, el hecho de que precisamente fuera una profesora de la Universidad la que estuviera en una mazmorra no era una buena forma de mostrarle mis compañeros de trabajo pero, por el otro, ella tendría la posibilidad de ver a la ley en acción y no sólo tener que leerla de libros aburridos. Me acerqué a ella ya lista para partir y le esbocé una de mis sonrisas amables.

 

-¿Señorita? Vamos a tener que marcharnos rumbo a el Palacio de Buckingham. Le explicaré en el camino, si me permite. Le prometo que va a aprender mucho sobre leyes mágicas y muggles el día de hoy... mientras charlamos con una amiga que espero que aún siga en ese mismo lugar- porque si a alguien se le ocurría mencionar que ella podría llegar a ser una amenaza, la trasladarían y no sabría a dónde hasta que lograse contactar con McBean, quien suponía no estaría nada contento de verme a pesar de que nos conocíamos desde hacía un tiempo-. ¿Le gustan las aventuras?- pregunté, haciendo una mueca que intentaba ser tranquilizadora, aunque tenía pocas posibilidades de lograrlo.

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Quizás aquella sería la primera persona que, desde mi reciente llegada a Inglaterra, estimara por completo; se relacionaba socialmente con desenvoltura y se había dirigido a mi persona con un respeto irreprochable. No podía apresurarme a marcar algún tipo de distancia en cuanto a escalafones sociales, como solía hacer con cualquier persona poco digna que me cruzara allá por donde iba ¿Y si se trataba de una persona distinguida dentro del microclima que conformaba la Universidad y sus dependencias? Era preferible, a su pesar, mantener una cordialidad minuciosamente medida con Cissy al menos por lo que durara la clase de Leyes Mágicas.

 

 

No me había resultado una complicación ni un reto complejo, como los que anhelaba de su interlocutora, intuir que la clase no se desarrollaría allí, puesto que esa sala poco tenía para ofrecer una aventura. Sin embargo no evité embozar una mueca de extrañeza al oír ese nombre tan difícil de pronunciar; si bien Macnair lo había hecho con una deliciosa delicadeza, se me haría más engorroso con los vestigios de mi aun presente acento italiano pronunciarlo con su soltura. La fachada del lugar, dibujada con trazos certeros en las añejas páginas de un libro de historia, me vino a la mente enseguida al penetrar en las capas más profundas de mi subconsciente. Había leído de él mucho tiempo atrás, durante los años más tempranos de mi adolescencia; ansiaba conocerlo. Aclaré la garganta para disimular la dificultad en la pronunciación del Palacio.

- ¿Buckingham?...Sepa usted, Cissy, que no conozco mucho más allá de lo que Oterry y Diagón tiene para ofrecerme dentro de Inglaterra. A menos, claro, que la aventura se traslade a mi tierra natal ¿Ha ido alguna vez a Florencia, en Italia? Si desea visitarla, puedo ofrecerle...- <<el establo>> atiné a decir con intención jocoso y humillante, pero mis palabras se quedaron dentro de mi cabeza.- la habitación de invitados.

 

 

Leve ambas manos a la parte posterior de mi cuello y desprendí con cuidado la dorada cadenita que portaba mi relicario. Cualquiera hubiese visto la lentitud con la que lleve a cabo ese movimiento como exagerada, pero se trataba de una pertenencia muy especial que antaño había estado en manos de alguien a quien había amado: Thiago Gryffindor. Pese a tener propiedades mágicas, aquel objeto había pasado a ser simplemente un mero estilismo, un oneroso adorno que resaltaba sobre la blanquecina piel de mi pecho; en su interior no protegía la foto de ningún mago o bruja, dejando su poderoso detector de emociones en desuso. Alguna vez, detrás del encantado vidrio, hubo una foto de Sagitas, la incompetente matriarca de la “Potter Blue” con la que me había enfrentado más de una vez. La detestaba y mucho antes de conocerla, aun sin saber que lo hacía, me había deshecho de su retrato apenas me fueron entregadas las pertenencias de mi primo y amante.

 

 

Abrí mi monedero de piel de Moke, simplemente jalando de la cinta rojiza que evitaba que su contenido se perdiera, y dejé caer el relicario en su interior. Cualquier aventura en un mundo tan convulsionado como era en el que me había tocado vivir, aunque se tratase de una aparentemente inofensiva clase de Leyes Mágicas, se traducía en un peligro constante a ser atacado por un dragón, robado, golpeado, mutilado o asesinado; siempre era mejor prevenir que curar, más cuando dicha cura no existe. De hecho, había algo a lo que temía mucho más que a perder aquella alhaja mágica con un significativo valor emocional o perder la vida en manos de vaya a saber que criatura mágica: ¡las malditas bacterias, en todas partes! Cerré los ojos y di un largo respiro, inhalando todo el aire posible como método personal para apartar de mi cabeza la siempre presente misofobia que me aquejaba, y me dispuse a tomar la palabra:

 

 

- Claro que me gustan las aventuras, sino estaría en mi casa ¿No?- exclamé vigorosamente, con un tinte en la voz que se balanceaba entre el entusiasmo por el inicio de la clase y una falsa seguridad en cuanto a la dichosa aventura- ¡En marcha!

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En una mazmorra de Bakinjanpalas:

 

Me aburría como una ostra en aquel lugar; no soy una mujer paciente. Sin embargo, sabía que la ayuda estaba en camino así que me puse a tararear canciones, mientras esperaba la llegada de Cissy. Sentí un taconeo muy diferente de los pasos militares y supe que ya había llegado, así que me levanté y puse las manos en los barrotes, apoyando la cabeza entre dos de ellos.

 

-- ¡Hola, Cissy! Ya era hora, estaba a punto de ponerme a cantar a grito pelado para ver si así...!

 

Me quedé cortada al ver a la muchacha. No era Cissy, aunque su pelo azul y su vestuario no me dejaba lugar a dudas. Estaba ante una hechicera. La sorpresa y la perplejidad me hizo quedarme callada (un mérito, no me callo ni bajo el agua). La muchacha me llamó señorita Potter Black, lo que me indicó que era mi alumna.

 

-- Ho... Hola...

 

Ahora no sabía qué decirle, no es la mejor manera de contactar con la profesora que te va a enseñar la asignatura de Estudios Muggles, pero improviso enseguida, así que sonreí y comencé a hablar.

 

-- Bienvenida, Señorita Malfoy. Sí, le he buscado el lugar más interesante en cuanto a hacer una clase activa en el mundo muggleoso. Esos señores que ve vestidos de rojo y con el caperucho negro de plumas son militares, miembros de protección de su Majestad la Reina. Esto nos permite iniciar el tema del gusto estrafalario de los muggles por los uniformes. El vestir bien no quita que los muggles usen colores y rangos concretos para señalar estamentos y clases sociales. Por ejemplo, los uniformes militares. Pero podemos ver uniformes en muchos sitios y situaciones. Creo que los magos no escapamos de ellos, pues también los tenemos en nuestro mundo, como los trajes de Hogwarts o las túnicas del Wizengamot. ¿Sabrías decirme uniformes que cataloguen, nada más mirarlos, oficios en el mundo muggle?

 

Varios soldados nos miraron, tal vez por los aspavientos de mi alumna, tal vez por la incoherencia para ellos de mis palabras. Volví a sonreír.

 

-- No se preocupe, señorita Malfoy, en cuanto me saquen de aquí y arreglemos este embrollo, usaremos varios medios de transportes muggles que son muy ingeniosos. Me encantan como solucionar los problemas sin usar la magia. Tienen una cabeza excepcional para inventar las cosas más diversas...

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Me di cuenta de que la mujer que tenía frente a los ojos no sólo era recatada, sino que parecía... contenida. Como si todo el tiempo quisiera decir algo pero se lo pensara mejor y dijera otra cosa totalmente diferente. Fue mientras hablaba que noté que su acento era diferente y luego, cuando dijo que era de Florencia, entendía por qué se había mostrado tan intrigada por nuestro destino.

 

-Oh, qué hermoso, Italia. Ehm no, nunca he estado en Italia lamentablemente, porque estoy segura de que debe ser un lugar hermoso- comenté, intentando relajarme mientras pensaba en la mejor forma de tratar con la guardia real de la Reina-. El Palacio es un sitio emblemático de nuestro país, señorita Médici. Vamos hacia allí para poder hablar con una compañera de trabajo que está dando una clase de Estudios Muggles y necesita... ayuda de una profesora de Leyes Mágicas. Sé que el lugar le va a gustar, tiene un hermoso atractivo turístico- de nuevo otra de mis sonrisas amables.

 

Luego la observé guardar un precioso relicario que colgaba de su cuello dentro de un monedero de moke y, dando aquello y sus palabras como el incentivo necesario para comenzar a marchar, me dirigí hacia al puerta y la esperé para que me siguiera.

 

-Me intriga saber qué clases de Leyes sobre la magia aplican en Italia. Tengo un vago conocimiento de ellas a nivel general, como sabrá, porque los magos compartimos muchas leyes en común. ¿Hay alguna en específico que se aplique en Florencia, por ejemplo? Aquí tenemos una para regular a los falsificadores de objetos muggles. Hay muchos magos que lamentablemente se divierten molestando a miembros de la comunidad no mágica alterando los aparatos que suelen utilizar. ¿Existe alguna ley así de dónde usted proviene?

 

Quería intentar meterla en tema antes de llegar al Palacio para tratar con McBean. Quizás podría enviarle un memo para que supiera que iba hasta allí, pero también conocía que si estaba enterado de mi aparición, iba a ponerse a la defensiva. No le gustaba la forma en la que defendía a los magos por encima de los muggles.

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