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Leyes Mágicas + Estudios Muggles


Sagitas E. Potter Blue
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“Sagitas”

 

Un encuentro de sensaciones y pensamiento coyunturalmente diferentes se hizo lugar en mi fuero interno. El mundo era un pañuelo y, por lo que parecía hasta ese preciso momento, más lo era el mágico. La misión de la que dependía la aprobación de aquella asignatura era "rescatar" a Sagitas de la miserable privación de su libertad y debía poner empeño en ello. Sin embargo, la posibilidad de verla enjuiciada por el Alto Tribunal o el simple hecho, para muchos efímero, de ser penada con una multa era como el dulce néctar de miel silvestre que podía saborear con total satisfacción, como si ésta fuese real ¿Qué debía pensar en ese momento? Los músculos de mi rostro tampoco supieron como reaccionar y corresponderse con mis pensamientos; se quedaron estáticos, perpetuando mi fría expresión.

 

Fue una repentina complicación seguir con la necesaria atención las palabras de Cissy como para afianzar una opinión o un mero pensamiento sobre los hechos que se estaban desenvolviendo y en el que ella se había visto inmersa de un momento a otro, cuando lo que había ido a buscar era una clase estereotipada de patrón libro-explicación-anotación de las que tanto gustaba. Como las palabras salían con una deliciosa suavidad de los carnosos labios de Macnair, también se perdían irremediablemente en el bullicio sin llegar a penetrar mis oídos. Simplemente algunos términos sueltos tales como "Guardia Nacional" o "Primer Ministro Muggle" se quedaron clavados en mi mente, anclados, pero no mucho más.

 

Seguí el paso a mi profesora, más arrastrada por la fuerza del ímpetu por aprobar la asignatura que por motu proprio. Seguía afianzando mi mano a la de ella, con firmeza sostenida y con negación a soltarla. Aunque sonase raro era reconfortante sentir su pulso sereno. Avanzamos hasta la oficina coronada por un cartel que afirmaba "Relaciones Públicas Mágicas". Aquel título tan grandilocuente no se reflejaba exactamente en el interior de la sala: era un lugar sobrio, poco amueblado, sin ningún detalle alucinante con el cual distraerse ¿Dónde estaba en buen gusto, la decoración, lo magnifico?¿Quién quisiera relacionarse públicamente allí adentro, en esa oscuridad? Aparte lo más posible la mirada, evitando así percibir cualquier tipo de suciedad que me espantara por completo. Ante el intercambio entre Cissy y McBean preferí quedarme apartada, separada solo por unos centímetros de la mujer por la que respondía.

 

<<Puede quedársela>> respondí en mi cabeza, casi acompañado por un leve susurro audible, ante la pregunta del hombre sobre las intenciones de Cissy con respecto a la encarcelación de Sagitas. No resultaba una mala idea que la Potter Blue se quedara encerrada en los calabozos del Palacio un buen tiempo y mi magnifica persona, con la suerte que tanto se acostumbraba a visitarme, se quedara no sólo con la mitad de la propiedad que me correspondía por herencia sino con la totalidad. Embocé una sonrisa, que se teñía de la burla y la derrota que resultaría aquello para la cirquera, aunque limitada a la atención que pudiese recibir de McBean aquel gesto que desentonaba con la situación que allí nos reunía. Si bien que existiesen chistes internos y confianza entre Cissy y él me tranquilizaban, su aspecto severo y físicamente poco agraciado me resultaban en un punto intimidantes.

 

- Admira a los muggles porque hasta ellos pueden podrían realizar un hechizo con más habilidad que ella.- mi murmullo fue oído con total claridad por Cissy, pero ésta no hizo movimiento ni reacción alguna ante mis palabras, como si fuera solo el rumor del viento.

 

Cuando la autoridad que tenían enfrente aceptó- sin pensárselo mucho para mi sorpresa -escuchar la versión de Zzzagitas, los tres emprendimos su búsqueda. El camino que separaba las mazmorras de aquella horrorosa oficina era aun más horrible, pero al menos era corto. Maldije el hecho de no haber llevado a aquella “aventura”, como Cissy lo había presentado con cierta tendencia a omitir lo que se avecinaba, unos zapatos que me evitaran la incomodidad que en ese momento los finos y caros tacos que había elegido para la clase me estaban haciendo sentir. Aunque ¿Cuándo en mi corta vida había utilizado en mis delicados pies de dama algo que no fuera opulento, normalmente incómodo para caminar y más pensado para lucir en una esporádica fiesta de gala aristócrata que para el día a día de cualquier “persona común”? Y sin embargo, había sorteado esa dificultad con soltura, como solía hacer. Los zapatos comunes, para la plebe.

 

Mientras atravesábamos un pasillo de paredes cuya pintura estaba desgastada, los gritos de la encarcelada mujer de pelo violeta comenzaron a hacerse más y más audibles. Era una obviedad decir que nos estábamos acercando. Me sorprendió que Cissy acelerara su paso, que aun en el veloz impulso de sus piernas no perdía la elegancia y…¿La belleza? La seguí con la mirada pero sin precipitarme de la manera que ella lo hizo. No sentía motivación alguna, aquello me significaba más un trámite que había sobrepasado los límites de lo engorroso y que solo salvaba como una experiencia agradable la presencia de mi profesora ¿Quién hubiera perdido su compostura altiva y su semblante elegante por liberar de su encierro, bien merecido y aleccionador, a su peor enemiga? Por supuesto y definitivamente, no yo.

 

No tardé demasiado en alcanzar a Cissy, y con ella a Sagitas. La desesperación que la invadía a aquel insecto de persona sólo se esfumó unos segundos cuando su mirada se cruzó con la mía, azul y cautivadora como siempre. No pude dilucidar el pensamiento que recorrió su mente en ese momento, pero si el mío. Esa situación de privación era la perfecta representación física de lo que la "payasa" estuvo haciendo todo el tiempo con mis pertenencias, heredadas de un familiar en común: privarme de ellas. El dulce sabor de la venganza se hacía agua en mi boca. Solo bastó un movimiento rápido para, sin que Cissy lo notara, tomar con ambas manos la cámara mágica que llevaba en mi monedero de piel de Moke y fotografiar la figura de la Potter Blue detrás de esos barrotes. Un click y su reputación labrada por años estaba destruida.

 

- Que sorpresa, que coincidencia, que felicidad...- le susurré a Sagitas al acercarme a la celda, tomando con mis manos dos barrotes y acercando mi rostro al suyo con actitud desafiante, completamente abstraída de lo que pasaba con McBean y Cissy- Créeme que esta imagen decadente, que supera la que sueles llevar por naturaleza, la recordaré toda la vida. Y haré que lo hagan los demás, como un servicio a la comunidad.- y restándole importancia a la reacción de Sagitas adrede para que la falta de atención la carcomiera por dentro, me volteé nuevamente a la otra mujer presente en el recinto- Claro profesora Macnair, lo que usted diga, no diré nada a nadie.

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-- ¡¡Cissy!!

 

Mi sonrisa radiante dejó de lado el nerviosismo que sentía de que se pasara el tiempo allá dentro sin hacer nada de provecho.

 

-- ¡Por fin! ¿Por qué tardaste tan...?

 

Mi voz bajó hasta hacerse casi inaudible.

 

-- ...to?

 

La visión de aquella mujer, allá, me había dejado muda. De rabia sobre todo. Mis labios temblaron mientras intentaba apretar la mandíbula y esconder el insulto que pugnaba por salir por ellos. Apenas sentí lo que Cissy y McBean hablaban sobre mi salida de la cárcel. Mi cabeza sólo pensaba en la vorágine de sentimientos, todos negativos, cada uno peor que el anterior, al ver a aquella patética ricachuela haciéndose la importante e intentando provocarme con aquella maldita foto. Al final, no pude contenerme y saqué la mano por entre los barrotes, en un intento que casi consigo de arrancarle un mechón de pelo a esa rubia pendenciera.

 

-- ¡Túuuu! ¡Maldita seas! ¡Dame esa foto! Como intentes algo con ella... Juro que... Juro que...

 

En el último instante me di cuenta que no era prudente, nada prudente, amenazar a aquella mujer y tuve que tragarme las ganas de lanzarle una maldición allá mismo, contemplar su último estertor entre mis manos... En aquellos momentos recordaba uno por uno todos los hechizos necesarios para hacerle sufrir una muerte lenta y torturadora, algo que sabía que, más tarde, lamentaría haber dejado que me sacara de mis casillas.

 

-- Lucrezia... ¿La vas a aprobar, Cissy? ¿Ella era tu alumna? No lo hagas, no la quiero a mi lado ni un segundo, menos en una audiencia contra mí en la que hará todo lo posible para que salga malparada. Oh, no... No la quiero cerca o me veré obligada a ... apartar esa sonrisa capciosa de su horrible cara.

 

Supongo que Cissy estaba sorprendida que, de todo aquello, Lucrezia fuera la que me ponía fuera de mí.

 

-- A ella la voy a denuncias, por querer quedarse con mi patrimonio... Oh, sí... Lucrezia, espero que tengas un sitio donde dormir porque no te quiero volver a ver en la Ojo Loco. Y ya puedes devolverme esa foto antes de que te la haga tragar con métodos muggles.

 

Me crucé de brazos mientras me abrían la celda, sin ganas apenas de cruzar ahora el hueco que me llevaba a la libertad, para evitarme las ganas de ahogarla.

 

-- Los muggles tienen más valores que tú. Confiaría antes en un muggle que en una maldita bruja italiana que pretende llevarse mi fortuna con malas artes. ¡ Cissy, suspéndela, no permitas que sepa de Leyes! No soportaría a esta mujer en el Ministerio. ¡Oh, síiii....! Sé lo que pretendes consiguiendo este conocimiento... Estoy segura... Vas a luchar para quedarte con la Ojo Loco pero no.... ¡Será una lucha a muerte! ¡¡A muerte, te lo advierto!!

 

Era tanto mi ímpetú que salí de allá pasando a su lado y golpeándola con el hombro de forma adrede, sin mirar atrás, olvidando a Cissy y a mi alumna. Sólo quería salir al aire libre y pagar con alguien mi mala leche, la mala leche que me ponía esa dichosa Lucrezia Medici con sus exigencias de aristocrática en decadencia.

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Mientras hablaba con McBean me había perdido del intercambio entre Sagitas y Lucrezia hasta que me giré para abrir la celda y la mano de Potter Blue se estiraba fuera de los barrotes, intentando alcanzar algo que no supe qué era hasta que vi la sonrisa asomar por la comisura de los labios de Lucrezia. Me quedé perpleja por un momento mientras observaba la escena, el intercambio de chispas invisibles en el aire y la urgencia que me daba por ¿proteger? a mi alumna con mi propio cuerpo. Sagitas no era violenta, nunca la había visto en un arranque de odio como aquel y mucho menos en mi presencia. Ella era todo amor, entendimiento y un poco de celos por sus hijos, sabía que los cuidaría con todo su ser aunque fuera lo último que hiciera. ¿Pero qué clase de odio la podría mover a reaccionar así? ¿Qué habría pasado entre mi alumna y ella que no podía contenerse?

 

McBean me miró dubitativo, como si ahora la idea de soltarla le pareciera una locura, así que alcé mis manos para calmar los aires mientras Sagitas me pedía casi a gritos que suspendiera a Lucrezia y los guardias, dudosos, se adelantaban unos pasos con sus varitas mágicas en las manos, como si pudieran palpar el aire caldeado tan bien como yo lo hacía, en medio del intercambio desagradable.

 

-Ya... ¿Sagitas? Tranquilízate o te detendrán aquí y no podrás ir con Ithilion- hice una mueca, colocando una mano sobre el hombro de Potter Blue y mirándola fijamente a los ojos, aunque era probable que ella no me viera porque estaba más concentrada en golpear el hombro de Lucrezia con el propio-. ¿Que dirá Matt si te dejan encerrada aquí dentro?- ¿Qué dirá Matt de mi si sabe que vine a socorrerla? terminé pensando y de inmediato sacudí levemente la cabeza, diciéndome a mí misma que aquello no debía importarme-. Vamos... vamos a la oficina de McBean así pago tu fianza y... te llevo a casa.

 

Adelanté a Sagitas hasta que estuvo junto a James y los dos guardias, mirando luego a su alumna que había quedado relegada a un rincón de la mazmorra e indicándole que la siguiera. Esperé un poco a que todos se pusieran en marcha, con una mano tomé una de las de Lucrezia y la detuve allí mismo, así podríamos tener un momento a solas.

 

-No nos conocemos, señorita De Médici, pero usted me agrada. Parece que Sagitas y usted se conocen de antes y no tienen buen trato, así que le pediré que lo que sea que estaba planeando con la foto que mencionó Sagitas, lo deje para cuando salgamos del Palacio de Buckingham- mi mirada era severa aunque no tan autoritaria como me hubiera gustado, los ojos fríos de Lucrezia más allá de espantarme, me dejaban sin aliento. Desvié la mirada un momento-. ¿Por favor?- supliqué.

 

Sabía que sería difícil para Sagitas estar lejos de Ithilion, como le sería a Ithilion no tener a su madre, así que pensaba en reunirlos hasta acordar la audiencia para que el guardia afectado declarase. Pero por ahora sólo quería sacarla de allí e irme.

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No solía dejar nada librado al azar, ningún detalle lograba escaparse a mi observación. Aquella oportunidad, en los calabozos, no había sido la excepción. No solo los barrotes que las separaban y la presencia de Cissy significaban una protección alrededor de mi persona que me daban libertad de mofarme y desafiar a la Potter Blue: la máxima autoridad que regía sobre ese recinto de gélidas y solitarias celdas, McBean, era un elemento fundamental que por sí solo funcionaba como una limitación para que aquello no terminase en una batalla campal de maldiciones e insultos.

 

La sonrisa burlona no había desaparecido ni un momento de mi rostro, pero si había profundizado su aspecto jocoso mientras Sagitas extendía su brazo por el delgado espacio entre los barrotes con la intención de llegar a mis rubios y hermosos bucles. Sus manos rozaban el aire, como fuertes garras, apenas distanciadas por unos centímetros de mi cuerpo. Es que ella no era más que eso: un animal, un gorila queriendo tomar una banana de manos de un dueño maltratador. Quizás lo había aprendido en el Circo que administraba con la decadencia propia de alguien de su clase o venía directamente, como un gen, en su naturaleza de gentuza devenida en una “importante” miembro de la comunidad de Ottery, un título tan falso como un galeón de plata.

 

No tardó en desistir de su tarea, no tanto por la imposibilidad que le representaba la celda de alcanzarme sino porque su consciencia por fin llegó a la conclusión de que no era correcto atacar a otra persona, dada su situación legal delicada. Aquella actitud violenta y no correspondida por mi serenidad destruiría, de sostenerse, su excusa de la "no intención" en sus actos contra un Guardia Real. Si algo debía destacar de la bruja de cabello violeta era su autenticidad indiscutible. Sus ojos castaños reflejaban con exactitud sus sentimientos y, dada las veces que nos habíamos cruzado, se había forjado una comunicación única entre nosotras que no precisaba de emitir palabra alguna: nuestras miradas decían todo, se asesinaban una a otras con epítetos de todo tipo. La dejé escupir todo su impertinente veneno, porque si algo serviría para estructurar la futura obtención de la "Ojo Loco" mediante un juicio era desacreditarla por sus descuidos frente a otras figuras de la comunidad mágica, como lo era Cissy.

 

- Señor McBean, creo que no es pertinente que la deje ir con tanta facilidad.- sugerí con fingida preocupación al calvo mago, con la mirada perdida en el umbral por el que la payasa había desaparecido al marcharse.

 

Ya había tomado impulso en mi cabeza para salir de aquel tétrico lugar e hice un ademán de ponerme en marcha, pero fue ese mismo momento cuando la profesora Macnair me detuvo en seco, volviendo a tomar mi mano. Aquel simple movimiento me frenó instantáneamente, como sentí con el acompañamiento de un espasmo como mi corazón aminoraba la constancia de sus latidos. De alguna manera que no explicaba, no había espacio para pensar ni para salir de esa posición: los sentimientos me habían ganado completamente de forma repentina ¿Había bastado una simple aventura para despertar en mi interior sentimientos positivos por ella, cercanos al enamoramiento? Agaché la mirada hacia los poco higiénicos bloques de piedra que conformaban el suelo, en un gesto casi involuntario que nunca había experimentado: la vergüenza me había invadido.

 

- Tenía la intención de publicarla en El Profeta, pero creo que se quedará simplemente para goce personal y recordarle a esa mujer que estuvo aquí. Así que entiendo, no quiero estropear la situación, por ti únicamente, que quede claro.

 

Di un delicado paso, pues no era mucho más extenso el espacio que nos separaba. Lo que siguió no fue un simple beso de esos que uno da cuando está con alguien que apenas conoce, como lo era Cissy, que resulta más un roce de pómulos que lo que uno espera de tal acto de cariño o saludo. Con un movimiento bien marcado, con el afán de que se notase el placer de aquel bonito gesto, giré mi cabeza hacia la derecha hasta quedar mi nariz frente a su mejilla y apoyé mis labios con suavidad en ella. Fue un segundo en el que la calidez innata de mi respiración y de mi boca chocó de lleno, como dos polos opuestos, con su fría piel afectada por el ambiente gélido de las mazmorras.

 

- Muchas gracias por esta clase Cissy, la disfruté mucho aunque se haya desencadenado de una forma...rara.- le susurré al oído, con un tono agradable y palpablemente franco, apretando con delicada firmeza su mano, que se había envuelto en la mía- Y por cierto, puede tutearme de ahora en más.

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