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Leyes Mágicas + Estudios Muggles


Sagitas E. Potter Blue
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En cuanto la pelimorada hablo sobre la estrafalaria vestimenta que usaban los muggles como uniformes, recordó a los guardias que se encontraban fuera de aquel lugar, y asintió ante las palabras de aquella. Comenzó a buscar sus anillos que había recibido en los libros que había cursado y se puso sólo los dos que necesitaba, el salvaguarda de oídos indiscretos, que haría que cualquiera que quisiera saber qué estaba conversando con la Potter Black sólo escuchara un sepulcral silencio por ambas y el segundo anillo era el del escucha para saber qué decían los guardias sobre su profesora.


Me he podido dar cuenta, que el buen gusto por el vestir no lo tienen las personas que confeccionan aquellos uniformes. —dijo mientras giraba su anillo del escucha y se permitía oír la conversación de los guardias. Pero no hablaban de nada de interés para la mujer de cabello azul como el cielo, así que después de mucho pensarlo se dirigió a su profesora. —Me encantaría saber cómo mi profesora de Estudios Muggles se haya en esta situación. ¿Las leyes muggles no son fáciles de debatir? —trago en seco y trató de reformular su pregunta, quizás había dicho algo mal que bien podría molestar a su profesora. —Lo que quería decir, es que, ¿La ley muggle es igual de dura que la mágica? Por que usted está acusada por un delito muggle, ¿no es así?


Tras sus preguntas se quedó mirando a los guardias que empezaban a moverse, al parecer había llegado el momento de almorzar o bien se lo imaginaba por que su estómago no había dejado de gruñir desde hace un buen rato. Pero lo mejor era ponerse cómoda por que no se sabía cuánto tiempo iba a tardar alguien para la defensa de la pelimorada. Shalyit miró a Sagitas por un buen rato en silencio y tras varios minutos de esa manera por fin salió de su boca la pregunta que venía reformulándose.


Disculpe, ¿alguien va a venir a ayudarla? —No sabía cuánto tiempo había estado ahí pero sentía que ya llevaba media vida. —Se que le parezco muy preguntona, pero esto ya no tiene que ver con usted… sino con la clase. —hizo una pausa y mientras se acomodaba su vestido volvió a hablar. —¿Existe alguna diferencia entre nuestra comida y la de un muggle? ¿Cree que saliendo de aquí podamos ir a uno de esos lugares de comida muggle.

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En una mazmorra de Bakinjanpalas:

 

Me parecía curioso que mi alumna hubiera llegado antes de mi amiga, aunque tenía una explicación muy lógica; al fin y al cabo, había quedado con ella y seguro que estaría ya delante del Palacio Real cuando todo había sucedido, mientras que a Cissy le había mandado una notita a la Universidad, lo que significaba que ella tenía que cubrir más distancia para llegar hacia mí.

 

Era inteligente. Supo enseguida hacer las preguntas correctas, aunque incómodas, sobre mi estadía en aquellas mazmorras. Le sonreí un poco picarona, porque me gustaba que los alumnos fueran preguntones y que cuestionaran todo. No me gustan las clases tradicionales.

 

-- Muy bueno, eso de usar los anillos... Yo también tengo alguno por ahí -- le comenté, pues supe identificar los anillos de los Libros de Poder, ya que yo tenía unos similares. -- De todas maneras, yo no me preocupo. McBean, el teniente mágico que trabaja aquí infiltrado, se encarga semanalmente de limpiar todo rastro de magia, así que estoy segura que estos tipos de traje rojo ni se enterarán de que sabemos usar... palos...

 

No es que sea irrespetuosa con la magia, pero reconozco que las varitas son meros palos ya que la magia está en uno. Los palitos de madera sólo encauzan la magia y la redirección según nuestro uso.

 

-- Ahora que lo mencionas, las leyes muggles son muy estrictas, en algunos países hasta peores que en nuestra mundo mágico. ¿Sabes que hay estados que permiten la pena de muerte? Es lo que llaman la ley del Thalion, "ojo por ojo, diente por diente", o algo parecido -- comenté, de forma dudosa sobre la cita que acababa de usar. -- La muerte de una persona se penaliza con la muerte del agresor. Nosotros somos duros, la prisión de Azkabán, la más famosa de nuestros mundo, al menos deja vivos a los presos. Aunque.... Algunos dirían que es más bondadoso matarles antes que dejarles toda su vida viviendo junto a los Dementores...

 

Me encogí de hombros. Eso no era algo que me incumbiera, decidir quien muere o quien no, aunque era cierto que a veces pensaba (o había hecho, no pienso confesar nada sin mi abogado) que algunas personas estaban mejor muertas pero no apoyaba la Pena de Muerte.

 

-- Eso podemos preguntárselo a Cissi, la profesora de Leyes Mágicas, quien es a quien esperaba, por cierto, contestando a tu pregunta... La mandé llamar porque estoy segura que se va a divertir debatiendo sobre Leyes con los muggleosos. En sí, no tienen base para mi detención, sólo es una pataleta de ese mago porque se ha caído en pleno ejercicio militar del cambio de guardia y ha quedado en ridículo. Pero legalmente, sólo pueden acusarme de estar presente y reírme a carcajadas de un soldado caído, algo que no llegará a más, como mucho a una multa si aplicaran la Ley en contra de usos jocosos de los Cuerpos Militares del Estado, pero nada importante, una pequeña multa que puedo pagar sin problemas. Lo malo de todo esto es la repercusión mágica, esa es la más peliaguda.

 

Comida... Hum...

 

-- La comida muggle y la mágica no se diferencia en prácticamente nada. Es decir, los ingredientes son los mismos, animales, vegetales... Tal vez las especies varíen un poco pero nada que signifique una desemejanza notable. Ten en cuenta que los mejores Chefs del mundo son, en realidad, magos ocultos que gustan de ser buenos cocineros y que aplican usos mágicos en sus platos. Si algún día pasas por Girona, en España, hay un chef catalán que hace maravillas con la comida. Pero, personalmente, yo prefiero las comidas sencillas, se hagan en ollas removidas manualmente o con magia.

 

Carraspeé un poco y sonreí.

 

-- Pero si quieres, al salir podemos ir a comer a algún restaurante, de comida rápida o de lujo. Tú decides. -- No quería defraudar a la muchacha. -- Ahora lo que me preocupa es la tardanza de Cissy, porque le da tiempo a McBean a preparar su caso contra mí por violar la Ley de Estatuto del Secreto de los Magos de 1689. ¿Tienes idea de qué va o te lo explico?

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El orgullo al oír de la carnosa y tentadora boca de aquella mujer el nombre de mi añorado país me invadió el alma y transformó mi cuerpo repentinamente, inflando mi pecho en consecuencia. Noté como las comisuras de mis labios se elevaron, formando una sonrisa que podría interpretarse como exagerada, pero estaba motivada por un éxtasis tan sincero como descontracturado e inusual en mí. Los músculos de mi rostro se tensaron de tal manera, sin poder controlados por mí misma, que comenzaron a causarme un leve dolor.

 

- Debería de ir lo antes posible, es un lugar como no hay otro en el mundo.- aseguré con ánimo, aunque la realidad marcara que no había salido mucho de las tierras que me pertenecían por herencia- La Toscana es un lugar primordial para visitar con su pareja, si es que tiene alguna. Allí tenemos los mejores viñedos de nuestra propiedad y una producción de vinos que cualquier otra región envidiaría.

 

Al terminar de emitir palabra, noté como había pasado por alto lo que más temprano había agregado Cissy; el regocijo que significaba poder explayarme por primera vez en mucho tiempo sobre mis orígenes dejaba automáticamente en segundo plano cualquier otra cuestión, aunque esta fuese parte imperante de la clase en la que se encontraba. Era una especie de liberación, algo que me resultaba sin embargo extraño por el concepto y contexto. Se parecía a romper estrepitosamente una pared de soslayada no pertenencia y que se había construido, ladrillo a ladrillo, en sus meses en Inglaterra.

 

Sin embargo, había movido demasiado el foco de su eje: la aventura que le proponían para adentrarse en la profundidad de las Leyes Mágicas ¿Cómo una profesora había terminado bajo custodia? Esperaba que alguien con el honor y la responsabilidad de impartir clases en la Universidad tuviera los suficientes recursos, ya fuese habilidad mágica o metodologías superiores, para evitar con completa facilidad ser apresada ¿Acaso la hermosa mujer de impactantes ojos verdes que tenía enfrente, por la que sentía un respeto aparentemente mutuo, compartía la incompetencia con su par encerrada en los calabozos de un Palacio conocido mundialmente? Si así fuese, esa clase y la adquisición de conocimientos estaban destinados al decepcionante fracaso.

 

- Pues en general, como dice, las leyes son parecidas en ambos países. Creo que hay un estatuto en común en Europa ¿Verdad? El secreto mágico, las multas y penas son similares. El uso de dementores fue abolido.- preferí tomarme unos segundos para pensar, llevando el dedo índice de mi diestra hacia los labios en un gesto pensativo y tentador- Aunque hace unos años se han endurecido las penalizaciones a quien releve la existencia de la magia a muggles. El escuadrón de Desmemorizadores que si, también tenemos uno, tuvo trabajo pesado meses atrás por que unos pillos comenzaron a contar la historia real sobre la inclinación en la Torre de Pisa, que tuvo su origen en dragones y situaciones escatológicas que es mejor no aclarar. Necesito tomarme un momento para pensar más...

 

Dirigí mi mirada hacía la entrada de la habitación, cuya puerta permanecía entreabierta desde que había ingresado minutos atrás ¿Era acaso la única alumna inscrita en esa clase, de tan interesante temática y tan presente en las solicitudes de empleo del Ministerio de Magia londinense? Experimentaba una sensación incómoda, pero más incómodo resultaría preguntar por ese detalle que, al fin y al cabo, poca importancia tenía. Se intuía necesario que el momento fuese aprovechado de una mejor manera ¿No debían ir a por la profesora mencionada por la Macnair, o se trataba todo eso de una prueba encubierta? Me negaba a ser manejada por el deseo de una clase normal y típica, en un aula y con libros desperdiciando las horas en explicaciones que se perderían en mi subconsciente.

 

- ¿Cómo iremos a rescatar a esa profesora, con un traslador o polvos flú? Aun puedo llamar al carruaje que me ha traído.- invité a Macnair con sincera amabilidad, que su interlocutora , tomando mi monedero de piel de Moke y atinando a chasquear los dedos para adelantar la aparición de Passepartout, mi elfo doméstico, para que llamase a la diligencia a volver.

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La mayor parte del tiempo y cada una de las palabras que decía la pelimorada sobre las leyes muggles se le quedaban guardadas, le sorprendía lo duras que podían ser aquellas leyes, aunque desconocía a ese Thalion y el por qué de sus leyes tan duras. Aun así no quiso preguntar, tampoco quería parecer frente a su profesora una persona inculta. Así que se quedó callada mientras seguía escuchando cada respuesta que le daba su profesora a sus preguntas. Al escuchar el nombre de Cissy, trató de recordar de donde era que se le hacía familiar aquel nombre hasta que después de un rato recordó el nombre de la directora del Magic Mall.


—Cissy es la directora del Magic Mall, ¿no es así? —pregunto y sonrió aún recordando que la Potter Black le había prometido o al menos así lo había tomado la bruja de cabello azul con respecto de ir a comer a un restaurante muggle. —Y sobre su pregunta, es el estatuto en el que los muggles no deben de saber sobre la existencia de la magia…—mas que una respuesta como tal era una duda que tenía, nunca estaba segura de lo que trataba cada Estatuto. —¿Por qué hay magos infiltrados en el mundo muggle? Ese McBean no debería estar a favor suyo, digo, creo que debería buscar la forma en que usted salga de este lugar sin llamar tanto la atención…


Tras aquellas palabras volvió a quedarse callada, sabía que tarde o temprano alguno de los guardias de seguridad la iban a sacar de aquel lugar, así que esperaba que la Directora del Magic Mall apareciera pronto, deseaba realmente conocer algo más del mundo muggle que sólo una celda que se parecían mucho a las que habían en Azkaban, sólo que sin dementores que lo custodiarán.


—Y bien, en lo que llega Cissy, ¿Cuál es la función del patito de Hule y como se llama el aparatito que se parece a una cámara pero también lo usan para hablar? —Shalyit siempre había tenido dudas sobre la función de los patitos de Hule y era justa esa la razón por la que había tomado aquella clase.

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En una mazmorra de Bakinjanpalas:

Sonreí. ¿Quién no conocía a aquellas alturas a la Directora actual del Magic Mall?

 

-- Sí, a ella me refiero, Cissy Macnair, aunque yo la conozco de antes de que ocupara un puesto tan importante y de tanta responsabilidad. Pues ella es la especialista en Leyes Mágicas, creo que podríamos pasarnos horas discutiendo sobre la fecha exacta del dictamen sobre el Estatuto del Secreto de los Magos de 1689. Algunos especialistas dicen que su redacción, en realidad, es de tres años posterior. Pero bueno, tres años arriba o tres años abajo, se resume en lo que tú has dicho: no se puede hacer magia delante de los muggles.

 

Estaba en mi salsa. Aunque no quisiera confesarlo, y menos dentro de una cárcel muggleosa, amaba mi asignatura y los conocimientos de aquellos pobres seres que vivían sin magia, además de sentir una envidia total por su capacidad de invención para realizar actos simples mediante complejos artefactos que ellos llamaban máquinas o 'paratos.

 

-- También se la conoce como el Estatuto Internacional del Secreto. -- Me puse a explicarle como si fuera de lo más normal que la profesora estuviera entre barrotes y la alumna fuera, escuchando. -- Se aprobó para proteger a los muggles de nosotros como a los magos de ellos. Se prohíbe cualquier manifestación de magia delante de los llamados muggles, es decir, los que son ajenos a la magia. Toda falta se penaliza a una condena en Azkabán u otra cárcel mágica. No pueden ni siquiera imaginar que somos magos y que podemos gobernar la magia. Es de los mayores logros unánimes de las Leyes Internacionales. ¿Sabéis lo difícil que es que los diferentes gobiernos se pongan de acuerdo en algo? Y, sin embargo, lo consiguieron en el 1689, o en el 92, según el libro del historiador de la magia que leas.

 

La Malfoy era lista y me escuchaba con atención, además de hacer preguntas interesantes. Le hice un gesto con la mano, para que supiera que había escuchado su pregunta pero ahora estaba embalada, así que seguí explicando en voz alta; vamos, que sólo me faltaba la pizarra y el pergamino que solía entregar a mis alumnos cuando daba una clase tradicional en el recinto de la Universidad.

 

-- Los muggles tienen tendencia a relacionar la brujería con algo malévolo y maléfico, y durante la Edad Oscura muchos de nuestros iguales fueron asesinados durante las persecuciones contra todo aquel que supiera usar la magia. Incluso sus propias poblaciones fueron diezmadas por el mero hecho de sospechar de ello, muchas veces de forma infundada. Por otro lado, muchos magos se creían superiores por saber usar la magia de manera que abusaban de ese poder maltratando a los muggles. La comunidad internacional se vio obligada a intervenir y poco a poco ha ido dando forma a esa ley con multitud de cláusulas hasta llegar a la que hoy conocemos.

 

Respiré un poco porque cuando tomo carrerilla es que ni me paro a tomar aire y me ahogaba.

 

-- En resumen, queda así: cada comunidad mágica se hace responsable de todo suceso mágico que ocurra en su territorio y tendrá que dar explicaciones. ¿Os habéis dado cuenta de lo metódicos que están en el Ministerio con las mascotas de las familias del pueblo? ¿O en impedir que los menores de edad, los 17 años, hagan magia fuera del centro docente? Pues es por eso, como resultado de la aplicación de esta ley. Si alguna de las criaturas se escapa y arma algún estropicio en presencia muggle, o si algún menor fanfarronea con sus poderes delante de algún no-mago, al MM de Londres se le caería el pelo y tendría que dar explicaciones exhaustivas a la Confederación Internacional de Magos. Todo es burocracia, una lata para nosotros los habitantes de Ottery, para los patriarcas y para todo mago en general. Pero merece la pena, todo sea por la seguridad propia y la de todos los habitantes, tanto mágicos como muggles.

 

Se oyeron pasos y varios guardias nos miraron, como extrañados que no habláramos; supongo que el hechizo Muffliatto que había hecho la muchacha era más que potente. Seguro que pensarían en ir al médico porque sentían pitidos o silbidos en los oídos y pensarían en una otitis o en un resfriado.

 

-- En fin, que para evitar toda posibilidad de conocimiento de la magia es por lo que existen los infiltrados. Y aquí contesto a tu pregunta. Los magos llamados... oscuros... o simplemente los magos que tengan ganas de burlarse de los muggles por creerse superiores, pueden intentar sabotear sus estructuras sociales e influir en su política. Por ello, hay miembros de las fuerzas de Aplicación Mágica Ministerial dentro de los puestos de control de los personajes muggles famosos. Tanto de la Reina, como del Primer Ministro o cualquier muggle que pueda implicar una influencia en algún ámbito de su sociedad. Conocí yo una vez a un mago manager de un grupo de Rock que...

 

Mis pensamientos volaron hacia una época en que me movía pegando botes con el Heavy Metal y una sonrisa se expandió de oreja a oreja, recordando el affaire que ocurrió en aquel Auditorio español. Ay... ¡Qué tiempos aquellos! Ahora me había vuelto un poco más responsable. Sólo un poco...

 

-- En fin... -- dije, volviendo al presente. -- McBean es un mago amargado, la verdad. Ya había tratado con él en alguna ocasión y siempre me he librado de sus neuras. Se cree muy importante y no soporta que le hagan quedar en ridícul0 en público. Pero juro que, esta vez, fue sin querer.

 

Mi sonrisa se mantuvo un poco y al final tuve que morderme los labios para no estallar en carcajadas.

 

-- La otra vez, en la Estación de King Cross, fue culpa de una de mis aprendizas de Accidentes, cuando yo era directora de aquel departamento. Tuvo que intervenir porque transportaba polvos decomisados de cuerno de erumpent e hizo estallar un vagón de tren. -- Me puse a reír, ahora sin disimulo. -- Si vieras la cara que puso cuando tuvimos que explicar de una forma razonable a los muggles el descarrilamiento de aquel tren de mercancias... Dije que había piel de plátanos en las vías y que había patinado.

 

Creo que mis carcajadas serían oídas por la misma Reina, de lo hilarante y cómica que había sido aquella anécdota. Si es que si escribiera un libro de lo lerdos que son algunos muggles...

 

Aún tardé un poco en recuperar el equilibrio para seguir la clase. Además, la alumna había hecho unas preguntas interesantes de nuevo. Sobre el patito de hule tenía mucho que decir, aunque no estaba segura de lo que se refería con el aparato que era una cámara y que servía para hablar.

 

-- ¿En serio no sabes para qué sirve el patito de hule? Pero bueno... Si hasta la Reina Isabel II tiene uno...

 

 

 

 

  • En 2001 un tabloide popular británico divulgó que la reina Isabel II tenía un pato de goma en su cuarto de baño que usaba una corona inflable. Al parecer, el pato fue visto por un trabajador que 'repintaba' su cuarto de baño y lo divulgó más adelante al periódico The Sun. La historia disparó sus ventas en el Reino Unido que aumentaron en un 80% durante un corto período, llegando a eclipsar entre los 'gentiles' el recuerdo del patito Pepe de Epi.

 

 

 

 

-- Los patitos de hule, o de goma, tienen un origen desconocido, relacionado con los juguetes sonajeros o mordedores para bebés, pero su uso se ha abierto a muchos ámbitos de la sociedad muggle: desde compañero de juego en la bañera, hasta experimentos científicos sobres las mareas en el Océano Pacífico, carreras deportivas e incluso tienen una religión propia. Y sobre el otro objeto...

 

Me rasqué la cabeza con la mano. Solía hacerlo con la varita cuando me ponía pensativa, pero como McBean me la había confiscado...

 

-- Supongo que te refieres al teléfono móvil, ¿verdad? ¿No es maravilloso? No necesitan lechuzas como nosotros. Han inventado los memorandums y el correo lechucil sin necesidad de pergaminos que se pueden mojar cuando llueve o aves que se pueden herir durante la entrega, además de que lo dejan todo sucio con las heces y los huesecillos de los animalitos que se comen. Nono, los muggles son super ingeniosos. Los móviles les permiten comunicarse prácticamente al instante y hablar entre ellos sin ensuciarse el hombro con cagarrutas ni tener que darle golosinas. Son increíbles estos muggles, me tienen fascinada con su capacidad de inventiva.

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Me maravillé escuchando el amor que tenía la voz de Lucrezia cuando hablaba de su país. Yo no había conocido el mío aunque sí había heredado su acento, algo que sólo podía explicarse por la extraña enfermedad muggle donde alguien hablaba una lengua diferente sin conocerla. Alejé eso de mi mente, porque quería escucharla mejor, sobre todo cuando comenzó a hablar sobre el Estatuto del Secreto. No quería interrumpirla mientras hablaba, pero ahora se me hacía urgente ir por la pobre Sagitas al Palacio.

 

-Oh, no no. Nos apareceremos. Verá, aquí los profesores pueden ir y venir a gusto siempre y cuando sigan siendo profesores de la Universidad. Una pequeña habilidad que se nos ha permitido mantener mientras seamos docentes- esbocé una sonrisa y le indiqué que se acercara a mi para poder salir de allí cuantos antes-. ¿Recuerda lo que ha mencionado sobre el Estatuto? Bueno, recuérdelo porque tendremos que utilizarlo en breve- dije.

 

Esperé a que Lucrezia se acomodara a mi lado, coloqué una mano en su hombro pidiéndole permiso antes de tocarla, pues parecía una de esas personas que podían cortarte un dedo si siquiera intentabas algo indecoroso y, acto seguido, nos desaparecimos. Por supuesto que no podíamos caer dentro del Palacio porque allí estaba prohibida toda clase de magia, de seguro que le habían quitado la varita a Sagitas. Así que nos aparecimos en el baño de un conocido café que estaba a menos de una cuadra del palacio. No era un lugar acogedor pero al menos no estábamos a la vista de los muggles.

 

-Como ya sabrá por lo que me cuenta, las normas que regulan el Estatuto están a flor de piel, sobre todo en centros turísticos como éste- comencé, saliendo del baño para poder tomar la calle principal que nos llevaría al Palacio-. Verá, mi compañera docente ha tenido un incidente hace unas pocas horas y se la acusa de hacer magia frente a muggles- el tono de mi voz había ido bajando a medida que nos mezclábamos entre la multitud-. Ella es profesora de Estudios Muggles así que dudo que lo haya hecho apropósito, pero los guardias del Palacio no creen lo mismo y podrían acusarla de terrorista si no aclaro este asunto- continué.

 

De pronto estábamos en la calle y el estructura inmensa del Palacio de Buckingham se extendía delante de nosotras como un coloso de piedra. Tendríamos que ir hacia la entrada y pedir hablar con McBean, así que apresuré el paso pasando entre las multitudes de personas que sacaban fotos y reían alegremente en aquel extraño y nublado día, donde no había demasiada humedad y uno podía estar a gusto afuera.

 

-Me verás hablar con un hombre que se encarga de la seguridad de la Reina- hice una mueca-. Y tendré que actuar como abogada de mi compañera. Intenta comprender su postura y ver la forma en la que habla. A este señor en particular no le gusta que se pavoneen con varitas. Es un gran defensor de los muggles- comenté, haciendo una mueca que esperaba que ella no viera.

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Cuando Cissy se acercó con la intención de desvanecernos rumbo al Palacio, pude percibir su precioso aroma en el aire. Fue solo un segundo que sirvió para estimular todos mis sentidos. El perfume era sublime y envolvente, dos características que acertaban con la impresión que me causaba su portadora. Posteriormente, ésta colocó su mano en mi hombro con tal respeto que no concebí en el momento que estaba tratando con alguien de Inglaterra. Noté como los finos tacos de mis zapatos se separaban del suelo y supe que la desaparición estaba en curso. Solo duró un segundo.

 

- Eso ha sido, cuanto menos, preci...

 

Frené en seco. Algo no me permitió terminar lo que estaba por opinar, ni emitir palabra alguna y muchos menos volver a unir los labios. Intentando disimular con ahínco aquel gesto de asombro, mi mirada se desplazó de un lado al otro del Palacio. Resultaba imposible no reaccionar de esa manera, no cortar con cualquier dialogo y mantener los ojos puestos con admiración sobre esos tres pisos de maravillosa arquitectura neoclásica. Recién cuando terminé de apreciar en su plenitud aquella fachada pude bajar la mirada hacía la gente, que se acumulaba en pequeños grupos para fotografiar la magnificencia que estaban observando.

 

Una sensación de suficiencia se apoderó de mi cuando noté el impensado acierto que había significado el haber reemplazado en aquella oportunidad mis típicos vestidos renacentistas, opulentos y solo dignos de una dama de mi altura, por una vestimenta similar a la que usaban los muggles ¿Acaso podía ser más inteligente? Evidentemente no era algo posible. No necesitaba ningún tipo de artilugio mágico ni encantamiento alguno para camuflarse. No imaginaba lo que habría significado, en ese entorno y en ese contexto, haberse pavoneado por allí con un vestido de falda en campana cuya última intervención en la cultura de los no magos había sido siglos atrás.

 

- ¿Profesora de Estudios Muggles y encerrada en un calabozo muggle? Bueno, podría tomarse con humor y decirse que solo está haciendo trabajo de campo.- le susurré a la mujer mientras nos escabullíamos entre el gentío, intentando impregnarle algo de humor a su intercambio.- Espero que hayan sido amables con ella, siendo que en otras épocas las cárceles de quienes no poseen magia abundaba la tortura.

 

Aunque hubiera querido extenderme un poco más, percibí como la suavidad quebrantable de mi voz se perdía entre el constante e invasivo murmullo. Sin darme cuenta, casi como un acto guiado por el inconsciente, había tomado de la mano a Cissy mientras nos hacíamos paso rumbo a la estructura de piedra que se erigía frente a nosotras con una majestuosidad que pocas veces había apreciado en Italia, mi tierra natal. Mientras más nos acercábamos, más presión ejercía, aunque evitando con perspicacia el producirle algún tipo de molestia. Podía sentir la cálida sensación de su tacto a través de la fina capa de tela del guante que cubría la piel de mis brazos. La intención era la de no separarnos, pero aquello se sentía, debía admitir, particularmente placentero...

 

- Entonces ¿Qué consecuencias legales tendrá para su colega este altercado?- exclamé, en un intento de evitar los incipientes pensamientos que nacían en mi cabeza- Y por cierto...¿La guardia, con esas "cosas" en la cabeza, está integrada por magos también?-

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Ya estábamos a pocos metros de la entrada principal del Palacio, donde dos guardias se encontraban apostados con aquellos ridículos trajes. No me había percatado de que la mano de mi alumna se había deslizado para tomar la mía hasta que su calidez me invadió y mis mejillas comenzaron a tomar un tono sonrosado. Lo primero que se me vino a la mente es que le había impactado el tamaño de la estructura y la cantidad de gente que había en la plazoleta frente a ella, era lo más lógico. ¿Por qué otro motivo me agarraría de la mano? Quizás ella tampoco se había dado cuenta de aquel gesto. Aunque me causara timidez, no podía describirlo de otra forma, le sostuve la mano que se iba apretando poco a poco entorno a la mía. Vale, sí, quizás se estaba sintiendo intimidada en aquel momento por tanto ruido que había allí afuera, muy diferente al silencio que solía ofrecer el mundo mágico. Seguramente se encontraba cohibida, la forma en la que había guardado silencio al salir a la calle me lo indicaba.

 

-¿Consecuencias...? Oh. Espero que ninguna. Sagitas en realidad no realizó magia apropósito y buscaré afianzar esa idea para que la liberen. Quizás deba pagar alguna multa, pero espero que las locuras de McBean no la lleven al Alto Tribunal por un pequeño altercado con un guardia- hice una mueca de molestia. Nunca me habían gustado esos fanáticos de los muggles y sus cosas, me parecían estrafalarios-. Sí. Los magos integran casi todas las fuerzas muggles: guardia nacional, gendarmería, infantería. Si bien hace años nos moríamos por estar lejos de sus radares, se acordó que la magia era necesaria para mentener algunos asuntos en su lugar, así que el Ministro Muggle y el Ministro Mágico decidieron convenir que sería mejor tener magos entre ellos, aunque la idea no les hiciera gracia. Claro que el Primer Ministro Muggle no es totalmente consciente de cuántos magos, exactamente, están cerca de él.

 

Los guardias nos dejaron pasar sin problemas cuando les mostré mi identificación. Aquellos dos eran magos, podía saberlo porque llevaban sus varitas a un costado, escondidas, aunque yo había podido distinguirlas. Quizás los muggles pensaran que era alguna especie de bastoncillo real o algo por el estilo, pero claramente se trataba de varitas mágicas. Nos dirigimos directamente hacia la oficina de Relaciones Públicas, aunque si uno miraba bien el cartelito decía "Relaciones Públicas Mágicas", lo que indicaba que McBean trabajaba allí, aunque atendía tanto a magos como a muggles. Sólo entonces solté la mano de Lucrezia con delicadeza, sintiendo un leve cosquilleo en mis dedos. Me aclaré la garganta y golpee a la puerta, mientras otros dos guardias apostados en el corredor me miraban de forma inquisitiva.

 

-Pase- dijo una voz en su interior y, colocando una mano en el picaporte, ingresé en la oficina, seguida por Lucrezia. El lugar era una pequeña habitación donde había un escritorio con una silla para el "jefe" y otra para el "invitado", un archivador en una esquina y una puerta sobre el lado derecho que seguramente daba a un pequeño toilette. El hombre levantó la vista al vernos entrar y frunció los labios-. Castalia Macnair, qué agradable sorpresa- dijo, aunque su rostro no acompañó sus palabras para nada, lo que claramente decía que no se alegraba en nada de verme-. ¿Vienes por la bruja que ha hecho magia en público? ¿Por qué no me sorprende que vengas a defender a otro delincuente?

 

Ahora fue mi turno de fruncir los labios.

 

-James McBean, ¿por qué no me sorprende verte más gordo y calvo cada día? Sí, he venido a buscar a la señorita Potter Blue, así que ahórrate tus preguntas y llévame con ella. Oh, ella es mi alumna, Lucrezia Di Médici- hice una gesto hacia la rubia que estaba a un lado de mi y me incliné levemente a su lado, como si intentase protegerla de aquel hombre.

 

De pronto, el hombre sonrió y extendió una mano que yo estreché, devolviéndole la sonrisa. Esperaba que Lucrezia no se asustase por aquello, era una broma interna.

 

-¡Vaya! Una alumna.. hacía mucho que no te veía, Ciss. ¿Qué tal la familia? ¿Sigue Dylan saltándose las clases de Hogwarts?- preguntó y luego soltó una risa que yo acompañé con otra-. Lo siento, señorita Di Médici. Castalia y yo nos conocemos desde hace unos años, somos viejos colegas- estiró una mano para estrechársela y noté el brillo en sus ojos: no se le pasaba desapercibido el porte y la belleza de Lucrezia-. Entonces... ¿has venido por la señorita Potter Blue?- su expresión cambió, aunque no era hostil sino que parecía un poco angustiado.

 

-Sí. ¿Puedes decirme los cargos en concreto?- pregunté.

 

-Bueno. Uno de los guardias la acusa de hacer magia en público y ocasionar que se tropezara en cámara. Ya ves, había gente de las noticias fuera, filmando la llegada de todos los turistas al palacio- hizo una pausa, mientras me veía asimilar la información.

 

-¿Él la vio hacer magia deliberadamente?- pregunté, en tono solemne-. Verás, James, se trata de una profesora de Estudios Muggles así que me cuesta creer que ella haya realizado magia apropósito. Admira a los muggles, los encuentra... interesantes- intenté esconder una mueca de repulsión ante la idea de que esos bichos comunes fueran considerados algo menos que cucarachas, pero no podía demostrar abiertamente mi aversión hacia ellos-. ¿Puedo verla? Necesito escuchar su versión de la historia y luego quiero hablar con el guardia.

 

James McBean aceptó.

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Si me dejaran, sé que hablaría horas y horas de los asuntos muggles, pero sentí el ruido del cambio de Guardia.

 

-- ¡Oh, por los dioses! ¿Tan tarde es ya? Eso es que pronto va a anochecer -- aclaré a mi alumna. -- ¡¡Carcelerooooo!!

 

Golpeé con fuerza los barrotes de la celda para llamar su atención.

 

-- ¿Quiere hacer el favor de llamar a McBean y decirle que no puedo esperar más, que me esperan fuera de aquí.

 

Me volví de nuevo hacia ella.

 

-- Es mi niño, si no le cuento alguna historia antes de dormir, que no se quiere acostar. Sí, lo sé, lo sé, lo mal acostumbro pero... ¿qué más dará? A mí me gusta compartir ese tiempo con él hasta que se duermo. Son tan ricos los niños cuando cierran los ojitos... ¿Tú tienes hijos?

 

Ni a contestar le di tiempo.

 

-- ¡Ehhh! ¿Estás sordo? Dile a McBean que o me deja libre por las buenas o le monto una fiesta del copón en las mazmorras que hasta la Reina va a bajar a bailar la Congaaaaa...

 

Bueno, tal vez no debiera hablar así, de forma irreverente de Su Majestad delante de testigos, pero los de la guardia no me importaban. Sabía que McBean era un refunfuñón pero a la vez muy bueno en su trabajo; desmemorizaría a todos antes de que salieran de allá. Tal vez debiera preocuparme por mi alumna.

 

-- Heeem... Esto... Señorita Malfoy... Yo le apruebo la clase de Estudios Muggles si... digamos... olvida de mencionar este pequeñito incidente sin importancia en el caso de que los directores le pregunten algo...

 

Sonreí. Sonrisa Profident. Seguro que aceptaba o tendría que hacerle un Obliviate a ella también...

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Salimos caminando rumbo a las mazmorras del palacio y comenzamos a escuchar unos gritos a la distancia. Claramente era la voz de Sagitas y parecía desesperada por irse, así que eché una breve carrera sin perder el encanto en mis pasos apresurados y di con ella, apoyada contra los barrotes de una celda, mientras una joven chica a la que reconocía por haber ingresado hacía poco al Mall, se sentaba delante, como si fuera una visita que hubiera ido a tomar el té. McBean hizo una mueca mirando a la joven, seguramente él también encontraba interesante que ella estuviera allí.

 

-Eh, vale, Sagitas, tranquila- dije, alzando mis manos porque veía que parecía desesperada de verdad-. ¿Estás bien? Vaya... No sabía que te tenían encerrada de verdad. Pensé que sólo te habrían detenido...- me llevé una mano a la nuca y luego solté un suspiro-. Ehm... ¿Cabría la posibilidad de soltarla, James? Ya sabes, no es ningún peligro para la sociedad, te lo aseguro.

 

El hombre pareció pensar en mis palabras un momento y luego se acercó al guardia que estaba lejos y le hizo una seña, indicándole que le diera las llaves. Miré de soslayo a Lucrezia mientras esperaba impaciente.

 

-Yo pagaré la fianza, McBean. ¿Hablamos en tu oficina? Esta mujer tiene un hijo pequeño al que debe ir a cuidar y me haré cargo personalmente de ella. Fijemos una audiencia si así lo deseas- dije, con voz firme, mientras le hacía señas a Sagitas para que saliera de la celda.

 

-De acuerdo. Pero si vuelve a infringir las normas, las dos serán arrestadas- me dijo el hombre con voz severa, aunque yo sabía que debajo de aquella manta de autoridad se escondía un viejo amigo que seguramente me diría que podíamos dejar de lado el incidente con Potter Blue.

 

Acto seguido, me dirigí en voz baja hacia Lucrezia.

 

-Creo que te ayudará a aprobar la clase el ir a la audiencia, así que me comunicaré contigo- esbocé una sonrisa-. Estás aprobada si guardas este secreto por mi y prometo ayudarte en tus siguientes estudios. Sólo.. olvida lo de Sagitas.

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