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Libro de la Sangre (#4)


Leah Snegovik
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-Tú siempre tan recatada, Weasley -exclamó con los ojos en blanco mientras Lisa hacía una clara demostración de por qué no la soportaba.

La hoguera acabó por centrarse como era debido y la bruja buscó la forma de enfocarse en otra cosa que no fuera su compañera de clase. El juramento inquebrantable era el mayor de sus problemas y los Uzza lo sabían, no había mayor tortura para un mago que atarlo a ideales diferentes con un juramento de aquél calibre. Pero poco tiempo estuvo pensando en las probabilidades de morir, presa de un arrebato contra Weasley, porque los estudiantes empezaron a aparecer de a uno en el lugar indicado y su atención se vio ofuscada por sus rostros.

A todos los conocía, cosa que no sería una ventaja del todo. En la careta de alumna, que sus compañeros fueran personas conocidas podría resultar agradable pero del otro lado... Su deber moral la inclinaba a ser lo más pedagógica posible y el otro lado, el cínico, la impulsaba a ser mala. Pero la maldad y la bondad eran relativas dependiendo de la cara de la moneda que se mirara, una cosa de perspectiva que entraba en juego en cada aspecto de los poderes que estaban a punto de aprender.

Respondió al saludo de Cissy con una inclinación de cabeza que demostraba respeto, más allá de los papeles que jugaban en ese momento, por su amistad, los cargos que ostentaban en el Concilio de Mercaderes y la fidelidad en el bando. Caso contrario a lo que ocurrió con Jank. Al verlo su expresión de desagrado quedó reflejada en los tonos rojizos de la fogata iluminando su rostro. Felicity, Sagitas, bueno, era suficiente para ella. Intercambió una rápida mirada con Lisa mientras los cuchicheos iban en aumento y acabó mirando a Sagitas, quien había dado un paso al frente.

-No creo que ningún hechizo de los libros sea similar a alguna cosa Muggle, señorita Potter Blue -su tono fue neutral hasta pronunciar a los no mágicos, lo que sonó más como un insulto que un adjetivo, pero volvió a la normalidad en cuanto prosiguió-. La Maldición es precisamente eso, una maldición, no hay que indagar en lo Muggle. Esto pasa las fronteras de los conocimientos que ellos manejan. Para nosotros cobra un sentido diferente, completo, porque somos conocedores de dos tipos de magia diferente: la magia blanca y la magia negra. Esto para un Muggle sería incomprendible e, incluso, imposible. Por lo que dudo que llegaran a usar una terminología ya establecida para definirlo, quizás podrían marcarlo de diabólico cuando en realidad es mucho más profundo que eso. Así que mantengamos las definiciones mágicas sin confundirnos.

Nada de lo que había dicho estaba alejado de la realidad, puesto que los Muggles solían atribuir todo lo desconocido a asuntos diabólicos o malignos y el problema estaba que, con el libro, no importaba cuál fuera el ideal de la persona, esta podría lanzar una Maldición. Y ahí surgía de nuevo lo que pensaba sobre el bien y el mal, ¿si un mago inclinado a la magia buena implementaba una Maldición, se convertiría en un mago oscuro? De nuevo, una cosa se perspectiva. Al menos desde su punto de vista. Sin embargo, la forma en la que pronunciaba la palabra "Muggle" y su normal actitud arrogante delataban que para ella aquellos seres eran inferiores y poco relevantes para su clase, por lo que no fue una sorpresa para nadie que sacara la varita y diera el tema por zanjado.

En la arena, alrededor de la hoguera, aparecieron la cantidad justa de asientos individuales de madera rústica y las llamas se avivaron un poco más, resultando más cálidas y brillantes. Los quería juntos pero no revueltos. Y si algo había aprendido de Lisa, lamentablemente, era que compartían el mismo gusto por el orden. Les indicó con un ademán que tomaran asiento y ella misma avanzó por la arena, sentándose en el que estaba ante ella y cruzando las piernas tan pronto estuvo ahí. Esta vez habló para todos por encima del sonido de las escasas olas chocando en la orilla y el crepitar del fuego.

-Este libro se trata de entrega y sacrificio. No se enfoquen en cómo eliminar los efectos de los hechizos, hechizos que deben aprender bien, piensen mejor en qué están dispuestos a entregar de sí mismos para obtener algo a cambio. Y no sean egoístas, no hablamos solo de conocimientos, hablamos de personas.

Un movimiento de su larga varita de almendro hizo aparecer el libro rojo que le pertenecía, el Libro de la Sangre, frente a ella y el resto de los estudiantes. Lo conocía de memoria y sabía más que bien cómo usarlo, pero la introducción sería la forma de dejar el claro que no iban a sentarse sólo a conversar e irónicamente la temática del libro, en conjunto al paisaje misterioso, daba la impresión de que estaban a punto de contar historias de terror. Acarició el lomo del libro, sin abrirlo y habló nuevamente como la profesora.

-Saquen sus libros pero no lo abran de momento -aguardó pacientemente por un minuto y cuando el siseo de bolsillos, bolsos y otras cosas acabaron, prosiguió-. Cada uno de estos ejemplares posee una daga. Dicha daga podrá ser invocada por el dueño de su libro en cualquier momento, en cualquier lugar. Desde el momento en que adquirieron el libro, la daga es suya y tienen una vinculación poderosa con ustedes. Así que, concéntrense e invoquen a la Daga del Sacrificio.

El libro de la rubia desapareció y en su lugar, invocó a la Daga del Sacrificio como si llamara silenciosamente a un viejo amigo. La hoja plateada de aquella arma poderosa y cargada de historia cortó el aire en cuanto el mango tocó su palma, se miró en ella un momento y entonces alzó las cejas hacia los estudiantes, esperando que demostraran que habían comprendido la parte fácil de aquél libro. Por otro lado, faltaba que Weasley diera cátedra de alguna cosa, ella también estaba ansiosa por escucharla y se notaba en la forma en que ignoraba su presencia olímpicamente.

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Sonreí a Sagitas. A pesar de que ella había hablado bajito sobre su trasero y sus pantorrillas yo sí había escuchado lo que había dicho, mi oído lobuno sensibilizado me dejaba escuchar algunas cosillas a medias, sobre todo cuando la Luna Llena estaba cerca. Me tensé ante la idea, siempre lo hacía cada mes cuando tenía mis dudas de que el antídoto de mi madre hiciera efecto y me permitiera controlar mi transformación. Aún no había encontrado la forma de aplicarlo durante todo el mes, todo el tiempo, el resto de mi vida, pero al menos estaba claro que no me convertiría en un animal sin control durante la luna llena.

 

Escuché primero a mi compañera preguntar y luego a Leah responder. Sí que le tenía asco a los muggles, lo que no me llamaba la atención dado a su extremadamente posición de que los no mágicos eran seres inferiores. Yo no pensaba igual, de todos modos, pero no diría nada en aquel momento porque simplemente ella había sido demasiado catedrática mientras explicaba y no había necesidad de sacar a relucir su pensar y su sentir sobre los muggles.

 

Entonces nos invitó a todos a tomar asiento y sacó su Libro de la Sangre, instándonos a todos a hacer lo mismo. Le obedecí y me quedé mirando la tapa rojo brillante de aquel tomo como hacía cada vez que lo tenía entre mis manos. Un ligero cosquilleo en mis dedos me decían que la magia estaba viva, que esa energía estaba a punto de ser absorbida por mi cuerpo en forma de conocimiento y que, una vez lo tuviera, iba a querer más. Acto seguido, el Libro desapareció de mis manos y fue sustituído por la Daga del Sacrificio. Diferente a la de otros magos, la daga que sostenía entre mis manos no poseía ninguna piedra incrustada. Un mango de madera con runas y una filosa hoja centelleaba con tonos naranjas y dorados cuando la luz de la hoguera le daba.

 

-Al utilizar la Daga, ¿debemos marcar a la otra persona con la misma o no hace falta más que nuestra voluntad de dañarla? Digo, según la Marca de Sangre y el Juramento de Sangre, se debe colocar una marca o cortar a aquellos a quien se desee vincular, ¿ocurre lo mismo cuando se usa La Daga del Sacrificio para dañar o proteger?- pregunté, mirando a ambas profesoras.

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Sé que dentro de la Comunidad Mágica hay brujos y hechiceras que tienen una idea negativa sobre los muggles. No me esperaba, sin embargo, encontrar a una profesora que, tan abiertamente, mostrara el rechazo hacia el motivo de mi asignatura. En su defensa, he de decir que no dijo nada malo sobre ellos. Fue el tono, el color de su aura el que me dio la pista sobre lo que opinaba de los muggles y de mi pregunta. Hice un pequeño mohín pero no añadí nada, por respeto a la docente y porque la profesora había iniciado la clase. Eso no significaba que estuviera de acuerdo; los muggles conocían la magia, aunque fuera como leyendas; muchos creían que existían gente que podía ser maldecida y, fuera de contexto, podría ser que hubiera algún mago de mala leche que usara sus conocimientos para potenciar esas ideas en algunos lugares. Eso entraba dentro de mi área de estudio y de mi área departamental. Aquel no era el lugar ni el momento pero sí, estudiaría aquellas leyendas cuando acabara la clase.

 

Suspiré un poco, sintiéndome insegura ante ella y, por tanto, sin dejar de mirarla fijamente para no perderme nada de lo que decía. Estaba segura que en ello me iría la vida, si no es la clase, tal vez en los duelos posteriores. Me moví inquieta en la silla que había escogido cuando la profesora había puesto las sillas frente a la hoguera. Eran monas, no podía negarlo, pero yo hubiera preferido sentarnos en la arena, con las piernas cruzadas, todo más natural. Aquello parecía algo anómalo, sillas en la playa, sobre la arena... Eso me quitó las ganas de sacarme el calzado, que es lo que estaba deseando hacer desde que había llegado a la playa, pero parecía un gesto poco apto para la clase frente a la fogata, así que sólo miraba a la profesora y me movía inquieta, con el deseo de poner las manos bajo los muslos, sobre la silla, para no demostrar la inquietud que sentía ahora que había empezado la clase.

 

-- Miér...coles... ¿Dónde puse el libro? -- murmuré.

 

Metí las manos en todas partes, intentando no moverme mucho para no destacar entre el grupo que buscaban su propio ejemplar. Después, algo roja (que seguro quedaría disimulado por el fulgor de las llamas de la pira) tuve que levantarme para sacarlo del bolsillo trasero de mi pantalón. El Libro de la Sangre lucía demasiado aterrador en aquel ambiente nocturno. Eso sí, el manto nocturno estrellado no permitieron ver el estado del mismo; cualquiera podría haber pensado que era de segunda mano, ya que en algún momento, varios meses atrás, lo había tirado y abandonado en un rincón para no volver a verlo y había sufrido ciertos percances durante el olvido. Lo abrí y releí las páginas por encima, sintiendo que el sopor volvía a mí como la última vez que lo había intentando leer. Así que disimulé un bostezo y volví a mirar a la profesora, esperando que nadie se hubiera dado cuenta de que me apetecía tumbarme en el suelo y dormitar con el sonido de las olas y el calorcillo de las ramas.

 

Sin embargo, el sueño desapareció de golpe cuando habló de la Daga, algo que yo no quería ni tocar. Ya era mala pata que quisiera hablar de ese poder en primer lugar.

 

-- ¿Cómo que pensemos en qué estamos dispuestos a entregar de nosotros mismos? ¿A qué se refiere con eso de sacrificio?

 

Mi mirada se dirigió de forma inconsciente a las llamas y mi mente se disgregó en una escena de sacrificio en que se quemaba a una víctima humana a los dioses implorando por su benevolencia. Rechacé de inmediato esa posibilidad. No creía posible que los directores de la Universidad (sobre todo, mi primo Elvis) permitieran que uno de los alumnos de cada clase "desapareciera" del lugar sin un motivo justificado. Aunque... nunca podías fiarte de nadie...

 

Busqué las páginas que hablaban sobre la Daga del Sacrificio (a pesar que la profa había dicho que no lo hiciéramos) y pronuncié en mutis una por una las palabras, con mucha atención, intentando entender todo lo que significaba.

 

-- "Este poderoso objeto se utiliza para invocar el ritual de sangre, que conecta dos almas para que compartan dolor y sufrimiento. El usuario puede hacerse con ella cualquier tipo de herida y ésta se producirá de forma simultánea en la persona con la que decida conectarse. Cada uno derramará exactamente la misma cantidad de gotas de sangre y sufrirá el mismo dolor. También puede utilizarse para proteger a alguien, sacrificándose en su lugar. En éste caso, cualquier daño que sufra la persona protegida será hecho en su lugar al portador de la daga, objeto que se moverá por propia voluntad para infringir ella misma los daños que hubiera recibido la persona a la que está conectada."

 

Quedé maravillada-horrorizada por lo que significaba todo aquello. Apreté mi mano derecha sobre el bolsillo delantero del pantalón y toqué el bulto de la daga, sin decidirme a invocarla. Aquel objeto era particularmente peculiar y su uso debería ser cuidadoso. Sin embargo, como si tuviera vida propia, mis dedos notaron su volumen y me di cuenta que había aparecido en mi mano mientras desaparecía el libro. La observé, asombrada por lo fácil que había sido invocarla. Era preciosa, un amor de arma, si se pueden utilizar los dos vocablos para definir a una daga mortal.

 

Pequeña, de hoja blanca de marfil y empuñadura corta de madera de manzano, pulida, sencilla... Me quedé prendada del arma que no había sabido apreciar hasta este momento, la empuñé y casi parecía hecha a medida con mi mano. Pasé un dedo por el filo y me quedé embelesada. El blanco ambarino brillaba ante el calor de las llamas. ¿O tenía calor propio? Me incitaban a usarla. Tuve que parpadear para cesar el hechizo que me producía. Dirigí los ojos lentamente, casi con pereza, hacia la profesora, mientras sentía la pregunta de Cissy. Parpadeé de nuevo para salir del trance que me había provocado y, por fin, pronuncié yo unas palabras.

 

-- Esta daga protegerá a mis amigos y familiares y destruirá a sus enemigos, aunque yo sufra por ello. Nadie hará daño a los míos.

 

Me di cuenta de lo que había dicho y sonreí. Siempre había sido como una loba protectora y aquella arma afirmaba y re-afirmaba el papel de madre-matriarca de los míos. Era una gran sacerdotisa. Pero nunca había afirmado que fuera buena... Buena de bondad, porque sí que era buena en mi oficio...

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Cissi pareció entender a la primera la mirada de la Bansbee. Tal vez era el hecho de coincidir en las ideas del bando. Las dos tenían claras sus víctimas. Ella sonrió y negó ante su pregunta:

 

- No. No sé cuantos somos en esta clase. Pero... Yo ya tengo bastante con los presentes - e insinuó con un gesto de la barbilla el lugar donde estaba Jank.

 

Su tía Cissy parecía estar alegre al ver a su compañera de bando. A la vez, como siempre, malinterpretó de forma jocosa el comentario de Cissy. Estuvo a punto de insinuarle que tenía un michelín pero le pareció que sería una broma demasiado fuerte para ella. seguro que se pasaría toda la noche comparando medidas corporales.

 

- Tía... ¿Es necesario que menciones a los muggles ahora? - Felicity nunca había entendido ese placer por estudiar a esos no-mágicos.

 

La profesora empezó a hablar y guardó silencio, atenta a sus comentarios. Era una compañera de bando y eso le proporcionaba una sensación de seguridad. La banshee se sentó en uno de los asientos individuales que habían aparecido. Sus ojos brillaron, por las llamas o por la pasión de la enseñanza. Felicity estaba maravillada por la daga que había aparecido en lugar del libro de Leah. A su vez, ella misma invocó la Daga del Sacrificio. Su mismo libro desapareció y, en su lugar habìa un puñal hermoso, con una empuñadura en forma de serpiente. Felicity se sintió satisfecha por aquella daga. La voz de su tía sonó muy lejana. Entendía su postura porque conocía su carácter: Una tía amable pero peligrosa cuando se irritaba.

 

- ¿Cómo funciona este hechizo? -preguntó a Leah, apretando fuertemente la daga con su mano izquierda.

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Las preguntas, como era de esperarse, no dejaron de salir a la primera y una sonrisa complacida se dibujó en el rostro de la Atkins, que estaba encontrando aquél método de charla mucho más ameno e interesante que andar buscando algo por los confines de la Tierra. Primero escuchó a Cissy y la respuesta se formuló de inmediato en su cabeza, aunque pospuso el momento mientras escuchaba a Sagitas y posteriormente a Felicity. Las tres parecían tan entusiasmadas por los nuevos conocimientos como ella lo había estado en su momento y eso, más que cualquier otra cosa, la llevaba a comportarse meramente como una educadora y no como la Mortífaga arrogante.

 

-Vamor por partes.

 

Se inclinó hacia delante, sosteniendo la punta de la hoja metálica con el índice de la diestra y el mango con el índice de la zurda, como si no pesara absolutamente nada.

 

-Hace falta mucho más que la voluntad para dañar a alguien. Hechizos como el Maldición están destinados a hacer que el mago afectado se equivoque y no consiga lo que quiere; desde el momento en que le lanzamos el hechizo, que muera o no víctima de un ataque recae más en lo que sea que quisiera lograr, una defensa e incluso una curación, que en nosotros. ¿Me explico? Pero, otros hechizos como dañar o proteger, van cargados de la promesa y sacrificio que mencioné antes.

 

»Lo que acaba de leer Sagitas es una sección del libro que habla sobre la Daga del Sacrificio y la utilización de sus poderes. La daga en sí se utiliza en uno mismo, lo que ustedes podrían considerar contradictorio, pero de ahí es de donde obtiene su nombre. Antes de hablar de la Marca y el Juramiento de Sangre, empecemos por entender por qué hay que crear un vínculo directo entre la daga, nuestro ser y el resto de las personas que se verán afectadas por nuestros hechizos. Felicity, ¿te importaría?

 

Al ponerse en pie, su túnica ondeó a la luz de las llamas como si fuera una especie de espectro en la noche. No obstante, seguía manteniendo la misma sonrisa mientras invitaba a la mujer a ponerse en pie de la misma forma. La idea era, en pocas palabras, probar los hechizos desde el inicio de una forma más dinámica y menos tirana que simplemente indicarles que se atacaran entre sí. Bajó la daga, pegando el frío material a su antebrazo y dejando ambas manos a la vista para que viera que no era ningún truco.

 

-Practicaremos ahora mismo el dañar y el proteger. Lo haré yo primero y luego podrás probarlo tú en mí, ¿de acuerdo? Vale. Immolo ad Protegendum.

 

Su voz sonó alta, clara y perfectamente entendible mientras que su magia era dirigida al cuerpo de la Malfoy, un lazo que sólo ella dos podrían sentir. El color de su daga se matuvo, sólo que reflejó un pequeño brillo que indicaba que había tenido éxito para aquellas que no estuvieran vinculadas.

 

-"Me sacrifico para proteger". En pocas palabras, acabo de vincularme con Felicity para que los daños que ella reciba, se reflejen en mi cuerpo y no en el suyo. Ahora mismo, soy una especie de mártir. En una batalla estaría en completa desventaja si tengo que lidiar con mis daños y los que estaban destinados a ella, pero esa es la gracia: yo la protejo y ella es, durante un tiempo, intocable. ¿Quieres hacerte un corte en algún lado? Aparecerá en mí, no te preocupes.

 

Luego llevó los ojos a Cissy y a Sagitas, mientras esperaba por la Malfoy.

 

-El segundo es todo lo contrario. Deben decir "Immolo Oppugnare", centrando su magia en un objetivo y hacerse daño a sí mismas. Me sacrifico para agredir, eso significa. Así que todo lo que hagan en su propio cuerpo aparecerá en el cuerpo del objetivo que hayan elegido y ambos, llámese agresor y agredido, necesitarán curarse de cada herida provocada o podrían morir. Pueden elegir usarse entre ustedes para practicarlo o hacer algo más, por mí está bien.

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Sonreí a Fee antes de volverme a Leah.

 

-¿Entonces nada más hace falta centrar tu energía en la persona a la que deseas vincularte?- pregunté, mientras Atkins le pedía a Felicity que se pusiera de pie para probar el primero de los hechizos que tenía el Libro de la Sangre. Vaya nombre que le habían puesto y la forma en la que podía utilizarse la magia del sacrificio. Siempre me había parecido que aquello era un poco exagerado. Si había salvado a miembros de mi familia de destinos fatales, pero aquella entrega que significaba la magia del sacrificio me dolía en lo más profundo, quizás porque si la hubiera conocido antes...

 

No dejé que aquellos pensamientos me agobiaran. Era hora de demostrar que era fuerte y capaz, que podía aprender todo aquello y usarlo en mi beneficio, el de mis compañeros de bando y familia. Tomé mi sencilla daga entre mis manos y centré mis energías en Jank, porque me resultaba más que obvio que no iba a utilizar mi magia en agredir a mi amiga Sagitas.

 

-Immolo Oppugnare- dije claro y entendible, para que todos allí pudieran escucharme. Centré mis energías y las dirigía Jank, de modo que él y yo quedamos vinculados ni bien terminé de pronunciar el hechizo.

 

Vale, no lo quería pero no podía hacerle tanto daño como me hubiera gustado y había varios motivos para ello. No sólo estaba el hecho de que aún éramos colegas, sino que además él era alguien especial para un miembro de mi familia y verla sufrir a ella sería sumamente doloroso. Suspiré, mirándolo, antes de tomar la daga y realizar un profundo corte en el interior de mi mano. La sangre manó como un rió, llenó la cuenca y luego comenzó a seguir las líneas de la misma hasta desembocar y gotear por un lado. Jank recibiría el mismo daño.

 

Solté un pequeño gruñido ante el ardor.

 

-¿Así funciona?- pregunté, intentando no apretar los dientes aunque el dolor era muy real.

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-- ¡Hala, bruta! -- exclamé, al ver que Cissy se abría la mano con la daga.

 

Después permanecí en silencio, observando el poder de la magia de aquel hechizo y reflexionando sobre ellos. En un momento, negué con la cabeza; en el siguiente, afirmé y me mordí los labios. Entendía... La Daga del Sacrificio permitía dos tipos de acciones, ataque y defensa, en los dos yo saldría herida. De una manera u otra, yo siempre quedaría herida, en una ocasión, para defender a alguien, por lo que debiera importarme mucho para ponerme yo en su lugar y convertirme en el sacrificio. Por el otro lado, para atacar a alguien, por lo que debería odiar mucho a la otra persona para infringirme daño y disfrutar de mi-su dolor y vengarme a mi costa...

 

Las dos formas eran extremistas. No me veía haciendo lo que acababa de hacer Cissy. Atacar a otro, en este caso a Jank, haciéndose daño, para que ese contrincante recibiera el mismo daño... ¿Qué situación debiera darse para utilizar ese poder a la ligera? Me estremecí y blandí mi pequeño puñal en el aire, sin producirme ninguna herida, sólo para sentir lo liviano que era.

 

-- Profesora... Este Daga del Sacrificio... ¿Llega hasta el final? Es decir, si odiara a alguien lo bastante -- no me imaginaba cómo podría ser eso, pero no se puede decir "de esta agua nunca beberé" -- y me clavara el puñal para producirme la muerte... ¿La otra persona también moriría? ¿O sólo produce heridas más o menos letales, en la misma gravedad que yo me autoinflingiera, pero sin llegar a la muerte? Y me surge otra duda, ¿se puede vincular con otra persona a la vez o has de dejar la vinculación con la anterior antes de tener una nueva "víctima"? Al fin y al cabo, creí leer que se podía usar hasta tres veces seguidas en un mismo duelo, o batalla, o acción, o como se llame...

 

Eso podía ser algo de trampa, sobre todo sabiendo que, al ser Nigromante, yo podría regresar a la vida casi al instante en que mi alma intentara escapar del cuerpo, mientras que la otra persona se perdería de forma irremediable (al menos que fuera cierto que existían esos centros clandestinos de curación, como decían las leyendas urbanas).

 

El caso contrario me parecía muy claro para mí. Sería capaz de admitir cualquier herida, por profunda que fuera, por mis hijos, por mis hermanas, por mis sobrinas, por quien quisiera, excepto por mi marido porque, al fin y al cabo, ya estaba muerto y estaba segura que no había manera de matarlo de nuevo. Así que no me hacía falta imaginar una situación en la que usara ese hechizo para librarles del sufrimiento: cualquiera de ellos en peligro me haría cambiarme en su lugar para sufrir yo e impedirles el daño. En eso siempre había sido muy sacrificada ( muy idi0ta, en realidad, no todos mis familiares se merecían ese sacrificio; algunos miembros de la Potter Black me habían demostrado con el tiempo que no se merecían llevar nuestro ancestral apellido).

 

-- Entiendo la teoría exacta de este hechizo. No me hace falta practicarlo. Sabré como usarlo, llegado el caso.

 

Al menos, yo, no iba a ser quien lanzara un hechizo de vinculación con la daga para herir a nadie y herirme a mí misma. Ahora, si alguien no tenía escrúpulos en probar la suya, era una alumna más, que hicieran lo que quisieran que ya intentaría curarme. Aún se me daba bien hacer Episkeys (o patadas en la espinilla, si estaba lo bastante cerca)

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La mago oscuro escuchó son suma atención cada palabra pronunciada por la alto comandante Leah. Aunque suene masoquista, estaba embelesada con el cáliz que había tomado la clase. Todos, daga en mano, esperaban instrucciones por parte de la profesora mortífaga quien había tomado la batuta y la Malfoy, en especial, sentía la adrenalina a flor de piel como hacía meses que no lo sentía. ¡Qué ganas de salir a dar caza a aquellos malditos fenixianos!

 

Felicity se puso en pie, obediente y, curiosa, se preparó para lo que estaba a punto de acontecer.

 

“Immolo ad Protegendum” resonó en la mente de la Malfoy, cuyos ojos del mismo color del zafiro refulgieron con fiereza ante el vivo fuego de la hoguera sintiendo de n momento a otro una conexión especial con Leah.

 

No tardó en conducir con decisión la daga a la mano derecha, pues era zurda, y provocar un profundo corte que la hubiera hecho sangrar a la milésima de segundo ya que el arma invocada era extremadamente afilada. A pesar de las palabras de Leah al decir que sería ella quien sufriera todos los daños que se ocasionara a sí misma, se preparó para sentir un intenso dolor, pero a los segundos desarrugó la frente, tranquila. No sentía nada, ni siquiera había marca alguna del corte en su mano diestra. Sin embargo, de la de Leah, chorreaba sangre a mansalva.

 

-Impresionante… - susurró. Si se tratara de Lisa, puede que incluso hubiera hecho un corte cerca de la yugular… pero no, en aquella clase debía de mantener la compostura, costa lo que costara, o podría ganarse una expulsión que le negaría obtener aquel maravilloso libro de poderes.

 

Pero lo que más tentó a la orgullosa banshee fue el segundo hechizo, “Inmolo Oppugnare”. No le importaría absolutamente nada hacerse daño a sí misma si Lisa Weasley, su ex hermana, sufría daños. Aunque Cissy se adelantó e hizo lo propio con Jank. La banshee lanzó una risotada que se disipó con el ruido de las chispas de la hoguera; no hubiera esperado menos de su compañera de bando.

 

-¡Vamos tía! No puedes ser tan buena… - “conozco tu pasado oscuro”, quiso añadir, pero aquellas palabras quedaron en su mente – imagínate que alguno de nosotros es alguien a quien detestas mucho, que odias… si te sirve, puedo cambiar de aspecto y adoptar uno parecido de quien tú elijas – sonrió, mostrando una dentadura blanca y perfecta, le encantaba usar las habilidades mágicas que otros no poseían y hacer alarde de ellas. - Si quieres, puedes usar el primer hechizo conmigo, a mi no me importa.

 

Se dirigió a Leah.

 

- ¿Para curarse de las heridas ocasionadas, basta con un spiskey o es necesario aplicarse otro antes del tercer turno? - preguntó con suma atención para anotarlo en el viejo cuaderno que solía llevar encima sobre puntualizaciones propios de los hechizos; en su mayoría, de magia oscura.

 

La mago oscuro no dejaba de notar un continuo cosquilleo en su estómago por las ansias de seguir aprendiendo nuevos hechizos.

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Estuvo muy tentada a soltar la carcajada al ver que Cissy arremetía contra Jank y, por un instante, quiso ir y aprobarla sólo por eso. No se lo había esperado bajo ningún concepto, puesto que ella misma se había olvidado de la presencia del muchacho, pero había sido una grata sorpresa. Había esperado más sangre, sin embargo, había sido demasiado suave con él y ahí ella habría aprovechado para dejar muy clara la utilización del hechizo con un corte un poco más... profundo.

-Justamente así funciona -asintió, mostrándole una sonrisa a su vieja amiga y luego alzó una ceja hacia Sagitas con curiosidad, escuchando su incógnita con atención-. Dependiendo de tu fortaleza, el lugar del ataque puede ser muy letal. Sin embargo, enviar un corte fulminante no es del todo posible. Podrías hacerte un corte grave con el Dañar y, como dices, acercar al otro a la muerte. En caso de que no se cure a tiempo, morirá efectivamente. Por otro lado, el hechizo puede ser utilizado tres veces al igual que el resto de los hechizos de la amplia lista de hechizos. Tres veces se refiere a tres acciones, que es el tiempo que tardas en pronunciarlo, pero la duración de sus efectos es de una acción también...

Un ardor en su mano derecha la hizo apretar la mandíbula con fuerza y pronto el dolor insoportable de la herida abierta se hizo mucho más grave. Llevó los ojos a Felicty y supo que estaba pasando, puesto que había pedido a la mujer que demostrara su vinculación y su propia daga había aparecido sobre la palma, abriendo la piel como lo acababa de hacer ella. Por supuesto, había esperado un corte menos profundo que hiciera correr menos de su sangre por la arena. Pero había sido perfecto. Episkey, pensó sin verse en ningún momento la herida (porque con su cuerpo y las heridas era capaz de desmayarse) y le indicó con un gesto que aguardara un segundo.

-Me explico -retomó la explicación, sacando un pañuelo del bolsillo en su túnica, antes de empezar a limpiar la sangre aún caliente de sus níveos dedos-. La vinculación no es eterna. Una vez que hemos dañado a alguien, inmediatamente después de habernos cortado se rompe el lazo. Lo mismo ocurre con la Protección, proteje al otro por una acción. Entonces: si Cissy se corta con la daga sin pronunciar de nuevo el Immolo Oppugnare, el daño sería un corte para ella sola, nada más. Cúrate eso, Macnair; y mi lazo con Felicity acaba de terminar con este corte. Así que no, no tendrías que esperar más que otro turno (sólo puedes usarlo una vez por turno) para poder usarlo de nuevo en la misma persona, si sigue viva, o en alguien más.

Sólo cuando supo que la herida estuvo realmente cerrada, miró su mano y el pañuelo blanco manchado de escarlata. No había más que una pequeña cicatriz rosácea que delataba que ahí había tenido el daño, marca que se borraría con el paso de los minutos por completo, así que la mostró a Malfoy.

-El daño de la daga se cura con un Episkey por cada utilización. En una batalla, sin embargo, es muy improbable que la daga nos dibuje una quemadura o la mordida de una bestia. El daño que estamos evitando en otra persona aparece sobre nosotros y la curación varía de la cantidad de Episkeys que requiera el hechizo en cuestión.

Una vez respondidas las incógnitas, aunque no todas, se dedicó a doblar el pañuelo sucio con toda la tranquilidad del mundo. Para alguien tan voluble, su calma era extraña y casi no iba de la mano con su actitud de altanería constante, como si la paz fuera curiosamente incompatible con su ser. No obstante, la profesora de duelos hallaba su propia calma con los asuntos bélicos y era evidente que no solo disfrutaba de las prácticas, sino que lo encontraba fascinante.

-immolo Oppugnare -pronunció esta vez, enfocando su magia en Sagitas. Al instante, tomó la daga entre los dedos de su mano izquierda y realizó un corte pequeño, en comparación a lo que Cissy y Felicity hicieron, en el dorso de su mano derecha y en la de Potter Blue-. Yo juro no atacar.

Respetaba la posición de la mujer al no querer probar el hechizo pero la haría partícipe de alguna forma.

-Su tarea es sencilla -inició, sentándose en la silla que le correspondía-. Deben identificar qué hechizo acabo de usar y qué efectos adversos tendría tanto para Sagitas, como para mí, en caso de que rompamos las reglas. Asimismo, y lamento el corte, Potter Blue, deberán probarlo en alguien más; Malfoy, busca a otro objetivo.

La Nigromante curó la herida de su mano aunque no era letal, esperando influir así en sus estudiantes para que hicieran lo mismo cada vez que obtuvieran un corte y esperó. Esperaba más que un simple monólogo por parte de las mujeres. Quizás un pergamino o, tal vez, una demostración explicativa. O algo contra Weasley, que parecía hipnotizada con la hoguera. Lo que que fuera estaría bien para la rubia siempre y cuando cometieran algún error, porque así solventaría todas las dudas que tuvieran.

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Sabía que Leah iba a reírse pero fue Felicity quien lo hizo primero. Ah, el placer de poder vengarme de las tonterías de Jank y de que sabía perfectamente que pertenecía a la Orden del Fénix. El único motivo por el que no me había cortado el cuello es porque sabía que Arya no me lo iba a perdonar. Apreté los dientes e hice lo que Leah me pedía, siempre escuchando atenta sus explicaciones sobre los hechizos. Episkey, pensé, curando rápidamente el corte de mi mano, aunque la sangre había fluído hasta la arena y creado una mancha que ya parecía haberse endurecido, como un rubí del tamaño de una pelota de ping pong. Hasta se veía hermosa aquella marca, con la luz de las llamas resplandeciendo sobre ella.

 

-Vale, una acción y el vínculo se rompe- repetí más para mi misma, como para recordarlo bien antes de proseguir con la clase. Oh, aquello era fácil, debíamos reconocer el hechizo que Leah había utilizado en Sagitas y luego explicar los efectos adversos-. Uhm. "Me sacrifico para agredir", eso es lo que el hechizo significa y quiere decir que lo que te hagas a ti, se lo harás a la persona vinculada. Pero sólo podrás hacerlo una vez. Tendrás que volver a vincularte si quieres seguir infligiendo daño a tu adversario- expliqué-. Claro que puedes hacerte un daño grave, ¿verdad? Y tu adversario puede estar listo para recibirlo y curarse de inmediato, mientras que si estás en desventaja durante un duelo, quizás la herida te cause la muerte simplemente porque un Episkey no sea suficiente.

 

Acerqué de nuevo la daga a mi mano derecha y pronuncié el hechizo de nuevo.

 

-Immolo Oppugnare- sentí cómo mi energía comenzaba a fluir hacia Lisa, que parecía que se había quedado absorta en algo entre las llamas, porque no había vuelto a decir palabra. También sabía que ella podía sentirme a mí ahora, así que me llevé la daga al muslo, donde estaba una de las arterias principales y sonreí con malicia-. No es nada personal, "profesora"- dije, mientras realizaba un profundo y sangrante corte que me desestabilizó.

 

Si Sagitas había pensado que era una bruta por lo de antes, entonces ahora pensaría que estaba completamente loca. De inmediato, el corte se imitó en el muslo de Weasley y solté un pequeño quejido, porque en esta ocasión la sangre comenzó a salir casi a chorros. Vale, era una herida mortal y me moriría si perdía mucha sangre.

 

Epsikey, volví a pensar, sin dejar que pasara mucho tiempo para que no resultara totalmente mortal. Además, no iba a dañar a Sagitas o a Fee y Jank ya había recibido su parte. Por otra parte, podíamos divertirnos con Leah con un largo rato, pero al ver la forma en la que se había curado sin siquiera mirar su mano ensangrentada, había notado que seguramente no le tenía mucho aprecio a la sangre. Lo que no sabía era si lo que le molestaba era ver su sangre derramada o la sangre, en general.

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