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Prueba de Oclumancia #3


Aailyah Sauda
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No estaba segura de si era impresión suya, o cada vez visitaba aquel lugar con más frecuencia. En los últimos meses, había tenido que desplazarse hasta aquella parte de la Universidad hasta en tres ocasiones, si contaban aquella última. Observaba a lo lejos el bosque que rodeaba la Gran Pirámide en la que se encontraba el Portal de las Siete Puertas, el lugar al que deberían llegar si verdaderamente aquellas dos jóvenes brujas que la acompañaban querían probar ante el Portal que eran auténticas merecedoras del Anillo de Oclumancia.

 

Ya falta poco... —pronunció aquellas palabras con suavidad, casi como si no quisiera que la escuchasen.

 

Aunque el camino no sería tan fácil como lo parecía, claro estaba. Tendrían que sortear cuatro obstácul0s para alcanzar la Pirámide, lugar en el que Sauda las esperaría observándolas "atentamente". En primer lugar, deberían cruzar el lago que separaba el lugar donde ellas aguardaban juntas y el bosque que rodeaba la Pirámide. Para ello había varios botes disponibles en la orilla. El problema que deberían afrontar para cruzar por ese medio sería precisamente que Sauda las atacaría mentalmente para intentar que olvidaran que debían cruzar el lago para llegar al lugar que deseaban, por lo que deberían mostrar mucha fortaleza psicológica para llegar al otro lado.

 

Una vez lo consiguieran, el bosque se extendería entre ellas y su objetivo. Deberían internarse en él y caminar hasta una bifurcación en el que deberían escoger caminos distintos. Lo que ellas no sabían era que encontrarían exactamente los mismos retos, pero a Sauda le resultaba atractiva la idea de ver cómo decidían qué camino recorrer cada una teniendo en cuenta que el de la izquierda presentaba coloridas florecillas a los lados del camino, así como una inusual claridad entre las ramas de los árboles que había en su recorrido y el de la derecha presentaba un aspecto mucho más tétrico, tan frondoso que no se veía con claridad lo que había más adelante. Cuando decidieran cuál recorrer cada una, encontrarían un boggar que les saldría al paso, representando así el mayor miedo de cada una de las chicas. Sauda contaba con que podrían deshacerse de aquella criatura sin problemas.

 

A continuación, volverían a reencontrarse un poco más adelante y deberían seguir su camino por un sendero en el que abundaban una especie de flor cuyo aroma embotaba la mente y las haría olvidar qué hacían allí si no lo detenían convenientemente. Por último, cuando superaran aquel tramo del camino, se toparían con un trol de montaña bastante grande, que pondría a pruebas sus capacidades mágicas. Cómo superarlo sería cosa de ellas. El objetivo estaba claro: la Gran Pirámide. Deberían repartir bien sus fuerzas para no llegar agotadas hasta la meta, que realmente no era más que la antesala del auténtico desafío. Sauda se moría de ganas de ver cómo les iba, aunque en su interior sabía que la respuesta de ambas sería buena.

 

Como ambas sabéis, debéis llegar a la sala circular donde se encuentra el Portal de las Siete Puertas, en el interior de la Gran Pirámide que hay en el centro del bosque. Cómo llegaréis hasta allí... es cosa vuestra. Tendréis que superar varios obstáculos por el camino y, cuando lleguéis a la bifurcación que encontraréis en el bosque, os advierto que deberéis tomar un sendero cada una, por separado. El resto podéis hacerlo juntas —le explicó, con voz dulce—. Una vez más, quiero asegurarme de que estáis convencidas de esto. ¿Queréis enfrentaros al Portal, queridas pupilas? Entonces adelante... y proteged vuestras mentes —les preguntó y animó tras recibir respuesta de ambas. Acto seguido, desapareció del lugar dejándolas solas ante el desafío que debían afrontar de ahí en adelante si querían llegar a ser auténticas oclumantes.

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—Estoy lista —repitió, mirando a Sauda con los ojos tranquilos y una ligera sonrisa curvando sus labios—, espero verla pronto, Arcana.

 

En cuanto la anciana desapareció, también lo hizo su sonrisa. Toda la seguridad que tenía se desvaneció al recordar que no sólo tendría que enfrentar una prueba complicada, sino que tendría que hacerlo lejos de su prometida. La miró de reojo y empezó a buscar alguna solución, acabando siempre en lo mismo: debían separarse en un punto antes de volver a reencontrarse. Así de lejos no podría hacer nada para ayudarla, ni siquiera imaginarse lo que estaba pasando porque su mente estaría ocupada y eso la ponía mucho más nerviosa que la misma prueba en sí.

 

—Aún podemos ir juntas hasta el bosque ese. ¿Qué dice, señorita, le gustaría compartir el bote conmigo?

 

Se inclinó para besar la frente de Tau y tomó aire, aspirando su aroma.

 

—Vamos, será rápido si lo hacemos al mismo tiempo —entrelazó los dedos con los de la líder mortífaga y salió junto con ella en busca del lago, uno al que antes había llegado por la misma razón, con una habilidad diferente.

 

 

 

El camino fue silencioso, donde ninguna de las dos compartió ningún comentario con respecto a lo que debían hacer, sólo andaban con las manos bien apretadas entre sí como un soporte bilateral y se movían como una sola, pisando con cuidado el césped bajo sus pies. La orilla estaba llena de pequeños botes, para escoger, pero ambas se dirigieron casi en sincronía a uno donde podían sentarse las dos sin que resultara incómodo. La rubia se detuvo en un momento determinado, sólo para poder darle un beso a la peli-azul en los labios y murmurarle un "Te amo" antes de ayudarla a subir al bote.

 

Tener a Tauro delante la ayudaba a concentrarse, porque la misión dejaba de ser el hecho de convertirse en Oclumante y se transformaba en lo único que sabía hacer bien: protegerla. Algunos minutos se perdieron en su mirada, hasta que por fin, de nuevo en un acuerdo silencioso, las dos tomaron los remos y empezaron a moverse por el lago. Sabía que ese lago sería uno de los retos principales, porque le había perdido la fe desde que Lawan la había lanzado hasta un nido de serpientes marinas nada agradables. Pero omitió el comentario, tratando de ser optimista, dedicándole una sonrisa a la mujer.

 

—Nuestro primer viaje en bote y mira nada más qué pintoresco, ¿no... —tuvo un pequeño lapsus y pestañeó—... te parece?

 

Y esta vez, no pudo disimularlo.

 

¿Qué estaba haciendo ahí?

 

Sus ojos seguían clavados en Tauro, en sus ojos tan azules como su cabello y su expresión, pero no la estaba viendo realmente. Su cabeza estaba centrada directamente en descubrir por qué motivo estaba medida en medio de ese lago, ¿iba a hacer algo en específico? Volvió a pestañear, como si pensar en ello le doliera y fue entonces cuando notó que, en realidad, ella no estaba pensando en nada. Alguien pensaba por ella. Era la misma sensación que había tenido antes con Sauda, cuando había intentado hacerla atacar a Tauro en medio del bosque aquél.

 

Oclumens.

 

La muralla mental se alzó casi al instante, como una firme pared invisible que impediría a la mujer adentrarse a sus pensamientos, modificándolos a su gusto. Estaba en el lago porque debía llegar a la isla, donde deberían internarse en el bosque, terminar de pasar las pruebas y llegar con Sauda, a enfrentarse al portal. Sí. Inhaló profundo, renuente a hacerle algún comentario a su novia por miedo a interrumpir de alguna manera el escudo mental que ella, posiblemente, estaba haciendo para protegerse de lo mismo. Siguió remando, consciente de que se habían detenido de un momento a otro y que ahora lo estaba haciendo sola.

 

Pero todo no terminó ahí. Tuvo que alzar el muro una y otra vez mientras remaba, cada vez sintiendo aquello como una intromisión más directa y no como una confusión total. Sólo sentía que alguien quería entrar y lo frenaba al instante, para que no lograra meterle la idea de que no sabía lo que hacía. Sus brazos se movían a un ritmo pausado y el resto de su cuerpo también, pero tenía la mente ocupada únicamente en no perder el norte. Fue entonces cuando de pronto, sin notarlo, algo las detuvo otra vez dentro del bote y notó que, en realidad, había sido la orilla de la playa. Dejó los remos lentamente y volvió a mirar a su novia, esperando a que algo intentara entrar a su psiquis, pero no fue así.

 

—¿Estás bien? —preguntó en voz baja, por si aún seguía pasando la prueba.

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Para Tauro no era complicado seguir indicaciones. Sin embargo, estaba poniendo toda la atención posible en las palabras de la anciana para no perder detalle de qué era lo que tenían que hacer. Si cometían un error, por más mínimo que fuera, podrían cambiar el curso de la prueba de forma negativa y se negaba a que así fuera. Por otro lado, estaba el hecho de estar con Leah y que aunque ésta parecía estar tranquila, conocía más que bien la postura de su cuerpo como para saber que estaba preocupada.

—Quisiera tomar la prueba, Arcana —dijo tras su novia, asintiendo una vez—, no he cambiado de parecer.

En cuanto Sauda desapareció, comprobó el estado de ánimo de la rubia con la desaparición de esa sonrisa confiada, pero no hizo ningún comentario. Ella también estaba ligeramente ansiosa por el tema de la prueba. Ya en una ocasión le había tocado enfrentarse a Leah en un duelo y no había sido agradable, pero el hecho de que fuera algo más personal e interno como la mente, la hacía dudar un poco en su propia misión. Ya antes había preguntado si podía ayudar a alguien que estaba bajo los efectos de un legilimago pero, ¿podría hacer algo estando ella afectada también?

Sus pensamientos se disiparon tras el comentario de Leah y una sonrisa automática apareció en sus labios, sin poder evitarlo. Ambas tenían una enlace mucho más fuerte que cualquier otro lazo y eran esos momentos, donde ambas intentaban reconfortarse, donde Tauro lo comprobaba. Recibió el beso en silencio y se quedó pegada a ella durante unos segundos, antes de retomar la tarea de moverse hacia el lago.

—Me gustaría tomar ese viaje en bote, señorita —inclinó la cabeza de forma divertida y tomó su mano, aferrándose a ella—, llévame.

Cada pisada las acercaba más al lago y lo sabía, sobre todo por el olor a agua que llegaba a sus fosas nasales. Sus ojos lo divisaban a lo lejos, mientras su mente se debatía en varios puntos que debía tomar a consideración al momento de avanzar hacia la isla. Sería algo difícil a la primera, lo presentía y tenía que recordar el tema de la muralla, mental, alzarla rápidamente y no caer. Sus dedos tamborileaban de forma inconsciente en la mano de Leah, inquietos, sin sentir la presión que esta ejercía debido al nerviosismo.

Era extraño no conversar con ella, pero aún así se las arreglaron para seguir actuando como un solo cuerpo. Debía ser curioso verlas a lo lejos, andando calladas pero con una perfecta sincronía a pesar de sus expresiones de seriedad. Pero cuando iba a hacer un comentario, se dio cuenta de que no solo habían llegado al lago, sino a los botes que debían transportarlas a la isla. Suspiró, recibiendo el beso de su prometida y le respondió el "Te amo" con seguridad, antes de recibir su ayuda y sentarse en la punta del bote.

Tan sólo sentarse, sintió algo extraño en el interior de su cabeza, como si estuviera oscilando en una barrera invisible de control debido al movimiento del agua. Cuando Leah tomó asiento, se estiró hacia sus remos y empezó a moverlos en conjunto, al mismo ritmo, centrando su atención en un punto en blanco en medio del barco. Nada pasaba. Sólo por eso, alzó la mirada hacia su novia para responder a su comentario.

—Pintoresco no es la palabra que yo hubiera elegido, amor —dijo con una sonrisa que pronto flaqueó, al ver la expresión del rostro de la bruja—. ¿Amor?

Fue cuando comprendió que la prueba había empezado. Tan solo notarlo, algo en su mente cambió de pronto y no supo qué demonios hacía en medio de un lago, con esa mujer.

—¿Qué...?

Calló sus palabras, por un repentino azote de realidad y rápidamente pensó en un Oclumens, presa de su propia necesidad de lograr la prueba. El muro mental se alzó de inmediato, protegiendo su cerebro y los recuerdos volvieron a su lugar, mezclándose con el movimiento del bote para crear un ligero mareo nada agradable. Una y otra vez, pasó lo mismo durante los minutos siguientes, donde olvidaba momentáneamente qué era lo que hacía y luego se obligaba a subir el muro, así como a mover los brazos para que la tarea de remar no recayera únicamente en Leah.

Era complicado, pero no imposible. Sentía el cansancio alcanzarla de a poco y aún así siguió esforzándose, tratando con todas sus fuerzas de no cometer ningún error. Poco a poco la intromisión se hacía menos directa y cuando menos lo esperaba, desapareció, como si hubieran pasado el primer tramo a la perfección. Sólo que ella estaba aún algo afectada y no fue sino hasta que escuchó las palabras de la mujer que recordó que no estaba sola, volviendo a enfocar el pequeño bote y poco a poco la figura de su novia.

—Estoy bien, sí. Ha sido fuerte, ¿no te parece? —sacudió la cabeza, como si quisiera olvidarlo y se puso en pie, estirando la mano hacia Leah para que la siguiera—. Bajemos.

En la isla había un fuerte sol que brillaba en cada rincón, como si iluminara a las dos aprendices a oclumante y la arena, con los zapatos protegiendo sus pies, se sentía cálida. Había un solo camino, de momento, para ir hacia el bosque, pero apretó un poco más la mano de Leah cuando recordó que debían separarse pronto.

—Vayamos lento, por si hay alguna trampa —sugirió.

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—Sí, creo que nos está dando con todo sólo porque sí —ladeó la cabeza, consiguiendo un ligero crujido y suspiró—. Estoy ansiosa porque este dolor de cabeza se vaya definitivamente.

 

Volvió a tomar la mano de su novia sin pensarlo dos veces, abandonando el bote de un salto y cayendo en la cálida arena con suavidad, con los ojos puestos en el bosque. Ahí dentro tendrían que separarse. Se pegó un poco más a su novia en cuanto cayó en cuenta, asintiendo ligeramente ante la propuesta que presentaba. ¿No podía dejarlas cruzar toda la prueba juntas? El primer paso lo dio Tauro y tuvo que hacer un gran esfuerzo por no detenerla, ya que se había arrepentido de sólo pensar que no iba a estar ahí para cuidarla.

 

No obstante, logró mantenerse tranquila por lo que quedaba de arena. Dentro del bosque, los árboles frondosos adornaban su camino y dejaban respirar incluso mejor a sus pulmones, como si estuvieran exhalando todo el oxígeno que ella y su cerebro necesitaban en ese momento. La bifurcación no estaba muy lejos de donde habían empezado a andar y cuando ambas la divisaron, hubo un extraño silencio mucho más pesado que el que habían estado manejando hasta entonces. Las pupilas de la Ivashkov pasaron primero en el camino de la izquierda, donde habían luces y plantas de colores, y luego hacia el camino de la derecha, donde todo era oscuro y mucho menos agradable que el primero.

 

Cuando se detuvieron, ninguna de soltó al instante, sino que parecían dispuestas a invertir todo el tiempo necesario para seleccionar un camino e internarse en el correcto. Y ella sabía muy bien en lo que estaba pensando Tauro, por lo que decidió robarle la idea al instante. Presionó los labios contra su mejilla y después de guiñarle un ojo, renuente a dar un discurso de despedida porque se encontrarían en cuanto pasaran el segundo tramo hacia la pirámide, se adentró en el camino oscuro y tétrico de la derecha, sacando la varita como un reflejo automático a lo desconocido.

 

El sol parecía haberse apagado ahí dentro. Las hojas de los árboles y sus largas ramas parecían unirse como un pesado nido de algún arácnido fantástico hecho de madera, cerrando el paso de la luz y el aire que había estado apreciando en un principio. Y por supuesto, más que asustada parecía maravillada. Aquello era una expresión de cólera en la misma naturaleza y le encantaba. Pero pronto algo se interpuso en su camino y perdió la sonrisa, un poco del color que portaba orgullosa en las mejillas y la seguridad de quien sabe que todo va a salir bien; una cómoda de cuatro cajones, blanca como para que la viera incluso en la penumbra, se sacudía ligeramente cada cierto tiempo mientras que una de las gavetas amenazaba con abrirse una y otra vez.

 

Un Boggart.

 

Se quedó mirando cada sacudida como hipnotizada, apretando la varita entre los dedos, contrariada. No tenía miedo a un Boggart, sino a lo que pudiera ver en él en un principio. Era una persona que se caracterizaba por conocer tanto sus debilidades que las evitaba constantemente, casi olvidando que existían. Pero, ¿estaba lista para saber cuál era el peor de sus miedos? Tragó saliva, lanzando un pequeño insulto inofensivo a Sauda con el muro mental alzado, para que no se enterara, y se aproximó a la cómoda. Conforme se acercaba, los movimientos eran más y más violentos, se notaba que la criatura la sentía a ella también. Y sin más, abrió el cajón.

 

La potencia de la magia la mandó hacia atrás unos cuantos pasos, los que tuvo que maniobrar con manos y pies para no caer presa del viento que había salido de la gaveta. No había nada flotando, ni al frente, sino más bien abajo, ante sus pies. Como si alguien hubiera succionado la vitalidad que movía su cuerpo, el color de su piel bajó hasta darle un parecido bastante grande con una hoja de pergamino, acompañando los temblores que pronto sacudieron su cuerpo tanto o más que la cómoda segundos atrás. A sus pies, tendida en una posición anómala, Tauro miraba al infinito con la expresión de horror aún plantada en su rostro. Sangre, aquí, allá, por todos lados.

 

—No, no, no, no —murmuró, ya sin demasiado equilibrio, al tiempo en que sus extremidades fallaban y la hacían descender el nivel hasta quedar sentada en la tierra.

 

Sus ojos reflejaban el pánico que estaba sintiendo, aún cuando algo muy en el fondo de su cabeza le recordaba de forma constante que todo era una jugarreta del Boggart. Pero, ¿por qué tenía que ser tan real? No podía dejar de mirarla, ni pensar en nada más que el terror que le provocaba haberla perdido. ¿La había perdido? Cerró los ojos con fuerza, aspirando por la nariz todo el oxígeno que le faltaba y soltando el dióxido de carbono como un bufido desesperado, antes de abrir los ojos. No, no la había perdido. Ella estaba bien, en el otro camino, esperando para encontrarse con ella. Buscó a tientas la varita en la maleza, ya que se le había perdido en la caída y cuando sintió la madera de almendro vibrando bajo las yemas, apuntó al Boggart.

 

Riddikulus.

 

El efecto fue inmediato en la criatura y pronto, lo que era horrible, pasó a ser la cosa más risible de la vida. Ya no era Tauro llena de sangre, sino un Micropuff de gran tamaño luchando por comerse lo que parecía mermelada de frambuesa. Y eso hizo que recordara la broma que la misma Tauro había hecho en la clase del libro del Caos, sacándole una risita que poco a poco empezó a convertirse en una carcajada. Repitió el hechizo una y otra vez, riendo del resultado, hasta que el Boggart se espantó y desapareció, dejando atrás la cómoda y a la Ivashkov. El recuerdo de su novia volvió cuando paró de reír y evitó darle demasiadas vueltas, avanzando a paso veloz por el bosque. Tardó mucho menos de lo que hubiera tardado caminando y llegó agitada al otro lado, donde aún no había nadie.

 

—Vamos, princesa, llega —dijo en voz baja, atreviéndose a mirar hacia el otro camino—. Llega y dime que estás bien.

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—¡Oiga!

Habían caminado en completo silencio hasta la bifurcación, donde los caminos eran tan diferentes que casi podría haberle dado un premio a la Arcana por la imaginación. El de la izquierda era todo colores, muy a lo película infantil, mientras que el otro parecía sacado de la Fortaleza Oscura, con un toque bizarro un poco más notorio. Pensó que era necesario ir, pues, por el de la derecha, dejando así que Leah se entretuviera con los colores brillantes y las ardillas que posiblemente estaban correteando por los árboles en busca de bellotas para la cena.

Pero como siempre, una mente entrenada para adelantarse a los demás en batalla, fue Leah quien se lanzó al camino más feo después de darle un beso en la mejilla. Infló las mejillas como un infante al verla guiñar el ojo y se dirigió al otro camino, refunfuñando algo sobre las elecciones personales. Y en definitva, adentro lo que faltaban eran los animalitos del bosque reunidos para hacer un día de campo. Rodó los ojos, pensando que tal vez tuvo que haber corrido para pasarla antes de que entrara y quizás no tendría que preocuparse por lo que estuviera pasando del otro lado, porque si ahí era tan bonito del otro lado no debía ser nada hermoso.

De pronto, cuando meditaba en las posibilidades de hacer eso de correr pero hacia la salida, para no tener que perder una vida entera en caminar sola por el sendero, algo inusual que realmente no esperaba apareció ante sus ojos. ¿Eso en medio del bosque era un armario? Pestañeó, confundida y estudió sus alrededores por si se había perdido algo con todo el asunto de las trampas de Leah. No habían más muebles en ningún otro lado, sólo ese armario puesto en medio del camino recibiendo los rayos de luz en su brillante estructura caoba. Al acercarse, sacando la varita por si las dudas, algo se movió en el interior y sus alarmas se encendieron.

Había algo dentro y sabía muy bien lo que era. No era muy difícil adivinar cuándo se trataba de un Boggart y cuando se trataba de otra criatura. Ningún animal, mágico o no, habría aguantado tanto tiempo dentro de un armario a oscuras a la espera de que algo pasara, debía ser un Boggart sí o sí. Y por primera vez desde que habían empezado, se preocupó de verdad. No tenía ganas de saber cuál era su mayor miedo, no tenía ganas de que se repitiera otra vez... ¿Por qué entre todas las cosas tenía que ser eso? Dio un paso atrás y apretó los dientes, dándose cuenta de que podría estar tomando una decisión que no quería. Después de meditarlo durante un segundo, retomó el camino hacia adelante y se plantó delante del armario, que ya se movía con violencia debido a la cercanía.

Con el ceño fruncido, al igual que los labios, estiró los dedos hasta tocar el pequeño pomo de bronce del armario y tan pronto lo hizo, el armario salió despedido hacia atrás, dejando delante de ella una estela negra con dos franjas más oscuras claramente visibles. Palideció. Como si supiera que ya estaba asustada, las dos líneas se separaron mostrando un par de ojos rojos que provocaron una serie de espasmos en la líder mortífaga, que había olvidado casi de inmediato que estaba en una prueba y que nada era real. Cada vez que se asustaba, insconscientemente, empezaba a frotar la palma de la mano en su pantalón, para secar el sudor que llenaba su piel.

Los ojos la observaban, llenos de odio, como si no hubiera nada que despreciara más en el mundo y ella se seguía estremeciendo. Poco a poco, notando la desesperación de la mujer, el Boggart —cosa que ella había dejado de lado de momento, pensando que eran de verdad los ojos de aquél demonio— empezó a acercarse, haciendo los ojos más grandes cada vez y ella, como una niña pequeña, empezó a retroceder. Hasta que, como si fuera un reclamo mudo del núcleo, su varita soltó una serie de chispas azules que llamaron su atención. Era sólo un Boggart, no era nada real.

—¡Riddikulus! —escupió, apuntando hacia los ojos rojos.

Las dos esferas dejaron de tener pupilas, pasando a ser lisas y brillantes, globos llenos de helio que pronto perdieron el cordón y empezaron a flotar por el pequeño escenario negro que había servido de fondo para la tétrica mirada del demonio. Dos veces más, repitió el hechizo con un tono de victoria y pronto el Boggart se alejó, flotando hacia algún destino desconocido y dejando el armario vacío, listo para su uso. Pero ella no se quedó a mirar si aparecía algo más, salió al trote hacia la salida, sudando frío aún y cuando estaba apunto de llegar, Leah se atravesó en el camino y chocó contra ella.

Fue lo mejor que pudo haberle pasado a las dos, parecía, porque Leah estaba tan pálida que pensó que quizás necesitaba un poco de chocolate para subir los niveles de azúcar en su organismo. La abrazó fuerte, al igual que ella en respuesta y se quedó allí, sintiendo cómo los brazos de la rubia se cerraban más de lo normal a su alrededor y se preguntó qué era lo que había visto ella en su Boggart. ¿Un acantilado? ¿Sangre? Su novia tenía más fobias que ella y era más sensible de lo que mostraba al mundo, pero juntas todo estaba bien. Fue ella ahora quien buscó sus labios, dándole un beso corto para que se calmara.

—Falta poco, mi amor, sólo un poco más y llegaremos a la última prueba.

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Cuando chocó contra su cuerpo, no se movió ni un centímetro, sino que casi la levantó del suelo en el abrazo más enorme que le había dado desde aquella vez que habían despertado del coma en el Laboratorio de Análisis e Investigaciones Clandestinas hacía meses. Ella también estaba cansada y por lo visto, afectada por lo que sea que hubiera visto en su Boggart, pero ella tenía razones mayores para no querer soltarla nunca más. Hundió el rostro en su hombro para poder sentir cada tramo de su piel y se quejó ligeramente cuando la sintió moverse entre sus brazos, hasta que un beso calló sus ansias y ella tuvo que respirar un poco.

 

—Sé que queda poco, es que... Lo siento, fue horrible nada más —tomó aire y asintió—. Sigamos, ¿qué más podría pasar?

 

Quizás, había sido demasiado pronto para juzgar la inventiva de la anciana.

 

Pronto un aroma extraño llegó a su nariz y frunció el ceño en respuesta, como si no le gustara. Y es que no lo hacía. Era extremadamente dulzón, lo bastante como para que su cabeza empezara a doler como reflejo inmediato a su olor. Alzó la mano libre, puesto que tenía a Tauro tomada de la mano desde que habían salido de la bifurcación, para tapar sus fosas nasales y no tener que respirar más de aquella cosa. Pero a medida que los segundos pasaban, ya el problema no era el olor y sino la confusión que la tenía embobada. Se sentía como tener un hechizo encima, uno desorientador.

 

¿A dónde tenía que ir? De no ser porque el sendero seguía directamente hacia el mismo sitio, se habría regresado perdida de una forma penosa. En la misma confusión, perdió el sentido de lo que estaba haciendo y dejó caer su mano, haciendo que al respirar tragara más de aquella sustancia extraña que llenaba el aire. Dejó de ver bien, ya no caminaba como era debido y una vez más no era consciente de la presencia de su novia, que estaba tan mal por el tema del olor ese. No tenía idea de a dónde debía ir ni dónde debía llegar, en realidad, hasta que chocó con una raíz tan alta que tropezó y cerebro, tal vez, se reacomodó.

 

—Amor, corre.

 

Sacudió a Tau, que parecía haberse dado cuenta de lo mismo que ella al tiempo y empezó a correr, sosteniendo su mano para que no se quedara atrás. Paso a paso, sentía el efecto químico que provocaban las flores al olerlas y aún así, se obligó a correr junto a su novia debido a una enorme fuerza de voluntad. Nada iba a hacer que se quedara atrás y mucho menos algo en el aire, por favor, había luchado con cosas peores a lo largo de su vida. La salida no estaba muy lejos del lugar en donde empezaron a arderle los pulmones y tan sólo poner un pie fuera, notó cómo un mazo gigante de la madera más burda salió de la nada para golpearlas y empujó a Tauro a un lado, recibiendo el golpe en todo el estómago.

 

Salió despedida hacia atrás ahora sí con ganas, dando un par de vueltas sobre sí misma antes de poder hacer el más mínimo movimiento. Todo el aire se había escapado por su boca, ahora con un ligero manchón de sangre, así como sus huesos le habían reclamado por la brusquedad de la caída, pero estaba "bien" Pensó en un Curación para cerrar las heridas internas que podía tener y sintió un alivio inmediato que no pudo disfrutar, ya que el Troll de la montaña se lanzó contra su prometida y ella atacó al instante, sintiendo muy poco amor por la naturaleza en ese momento.

 

Celerus Fuego Maldito.

 

Tres llamaradas en forma de Esfinge salieron de la punta de su varita, cayendo una en el mazo, que se volvió añicos, una en la espalda y otra en las grandes piernas de la bestia enfurecida. Como anodado por la repentina pérdida de su arma, casi no notó los daños que la Ángel Caído había hecho en su gruesa piel pese a que esta estaba desgarrada y aún ardiente en algunos sectores: asqueroso.

 

Levicorpus.

 

Lo levantó por un pie, dejándolo a un escaso metro del suelo no sin darle un buen golpe en la cabeza que lo atolondró y después, pensó en un Confundus, para despistarlo aún más.

 

—Mátalo —pidió a su novia, limpiando la sangre que caía por su barbilla, aún le dolían los músculos y gran parte de su interior.

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-Luego me cuentas, no pienses más en eso.

Acarició el rostro de Leah y volvió a hacerse con su mano, para ir juntas por lo que quedaba de camino. Tenía entendido que no era tanto lo que les quedaba por recorrer, tomando en cuenta lo que había tenido que pasar camino a la pirámide en otra ocasión, pero aún así sentía que el camino era infinito ante sus ojos. Tenía ligeros espasmos aún al recordar los ojos del demonio, lo único que recordaba de algún momento de su vida, y cada vez que sucedía se pegaba más a su novia, que parecía enfocada en cubrir su nariz de algo que no le gustaba. Se estiró para ver si batallaba con un insecto y luego notó que no quería respirar el aire, por lo que aspiró bien para ver qué pasaba.

En un principio, no percibió el olor que tanto molestaba a Leah, pero de pronto su cabeza se sacudió como si la hubieran metido a una centrífuga, por lo que tuvo que hacer un esfuerzo inhumano en seguir andando al mismo paso que ella. Como un perfume extremadamente dulce, se metió por su nariz e inundaba su mente de ideas extrañas, haciendo que dejara de prestar atención a lo que la rodeaba y prácticamente quedara en un limbo sin sentido. Tal vez muy tarde, subió la mano para taparse la nariz y boca pero al hacerlo, olvidó qué era lo que quería hacer.

No tenía consciencia de lo que estaba haciendo, lo que debía hacer o dónde estaba, sólo avanzaba debido a que no había a dónde más ir y alguien, a quien no veía por su propia confusión, la llevaba de la mano. Cuando Leah se tropezó, sus manos se soltaron y en ese momento fue consciente de que algo estaba mal. Como un reclamo de lo más interno de su mente ante haber perdido el agarre con su amada, se giró para mirarla y recobró, por un segundo, la consciencia. Una vez más, subió la mano y esta vez tapó muy bien sus vías respiratorias, asintiendo cuando Leah le dijo que corriera.

Ésta vez no se puso frenos como cuando había trotado por la bifurcación, sino que usó toda la velocidad que normalmente evitaba en su día a día. Cada zancada las alejaba de aquél lugar hechizado y sus flores, las que vio casi por accidente, que eran las que despedían esa fragancia extravagante. Y lamentablemente, el sendero no era tan corto como había esperado. La nariz le dolía por apretar y los pulmones se movían agitados dentro de su pecho debido a la escasa cantidad de aire que estaban recibiendo cuando vio la salida, ahí donde ya se podía ver mejor la pirámide. Se atrevió a inhalar una vez, porque ya estaba empezando a marearse, y cuando iba a relajar un poco la carrera, notó cómo un Troll salía de la mano con el mazo más grande que hubiera visto nunca.

Leah la empujó a un lado y con dolor, escuchó el sonido del impacto entre la piel y la madera, mientras chocaba con un árbol haciéndose un par de razguños y pegándose en la cabeza, como si no fuera suficiente todo lo que había pasado. Fue por eso mismo que no notó cómo el Troll se iba hacia ella, buscando matarla de un par de golpes, sino Leah, la que estaba ahora al otro lado de un campo abierto. Las llamaradas no impactaron en ella a pesar de la criatura de la que habían adoptado su forma, pero tuvo que apartarse en cuanto los restos del mazo empezaron a caer y sacar la varita otra vez. Cuando escuchó la petición de Leah, la miró limpiar su sangre y se alertó, sintiendo un odio descomunal por la bestia.

-¡Fuego Maldito!

Tres llamaradas, éstas en forma de Thestral, golpearon al Troll una vez más. Las quemaduras de Leah eran graves y él obviamente no podía curarse, así que no fue ninguna sorpresa que el impacto abriera aún más su piel haciendo grandes boquetes sangrantes y dolorosos que lo hicieron aullar.

-Avada Kedavra.

Esperaba, de todo corazón, que Sauda entendiera que lo que habían hecho era por defensa personal, porque cuando el rayo esmeralda golpeó en el pecho del Troll quitándole la vida, fue un acto de bondad por parte de la líder mortífaga. Había pensado en rebanarlo con un pequeño cuchillo de queso, pero quizás eso habría enfurecido aún más a la anciana, si es que le importaba un Troll. Nadie cambiaría ni sus ideales ni los hechizos que conocían, ni tenían por qué ser algo digno de juzgar, pero más allá de eso estaba su novia y su bienestar, razón por la que corrió hacia Leah en lo que pensaba un Curación para ayudarla.

-Amor, ¿estás bien? -se arrodilló a su lado, revisándola y encontró un montón de moretones, la ruptura de la tela ahí donde el Troll le había pegado con el mazo y un montón de sangre regada por aquí y por allá, que si había salido de su boca se debía a algún desprendimiento interno-. A veces te pasas con tu instinto protector, ¿sabes? Podría haberte matado con ese golpe y aún así tienes cara de que hiciste lo correcto. Ven -limpió bien su boca con un pañuelo que sacó de su túnica y luego la abrazó-. Esa mujer tiene demasiadas ideas macabras para la edad que tiene.
Editado por Taurogirl Crouchs

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No tuvo mucho tiempo para ver los ataques de Tauro y la forma en que se deshacía del Troll, porque el dolor en su estómago era más grande que otra cosa. Había logrado sentarse, para no estar tendida como un fardo y preocupar más a la peli-azul, que le había lanzado una mirada de cuidado desde el otro extremo del campo, pero aquello había sido un error. En esa posición, el dolor se intensificaba como si algo se hubiera salido de su lugar y las ganas de escupir sangre se hacían cada vez más frecuentes, por lo que tenía un pequeño desastre ahí. Pronto el olor a piel quemada inundó su nariz y tuvo que reprimir las ganas de vomitar, ya que los Troll no olían nada bien y quemados, mucho menos. Pero pronto su novia estuvo delante de ella, reprendiéndola, además de curando sus heridas. Respiró.

 

—Todavía lo estuviera triturando si te hubiera hecho esto a ti —aceptó en voz baja, quedándose ahí junto a ella, sin moverse.

 

La pirámide estaba justo detrás, imponente y sabía que Sauda las observaba desde lo más alto, ahí donde estaba la sala de los 7 portales, pero no se movió. Estaba cansada, adolorida y bastaba decir que estaba harta de todas las pruebas. Que aún le faltara una era demasiado pedir para un demonio. Sólo necesitaba un minuto, a Tau y nada más. Cerró los ojos, para permitirse aspirar el olor de su prometida y sentir el peso del anillo de compromiso en el dedo como un respiro para todas las cosas que tenían que pasar día a día, fuera por el bando o por la necesidad de adquirir nuevos conocimientos.

 

Cinco minutos pasaron demasiado rápido y tuvieron que separarse, por comodidad más que por otra cosa. Movió la varita sin darle mucha importancia a la floritura, invocando un par de cuencos elegantes y murmuró un Aguamenti, para que el hechizo los llenara. Se bebió toda el agua de un sólo tirón, sintiendo cómo hidratarse le hacía bien. Había corrido, sufrido abusos mentales, estado bajo el sol y había sido brutalmente golpeada por el mazo de un Troll de la montaña, definitivamente necesitaba agua en su organismo. Pero después de un rato más, decidió que era suficiente. Por algún motivo, Tauro no había hecho o dicho nada para apurarla, parecía más una sanadora que otra participante de la prueba.

 

—Este anillo valdrá la pena —comentó, mirando los hermosos ojos azules de la mujer—. Gracias por curarme, amor. Estoy bien, vamos a subir y a terminar con esto de una vez.

 

Con algo de ayuda, un par de maldiciones y una que otra risa nerviosa ante la mirada de la líder mortífaga, se puso en pie y juntas avanzaron hacia la pirámide. Descubrió que en movimiento no le dolía tanto el cuerpo y que no le impedía hacer las actividades físicas más básicas, como caminar o subir las escaleras, pero prefirió no hacerle ningún comentario a su novia o posiblemente no se lo iba a tomar bien. Juntas ascendieron tramo a tramo y llegaron a las salas de los portales, donde esperaba la Arcana. Ahí, se le quedó mirando con curiosidad, preguntándose cómo habría sido la mujer en sus años de juventud. Sin cuidado, se inclinó ante ella con respecto.

 

—Hola de nuevo, Arcana. Estamos listas para enfrentar la prueba del portal —alzó la barbilla, expectante, mientras esperaba.

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-Más vale que sí valga la pena bromeó, con una sonrisa real al ver la cara de su novia.

Mientras más tiempo estuvieron ahí sentadas, sin hacer nada más que mirarse, sentirse o descansar, más tranquila se sentía. Las dos eran guerreras y estaban acostumbradas a cosas peores, como batallas contra otros magos que tenían la misma malicia que ellas e incluso otras cosas que pertenecían a sus razas, pero al momento de que alguna sufriera una herida, la cosa cambiaba. Leah era sensible a cualquier cosa que le pasara a ella y ella se sentía desesperada de no poder hacer mucho más de lo que ya había hecho al curarla.

Sólo que con el paso de los minutos, la cosa cambió al punto de que la rubia incluso sonreía y supo que había hecho lo correcto al curarla, o quizás todo habría salido mal. La ayudó a levantar sin dificultad, porque ella sólo tenía un par de cortes en los brazos y quizás un moretón, pero nada grave. Leah no le pesaba y tampoco lo hizo cuando cargó con todo su peso en un momento dado, aunque hubiera preferido llevarla hasta la pirámide también. Por supuesto, ella no lo permitió, empezó a moverse con tanta soltura que podía decirse que acababan de tener un día de campo y no un descanso bien merecido para heridas internas.

Lanzó una mirada atrás, con el desprecio aún dibujado en su expresión y miró hacia habían dejado al Troll, que ya no estaba colgado por un pie sino que había desaparecido. ¿Habría sido sólo para la prueba? Esperaba que sí. No porque le doliera o le afectara mucho su muerte, sino porque no quería meterse en problemas con Sauda. Pero si ella había dicho que era cosa de ellas, era bajo cualquier consecuencia y ella había actuado por instinto, nada más. Sus ojos regresaron al frente y hallaron la enorme estructura de la pirámide, a la que debían subir.

Poco a poco, presionando a Leah para que no le entraran las ansias, subieron hasta la sala de los 7 portales y dieron con la anciana. Una sonrisa cruzó por los labios de Tauro sin que pudiera evitarlo. La mujer le agradaba y había sido una buena maestra en todo el transcurso de la clase, mostrándose comprensiva incluso con la relación que le habían ocultado en un principio. Verla ahí sería la última vez que la verían en mucho tiempo y cuando Leah se inclinó, ella también lo hizo sin haberlo planeado, sólo porque le tenía un respeto enorme a la mujer y lo seguiría manteniendo durante los años siguientes.

-Ha sido un honor cursar su clase y su prueba, Arcana Sauda. Estamos listas para cruzar el portal y enfrentar la prueba final

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Había aparecido directamente en la Gran Pirámide, donde solía esperar a sus alumnos antes de que estos enfrentaran su Prueba ante el Portal. Le gustaba seguirles desde allí viendo cómo superaban las pruebas impuestas, y debía reconocer que el entendimiento y compenetración existente entre Leah y Tauro no dejaba de sorprenderla. Había tanto amor en ellas... y sin embargo, la forma en que habían derrotado al trol la había disgustado bastante, aunque afortunadamente aquella criatura no era un trol real a pesar de que lo parecía: jamás habría permitido que nadie arrebatara una vida en su presencia, aunque ésta solo fuera mental.

 

Pero eso las jóvenes brujas no lo sabían, por lo que dejó que un gesto serio y casi iracundo se reflejara en su piel oscura cuando las vio llegar.

 

Estáis listas, ajam... eso lo decidiré yo, y francamente no estoy contenta con vuestra reacción con ese pobre trol. Suerte para vosotras que no era una criatura viva real —masculló con tono severo, aunque no tanto como le hubiera gustado emplear. Era extraño ver a la anciana así y, de hecho, el gesto adusto desapareció casi al instante. Les señaló la puerta que había a su espalda, la que conducía hasta el salón circular—. A pesar de ese desagradable incidente estoy orgullosa de vosotras, Tauro y Leah. Y solo espero que ese orgullo crezca aún más cuando os enfrentéis al Portal. Sé que ninguna de las dos sois nuevas en esta situación: ya habéis visitado el Portal con anterioridad. Por eso voy a permitirme el lujo de saltarme las presentaciones, no quiero entreteneros más de lo necesario —empujó la puerta y luego accedió a la sala donde se encontraba el Portal de las Siete Puertas, aunque a ellas solo les interesaba en aquella ocasión la que tenía el símbolo de la Oclumancia. Extendió las manos, una hacia cada una de las mujeres, y las abrió a la vez para ofrecerles un objeto que reconocerían enseguida, estaba segura—. Estos son vuestros anillos de aspirantes a oclumantes, serán vuestra conexión conmigo durante la Prueba.. y para siempre, si conseguís alcanzar vuestro objetivo. Aunque ya hablaremos de eso más tarde —carraspeó con la garganta y les entregó las joyas—. Y ahora quiero que os concentréis, queridas mías, estáis a un paso de demostrar vuestra valía. Yo ya he sido testigo de ella, por supuesto, pero es el Portal quien debe decidir si sabéis lo suficiente sobre Oclumancia o no. Despejad vuestras cabezas, no perdáis la concentración ni vuestra meta. Recordad lo que hemos hablado en clase y, sobre todo, recordad que una vez atraveséis esa puerta solo podréis volver de dos formas: como auténticas oclumantes o como brujas vetadas para la adquisición de este don —les recordó—. Así que, por última vez, ¿estáis seguras de que queréis afrontar la Prueba? Si es así... adelante, no miréis atrás. Y proteged, pase lo que pase, vuestra mente.

 

Guardó entonces silencio tras aquella charla improvisada que acababa de darles. Solía hablar así a todos los aspirantes en aquel punto, siempre había pensado que les ayudaba a concentrarse... aunque siempre se quedaba preocupada ante el hecho de que pudiera servir para intimidarles o incluso asustarles. Sin embargo, sabía a ciencia cierta que no sería el caso de aquella pareja de brujas. Y si le quedaba alguna duda.. solo debía pensar en cómo se había librado de aquel trol para alcanzar la pirámide.

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