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• Mansión de la Familia Macnair • (MM B: 86385)


Pik Macnair
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Aaron Augustine Black Yaxley

Arya se había llevado la roca, se había llevado a Julliete y con ello, parte de un promesa que no sabía si había cumplido en su totalidad. Tras su desaparición, logré entrar en el vórtice, forcejeando entre prendas y agarrones que dejarían más de algún rasguño o apretón en la piel y el cuerpo de una bruja inconsciente que por suerte no había sufrido despartición. Ya sobre los tejados de Ottery todo pasó muy rápido, corriendo la persecución sobre los techos aledaños entre volutas de humo y pisadas veloces que se perdían entre saltos temporales, vórtices y cuántas desapariciones pudiesen realizarse en la adrenalina que vivíamos en ese momento... ¡Quería arrancarle la cabeza!

Intenté agarrar unos mechones rojizos al cabo que desaparecían, tropezando en el tejado para caer al vacío y esfumarme en una voluta de humo negro que seguirían al próximo punto de aparición. ¡Crucio! ... ¡Sectusempra! ... ¡Avada Kedavra! ... exclamaba en una desesperación única y ciega mientras ninguno de los rayos daba en su objetivo. La bruja era ágil, veloz y muy astuta como para perder el control de la carrera tanto como yo. De pronto le perdí de vista y tras seguir su desaparición me percaté que estaba de pie sobre un torreón del castillo de los Macnair; era de noche y algunas nubes largas y delgadas rasgaban la luna menguante que imperaba en el cielo estrellado.

-¿Dónde estas Macnair?- susurraba entre dientes mientras mantenía una respiración agitada. Mis grises ojos se movían rápidamente de un punto a otro, intentando localizar su ubicación; una fría brisa enfrió la transpiración en una gota de sudor que marcó el contorno de mi rostro y de pronto...-ahí estás...

Su cabellera era inconfundible. La bruja dejaba el cuerpo de Juliette en el húmedo césped del jardín y como por arte de magia, tal vez sexto sentido, se percató que la tenía en vista cuan halcón a su presa; dejó el cuerpo y tras lanzarme un hechizo a más de veinte metros de distancia en altura desapareció para reiniciar una corta persecución entre torres y copas de árboles que llegó a su fin luego de que un rayo impactara en el hombro de la bruja, quien cayó al suelo junto conmigo. Rodamos un par de metros entre tierra y hojas secas. Jadeaba ella y yo también, arrastrándonos aferrados y desesperados por huir ella y sostenerla yo de un tobillo que alcancé a contener en mi zurda mientras que con una floritura de mi diestra le desarmaba. Ya estábamos muy cansados y agotados mentalmente como para desaparecer.

-¡¿Dónde está la piedra?!- le grité.

>>Por favor, detente... puedo explicarlo...déjame ir a verla<< Imploraba Macnair mientras yo, sobre ella, le mantenía reducida con ambas muñecas aprisionadas, perfil a perfil, en una escena única, sudados, manchados, heridos bajo un claro de luna. ¿ir a verla? ¡Claro!...Arya había dejado el cuerpo de Juliette en medio del jardín.

-¡La piedra!- volví a exclamar, estaba ciego, era como si su poder me llamase como una droga que requería inconscientemente. De pronto sentí un dolor en el torso, como si un shock eléctrico me hubiese dado de lleno y supe que había fracasado, Juliette ya no existía más y con ello, la promesa a madame Rosier había cobrado su parte.

Debería haber muerto aquella noche, pues el juramento, el hechizo o quién sabe que maldición por la promesa de cuidar a la única heredera de los Rosier era una magia muy potente que logró ser contrarrestada por la magia primigenia que había obtenido de aquella roca; la cicatriz al dorso de la mano izquierda ardió como nunca para luego concentrarse en una humeante llamarada turquesa que solté por la boca y ojos en dirección al cielo; como si me hubiesen arrebatado parte de un gran poder, que doloroso, abandonó mi cuerpo al igual que la cicatriz que se esfumaba de mi mano. Había actuado como barrera para que no perdiese la vida.

Poco fue lo que le entendí a la Macnair, de hecho ni sé si me habló, pues solo vi una imagen borrosa que no quería perder de vista. Arya corría cojeando en búsqueda de su hermana.

-Casta...lia...-sostuve a duras penas mientras intentaba ponerme de pie y volver a caer de bruces al césped.

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Solo Allen sabría explicar lo que allí sucedió. Pero él no estaba allí, así que tuvo que devanarse los sesos para comprender. Miró a Aaron unos instantes, con las rodillas clavadas en la tierra húmeda de los terrenos Macnair, los gritos de dolor del hombre se asemejaban a los alaridos propinados por Lúthien cuando Walker la desterró de aquel mundo y desvinculó sus almas. Entonces, y sabe Merlín cómo, volteó en dirección a su hermana. No era sencillo de ver a ojos mundanos, pero ella siendo un demonio supo que Isthar hubo cumplido con su cometido, la humanidad de Juliette pendía de un hilo muy fino que estaba a punto de ser cortado por Hathor.

 

—Hathor— Saboreó el nombre de quien ahora veía observando todo desde el suelo.

 

Caminó hacia ella, se olvidó de Black Lestrange. Con violencia se lanzó a su lado y la tomó por los hombros, estaba fuera de sí, los músculos estremecidos. Miró hacia toda dirección buscando indicios del Cónclave pero allí solo estaban ellos tres. La presencia del ente se volvía densa. La matriarca enloqueció. Sacudió a Juliette ¡No! a Hathor como si se tratase de una alfombra a quien uno desea quitarle el polvo y comenzó a vociferar amenazante:

 

—¿¡Dónde está mi hermana!? ¿Quién te permitió anclarte a éste mundo?

 

Las lágrimas rodaban por sus mejillas enrojecidas, temblaba, todo estaba vuelto un desastre. Lo único que quiso desde un principio fue salvar la vida y la humanidad de la castaña y ni siquiera con ello pudo. Kalevi había sido entregado al cónclave, Ámbar seguiría, la rivalidad con Aaron reavivaba la llama y las rocas primigenias estaban desperdigadas por el mundo a su suerte.

 

En ese momento deseó morir, pero no, se aferró con las uñas a la piel de sus brazos y rugió

 

—¿Dónde está mi hermana?

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SHE IS ALIVE

HATHOR

 


Pedía auxilio, gritaba desde lo más profundo de mi ser y sin embargo, ningún indicio de mi presencia parecía generar algún cambio en mis cuerdas vocales, seguía sin poder moverme pero al menos sabía que ya estaba libre de las garras de la piedra; mis sentidos estaban despiertos más mi cuerpo completamente dormido, olía la hierba húmeda y la tierra de los jardines Macnair, inclusive podía sentir el aire gélido mecer mis cabellos castaños y aún con todas esas sensaciones, nada parecía generar un cambio. Quizá lo mejor era esperar, agradecer por ser salvada y dejar de sentir tanto dolor.

Tarde.

De un momento a otro una quemazón extraña comenzó a emerger desde el centro de mi pecho, hasta extenderse cual bala por todo mi cuerpo, intensificándose a tal punto que grité internamente al sentir como algo me desgarraba desde el centro hasta llegar a mi garganta. Era un fuego nunca antes experimentado, como si pusiera mis manos directos en las llamas, como si me estuvieran quemando viva en época medieval, en aquellas hogueras. Quería levantar mis brazos y pedir ayuda, sentí la necesidad de llevar mis manos a mi cuerpo y desgarrarme el pecho, hasta poder abrir mi piel con violencia y arrancarme el corazón de golpe, estaba segura que sufriría menos si me mataba rápido y no pasaba por esta tortura nuevamente. Sin embargo, no era capaz de mover un solo de mis delgados dedos, ¿cómo iría a asesinarme?

 

Mi corazón rápidamente comenzó a latir con una intensidad acelerada, que me hizo comprender que una parte de mi cuerpo si estaba tomando el control, pues mi pecho, subiendo y bajando entre jadeos, dejaban en evidencia que algo en mi comenzaba a despertar. El fuego rasgó mi pecho inundándolo de más calor, la tortura se convirtió en suplicio que estaba segura, parecía ser peor a lo que experimenté en ese dichoso pequeña vista al infierno, el incendio que recorría mi cuerpo parecía viajar por mis venas hasta concentrarse ahí, en ese órgano latiendo de vida y poder. Era un dolor desgarrador, y fue tan fuerte, que de golpe mi espalda se arqueó, doblándome de tal forma como si alguien estuviese arrancándome el corazón. Mis dedos comenzaban a despertar, los podía abrir y cerrar, arrastrar con fuerza por la hierba verdosa del suelo y así, comencé a sentir como se iniciaba una carrera, la última carrera antes de quitarme lo que más consideraba importante. El fuego lentamente comenzó a encogerse en mi pecho, haciéndose más y más pequeño con el pasar de los segundos, y como si mis plegarias hubiesen sido contestadas, el sonido de algo rompiéndose en mi interior me nublo la visión. Los latidos de mi corazón comenzaron a disminuir, y de repente, todo sonido desapareció.

Durante un momento, lo único que pude comprender fue la ausencia de dolor y mi libertad hecha añicos al fin, la calma comenzó a gobernarme y con ello, la vida prestada pareció abandonarme, dejando entrar a la que verdaderamente me correspondía pero me había sido arrebatada injustamente. Entonces abrí los ojos y miré maravillada hacia al cielo nocturno....la oscuridad se extendió sobre mis ojos con más solidez que antes hasta velármelos del todo, como una gruesa venda, firme y apretada; sabía lo que estaba sucediendo y sabía que me sería mucho más fácil rendirme, dejar que la oscuridad me aplastara hacia abajo, tan abajo, hasta llevarme a un lugar donde no hubiera dolor, ni cansancio, ni preocupación, ni miedo, ni tristezas...ese lugar que me entregaría la paz, ese lugar sin humanidad.

 

 

━━━━ ⌘ ━━━━

 

 

 

⸺"Hathor".

La oyó, fuerte y claro. No hizo un solo movimiento, siquiera se dignó a contestar, y en cuanto se vio abrazada por los brazos de la joven, sintió como una ira interna comenzaba a gobernarle. Quería arrancarle las manos, manos impuras que osaban a tocarle y entonces una mueca se dibujó en sus facciones; donde está mi hermana, donde está mi hermana. Arya repetía hasta el cansancio mientras la sacudía, por supuesto que Juliette/Hathor la recordaba, todo estaba perfectamente grabado en su cabeza más nada latiente parecía bajarle los escudos y sólo quería escapar de ese lugar, no tenía la fuerza necesaria para hacer uso de su magia, siquiera sabía dónde se encontraba el paradero de su varita pero debía hacer algo.

Miró detenidamente al frente, sus ojos oscurecidos se hicieron más densos en cuanto divisó al guardián de la roca y sin previo aviso, alzó sus manos, sujetó a la bruja Macnair y la empujó con una fuerza sobrenatural que la dejó plantada en la tierra con violencia. Ella tenía hambre, una sed insaciable que parecía haber nacido luego de estar incendiándose desde dentro hacia afuera, y en cuanto se incorporó, como pudo pues aunque quisiera negarlo, la ironía de la vida no le había obsequiado fortaleza desde el primer minuto en que volvió a despertar de una especie de muerte temporal. Agarró con lentitud parte de su cabeza, fijándose luego en como las uñas de sus manos crecían con lentitud dejando en el comienzo un color azabache propio de su oscuridad. El olor a sangre humana le comenzó a inundar su paladar, dulce manjar...carne que deseaba devorar.

 

Hambre. Sed.
…Ella quería matar...

Editado por Juliette Macnair

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Castalia Macnair
Finlandia

En algún bosque

La cabeza me daba vueltas mientras revolvía el brebaje que estaba preparando en el caldero. Fruncí la nariz al oler el agrio picor que subió en una bocanada de vapor y las náuseas invadieron la boca de mi estómago, haciéndome tragar con dificultad mientras procuraba mover el líquido despacio, para evitar derramar una sola gota. En una apartada esquina de la precaria cabaña, Rhysand me observaba atentamente, prestando especial atención a mi respiración, a como mi pecho subía y bajaba con dificultad mientras el aire intentaba abrirse paso por aquellos bronquios inflamados.

-Hubiera sido todo más sencillo si elegías un emplazamiento más cálido para hacer tus experimentos- me dijo el vampiro, mientras fingía ahora estar mirando la nieve que se arremolinaba en la única ventana.

-¿Qué tendría eso de divertido? Congelarme hasta morir siempre fue uno de mis mayores deseos- murmuré y tosí, haciendo luego una mueca por el dolor asentado en mi pecho.

Rhys hizo otra mueca ante aquel sonido áspero y ahogó una palabrota, mientras se ponía de pie y caminaba hacia un pequeño estante donde había tan sólo cinco libros, cuatro de los cuales eran sobre Nigromancia. Abrió uno y comenzó a ojearlo, leyendo para sí mismo. Fingir que no me prestaba atención o no le preocupaba mi salud era una de sus cosas preferidas, sobre todo porque sabía que jamás iba a hacerle caso. Aidan lo había dejado cuidándome, como si yo necesitase niñera, mientras él se hacía cargo de la familia Macnair. Aunque permanecer en la mansión le era doloroso debido a la falta de Artemis, se aseguraba que Aiya aún estuviera bien bajo el cuidado de los elfos. Yo no había querido llevarla conmigo por temor.

-Has algo útil por mí, ¿quieres? Ve a buscar estas hierbas- dije, lanzándole un rollito de pergamino que tenía escrito tres nombres.

Lo tomó en el aire, antes de que lo golpeara directo en la frente y lo abrió con un movimiento fluído.

-¿Para qué necesitas acónito?- preguntó, mirándome por entre las cejas.

-Por si las cosas salen mal...

-Para eso estoy yo, Castalia. No voy a traerte una hierba que puede matarte- hizo un bollo con la hoja de pergamino y la lanzó al fuego que ardía bajo el caldero.

Me mordí el interior de las mejillas.

-Si algo sale mal, tengo a una vampiresa de más de dos mil años adentro mío que te destrozará en un abrir y cerrar de ojos. El acónito es lo único que la detendrá.

-Y te matará en el proceso. No seas id.iota, por favor.

-No vas a decirme qué hacer- gruñí, poniéndome de pie tan rápido que el dolor de mi cabeza fue casi fatal y me incliné hacia adelante.

De inmediato, los brazos de Rhys me estaban rodeando para impedir que cayera y lo aparté de un empujón. Se cruzó de brazos y me mostró los dientes, gruñiendo por lo bajo.

-Ve sola a buscar tus malditas hierbas si tan fuerte te crees- siseó entre dientes.

Con una mano aún en mi frente, como si eso sostuviera mi cabeza toda junta para que no se abriera al medio del dolor, lo fulminé con la mirada todo lo valientemente que pude y salí de la cabaña dando un portazo tan fuerte que un poco de nieve cayó del techo directo en mis hombros. Maldije por lo bajo y empecé a caminar con dificultad, directo a un claro donde había plantado una huerta durante la primavera y que ahora se mantenía debido a un hechizo de invernadero. El tramo era corto, pero debido a la cantidad de nieve que había caído los dos últimos días, llegar era difícil, sobre todo cuando tosía a cada paso.

Ingresar en el claro-invernadero era una caricia. El aire allí era más cálido y olía a hierbas, musgo y flores, muy diferente al frío penetrante y la humedad de la nieve en le bosque. Me arrodillé junto a la luparia y comencé a cortar delicadamente unos gajos con unas pequeñas tijeras de podas que tenía en mi cinturón de herramientas. Apenas había terminado cuando lo sentí. Una ruptura en la magia, en el velo que cubría a los seres vivos. Algo sutil y apenas perceptible, como si aquel manto se hubiera enganchado con una garra y ahora tuviera un pequeño corte por el que había pasado la vida. No era normal que sintiera aquello, a pesar de tener conocimientos de Nigromancia. No, aquello era algo más, algo profundo y arraigado a mí y por eso podía sentirlo. El collar que llevaba siempre colgado, aquel amuleto que poseía el escudo de la familia Macnair se sentía caliente contra mi piel, como si su temperatura hubiera comenzado a ascender y lo tomé entre mis dedos: vibraba.

-¿Qué sucede?- la voz profunda del moreno me alcanzó tan repentinamente que pegué un salto en mi lugar, donde estaba acuclillada y maldije. No lo había escuchado acercarse, pero allí estaba, sobre mi hombro derecho, mirando mis manos llenas de tierra sostener el amuleto que ahora zumbaba bajo.

-Fisgón- me quejé- Hay varios. Me avisan cuando algún miembro de la familia está en peligro mortal, pero normalmente brilla con una luz azulada. Es la primera vez que lo siento vibrar y zumbar- musité.


Aidan Howard
Catacumbas de la Mansión Macnair


El estrépito lo había despertado de su sueño, uno bello. Todavía podía sentir el cabello sedoso de Joanna haciéndole cosquillas en su hombro, donde ella había dormido cientos de años atrás, y su nariz estaba inundada de aquel picor característico de la piel de la princesa. Apretó la mandíbula, quitándose a regañadientes los últimos vestigios de aquel momento feliz y se sentó en la cama.

De nuevo, algo sacudió la mansión y ya él tenía puestos los pantalones en un movimiento rápido y fluído. Su oído agudo escuchó gritos y chispazos; alguien se estaba batiendo a duelo. Él no poseía magia o al menos no la misma magia que los habitantes de aquella casa, pero la reconocía y ahora mismo la podía oler en el aire, cargada de maldiciones. No necesitó mucho para que sus colmillos estuvieran afuera, listos para atacar y defender en caso de que se necesitara y pronto se precipitó a los terrenos.

La visión de tres cuerpos en el césped lo desconcertó. Una era Arya, eso estaba más que claro. La otra, aunque él no alcanzaba a distinguirla, parecía ser Juliette. Y, el tercero, al que no reconoció a primera vista, parecía ser un mago que estaba inconsciente, con la varita muy cerca de él.

-¡Arya!- gritó, cuando la chica que estaba en el césped, Juliette, la apartó abruptamente de un empujón y la hizo volar varios metros hacia atrás. Hizo ademán de ir hacia la pelirroja cuando una sensación nueva, un olor distinto, invadió sus fosas nasales. Los ojos de vampiros se fijaron en el rostro de Juliette pero ya no parecía ella y, la chica no lo miraba a él, sino al cuerpo del joven que estaba aún insconciente. Aidan no sabía quién era, pero estaba seguro de que Juliette se iba a arrepentir luego si lo atacaba-. ¡No!- gritó, poniéndose en su camino y chocando contra la joven.

Ochocientos años tuvieron que juntarse para detener aquella fuerza sobrenatural. Editado por Cissy Macnair

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El ataque le tomó por sorpresa, había sido tonta, confiada, era su hermana después de todo, nunca creyó que le hiciera daño. Sopesó la idea cuando la cabeza chocó contra la tierra húmeda ¿Llovía? de pronto sus sentidos se suprimieron, no era capaz de sentir más que hormigueo en la palma de sus manos, el suelo tembló, ellos estaban cerca. Estaba rendida, comprendía que había perdido a Juliette quizás para siempre y que ella lo había sabido desde un principio, en sus manos tuvo, todo el tiempo, la única herramienta para mantener a la castaña con los pies en la tierra e hizo la vista gorda.

 

El niño.

 

Llevó una mano a la boca del estómago, entre lamentos, y con la otra se tapó los ojos, tenía tierra debajo de las uñas. Una roca le había agrandado la herida provocada por Aaron. Se resignó a morir un segundo ¿Dónde estaba Black? aquel hombre que se había llenado la boca de palabras duras para con su persona, embriagado de poder, creyéndose protector de la fémina que en esos momentos le necesitaba tanto ¿Dónde?... Allí, hablaba, gritó su nombre. La piel se le erizó, tenía el tono más dulce que jamás hubo oído pero no, no era el hombre en quien ella estaba pensando.

 

―Aidan...

 

La garganta se le secó, aquel murmullo pareció más un quejido, sospechó tener una costilla rota ¿De dónde había sacado tanta fuerza Hathor? quizás de la propia desesperación de verse contra la espada y la pared. El suelo volvió a temblar, la temperatura descendió. Macnair abrió los ojos como dos platos, tiesa, de un salto se puso en pie, la escena resultaba tétrica. Centímetros separaban ambos rostros, Hathor soltaba vahos cálidos sobre la nariz de Aidan, éste respiraba rápidamente con los ojos fijos en los de ella, y entonces, el suelo se quebró.

 

―¡¡Aidan!!― Gritó Arya, podía sentir como las grietas del esfuerzo subían por su faringe.

 

Las flamas los consumieron a los cuatro sin quemar y un instante después Isthar hacía acto de presencia detrás del hombro izquierdo de su hermosa princesa del averno. Su nueva protegida. A la que le hubo prometido en susurros poder, mucho poder. Si el vampiro realizaba tan siquiera un solo paso en falso sabía perfectamente que los otros cinco surgirían de la nada, en un chasquido de dedos, un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué podía hacer ella? Pocas veces se había cruzado con el muchacho, quizás una o dos veces, nunca habló con él, lo veía de lejos, pero de tanto que Cissy habló con ella sentía que lo conocía de toda una vida.

 

Kloud, la belleza asesina, balanceaba sus piernas, colgada de la rama más alta de un árbol. El arco en la zurda, la flecha apuntando a ningún sitio en específico pero con la vista acuosa fija en el único hombre consciente. ―Descendo― Argumentó, varita en mano, con la prisa bullendo en sus venas, siendo embargada por una nueva energía proveniente, tal vez, del lema familiar.

 

La demonio guerrera cayó al suelo pero no soltó el arco. La flecha se partió. La pelirroja le pateó un costado como si se tratase de una diminuta e insignificante roca. La miró sin parpadear, ―Atrévete, tan siquiera, a causar el más mínimo rasguño en ese hombre... Solo atrévete.

 

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Aaron Augustine Black Yaxley

 

Me sentía como un novato, mi cuerpo temblaba pero no de temor, sino del poder que había experimentado. Entre regocijos y calambres expelía cierto vapor mientras que en mi cabeza cruzaban miles de fragmentos, hombres y mujeres que jamás había visto en mi vida pero con quienes parecía que hubiese compartido ayer, ¿qué clase de alucinaciones eran esas? Nombres como Bietka o Sybilla se me presentaban, así también la visión de una bruja pequeña que corría entre mis piernas, piernas de varón que no eran mías pero que sin embargo las observaba en primera persona.

 

De pronto sentí su poder, su oscuro y tentativo poder. Era Hathor, estaba riendo, sí, riendo ¡en mi mente!, burlándose y vanagloriándose de su cometido mientras yo me observaba de niño, abrazado a la falda de madame Rosier, intentando buscar protección vacía, indefenso, abandonado; de pronto todo se esfumó y solo pude notar dos pupilos, dos siluetas de distinto sexo abrazarse y crecer hasta estallar en una nueva nube de humo gris que se expandió hasta culminar la sala donde me encontré varado. ¿había despertado? no lo sabía, la verdad es que ya no podía distinguir la realidad... fue en ese minuto que un azote me despertó, como si hubiese emergido de un lago en el cual buscaba el oxígeno de manera desesperada.

 

-¿Dónde estoy?- pregunté a una mujer que se encontraba de espalda a mi persona, sentada en una elegante butaca frente a un espejo en el cuál no veía su reflejo, ni el mío. De pronto, reconocí el vestido- ¿Isobelle?- la mujer seguía peinándose mientras yo intentaba idear una excusa ¡una maldita excusa!- Isobelle, yo...yo, no pude...-la bruja dejó el cepillo sobre la mesita al cabo que me detenía a un par de metros; la estancia estaba oscura- ella, ella ha cambiado, le han cambiado...- la bruja volvió a tomar el peine y comenzó a cepillarse cada vez más rápido; comencé a dar pasos lentos- no pude cumplir la promesa que te hice...- tan rápido era el cepillado que comenzó a sacarse pelo-...Hathor, ella...

 

>>Debería estar muerto, pensé, pues haber faltado a aquella deuda me costaría la vida, siempre lo supe. ¿Estaba muerto?<<

 

Bastó el nombre para que la supuesta mujer de mi visión volteara, y tras esperar su bello rostro, solo enseñó una calavera que más por la apariencia, fue la sorpresa lo que provocó mi rechazo hacia atrás, cayéndome de espaldas mientras forcejeaba contra risas frenéticas y lamentos al vacío- entre eso intentaba encontrar mi varita, sin embargo no la hallé- hasta que tomé la huesuda cabeza entre mis manos y el poder pareció volver a mi, pues una nebulosa color turquesa se concentró en ambas manos he hice estallar en polvo a la figura femenina de mi alucinación. Fue en ese momento que desperté..

 

Lo primero que observé fue el cielo rasgado por larguiruchas nubes, visión borrosa que fue tomando nitidez poco a poco. Solo oía murmullos pero podía observar a alguien a mi cabeza, protegiendo el trazo de la demonio que había acabado con Juliette. ¿Servirían las varitas?, ¿qué clase de magia habíamos despertado al sacar esa piedra del maldito castillo?...

 

Aún estaba débil o quizás solo era cuestión de que dominase cierto poder desconocido para mí.

 

>>Guardían<<... fue lo que oí. ¿De qué?... no sentía que fuese algo relacionado al mundo de los demonios, tampoco al de los vivos o los muertos; me sentía parte de un mundo sideral, como si la magia tuviese un foco genuino de vida, ¿lo tendría?...

 

@@Arya Macnair @ @@Juliette Macnair

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Castalia Macnair

 

 

-Si te mueves, te mueres- rocé con la punta de la varita el cuello del demonio que acababa de aparecer en los terrenos de la mansión Macnair, justo detrás de una desquiciada Juliette, a quien Aidan apenas lograba sostener para que no se abalanzara sobre Aaron, que estaba despertando en el césped. Arya se había movido y golpeado a otro demonio que había intentado disparar una flecha al vampiro-. Ni siquiera respires, maldito demonio asqueroso- susurré.

 

Mi voz era rasposa debido a la neumonía y me costaba un horror respirar, pero no dejaba que esa debilidad se trasluciera. Rhysand, el vampiro de cabello negro y ojos azules con remolinos lilas, había aparecido al mismo tiempo que yo, pero él estaba agachado junto a Aaron y me dirigió un asentimiento leve cuando el mago abrió los ojos y miró el cielo celeste. Un suspiro apenas perceptible exhaló desde mis labios y pude sentir que algo que se había encontrado apretujado en mi pecho ahora se aflojaba sólo un poco. Aún estábamos en medio de alguna especie de batalla, con una sobrina que apenas reconocía y una situación desventajosa.

 

-¡Arya!- llamé, sin quitarle los ojos de encima a la nuca del demonio-. ¿Estás bien?- mis ojos fueron hacia Aidan y Juliette, que gruñía como un animal enjaulado-. ¿Qué car.ajos pasó aquí?- pregunté a nadie en específico.

 

<<Hathor... Bietka...>> dijo la voz de Sybilla, como un eco que me recorrió de pies a cabeza.

 

Yo no sabía nada sobre esas dos personas de las que la vampira hablaba, pero estaba segura que Arya sí. Aidan me miró, entre suplicante y apremiante. Era una barrera viva de músculos y dientes que estaba listo para acabar con Juliette si se lo pedía, aún si fuera una Macnair. La forma en la que la bruja se removía decía mucho sobre la poca humanidad que habitaba en ella. Quizá un conjuro o quizá... quizá algo más...

 

-¿Quién eres tú?- le pregunté al demonio, tosiendo luego ante el esfuerzo de demostrar entereza en mi voz.

Editado por Cissy Macnair

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JULIETTE SIENDO HATHOR.

 

 

El escalofrío recorrió el largo de su columna, como una corriente eléctrica que viaja a través del agua y que desea causar estragos a quien le toque. Hathor había despertado en gloria y majestad, no había poder que intentara destruirla desde dentro y no existía cuerda que le hiciera pensar como una figura terrenal, una humana que contiene sentimientos profundos y que puede controlar sus impulsos. No. Ahí sólo había nada, un animal salvaje que sólo desea satisfacer su hambre y calmar sus ansias. En cuanto el dolor en sus encías se incrementó hasta dar paso a pequeños pero afilados dientes, pudo olfatear el hilito de sangre que emanaba del mago ⸺Aaron Black⸺ ahí tirado en el césped.

Agachó su anatomía hasta tocar con las puntas de sus dedos la tierra húmeda y en cuanto cerró sus ojos, pudo sentir esa energía nunca antes experimentada, esa conexión con la naturaleza que no lograba darle calma, así que haciendo caso omiso a lo que pudiera controlarla, corrió en dirección al hombre que deseaba devorar y tan rápido como tomó la decisión, fue interceptada por un vampiro que claramente no le temía. Hathor se detuvo de golpe y fijó sus dos grandes esferas color azabache, mientras la oscuridad ocultaba toda presencia de dulzura en ella.

¡Aléjate vampiro del infierno! Exclamó con potencia, mientras una pequeña sonrisita se asomaba en la comisura de sus labios, no sentía deseo por atacar su carne pero no dudaría en arrancarle el corazón si seguía impidiendo su cometido⸺ En la cadena alimenticia, ¿quién se come a quién? ⸺Murmuró con una clara amenaza mientras poco a poco, sin mucho esfuerzo, iba avanzando y posando su delicada mano paliducha en el centro del pecho de aquel vampiro, y poco a poco, iba ejerciendo una presión que si no era detenida terminaría por atravesar la carne hasta lograr agarrar ese palpitante ⸺irónicamente⸺ corazón.

 

"¡Aiden!" ⸺Gritó Arya.

Vaya, vaya, vaya....así que tienes un nombre... Dijo con ironía mientras deslizaba la punta de su uña por la prenda del hombre.

Y las flamas aparecieron sin previo aviso, haciendo que la bruja se cubriera el rostro con cierto temor, como una reacción innata sin tener explicación y tan rápido como aparecieron, la calma volvió a gobernarla por una fracción pequeña de segundos. Esas manos recorriendo su figura, el frío emanando de su piel pero que cubría a su ser con una calidez inexplicable y el susurro, uno dulce, lento, sólo para ella en un sentido que sólo Hathor podía comprender. Cada que él decía su nombre, ella sentía como renacía de las cenizas y así lo hizo. Se incorporó rápidamente y volvió a posar sus ojos en Aiden, ya nada podría lastimarla pues tenía a Ishtar protegiéndola como halcón a su presa, vaya ironía. No existía cordura, compasión y siquiera lealtad, ya no había nada que pudiera volverla a despertar, a mantener viva esa esperanza de humanidad que siempre se temió perdiera por completo.

¡Castalia!

Por supuesto que la recordaba, perfectamente, como olvidar esas finas facciones, esa mirada potente y su manera de moverse como si bailara en el aire. Sin embargo, aún cuando una parte de la familia se hubo reunido en los terrenos, Juliette no parecía responder, no existía humanidad para ella ni para Hathor, no había ningún sentimiento por ninguno de los individuos ahí presentes. La que era su tía amenazaba al demonio del cónclave que mantenía su mano gélida firme en su hombro izquierdo, Aiden la miraba con repulsión como si estuviera a punto de destrozarla y Hathor seguía con el instinto novato a flor de piel, cual cachorro de león descubriendo el poder de sus garras antes de enterrarlas en la carne de un animal.

 

⸺⸺⸺ ¿Juliette Macnair había muerto en verdad? ⸺⸺⸺

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La pelirroja abandonó a Kloud tras la amenaza, sabía que no se atrevería luego de lo que acababa de decirle. Su cabeza rodaría en menos de lo que cantaba un gallo. Dentro del cónclave ya nadie jugaba con la paciencia de Arya por motivos que ésta desconocía. Pero la situación se volvía cada vez más complicada, se torcía y discurría lejos de recuperar un rumbo normal. Como chispas en la noche, chasquidos silenciosos, los miembros del consejo fueron dándose a conocer así como ―según pareció entender a la velocidad de la luz― un camarada de su sobrino. Aaron volvía en si, cosa que le relajó y lo más importante de la escena, Isthar asomaba las narices al mundo terrenal que tanto aborrecía.

 

―Aidan, por favor.

 

Tan rápido como le fue posible, pero no tanto como lo sería para un vampiro, la bruja llegó junto al muchacho y extendiendo una mano la cerró sobre su muñeca, para apartarlo bruscamente de Hathor. Tan siquiera pensar que después de asesinar a su madre él pudiese morir a causa de algo que le relacionaba directamente le provocaba malestar. El estómago se le revolvía pues no había en el mundo criatura mágica o no mágica más poderosa que Artemius, bueno sí la había, ella, pero eso nadie lo sabía.

 

El hombre, silencioso, con una natural sonrisa de victoria en los labios, larga cabellera plateada y andar tranquilo se detuvo tras Juliette. Hathor. No se aburría de nombrarle, susurraba aquel nefasto nombre al oído de la castaña, le acariciaba un hombro, pegaba sus labios a la nuca de ésta, parecía llenarla de palabrería y promesas que él creía podría cumplir. Le daría poder y a Kalevi ¿Aunque realmente le importaba el niño a la Diosa? Crood secundaba a Isthar con el mazo entre ambas regordetas manos. Allert y Teidol cerraban el cordón y Aleera se aventuró a encontrarse con su hermana quien aun se quejaba por la patada de Macnair.

 

―Veo que tu sangre es fuerte, Macnair― Dijo mirando a Arya, cuando Castalia apareció como una sombra tras de sí.

 

―No sé lo que hiciste pero la quiero devuelta ¡Éste no era el plan! Hathor no debía pasar― La matriarca estaba fuera de sí, ni siquiera recordaba sostener a su "sobrino" por el brazo y ahora le clavaba las uñas con desprecio. Artemius le había prometido que cierta magia antigua ayudaría a Juliette, le permitiría sobrevivir con tanta oscuridad dentro, mantendría dormido sus demonios y ella podría estar en paz. El niño regresaría pronto, pero debía recomponerse ¿Qué salió mal?

 

―Hathor no quiere irse, Arya, y es hora de que aceptes de una vez que Juliette no quiere volver― La voz de Isthar sonaba tan relajada que sacaba aun más de quicio a la mujer. ―Ella tiene un poder innegable, nato. Fue creada para gobernar algo que tu rechazaste demasiadas veces. No existe lazo con los mortales, su corazón no es débil, ella no ama. No puede amar

 

Y entonces lo comprendió. Desde el principio, desde la primer noche en que la "nueva" hija de Pik hubo aparecido en los terrenos. Tantos movimientos extraños. Juliette estaba maldita, aquello era una carta a favor del cónclave. El único amor que sentía era por su hijo y ellos se lo habían arrebatado, Hathor no era capaz de sentir. De repente el corazón se le destrozó y las manos no le alcanzaban para recoger los pedazos que caían al suelo en silencio, en forma de lágrimas. Cuando el consejo presionó a Macnair, antaño, para que se uniera a ellos descubrieron que un hilo de plata la conectaba a un mortal, a un mago del que estaba profundamente enamorada y por ende su alma no era enteramente suya, sino que también pertenecía a Jank Dayne.

 

Si Arya quería gobernar debía hacerlo por propia voluntad, nadie podría obligarle. En cambio, Hathor se dejaba embelesar por las palabras de Artemius, su corazón no estaba ligado a nada más que al futuro posible poder que éste le diese. No había vuelta atrás a menos que consiguiesen la forma de recuperar un ápice de Juliette dentro de aquel cuerpo y consciencia.

 

Enloqueció. Gritó vuelta una furia, empujó con un hombro a Aidan y se lanzó sobre Hathor. Los cinco desaparecieron al instante, Arya gruñó y tan pronto como alguno de los tres hombres que estaban tras ella intentó quitarla de encima de la demonio se transformó en un chacal dorado. Estaba dispuesta a arrancarle la garganta, ni siquiera Aaron podría detenerla en aquel frenesí, su cabeza daba vueltas, tanto animal como humana.

 

―Te irás por las malas pensó― pero no podía hablar, era un animal irracional.

 

―Hathor, ven― Ordenó Artemius extendiendo una mano hacia ella y con la otra creando un portal para desaparecer, cuando la mujer acudiera todo se sumiría en un profundo silencio.

 

Había obviado su llegada, estaba ciega, como un caballo cuando va por pleno camino trotando. A pesar de tenerla frente a sus narices estaba tan desesperada por lo que acababa de suceder con Juliette que no reparó en Castalia. Cosa compleja cuando se trataba de una de las personas a quien más respeto le tenía, la consideraba superior a ella y sin embargo acababa de ignorarla. Ahora, vuelta una fiera, quizás fuese únicamente la mujer quien la hiciera volver en sí una vez que la castaña desapareciera.

 

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Editado por Arya Macnair

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  • 4 semanas más tarde...

Está apunto de retroceder cuando recuerda las palabras de Arianne.

 

- La huida que evitas es la fortuna que aseguras - sujetó su brazo cuando se lo dijo, frenando así que se retirara de la avalancha de burlas que se había convertido la invitación a cenar de los Vaith -. El valor es como el oxígeno: lo necesitas para vivir y entra cuando respiras. Deja que el aire despeje y aclare.

 

El consejo sirvió para que se mordiera la lengua, volviera a tomar los cubiertos y hundiera su cabeza frente al plato. Después, cuando las risas cesaron y el vino trucado de su prima empezó a derribar las defensas psicológicas de los infelices, ellos ganaron la última carcajada. Si Jank no se hubiese aguantado, jamás habrían conseguido recuperar la pieza que faltaba para la reconstrucción del castillo ancestral, su legítimo hogar, un error que jamás se habría permitido perdonar.

 

Por eso es que, cuando cruza el terreno que lo separa de la puerta, y encierra los nudillos para tocar la madera, lo hace sin remordimientos. Lleva puesta una túnica ceñida al cuerpo, verde oscuro. Las mangas son tan largas que cubre el meñique, dando la sensación de que la tela poco a poco terminará por devorar la mano entera. No recuerda otra ocasión en la que la haya usado. Es un regalo de Leonard, su hermano, cuyo cuerpo siempre se ha destacado por ser más fornido que el suyo. Sin embargo, en los últimos meses Jank ha recuperado el ímpetu por comer, así que prefirió ponérsela encima antes de que los ácaros terminaran por devorarla.

 

En una mano lleva un cofre. En la otra, un jazmín. Si lo recibiera un mortífago en lugar de Arya estaría en aprietos, pues la mano está sumamente alejada de su tobillo, escondite donde aguarda su varita siempre. Sería la forma más irónica y romántica de morir.

Editado por Jank Dayne

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