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• Una epidemia en Hogwarts •


Ellie Moody
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El pasillo por el que deambulaba me mostraba dos corredores pero cada uno mas oscuro del otro, algo mas raro estaba pasando aquí, no recordaba tanta oscuridad por el colegio a menos que fuera la hora del dormir, dudé un poco por que lado decidir hasta que sin pensarlo mas tome el de la izquierda.


Tras pocos pasos estaba ya un poco arrepentido era un pasillo de gárgolas, las fui alumbrando con la varita una mas fea que la otra, mas de alguna me hacía retroceder un poco hacía la pared del frente.


-¿Que tan malo hicieron chicas para quedar aquí?- pregunte a una de ella, aunque si me respondía creí que daría vueltas por donde entre y escaparía, para mi suerte no me habían respondido ninguna pero hubiera jugado que una se había movido, apure mas el paso hacía un claro, pero no era mas que una aun mas grande que resguardaba las escaleras del despacho del director, de eso si me acordaba, alguna vez había tenido que ir con él.


-¿No creo que tu jefe este muy de acuerdo que suba verdad?- susurré a la gárgola, aunque la verdad no sabía muy bien quien estaba en la dirección de Hogwarts por estos años.


Observé hacía el ventanal del pasillo donde me encontraba, ¿Donde estaba la luz del día? ¿Algo mas que una epidemia había aquí?, esto no era nada natural.


Llevé mis pasos de nuevo al pasillo, sería necesario recorrer el otro corredor.

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La pelirroja se apresuró, no tenía idea de que Kimberly había encontrado a su sobrina y se habían dirigido hacia la enfermería, mientras Cat le contaba a su tía sobre la joven que la había acompañado y desaparecido ¿acaso convertida en demiguise? Y sobre los demás jóvenes de la enfermería. Darla recordaba hechizos que pudieran ayudarla, pociones, runas antiguas. Se preguntó cómo podía ser que la oscuridad invadiera el lugar mientras ellos estaban allí. No eran dementores, eso era seguro, pero parecía que era una mezcla de maldiciones y hechizos sobre los pre adolescentes o adolescentes del lugar.


Mientras más jóvenes más fuerte lo que fuera que les afectara, virus o embrujo. Pero parecía que mutaba, cuando había visto a uno de los profesores llevaba a jóvenes con enfermedades mágicas conocidas y ahora la joven del pasillo parecía afectada por algo más muggle, ¿o eran babosas lo que estaba vomitando? la verdad es que no había querido cerciorarse. Se detuvo al sentir pasos que se acercaban desde el ala izquierda, levantó su varita, pensando en hacer un lumos pero se detuvo.


--¿Seba? --preguntó mientras se acercaba hacia ese lado del largo pasillo, que se dividía en dos, del lado izquierdo podía sentir los pasos y la esencia de su prometido, solo esperaba que no estuviera enfermo.


--Lumos --dijo más para iluminar los pasos del mago que para ver bien ella.

Editado por Darla Potter Black
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En las Mazmorras

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Había comenzado a estornudar un poco

El bebé parecía haberse quedado tranquilo una vez que estuvo en las brasas de la chimenea y de vez en cuando, ella o su acompañante atizaban las brasas para que estas permanecieran encendidas; no habían hablado mucho mientras esperaban a que la chica que iba con ellos hubiera llegado a la enfermería y pudiese investigar en algo lo que ocurría, algo que pudiera darles una pista de cómo podían curar al pequeño que se habia contagiado por su descuido

Xell seguía tan callada como siempre pero al menos ella parecía bastante sana y por unos instantes la Snape pareció ver en tonos extraños, como si alguien entrase a la habitación; seguramente lo había imaginado porque se talló los párpados y todo seguía igual: seguramente se trataba de un gran cansancio

-Me preugnto cuánto tiempo más le tomará a Lisette informarnos de algo... -musitó sin estar segura de que la hubieran escuchado, cuando al bajar la mirada... se dió cuenta de que no era capaz de ver sus manos, como si se hubiera vuelto invisible -AHHHHHH!!

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  • 2 semanas más tarde...

No eran las temporadas de mayor demanda, aquello quedaba claro y Maida hacía su mejor esfuerzo para tenerlo todo bajo control, como resultado de eso: todo estaba patas arriba. Lo gracioso fue que recién le prestara atención al problema de Hogwarts, al pasar por la carta número veintisiete referente a una extraña enfermedad. Sobretodo porque suponía que de eso se encargaba otro Departamento del Ministerio, no el Ministro en persona. Claramente, nadie le había hecho frente al problema. Ir al colegio no le atraía en lo absoluto, no se llevaba bien con adolescentes, pero, finalmente tampoco tenía nada que le atara en la oficina.

 

Fue, no sin antes dar una vuelta por Hogsmeade para hacer unas cuantas compras de último minuto, el colegio y sus largas paredes de piedra no la apabullaron tanto, como un grupo de jóvenes jugando al quidditch de manera muy rudimentaria, aunque bastante violentos. Las prendas con tonalidades azules y verdes la hicieron preguntarse que casas tenían aquellos distintivos. Ella no había sido alumna de Inglaterra, así que no podía estar 100% segura. Caminar por los jardines de Hogwarts era relajante, eso si lo podía anotar en una libreta escondida. ¿A quién buscaría primero? ¿Director o Jefes de Casa? ¿Enfermera? No, lo lógico era primero ubicar al Director. Si, había que respetar las jerarquías.

 

De vuelta al cole —se burló la bruja, mientras acomodaba la falda de su túnica y subía la escalinata de piedra con rumbo al vestíbulo principal—, ¿seguiré siendo tan buena en pociones?

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Un sobresalto, casi lo hace caerse de la silla afanada para reposar tras el rescate de alumnos de la Torre de Astronomía. ¡Se había quedado dormido! La poción calmante, sin duda surtió el efecto para el que había sido diseñada. Carraspeó, intentando volver a sus cinco sentidos. La cabeza aún le martilleaba, debido a que ni siquiera le dieron tiempo de terminar su cena, cuando todo el asunto de la epidemia salió a relucir en el Gran Salón.

 

Supongo que habremos de movernos de aquí, tarde o temprano. dijo, para nadie en particular, ya más cuerdo, mientras se levantaba para encaminarse a la salida de la enfermería. Debí mandarle un aviso a Nash, de que las cosas en Hogwarts estaban empeorando.

 

Metió las manos en los bolsillos de los pantalones, mientras descendía los peldaños de roca de las escalinatas mágicas, con destino al vestíbulo. Si el Ministerio de Magia, o alguna otra organización como San Mungo había acudido, seguramente estarían a la espera de que alguien diera señales de vida. Llevaba un trote suave, bajando de dos en dos, por lo que, cuando menos lo esperó, ya descendía por los escalones del recibidor. Aún llevaba la varita de nogal negro en mano.

 

La puerta estaba abierta, naturalmente, todo mundo podía entrar y salir, pero se sentía la atmósfera de tensión. El castaño se detuvo de golpe, ocasionando que la capa lila, reposando sobre sus hombros, ondeara al viento nocturno. No se había topado con otro caso de spattergroit, ni mucho menos; algo más personal, y que le trajo recuerdos de un periodo temporal previo.

 

Maida...¿Yaxley? Vaya, es cómo ver a un fantasma. Digo, considerando que tenemos un brote de variopintos malestares, uno pensaría que la gente se mantendría al margen.

 

Su foco mental se iluminó al recordar que no solía lucir la apariencia que le caracterizaba, y ante la mirada de extrañeza de la castaña, empleó su metamorfomagia para llenar la calva de una tupida mata de cabello castaño con mechones rubios, justo como solía usarlo desde hace un tiempo. Además, sacó las gafas de entre los pliegues de la túnica, colocándoselas para emular cómo solía verse antes.

 

Creo que así me reconoces. Gajes del oficio, me temo, prefiero no usar cabello, a perderlo por estrés. repuso, volviendo a la apariencia calva al cabo de unos segundos.

 

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¿Cómo era que un profesor o encargado de Hogwarts podía saber su nombre? Iba a desenvainar la varita cuando el hombre de la capa violeta cambió su aspecto, y claro, con eso, la voz se unió al recuerdo. Efectivamente, podían haber hablado de fantasmas y se habría sentido una conversación más lógica, pero, ¿él había cambiado de apariencia? El hombre de sus memorias no era un metamorfomago, sacudió la melena confundida y recordó que no era que supiera los secretos de Eobard en primer lugar, bien podía haberlo sido siempre. La Yaxley supuso que tenía el gesto de tonta, así que carraspeó antes de saludar, moverse o incluso, respirar.

 

¿Pensabas que me había muerto? —se sintió boba de responder así, claro que sabía que él hablaba figurativamente— No llegó una sola tarjeta de condolencias a la Manor Yaxley, así que optaré por ofenderme un momento y luego pedirte un chocolate o un café, ¿qué sienta mejor con los funerales?

 

¿Estaba bromeando? Si, era oficial, a la Yaxley le hacían falta vacaciones, o una buena discusión familiar, lo que estuviera más a mano. Sacudió una vez más la melena, tratando de enfocarse en los detalles de la enfermedad que estaba narrando el ¿señor? Trató de recordar la planilla ministerial, pero no, le había perdido el rastro a esos datos, fácilmente hace un mes atrás.

 

Si, bueno, no ha sido mi primer destino turístico pero, ha pasado el tiempo desde que se detectó el coso este de la enfermedad y nadie se ha dignado en enviar el mínimo reporte —explicó cruzándose de brazos—, lo que significa sólo dos cosas, o esto ha sido un psicosocial para distraernos de algo más grave o, hemos perdido a los funcionarios de San Mungo en la investigación —resopló—, y ninguna de las dos alternativas me agrada del todo. ¿Has visto a alguno de los enfermos?

 

Giró el cuello para un lado y otro, sin encontrar siquiera un alumno al que interrogar. La presencia de Eobard sugería que al menos alguien más quería encontrar respuestas, la pregunta flotaba en el aire para ella, ¿dónde ubicarlas? Luego de un segundo, chasqueó la lengua y decidió tomar asiento más o menos en el tercer escalón de piedra. Hogwarts debía tener la enfermería en cuarentena, no la dejarían pasar, presumía. ¿Hace cuánto estaba Eobard ahí? A lo mejor, aquel encuentro fortuito, terminaba siendo de vital ayuda para tener una respuesta acerca de todo aquello de la epidemia.

 

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Descuida, a mí también me han dado por muerto. Pero, el reporte de mi deceso, como siempre, un tanto exagerado. Mi excusa para no haber enviado la tarjeta, es que me fui del país por un tiempo, con todo este asunto de la guerra.

 

Rió por lo bajo de su propio mal chiste. Era una verdad a medias el por qué se había retirado de Inglaterra tras el ataque al Ministerio. Había intentado reacomodar su vida, quizá dedicarse más a aspectos académicos que, durante su etapa en Gringotts, no había tenido oportunidad de prestarles atención. La asistencia a los banquetes en Hogwarts, era uno de ellos. Mala suerte, que en su primera aparición para convivir con el resto del profesorado, aquel brote echara a perder la cena.

 

Parece que es un poco de todo, no está definido qué mal aqueja a los estudiantes. De repente, algunos flotaron, como víctimas de la picadura de un billywig. movió el dedo índice, el que no sostenía la varita, trazando círculos para complementar la explicación. Pero yo vi infectados de algo que parecía spattergroit, así que es temprano para definir un origen.

 

De repente, le vino a la mente el hecho de que estaba un poco desactualizado en cuanto a la plantilla actual; la última vez que había visto a Maida Yaxley, laboraba en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional, pero no podría estar del todo seguro de que continuaba siendo así. Vamos, él bien podría catalogarse como desempleado.

 

¿Sabes algo de primeros auxilios? Puede que los necesitemos. Sugeriría empezar por la enfermería, pero ya está abarrotada hasta el techo. No he visto a otros de mis compañeros profesores, así que sería bueno ver si nos topamos con alguno.

 

Terminó de bajar los escalones, girándose sobre los talones para quedar de frente a la Yaxley. Era un reencuentro extraño, eso no podía negarlo.

 

En cuanto a bebida, bueno. realizó una floritura con su varita, recitando el encantamiento convocador sin despegar los labios. Dos tazas con jugo de calabaza, extraña forma de servir, salieron del Gran Salón al vuelo. Eobard atrapó la suya, pero por muy poco. Es lo que hay, considerando que pusieron el lugar en cuarentena.

 

Antes de marcharse, aún había estudiantes, profesores y prefectos lidiando con el brote de la epidemia. Ahora, simplemente el acceso estaba bloqueado por unos biombos, como los que tenían en la enfermería para aislar a los enfermos más graves.

 

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Editado por Eobard Thawne
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Así que tenían pacientes volando por el medio de los pasillos y gente con la piel marcada, la enfermería llena y pocas manos para ayudar. Se cruzó de brazos mientras él se colocaba al frente, Aaron no podía pisar el lugar, podía contagiarse, aunque, ¿y si estaba ahí y por eso se había ausentado tanto rato? Chasqueó la lengua como niña chiquita en cuanto vio las tazas volando hacia ellos y atrapó la suya en una muestra inesperada de agilidad, no supo que tan sedienta estaba hasta que prácticamente consumió tres cuartos del contenido de un solo sorbo. Sonrió medio apenada, esos no eran precisamente buenos modales.

 

Ok, estamos en cuarentena, y yo entré básicamente de voluntaria —dijo dándose cuenta de su propia imprudencia, sacó una credencial de bordes plateados de uno de sus bolsillos—, será mejor intentar encontrar la primera víctima de esta cosa y entonces, sacar por lo menos unas tres muestras para San Mungo y el Ministerio. Tanto síntoma mezclado me genera mala espina.

 

No lo había tomado en serio con tantos vociferados y padres enojados, pero quizá, esto tenía relación con los problemas de la guerra silenciosa en la estaban metidos hacía un tiempo, atacar a los más indefensos. Tomó lo que quedaba del jugo de calabazas y se puso a tamborilear unos segundos la loza. No tenía la menor idea de cómo extraer muestras, y lo que era aún más complicado, Maida le tenía siento recelo a la sangre, le generaba, bueno, digamos que era una de las cosas a las que más pánico tenía. Tres muestras de los primeros pacientes, tres muestras de los últimos caídos, y, ¿valentia? Si, por favor, en grandes cantidades. Tomó la taza con ambas manos y sonrió forzadamente a Eobard.

 

¿Me ayudas? De primeros auxilios sé tanto como de tecnología muggle y soy de ese grupo de brujas que no sabe encender un "telepator" —confesó manteniendo la sonrisa rara—. Tengo que evitar a toda costa que mi jefe se involucre y me temo que la única manera de lograr eso es, solucionándolo todo primero. ¿Lograste averiguar algo mientras has estado aquí? ¿Llegó la gente de San Mungo ya? ¿Por qué exactamente estás tú aquí? —y con la última pregunta se dio con la novedad de no entender su presencia en el colegio— ¿eres del profesorado o estás en calidad de empleado ministerial?

 

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Editado por Maida I. Yaxley

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Ladeó la cabeza hacia la derecha, ligeramente confundido ante la credencial que le mostraba la Yaxley. Parecía como si la linea temporal hubiese cambiado demasiado, desde su último encuentro.

 

Qué gracioso, juraría que seguías encargándote de Cooperación Mágica Internacional. ¿Qué haces ahora? de repente, recordó que estaban en una situación de cuarentena, por lo que con una floritura de su varita, invocó un Fulgura Nox unos peldaños arriba. Bueno, ya me lo contarás después, vamos a por esas muestras.

 

Invitó a su interlocutora a que cruzara el portal primero. Si bien, había mejorado su dominio del hechizo, su poder mágico limitaba el tamaño del portal, por lo que llegaba a hacerse incómodo que dos personas lo atravesaran al mismo tiempo. Del otro lado, los recibía el pasillo que daba a la torre de Astronomía. Ahí había comenzado su búsqueda.

 

Respondiendo a tus preguntas, me parece que San Mungo aún no ha hecho presencia. Quizá prefieren observarnos de lejos, para evitar que el contagio se propague.

 

Y no los culpaba. Una vez que emergió del portal, lo cerró con un ligero movimiento de varita sobre su hombro. Aún con la tranquilidad que reinaba en el castillo con la congregación de infectados en la enfermería, no podía evitar sentir esa aura de desesperación, casi como la que seguramente los presentes en la Batalla de Hogwarts debieron experimentar. Se aproximó a la puerta que daba acceso a la escalinata de caracol.

 

Quizá no lo mencioné antes...Soy profesor, desde hace, ¿año y medio? le dio un sorbo al jugo de calabaza, que sostenía en la otra mano. Acto seguido, depositó la taza a un costado de la puerta. Normalmente me la paso en mi oficina, cuando no me llaman a dar clases, es la primera vez que asisto al festín. Y vaya para fiesta que han montado.

 

Había dejado la puerta entreabierta de la última vez que estuvo ahí, por lo que simplemente la empujó e iluminó el camino. Miró hacia arriba, esperando encontrarse con algún alumno colgando del barandal, pero nada, de momento. Resopló, ligeramente decepcionado. Probablemente habría que revisar la torre. Volvió a dirigirse a la Yaxley.

 

Veremos que podemos hacer, digo, saber de pociones o de artes oscuras tiene que servirnos de algo en este caso. En cuanto a las muestras, traigo un par de frasquitos conmigo. Supongo que podemos extraerles una muestra o dos de sangre, quién sabe, algo que no sea tan asqueroso.

 

Cuando se trataba de enfermedades, el Black Lestrange se imaginaba lo peor.

 

Aquí fue dónde encontré a los que tenían spattergroit, pero seguro hay más allá arriba.

 

 

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¿Por qué él sabía hacer portales? Maida se quedó viéndolo muy fijo por lo menos un minuto completo, no sólo su aspecto físico había cambiado, sino que todo en él ya le resultaba extraño. ¿Era posible estar siendo víctima de algún tipo de alucinamiento? A lo mejor, ella ya había caído víctima de algún síntoma de la rara epidemia. O a lo mejor, estaba siendo paranoica, eso, de todas maneras lo había heredado de su tío Yaxley. Sonrió para relajar la cara y atravesó el portal sin contestarle ago sobre sus nuevos cargos dentro del Ministerio de Magia.


Cuando cruzó el portal se vio en un pasillo no tan angosto, de piedras.


¿Dónde estamos? —preguntó apenas pudo mirando al techo, cómo si esperase que alguna piedra le cayera encima.


Ella era profesora de Pociones, pero generalmente se había mantenido en los terrenos del Colegio de Magia, había algo en ella que le repelía de ir al castillo. Quizá era simple rivalidad de los colegios, aunque tontas, esas son pequeñas cosas que van marcando algunas actitudes. Le sorprendió enterarse que Eobard también lo era, ¿así que aislados habían estado? Sacudió la melena, era tiempo de pensar en la epidemia, no en todo lo que había pasado en medio de ellos. ¿Sacarles la sangre? De sólo pensarlo, la bruja se llevó la mano a dónde debía estar, en su interior, el inicio de su estómago.


— Eh, dame dos minutos —susurró a modo de petición—, dejé abajo mi valentía. Yo no me siento muy cómoda extrayendo nada. ¿Cómo haríamos?


Buscó una pared, la más cercana y se apoyó en ella, cruzando por delante sus brazos. Conversar al menos un par de minutos de cosas no relacionadas a la parte médica, le vendrían bien, o al menos, eso le sugería su mente, parte de su anatomía que se equivocaba con frecuencia, pero que ella, tercamente, seguía sintiendo como una buena fuente de consejos. Tragó saliva con los ojos cerrados e intentó hallar una tema de conversación divergente a lo que tendrían que hacer si o sí.


Por cierto, no, ya no estoy en Cooperación Internacional, de hecho, desde que mi primo asumió funciones de Ministro —se encogió de hombros—, me convertí en su asistente personal. Ahora, antes de volver a pensar en lo que debemos hacer, cuéntame, ¿por qué tú no te has contagiado?



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