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Enterrando a nuestros muertos


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Aún en la cripta:

 

Xell acudió en mi ayuda con el vaso de agua y lo bebí casi de un tirón. Sólo al final, cuando apenas quedaba un dedo, lo bebí de forma lenta y pausando, saboreando aquel néctar líquido que nos facilitaba la Diosa de forma natural en los ríos. Sabía deliciosa y me repuse un poco pero, por mucho que estuviera riquísima, mi cuerpo necesitaba otra cosa. Permanecí sentada sobre la lápida, con la mirada algo ida, tal vez por el sueño, por el cansancio o, sencillamente, por la tristeza que me producía lo que aquella alma me había explicado.

 

-- No, Xell, no interrumpiste, ya había acabado. -- Tomé aquella naranja y la olí. El aroma a cítrico más sensual que había olido nunca. Bueno, la vista no era muy apetecible, mostraba ciertas ronchas en la cáscara que me indicaba que no era un producto fresco pero se lo agradecí, mondándola poco a poco, no por cautela o por hacer las cosas poco a poco sino porque descubrí que mis pulgares apenas tenían fuerza para forzar la piel y separarla de aquellos gajos jugosos. -- Hablé con ella, sí... Más de lo mismo. Aaron Black Lestrange causó muchas muertes con aquella guerra, no tanto con el enfrentamiento en si sino con el levantamiento del Secreto. Muchos muggles han muerto perseguidos y abusados por los magos que le siguen. Y, ahora, buscando a Lucrezia... ¿sabes algo de ella?

 

Pensé un momento en mi cuñada y me estremecí. Cada vez que oficiaba una ceremonia temía ver la cabellera rubia y el rostro pálido de mi casi-cuñada.

 

-- Sí, por favor, toma tú el frasco y guárdalo donde ya sabes; etiquétalo y ponle el nombre y el número en el LIBRO; por desgracia, empieza a ser un número de casos apuntados demasiado grande... Después, nos vamos a casa.

 

Esperé que acabara mientras iba lentamente saboreando aquel cítrico en la boca. Cuando sólo me quedaba uno de los gajos y mi energía se había repuesto lo suficiente como para mover las piernas de forma armónica en el aire, pues sentada sobre aquella tumba no llegaba al suelo, ella volvió con el libro pegado a su cuerpo. Sonreí para animarla, la veía tan joven para afrontar la dureza de la vida como la estábamos viviendo en aquellos momentos.

 

-- Vamos a casa con sumo cuidado. Hay grupitos de muggles despistados intentando pillar a magos desprevenidos; grupos de magos dispuestos a vengarse de los muggles; mortífagos dispuestos a demostrar su lealtad al Ministerio de Magia y al cretino del actual Ministro. Y también hay humanos malos, sean muggles o magos, sin más creencias que soltar su rabia sobre quien se le ponga delante. No te separes de mí.

 

En el cementerio no podíamos desaparecernos pero en cuanto mi pie pisó fuera de las verjas del camposanto, nos desaparecí para aparecer en la Sala de la Chimenea. Casi me arrastré al sofá. Aquel esfuerzo me había vuelto a dejar agotada. Sentía voces amigas. Todo en la Mansión Potter Black era amiga e inspiraba confianza. Sonreí de nuevo a Xell con una mirada de disculpa por haberla traído a un lugar seguro sin avisarla y, después, cerré los ojos.

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Mansión PB

 

Dejé a Hayame y Lisette, porque tenía la sensación de haberlas interrumpido en medio de una charla importante, y no siempre es buena idea estar presente....prefería dejarles un poco de intimidad, asi que abandoné la habitación y me marché hasta la cocina. Me puse a revolver (cosa qeu a Harpo le gustaba bastante poco) y di con un poco de pan y un poco de carne que el elfo tenía guardada....

 

Si me veía, seguro que me reñía. Pero estaba muerto de hambre, no había comido nada desde el desayuno...asi qeu me preparé un bocadillo y me marché de la cocina, abriéndome una cerveza de mantequilla y dándole un buen trago, feliz con mi pequeño botín "robado" antes de que Harpo me pillara y me regañara por comer a deshoras y revolver en la concina.

 

En mi avance sentí de pronto a la prima @@Xell Vladimir Potter Black. Había aparecido de pronto en casa...cosa casi imposible, porque los únicos que podíamos aparecernos en cualquier lugar de la mansión éramos Sagitas y yo. Asi que avancé hasta la sala de la chimenea, y alli encontré a la rubia con mi madre, como había imaginado.

- Eh, que hacéis por aquí a estas horas? - pregunté en voz baja a la rubia, observando a mi madre, qeu parecía dormir en el sofá. - Hace cuanto que está ahi?

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Creo que me quedé dormida, o algo adormiscada, cuando sentí la voz de mi hijo Matt. En aquel estado, en que mi voz estaba somnolienta y parecía que me costaba unir varias frases a la vez, abrí los ojos y le pregunté por lo que olía tan bien.

 

-- ¿Has robado en la cocina? Harpo no te dejaría hurgar en la nevera y llevar nada en la mano. Es un fiel defensor de las bandejitas donde caigan las migas y donde dejar los refrescos para no dejar cerco en la mesa.

 

¿En serio había sido capaz de decir algo tan largo en aquel estado de semi-vela? ¿O sólo lo había pensado?

 

-- Huele muy bien. -- Sí, esta frase fue mucho más corta y me sonó mejor a mis oídos. -- Ahora recuerdo que no comí en todo el día. Estuve... ocupada. ¿Traes el libro, Xell? -- La espera de la respuesta me hizo despertarme porque aquella era la finalidad de todo lo que estábamos haciendo y si lo perdíamos...

 

Intenté incorporarme en una postura más digna y un terrible bostezo me recordó el cansancio que sentía, después de la ceremonia en la cripta del cementerio de Ottery. Casi lo conseguí pero era demasiado esfuerzo y ansiaba una cama.

 

-- Explícaselo tú a Matt, Xell, yo no tengo ganas de hablar.

 

Ni de hablar ni de nada más. Se me volvían a cerrar los ojos, sería mejor que ella hablara porque yo me iba a quedar dormida de un momento a otro.

 

-- No te olvides de guardar el libro en el escondite secreto. Sólo Hayame, tú y yo sabemos dónde es. Ni siquiera Matt lo sabe. Lo siento, hijo pero... tienes que cuidar de ... -- sonreí antes de dormirme y no sé si llegué a decirlo en voz alta. -- ... de Artagracia, no puedes conocer nada que la ponga en peligro.

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Viendo cómo había afectado aquel gran esfuerzo a la tía, me di cuenta que aún no era tan buen Sacerdotisa como pensaba. Mis modelos siempre habían sido Reena, Cye y Sagitas. Algún día sería tan buena como ellas tres. Tenía grandes conocimientos pero aún me faltaba mucho por aprender. Asentí a su petición porque ella estaba muy agotada y el agua y la naranja apenas habían ayudado a recuperarla.

 

Tomé nota de todo, nombre, sucedido, número de frasquito de memoria y el lugar donde descansaba el cuerpo. Si seguían aumentando los muertos desconocidos habría que ampliar la cripta de los nombres desconocidos, como yo la había bautizado el primer día.

 

- Aaron Black Lestrange pagará por el mal que está causando, tía. Pero cada día aparecen culpables diferentes, todos amparándose en la nulidad de la Ley del Secreto. - Lancé un débil suspiro. La noche estaba siendo muy larga. - He acabado, tía.

 

Salí con ella. La noche oscura y casi sin estrellas nos camufló hasta salir del cementerio. Ella tenía razón, era un momento muy difícil en el que tenías que pensar mal de todo, muggles, magos... Todos peligrosos. Solté un chillido leve cuando aparecimos en la mansión Potter Black. Era la primera vez que aparecía dentro, sólo podían Sagitas y el primo Matt.

 

La tía se tumbó en el sofá y el primo Matt apareció al instante, preguntando por nuestra presencia a aquellas horas. Cierto, era muy tarde para estar levantados.

 

- Acabamos de llegar, primo.

 

Sagitas parecía dormida pero también respondió, aunque esta vez preocupándose por la comida. Preguntó por el libro. Metí la mano en el bolsito de Moke y lo saqué.

 

- Aquí está tí, no te preocupes, yo me ocupo de ocultarlo. - Miré de reojo al primo Matt. Era el Patriarca pero no sabía los escondites de su madre. Esperaba que no se enfadara. - ¿Quieres que te traiga algo de comer, tía? Debería recuperar fuerza.

 

No respondió. Roncaba desde el sofá. Me senté en el sillón y puse el libro sobre mis rodillas. Aprovecharía para explicarle al primo todo lo sucedido, como había pedido Sagitas.

 

- Este libro es el testimonio directo de miles de muertes que se han producido en Londres, en Ottery, muertos asesinados de forma directa por el Ministro de Magia o sus secuaces. Al menos al principio. Después incluimos los muertos muggles por magos sin control, amparados en la abolición de la Ley del Secreto, los muertos durante la guerra contra Bulgaria y ahora... Ahora... Creo que tendremos que ampliar a los brujos y hechiceras muertos por muggles, por ese maldito Inquisidor.

 

También me sentía cansada, sabía que era muy importante guardar el libro pero no me atreví a levantarme.

 

- ¿Qué tal la prima Heliké, primo? ¿Está bien? ¿Y la niña? - pregunté, para ganar tiempo.

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Mansión Potter Black

 

Sagitas apenas acertó a sentarse, lanzando un gran bostezo. Murmuraba cosas, pero seguía con los ojos cerrados. Parecía verdaderamente agotada, lo qeu significaba que, aquellos que hubiera estado haciendo con la prima @@Xell Vladimir Potter Black había sido serio. No se trataba de una salida por diversión.

 

Sonreí de medio lado y me senté, mirando como la rubia dejaba aquel libro extraño sobre sus rodillas. No recordaba haberlo visto antes, y por lo que decía Sagitas, quería que yo siguiera sin saber que contenía. Todos en casa teníamos algún escondite....no era algo malo, simplemente todos necesitamos tener algún secretillo, algo privado.

 

- Cree que puede ocultarme las cosas eternamente para mantenerme a salvo - dije.

 

Escuché atentamente las palabras de Xell, dejando de sonreir y observándola atento. Parecía como si aquel libro realmente pesara como una losa. Puede que no literalmente, pero por su contenido, podría ser. Para la rubia, al menos, resultaba una pesada carga.

 

agaché la vista, sntiéndome mal. Había estado "fuera" de lo qeu estaba pasando, pero con la pequeña recién nacida y todo lo que nos había pasado en la familia, había tenido qeu elegir entre los problemas de la familia o el ministerio....y me había alejado de lo segundo, tal vez más tiempo del que debería.

- Bien, están bien....Helike volvió hace poco, y Elentari está mucho mejor después de la ceremonia. Ahora está dormida. - dije, sin poder evitar que se me escapara una ligera sonrisa.

 

- Que pistas tenéis? Sobre...bueno, lo que ha pasado - pregunté, mientras partía un pedazo del bocadillo con las manos y se lo acercaba. Ella también parecía cansada, asi qeu tal vez un poco de comida la reconfortase.

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Levanté la vista hacia el primo Matt y puse los pies de puntillas, apretando más aquel libro sobre las rodillas. Con la mano encima para sentir el grabado de la portada, dudé en contestar pero Sagitas había dicho que le contara todo a Matt. Era el patriarca de la casa y era familia; debía conocer en lo que estábamos metidas todas.

 

- Creo que te has perdido mucho mientras has estado fuera, primo. La situación ha cambiado muchísimo en cuestión de dos meses. Ahora nos persiguen...

 

¿Sabría lo sucedido? En el lugar donde habían estado, ¿habrían visto las destrucciones de El Inquisidor, las noticias de persecuciones a magos, la búsqueda de los niños perdidos, o mejor dicho, secuestrados? Esperaba que sí porque explicar todo eso me causaba mucho dolor. Al menos, por fin estaban en casa, a salvo, con la familia.

 

- ¿Hay alguien más por aquí? He sentido ruidos arriba - tuve una sensación de miedo al sentir los ruidos pero enseguida supuse que serían los elfos o que estarían las tías en casa, a pesar que era de noche seguro que estaban despiertas.

 

Volví a frotar el libro. Era peligroso tenerlo fuera, así que debía darme prisa.

 

- Se han cometido muchos asesinados en esta rídicula guerra, primo, mucha gente ha sido asesinada sin piedad por ser mago, por ser muggle, por ser defensor de los muggles, por defender a los magos y ahora han secuestrado a bebés por esos seguidores de El Inquisidor. Han prohibido la magia y están repartiendo pastillitas para "curar" a los magos de esta maldición. Estamos pasando por una especie de Santa Inquisición en la que se nos persigue. Estamos en peligro.

 

Me puse de pie, había que guardar el libro.

 

- Este libro recoge alguna de esas muertes, sus historias, sus confesiones, sus deseos antes de morir pero, sobre todo los nombres de sus asesinos y sus caras. La tía Sagitas está haciendo acopio de todas ellas para acusar a los culpables, cuando se pueda, cuando todo vuelva a la normalidad. Ahora mismo, hasta la ONU nos persigue.

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El vibrar del sonido de Xell y Matt era tan acariciador que me dormí, no sé si mucho o poco, pero me ayudaron a entrar en el mundo de los sueños. Era agradable sentirse en casa, segura, a salvo de todo lo que ocurría allá fuera. Allá al menos no sentía la necesidad de estar escudándome ni ocultando mi propia naturaleza. Y no lo hacía por mí, que yo gritaría a los cuatro vientos lo que era y sin miedo. Eran por los otros, los que podrían sufrir si tuviera que defenderme de sus ataques. Siempre había creído con firmeza en la defensa de la Ley del Secreto de la Magia pero, ahora, después de haberse anulado, intentaba convencerme que era mejor que nadie supiera que era una hechicera. Por su bien, por el de ellos.

 

Así, dormitando, sintiendo el calor de la chimenea y el sonido de la voz de la familia, le vi: una de las almas, una de las muchas que tenía etiquetada y su memoria escondida, se apareció delante de mí. No era como Jack, mi marido. Era lo que llamamos un alma en pena, de esos que gritan, que sufren, que no son capaces de cruzar al otro lado para vivir (bueno, lo que hagan las almas) en paz, que esperan Justicia, que no aceptan su Muerte porque no les tocaba.

 

-- ¿Qué estás haciendo para solucionar ésto? -- y se golpeaba la cabeza. En el sueño, o distinguía a qué se refería porque era una mancha voluble y gaseosa que parecía indicarme una herida.

 

-- Lo siento -- murmuré.

 

El sonido de mi voz me hizo despertarme justo cuando Xell hablaba de la ONU y su persecución. Me incorporé un poco y sentí el dolor de cuello que me indicaba que me había dormido en una mala postura. Tragué saliva e intenté espabilarme, algo que no fue difícil en cuanto vi a Xell aún con el libro en las manos.

 

-- ¿Qué haces ahí aún con él sin ocultarlo? ¿Es que no sabes qué se puede perder si nos lo quitan?

 

Sí, estaba nerviosa. No era para menos.

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Salón de la Potter Black. Con @@Xell Vladimir Potter Black y Sagitas

 

- Son las tías Hayame y Lissette. Parecían preocupadas - supongo qeu ahora entendía que no era para menos.

 

MIré fijamente la cerveza de mantequilla que aun sostenía en mi mano izquierda, pensativo. Lamentando lo sucedido y peor aun, por haber estado fuera.

- Hemos perdido a alguien en la familia? - pregunté, temiendo la respuesta que podía darme. - Se lo que ha pasado, a grandes rasgos...por eso estuve fuera. No tengo pocos enemigos precisamente, y con esta situación...lo mejor era llevarse a Elentari. La he puesto a salvo, pero me llevó más tiempo de lo que creía. Ahora está con mi viejo amigo...Elrond. Fenrir está con ella, asi que estará bien. - comenté.

 

- Pero no sabía que las cosas eran tan graves. Solo había oido rumores de lo que pasaba.

 

El regaño nervioso de Sagitas me hizo volver a mirarla. Se había despertado de golpe, y eso no siempre era buena idea...su humor podía ser muy malo cuando despertaba de golpe.

- Que vamos a hacer? Cazarles? - estaba dispuesto a ello. Estaba preparado para dar caza y hacer lo necesario su eso devolvía la seguridad a la familia, y restaurábamos la estabilidad en Ottery.

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La tía murmuró un "Lo siento" que sonó muy flojito, como si lo hablara entre dientes. Se despertaba y me pillaba allá si haber cumplido su orden anterior. Así fue, abrió los ojos y fue lo primero que me echó en cara. Intenté mantenerme firme pues, en el fondo, sabía que tenía razón al decirme eso.

 

- Lo siento, tía, es que me entretuve con la historia de Matt. También es bueno saber de la familia viva, no sólo preocuparnos de los muertos.

 

No era del todo justo, pero la tía es de cuidado cuando se pone a chillar y yo prefería que eso no pasara. Apreté el libro con más fuerza contra mi pecho y lancé una mirada a Matt, implorando su ayuda. Él sabía mejor que yo cómo era la tía cuando se preocupaba.

 

- ¡Ahora mismo lo hago, tiita, no te enfades! Seguir hablando que yo llego en un momento. Después me uno, enseguida, sí, ahora mismo, ya vuelvo, no os preocupéis por mí...

 

Hablaba mucho y corrriendo mientras desaparecía de su vista para que no tuviera tiempo de contestarme alguna fresca. Después, subí las escaleras y busqué el lugar secreto que teníamos para esconder aquella memoria histórica de lo sucedido en Ottery durante el mandato de Aaron. Ese ministro tendría su merecido en cuanto el libro saliera a la luz. Estaba segura.

 

Volví todo lo deprisa que pude y me senté, jadeante, en el silloncito.

 

- Ves? Ya estoy aquí. - Miré a una y al otro, sorprendida de no entender lo que decían. ¿Tanto había tardado? - ¿Cazar a quién? ¿De quién o quiénes estáis hablando?

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Las cosas habían sucedido de una manera tan extraña que la pobre bruja no había tenido más opciones que admitir que tenía que estar cerca de su familia justamente en los momentos que más peligro representaban y aunque ya había acudido en una sola ocasión a la casa de sus familias se había retraído porque le había parecido que todos estaban ocupados en cosas súper importantes y a ella tampoco le gustaba importunar pero a final de cuentas no iba a terminar teniendo muchas opciones así que intentando no demostrar que estaba muy asustada porque a final de cuenta los Gryffindor siempre se demostraban por ser los magos y brujas más valientes que salían de Hogwarts, había ido a la casa de su familia y había tocado a la puerta antes de pasar.

Le parecía que escuchaba voces en todas partes pero de una manera más curiosa que venían de la cocina así que se encaminó hacia la cocina esperando poder ver a alguien de ellos y que le pudiera explicar qué era lo que estaba pasando ahí.


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