El caballero inglés era un Lestrange, mas nunca había hecho ninguna clase de esfuerzo por acercarse a su familia paterna. Ya llegará el día adecuado, se decía a sí mismo con calma, sabiendo que así sería porque era inevitable. El tiempo normalmente pasa más lento de lo que pretendemos, pero ese día había llegado. No era un simple sábado más, era uno que había marcado en el calendario con letras en rojo. Porque supondría un antes y un después en su vida. Volver a convivir en un ambiente familiar, volver a tener un lugar al que poder llamar hogar. En definitiva, volver a tener una familia tras descubrir que los últimos familiares que tenía por parte de su madre en el extranjero habían fallecido.
¿Estaba nervioso? No. Tenía un leve cosquilleo en el estómago que podía confundirse con nervios, pero lo que estaba era ansioso porque sucediera el encuentro. Llegaría con la mejor de las actitudes y la mejor de las sonrisas, pero en el fondo iba para reclamar lo que era suyo. Lo que consideraba que era suyo. No de una forma hostil, sino con paciencia, con calma. Demostrando cariño, empatía. Ganando la confianza de todos para hacerse de forma sutil con las propiedades y las riquezas de los Lestrange. Con la esperanza de que cuando se diesen cuenta de sus planes fuese demasiado tarde para reaccionar. Y no, no entraba dentro de sus deseos provocar alguna clase de daño físico en sus futuros seres queridos.
No quería usar la fuerza, no quería usar la violencia. Tenía conocimientos y capacidades mágicas suficientes como para ser un enemigo a tomar en cuenta, pero mejor no. La familia es lo más importante. Y sí, resulta irónico que lo piense alguien que lleva demorando muchísimos años el aparecer en el Castillo Lestrange, pero siempre había llevado con orgullo dicho apellido. Siempre había hecho lo mejor, siempre había tratado de destacar para que sus antepasados pudiesen estar orgullosos de sus logros. El apellido que portaba tenía que ser admirado, temido, envidiado... debía estar relacionado con la gloria y con el poder. Sólo con pronunciarlo el resto deberían saber que estaban ante alguien al que tenían que respetar.
Volviendo a sus planes. Dentro de su imaginario cabía la posibilidad de que si jugaba bien sus cartas sus familiares aceptasen que debería ser el poseedor de todo. El que manejase el patrimonio. El que pusiera y dictara las normas, el que dijese lo que se podía y no se podía hacer. Y se podría seguir, pero el resumen es claro: Ser el patriarca supremo. ¿Demasiados aires de grandeza? Por supuesto. ¿Lo necesitaba? Para nada. Nunca su bóveda había estado más llena de galeones. Nunca su bóveda trastero se había encontrado más repleta de objetos y pociones. Nunca había tenido tantas criaturas, algunas de ellas casi imposibles de adquirir. Y sin embargo quería más. Ese era su Talón de Aquiles, la ambición.
Con unos últimos pasos acabó de completar el recorrido que le separaba desde la entrada de la propiedad hasta la puerta del Castillo Lestrange. Llevaba un vestuario oscuro, elegante y formal. Mezclando un traje típicamente muggle de color negro con una túnica del mismo color puesta por encima, una que había comprado en el Callejón Diagon durante la Navidad. Llevaba El Mapa del Merodeador en el bolsillo izquierdo de la túnica. Un simple vistazo y podría saber quiénes se encontraban allí, pero prefería quedarse con la intriga por el momento. Llevaba la valiosa capa de invisibilidad en el bolsillo derecho, lista para ser usada en cualquier momento para esconderse y para hacer travesuras como si hubiese vuelto a su época estudiantil.
Golpeó un par de veces en la puerta con su puño. Esperando ser atendido. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro, expectante. ¡Sorpresa, familia!
@ Sol Lestrange Black @ Samy Lestrange