Al joven francés le seguía pareciendo fantástica la cantidad de magia que albergaba aquel pueblo británico. Le resultaba increíble que tantas familias mágicas, provenientes de lugares tan diferentes, hubiesen decidido construir un hogar en aquella población. Su familia, la Dumbledore, no era una excepción. Caminando por sus calles uno podía encontrarse con personas de todo tipo. Desde aquellos que tenían un linaje que creaba envidias, hasta los que pertenecían a estirpes que todavía no habían hecho grandes logros para la comunidad. Pero estaban a tiempo de hacerlo.
Era consciente de que había familias más dignas de respetar que otras, así como familias de todo tipo de ideologías. Aquello no le importaba demasiado, hacía tiempo que había decidido que la única guerra que le importaba era la personal. Luchaba por sus intereses, moviéndose hacia donde la corriente resultase más favorable. Tratando de obtener beneficio de todo lo que hacía y, si llegase el momento, pelear por aquello que le importaba. Y lo que le causaba preocupación no era la ideología que resultase vencedora, sino su propia vida y la de sus seres queridos.
Accedió a los terrenos de una familia: la Macnair. Iba de visita, iba a pasar tiempo con una... ¿amiga? Lo cierto es que no había pensado lo que eran, pero estaba claro que como mínimo deberían ser amigos porque habían sentido una conexión bastante fuerte. No podía negar que se lo pasaba muy bien con ella, hasta el punto de haberla invitado a su ciudad natal. Allí, durante la gala de Halloween se habían encontrado, pero perdieron el contacto después de que una señora desconocida le preguntase a la mujer si quería descubrir su futuro. Y ahí estaba el mago, con ganas de obtener respuestas.
Unos vaqueros azul oscuro, una camisa azul cielo, un abrigo negro sin cerrar, una bufanda gris alrededor del cuello por si el día enfriaba y unos zapatos marrones eran su vestuario aquel día. El invierno cada vez estaba más próximo y no quería arriesgarse a pasar frío, aunque a donde iba imaginaba que no lo pasaría. Estaba con su mirada buscando la puerta para llamar, pero fue entonces cuando una persona que caminaba por los jardines le llamó la atención. Un rápido vistazo le hizo darse cuenta de que esa era la que estaba buscando. Sonrió y con elegancia caminó hasta su posición.
—Mi lady... —susurró cuando llegó a su posición por la espalda, tapándole los ojos delicadamente con sus manos. Al saludarla estaba haciendo una clara referencia al encuentro del negocio de sus hermanos. Parecía distraída cuando la vio a lo lejos, esperaba no haber llegado en mal momento. —Así que vives aquí, ¿eh? —cuestionó mirando a su alrededor. —No es tan bonito como el de mi familia, pero no está nada mal. —bromeó mientras seguía en la misma posición, sin retirar sus manos, esperando que su acento francés no se notara demasiado. Si algo le preocupaba, si algo le inquietaba y si algo le molestaba, se encargaría de hacérselo olvidar. Se mantuvo en silencio unos segundos. —Tenemos muchas cosas de las que hablar, pero... ¿sabes antes quién soy?
Si no acertaba... ¿se iría? ¡Pues claro que no! Se moría de ganas por conocer el futuro, si es que finalmente la desconocida le había adivinado algo...
@ Idylla Macnair T.