El raudal vuelo en el que ambos se veían ensimismados les daba tanto placer que no había en todo el mundo algo que les satisfaga mejor que ello. El joven Snape conocía como buen jugador de Quidditch (en los Murciélagos de Ballycastle), lo que era volar en escobas, en sus diferentes tipos, ambientes y épocas. Pero nunca nada pudo reemplazar lo que se siente al volar con un caballo; la unión que se crea en ambos, la relación unánime que crecía y avanzaba a medida que cada uno aportaba un poco de su propio ser.
Martie, la yegua salvaje que solo Felias había podido domar (y que por tal razón le había salido menos dinero de lo normal) ascendía entre los cúmulos de nubes y ocultándose entre ellas. El vuelo parecía ser una danza natural entre caballo y jinete la cual concluía, normalmente, en un rápido descenso casi caída libre. Ambos se divertían, lo pasaban bien juntos. Ese día, tan nublado que estas eran casi una sólida pared, Felias se había alejado de Londres. Desde aquella altura podía ver que iban hacia al norte, y bastante más al Este de donde se encontraba la montaña desmarcada por Felias la cual era usaba para las mascotas de la Familia Snape (y algún que otro Dragón).
Meses atrás se había rumoreado de la apertura de una Reserva por Mackenzie Malfoy, lugar al cual Felias no había podido acudir nunca. Al ver aquellas tierras desconocidas y similares a las descripciones que le habían dado de la reserva High Flights, estuvo seguro que se encontraba volando en aquel lugar, obviamente invadiendo propiedad ajena. Las montañas que se extendían hacia el norte con un aspecto increíble, el lago central magno y cristalino que reflejaba las blanquecinas nubes de una tarde húmeda; el relinche de caballos que se oía a lo lejos era una canora melodía a los oídos del vampiro, un sonido suave cual nada de noche. Sin duda, aquel lugar sería fantástico no solo para Felias sino para la pasta de sus cuatro aethonans.
Martie relinchó en el aire y este se mescló con el sonido del viento. Volaban a una altura inimaginable, y Felias solo podía saber sobre donde estaban por su vampírica visión. Comenzaron a bajar dirigidos a una explanada de la reserva donde podrían verlos fácilmente. El joven deseó que la propietaria no le hiciera problemas; después de todo, estaba entrando ilegalmente. El aterrizaje fue rudo y Felias sonrió de devoción. Martie relinchó nuevamente al ver el desconocido mas agradable lugar donde se encontraban y comenzó a recorren el lugar. Su jinete ya había descendido esperando a la persona que se acercaba quien ya les esperaba. Deseó que no se les tratara con malo hábitos; aunque estaba seguro que de su propietaria no recibiría tal trato; algo en él le decía que no.