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Alexander Malfoy

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Mensajes publicados por Alexander Malfoy

  1. Desde luego, aquella chica no dejaba de sorprenderme con cada uno de sus comportamientos. Era totalmente impredecible, con una reacción diferente para cada ocasión que se le presentaba. Aún paralizado por el roce de sus labios, escuché la confesión de que me había echado en falta. Ojalá pudiera sincerarme de la misma manera con ella, pero Alexander Malfoy siempre se reservaba sus sentimientos para sí mismo. Compartirlos era una trampa, una debilidad.



    Podemos ir a la cocina, si quieres. Allí encontrarás todo lo que necesites para saciar el hambre – le indiqué, señalándole el camino hasta ella. No había frecuentado demasiado el Castillo Triviani en los últimos tiempos, pero algo recordaba de él. Prácticamente había sido mi primer hogar años atrás –. Y también hallarás algo con el que aplacar la sed. No he olvidado tu devoción por los alcoholes de fuerte resaca.



    La invité a pasar, cruzando algunas puertas y pasillos hasta llegar a nuestro destino. Me despedí del resto de mis familiares con un gesto de la cabeza, dedicándole una última mirada a Aland llena de significado. No olvidaba el trato que habíamos acordado apenas hacía unos minutos, y esperaba que ella tampoco lo borrase de su memoria.



    Mientras Mizu buscaba todo lo que su cuerpo le pedía en las despensas del Castillo, me dedicaba a observarla desde el umbral de la puerta con mirada clínica y en completo silencio. Había dicho aquello de que siempre acababa regresando atraída por mí, ¿pero cuál era el verdadero motivo que había conducido sus pasos hasta Ottery?



    Supongo que ahora es el momento en el que me contarás tus aventuras de estos meses – comenté, prácticamente exigiéndole –. No dudo que hayan sido interesantes y que hayas sabido cuidarte, pero un padre necesita saberlo todo sobre su hija.



    Seguía sin apartar la mirada fría de ella, observando aquellos cabellos ardientes que tantos recuerdos me traían, cuyo fuego aún podía prender una pequeña llama en la oscuridad de mi corazón.


  2. Por mí bien hacer el rol en el fin de semana, cuando ya me haya librado de los exámenes, así que voy a tener tiempo para atenderlo más del que ahora tengo para atender el foro. En estos últimos días apenas me he dejado ver y se ha notado.

     

    A partir del jueves me conectaré más a Skype, sobre todo hacia la noche española, así que si organizamos el rol por ahí por mí perfecto que seguro que me encontráis. Pero antes habría que hacer eso, avisar a los chicos para que estén al tanto de lo que les proponemos.

     

    Me fui yo también :ninja:

  3. Yo también apoyo la idea de hacer un rol conjunto que ha dicho Afro. Lo leí hace unos días pero no me pasé por aquí para apoyarla, así que básicamente lo que vengo a decir es eso, para que se vea que también estoy conforme con la propuesta.

     

    Y de los otros aún no he obtenido respuesta de ninguno así que creo que hasta dentro de bastante no van a volver a pasarse por el foro. Espero equivocarme e incluso que cuando menos lo esperemos acepten entrar a la mini. Lo de Eco prácticamente descartado como dijo Anne.

     

    Saludos chicas.

  4. Aquel parecía el día de los encuentros, encuentros que todos habíamos perdido la esperanza en que se fuesen a dar en alguna ocasión. Muchos habían vuelto al viejo hogar cuando menos se los esperaba deambular por allí, mientras que otros, como yo, nos habíamos dejado caer por los jardines en busca de algún favor. Aún así y a pesar de que me costaría reconocerlo, ver tantos rostros conocidos a los que guardaba cierto aprecio me reconfortaba, viéndolos allí sanos y salvos.

     

    Entonces vi una figura a lo lejos que clavaba su mirada sobre mí. No podía ser ella, que tantas veces había perdido pero que siempre terminaba volviendo. Aquella maldita vampiresa se había dejado ver una vez más, para luego quizás desaparecer como al final ocurría siempre. Se parecía tanto a mí, con aquella mirada celeste y un comportamiento tan escurridizo, que hasta me sorprendía.

     

    Mizu – alcancé a susurrar, más sorprendido y complacido de su presencia de lo que mi frialdad me dejaba mostrar. Di un par de pasos en su dirección, y esbocé una pequeña sonrisa de satisfacción en mi rostro –. ¿Qué haces aquí?

     

    Recordaba nuestro último encuentro, de los más extraños que habíamos tenido nunca, pero toda aquella historia había quedado atrás y por fin tenía a mi hija delante de mí. Seguí caminando, ahora ya liberado del shock inicial que me había producido el verla a ella también allí, entre tantos extraños y conocidos, y una vez la tuve delante la recorrí con la mirada.

     

    Pensé que nunca volvería a verte – reconocí, mirándola a los ojos.

     

    Quizás ella era una vampiresa y yo un licántropo, pero eso era lo único que nos diferenciaba. Estaba orgulloso de ella, a pesar de que siempre se perdía en sus propias locuras para regresar muy de vez en cuando. En aquello se parecía a Aland, pero un escalofrío recorrió mi espalda cuando reconocí una expresión en su rostro que cualquiera diría que pertenecía a Alexander Malfoy, y no a aquella bruja de cabello borgoña.

  5. Seguro que ya lo sabes tú mejor que yo, Anne, pero no te dejes engañar por eso. Yo me registré con el nick de "Alexander Weasley", y nunca entré a esa familia ni tuve intenciones de ir a la Orden. El primer día que estuve en el foro ya decidí dónde quería estar, eso sí, y es difícil cambiarlo xD Pero oye, hay que insistir.


    Los muchachos que mencioné antes no han contestado, ni siquiera el que dije antes. Dejo los nicks para dejar constancia de quiénes son:


    Akiza Ravenclaw H. Ella ya estaba en la mini pero no sabía bien hasta qué punto se estaba involucrando, pero parece ser que ya es Mortífaga. Una menos xD


    Maximartin, que fue el único que me contestó pero no ha vuelto a aparecer por el foro desde entonces. Parece ser que se desaparece bastante.


    Y por último Lizhita, que tampoco me ha contestado y es la más novata de los tres hasta el punto que no tiene ni familia ni ficha de personaje. Su últimos status da a entender que le gusta el foro, pero creo recordar que sólo tiene tres posts en cinco meses de registro xDD


    Y eso es todo lo que quería decir en esta ocasión. Saludos.

  6. Bueno, vengo a decir como en el anterior post que sigo vivo por aquí y que aunque no siempre postee sobre lo que ocurre en el Escuadrón estoy siempre pendiente de lo que vais hablando por aquí.

     

    Lisa y Juve, antes me metíais en los MP que creabais para los nuevos miembros del foro y creo que en las nuevas hornadas ya no me habéis metido, y quiero decir que podéis contar conmigo para ese trabajo o cualquier otro. No me conecto mucho al Skype ni así por los exámenes, pero a cualquier cosa estoy para ayudar con las tareas.

     

    Mencionar también que me he metido en el perfil de varios Neutrales de familia mortífaga a dejar algún mensaje en su muro. Aún no me ha contestado ninguno, pero al ver que se pasaban por el foro y aún no tenían sus intenciones de bando muy definidas (aparentemente), decidí ver si se animaban a seguirme el juego un poco y así irlos atrayendo un poco hacia aquí.

     

    Saludos chicas!

     

    PD: miento, uno de los chicos sí me ha contestado xD A ver qué sale.

    • Me gusta 1
  7. En apenas unos minutos todo el escenario había cambiado. Cuando antes nos encontrábamos mi madre Aland, su escuálida mascota y yo en la más absoluta confidencia, aparecieron de la nada una bruja que alcancé a reconocer como mi hermana en la familia Triviani, y un hombre de porte honorable que sí que era incapaz de asociar con nombre alguno.

     

    Sabía que mis deducciones respecto a todo aquello no iban demasiado desencaminadas. Al comprobar la sorprendente reacción de Aland al ver a aquel mago, estaba bastante seguro de que se trataba de aquella persona a la que había procurado evitar de todas las formas posibles, incluso tirando del brazo de su hijo y arrastrándolo hasta esconderse como una comadreja miedosa en las entrañas del Castillo.

     

    Esto parece una reunión familiar. Por un lado los hijos desaparecidos, y... Un viejo amor, o algo parecido, por el otro – dije recorriendo con la mirada a cada uno de los presentes, los cuales parecían absortos en aquella escena que sin duda se presentaba como más que interesante. Contuve la risa al ver a Aland, guardando la compostura pero dejando escapar los nervios propios de una adolescente hormonada –. Quizás ha llegado la hora de las presentaciones.

     

    Volví a mirar a mi madre, aguardando a que desvelase las identidades de los que allí se encontraban. Sabía que aquella segunda bruja era Candela por el cierto parecido que sus facciones guardaban con su madre, siendo ésta vez la sanguínea y no como en el caso de aquel Malfoy de cabellos rubios, el que se tenía que conformar con la adopción por parte de una Triviani.

  8. Comencé a seguir a Aland hasta el bastión, esperando su respuesta. Esperaba que se ofreciese a ayudarme como digna matriarca que era, siempre dispuesta a darlo todo por su familia, pero parecía vacilante, como si la simple idea de echarle una mano a su hijo le plantease más de una duda. Ausente como si volviese a estar en absoluta soledad, echó a caminar con paso firme en dirección a su hogar, acunando a Apocalipsis como si se tratase de un bebé.

     

    Sí, un favor. La única broma pesada que hay aquí es eso que sujetas entre tus brazos – respondí nada más escuchar sus palabras, intercambiando mi mirada con la suya durante unos segundos –. Cuando necesite acudir a ti para que me ayudes, ten por hecho que no se trata de cualquier tontería. Puede que apenas me pase a verte por el Castillo, pero confío en ti.

     

    Continuamos caminando, ambos con los ojos clavados en la hierba de los jardines, en tono reflexivo. No sabía bien cómo expresarme con lo que iba a pedir. En realidad era una tontería, algo sin relevancia que a Aland seguramente no le pareciese importante, pero ella era una de las pocas personas con las que podía compartir algo como aquello. Era una de las pocas a las que les podía ceder algo que para mí significaba tanto, aunque no siempre supiese cómo demostrárselo.

     

    Espero que lo sepas.

     

    Llevé mi mano al bolsillo y recogí algo de él, retirándolo para mostrarlo ante sus ojos. Era un frasco de cristal de tamaño diminuto, impoluto y con algún decorado elegante propio de un Malfoy. Hacía ya mucho tiempo que lo había recogido de alguna recóndita cámara de la Mansión, donde mis familiares guardaban viejas reliquias como aquella que nadie echaría en falta en caso de que un ladrón la tomase para sí.

     

    Es un recuerdo, uno muy especial. Quiero que lo cuides – se lo tendí con intención de que lo tomase para sí. Mi mirada expresaba todo lo que no necesitaba decir, aclarando su gesto que era algo privado y personal a lo que sólo yo podía tener acceso –. Escóndelo, protégelo como si se tratase de la vida de tu hijo. Aunque no sé si eso quiere decir algo.

     

    Miré a Apocalipsis, el cual me fulminaba con aquella mirada animal y salvaje, lanzando amenazadores mordiscos al aire. Estaba seguro de que si Aland lo soltase saldría correteando a morderme los dedos del pie.

     

    Aléjalo de él. No me gustaría que se atragantase.

  9. En parte aquella escena era cómica para alguien que conociese lo suficiente a Aland. ¿Qué hacía la respetable a la par de demencial bruja abrazando a su hijo? Parecía más obligada a demostrar su cariño de alguna forma a que aquel fuese un gesto sincero por su parte, rodeándome con sus brazos pero manteniendo cierta distancia entre su cuerpo y el mío, como si repudiase toda clase de contacto humano.

     

    Una vez nos separamos, comprobé que el est****o conejo rosa continuaba retozando en la hierba, persiguiendo quién sabe lo qué hasta separarse de nosotros a unos pasos de distancia. Me miró con aquellos espeluznantes ojos verdes, olfateando lo que se hallaba delante de él, clavándolos en mí a medida que caminaba lentamente hasta golpearse con el tronco de un árbol que no esperaba encontrar en mitad de su camino.

     

    Apesto a lo que soy, Aland – dije tajantemente, respondiendo a lo que me había dicho. No tenía la costumbre de llamarla mamá, ni madre. Quizás fuese porque se trataba de mi madre adoptiva y algo en mí me decía que nunca compartiría lazos de sangre con ella, pero aquello no significaba que no nos uniese cierto cariño que cualquiera al vernos diría que no existía –. Quizás te agrade más el olor a pollos muertos.

     

    Miré a sus espaldas, observando el rastro de aquellos animales sin vida, esparcidos alrededor de un árbol que crecía imponente justo a nuestro lado.

     

    Podría decir que echaba más de menos a tu adorable mascota que a ti, pero sí, supongo que no vendría por aquí si tú no estuvieras. ¿Qué haría yo sin mi querida madre? – afirmé, cruzando los brazos a medida que una sonrisa sarcástica se iba dibujando en mi rostro –. O mejor dicho, qué haría ella sin mí. ¿Qué tal está la tía Alyssa?

     

    Tenía varias preguntas en mi cabeza, cuestiones creadas por mera curiosidad, pero todo podría esperar. Había mucho tiempo por delante y una larga noche nos esperaba, ahora que el día comenzaba a oscurecer. ¿Quizás hoy era el turno de la luna llena? En tal caso, habría sido una imprudencia por mi parte haber acudido allí sin ingerir una poción matalobos.

     

    En realidad... – susurré, enfocando la mirada y frunciendo el ceño. Ahora mi semblante se tornaba serio, quizás demasiado –. He venido a pedirte un favor.

  10. El año estaba a punto de llegar a su fin cuando un desaparecido Triviani hacía acto de presencia en los jardines del Castillo, después de muchos meses ausentes en quién sabe dónde. Aquella familia me había olvidado casi tanto como yo a ella, pero lo que sí que no se había alcanzado a desvanecer de mi memoria eran los recuerdos que me ataban a todos ellos. En mayor o menor medida, le debía mucho a aquella banda de magos locos y perturbados.

     

    Miré con rostro sereno los muros que se alzaban ante mí y comencé a rodearlos, como si fuera la primera vez que me encontraba allí y quisiese estudiar cada detalle de su elegante estructura, en busca de algo que ni sabía qué era. Caminaba entonces con paso lento al recordar a mi tía Alyssa, la que tanto me había enseñado y a la que hacía tanto tiempo que no veía, casi tanto como para que su imagen comenzase a emborronarse en lo más profundo del recuerdo.

     

    Una imagen que tanto se asemejaba a la de su hermana Aland, mi madre adoptiva. ¿Qué estaría haciendo en aquel instante? Cualquier cosa. No era la primera vez que la sorprendían llevando a cabo uno de sus múltiples locuras, superando el límite de su demencia con cada uno de sus impulsos que tanto daban que hablar.

     

    Quizás esté en sus aposentos, bebiendo jabón hasta emborracharse – murmuré para mí, incapaz de borrar aquella escena de mi mente. Lo peor de la misma es que era algo totalmente factible –. Cualquier absurdo.

     

    Continué caminando por aquellos jardines que se abrían delante de mí, contemplando un atardecer que anunciaba ya la decadencia de uno de los últimos días de diciembre. El frío que me rodeaba provocaba el abandono total del lugar por parte de los Triviani, tapizado al completo con el húmedo rocío del invierno. Llevaba conmigo mi varita, aunque todo parecía indicar que en aquella ocasión no tendría que llegar a utilizarla.

     

    Entonces vi una figura a lo lejos, tumbada contra un árbol mientras sostenía algo en su regazo. Sus cabellos de fuego ardían ya desde la lejanía, y a medida que me iba acercando con curiosidad alcancé a reconocer a la bruja, acompañada de un horrendo conejo rosa que a saber por qué clase de torturas había pasado para llegar vivo a aquel día. Era Aland.

     

    Una vez la tuve al lado la golpeé suavemente con la punta del pie, zarandeándola con él para hacer que se levantase de su sueño. El animal lo hizo antes que ella, y tan pronto abrió los ojos y me vio delante de su dueña comenzó a soltar unos patéticos chillidos que rápidamente se silenciaron una vez lo fulminé con la mirada. Era horrible escuchar aquellos alaridos, más propios de una rata que de él.

     

    Mi madre se levantó entonces con un largo bostezo, más por culpa del estruendo provocado por el conejo que por mis sacudidas.

     

    Mira quién ha regresado a casa por Navidad – le dije, ocultando la varita.

    • Me gusta 1
  11. Me levanté lentamente de mi camilla cuando vi que un mago al que no conocía se acercaba a mí. Debía de ser alguno de los que trabajaban en San Mungo, el cual no parecía demasiado preocupado por aquel Malfoy de ojos azules. Todo parecía ir con normalidad al apreciar cierta serenidad en su semblante, el cual se mantenía serio tras haber escuchado mi pregunta.

     

    Entonces se confirmó lo que había deducido. Aquel era el hospital del mundo mágico, y aunque apenas podía recordar con claridad lo que había sucedido la noche anterior sabía que no me encontraba en peligro. Bebí con rapidez las pociones reconstituyentes que me ofrecía con intención de salir cuanto antes. No me apetecía permanecer un segundo más en aquel lúgubre lugar, un lugar que no me correspondía. Todavía no.

     

    Tranquilo. Antes de que hayas pestañeado habré desaparecido – alcancé a murmurar, pero cuando miré a mi lado ya no había nadie. El medimago que me acababa de atender había marchado ya, desvaneciéndose al otro lado de uno de los pasillos. Suspiré, poniéndome en pie con cierta dificultad pero sin perder el equilibrio –. Ya nos veremos en otra ocasión.

     

    Comencé a caminar en dirección de la salida, dando cada paso con lentitud pero con seguridad. Poco a poco iba recobrando mis fuerzas, aunque sabía que quizás pasaría aquel día notando cierto cansancio que con el transcurso de las horas se iría amortiguando... Pero uno no puede esperar menos de una noche loca, ¿verdad?

     

    Dejaba San Mungo ya a mis espaldas. ¿Volvería? Tal vez, pero nunca dejaría verme atrapado para siempre entre aquellos muros, enfermo y cercano a la muerte.

  12. Hola, vengo a hacerme notar un poco por aquí xD Antes de nada pedir disculpas por lo muchísimo que he estado perdido en este tiempo, que lo que apenas he hecho fue responder algunos MP, y algunos con varios días de retraso.

     

    He estado leyendo los últimos posts de este topic y creo que más o menos me he enterado de lo que ocurre, y en general estoy bastante de acuerdo en todo lo que decís, así que va todo mi apoyo. No se puede permitir que la Orden no robe a nuestros muchachos (?)

     

    Espero estar un poco más pendiente a partir de ahora a todo lo que se cuece. De nuevo pediros disculpas, y que sepáis que sigo vivo entre las sombras (?) xD

     

    Saludos chicas.

  13. A mí me gustaría encargarme de los ingresos al foro, a ver si alguien más se anima a hacer el trabajo grupal conmigo y así nos echamos una mano. Recuerdo que la última vez que estuve en el EN me encargaba de eso, así que tomar contacto con los viejos tiempos no estará mal xD

     

    Espero que no haya problemas con eso. Soy el segundo en pasarme, eso va detrás del primero :ohsi: (?)

  14. Mazmorras



    Poco a poco fui recuperando la consciencia, abriendo los ojos para adaptarme a todo lo que me esperaba más allá del profundo sueño del que acababa de despertar. Me incorporé lentamente, aún sin haber acostumbrado la niebla de mi mirada a aquel nuevo escenario. Se trataba de una especie de mazmorras donde nunca había estado antes, a pesar de que sí que había pasado días encerrados en más de las que alcanzaba a recordar.



    A mi alrededor había diversas camillas semejantes a aquella en la que me encontraba tumbado. Sobre ellas reposaban magos y brujas de aspecto decrépito y malgastado, como si alguna enfermedad los hubiese consumido o se hubiesen recuperado hacía no demasiado tiempo de una.



    ¿Dónde… Estoy? – murmuré para mí mismo intentando rescatar de la memoria todo lo que me había ocurrido hasta llegar allí, a pesar de que era incapaz de recuperar todo lo que me había sucedido en las últimas horas por más que lo intentase.



    Me notaba cansado como nunca antes, incapaz de moverme demasiado al notar en mi cuerpo un gran esfuerzo, quizás desmesurado, para un simple movimiento como alzar levemente el brazo, mover la pierna o girar el cuello. Examiné con la mirada aquel lugar en busca de algún rostro conocido, pero ninguno de aquellos enfermos o medimagos representaban nada para mí.



    Pero no era idi***. Aquello era San Mungo. ¿Tal vez había acabado allí tras un…? No, imposible. En ese caso lo recordaría. Imposible olvidar el hedor del miedo, de cómo una vida se escapa para no regresar jamás.



    Intenté incorporarme más, pero sentí un dolor punzante bajo mi piel que me hizo recular. Esperé allí por atención sin poder alzar la voz, agotado.


  15. Mazmorras

     

    Una nueva camilla se encontraba ocupada en el Hospital de San Mungo. Un Malfoy de cabellos rubios y mirada celeste entraba habiendo exhalado ya su último aliento a la sala, apagado como no lo estuvo nunca antes. Un veneno mortal de serpiente había recorrido su cuerpo hasta robarle el último suspiro de su vida, apagando poco a poco el resplandor en aquellos ojos hasta que su iris azul se volvió oscuro, triste, artificial. Quién podría haber imaginado que aquella había sido la última noche de Alexander en el mundo, despidiéndose de él pero no de los que alguna vez llegaron a amarlo.

     

    El traqueteo de una jornada más en aquel gigantesco complejo médico camuflaban el chirriante andar de la camilla sobre la cual reposaba el cuerpo, inerte. Los medimagos y sanadores de San Mungo caminaban de aquí para allá enfrascados en sus quehaceres, atendiendo a los heridos que buscaban cura y remedio entre aquellas paredes. Algunos rozando la muerte, y otros a los que aún les quedaba mucho camino que recorrer hasta encontrarse con ella, aunque la lúgubre y deprimente atmósfera de un hospital como aquel les hacía recordar que tarde o temprano les daría caza cuando menos lo esperasen...

     

    Tal y como le había sucedido a Alexander.

     

    El Malfoy se mantenía rígido, con su figura aún caliente helándose poco a poco con cada segundo que agarrotaba su cuerpo, alejando cada vez más y más toda esperanza por hacerlo regresar de allí donde sólo los más fuertes pueden escapar. Alexander esperó allí a que alguien lo atendiese con el rostro ensombrecido e inmutable, decorado por una triste sonrisa que se había dibujado en él cuando su corazón dejó de latir.

  16. Bueno, pues vengo a apoyar esto yo también xD Primero que nada, decir que nunca he tenido problemas con mi nick. Estoy muy contento con él, nos queremos y nos respetamos (?) Pero sé de gente que quiere cambiárselo y no puede. Como dicen por aquí, que incluso buscan ayuda de otros en los concursos, o se crean una cuenta nueva porque a la vieja no pueden cambiarle el nombre.

     

    Recuerdo estar en un foro diferente a este hace ya mucho años, y que dar la libertad a los usuarios de cambiarse el nick cuando quisieran (desde su panel de control) hacía del foro un caos absoluto. Obviamente, había quien se lo cambiaba a diario, y tenías que montarte tus propias teorías para saber quién era quién xD Claro que había quienes sólo se lo cambiaba muy de vez en cuando, ya que al fin y al cabo el nick es eso... La etiqueta con la que te distingues del resto de personas del foro, y cambiarlo cada día es cosa de que te aburres y necesitas buscarte un hobby urgentemente xDD

     

    Igualmente apoyo ideas como la de ofrecer unos días al año, o cada seis meses, para que tengamos la libertad de cambiarlo a nuestro gusto. Es una pena tener que dejar atrás toda una cuenta, con su historia y su orgullo (?) para hacer un simple cambio de nick. Además yo he sido administrador en foros como en el que mencioné y no sé si en este será igual, pero no es ningún problema para la administración cambiar el nick de un usuario. Es muy fácil hacerlo. Quizás cambiárselo a varios sí se haga tedioso, pero complicado no es, no da ningún dolor de cabeza.

     

    Apoyo la sugerencia y le doy +1 al post (?) Incluso podría hacerse de otra forma, en plan... Que todos podamos cambiarnos el nick cuando quisiéramos, y no esperar a ese periodo en el que hacerlo, pero con un tope de tres o dos veces al año como mucho. Eso sí, nunca dar la libertad de poder cambiarlo infinitas veces, sino es un caos como todos nos podemos imaginar xD

     

    Saludos!

     

    PD: si esto sale adelante... Nos quedaríamos sin premios en los concursos ;O; (?)

    • Me gusta 14
  17. Entonces sentí el llamado de la Marca Tenebrosa. Mis compañeros mortífagos me necesitaban, por una razón u otra, y no les iba a fallar en aquella ocasión. Me preparé entonces, ataviándome en unas ropas negras que cubrían mi cuerpo, con la varita en la mano y la máscara cubriendo mi rostro. Sin dejar pasar más tiempo, me aparecí en Noruega, donde todos nos juntaríamos para hacer frente al desafío que se cernía ante el grupo.

     

    Me encontraba ya en el país nórdico, sumergido en un frío que pocas veces había llegado a sentir en mis carnes. Era de noche, una noche profunda y gélida como pocas había conocido a pesar de haberme criado en Inglaterra durante toda mi vida. Antes de abalanzarse sobre el lugar y hacer frente al rescate, habría que superar unas arenas movedizas que se extendían ante nosotros junto a una casona, ¿pero cómo hacerlo sin que eso pudiese suponer un contratiempo?

     

    Me monté en uno de los thestral que se encontraban por allí aunque ni siquiera sabía de dónde habían salido, mientras escuchaba cómo al otro lado de las arenas movedizas dos de mis compañeras derrumbaban las barreras que protegían la torre en la qué íbamos a adentrarnos. El juego comenzaba y por primera vez en mucho tiempo, me encontraba dentro de él.

  18. *entra al registro abriendo la puerta de una patada* +.+

     

    Vengo de parte de Dany, que me pidió de rodillas por favor que me pasase por aquí para que no me borrasen del árbol familiar. Así que estoy aquí para contestar a sus plegarias u_u (?)

     

    Pues eso, que aunque me tardé un par de días por aquí ando, espero no haber llegado demasiado tarde xD Si no recuerdo mal soy hijo de Aland, mi hermosa madre adoptiva a la que quiero máaaas :love: Y aunque la tenga abandonada ahí está xD

     

    No sé si decir algo más, si faltan datos o necesitan que done sangre me lo dicen (?)

     

    Saludos!

  19. Vengo a hacer cambios en la ficha. Pocos, muy pocos, pero bueno xD

     

     

    http://i.imgur.com/LBMuB.png

    http://i.imgur.com/CroGH.png

    Fotografía de Alexander y Mónica

     

    Datos Personales:

     

    Nombre del Personaje: Alexander Malfoy.

     

    Sexo: Masculino.

     

    Edad: Adulta.

     

    Nacionalidad: Inglesa.

     

    Familia(s):

    • Sanguínea: Malfoy.
    • Adoptiva: Triviani.

     

    Padre(s) Sanguíneo: Gatiux.

     

    Padre(s) Adoptivos: Aland Black Triviani.

     

    Trabajo: Empleado. División de Bestias. Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas.

     

     

    Poderes Mágicos:

     

    Rango Social: Unicornios de Bronce.

     

    Bando: Neutral.

     

    Rango dentro del Bando: --

     

    Nivel de Poder Mágico: 3

     

    Puntos de poder en objetos: 60

     

    Hechizos adicionales: --

     

    Puntos de poder en criaturas: 10

     

    Criaturas controlables en asaltos y duelos: --

     

    Habilidades Mágicas: --

     

    Conocimientos Especiales:

    • Artes Oscuras.
    • Aritmancia.

     

     

    Perfil del Personaje:

     

    Raza: Licántropo.

     

    Aspecto Físico:

     

    http://i.imgur.com/wS0Ee.jpg

    Alexander Malfoy

     

    Es un joven alto y delgado, de complexión atlética y piel de aspecto normal, ni muy morena ni muy pálida, en un equilibrio perfecto. Posee unos hipnotizantes ojos azules de intenso brillo, muy expresivos. Suele afeitarse la barba con frecuencia, aunque siempre mantiene en su mentón una pequeña perilla. Tiene el pelo largo hasta los hombros, de cabellos rubios como el oro, liso. En su rostro suele brotar una media sonrisa ante determinadas situaciones que le causan gracia, satisfacción o suficiencia.

     

    Quienes se encuentran con él con frecuencia, todos dirían que se trata de un joven que siempre anda sumido en su propio mundo, con la mirada perdida en alguna parte de la que no quiere volver. Desde fuera se ve como alguien frío, con movimientos lentos, pero cuando pierde el control parece una persona totalmente diferente, tal y como ocurre en los días anteriores a su transformación. Cuando es noche de luna llena, su pelaje es totalmente blanco, como si se tratase de un lobo de las nieves.

     

    Tiene diversas cicatrices en varias zonas de su cuerpo, tales como el brazo derecho, el vientre o una surcando su mejilla izquierda.

     

    • Varias de las cicatrices de su vientre son fruto de varios cortes de espada que Alexander recibió en una de sus noches de luna llena.
    • Al otro lado del vientre, se encuentra una que surgió a raíz de un corte provocado por las zarpas de un colacuerno húngaro.
    • Bajo su ojo izquierdo tiene otra, producida por un cuchillo en una pelea callejera en la cual casi se queda ciego.
    • En su brazo derecho se encuentra la última, cuyo origen no alcanza a recordar pues se la ganó cuando estaba borracho.

     

    También tiene varios tatuajes decorando su piel. Cada uno de ellos representa una etapa de la vida de Alexander, y tan sólo él sabe el significado que tiene cada uno.

     

    • En la espalda tiene tatuado un fénix con las alas abiertas, como si estuviese a punto de echar a volar.
    • Su brazo izquierdo lleva el tatuaje de la Marca Tenebrosa, como recuerdo de cuando fue mortífago por vez primera.
    • El pectoral izquierdo está decorado con una runa antigua, recuerdo de un amor roto.
    • Su vientre guarda un extraño símbolo indescifrable para cualquiera, pues su forma no recuerda a nada conocido.
    • En su pierna derecha está dibujada una luna en cuarto creciente. De entre todos los tatuajes, este tiene el significado más obvio.

     

    La ropa que más utiliza son unos viejos y desgastados vaqueros combinados con una camiseta negra. En invierno suele llevar también un gorro azabache puesto en la cabeza junto con una chupa de cuero o un abrigo de tintes oscuros que protege su cuerpo del frío, así como una braga cubriendo su cuello y mitones en sus manos. Detesta las túnicas y demás prendas de ropa usadas dentro del mundo mágico, y quizás sea por falta de costumbre por la que prefiere la sobriedad de las ropas muggles.

     

    Cualidades Psicológicas:

     

    Alexander es frío. Astuto y reflexivo, aunque puede llegar a ser muy impulsivo cuando se deja llevar pos unos sentimientos profundos que siempre oculta a los ojos de los demás. Dichos sentimientos sólo brotan y los hace dejar ver ante aquella persona a la que más quiere, ante la mujer que ama. Le cuesta coger confianza con la gente, pues prefiere vivir aislado antes que verse involucrado en cualquier evento social y rodeado de otros magos y brujas, y aunque se encuentre acompañado por alguien de fiar sigue rehusando a mostrar lo que siente. Prefiere pasar desapercibido a ser el centro de atención.

     

    Con una gran ambición por llegar a ser un gran mago, vive a la sombra de su pasado y dominado por una vieja melancolía con la que ha tenido que aprender a convivir. Una oscuridad intensa crece en su interior desde que fue mordido por un licántropo en su infancia, por lo que siempre lleva encima, a pesar de que lucha por ocultarlo, un gran instinto asesino. Nunca sabe si hace lo correcto o no, y por ello siempre vive preguntándoselo, y más de una vez ha hecho algo de lo que más tarde se ha arrepentido durante mucho tiempo, castigándose una y otra vez por cada uno de sus errores.

     

    Lo da todo por aquello que quiere hasta que lo consigue, jamás se da por vencido ante nada. Podría decirse que cuando Alexander pierde la esperanza en lograr uno de sus objetivos, es porque es imposible alcanzarlo para cualquiera. Quizás a veces peque incluso de egoísta cuando se centra en conseguir aquello que quiere, olvidándose de todo lo que hay su alrededor e incluso utilizándolo a su antojo para salir victorioso.

     

    Historia:

     

    Alexander Malfoy nació en un frío y lluvioso 31 de diciembre entre los Malfoy, pero su madre Gatiux lo entregó a una familia muggle para que lo cuidasen como uno más, creciendo entre ellos y sin conocimiento alguno de que se trataba de un mago descendiente de un noble linaje hasta muchos años más tarde, pues tan pronto entró en su nueva familia siendo tan solo un bebé perdió su apellido y adoptó el apellido Gallagher.

     

    Cuando tenía cinco años, un extraño que se hacía llamar Christopher Vega lo fue a visitar a su casa de Londres, y lo sometió a una pequeña prueba, alegando que tanto el pequeño Alexander como él eran dos magos. La prueba consistía en que el pequeño brujo debía escoger un objeto entre cinco que había, y de entre todos él escogió una pluma de fénix. Ante este hecho, Vega se marchó, enojado, de la casa de los Gallagher y no regresaría allí hasta mucho después. Alexander no comprendió entonces qué significaba nada de aquello, ni qué implicaba su elección, y nunca llegaría a saberlo.

     

    Tras este suceso, Alexander comenzó a tener extraños sueños que lo atormentaron cada noche durante muchísimo tiempo, y en todos ellos aparecían un grupo de personas que no conocía que lo llamaban por otro nombre: Alexander Malfoy. Estos sueños se repetían cada vez que tenían la oportunidad y provocaban un gran sufrimiento e incertidumbre sobre el joven mago, aunque, en una noche, cuando tenía dieciséis años, un joven de pelo naranja que también era brujo le desveló el significado de las repetidas pesadillas con un acertijo: Encuentra a esas personas, y encontrarás a tu verdadera familia.

     

    Gracias a la ayuda de aquel misterioso chico, Alexander se pasó semanas buscando a quienes se aparecían en sus sueños nocturnos. Poco después de aquel encuentro fue mordido por una vieja amiga de su infancia, la cual siempre le ocultó su verdadera naturaleza licantrópica. Estuvo a punto de morir desangrado, sin embargo, Vega lo ayudó y lo salvó, aunque al devolverlo a la vida tuvo que hacer un sacrificio; un sacrificio que provocó que en el interior del Malfoy brotase una misteriosa oscuridad que lo acompañaría desde aquel momento. Con todo aquello, Alexander olvidaría toda su vida pasada. Borrón y cuenta nueva.

     

    Años más tarde, una bruja pelirroja de gran renombre se puso en contacto con él y lo contrató como asesino, valiéndose de una espada, puesto que aún no era capaz de controlar su magia. Si Alexander la ayudaba, ella lo ayudaría a encontrar a su familia, y la bruja cumplió su trato, llevándolo finalmente a la Mansión Malfoy, donde conoció a todos sus parientes que lo estaban esperando, para luego comenzar a estudiar en la Academia de Magia y Hechicería y llegar convertirse en un mortífago.

     

    Una vez en Ottery, Alexander tuvo una relación amorosa con Mey Potter Black y con Silverlyn, durando la primera poco y la segunda mucho más. Silverlyn fue un gran capítulo en la vida de Alexander, un amor loco e imposible que lo marcó, pero como todo, terminó, y Alexander no volvió a ser el mismo desde entonces. Después de ese suceso, se alejó de Londres y de la sociedad mágica en busca de la tranquilidad que necesitaba, desapareciendo así del bando de los mortífagos. Durante sus múltiples y largos viajes a lo largo del mundo, se dedicó a hacer un estudio sobre la vida y naturaleza de los dragones así como de otras criaturas mágicas.

     

    Ahora vuelve de nuevo con la intención de hacerse un hueco en la sociedad mágica. Tiene un negocio en el Callejón Diagón llamado Passio Arcanum, el cual comparte con Mónica Malfoy Haughton, y busca un lugar en el ministerio de magia desde el Departamento de Control y Regulación de Criaturas Mágicas, así como también desea retornar cuanto antes al bando mortífago. Tras su regreso, ha revivido una historia pasada con Mónica Haughton, con la que mantuvo una cercana amistad durante toda su vida, y buscó junto a ella la serenidad que durante toda su vida ha buscado, compartiendo así un futuro con la bruja, pero la relación finalmente rompió. El nuevo fracaso amoroso hizo mella sobre Alexander, aunque en el fondo siga amando a la bruja.

     

    Tras aquella relación y a pesar de que el amor por la Haughton nunca llegó a desaparecer, Alexander tuvo encuentros con otras brujas con las que compartió ciertas noches pero nunca llegó a ir más allá, siempre con el recuerdo de la mujer a la que más amó en su mente. Siguió viviendo en la Mansión Malfoy pero pasando totalmente desapercibido, sin hacer mucho ruído, trabajando en silencio hasta que los mortífagos estuviesen dispuestos a recibirlo de nuevo en sus filas.

     

     

    Historia detallada:

     

     

    Capítulo 1: Aspiraciones

     

    Aquel era un 31 de octubre frío y lluvioso, semejante al 31 de diciembre en el que Alexander Gallagher había nacido, apenas un lustro atrás. Sólo se encontraba su madre con él allí, en su casa, puesto que su padre, de nombre Arthur, se encontraba sumergido en un viaje que lo llevaba a visitar los confines más ocultos y bellos del mundo, todo por trabajo, siendo el factor negativo que sólo podía visitar a su familia en Navidad, y en alguna semana de verano. Era un día que invitaba a quedarse a casa, a refugiarse dentro de las paredes del hogar, a sentarse junto a la chimenea y ampararse bajo el calor que sus llamas transmitían. y a leer una buena novela, sujetándola en una mano mientras con la otra se sujetaba un tazón de chocolate caliente, o en su defecto, una taza de excitante y estimulante café.

     

    Pero Alexander no hacía nada eso, pues se encontraba jugando tranquilamente con sus juguetes infantiles cuando alguien llamó a la puerta. Él siguió a lo suyo, como si nada hubiese sucedido, y fue su madre quien acudió a la llamada lo más rápido posible, pues el extraño que se situaba en el umbral de la puerta de la casa volvió a presionar, impacientemente, con sus dedos el timbre, escuchándose así de nuevo el rítmico sonido del din, don.

     

    Al pequeño muchacho rubio de ojos azules no le importaba quién era aquel invitado, la única preocupación de su vida en aquellos momentos, con únicamente cinco años de edad, era jugar y jugar hasta que llegaba la hora de volver a la cama y dormir hasta el amanecer del día siguiente, aunque lo que el niño no sabía era que el motivo de la llegada de aquel extraño a su casa era él mismo.

     

    Escucha, Alexander – le dijo su madre, situándose delante de él, y provocando que su centro de atención pasara de ser el cochecito a ser Penélope, que así era como se llamaba su progenitora –. Este señor es Christopher Vega y ha venido a hacerte unas preguntas... Espero que te portes bien y no montes ningún espectác***, ¿entendido?

     

    Ante las palabras de la mujer su hijo asintió enérgicamente con la cabeza, moviéndola velozmente de arriba abajo, mientras mantenía sus ojos cerrados. Él no era un chico molesto ni al que había que castigar con frecuencia, pues siempre se portaba bien, aunque la presencia de un desconocido, como aquel tal Christopher Vega, lo ponían nervioso, pues era extremadamente tímido y de pocas palabras con personas a las cuales no conocía.

     

    Penélope le lanzó una última mirada llena de significado a su hijo, pidiéndole calma y serenidad, antes de dirigirse de nuevo a la cocina y seguir preparando la cena, cuyo deliciosa aroma ya se respiraba en el ambiente.

     

    Estoy seguro de que se portará muy bien, señora Gallagher – dijo Christopher, con una sonrisa en sus labios, provocando que la madre del infante se detuviese en seco antes de salir completamente de aquella habitación, la cual era la sala de aquel hogar de dos pisos, mientras observaba a Alexander con una mirada examinadora que hacía que el chico de cabellos dorados se inquietase aún más ante aquella situación –. Usted no se preocupe, tanto él como yo estaremos bien. ¿No es así, Alex?

     

    Volvió a asentir, aunque él no estaba tan seguro. Con su celeste mirada le suplicaba a su madre que se quedase con él, pero ella no tenía tiempo y tuvo que irse, dejando a aquel extraño a solas con el niño.

     

    Él se encontraba de rodillas en el suelo, con un buen montón de juguetes a su alrededor de todo tipo, y delante de él se encontraba una mesa de cristal bastante amplia, sobre la cual reposaban libros y revista, y bajo ella una alfombra roja de exquisito diseño, un detalle muy acogedor, tal y como el resto de la decoración del hogar, y un poco más allá, a un par de metros de él, se hallaba un sofá tapizado en cuero, en el cual cabían tres personas y sobre el cual ya se había sentado el señor Christopher Vega.

     

    Christopher era un hombre que se mantenía aún joven, aparentado aproximadamente unos treinta años o veinte bien entrados, de cuerpo atlético, con una mirada plateada e hipnotizante. Su cabello negro intentaba ocultar, en vano, una cicatriz que se situaba en su ceja derecha. Hasta aquí podríamos considerar que se trataba de una persona normal, que no presentaba nada extraño, pero esto no se correspondía con la realidad, pues su excéntrica indumentaria, una capa negra de bordes rojos y que parecía tener inscripciones en sus bordes, no era algo normal y corriente que se viese todos los días, y eso era lo que más le llamaba la atención a Alexander.

     

    Llevaba consigo lo que parecía ser un maletín de color pardo oscuro, el cual situó con cuidado encima de la brilllante mesa de cristal. Miró fijamente de nuevo al pequeño e indefenso niño que tenía delante de sus ojos, inquisitivos, y finalmente dijo:

     

    A ver... ¿Por dónde podría comenzar? – durante unos pocos segundos calló, para más tarde retomar su discurso con nuevas palabras. Alexander se levantó del suelo, acercándose más a él, apoyando sus hombros sobre la pulida superficie transparente –. Alexander... Tengo razones para pensar... Que tú eres un niño especial – su joven acompañante lo miró, confuso y extrañado –. Verás... ¿Alguna vez has logrado apagar un fuego sin ni siquiera acercarte a él?

     

    Al terminar de formular aquella pregunta, lanzó una mirada a las llamas del fuego que se situaban a su derecha en la chimenea. Apartando la mirada de Alexander, esperó su respuesta sin ni siquiera mirarle, hasta que al final el crío finalmente logró pronunciar un tímido y casi inaudible sí.

     

    ¿Se lo contaste alguna vez a tus padres?

     

    Christopher realizaba preguntas sin parar para escuchar alguna respuesta firme por parte del interpelado, intentando sacárselas a la fuerza. Por otra parte y tal y como era de esperar, acorde a su naturaleza, el mocito se encontraba nervioso e incómodo. Tal era su grado de vergüenza en aquellos instantes que articular palabras le era una tarea sumamente ardua y difícil.

     

    Negó con la cabeza.

     

    ¿Por qué no?

     

    Porque... Sabía que-que no me creerían – aunque tartamudease, no era tartamudo.

     

    ¿Y sabes por qué? Porque ese don no es algo común. Sólo unas pocas personas lo tienen, y cuando se tienen esas habilidades, se deben aprovechar y perfeccionarlas hasta que alcancen un nivel de suma perfección – continuó –. Y por eso estoy aquí, aquí y ahora, contigo, haciéndote estas preguntas, e interesándome por ti.

     

    ¿Usted me cree?

    Rió ante aquellas inocentes palabras.

     

    Claro que sí, yo también soy como tú, también puedo apagar un fuego sin ni siquiera acercarme a sus llamas, aunque también puedo hablar con las aves, transformar ratones en copas o hacer levitar objetos de todas las formas y tamaños – Alexander lo escuchaba, con fascinación, imaginándose cada una de las cosas si él fuese capaz de hacerlas –. ¿Tú me crees si te digo que dirijo un... colegio especial, donde niños como tú aprenden todos los días a hacer magia nueva que jamás hicieron con anterioridad en sus vidas?

     

    ¿Magia?

     

    Sí, magia.

     

    Ambos callaron y el silencio reinó en la sala. Lo único que se oía era el incesante crepitar de las llamas del fuego. A medida que pasaba el tiempo y la conversación se volvía más interesante, el hijo de Penélope Gallagher se encontraba más a gusto con aquel hombre.

     

    Sí, le creería.

     

    Christopher sonrió, conforme.

     

    ¿Y también me creerías si te dijese que mi verdadero nombre no es Christopher Vega? – Alex enarcó una ceja, y antes de que pudiera realizar la pregunta obvia, el hombre sin nombre lo interrumpió –. No te diré mi verdadero nombre hasta comprobar una cosa, ¿de acuerdo?

     

    Volvió a asentir con la cabeza, impaciente. El extraño y misterioso hombre abrió entonces el maletín, y retiró de él un total de cinco objetos, los cuales se trataban de un pequeño frasco que contenía un líquido verde, un mechón de pelo rubio, un objeto de madera alargado quebrado por la mitad, una pluma de color carmesí y una hoja verde de algún tipo de árbol. Los situó todos delante de los ojos de Alexander, situándolos sobre la mesa, y entonces dijo:

     

    A ver, Alex... Dime... ¿Cuál de éstos objetos es tuyo?

     

    El niño miró con curiosidad cada uno de artefactos y materiales.

     

    ¿Que cuál es para mi?

     

    No, no – lo corrigió –. Me refiero a cuál es tuyo... Ya.

     

    No entendía el significado de las palabras del presunto mago, pero no insistió más para intentar comprenderlo. Volvió a examinar a cada uno de los objetos, preguntándose para qué era aquel extraño test. Sentía una especial atracción, la cual no podía explicar, por dos: la pluma roja y el mechón de cabellos dorados.

     

    Ambos intercambiaron miradas. El adulto, confundido, intrigado y a la vez un poco asustado, contempló la escena, aguardando impacientemente su final y la decisión definitiva de Alexander. Los segundos pasaron, unos detrás de otro, y el niño de cinco años palpaba los mismos dos objetos con la yema de sus dedos, tocándolos y experimentando con ellos. Parecía como si los otros tres no existieran.

     

    Finalmente, el chico rubio escogió la pluma roja, desechando a los cabellos rubios y dejándolos a un lado junto al resto. Miró con curiosidad el anaranjado brillo de la pluma, para luego mirar a los ojos plateados del desconocido hechicero, esperando su veredicto ante su decisión.

     

    ¿Estás... estás seguro de que la pluma de fénix es tuya, Alex? – en sus palabras residía un prominente tono de decepción. Quizás había ido hasta allí, hasta aquel humilde barrio a las afueras de Londres, esperando otra cosa por parte del pequeño Gallagher, el cual asintió tras la pregunta –. ¿Estás seguro?

     

    Su diminuto acompañante susurró un . El hombre que se hacía llamar Christopher Vega miró de nuevo al fuego, decepcionado y furioso, y volvió a meter todos aquellos objetos extraños en el maletín, arrebatándole a Alexander lo que sujetaba entre sus manos.

     

    Pues no es tuya.

     

    Se levantó del sofá, sujetó el maletín en su mano izquierda y echó a caminar con paso fuerte hacia la puerta, dispuesto a salir de la casa sin ni siquiera despedirse del muchacho, el cual observaba aquel extraño comportamiento con impotencia.

     

    Penélope Gallagher regresaba de la cocina en dirección a la sala, cuando escuchó abrirse la puerta y vio cómo el invitado se marchado con prisa y sin decir adiós.

     

    ¿Ya se va? ¿Ya ha acabado?

     

    Lo siento, señora Gallagher, pero creo que nos hemos equivocado con su hijo, creo que no está preparado para nuestro colegio.

     

    Y se marchó dando un portazo.

     

    ¿Qué has hecho?

     

    La madre de Alexander parecía enfadada con él, el cual asumía su presunta culpa en silencio, sin decir nada. La timidez volvía a él, aquella vieja enemiga que cortaba su expresión. Su madre lo trataba perfectamente con él, criándolo y instruyéndolo ideales y valores pulcros y perfectos, pero algo que sí que temía el hijo de Arthur Gallagher era ver a su madre enfurecida.

     

     

    Capítulo 2: Destino

     

    Alexander ya no podía más. Los dieciséis años eran una edad difícil en la historia de la vida de una persona, una edad en la que cualquier cosa te destroza y en la cual se pueden hacer muchas locuras de manera consciente, y la mayoría de las veces por motivos est****os y por los que no merece la pena realizar tales actos faltos de juicio.

     

    Pero es que aquel joven y prometedor muchacho de dorados cabellos ya había alcanzado su límite, el límite en el que la depresión interna se acaba convirtiendo en una torturadora y incesante locura que te carcome por dentro hasta acabar con todo tu ser, con tu alma, con tu forma de ser, y que te acaba transformado en otra persona. Es como si una oscuridad brotase en tu interior y no parase de crecer hasta convertirte en alguien frío, distante, alguien incapaz de amar.

     

    Quizás estuviera mejor muerto, quizás el mundo estaría mejor sin él, nadie lo echaría de menos, puesto que nadie lo apreciaba lo suficiente como para quererlo y amarlo. La vida ya no tenía sentido para él, y deseaba cuanto antes que su aura nadase en aquel mar de tinieblas al que los mortales llaman la muerte, y sumergirse entre sus negras olas, hasta que el tiempo y el paso de los años borrasen su imagen del recuerdo de las personas.

     

    Y allí estaba, en el puente, a punto de tirarse. Un acto de suicidio era su única salvación. No lo había meditado demasiado, pero ya no deseaba seguir viviendo, o al menos no quería seguir haciendo de aquella manera. Miraba a su alrededor y veía las lúgubres luces de neón de la ciudad, las hipócritas risas de sus semejantes oscuras en ocultos y oscuros callejones. Injusticia, miseria, lágrimas. Y era por aquello por lo que Alexander Gallagher había dejado de tener fe en el mundo.

     

    Cerró los ojos. Vació su mente de cualquier pensamiento. Si no lo pensaba, todo sería más fácil, más rápido, más sencillo, más instintivo. Hizo acopio de todo su valor y llenó de aire sus pulmones. Comenzó a contar hasta cinco. Uno, dos... Los segundos pasaban lentos, como si el tiempo se detuviese o se ralentizase. Tres, cuatro... Unas imágenes surcaron su mente, como si fuese verdad aquello de ver la vida en diapositivas. En ellas aparecían su madre, su padre, y una chica rubia, aquella chica de ojos plateados a la cual no conocía, pero que sí había soñado con ella varias veces. Y por último, después del cuatro viene el...

     

    Cinco.

     

    Aquella voz que escuchó a sus espaldas le impidió saltar y perder la vida desde las alturas de aquel puente. Se giró sobre sus talones. A pocos metros de distancia, se situaba un joven parecido a él, de la misma altura, el mismo pelo de color naranja, ojos color escarlata y piel nívea, pálida. Ambos jóvenes se parecían bastante, y a Alexander le inquieto la presencia de aquel desconocido allí, en aquella noche, cuyas estrellas estaban ocultado tras el manto de luz que ofrecía la contaminación lumínica de Londres.

     

    Hola.

     

    Saludó el extraño, con un tono de voz grave y a la voz agradable, cordial, amistoso. Alexander devolvió el saludo con un gesto de cabeza y se acercó, curioso, al joven de cabellos tintados de color crepúsculo.

     

    Disculpa si interrumpo algo – dijo, con una sonrisa maliciosa pintada en sus labios –. Sólo quería hablar contigo un rato.

     

    Intercambiaron miradas hasta que el adolescente Gallagher decidió formular la pregunta obvia.

    ¿Quién eres?

     

    No importa quién soy, importa quién eres tú – respondió, ofreciéndole a Alexander un mensaje cifrado y de confuso significado –. Intentas ocultarlo, pero estás destrozado por dentro, ¿no es así?

     

    No hubo contestación por parte del interpelado.

     

    Alexander Gallagher, sino me equivoco – añadió el extraño, acercándose más al muchacho de ojos celestes, y sentándose en la orilla del puente. Extrañado y preguntándose cómo conocía su nombre, Alexander lo imitó y se sentó a su lado. No le importaba reírse un poco antes de morir –. Veo que he llegado a tiempo.

     

    ¿A tiempo para qué?

     

    Para salvarte, claro – contestó, mientras seguía observando la hora que marcaba su reloj: la una de la mañana de aquella noche de agosto –. No puedes quitarte la vida.

     

    La mirada de Alexander se clavó en el destello carmesí desprendido por los ojos del desconocido, con furia y inquietud, preguntándose cómo sabía tanto de él, como si lo conociese de toda la vida, y por qué le negaba el derecho del suicidio.

     

    Ya... Entonces dime qué motivos tengo para no morir.

     

    A ver, sé que cuando te diga ésto no me creerás, que me tomarás por un loco... Pero es que la muerte no es tu destino – dijo –. Éste no es tu destino. ¿Qué razones tienes tú para morir y desaparecer?

     

    Me siento solo, abandonado, como un náufrago perdido en una remota isla del mar – contestó, mientras intentaba contener las lágrimas, las cuales, traicioneras, amenazaban con derramarse por su mejilla de un momento a otro –. No tengo ningún amigo, nadie me respeta, y por lo tanto, ninguna chica me quiere ni me querrá nunca.

     

    Ambos chasquearon la lengua al unísono.

     

    Seguro que te lo han dicho más de una vez, Alexander, pero es que es la verdad... Te encuentras en una edad difícil, una edad en la que lo que hagas te marcará para siempre. Y tienes que ser fuerte.

     

    Corrijo – interrumpió, secamente –. Estoy en una edad en la que lo que te hagan te marcará para siempre.

     

    Eso es cierto – reconoció su acompañante –. Pero no puedes negar la realidad, sí que hay gente que te quiere. Tu familia.

     

    Ni siquiera mi familia es mi familia – dijo, con tono de enfado, lanzando una piedra al río que tenía enfrente, el Támesis –. Ayer me enteré de que soy adoptado, de que ellos me encontraron abandonado delante de su puerta, cuando tan sólo era un bebé que no podía ni caminar.

     

    Hubo silencio. Por primera vez desde que habían iniciado aquella conversación, ninguno de los dos supo qué decir, hasta que el silencio se rompió:

     

    Te puedo dar un verdadero motivo para seguir luchando – dijo, de repente, el extraño –. Has soñado con una muchacha rubia, de ojos grises, ¿verdad?

    http://img714.imageshack.us/img714/1323/78368268.png

     

    Otro nuevo dato que aquel muchacho también conocía de Alexander. Se sentía verdaderamente incómodo, pues él sabía mucho y él ni siquiera conocía su nombre, y se sentía penoso al estar buscando consuelo en un extraño nada más conocerlo. Sin embargo, terminó asintiendo con la cabeza, mientras no podía evitar soltar una pequeña sonrisa.

     

    Sí, la verdad es que es una chica muy guapa, una preciosidad. Pues, ahí tienes tu motivo – en la cara del Gallagher parecía haber surgido un invisible interrogante –. ¿No te gustaría saber quién es y por qué está tan presente en tu subconsciente, por qué sale con tanta frecuencia en tus sueños? ¿No tienes curiosidad? Quizás ella es la respuesta.

     

    Alex se encogió de hombros.

     

    ¿Quieres saber una cosa? – fue entonces el chico sin nombre el que asintió con la cabeza –. Siempre es el mismo sueño. Corró por un jardín, mientras varias personas me miran. Entre ellas, siempre distingo a las mismas: una mujer esbelta, imponente, de cabellera color borgoña; allá, a lo lejos, otra mujer de piel pálida, ojos color violeta; también recuerdo una chica joven, de mi edad más o menos, muy pálida, de dientes largos, como si me fuera a chupar la sangre, ¿me entiendes? Pues no paraba de llamarme papá; y otras muchas figuras que ahora mismo no pienso recordar. Sigo corriendo por el jardín mientras todas las miradas se clavan en mí, hasta que a lo lejos veo como una especie de pirámide, y en su cúspide, esa chica de la que me hablas. Cabellos dorados, ojos plateados. La distingo perfectamente, a pesar de situarse tan lejos, y el sueño siempre acaba igual, cuando alzo la mano e intento tocarla desde la lejanía. Ella me dice su nombre, y luego me dice que la ayude, pero nunca recuerdo cómo se llamaba – relató –. Eso es lo más frustrante. ¿No es lo más triste que has oído nunca? Sobrevivo a base de ese sueño, es como si me infundiera esperanza.

     

    Clavó entonces su mirada añil y triste en el río, cuyo caudal se encontraba delante de sus ojos, y su acompañante en aquella noche le doy unas palmadas en la espalda, intentando transmitirle ánimos.

     

    Encuéntrala, y encontrarás a tu verdadera familia, tu familia biológica – añadió, mientras se levantaba y caminaba en dirección al centro urbano de la ciudad –. O viceversa.

     

    Y entonces, tras aquellas enigmáticas palabras, desapareció entre las sombras.

     

     

    Capítulo 3: Luna llena

     

    Está herido, ¡tenemos que llevarlo al hospital! – gritaba, histérico, Arthur, el padre adoptivo de Alexander, el cual se encontraba tumbado sobre su cama, desprendiendo sangre por una herida que tenía en el brazo, la cual parecía ser la mordedura de algún animal. El progenitor caminaba, nervioso, en círculos, sin moverse de la habitación, incapaz de hacer nada, mientras su mujer, Penélope Gallagher, cuyo apellido de soltera era Lewis, estaba sentada en una silla, como en estado de shock, con la mirada perdida en el espejo que tenía delante de ella, mientras jugueteaba con los pulgares de sus manos –. ¡Penny! ¡Vamos, llama a una ambulancia!

     

    Sí...

     

    Entonces, la mujer de Arthur se levantó de su asiento y caminó con andar tembloroso a la planta inferior, hacia la cocina, que era donde se encontraba el teléfono, y mientras bajaba las escaleras se aferraba con fuerza al crucifijo que colgaba de su cuello, mientras susurraba algunas frases de la Biblia, tales como el Salmo 23, intentando aguantarse en sus creencias para vislumbrar la esperanza tras aquellos trágicos sucesos.

     

    El Señor es mi pastor, nada me falta... En prados de hierba fresca me hace reposar, me conduce junto a fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el camino justo, haciendo honor a su Nombre. Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré, porque Tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad. Me preparas un banquete en frente de mis enemigos, perfumas con ungüento mi cabeza y mi copa rebosa. Tu amor y tu bondad me acompañan todos los días de mi vida; y habitaré en la casa del Señor por años sin término...

     

    Penélope Gallagher era una mujer de carácter fuerte, que siempre hacía frente a las adversidades y nunca se daba por vencida, pero el haber visto a su hijo en aquel estado la había destrozado, y mientras tecleaba los números de emergencia en el teléfono, no podía romper en un sollozo, desprendiendo lágrimas que caían por el suelo frío y blanco, de losas pálidas, de la cocina.

     

    Mientras tanto, en el piso superior, Arthur, escondiendo sus sentimientos de angustia e impotencia tras una frondosa barba y un frondoso bigote negro, vello facial que combinaba con sus ojos azabaches y su escaso pelo del mismo color (el cual rodeaba a una brillante calva), se sentó junto a su hijo. Tomó una de sus manos y la acarició mientras contemplaba si figura adolescente, inconsciente. Aún así, tenía pulso en vena y respiraba, aunque algo le decía que aquella ensangrentada mordedura lo había puesto en un grave estado de peligro.

     

    Todo había comenzado apenas quince minutos atrás. Cuatro amigos de Alexander, dos chicos y dos chicas, habían llamado al timbre de la casa. La hora que marcaba el reloj de pared de la sala era las once y media de la noche. El señor Gallagher se encontraba viendo un partido de fútbol en la televisión entre el Manchester United y el Chelsea, apoyando al equipo de camiseta azul, mientras Penélope, su mujer, leía la tragedía de Shakespeare, Romeo y Julieta.

     

    Ella acudió rápidamente a la llamada, y mientras contemplaba cómo el cuerpo de su hijo, empapado en sangre, era sujetaba por los corpulentos brazos de su amigo Daniel, llamó, a gritos y con urgencia, a su esposo, el cual reaccionó asustado, de igual manera que su mujer, y cogió el cuerpo inconsciente de su hijo en sus brazos mientras le agradecía a aquellos muchachos el haberlo traído hasta su casa, mientras le realizaba preguntas y les invitaba a entrar:

     

    ¿Qué ha sucedido? ¿Quién mordió a Alexander? ¿Qué hacíais? ¿Dónde estábais? ¿Dónde está Charlotte?

     

    Charlotte era una amiga de Alexander y de aquel grupo de púbers, formado por Kevin, Daniel, Sarah y Christhine, la cual, aunque ninguno lo sabía, era la que había mordido al muchacho, provocándole aquella terrible herida, pues pertenecía a la raza de los licántropos, y aquella era una noche de luna llena.

     

    Algún animal lo ha mordido... Creemos que ha sido un lobo o algo parecido – contestó Daniel, triste, mientras todos sus compañeros se desahogaban desprendiendo lágrimas –. Estábamos todos juntos cenando, en casa de Charlotte... La cual desapareció, no sabemos dónde se encuentra...

     

    Está bien... Será mejor que os vayáis a casa, nosotros nos ocuparemos de él – les aconsejó el señor Gallagher, y todos, a regañadientes, desaparecieron rumbo a sus respectivos hogares.

     

    Arthur no dejaba de pensar y de pensar. ¿Le iba a suceder algo malo a su querido hijo? No lo esperaba, simplemente no podía dejar de mirarlo y confiar en que sólo fuera una simple herida, pero algo le decía que aquella no era una herida normal. Ató alrededor de su brazo unas vendas para evitar la hemorragia, pero no paraba de desprender sangre la rotura de los vasos sanguíneos.

     

    Miró a su alrededor. Las paredes rojas del cuarto de Alexander estaban forradas por pósters de chicas desnudas o semidesnudas de cuerpos esculturales, algo normal y corriente entre varones adolescentes de aquella edad tan problemática y extraña. En una estantería, libros de suspense y fantasía, además de algunos tomos de manga, el arte oriental, además de decenas de discos de música ronk, punk y rap, y en el escritorio se situaban los libros de matemáticas y biología del instituto, aparte de una televisión un ordenador y una consola de videojuegos, la PS2. No podía evitar pensar en la muerte de su hijo, esperaba que eso no sucediese, pero temía que todos aquellos objetos dentro de poca shoras ya no tuviesen dueño.

     

    Inquietado por la tardanza de su mujer, se dirigió velozmente al piso de abajo.

     

    ¿Penny?

     

    Su mujer, sin embargo, no estaba llamando a los servicios de emergencias, ni siquiera tenía el teléfono en sus manos. Es más, ni se hallaba en la cocina, sino que estaba en la sala de estar, el centro de reunión. Allí estaba, hablando con un desconocido que vestía una capa negra de bordes rojos.

     

    ¿Qué sucede aquí? – preguntó el señor Gallagher, señalando al desconocido con un gesto con el mentón.

     

    Oh, querido... Te presento al señor Christopher Vega – Penélope parecía ya más calmada y más natural, como si nada hubiese sucedido –. Ha venido a ayudarnos con lo que le ocurriendo a nuestro hijo Alexander...

     

    Así es – dijo –. Verán, no los voy a engañar. Y es que su hijo se encuentra en muy mal estado. Está a punto de morir, pues un veneno está fluyendo por sus venas, y si no lo salvamos a tiempo, perderá su vida. Yo sé cómo ayudarlo, cómo sanarlo.

     

    No hubo contestación a sus palabras, el matrimonio Gallagher se limitó a clavar sus miradas de interés en él.

    http://img519.imageshack.us/img519/9210/23013673.png

     

    Lo puedo llevar a nuestros... “laboratorios”. Allí lo ayudaremos y lo sacaremos de ésta – antes de que los padres de Alexander pudieran aceptar la propuesta, el hombre puntualizó –. Sin embargo, perderá todos sus recuerdos. No se acordará de nada... Y perderá su inocencia, será otra persona. ¿Siguen queriendo que me lo lleve?

     

    Lo meditaron durante unos instantes, sin saber a qué se refería con aquello de que perderá la inocencia, pero no tenían ninguna otra alternativa y debían confiar en aquel extraño que les brindaba una oportunidad de salvar a su querido hijo.

     

    – afirmaron, al unísono.

     

    Aproximadamente una media hora más tarde, el tal Christopher Vega, cuyo nombre no era el suyo verdadero, se encontraba en una habitación llena de una antigua decoración, basada en cuadros de exquisito diseño, esculturas y plantas que le otorgaban a aquella estancia un lugar tétrico. Delante de él, reposando en una cama, se encontraba Alexander Gallagher.

     

    Supe aprovechar una oportunidad cuando la tenía delante – dijo el hombre, hablando consigo mismo, mientras apoyaba su espalda contra la pared –. Salvaré la vida de Alexander, sí, y se lo devolveré a sus padres de una pieza, pero me encargaré de que nunca se convierta en un enemigo, tal y como estaba destinado a serlo.

     

    Y era cierto, había salvado la vida del muchacho de ojos azules, pero a un gran precio. Ahora, Alex ya no era el mismo, la magia negra empleada para salvarle lo había transformado, y la magia negra que crecía en su interior ahora dominaba a la luz que escaseaba en su corazón a aquellas alturas. Ahora era un asesino en ciernes, alguien malvado.

     

    Es extraño – dijo un acompañante del mago que se hacía llamar Vega. Dicho acompañante, de voz aguardentosa, se ocultaba entre las sombras –. Ha estado muerto durante dos horas. ¿Ha resucitado, o algo así?

     

    El hechicero de capa negra se encogió de hombros.

     

    Quizás lo hemos salvado, o quizás no – contestó, sin inmutarse a pesar de haber vivido una especie de resurrección –. O quizás es simplemente el destino. Igual la oscuridad que hemos hecho crecer en su interior ha revitalizado su corazón. La balanza se ha equilibrado hacia el lado del mal, mi querido compañero.

     

     

    Capítulo 4: Corcheas

     

    ¡Bien, bien! No me esperaba otra cosa por parte de mi asesino predilecto, Alexander – susurraba aquella mujer de cabellos ondulados color borgoña, mientras aplaudía, fascinaba y divertida, con aquella voz tan sensual que poseía –. Tengo un nuevo encargo para ti.

     

    Estaban en una calle aislada del resto de la ciudad de New York, una de las menos transitadas, en los Estados Unidos, y Alexander contemplaba, delante de él, el cadáver ensangrentado de un hombre calvo y de aspecto fuerte y varonil, mientras en una mano sujetaba un arma de fuego y en la otra una espada con el filo empapado en aquel líquido carmesí que corre por nuestras venas. Respiración agitada, mirada perdida y mente bloqueada y vacía: así se podía describir a Alexander Gallagher en aquellos instantes.

    Ni siquiera sabía el motivo por el que había asesinado a aquel hombre, ni siquiera lo conocía, ni siquiera sabía su nombre. Simplemente, aquella mujer tan misteriosa le daba con cierta frecuencia una lista en papel de un conjunto de nombres, tanto de hombres como de mujeres, a los que debe buscar por todo el globo hasta darles caza y darles muerte.

     

    ¿Por qué me haces hacer esto? – preguntó. Nunca antes lo había hecho con anterioridad, y se sorprendió al darse cuenta de ello.

     

    Los ojos de color zafiro de aquella mujer de piel blanca y nívea se cerraron, debido a la risa en la que había explotado tras aquella pregunta. Sus labios carmesí adoptaron la forma de una gran sonrisa y sus afiladas facciones de carácter femenino se clavaron en el rostro de Alexander.

     

    Porque eres un asesino, mi querido aprendiz – respondió, acercándose más a él y acariciando su rostro con sensualidad. Acercó sus labios a los suyos, como si lo fuera a besar, pero finalmente nolo hizo –. Porque sé que no se te presenta como un problema el segar la vida de los demás, porque buscas sin descanso a tu verdadera familia... Tan enigmático, tan misterioso...Y porque sé que estás enamorado de mí y harás todo lo que yo te diga.

     

    Alexander soltó un bufido de enojo. Acumulaba rabia e impaciencia en su interior, pues hacía tiempo que aquella mujer que se hacía llamr su mastra le había hecho la promesa de que, si le ayudaba con aquellas tareas, le ayudaría a encontrar a su verdadera familia. Él había asumido todos los asesinatos que le había encargado, los cuales se contaban en decenas, siempre sin cuestionar nada. Era un acto de fe.

     

    No estoy enamorado de ti – la mujer de curvilíneo y proporcionado cuerpo volvió a reir, aquella vez dándole la espalda al joven de cabellos dorados –. Además... Soy una buena persona, no soy un asesino.

     

    La belleza se giró y clavó su azul mirada en él, y entonces comenzó a hablar, como si estuviese furiosa:

     

    ¿Has tenido remordimientos por todos los asesinatos de los que eres culpable, Alexander? – le preguntó, aunque no hubo respuesta –. Dime, ¿te sirve de algo ser buena persona?

     

    El muchacho sabía perfectamente que ser buena persona no le servía de nada. Las buenas personas eran marginadas, dejadas de lado, nadie las apreciaba. Él nunca había vivido de aquella manera, o igual sí, quizás y simplemente no lo recordaba, pero algo le decía que así era. La pelirroja le laznó una última mirada altiva y de desprecio y continuó a lo suyo.

     

    Rebuscó en sus bolsillos, entonces, hasta que en ellos encontró un trzo de papel sucio y viejo, aunque lo había recibido tan sólo una semana atrás. Estuvo aguardando siete días hasta que pudo encontrar de nuevo a la mujer pelirroja, para poder mostrárselo.

     

    Mira.

     

    Le tendió el papel y se lo arrebató de las manos para poder examinarlo con detenimiento. En él estaba escrito, con excelente y suave caligrafía:

     

    Querido Señor Malfoy:

     

    Le escribimos desde la Familia Malfoy, residente en Ottery St. Cattchpole, para informarle de que usted está invitado a pasarse por nuestra mansión a realizonarnos una vista cuando lo desee.

     

    Le recibiremos amablemente y con los brazos abiertos.

     

    Un saludo.

     

    Me lo mandaron hace poco a la casa de mis padres adoptivos – informó Alexander –. Hablan de una tal familia Malfoy. ¿Sabes algo?

     

    Su maestra lo maldijo con la mirada, mientras seguía sujetando el papel con los dedos de ambas manos.

     

    ¿Alguna vez has perseguido un sueño, Alexander?

     

    La respuesta era afirmativa. Desde que tenía memoria, un mismo sueño, relacionado con una mujer rubia de ojos grises, se repetía casi todas las noches. Esto era desde los diecisiete años por lo menos, pues no recordaba nada de lo que le había sucedido con anterior, el ámbito de sus recuerdos se limitaba simplemente a cuatro años.

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    Asintió con la cabeza.

     

    Y... ¿Qué es lo peor al ver que, por mucho que lo intentes, nunca lo alcanzas?

     

    No contestó. Se limitó simplemente a mirar tristemente a un punto indefinido del suelo. Aquella mujer se acercó a él y con un dedo alzó su rostro, provocando que hubiera conexión visual entre ellos.

     

    ¿Me crees si te digo que, con mi ayuda y si haces lo que digo, te ayudaré a alcanzar tu sueño? – dijo –. En eso habíamos quedado tú y yo, ¿verdad? Si me ayudabas, te ayudaría a encontrar a tu familia. Y, si la encuentras a ella, encontrarás a tu madre.

     

    La miró con curiosidad, enarcando una ceja.

     

    ¿Te refieres a que esa mujer con la que sueño es mi madre?

     

    Negó, moviendo la cabeza de izquierda a derecha enérgicamente.

     

    Mira, ésta es tu última lista.

     

    De la nada, la pelirroja hizo aparecer una nota amarilla repleta de nombres escritos con tinta negra, que entregó rápidamente a Alexander. Éste leyó cada uno de los nombres y apellidos, hasta que se paró en uno que le llamó la atención:

     

    Mey Potter Black... Curioso nombre.

     

    Ella es tan importante como el resto. También tienes que matarla – le advirtió –. Te prometo que si terminas con la vida de esas siete personas, encontrarás a tu verdadera familia. Te lo juro.

     

    Realizó un nuevo gesto exagerado con sus manos e hizo aparecer entre sus manos una guitarra azul. No era como las demás, sino que tenía un diseño peculiar y especial, con cuerdas plateadas y con el mástil terminando en tres afiladas puntas blancas y extremadamente brillantes.

     

    Mira, Alex. Con esta guitarra podrás hacer magia. Cada una de las siete cuerdas, al tocarlas, invoca una magia diferente. Es decir, cada una tiene el poder de convocar un hechizo – explicó –. Es toda tuya. Para que luego digas que no te recompenso por lo que haces...

     

     

     

     

    Pertenencias:

     

    Objeto Magico Legendario: --

     

    Objetos Magicos:

     

    Objeto 1: Varita mágica de madera de acacia y nervios de corazón de dragón. 31 centímetros, rígida.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Objeto 2: Guitarra mágica.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Objeto 3: Pensadero de plata.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Objeto 4: Daga de plata.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Mascotas y Criaturas:

     

    Criatura 1: Halcón.

    Clasificación: X -no mágica-

    Puntos de poder: 10 pts.

     

    Elfos: --

     

     

    Licencias, Tasas, Registros:

     

    Licencia de Aparición: Aprobada

     

    Licencia de Vuelo de Escoba: No

     

    Registro de XXX: --

     

     

    Otros datos:

     

    Otros datos:

    • Tiene un especial odio hacia las arañas, surgido a raíz de un encuentro con una acromántula, y los elfos domésticos.
    • Es un virtuoso de la guitarra eléctrica.
    • Su mayor pasión es la música rock, aunque también ama el deporte, en especial el quidditch del mundo mágico.
    • En el pasado tuvo problemas con la bebida y coqueteó con las drogas.
    • Siente especial debilidad por los dragones.
    • Odia su condición de licántropo.
    • Siempre lleva encima un frasco con su recuerdo más preciado.
    • En uno de sus viajes a Egipto para estudiar a las esfinges, recibió como regalo una misteriosa daga cuya historia todavía desconoce.
    • En aquel mismo viaje, recibió un mote que aún le dura hoy día. Los egipcios lo llamaban Chacal.
    • Sin saber ni siquiera cómo se lo ganó, hay quienes también lo llaman Cuervo.

     

     

    Cronología de cargos: --

     

    Premios y reconocimientos: --

     

     

    Links de Interés Referentes al Personaje:

     

    Link al Perfil de Comprador MM: --

    Link a Bóveda Personal: Bóveda Nº 81313

    Link a Bóveda Trastera: --

    Link a Bóveda de Negocio: Bóveda Nº 97727 - Passio Arcanum

    Link a Bóveda Familiar 1: Bóveda Nº 78526 - Familia Malfoy

    Link a Bóveda Familiar 2: Bóveda Nº 78361 - Familia Triviani

  20. Caminé por la Academia hasta llegar finalmente a los Jardines Sumaes. Guardaba numerosos recuerdos de aquel lugar, tanto agradables como otros que prefería olvidar cuanto antes, pero todo seguía como de costumbre. Apenas había cambiado nada en ellos, y todo estaba casi igual a como lo recordaba. El mismo lago, los mismos jardines, el mismo bosque con mesas y bancos donde los estudiantes podían acomodarse. Sí, eran muchos recuerdos los que me ataban a aquel lugar, aunque hacía tiempo que lo había abandonado.

     

    Perdiéndome entre sus senderos, no esperaba encontrarme a nadie en la soledad de aquellos jardines. Los pocos magos que caminaban por ellos parecían estar inmersos en sus propios problemas y preocupaciones, así como pequeños grupos de dos o tres se juntaban aquí y allá en pequeñas conversaciones en las que a buen seguro no sería bienvenido. El anochecer estaba lejano, pero el cielo comenzaba a ganar ya ciertos tintes rojizos propios del crepúsculo.

     

    Seguí caminando hasta que me encontré con un gran árbol chantado en mitad de los jardines. Bajo sus ramas, se encontraba sentada una bruja en absoluta tranquilidad, sosteniendo una varita entre sus finos dedos. De alguna forma parecía distraída, como si no se hubiera percatado aún de mi presencia. Me acerqué entonces hasta ella y le dije:

     

    Lamento el retraso – dije sonriendo, como si por un momento fuera alguien por quien ella estaba esperando. No obtuve ninguna respuesta, por lo que volví a hablarle –. Veo que tú también te encuentras sola por aquí.

     

    Entonces, llevé la mano hasta mi bolsillo, donde siempre guardaba mi varita mágica. La sostuve en mi mano oculta sin sacarla de él, y lo haría hasta que la bruja me respondiese, sin bajar la guardia.

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  21. Encantado – dije dirigiéndome a Sunar, la cual era una pequeña bruja de esbelta figura y cabellos ondulados. Una mujer atractiva, sin duda, a la que nunca había visto antes, o quizás era mi memoria la que no la alcanzaba a recordar –. Es genial ver que no soy el único que ha decidido venir hasta aquí.

     

    Giré entonces la cabeza y miré con el gesto torcido a la otra bruja que nos acompañaba tras escuchar sus palabras. Luego la expresión dibujada en mi rostro cambió hasta formarse en él una sonrisa burlona dedicada en su totalidad a Tauro. Había recordado su nombre, pues ya la conocía de haberla visto en otras ocasiones antes de que se convirtiese en mi tutora en aquella clase.

     

    He venido aquí a aprender lo que tú puedas enseñarme – respondí a mi profesora, la cual pensaba que cedería ante sus exigencias y acabaría preparando la comida que más tarde ella misma se zamparía. No era su esclavo y tampoco le tenía miedo alguno –. Así que ahórrate esas peticiones inútiles y háblame de dragones, o de lo que tengas que hablarnos.

     

    Entonces le di la espalda y comencé a armar mi carpa con todo lo que había traído para hacerlo. Era el último de los dos alumnos en haber llegado hasta allí y parecía que no vendría nadie más, por lo que me mantuve en completo silencio y me di la máxima prisa posible hasta que la tienda estuvo terminada.

     

    Una vez los dos alumnos estábamos ya preparados para afrontar la clase, nos dirigimos a Tauro y esperamos a que dijese lo que tuviese que decirnos, a que comenzase a impartir la primera lección de la jornada. Entonces, la profesora desapareció ingresando en su carpa, y no regresó hasta pasados unos minutos. Soltó una pequeña arenga repleta de palabrería barata, y finalmente, con un ligero movimiento de varita, la primera clase apareció representada por unas brillantes letras doradas.

     

    Allí se hablaba de la diferencia entre un animal y una criatura, como también de la clasificación llevaba a cabo por el Ministerio de Magia acerca del grado de peligrosidad de cada una de ellas. Nada nuevo.

     

    No es algo demasiado complicado, la verdad – dije, clavando mi mirada en Tauro, casi aguantándome la risa. Ni siquiera sabía si aquel color celeste de sus cabellos era natural o no, y en cierto modo me sorprendía que alguien como ella tomase una postura altiva como aquella ante mí –. Al menos eso es lo que me parece.

     

    La clase prosiguió, y entonces aprendimos cuál era la diferencia entre un ser, una bestia y un espíritu, aunque era algo que también conocía. Me preguntaba cuándo comenzaríamos a ver algo nuevo de lo que no tuviese conocimiento de antes. Sabía que no veríamos dragones en aquella ocasión, pero en el fondo moría de ganas de tratar con alguna de aquellas criaturas llameantes.

     

    Los fantasmas, que creo que es en lo que pensamos todos cuando hablamos de ellos – comenté, respondiendo así a la petición de Tauro de mostrar un ejemplo de espíritus –. Pero me temo que nadie sabe mucho sobre ellos, ni sobre la misma muerte. Ellos eligen quedarse, y quizás en esa misma elección es donde se esconde lo más interesante que posee un fantasma... El miedo a desaparecer de este mundo.

     

    Una vez terminada esa parte de la lección, la profesora nos entregó un cuestionario que teníamos que cubrir. No parecía ser especialmente complicado, pero aún así tendríamos que completarlo para proseguir con la clase. Una vez terminado se lo entregué, y esperé a que continuase con sus explicaciones.

  22. Wee, vengo a hacer unos pequeños cambios en mi ficha. Espero que esté todo en orden.

     

    http://i.imgur.com/LBMuB.png

    http://i.imgur.com/CroGH.png

    Fotografía de Alexander y Mónica

     

    Datos Personales:

     

    Nombre del Personaje: Alexander Malfoy.

     

    Sexo: Masculino.

     

    Edad: Adulta.

     

    Nacionalidad: Inglesa.

     

    Familia(s):

    • Sanguínea: Malfoy.
    • Adoptiva: Triviani.

     

    Padre(s) Sanguíneo: Gatiux.

     

    Padre(s) Adoptivos: Aland Black Triviani.

     

    Trabajo: Empleado. División de Bestias. Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas.

     

     

    Poderes Mágicos:

     

    Rango Social: Unicornios de Bronce.

     

    Bando: Neutral.

     

    Rango dentro del Bando: --

     

    Nivel de Poder Mágico: 3

     

    Puntos de poder en objetos: 60

     

    Hechizos adicionales: --

     

    Puntos de poder en criaturas: 10

     

    Criaturas controlables en asaltos y duelos: --

     

    Habilidades Mágicas: --

     

    Conocimientos Especiales:

    • Artes Oscuras.
    • Aritmancia.

     

     

    Perfil del Personaje:

     

    Raza: Licántropo.

     

    Aspecto Físico:

     

    http://i.imgur.com/wS0Ee.jpg

    Alexander Malfoy

     

    Es un joven alto y delgado, de complexión atlética y piel de aspecto normal, ni muy morena ni muy pálida, en un equilibrio perfecto. Posee unos hipnotizantes ojos azules de intenso brillo, muy expresivos. Suele afeitarse la barba con frecuencia, aunque siempre mantiene en su mentón una pequeña perilla. Tiene el pelo largo hasta los hombros, de cabellos rubios como el oro, liso. En su rostro suele brotar una media sonrisa ante determinadas situaciones que le causan gracia, satisfacción o suficiencia.

     

    Tiene diversas cicatrices en varias zonas de su cuerpo, tales como el brazo derecho, el vientre o una surcando su mejilla izquierda. Estas cicatrices son, en su mayoría, fruto de varios cortes de espada que Alexander recibió en una de sus noches de luna llena. También tiene varios tatuajes decorando su piel, como uno en la espalda, el brazo izquierdo, el vientre, el pectoral izquierdo y la pierna derecha. Cada uno de ellos representa una etapa de la vida de Alexander, y tan sólo él sabe el significado que tiene cada uno.

     

    La ropa que más utiliza son unos viejos y desgastados vaqueros combinados con una camiseta negra. En invierno suele llevar también un gorro azabache puesto en la cabeza junto con una chupa de cuero o un abrigo de tintes oscuros que protege su cuerpo del frío, así como una braga cubriendo su cuello y mitones en sus manos. Detesta las túnicas y demás prendas de ropa usadas dentro del mundo mágico, y quizás sea por falta de costumbre por la que prefiere la sobriedad de las ropas muggles.

     

    Cualidades Psicológicas:

     

    Alexander es frío. Astuto y reflexivo, aunque puede llegar a ser muy impulsivo cuando se deja llevar pos unos sentimientos profundos que siempre oculta a los ojos de los demás. Dichos sentimientos sólo brotan y los hace dejar ver ante aquella persona a la que más quiere, ante la mujer que ama. Le cuesta coger confianza con la gente, pues prefiere vivir aislado antes que verse involucrado en cualquier evento social y rodeado de otros magos y brujas, y aunque se encuentre acompañado por alguien de fiar sigue rehusando a mostrar lo que siente. Prefiere pasar desapercibido a ser el centro de atención.

     

    Con una gran ambición por llegar a ser un gran mago, vive a la sombra de su pasado y dominado por una vieja melancolía con la que ha tenido que aprender a convivir. Una oscuridad intensa crece en su interior desde que fue mordido por un licántropo en su infancia, por lo que siempre lleva encima, a pesar de que lucha por ocultarlo, un gran instinto asesino. Nunca sabe si hace lo correcto o no, y por ello siempre vive preguntándoselo, y más de una vez ha hecho algo de lo que más tarde se ha arrepentido durante mucho tiempo, castigándose una y otra vez por cada uno de sus errores.

     

    Lo da todo por aquello que quiere hasta que lo consigue, jamás se da por vencido ante nada. Podría decirse que cuando Alexander pierde la esperanza en lograr uno de sus objetivos, es porque es imposible alcanzarlo para cualquiera. Quizás a veces peque incluso de egoísta cuando se centra en conseguir aquello que quiere, olvidándose de todo lo que hay su alrededor e incluso usándolo a su antojo para salir victorioso.

     

    Historia:

     

    Alexander Malfoy nació en un frío y lluvioso 31 de diciembre entre los Malfoy, pero su madre Gatiux lo entregó a una familia muggle para que lo cuidasen como uno más, creciendo entre ellos y sin conocimiento alguno de que se trataba de un mago descendiente de un noble linaje hasta muchos años más tarde, pues tan pronto entró en su nueva familia siendo tan solo un bebé perdió su apellido y adoptó el apellido Gallagher.

     

    Cuando tenía cinco años, un extraño que se hacía llamar Christopher Vega lo fue a visitar a su casa de Londres, y lo sometió a una pequeña prueba, alegando que tanto el pequeño Alexander como él eran dos magos. La prueba consistía en que el pequeño brujo debía escoger un objeto entre cinco que había, y de entre todos él escogió una pluma de fénix. Ante este hecho, Vega se marchó, enojado, de la casa de los Gallagher y no regresaría allí hasta mucho después. Alexander no comprendió entonces qué significaba nada de aquello, ni qué implicaba su elección, y nunca llegaría a saberlo.

     

    Tras este suceso, Alexander comenzó a tener extraños sueños que lo atormentaron cada noche durante muchísimo tiempo, y en todos ellos aparecían un grupo de personas que no conocía que lo llamaban por otro nombre: Alexander Malfoy. Estos sueños se repetían cada vez que tenían la oportunidad y provocaban un gran sufrimiento e incertidumbre sobre el joven mago, aunque, en una noche, cuando tenía dieciséis años, un joven de pelo naranja que también era brujo le desveló el significado de las repetidas pesadillas con un acertijo: Encuentra a esas personas, y encontrarás a tu verdadera familia.

     

    Gracias a la ayuda de aquel misterioso chico, Alexander se pasó semanas buscando a quienes se aparecían en sus sueños nocturnos. Poco después de aquel encuentro fue mordido por una vieja amiga de su infancia, la cual siempre le ocultó su verdadera naturaleza licantrópica. Estuvo a punto de morir desangrado, sin embargo, Vega lo ayudó y lo salvó, aunque al devolverlo a la vida tuvo que hacer un sacrificio; un sacrificio que provocó que en el interior del Malfoy brotase una misteriosa oscuridad que lo acompañaría desde aquel momento. Con todo aquello, Alexander olvidaría toda su vida pasada. Borrón y cuenta nueva.

     

    Años más tarde, una bruja pelirroja de gran renombre se puso en contacto con él y lo contrató como asesino, valiéndose de una espada, puesto que aún no era capaz de controlar su magia. Si Alexander la ayudaba, ella lo ayudaría a encontrar a su familia, y la bruja cumplió su trato, llevándolo finalmente a la Mansión Malfoy, donde conoció a todos sus parientes que lo estaban esperando, para luego comenzar a estudiar en la Academia de Magia y Hechicería y llegar convertirse en un mortífago.

     

    Una vez en Ottery, Alexander tuvo una relación amorosa con Mey Potter Black y con Silverlyn, durando la primera poco y la segunda mucho más. Silverlyn fue un gran capítulo en la vida de Alexander, un amor loco e imposible que lo marcó, pero como todo, terminó, y Alexander no volvió a ser el mismo desde entonces. Después de ese suceso, se alejó de Londres y de la sociedad mágica en busca de la tranquilidad que necesitaba, desapareciendo así del bando de los mortífagos. Durante sus múltiples y largos viajes a lo largo del mundo, se dedicó a hacer un estudio sobre la vida y naturaleza de los dragones así como de otras criaturas mágicas.

     

    Ahora vuelve de nuevo con la intención de hacerse un hueco en la sociedad mágica. Tiene un negocio en el Callejón Diagón llamado Passio Arcanum, el cual comparte con Mónica Malfoy Haughton, y busca un lugar en el ministerio de magia desde el Departamento de Control y Regulación de Criaturas Mágicas, así como también desea retornar cuanto antes al bando mortífago. Tras su regreso, ha revivido una historia pasada con Mónica Haughton, con la que mantuvo una cercana amistad durante toda su vida, u buscó junto a ella la serenidad que durante toda su vida ha buscado, compartiendo así un futuro con la bruja, pero la relación finalmente rompió. El nuevo fracaso amoroso hizo mella sobre Alexander, aunque en el fondo siga amando a la bruja.

     

     

    Historia más detallada:

     

     

    Capítulo 1: Aspiraciones

     

    Aquel era un 31 de octubre frío y lluvioso, semejante al 31 de diciembre en el que Alexander Gallagher había nacido, apenas un lustro atrás. Sólo se encontraba su madre con él allí, en su casa, puesto que su padre, de nombre Arthur, se encontraba sumergido en un viaje que lo llevaba a visitar los confines más ocultos y bellos del mundo, todo por trabajo, siendo el factor negativo que sólo podía visitar a su familia en Navidad, y en alguna semana de verano. Era un día que invitaba a quedarse a casa, a refugiarse dentro de las paredes del hogar, a sentarse junto a la chimenea y ampararse bajo el calor que sus llamas transmitían. y a leer una buena novela, sujetándola en una mano mientras con la otra se sujetaba un tazón de chocolate caliente, o en su defecto, una taza de excitante y estimulante café.

     

    Pero Alexander no hacía nada eso, pues se encontraba jugando tranquilamente con sus juguetes infantiles cuando alguien llamó a la puerta. Él siguió a lo suyo, como si nada hubiese sucedido, y fue su madre quien acudió a la llamada lo más rápido posible, pues el extraño que se situaba en el umbral de la puerta de la casa volvió a presionar, impacientemente, con sus dedos el timbre, escuchándose así de nuevo el rítmico sonido del din, don.

     

    Al pequeño muchacho rubio de ojos azules no le importaba quién era aquel invitado, la única preocupación de su vida en aquellos momentos, con únicamente cinco años de edad, era jugar y jugar hasta que llegaba la hora de volver a la cama y dormir hasta el amanecer del día siguiente, aunque lo que el niño no sabía era que el motivo de la llegada de aquel extraño a su casa era él mismo.

     

    Escucha, Alexander – le dijo su madre, situándose delante de él, y provocando que su centro de atención pasara de ser el cochecito a ser Penélope, que así era como se llamaba su progenitora –. Este señor es Christopher Vega y ha venido a hacerte unas preguntas... Espero que te portes bien y no montes ningún espectác***, ¿entendido?

     

    Ante las palabras de la mujer su hijo asintió enérgicamente con la cabeza, moviéndola velozmente de arriba abajo, mientras mantenía sus ojos cerrados. Él no era un chico molesto ni al que había que castigar con frecuencia, pues siempre se portaba bien, aunque la presencia de un desconocido, como aquel tal Christopher Vega, lo ponían nervioso, pues era extremadamente tímido y de pocas palabras con personas a las cuales no conocía.

     

    Penélope le lanzó una última mirada llena de significado a su hijo, pidiéndole calma y serenidad, antes de dirigirse de nuevo a la cocina y seguir preparando la cena, cuyo deliciosa aroma ya se respiraba en el ambiente.

     

    Estoy seguro de que se portará muy bien, señora Gallagher – dijo Christopher, con una sonrisa en sus labios, provocando que la madre del infante se detuviese en seco antes de salir completamente de aquella habitación, la cual era la sala de aquel hogar de dos pisos, mientras observaba a Alexander con una mirada examinadora que hacía que el chico de cabellos dorados se inquietase aún más ante aquella situación –. Usted no se preocupe, tanto él como yo estaremos bien. ¿No es así, Alex?

     

    Volvió a asentir, aunque él no estaba tan seguro. Con su celeste mirada le suplicaba a su madre que se quedase con él, pero ella no tenía tiempo y tuvo que irse, dejando a aquel extraño a solas con el niño.

     

    Él se encontraba de rodillas en el suelo, con un buen montón de juguetes a su alrededor de todo tipo, y delante de él se encontraba una mesa de cristal bastante amplia, sobre la cual reposaban libros y revista, y bajo ella una alfombra roja de exquisito diseño, un detalle muy acogedor, tal y como el resto de la decoración del hogar, y un poco más allá, a un par de metros de él, se hallaba un sofá tapizado en cuero, en el cual cabían tres personas y sobre el cual ya se había sentado el señor Christopher Vega.

     

    Christopher era un hombre que se mantenía aún joven, aparentado aproximadamente unos treinta años o veinte bien entrados, de cuerpo atlético, con una mirada plateada e hipnotizante. Su cabello negro intentaba ocultar, en vano, una cicatriz que se situaba en su ceja derecha. Hasta aquí podríamos considerar que se trataba de una persona normal, que no presentaba nada extraño, pero esto no se correspondía con la realidad, pues su excéntrica indumentaria, una capa negra de bordes rojos y que parecía tener inscripciones en sus bordes, no era algo normal y corriente que se viese todos los días, y eso era lo que más le llamaba la atención a Alexander.

     

    Llevaba consigo lo que parecía ser un maletín de color pardo oscuro, el cual situó con cuidado encima de la brilllante mesa de cristal. Miró fijamente de nuevo al pequeño e indefenso niño que tenía delante de sus ojos, inquisitivos, y finalmente dijo:

     

    A ver... ¿Por dónde podría comenzar? – durante unos pocos segundos calló, para más tarde retomar su discurso con nuevas palabras. Alexander se levantó del suelo, acercándose más a él, apoyando sus hombros sobre la pulida superficie transparente –. Alexander... Tengo razones para pensar... Que tú eres un niño especial – su joven acompañante lo miró, confuso y extrañado –. Verás... ¿Alguna vez has logrado apagar un fuego sin ni siquiera acercarte a él?

     

    Al terminar de formular aquella pregunta, lanzó una mirada a las llamas del fuego que se situaban a su derecha en la chimenea. Apartando la mirada de Alexander, esperó su respuesta sin ni siquiera mirarle, hasta que al final el crío finalmente logró pronunciar un tímido y casi inaudible sí.

     

    ¿Se lo contaste alguna vez a tus padres?

     

    Christopher realizaba preguntas sin parar para escuchar alguna respuesta firme por parte del interpelado, intentando sacárselas a la fuerza. Por otra parte y tal y como era de esperar, acorde a su naturaleza, el mocito se encontraba nervioso e incómodo. Tal era su grado de vergüenza en aquellos instantes que articular palabras le era una tarea sumamente ardua y difícil.

     

    Negó con la cabeza.

     

    ¿Por qué no?

     

    Porque... Sabía que-que no me creerían – aunque tartamudease, no era tartamudo.

     

    ¿Y sabes por qué? Porque ese don no es algo común. Sólo unas pocas personas lo tienen, y cuando se tienen esas habilidades, se deben aprovechar y perfeccionarlas hasta que alcancen un nivel de suma perfección – continuó –. Y por eso estoy aquí, aquí y ahora, contigo, haciéndote estas preguntas, e interesándome por ti.

     

    ¿Usted me cree?

    Rió ante aquellas inocentes palabras.

     

    Claro que sí, yo también soy como tú, también puedo apagar un fuego sin ni siquiera acercarme a sus llamas, aunque también puedo hablar con las aves, transformar ratones en copas o hacer levitar objetos de todas las formas y tamaños – Alexander lo escuchaba, con fascinación, imaginándose cada una de las cosas si él fuese capaz de hacerlas –. ¿Tú me crees si te digo que dirijo un... colegio especial, donde niños como tú aprenden todos los días a hacer magia nueva que jamás hicieron con anterioridad en sus vidas?

     

    ¿Magia?

     

    Sí, magia.

     

    Ambos callaron y el silencio reinó en la sala. Lo único que se oía era el incesante crepitar de las llamas del fuego. A medida que pasaba el tiempo y la conversación se volvía más interesante, el hijo de Penélope Gallagher se encontraba más a gusto con aquel hombre.

     

    Sí, le creería.

     

    Christopher sonrió, conforme.

     

    ¿Y también me creerías si te dijese que mi verdadero nombre no es Christopher Vega? – Alex enarcó una ceja, y antes de que pudiera realizar la pregunta obvia, el hombre sin nombre lo interrumpió –. No te diré mi verdadero nombre hasta comprobar una cosa, ¿de acuerdo?

     

    Volvió a asentir con la cabeza, impaciente. El extraño y misterioso hombre abrió entonces el maletín, y retiró de él un total de cinco objetos, los cuales se trataban de un pequeño frasco que contenía un líquido verde, un mechón de pelo rubio, un objeto de madera alargado quebrado por la mitad, una pluma de color carmesí y una hoja verde de algún tipo de árbol. Los situó todos delante de los ojos de Alexander, situándolos sobre la mesa, y entonces dijo:

     

    A ver, Alex... Dime... ¿Cuál de éstos objetos es tuyo?

     

    El niño miró con curiosidad cada uno de artefactos y materiales.

     

    ¿Que cuál es para mi?

     

    No, no – lo corrigió –. Me refiero a cuál es tuyo... Ya.

     

    No entendía el significado de las palabras del presunto mago, pero no insistió más para intentar comprenderlo. Volvió a examinar a cada uno de los objetos, preguntándose para qué era aquel extraño test. Sentía una especial atracción, la cual no podía explicar, por dos: la pluma roja y el mechón de cabellos dorados.

     

    Ambos intercambiaron miradas. El adulto, confundido, intrigado y a la vez un poco asustado, contempló la escena, aguardando impacientemente su final y la decisión definitiva de Alexander. Los segundos pasaron, unos detrás de otro, y el niño de cinco años palpaba los mismos dos objetos con la yema de sus dedos, tocándolos y experimentando con ellos. Parecía como si los otros tres no existieran.

     

    Finalmente, el chico rubio escogió la pluma roja, desechando a los cabellos rubios y dejándolos a un lado junto al resto. Miró con curiosidad el anaranjado brillo de la pluma, para luego mirar a los ojos plateados del desconocido hechicero, esperando su veredicto ante su decisión.

     

    ¿Estás... estás seguro de que la pluma de fénix es tuya, Alex? – en sus palabras residía un prominente tono de decepción. Quizás había ido hasta allí, hasta aquel humilde barrio a las afueras de Londres, esperando otra cosa por parte del pequeño Gallagher, el cual asintió tras la pregunta –. ¿Estás seguro?

     

    Su diminuto acompañante susurró un . El hombre que se hacía llamar Christopher Vega miró de nuevo al fuego, decepcionado y furioso, y volvió a meter todos aquellos objetos extraños en el maletín, arrebatándole a Alexander lo que sujetaba entre sus manos.

     

    Pues no es tuya.

     

    Se levantó del sofá, sujetó el maletín en su mano izquierda y echó a caminar con paso fuerte hacia la puerta, dispuesto a salir de la casa sin ni siquiera despedirse del muchacho, el cual observaba aquel extraño comportamiento con impotencia.

     

    Penélope Gallagher regresaba de la cocina en dirección a la sala, cuando escuchó abrirse la puerta y vio cómo el invitado se marchado con prisa y sin decir adiós.

     

    ¿Ya se va? ¿Ya ha acabado?

     

    Lo siento, señora Gallagher, pero creo que nos hemos equivocado con su hijo, creo que no está preparado para nuestro colegio.

     

    Y se marchó dando un portazo.

     

    ¿Qué has hecho?

     

    La madre de Alexander parecía enfadada con él, el cual asumía su presunta culpa en silencio, sin decir nada. La timidez volvía a él, aquella vieja enemiga que cortaba su expresión. Su madre lo trataba perfectamente con él, criándolo y instruyéndolo ideales y valores pulcros y perfectos, pero algo que sí que temía el hijo de Arthur Gallagher era ver a su madre enfurecida.

     

     

    Capítulo 2: Destino

     

    Alexander ya no podía más. Los dieciséis años eran una edad difícil en la historia de la vida de una persona, una edad en la que cualquier cosa te destroza y en la cual se pueden hacer muchas locuras de manera consciente, y la mayoría de las veces por motivos est****os y por los que no merece la pena realizar tales actos faltos de juicio.

     

    Pero es que aquel joven y prometedor muchacho de dorados cabellos ya había alcanzado su límite, el límite en el que la depresión interna se acaba convirtiendo en una torturadora y incesante locura que te carcome por dentro hasta acabar con todo tu ser, con tu alma, con tu forma de ser, y que te acaba transformado en otra persona. Es como si una oscuridad brotase en tu interior y no parase de crecer hasta convertirte en alguien frío, distante, alguien incapaz de amar.

     

    Quizás estuviera mejor muerto, quizás el mundo estaría mejor sin él, nadie lo echaría de menos, puesto que nadie lo apreciaba lo suficiente como para quererlo y amarlo. La vida ya no tenía sentido para él, y deseaba cuanto antes que su aura nadase en aquel mar de tinieblas al que los mortales llaman la muerte, y sumergirse entre sus negras olas, hasta que el tiempo y el paso de los años borrasen su imagen del recuerdo de las personas.

     

    Y allí estaba, en el puente, a punto de tirarse. Un acto de suicidio era su única salvación. No lo había meditado demasiado, pero ya no deseaba seguir viviendo, o al menos no quería seguir haciendo de aquella manera. Miraba a su alrededor y veía las lúgubres luces de neón de la ciudad, las hipócritas risas de sus semejantes oscuras en ocultos y oscuros callejones. Injusticia, miseria, lágrimas. Y era por aquello por lo que Alexander Gallagher había dejado de tener fe en el mundo.

     

    Cerró los ojos. Vació su mente de cualquier pensamiento. Si no lo pensaba, todo sería más fácil, más rápido, más sencillo, más instintivo. Hizo acopio de todo su valor y llenó de aire sus pulmones. Comenzó a contar hasta cinco. Uno, dos... Los segundos pasaban lentos, como si el tiempo se detuviese o se ralentizase. Tres, cuatro... Unas imágenes surcaron su mente, como si fuese verdad aquello de ver la vida en diapositivas. En ellas aparecían su madre, su padre, y una chica rubia, aquella chica de ojos plateados a la cual no conocía, pero que sí había soñado con ella varias veces. Y por último, después del cuatro viene el...

     

    Cinco.

     

    Aquella voz que escuchó a sus espaldas le impidió saltar y perder la vida desde las alturas de aquel puente. Se giró sobre sus talones. A pocos metros de distancia, se situaba un joven parecido a él, de la misma altura, el mismo pelo de color naranja, ojos color escarlata y piel nívea, pálida. Ambos jóvenes se parecían bastante, y a Alexander le inquieto la presencia de aquel desconocido allí, en aquella noche, cuyas estrellas estaban ocultado tras el manto de luz que ofrecía la contaminación lumínica de Londres.

     

    Hola.

     

    Saludó el extraño, con un tono de voz grave y a la voz agradable, cordial, amistoso. Alexander devolvió el saludo con un gesto de cabeza y se acercó, curioso, al joven de cabellos tintados de color crepúsculo.

     

    Disculpa si interrumpo algo – dijo, con una sonrisa maliciosa pintada en sus labios –. Sólo quería hablar contigo un rato.

     

    Intercambiaron miradas hasta que el adolescente Gallagher decidió formular la pregunta obvia.

    ¿Quién eres?

     

    No importa quién soy, importa quién eres tú – respondió, ofreciéndole a Alexander un mensaje cifrado y de confuso significado –. Intentas ocultarlo, pero estás destrozado por dentro, ¿no es así?

     

    No hubo contestación por parte del interpelado.

     

    Alexander Gallagher, sino me equivoco – añadió el extraño, acercándose más al muchacho de ojos celestes, y sentándose en la orilla del puente. Extrañado y preguntándose cómo conocía su nombre, Alexander lo imitó y se sentó a su lado. No le importaba reírse un poco antes de morir –. Veo que he llegado a tiempo.

     

    ¿A tiempo para qué?

     

    Para salvarte, claro – contestó, mientras seguía observando la hora que marcaba su reloj: la una de la mañana de aquella noche de agosto –. No puedes quitarte la vida.

     

    La mirada de Alexander se clavó en el destello carmesí desprendido por los ojos del desconocido, con furia y inquietud, preguntándose cómo sabía tanto de él, como si lo conociese de toda la vida, y por qué le negaba el derecho del suicidio.

     

    Ya... Entonces dime qué motivos tengo para no morir.

     

    A ver, sé que cuando te diga ésto no me creerás, que me tomarás por un loco... Pero es que la muerte no es tu destino – dijo –. Éste no es tu destino. ¿Qué razones tienes tú para morir y desaparecer?

     

    Me siento solo, abandonado, como un náufrago perdido en una remota isla del mar – contestó, mientras intentaba contener las lágrimas, las cuales, traicioneras, amenazaban con derramarse por su mejilla de un momento a otro –. No tengo ningún amigo, nadie me respeta, y por lo tanto, ninguna chica me quiere ni me querrá nunca.

     

    Ambos chasquearon la lengua al unísono.

     

    Seguro que te lo han dicho más de una vez, Alexander, pero es que es la verdad... Te encuentras en una edad difícil, una edad en la que lo que hagas te marcará para siempre. Y tienes que ser fuerte.

     

    Corrijo – interrumpió, secamente –. Estoy en una edad en la que lo que te hagan te marcará para siempre.

     

    Eso es cierto – reconoció su acompañante –. Pero no puedes negar la realidad, sí que hay gente que te quiere. Tu familia.

     

    Ni siquiera mi familia es mi familia – dijo, con tono de enfado, lanzando una piedra al río que tenía enfrente, el Támesis –. Ayer me enteré de que soy adoptado, de que ellos me encontraron abandonado delante de su puerta, cuando tan sólo era un bebé que no podía ni caminar.

     

    Hubo silencio. Por primera vez desde que habían iniciado aquella conversación, ninguno de los dos supo qué decir, hasta que el silencio se rompió:

     

    Te puedo dar un verdadero motivo para seguir luchando – dijo, de repente, el extraño –. Has soñado con una muchacha rubia, de ojos grises, ¿verdad?

     

    Otro nuevo dato que aquel muchacho también conocía de Alexander. Se sentía verdaderamente incómodo, pues él sabía mucho y él ni siquiera conocía su nombre, y se sentía penoso al estar buscando consuelo en un extraño nada más conocerlo. Sin embargo, terminó asintiendo con la cabeza, mientras no podía evitar soltar una pequeña sonrisa.

     

    Sí, la verdad es que es una chica muy guapa, una preciosidad. Pues, ahí tienes tu motivo – en la cara del Gallagher parecía haber surgido un invisible interrogante –. ¿No te gustaría saber quién es y por qué está tan presente en tu subconsciente, por qué sale con tanta frecuencia en tus sueños? ¿No tienes curiosidad? Quizás ella es la respuesta.

     

    Alex se encogió de hombros.

     

    ¿Quieres saber una cosa? – fue entonces el chico sin nombre el que asintió con la cabeza –. Siempre es el mismo sueño. Corró por un jardín, mientras varias personas me miran. Entre ellas, siempre distingo a las mismas: una mujer esbelta, imponente, de cabellera color borgoña; allá, a lo lejos, otra mujer de piel pálida, ojos color violeta; también recuerdo una chica joven, de mi edad más o menos, muy pálida, de dientes largos, como si me fuera a chupar la sangre, ¿me entiendes? Pues no paraba de llamarme papá; y otras muchas figuras que ahora mismo no pienso recordar. Sigo corriendo por el jardín mientras todas las miradas se clavan en mí, hasta que a lo lejos veo como una especie de pirámide, y en su cúspide, esa chica de la que me hablas. Cabellos dorados, ojos plateados. La distingo perfectamente, a pesar de situarse tan lejos, y el sueño siempre acaba igual, cuando alzo la mano e intento tocarla desde la lejanía. Ella me dice su nombre, y luego me dice que la ayude, pero nunca recuerdo cómo se llamaba – relató –. Eso es lo más frustrante. ¿No es lo más triste que has oído nunca? Sobrevivo a base de ese sueño, es como si me infundiera esperanza.

     

    Clavó entonces su mirada añil y triste en el río, cuyo caudal se encontraba delante de sus ojos, y su acompañante en aquella noche le doy unas palmadas en la espalda, intentando transmitirle ánimos.

     

    Encuéntrala, y encontrarás a tu verdadera familia, tu familia biológica – añadió, mientras se levantaba y caminaba en dirección al centro urbano de la ciudad –. O viceversa.

     

    Y entonces, tras aquellas enigmáticas palabras, desapareció entre las sombras.

     

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    Alexander, adolescente, con su media sonrisa característica.

     

     

    Capítulo 3: Luna llena

     

    Está herido, ¡tenemos que llevarlo al hospital! – gritaba, histérico, Arthur, el padre adoptivo de Alexander, el cual se encontraba tumbado sobre su cama, desprendiendo sangre por una herida que tenía en el brazo, la cual parecía ser la mordedura de algún animal. El progenitor caminaba, nervioso, en círculos, sin moverse de la habitación, incapaz de hacer nada, mientras su mujer, Penélope Gallagher, cuyo apellido de soltera era Lewis, estaba sentada en una silla, como en estado de shock, con la mirada perdida en el espejo que tenía delante de ella, mientras jugueteaba con los pulgares de sus manos –. ¡Penny! ¡Vamos, llama a una ambulancia!

     

    Sí...

     

    Entonces, la mujer de Arthur se levantó de su asiento y caminó con andar tembloroso a la planta inferior, hacia la cocina, que era donde se encontraba el teléfono, y mientras bajaba las escaleras se aferraba con fuerza al crucifijo que colgaba de su cuello, mientras susurraba algunas frases de la Biblia, tales como el Salmo 23, intentando aguantarse en sus creencias para vislumbrar la esperanza tras aquellos trágicos sucesos.

     

    El Señor es mi pastor, nada me falta... En prados de hierba fresca me hace reposar, me conduce junto a fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el camino justo, haciendo honor a su Nombre. Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré, porque Tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad. Me preparas un banquete en frente de mis enemigos, perfumas con ungüento mi cabeza y mi copa rebosa. Tu amor y tu bondad me acompañan todos los días de mi vida; y habitaré en la casa del Señor por años sin término...

     

    Penélope Gallagher era una mujer de carácter fuerte, que siempre hacía frente a las adversidades y nunca se daba por vencida, pero el haber visto a su hijo en aquel estado la había destrozado, y mientras tecleaba los números de emergencia en el teléfono, no podía romper en un sollozo, desprendiendo lágrimas que caían por el suelo frío y blanco, de losas pálidas, de la cocina.

     

    Mientras tanto, en el piso superior, Arthur, escondiendo sus sentimientos de angustia e impotencia tras una frondosa barba y un frondoso bigote negro, vello facial que combinaba con sus ojos azabaches y su escaso pelo del mismo color (el cual rodeaba a una brillante calva), se sentó junto a su hijo. Tomó una de sus manos y la acarició mientras contemplaba si figura adolescente, inconsciente. Aún así, tenía pulso en vena y respiraba, aunque algo le decía que aquella ensangrentada mordedura lo había puesto en un grave estado de peligro.

     

    Todo había comenzado apenas quince minutos atrás. Cuatro amigos de Alexander, dos chicos y dos chicas, habían llamado al timbre de la casa. La hora que marcaba el reloj de pared de la sala era las once y media de la noche. El señor Gallagher se encontraba viendo un partido de fútbol en la televisión entre el Manchester United y el Chelsea, apoyando al equipo de camiseta azul, mientras Penélope, su mujer, leía la tragedía de Shakespeare, Romeo y Julieta.

     

    Ella acudió rápidamente a la llamada, y mientras contemplaba cómo el cuerpo de su hijo, empapado en sangre, era sujetaba por los corpulentos brazos de su amigo Daniel, llamó, a gritos y con urgencia, a su esposo, el cual reaccionó asustado, de igual manera que su mujer, y cogió el cuerpo inconsciente de su hijo en sus brazos mientras le agradecía a aquellos muchachos el haberlo traído hasta su casa, mientras le realizaba preguntas y les invitaba a entrar:

     

    ¿Qué ha sucedido? ¿Quién mordió a Alexander? ¿Qué hacíais? ¿Dónde estábais? ¿Dónde está Charlotte?

     

    Charlotte era una amiga de Alexander y de aquel grupo de púbers, formado por Kevin, Daniel, Sarah y Christhine, la cual, aunque ninguno lo sabía, era la que había mordido al muchacho, provocándole aquella terrible herida, pues pertenecía a la raza de los licántropos, y aquella era una noche de luna llena.

     

    Algún animal lo ha mordido... Creemos que ha sido un lobo o algo parecido – contestó Daniel, triste, mientras todos sus compañeros se desahogaban desprendiendo lágrimas –. Estábamos todos juntos cenando, en casa de Charlotte... La cual desapareció, no sabemos dónde se encuentra...

     

    Está bien... Será mejor que os vayáis a casa, nosotros nos ocuparemos de él – les aconsejó el señor Gallagher, y todos, a regañadientes, desaparecieron rumbo a sus respectivos hogares.

     

    Arthur no dejaba de pensar y de pensar. ¿Le iba a suceder algo malo a su querido hijo? No lo esperaba, simplemente no podía dejar de mirarlo y confiar en que sólo fuera una simple herida, pero algo le decía que aquella no era una herida normal. Ató alrededor de su brazo unas vendas para evitar la hemorragia, pero no paraba de desprender sangre la rotura de los vasos sanguíneos.

     

    Miró a su alrededor. Las paredes rojas del cuarto de Alexander estaban forradas por pósters de chicas desnudas o semidesnudas de cuerpos esculturales, algo normal y corriente entre varones adolescentes de aquella edad tan problemática y extraña. En una estantería, libros de suspense y fantasía, además de algunos tomos de manga, el arte oriental, además de decenas de discos de música ronk, punk y rap, y en el escritorio se situaban los libros de matemáticas y biología del instituto, aparte de una televisión un ordenador y una consola de videojuegos, la PS2. No podía evitar pensar en la muerte de su hijo, esperaba que eso no sucediese, pero temía que todos aquellos objetos dentro de poca shoras ya no tuviesen dueño.

     

    Inquietado por la tardanza de su mujer, se dirigió velozmente al piso de abajo.

     

    ¿Penny?

     

    Su mujer, sin embargo, no estaba llamando a los servicios de emergencias, ni siquiera tenía el teléfono en sus manos. Es más, ni se hallaba en la cocina, sino que estaba en la sala de estar, el centro de reunión. Allí estaba, hablando con un desconocido que vestía una capa negra de bordes rojos.

     

    ¿Qué sucede aquí? – preguntó el señor Gallagher, señalando al desconocido con un gesto con el mentón.

     

    Oh, querido... Te presento al señor Christopher Vega – Penélope parecía ya más calmada y más natural, como si nada hubiese sucedido –. Ha venido a ayudarnos con lo que le ocurriendo a nuestro hijo Alexander...

     

    Así es – dijo –. Verán, no los voy a engañar. Y es que su hijo se encuentra en muy mal estado. Está a punto de morir, pues un veneno está fluyendo por sus venas, y si no lo salvamos a tiempo, perderá su vida. Yo sé cómo ayudarlo, cómo sanarlo.

     

    No hubo contestación a sus palabras, el matrimonio Gallagher se limitó a clavar sus miradas de interés en él.

     

    Lo puedo llevar a nuestros... “laboratorios”. Allí lo ayudaremos y lo sacaremos de ésta – antes de que los padres de Alexander pudieran aceptar la propuesta, el hombre puntualizó –. Sin embargo, perderá todos sus recuerdos. No se acordará de nada... Y perderá su inocencia, será otra persona. ¿Siguen queriendo que me lo lleve?

     

    Lo meditaron durante unos instantes, sin saber a qué se refería con aquello de que perderá la inocencia, pero no tenían ninguna otra alternativa y debían confiar en aquel extraño que les brindaba una oportunidad de salvar a su querido hijo.

     

    – afirmaron, al unísono.

     

    Aproximadamente una media hora más tarde, el tal Christopher Vega, cuyo nombre no era el suyo verdadero, se encontraba en una habitación llena de una antigua decoración, basada en cuadros de exquisito diseño, esculturas y plantas que le otorgaban a aquella estancia un lugar tétrico. Delante de él, reposando en una cama, se encontraba Alexander Gallagher.

     

    Supe aprovechar una oportunidad cuando la tenía delante – dijo el hombre, hablando consigo mismo, mientras apoyaba su espalda contra la pared –. Salvaré la vida de Alexander, sí, y se lo devolveré a sus padres de una pieza, pero me encargaré de que nunca se convierta en un enemigo, tal y como estaba destinado a serlo.

     

    Y era cierto, había salvado la vida del muchacho de ojos azules, pero a un gran precio. Ahora, Alex ya no era el mismo, la magia negra empleada para salvarle lo había transformado, y la magia negra que crecía en su interior ahora dominaba a la luz que escaseaba en su corazón a aquellas alturas. Ahora era un asesino en ciernes, alguien malvado.

     

    Es extraño – dijo un acompañante del mago que se hacía llamar Vega. Dicho acompañante, de voz aguardentosa, se ocultaba entre las sombras –. Ha estado muerto durante dos horas. ¿Ha resucitado, o algo así?

     

    El hechicero de capa negra se encogió de hombros.

     

    Quizás lo hemos salvado, o quizás no – contestó, sin inmutarse a pesar de haber vivido una especie de resurrección –. O quizás es simplemente el destino. Igual la oscuridad que hemos hecho crecer en su interior ha revitalizado su corazón. La balanza se ha equilibrado hacia el lado del mal, mi querido compañero.

     

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    Alexander, de joven, con diecisiete años.

     

     

    Capítulo 4: Corcheas

     

    ¡Bien, bien! No me esperaba otra cosa por parte de mi asesino predilecto, Alexander – susurraba aquella mujer de cabellos ondulados color borgoña, mientras aplaudía, fascinaba y divertida, con aquella voz tan sensual que poseía –. Tengo un nuevo encargo para ti.

     

    Estaban en una calle aislada del resto de la ciudad de New York, una de las menos transitadas, en los Estados Unidos, y Alexander contemplaba, delante de él, el cadáver ensangrentado de un hombre calvo y de aspecto fuerte y varonil, mientras en una mano sujetaba un arma de fuego y en la otra una espada con el filo empapado en aquel líquido carmesí que corre por nuestras venas. Respiración agitada, mirada perdida y mente bloqueada y vacía: así se podía describir a Alexander Gallagher en aquellos instantes.

    Ni siquiera sabía el motivo por el que había asesinado a aquel hombre, ni siquiera lo conocía, ni siquiera sabía su nombre. Simplemente, aquella mujer tan misteriosa le daba con cierta frecuencia una lista en papel de un conjunto de nombres, tanto de hombres como de mujeres, a los que debe buscar por todo el globo hasta darles caza y darles muerte.

     

    ¿Por qué me haces hacer esto? – preguntó. Nunca antes lo había hecho con anterioridad, y se sorprendió al darse cuenta de ello.

     

    Los ojos de color zafiro de aquella mujer de piel blanca y nívea se cerraron, debido a la risa en la que había explotado tras aquella pregunta. Sus labios carmesí adoptaron la forma de una gran sonrisa y sus afiladas facciones de carácter femenino se clavaron en el rostro de Alexander.

     

    Porque eres un asesino, mi querido aprendiz – respondió, acercándose más a él y acariciando su rostro con sensualidad. Acercó sus labios a los suyos, como si lo fuera a besar, pero finalmente nolo hizo –. Porque sé que no se te presenta como un problema el segar la vida de los demás, porque buscas sin descanso a tu verdadera familia... Tan enigmático, tan misterioso...Y porque sé que estás enamorado de mí y harás todo lo que yo te diga.

     

    Alexander soltó un bufido de enojo. Acumulaba rabia e impaciencia en su interior, pues hacía tiempo que aquella mujer que se hacía llamr su mastra le había hecho la promesa de que, si le ayudaba con aquellas tareas, le ayudaría a encontrar a su verdadera familia. Él había asumido todos los asesinatos que le había encargado, los cuales se contaban en decenas, siempre sin cuestionar nada. Era un acto de fe.

     

    No estoy enamorado de ti – la mujer de curvilíneo y proporcionado cuerpo volvió a reir, aquella vez dándole la espalda al joven de cabellos dorados –. Además... Soy una buena persona, no soy un asesino.

     

    La belleza se giró y clavó su azul mirada en él, y entonces comenzó a hablar, como si estuviese furiosa:

     

    ¿Has tenido remordimientos por todos los asesinatos de los que eres culpable, Alexander? – le preguntó, aunque no hubo respuesta –. Dime, ¿te sirve de algo ser buena persona?

     

    El muchacho sabía perfectamente que ser buena persona no le servía de nada. Las buenas personas eran marginadas, dejadas de lado, nadie las apreciaba. Él nunca había vivido de aquella manera, o igual sí, quizás y simplemente no lo recordaba, pero algo le decía que así era. La pelirroja le laznó una última mirada altiva y de desprecio y continuó a lo suyo.

     

    Rebuscó en sus bolsillos, entonces, hasta que en ellos encontró un trzo de papel sucio y viejo, aunque lo había recibido tan sólo una semana atrás. Estuvo aguardando siete días hasta que pudo encontrar de nuevo a la mujer pelirroja, para poder mostrárselo.

     

    Mira.

     

    Le tendió el papel y se lo arrebató de las manos para poder examinarlo con detenimiento. En él estaba escrito, con excelente y suave caligrafía:

     

    Querido Señor Malfoy:

     

    Le escribimos desde la Familia Malfoy, residente en Ottery St. Cattchpole, para informarle de que usted está invitado a pasarse por nuestra mansión a realizonarnos una vista cuando lo desee.

     

    Le recibiremos amablemente y con los brazos abiertos.

     

    Un saludo.

     

    Me lo mandaron hace poco a la casa de mis padres adoptivos – informó Alexander –. Hablan de una tal familia Malfoy. ¿Sabes algo?

     

    Su maestra lo maldijo con la mirada, mientras seguía sujetando el papel con los dedos de ambas manos.

     

    ¿Alguna vez has perseguido un sueño, Alexander?

     

    La respuesta era afirmativa. Desde que tenía memoria, un mismo sueño, relacionado con una mujer rubia de ojos grises, se repetía casi todas las noches. Esto era desde los diecisiete años por lo menos, pues no recordaba nada de lo que le había sucedido con anterior, el ámbito de sus recuerdos se limitaba simplemente a cuatro años.

     

    Asintió con la cabeza.

     

    Y... ¿Qué es lo peor al ver que, por mucho que lo intentes, nunca lo alcanzas?

     

    No contestó. Se limitó simplemente a mirar tristemente a un punto indefinido del suelo. Aquella mujer se acercó a él y con un dedo alzó su rostro, provocando que hubiera conexión visual entre ellos.

     

    ¿Me crees si te digo que, con mi ayuda y si haces lo que digo, te ayudaré a alcanzar tu sueño? – dijo –. En eso habíamos quedado tú y yo, ¿verdad? Si me ayudabas, te ayudaría a encontrar a tu familia. Y, si la encuentras a ella, encontrarás a tu madre.

     

    La miró con curiosidad, enarcando una ceja.

     

    ¿Te refieres a que esa mujer con la que sueño es mi madre?

     

    Negó, moviendo la cabeza de izquierda a derecha enérgicamente.

     

    Mira, ésta es tu última lista.

     

    De la nada, la pelirroja hizo aparecer una nota amarilla repleta de nombres escritos con tinta negra, que entregó rápidamente a Alexander. Éste leyó cada uno de los nombres y apellidos, hasta que se paró en uno que le llamó la atención:

     

    Mey Potter Black... Curioso nombre.

     

    Ella es tan importante como el resto. También tienes que matarla – le advirtió –. Te prometo que si terminas con la vida de esas siete personas, encontrarás a tu verdadera familia. Te lo juro.

     

    Realizó un nuevo gesto exagerado con sus manos e hizo aparecer entre sus manos una guitarra azul. No era como las demás, sino que tenía un diseño peculiar y especial, con cuerdas plateadas y con el mástil terminando en tres afiladas puntas blancas y extremadamente brillantes.

     

    Mira, Alex. Con esta guitarra podrás hacer magia. Cada una de las siete cuerdas, al tocarlas, invoca una magia diferente. Es decir, cada una tiene el poder de convocar un hechizo – explicó –. Es toda tuya. Para que luego digas que no te recompenso por lo que haces...

     

    http://img683.imageshack.us/img683/2426/20499992.png

    Alexander, un asesino a sueldo.

     

     

     

    Pertenencias:

     

    Objeto Magico Legendario: --

     

    Objetos Magicos:

     

    Objeto 1: Varita mágica de madera de acacia y nervios de corazón de dragón. 31 centímetros, rígida.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Objeto 2: Guitarra mágica.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Objeto 3: Pensadero de plata.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Objeto 4: Daga de plata.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Mascotas y Criaturas:

     

    Criatura 1: Halcón.

    Clasificación: X -no mágica-

    Puntos de poder: 10 pts.

     

    Elfos: --

     

     

    Licencias, Tasas, Registros:

     

    Licencia de Aparición: Aprobada

     

    Licencia de Vuelo de Escoba: No

     

    Registro de XXX: --

     

     

    Otros datos:

     

    Otros datos:

    • Tiene un especial odio hacia las arañas, surgido a raíz de un encuentro con una acromántula, y los elfos domésticos.
    • Es un virtuoso de la guitarra eléctrica.
    • Su mayor pasión es el rock, aunque también ama el deporte, en especial el quidditch.
    • En el pasado tuvo problemas con la bebida.
    • Siente especial debilidad por los dragones.
    • Odia su condición de licántropo.
    • Siempre lleva encima un frasco con su recuerdo más preciado.
    • En uno de sus viajes a Egipto para estudiar a las esfinges, recibió como regalo una misteriosa daga cuya historia todavía desconoce.
    • En aquel mismo viaje, recibió un mote que aún le dura hoy día. Los egipcios lo llamaban Chacal.

     

     

    Cronología de cargos: --

     

    Premios y reconocimientos: --

     

     

    Links de Interés Referentes al Personaje:

     

    Link al Perfil de Comprador MM: --

    Link a Bóveda Personal: Bóveda Nº 81313

    Link a Bóveda Trastera: --

    Link a Bóveda de Negocio: Bóveda Nº 97727 - Passio Arcanum

    Link a Bóveda Familiar 1: Bóveda Nº 78526 - Familia Malfoy

    Link a Bóveda Familiar 2: Bóveda Nº 78361 - Familia Triviani

  23. Desde la ventana de mi habitación en la Mansión Malfoy, observaba a Lara, mi halcón, trazando círculos en el cielo, batiendo sus alas contra el viento y sintiendo la libertad que tanto anhelaba con cada aleteo que daba. Sonreí al verla allí, tranquilo al saber que ella nunca me fallaría. Viniese lo que viniese, ella siempre estuvo a mi lado, y de alguna forma u otra había aprendido que era en quien más podía confiar. Lara había sido un regalo de una persona que ocupó un lugar en mi corazón, pero cuya historia ya había sido cerrada para siempre. Era el único vestigio que quedaba de aquella dulce época que más tarde se tornaría amarga.

     

    Vuela libre mientras puedas hacerlo, Lara – murmuré para mí mismo, sin dejar de observar el vuelo del animal, el cual ahora planeaba sin mover las alas. Suspiré y desvié la mirada, alejándome de la ventana y regresando al interior del cuarto –. Vuela libre mientras puedas...

     

    Tal y como siempre repetía un amigo una y otra vez, Mi esperanza es mi perro y su humanidad, y quizás por aquella misma razón había aprendido a amar a los animales, pues escondían mucho más de lo que pudiese presumir cualquier persona. Un compañero como aquel te seguiría allá donde fueses y jamás te dejaría escapar, pues su lealtad poco a poco siempre se acababa volviendo algo incuestionable. Era triste saber que aquella verdad era irrebatible.

     

    Escuché entonces un aleteo a mis espaldas seguido de un extraño chasquido que interrumpió el ir y venir de mis pensamientos. Supuse que Lara había vuelto de su salida y que se había posado en el respaldo de la ventana o en una silla, pero la sorpresa fue mía al girarme y comprobar que en vez de un halcón allí se encontraba en su lugar una lechuza blanca como la nieve. El ave movió el cuello de un lado a otro, ululó durante un par de segundos y revoloteó hasta posarse en un mueble cercano.

     

    Desde allí, pude percibir que en la pata derecha de la lechuza se encontraba atada una nota. Rápidamente me acerqué a ella sin miedo a que me picotease, y mientras acariciaba su emplumada y pequeña cabeza recogí el papel que colgaba de sus garras. Lo desenvolví y leí lo que allí estaba apuntado, escrito bajo el trazo de una bella caligrafía.

     

    Mis clases de cuidado de criaturas mágicas comenzaban aquel día, pero había un pequeño problema. No estaba indicado dónde se iban a llevar a cabo, por lo que tendría que deducirlo de alguna manera.

     

    Bien – sonreí, apretando el papel en mi puño y finalmente arrojándolo contra la pared, cayendo de esta forma sobre una papelera donde comenzaban a acumularse ya viejos pergaminos y apuntes desechados con el paso del tiempo –. Si quisiese enseñar algo como esto... ¿Dónde tendría que ir?

     

    Y sin saber bien por qué, la imagen de un bosque acudió instantáneamente a mi cabeza. Aquel lugar se encontraba cerca de Londres y pocos conocían su belleza, pero los que la consideraban sabían perderse en aquella maravilla natural. Era el lugar más cercano donde se me ocurría que pudiese llevarse a cabo una actividad parecida, pues en aquellos rincones había mucho que estudiar y observar, mucho más que en cualquier otro lugar.

     

    Lo decidí entonces. Preparé todo el equipaje que necesitaba para el viaje, sin demorarme demasiado y sin cargar demasiado peso. Quería poder caminar ligero y siempre tener la varita mágica a mi disposición. Guardé todo lo que necesitaba para una jornada como aquella al aire libre, y sin perder mucho más tiempo eché mano de mis habilidades de aparición recién adquiridas para poder aparecerme allá donde deseaba ir.

     

    Vestido acorde a la situación, me aparecí en mitad de aquella arboleda, perdido y sin saber qué camino tomar ahora. Ni siquiera sabía con certeza que se encontrasen allí mi profesora y mis compañeros, pero antes de regresar y elegir otro lugar donde buscar debería cerciorarme de que mi instinto hubiese acertado al escoger aquella espesura como destino.

     

    Caminé así durante varios minutos, y aunque aún no llevaba demasiado comencé a desesperarme y por un momento me arrepentí de no haber acudido al Ministerio de Magia, o a la Academia, para preguntar allí dónde podría encontrar las clases que se impartían aquel día. Recordé entonces mis investigaciones sobre dragones que había llevado a cabo tiempo atrás, y comprendí que ahora no podía quejarme. Dudaba que tuviese que hacer frente a aquella criatura escamadas escupidoras de fuego.

     

    Viejos tiempos – susurré, sin olvidar mi pasión por aquellos hermosos pero a la vez peligrosos animales de los cielos.

     

    Entonces, cuando aquel viaje comenzaba a volverse verdaderamente insoportable, vislumbré a lo lejos dos figuras. Me acerqué poco a poco a ellas y entonces pude certificar de que no me había equivocado. Mi profesora y una compañera esperaban allí, en mitad del bosque.

     

    Buenas – saludé a ambas sin más artificios una vez las tuve delante, acompañando mi saludo con un gesto serio con la cabeza –. Soy Alexander Malfoy.

     

     

     

    Off:

     

    ¡Hola a las dos! :3 Bueno, antes de nada, decir que me llamo Alex, tengo 18 años y soy del norte de España.

     

    No sé qué más cosas podría decir sobre mí, pero puedo destacar que amo el arte (en especial la música, en especial el rap, el rock y el dubstep, y la literatura, sobre todo fantástica. De hecho, compongo música y también escribo alguna que otra historia), pero también vivo el mundo del cine y las series (adoro las películas o series que te hacen pensar, aunque no le digo que no al buen humor, al suspense o la ciencia ficción), el deporte (en especial el fútbol. Seguidor hasta la muerte del Deportivo de la Coruña *O* ), los videojuegos, la informática (que es lo que estudio)... También me gustan los animales. Bueh, muchas frikadas.

     

    También me gusta debatir sobre cualquier cosa, en especial sobre asuntos como la política, temas polémicos o de actualidad e incluso conspiraciones de cualquier tipo. Hay muchos temas que me llaman la atención y sobre los que me gusta investigar, como la psicología, la historia y otros.

     

    Mis colores favoritos son el negro y el rojo (?) xDDD Y quizás lo que más me guste hacer, y lo que más me hace feliz, es hacer reír a la gente a mi alrededor, independientemente de que sea yo quien más lo necesite o no. Soy una persona que tiene mucho que contar pero que tampoco quiere aburrir a nadie, y al que le encanta una buena tarde de fútbol y básket que termine con una ducha fría y buena música. También estoy un poco salido y esas cosas (?) xDDD

     

    Nada más, creo. De hecho me extendí demasiado xD

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