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Alexander Malfoy

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Mensajes publicados por Alexander Malfoy

  1. Seguía los pasos del elfo doméstico, uno tras otro, a través del Castillo Triviani. No dejábamos de subir escaleras, recorriendo largos y oscuros pasillos que nos conducirían hasta uno de los rincones más apartados de aquel lugar. Según había escuchado alguna vez, mi madre adoptiva solía esconderse en un torreón alejado del Castillo, en un lugar apacible y tranquillo desde el cual se podían admirar hermosas vistas que ningún otro Triviani tenía el privilegio de disfrutar.

     

    Aquel fatídico paseo por el hogar de los Triviani comenzaba a tornarse largo y tedioso, y en parte odiaba tener que estar siguiendo la ruta trazada por un triste elfo doméstico. Chuck murmuraba extraños comentarios sin sentido, algunos incluso incomprensibles para cualquiera, mientras echaba miradas de reojo a sus espaldas. Parecía temeroso de algo cada vez que doblaba una esquina en la cual se abría un nuevo pasillo, como si se escondiese algo tras cada una de ellas. No lo culpaba, pues en realidad dudaba de que en aquel Castillo los elfos domésticos gozasen de un buen trato por parte de los magos y brujas que allí vivían.

     

    Malditos Triviani, sí, dijo la criatura una vez; Mataré a Alyssa con mis propias manos, sí, alcancé a escuchar en otra ocasión.

     

    Sin decirle nada el uno al otro y ajeno a sus comentarios, los dos caminábamos sin cesar. La ruta parecía interminable, y los mismos retrasos colgados de la pared parecían repetirse una y otra vez, a la vez que los laberínticos recorridos trazados que recorríamos dentro de aquel magnífico Castillo. Grandes salones, donde varios familiares se reunían en cómodos sillones alrededor de un fuego, se abrían continuamente, a la vez que numerosas puertas cerradas que daban acceso a cada una de las habitaciones de los Triviani.

     

    Ya casi hemos llegado, señor – Chuck parecía tan ansioso de librarse de mí como yo de él.

     

    No mucho más tarde, llegamos a una puerta, decorada con hermosos detalles en su madera, que se situaba al fondo de un largo pasillo flanqueado por cuadros, armaduras y plantas decorativas que otorgaban a aquella zona del Castillo un aspecto realmente siniestro. El elfo abrió mágicamente con un chasquido de sus dedos la entrada, y los dos accedimos al interior.

     

    Allí se encontraba la conocida y respetada Aland Black Triviani, sentada en un sillón, acariciando a un llamativo conejo rosa que reposaba en su regazo. Los rumores eran ciertos, y la pelirroja parecía tan sorprendido de verme como yo de verla tras tanto tiempo alejados el uno del otro.

     

    He escuchado que has vuelto... – quise terminar la frase de alguna manera, como si quisiese llamarla de alguna forma, pero en realidad no sabía cómo dirigirme a ella. Pocas veces me había cruzado con la Triviani durante todo aquel tiempo, y la nuestra era una relación fría, poco común entre una madre y su hijo.

     

    Con una fulminante mirada y sin mediar palabra, Chuck comprendió que sobraba en aquella conversación y marchó de allí en completo silencio, dejándonos a solas.

     

    No quiero saber por qué has regresado – indiqué –. Tan sólo me interesa saber por qué te fuiste.

  2. En vista de que soy un hombre que cumple siempre con su palabra, me paso a confirmar que la mujer de arriba (Gatiux) será a partir de ahora mi madre en esta familia (?) Así que así quedaría por fin el asunto zanjado xD

     

    El resumen de la situación sería la siguiente: Gatiux sería a partir de ahora la madre de Alexander, y este a su vez el padre de Billie Poisson.

     

    Saludos a todos :3

     

    PD: *adula a su madre* (?)

  3. ¡Hola a toda la familia! *reparte abrazos* (?

     

    Vengo a confirmar lo que dice la muchacha que posteó justo antes que yo xD A ver si la podéis agregar al árbol como mi hija sin que haya demasiados problemas, que supongo que no hay ninguno :unsure: Pero si los hay, tan sólo decirlo.

     

    Venía también a decir otra cosa, y es que hace tiempo que me siento abandonado (?) La madre que tengo que figura en el árbol (Lilith Nix) hace meses que desapareció del foro, y me gustaría saber si hay alguna alma caritativa que quisiese adoptarme u_u Así dejaría de sentirme huérfano xDD

     

    ¡Saludos a todos!

  4. Era costumbre que ciertos magos o brujas de Ottery desapareciesen de la noche a la mañana sin dejar rastro alguno, desvaneciéndose como volutas de humo en el aire. Se solía decir que cuando pasaba algo así, era porque se habían tomado la libertad de cogerse unas pequeñas vacaciones, despreocupándose de todo lo demás. Muchos habían desaparecido así durante largos días que a veces incluso se convertían con el paso del tiempo en años, pero a la hora de la verdad todos regresaban a donde pertenecían.

     

    Yo mismo había hecho aquello, pero no por voluntad propia. Quizás por miedo o por simple arrepentimiento, había huido temeroso de todo mi pasado en aquel lugar, intentando olvidarlo de forma desesperada. A ojos de cualquiera había sido un acto cobarde, pero ahora ya no había vuelta atrás. Al fin y al cabo, ¿para qué odiar el ayer, si jamás volvería? Por más que lo intentásemos, sabemos que el perderse inútilmente en algo que sólo nos entorpece es algo que nos hace humanos, aunque intentemos evitarlo.

     

    Corriendo de boca en boca, así a mis oídos habían llegado ciertos rumores, pero desconocía si eran ciertos o no. Aland Black Triviani, la madre adoptiva a la que apenas conocía, había vuelto. Ni siquiera recordaba el instante en el que se había ido, aunque quizás todo había sucedido cuando yo también me encontraba lejos de allí, en alguna parte alejado del mundo. No iba a perderme su regreso, aunque quizás ni siquiera recordaba a uno de sus hijos perdidos, al cual había aceptado como uno más.

     

    Precedido por una vasta extensión de hermosos jardines en donde destacaba un enorme estanque frente a la entrada principal, el Castillo Triviani se alzaba, imponente en su soledad, sobre el resto de construcciones arquitectónicas de Ottery. Había muchas cosas que me ataban a él, pero ahora mismo sólo me interesaba una de ellas y la que me conducía hasta allí.

     

    Caminé hasta el portón del Castillo, el cual desplegó toda su magia al abrirse solo ante mí sin que interviniese, provocando un gran chirrido que se escuchó en todos los rincones del interior. Apenas dados un par de pasos adentro, escuché un estallido al mismo tiempo que se formaba una pequeña neblina ante mí. Un despreciable elfo doméstico apareció tras la misma una vez se desvaneció.

     

    Llévame junto a Aland, Chuck – le exigí, dibujando una mueca en mi rostro. Todos los elfos de aquel lugar respondían al mismo nombre, al igual que ninguno de ellos tenía mi respeto –. Ya.

  5. Una vez señalados los errores de la ficha, Agnes tomó de nuevo el documento entre sus manos, y rápidamente echó mano de tinta y pluma para cubrir aquel campo cuya información era necesaria para poder aprobar el registro de cualquier licántropo.

     

    Pacientemente, esperé unos segundos a que terminase de escribir la última letra, y una vez entregado el pergamino lo volví a leer de nuevo desde el principio para poder asegurarme de que esta vez sí podía aceptarse lo allí escrito.

     

    Bien, creo que esta vez sí está todo en orden.

     

    Aprobado el registro de licántropo a Phera Agnes.

  6. Y después de haber llevado a cabo todos los trámites necesarios para poder realizar el examen de aparición, lo único que me quedaba por delante era enfrentarme a él. No estaba nervioso, aunque ni siquiera sabía qué era lo que me esperaba en aquella prueba. Pese a todo, de algo no dudaba en absoluto, y es que no acudía a aquel examen para caer en el intento y terminar con algún hueso roto en San Mungo. Allá donde fuese, allí me guiaba un orgullo que me impedía perder. Odiaba el sabor que dejaba la derrota en mis labios.

     

    Caminaba con las manos en los bolsillos y la mente despreocupada en dirección al Ministerio de Magia, y una vez allí tendría que acudir al Centro Examinador de Aparición. Una chupa de cuero cubría a una sudadera roja que me cobijaba del gélido ambiente que se respiraba en el aire, mientras que también llevaba puestos unos guantes y un gorro tejidos en negro que me abrigaban ante el acuciante frío. Finalmente, unos vaqueros rasgados envolvían mis piernas. Cualquier mago que se cruzase conmigo, creería haberse encontrado con un mendigo.

     

    Quién diría que por mis venas corre la sangre de un Malfoy – susurré para mí mismo, mientras en mi rostro se dibujaba una irónica sonrisa.

     

    Pero poco importaba en aquel momento. Si fracasaba en aquella oportunidad que se me estaba brindando, poco iba a quedar de aquellas prendas. Conmigo llevaba también mi varita, la cual era una fiel acompañante que siempre estaba ahí cuando la necesitaba. Quizás era lo único en lo que podía confiar, y aunque fuese triste reconocerlo, desde que había dejado toda mi vida pasada atrás y mis dedos habían rozado por primera vez su madera, había sido siempre así.

     

    Una vez en el Centro Examinador de Aparición, caminé por uno de los largos pasillos, ignorando dos de las tres puertas del mismo hasta llegar a la última de todas. Era la conocida sala cambiante, y era tras su entrada donde se llevaba a cabo el examen al que me sometería. Una vez dentro, nadie podía asegurar lo que iba a suceder, pues al otro lado de la puerta podía encontrarse tanto el calor asfixiante de un desamparado desierto, la interminable soledad de un océano que no parecía tener fin, o incluso un inesperado duelo cara a cara con un perro de tres cabezas sediento de sangre.

     

    Ese era el encanto de aquella sala, pues en ella se escondía todo lo que la imaginación de una mente humana llegaba a alcanzar. En ella se encontraban todas las cosas, y a la vez ninguna. ¿Bajo qué circunstancias tendría que intentar llevar a cabo mi aparición? No lo sabía aún, pero no quedaba mucho para descubrirlo.

     

    Mis manos giraban lentamente el pomo de la puerta, y apenas un par de segundos después ya me encontraba dentro.

     

    Todo estaba oscuro en aquella sala. La puerta se cerró a mis espaldas sin que nadie la tocase dando un golpe seco, y como respuesta sólo obtuve un incómodo silencio que sólo se veía interrumpido por el eco de cada uno de mis pasos. No había nada allí que me dijese qué hacer en aquel momento, y por un momento la idea de aparecerme fuera de aquellas tinieblas fue lo único que acudió a mi mente.

     

    ¿Hola? – dije, y la palabra se perdió en la oscuridad como aquel que la había pronunciado. De nuevo, una inquietante tranquilidad. Repetí: –. ¿Hola?

     

    Nada. Giré a mi alrededor, buscando algo, intentando encontrar alguna luz o alguna pista, pero se vería más en una noche de diciembre velada por la lluvia insistente de una tormenta.

     

    Ja.

     

    Entonces cerré los ojos, pestañeando, y cuando los volví a abrir todo había cambiado.

     

    Me encontraba en un avión, pero no era un avión cualquiera. Sus pasajeros estaban ya muertos antes de que se hubiese estrellado siquiera. Sus cuerpos en descomposición otorgaban a aquel lugar el aroma de la muerte, y ninguno podría ayudarme. No podía fiarme ni del tren de aterrizaje de la nave, ni del presunto piloto que tomaba los manos de aquel vuelo, pues lo más seguro es que hubiese perdido la vida tal y como había desaparecido de los cadáveres de la tripulación.

     

    Pero no tenía miedo. La muerte me había acompañado siempre a lo largo de mi vida, ya fuera por tristes pérdidas a las que no había podido escapar, como otras que yo mismo había provocado. A mi izquierda se encontraba una mujer, pálida y con su mirada esmeralda perdida en algún lugar lejano, acompañada de un niño que, fuese donde fuese, la acompañaba, pero ninguno de los dos estaba allí. Me giré, y ahora encontraba a un anciano con los párpados cerrados y de pelo canoso, cuya nariz expulsaba un hilillo de sangre.

     

    Desconocía qué podía haber pasado, pero no sentía compasión por ninguno de aquellos pasajeros. La suerte los había abandonado para no volver. Aquel lugar era la muerte.

     

    Entonces, cuando todo parecía estar tranquilo, algo cambió. El avión comenzó a caer en caída libre. Varios objetos salieron despedidos por el aire a la vez que me golpeaba con la nuca contra la puerta trasera que separaba dos compartimentos repletos de pasajeros muertos.

     

    Ahora comprendía por qué había magos y brujas que afrontaban aquella prueba llenos de un optimismo que luego perderían a la hora de la verdad, en el momento en el que se dejaban llevar por su miedo y por los nervios que controlaban su cuerpo como los hilos invisibles que tomaban el control de una marioneta. Pero aquello no me iba a ocurrir a mí. Tan sólo volvería a pisar el suelo de San Mungo cuando me arrastrasen a él, no cuando pudiese evitarlo.

     

    Debía aparecerme en el suelo. Era el momento. Debía concentrarme todo lo que pudiese, siendo consciente de que si fracasaba lo más seguro es que perdiese la vida, o al menos se quebrarían varios huesos de mi cuerpo. Mi destino era sobrevivir a aquello, y no tenía en mente otra cosa que no fuese eso. ¿Sobre qué caería aquel avión? No lo sabía, pero tampoco era relevante. Fuese donde fuese, allí era donde me debía aparecer.

     

    Vamos...

     

    Cerré los ojos, reuniendo toda la concentración que podía. Esperaba que fuera lo suficiente, pues mi vida ahora pendía de un hilo. Debía reunir todo mi valor, mi coraje, y con toda aquella determinación sería de lo que dependía de si lo conseguía o no. Apreté los puños con fuerza, clavándome las uñas en la propia palma de mis manos, y suspiré profundamente, ajeno a lo que estaba pasando y concentrado tan sólo en mi objetivo.

     

    Entonces, sentí como una magia especial, que nunca antes había sentido, recorría mi cuerpo. Ahora, en vez de sentirme atrapado en aquella trampa condenada a morir en una caída libre de la que nadie podría salvarla, en mi interior sentía aquella sensación extraña que jamás antes había logrado siquiera imaginar. La apremiante sensación había dejado paso a la calma.

     

    Abrí los ojos, y de nuevo el escenario había cambiado. Me volvía a encontrar en la sala cambiante, pero ahora ya no se encontraba sumida en la oscuridad. Un círculo rojo delimitado en el suelo me rodeaba, y deduje entonces que se trataba del lugar en el que debía haberme aparecido.

     

    Bien – dije, sonriendo con suficiencia.

     

    Me dirigí entonces a la puerta de salida, aliviado. Ahora tan sólo quedaba esperar para saber si había aprobado o no, y en ese caso obtener por fin la tan ansiada licencia de aparición.

     

    Lo había conseguido.

  7. ¡Weeeeeee! *aparece de la nada*

     

    Bueno, sé que nadie me conoce apenas (? Pero igualmente me voy a pasar por aquí xD El asunto es el siguiente e_e

     

    No soy mortio, ni estoy en la mini, ni nada, pero de una cosa sí que puedo sentirme orgulloso. Soy aspirante *O* (? xDD Así que sólo me pasaba por aquí para ver si me podrían aceptar en la familia e_e Prometo rolear mucho por la mansión y hacer muchas cosas por el bien común :hero: Por algo me estoy activando ya en duelos y demás movidas xD

     

    Saludos *se va volando a su planeta*

  8. Phera cubrió los campos del formulario mientras aguardaba a que terminase. No tardaría demasiado en hacerlo, pero igual estaba impaciente por que terminase y me lo entregase. Era mi primera intervención dentro del Departamento y esperaba que no tuviese demasiados problemas con aquella bruja. Al fin y al cabo, y aunque odiase el verme encerrado en aquella oficina y prefiriese verme involucrado en un proyecto y un trabajo con más agitación, tenía que encargarme de que todos los que acudían allí viesen sus necesidades satisfechas.

     

    Para algo me compensaban las horas de trabajo con un sueldo en galeones, y eso era por lo que estaba allí.

     

    Al cabo de unos segundos, la visitante me entregó aquel documento con los datos cubiertos, escritos en una bella y cuidada caligrafía. Lo ojeé por encima, pero había un problema. Uno de los campos solicitados no estaba bien cubierto. Allí, necesitábamos saber cuál era la situación que provocaba el enojo de un licántropo, y allí no se indicaba qué era.

     

    Perdona – le dije, señalando aquella línea del pergamino –. Pero debes cubrir esto. Es algo que requerimos para poder aprobar el registro. Necesitamos saber qué causa la transformación. Sino, me temo que no podré ayudarte.

  9. Enseguida, un empleado del Departamento se acercó hasta mí y me trajo con total amabilidad el formulario que ahora sostenía en mis manos. En él no solicitaban demasiada información, tan sólo la justa y la necesaria, por lo que no tardaría demasiado tiempo en cubrir los campos. Estaba deseando comenzar con mi examen cuanto antes, por lo que esperaba que por culpa de la tramitación y el papeleo no se demorase demasiado tiempo el comienzo de las clases y del examen.

     

    Apoyé el documento en una mesa, y gracias a un tintero y una pluma comencé a aportar la información necesaria en aquel formulario.

     

    Formulario del examen de Aparición:

     

    Ficha de Identificación Personal:

     

    ~ Nombre del examinado: Alexander Malfoy.

    ~ Enlace a su ficha personal http://www.harrylatino.org/index.php?showtopic=78324

    ~ Persona a la que se avisará en caso de terminar en el Hospital San Mungo Anna T. Ryddleturn.

     

    Consentimiento informado:

     

    La aparición/desaparición es un conjuro avanzado que permite al que lo dice desaparecer de un sitio y reaparecer en otro instantáneamente. Para lograrlo se debe pasar por un entrenamiento exhaustivo y poseer un gran dominio de las 3 D's: Destino, Determinación y Deliberación.

     

    Como todo hechizo realizado por un mago novato tiene su riesgo, puesto que si el mago no se concentra bien en las 3 D's podrían ocurrirle terribles consecuencias que lo mandaría directo a San Mungo. Por este motivo el Departamento de Transportes Mágicos no se responsabiliza por las posibles lesiones con las que pueda quedar su amigo, ya que sólo depende de los examinados el dominio y la correcta realización del conjuro.

     

    Cabe destacar que el aprobar el examen de aparición es vital dentro de la vida de todo mago, es por este motivo que es tan importante que los alumnos se preparen bien para que rindan un buen examen.

     

    Yo, Anna T. Ryddleturn, amiga del examinado, he leído y comprendido el presente informativo, asumo los riesgos que mi amigo corre al realizar el examen de aparición y libro de toda responsabilidad al Departamento de Transportes Mágicos.

     

    Nombre del responsable: Anna T. Ryddleturn.

    Firma del responsable: Anna T. Ryddleturn.

     

    Yo, Alexander Malfoy, autorizo al Centro Examinador de Aparición tramite el descuento de 100 Galeones de mi bóveda personal por concepto del examen de aparición. Estoy consiente que el descuento de los Galeones no significa la aprobación de dicho examen.

     

    Me habían preguntado quién se haría cargo de mí en San Mungo (cosa que deseaba y que esperaba que no tuviese que suceder), pero la verdad es que no conocía a demasiada gente que se pudiese hacer cargo de mí, ni que se preocupase por mí en caso de terminar con algún brazo fracturado, o víctima de algún mal, en aquel hospital lleno de enfermos y magos que parecían más interesados en llenar sus bolsillos de galeones que en ayudar a los que lo necesitaban, por lo que el nombre que puse fue el de una vieja conocida que sabía que allí trabajaba.

     

    Tomé el papel entre mis manos y lo entregué a la misma persona que me lo había entregado en blanco, y sin más demora me marché de allí con una sonrisa en los labios. Ahora sólo quedaba esperar a que una lechuza volase hasta mi ventana, sosteniendo en su pico el aviso de que el examen había comenzado.

  10. ¿Qué era un mago sin una triste licencia de aparición? ¿Y sin la posibilidad de volar en escoba? Todos teníamos el derecho a poder desplazarnos de un lugar a otro con total libertad, pero antes teníamos que acudir al Departamento de Transportes Mágicos, y una vez allí solicitar un par de formularios con los que comenzaría nuestra preparación. Más tarde cada mago o bruja que quisiese ganarse aquel derecho, tendría que someterse a una prueba, un examen, del que debería salir airoso para poder volar sobre una escoba o aparecerse sin miedo a cumplir ninguna ilegalidad.

     

    Y aunque estuviera allí para conseguirlo, aunque había vencido a la pereza y por fin me había decidido a acudir al Ministerio para rellenar ese par de papeles y poder ganarme aquellas dos licencias, no sería la primera que me había aparecido en algún lugar, ni la primera vez que fuese a montar en escoba. Incluso había jugado al quidditch dentro de una selección, aunque sin haber alcanzado la gloria en aquel mundial que ahora se me antojaba tan lejano, pero del que a la vez guardaba tan gratos recuerdos. Recordaba también aquella ocasión en la que acudía tarde a mis labores en la Academia, donde aún era estudiante, y que para no demorarme más había decidido asistir surcando el cielo.

     

    Pero habían pasado meses, quizás años, desde la última vez que había despegado del suelo para volar sobre una Nimbus, una Saeta de Fuego o cualquier otro tipo de escoba que hubiese utilizado. Quizás había perdido práctica con el paso del tiempo, con lo que tan solo esperaba que un dicho popular entre los muggles (Montar en bicicleta es algo que nunca se olvida) también tuviese cabida dentro de aquella situación.

     

    Aunque eso sería algo que ya comprobaríamos una vez estuviese preparado para examinarme. Ahora lo único que podía hacer era solicitar el formulario, cubrirlo y esperar a que pudiese someterme a la prueba de la que esperaba salir bien parado, pero quería ir por partes. Primero quería sacar adelante la licencia de aparición, la cual era una forma más eficaz de moverse de un lado a otro. Ya en otro momento conseguiría la potestad de volar en escoba.

     

    Una vez en el Departamento de Transportes Mágicos, me acerqué a una bruja que se encontraba allí, y sin más le dije:

     

    Un formulario para la licencia de aparición.

  11. El día estaba a punto de morir, siendo las últimas luces del crepúsculo la antesala preparada a la oscuridad de la noche. El traslador nos había conducido hasta una isla situada en la mitad de la nada, rodeada por un mar interminable cuya bravura cercaba cada esquina de la reserva. Las olas batían con furia en cada rincón de sus costas, plagada de acantilados, y aquel inconfundible aroma salado, traído desde lugares lejanos por cada uno de los movimientos de la marea, impregnaba las fosas nasales de cada uno de los que allí nos encontrábamos. Perdidos en la selva, admirando la flora de aquel paraíso perdido y escuchando los incesantes cantos y bramidos de cada uno de los animales que por allí merodeaban, los tres nos dirigimos a donde fuese que nos esperaba nuestro jefe.

     

    Caminamos bordeando el litoral de la zona sur de la isla hasta que llegamos a un extraño lugar, completamente diferente al resto de la reserva, donde una familia de robles y nogales describían un círculo que cercaba una basta extensión de césped. Allí sería el punto de encuentro con el dirigente de la Oficina, el cual se acercaba caminando con pasos lentos hacia nosotros desde un lado de aquel prado. No estaba seguro de que fuese él a quien estábamos buscando, pero al menos así lo imaginaba al ser el único brujo que allí se encontraba, siendo nosotros los que habíamos llegado para romper su solitaria presencia.

     

    Bajo el amparo de unos vaqueros negros y una camiseta blanca, el mago cuyo nombre todavía desconocía se acercó más y más hasta nosotros hasta que se encontró a nuestro lado, sosteniendo en su mano un puro, del cual tomaba caladas, una detrás de otra, seguidas siempre de la exhalación del humo que inundaba sus pulmones. Nos saludó con un gesto, desechó el puro tras dar su última calada, apagó sus cenizas con la suela del zapato y comenzó a hablar.

     

    León Corvinus Crowley. Ese era el nombre de aquel del cual tendríamos que acatar órdenes a partir de ahora. Aparte de la presentación, se disculpó por la demora, pues aparte de ser el cabeza de la Oficina, tenía asuntos que atender en la Academia de Magia y Hechicería, de la cual había sido estudiante años atrás, pero que apenas alcanzaba a recordar con claridad. Bebiendo de un líquido escondido en una botella, nos pidió con educación que lo siguiésemos, comenzado así por fin nuestra instrucción.

     

    Ya era de noche. En silencio, caminamos hasta llegar a una verja negra. León se detuvo delante de ella, y con un elegante movimiento de varita, acompañado de un susurro en un idioma que no alcancé a identificar, la cerca se abrió y pudimos ingresar al interior de lo que verdaderamente sí podía llamarse la Reserva. Una vez todos estuvimos dentro, la reja volvió a sellarse con un empujón mágico por parte del brujo, produciendo un leve chasquido que fue seguido por el estridente canto de los augureys que se mantenían cobijados en algún lugar, escondidos de miradas imprudentes.

     

    Nos dirigimos entonces a uno de los edificios de piedra negra que se encontraba al otro lado, y una vez dentro nos sentamos todos alrededor de una mesa, tenuemente iluminada por una lámpara de aceite de aspecto antiguo. El graznido de un cuervo nos tomó por sorpresa, y rápidamente el oscuro pájaro hizo acto de presencia, revoloteando en la habitación hasta posarse en el hombro de León. El mago le dijo algo a su peculiar mascota, la cual volvió a emprender el vuelo para desaparecer en el camuflaje de la noche, y después nos dijo amablemente:

     

    ¿Cerveza?

     

    Mi compañera la aceptó de buen agrado, y como si con tan sólo aquel simple ofrecimiento hubiera nacido en mí un antojo por una espumosa, me veía incapaz de negarme a tomarla, y menos si me invitaban a una.

     

    Claro que sí.

  12. Aún no había hecho demasiado dentro de aquel nuevo trabajo. Veía que había un traqueteo constante dentro de aquel Departamento, pero ni mi compañera ni yo habíamos llevado aún mucho a cabo desde que nos enteramos de que éramos las nuevas incorporaciones dentro de la Oficina, pero no dudaba de que aquel aburrimiento se rompería de un momento a otro. Quizás necesitase algo más de movimiento, porque no les sería muy útil a mis jefes en aquella posición, jugueteando con unos papeles de registros, aún en blanco, que reposaban sobre una mesa.

     

    Entonces, una mujer se acercó a mí, sujetando entre sus brazos varios documentos. Ya la había visto antes, tramitando papeles y moviéndose de un lado a otro, sin distraerse de sus obligaciones ni un solo instante. Me miró, como esperando algo de mí, y en silencio esperé a que me dijese lo que tenía que decirme.

     

    Una bruja ha solicitado el registro de un licántropo – explicó –. Necesita que le eches una mano.

     

    Sin decir nada, me incorporé, tomé uno de los formularios que reposaban sobre aquella mesa, y me dirigí rápidamente a donde se encontraba la solicitante, siguiendo el camino que me indicaba la secretaria con un gesto con la mano.

     

    Allí esperaba una pequeña bruja de pelo castaño y mirada color miel, que pacientemente esperaba por alguien que la ayudase a llevar a cabo aquellos trámites. Me acerqué a ella con todo lo que buscaba en mi mano, y le dije:

     

    Me han dicho que buscabas la forma de registrar a una licántropo, ¿no es así? – le mostré el formulario, el cuál lo dejé reposar sobre una mesa que nos separaba, y acto seguido le acerqué una pluma con tinta para que pudiese cubrir cada uno de los campos del mismo –. Aquí tienes entonces. Cuando termines, tan sólo avísame.

     

    Ficha para el Registro de Licántropos

     

    • Link a la Ficha Personal:

     

    • Nombre:

    • Residencia:

    • Licántropo desde:

    • Mordido por:

    • Situación que causa el enojo:

    • Aspecto Físico Caracterizador:

  13. Ahora que ya estábamos instruidos en el registro de criaturas, lo que nos tocaba era ir hasta la Reserva Mágica Newt Scamander, donde recibiríamos nuevas instrucciones que nos ayudarían dentro de nuestro aprendizaje como nuevos empleados de la Oficina. El jefe nos esperaba allí, con lo que no deberíamos demorarnos mucho.

     

    Estaba tranquilo, pues todo estaba fluyendo con naturalidad y no podía quejarme absolutamente de nada. Tanto mi compañera como yo estábamos impacientes por continuar aprendiendo cómo funcionaban las cosas dentro de aquel lugar, y estaba seguro de que ambos pretendíamos dominarlas lo antes posible para comenzar a trabajar cuanto antes.

     

    Nos dirigíamos hasta un traslador que nos conduciría hasta la Reserva cuando alguien se acercó a Binfeyd con la intención de que la bruja aprobase el formulario que traía en sus manos. Se disculpó unos instantes y atendió a sus obligaciones mientras los dos nuevos empleados esperábamos en el más absoluto de los silencios, sin intercambiar palabra alguna por el momento. Ambos teníamos mucho en que pensar y muy poco que decir.

     

    Aquella situación no se alargó durante mucho más tiempo. Binfeyd se dio toda la prisa que pudo a la hora de zanjar aquel asunto, y sin más demora nos condujo hasta la oficina del jefe de la división para la que ahora trabajábamos. Allí era donde se encontraba el traslador que en apenas unos segundos nos llevaría a donde queríamos ir.

     

    En la oficina no había nadie en aquel momento. Dormida en una extraña tranquilidad, podía apreciarse en cada detalle, en cada esquina de la estancia, el exquisito gusto por la decoración que profesaba su dueño, fuese quien fuese. Eché una inquisitiva mirada a mi alrededor, fijándome en cada elemento que formaba parte de aquella habitación, y aunque había ciertas cosas que ni imaginaba qué podrían ser, lo que más me llamaba la atención era el escritorio situado en mitad de la oficina, pero no tuve mucho más tiempo para admirarlo.

     

    El señor Corvinus nos está esperando en la Reserva Mágica, por lo que les ruego que sigan tan atentos como ahora a las demás explicaciones que él les dará. Aun si tuvieran alguna, los estaré acompañando para hacerlo todo más fácil para ustedes, en verdad es muy grato contar con sus presencias en la división y su trabajo aquí será bien recompensado. Por favor, ahora toman el adorno entre sus manos. O... ¿tienen alguna duda? Es mejor preguntar ahora, antes de partir.

     

    Me acerqué lentamente al traslador, donde ambas brujas me esperaban. Suspiré, agobiado repentinamente por la presión de algún pensamiento que desconocía pero que ahí estaba, y rocé la superficie del objeto con la palma de mi mano. Miré a Binfeyd a los ojos, y al cabo de unos segundos dije:

     

    Ninguna duda.

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  14. Vengo a dejar unos ligeros cambios en mi ficha que ya quise hacer desde hace tiempo, pero que ahora es cuando se vienen xD

     

    Espero que todo esté orden. Gracias de antemano.

     

     

     

     

    http://i.imgur.com/LBMuB.png

    http://i.imgur.com/CroGH.png

    Fotografía de Alexander y Mónica

     

    Datos Personales:

     

    Nombre del Personaje: Alexander Malfoy.

     

    Sexo: Masculino.

     

    Edad: Adulta.

     

    Nacionalidad: Inglesa.

     

    Familia(s):

    • Sanguínea: Malfoy.
    • Adoptiva: Triviani.

     

    Padre(s) Sanguíneo: Lilith Nix.

     

    Padre(s) Adoptivos: Aland Black Triviani.

     

    Trabajo: Empleado. División de Bestias. Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas.

     

     

    Poderes Mágicos:

     

    Rango Social: Unicornios de Bronce.

     

    Bando: Neutral.

     

    Rango dentro del Bando: --

     

    Nivel de Poder Mágico: 3

     

    Puntos de poder en objetos: 60

     

    Hechizos adicionales: --

     

    Puntos de poder en criaturas: 10

     

    Criaturas controlables en asaltos y duelos: --

     

    Habilidades Mágicas: --

     

    Conocimientos Especiales:

    • Artes Oscuras.
    • Aritmancia.

     

     

    Perfil del Personaje:

     

    Raza: Licántropo.

     

    Aspecto Físico:

     

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    Alexander Malfoy

     

    Es un joven alto y delgado, de complexión atlética y de piel de aspecto normal, ni muy morena ni muy pálida, en un equilibrio perfecto. Posee unos hipnotizantes ojos azules de intenso brillo, muy expresivos. Suele afeitarse con frecuencia, aunque siempre mantiene en su mentón una pequeña perilla. Tiene el pelo largo hasta los hombros, de cabellos dorados como el oro, liso. En su rostro suele brotar una media sonrisa ante determinadas situaciones. Tiene diversas cicatrices en varias zonas de su cuerpo, tales como el brazo derecho, el vientre o una surcando su mejilla izquierda. La ropa que más utiliza son unos vaqueros combinados con una camiseta negra.

     

    Cualidades Psicológicas:

     

    Alexander es frío. Es astuto y reflexivo, aunque puede llegar a ser impulsivo cuando se deja llevar pos unos sentimientos profundos que siempre oculta a los ojos de los demás. Con una gran ambición por llegar a ser un gran mago, vive a la sombra de su pasado y dominado por una vieja melancolía con la que ha tenido que aprender a convivir. Una oscuridad intensa crece en su interior desde que fue mordido por un licántropo en su infancia, por lo que siempre lleva encima, a pesar de que lucha por ocultarlo, un gran instinto asesino. Lo da todo por todo aquello que quiere hasta que lo consigue, jamás se da por vencido ante nada.

     

    Historia:

     

    Alexander Malfoy nació en un frío y lluvioso 31 de diciembre entre los Malfoy, pero su madre lo entregó a una familia muggle, creciendo entre ellos y sin conocimiento alguno de que se trataba de un mago descendiente de un noble linaje, pues tan pronto entró en su nueva familia perdió su apellido y adoptó el apellido Gallagher.

     

    Cuando tenía cinco años, un extraño que se hacía llamar Christopher Vega lo fue a visitar a su casa de Londres, y lo sometió a una pequeña prueba, alegando que tanto el pequeño Alexander como él eran dos magos. La prueba consistía en que el pequeño brujo debía escoger un objeto entre cinco que había, y él escogió una pluma de fénix. Ante este hecho, Vega se marchó, enojado, de la casa de los Gallagher.

     

    Tras este suceso, Alexander comenzó a tener extraños sueños, y en todos aparecían un grupo de personas que no conocía, y lo llamaban por otro nombre: Alexander Malfoy. Estos sueños se repetían cada noche y provocaban un gran tormento sobre el joven mago, aunque, en una noche, cuando tenía dieciséis años, un joven de pelo naranja, el cual era brujo también, le desveló el significado de las repetidas pesadillas con un acertijo: Encuentra a esas personas, y encontrarás a tu verdadera familia.

     

    Gracias a la ayuda de aquel misterioso chico, Alexander se pasó semanas buscando a quienes se aparecían en sus sueños nocturnos. Poco después fue mordido por una vieja amiga de su infancia, la cual siempre le ocultó su verdadera naturaleza licantrópica. Sin embargo, Vega lo ayudó y lo salvó, aunque al salvarlo tuvo que hacer un sacrificio, un sacrificio que provocó que en su interior brotase una misteriosa oscuridad que lo acompañó desde ese momento.

     

    Años más tarde, una bruja pelirroja de gran renombre se puso en contacto con él y lo contrató como asesino, valiéndose de una espada, puesto que aún no era capaz de controlar su magia. Si Alexander la ayudaba, ella lo ayudaría a encontrar a su familia, y cumplió su trato, llevándolo finalmente a la Mansión Malfoy, donde conoció a sus verdaderos parientes, para luego comenzar a estudiar en la Academia de Magia y Hechicería y convertirse en un mortífago.

     

    Una vez en Ottery, Alexander tuvo una relación amorosa con Mey Potter Black y con Silverlyn, durando la primera poco y la segunda mucho más. Silverlyn fue un gran capítulo en la vida de Alexander, un amor loco e imposible que lo marcó, pero como todo, terminó, y Alexander no volvió a ser el mismo desde entonces. Después de ese suceso, se alejó de Londres y de la sociedad mágica en busca de la tranquilidad que necesitaba. Durante sus múltiples y largos viajes, se dedicó a hacer un estudio sobre la vida y naturaleza de los dragones así como de otras criaturas mágicas.

     

    Ahora vuelve de nuevo con la intención de hacerse un hueco en la sociedad mágica. Tiene negocios en el callejón Diagon y busca un lugar en el ministerio de magia. Tras su regreso, ha revivido una historia pasada con Mónica Haughton, con la que mantuvo una cercana amistad durante toda su vida; ahora busca justo a ella la serenidad que durante toda su vida ha buscado, compartiendo un futuro con la bruja.

     

     

    Historia más detallada:

     

     

    Capítulo 1: Aspiraciones

     

    Aquel era un 31 de octubre frío y lluvioso, semejante al 31 de diciembre en el que Alexander Gallagher había nacido, apenas un lustro atrás. Sólo se encontraba su madre con él allí, en su casa, puesto que su padre, de nombre Arthur, se encontraba sumergido en un viaje que lo llevaba a visitar los confines más ocultos y bellos del mundo, todo por trabajo, siendo el factor negativo que sólo podía visitar a su familia en Navidad, y en alguna semana de verano. Era un día que invitaba a quedarse a casa, a refugiarse dentro de las paredes del hogar, a sentarse junto a la chimenea y ampararse bajo el calor que sus llamas transmitían. y a leer una buena novela, sujetándola en una mano mientras con la otra se sujetaba un tazón de chocolate caliente, o en su defecto, una taza de excitante y estimulante café.

     

    Pero Alexander no hacía nada eso, pues se encontraba jugando tranquilamente con sus juguetes infantiles cuando alguien llamó a la puerta. Él siguió a lo suyo, como si nada hubiese sucedido, y fue su madre quien acudió a la llamada lo más rápido posible, pues el extraño que se situaba en el umbral de la puerta de la casa volvió a presionar, impacientemente, con sus dedos el timbre, escuchándose así de nuevo el rítmico sonido del din, don.

     

    Al pequeño muchacho rubio de ojos azules no le importaba quién era aquel invitado, la única preocupación de su vida en aquellos momentos, con únicamente cinco años de edad, era jugar y jugar hasta que llegaba la hora de volver a la cama y dormir hasta el amanecer del día siguiente, aunque lo que el niño no sabía era que el motivo de la llegada de aquel extraño a su casa era él mismo.

     

    Escucha, Alexander – le dijo su madre, situándose delante de él, y provocando que su centro de atención pasara de ser el cochecito a ser Penélope, que así era como se llamaba su progenitora –. Este señor es Christopher Vega y ha venido a hacerte unas preguntas... Espero que te portes bien y no montes ningún espectác***, ¿entendido?

     

    Ante las palabras de la mujer su hijo asintió enérgicamente con la cabeza, moviéndola velozmente de arriba abajo, mientras mantenía sus ojos cerrados. Él no era un chico molesto ni al que había que castigar con frecuencia, pues siempre se portaba bien, aunque la presencia de un desconocido, como aquel tal Christopher Vega, lo ponían nervioso, pues era extremadamente tímido y de pocas palabras con personas a las cuales no conocía.

     

    Penélope le lanzó una última mirada llena de significado a su hijo, pidiéndole calma y serenidad, antes de dirigirse de nuevo a la cocina y seguir preparando la cena, cuyo deliciosa aroma ya se respiraba en el ambiente.

     

    Estoy seguro de que se portará muy bien, señora Gallagher – dijo Christopher, con una sonrisa en sus labios, provocando que la madre del infante se detuviese en seco antes de salir completamente de aquella habitación, la cual era la sala de aquel hogar de dos pisos, mientras observaba a Alexander con una mirada examinadora que hacía que el chico de cabellos dorados se inquietase aún más ante aquella situación –. Usted no se preocupe, tanto él como yo estaremos bien. ¿No es así, Alex?

     

    Volvió a asentir, aunque él no estaba tan seguro. Con su celeste mirada le suplicaba a su madre que se quedase con él, pero ella no tenía tiempo y tuvo que irse, dejando a aquel extraño a solas con el niño.

     

    Él se encontraba de rodillas en el suelo, con un buen montón de juguetes a su alrededor de todo tipo, y delante de él se encontraba una mesa de cristal bastante amplia, sobre la cual reposaban libros y revista, y bajo ella una alfombra roja de exquisito diseño, un detalle muy acogedor, tal y como el resto de la decoración del hogar, y un poco más allá, a un par de metros de él, se hallaba un sofá tapizado en cuero, en el cual cabían tres personas y sobre el cual ya se había sentado el señor Christopher Vega.

     

    Christopher era un hombre que se mantenía aún joven, aparentado aproximadamente unos treinta años o veinte bien entrados, de cuerpo atlético, con una mirada plateada e hipnotizante. Su cabello negro intentaba ocultar, en vano, una cicatriz que se situaba en su ceja derecha. Hasta aquí podríamos considerar que se trataba de una persona normal, que no presentaba nada extraño, pero esto no se correspondía con la realidad, pues su excéntrica indumentaria, una capa negra de bordes rojos y que parecía tener inscripciones en sus bordes, no era algo normal y corriente que se viese todos los días, y eso era lo que más le llamaba la atención a Alexander.

     

    Llevaba consigo lo que parecía ser un maletín de color pardo oscuro, el cual situó con cuidado encima de la brilllante mesa de cristal. Miró fijamente de nuevo al pequeño e indefenso niño que tenía delante de sus ojos, inquisitivos, y finalmente dijo:

     

    A ver... ¿Por dónde podría comenzar? – durante unos pocos segundos calló, para más tarde retomar su discurso con nuevas palabras. Alexander se levantó del suelo, acercándose más a él, apoyando sus hombros sobre la pulida superficie transparente –. Alexander... Tengo razones para pensar... Que tú eres un niño especial – su joven acompañante lo miró, confuso y extrañado –. Verás... ¿Alguna vez has logrado apagar un fuego sin ni siquiera acercarte a él?

     

    Al terminar de formular aquella pregunta, lanzó una mirada a las llamas del fuego que se situaban a su derecha en la chimenea. Apartando la mirada de Alexander, esperó su respuesta sin ni siquiera mirarle, hasta que al final el crío finalmente logró pronunciar un tímido y casi inaudible sí.

     

    ¿Se lo contaste alguna vez a tus padres?

     

    Christopher realizaba preguntas sin parar para escuchar alguna respuesta firme por parte del interpelado, intentando sacárselas a la fuerza. Por otra parte y tal y como era de esperar, acorde a su naturaleza, el mocito se encontraba nervioso e incómodo. Tal era su grado de vergüenza en aquellos instantes que articular palabras le era una tarea sumamente ardua y difícil.

     

    Negó con la cabeza.

     

    ¿Por qué no?

     

    Porque... Sabía que-que no me creerían – aunque tartamudease, no era tartamudo.

     

    ¿Y sabes por qué? Porque ese don no es algo común. Sólo unas pocas personas lo tienen, y cuando se tienen esas habilidades, se deben aprovechar y perfeccionarlas hasta que alcancen un nivel de suma perfección – continuó –. Y por eso estoy aquí, aquí y ahora, contigo, haciéndote estas preguntas, e interesándome por ti.

     

    ¿Usted me cree?

    Rió ante aquellas inocentes palabras.

     

    Claro que sí, yo también soy como tú, también puedo apagar un fuego sin ni siquiera acercarme a sus llamas, aunque también puedo hablar con las aves, transformar ratones en copas o hacer levitar objetos de todas las formas y tamaños – Alexander lo escuchaba, con fascinación, imaginándose cada una de las cosas si él fuese capaz de hacerlas –. ¿Tú me crees si te digo que dirijo un... colegio especial, donde niños como tú aprenden todos los días a hacer magia nueva que jamás hicieron con anterioridad en sus vidas?

     

    ¿Magia?

     

    Sí, magia.

     

    Ambos callaron y el silencio reinó en la sala. Lo único que se oía era el incesante crepitar de las llamas del fuego. A medida que pasaba el tiempo y la conversación se volvía más interesante, el hijo de Penélope Gallagher se encontraba más a gusto con aquel hombre.

     

    Sí, le creería.

     

    Christopher sonrió, conforme.

     

    ¿Y también me creerías si te dijese que mi verdadero nombre no es Christopher Vega? – Alex enarcó una ceja, y antes de que pudiera realizar la pregunta obvia, el hombre sin nombre lo interrumpió –. No te diré mi verdadero nombre hasta comprobar una cosa, ¿de acuerdo?

     

    Volvió a asentir con la cabeza, impaciente. El extraño y misterioso hombre abrió entonces el maletín, y retiró de él un total de cinco objetos, los cuales se trataban de un pequeño frasco que contenía un líquido verde, un mechón de pelo rubio, un objeto de madera alargado quebrado por la mitad, una pluma de color carmesí y una hoja verde de algún tipo de árbol. Los situó todos delante de los ojos de Alexander, situándolos sobre la mesa, y entonces dijo:

     

    A ver, Alex... Dime... ¿Cuál de éstos objetos es tuyo?

     

    El niño miró con curiosidad cada uno de artefactos y materiales.

     

    ¿Que cuál es para mi?

     

    No, no – lo corrigió –. Me refiero a cuál es tuyo... Ya.

     

    No entendía el significado de las palabras del presunto mago, pero no insistió más para intentar comprenderlo. Volvió a examinar a cada uno de los objetos, preguntándose para qué era aquel extraño test. Sentía una especial atracción, la cual no podía explicar, por dos: la pluma roja y el mechón de cabellos dorados.

     

    Ambos intercambiaron miradas. El adulto, confundido, intrigado y a la vez un poco asustado, contempló la escena, aguardando impacientemente su final y la decisión definitiva de Alexander. Los segundos pasaron, unos detrás de otro, y el niño de cinco años palpaba los mismos dos objetos con la yema de sus dedos, tocándolos y experimentando con ellos. Parecía como si los otros tres no existieran.

     

    Finalmente, el chico rubio escogió la pluma roja, desechando a los cabellos rubios y dejándolos a un lado junto al resto. Miró con curiosidad el anaranjado brillo de la pluma, para luego mirar a los ojos plateados del desconocido hechicero, esperando su veredicto ante su decisión.

     

    ¿Estás... estás seguro de que la pluma de fénix es tuya, Alex? – en sus palabras residía un prominente tono de decepción. Quizás había ido hasta allí, hasta aquel humilde barrio a las afueras de Londres, esperando otra cosa por parte del pequeño Gallagher, el cual asintió tras la pregunta –. ¿Estás seguro?

     

    Su diminuto acompañante susurró un . El hombre que se hacía llamar Christopher Vega miró de nuevo al fuego, decepcionado y furioso, y volvió a meter todos aquellos objetos extraños en el maletín, arrebatándole a Alexander lo que sujetaba entre sus manos.

     

    Pues no es tuya.

     

    Se levantó del sofá, sujetó el maletín en su mano izquierda y echó a caminar con paso fuerte hacia la puerta, dispuesto a salir de la casa sin ni siquiera despedirse del muchacho, el cual observaba aquel extraño comportamiento con impotencia.

     

    Penélope Gallagher regresaba de la cocina en dirección a la sala, cuando escuchó abrirse la puerta y vio cómo el invitado se marchado con prisa y sin decir adiós.

     

    ¿Ya se va? ¿Ya ha acabado?

     

    Lo siento, señora Gallagher, pero creo que nos hemos equivocado con su hijo, creo que no está preparado para nuestro colegio.

     

    Y se marchó dando un portazo.

     

    ¿Qué has hecho?

     

    La madre de Alexander parecía enfadada con él, el cual asumía su presunta culpa en silencio, sin decir nada. La timidez volvía a él, aquella vieja enemiga que cortaba su expresión. Su madre lo trataba perfectamente con él, criándolo y instruyéndolo ideales y valores pulcros y perfectos, pero algo que sí que temía el hijo de Arthur Gallagher era ver a su madre enfurecida.

     

     

    Capítulo 2: Destino

     

    Alexander ya no podía más. Los dieciséis años eran una edad difícil en la historia de la vida de una persona, una edad en la que cualquier cosa te destroza y en la cual se pueden hacer muchas locuras de manera consciente, y la mayoría de las veces por motivos est****os y por los que no merece la pena realizar tales actos faltos de juicio.

     

    Pero es que aquel joven y prometedor muchacho de dorados cabellos ya había alcanzado su límite, el límite en el que la depresión interna se acaba convirtiendo en una torturadora y incesante locura que te carcome por dentro hasta acabar con todo tu ser, con tu alma, con tu forma de ser, y que te acaba transformado en otra persona. Es como si una oscuridad brotase en tu interior y no parase de crecer hasta convertirte en alguien frío, distante, alguien incapaz de amar.

     

    Quizás estuviera mejor muerto, quizás el mundo estaría mejor sin él, nadie lo echaría de menos, puesto que nadie lo apreciaba lo suficiente como para quererlo y amarlo. La vida ya no tenía sentido para él, y deseaba cuanto antes que su aura nadase en aquel mar de tinieblas al que los mortales llaman la muerte, y sumergirse entre sus negras olas, hasta que el tiempo y el paso de los años borrasen su imagen del recuerdo de las personas.

     

    Y allí estaba, en el puente, a punto de tirarse. Un acto de suicidio era su única salvación. No lo había meditado demasiado, pero ya no deseaba seguir viviendo, o al menos no quería seguir haciendo de aquella manera. Miraba a su alrededor y veía las lúgubres luces de neón de la ciudad, las hipócritas risas de sus semejantes oscuras en ocultos y oscuros callejones. Injusticia, miseria, lágrimas. Y era por aquello por lo que Alexander Gallagher había dejado de tener fe en el mundo.

     

    Cerró los ojos. Vació su mente de cualquier pensamiento. Si no lo pensaba, todo sería más fácil, más rápido, más sencillo, más instintivo. Hizo acopio de todo su valor y llenó de aire sus pulmones. Comenzó a contar hasta cinco. Uno, dos... Los segundos pasaban lentos, como si el tiempo se detuviese o se ralentizase. Tres, cuatro... Unas imágenes surcaron su mente, como si fuese verdad aquello de ver la vida en diapositivas. En ellas aparecían su madre, su padre, y una chica rubia, aquella chica de ojos plateados a la cual no conocía, pero que sí había soñado con ella varias veces. Y por último, después del cuatro viene el...

     

    Cinco.

     

    Aquella voz que escuchó a sus espaldas le impidió saltar y perder la vida desde las alturas de aquel puente. Se giró sobre sus talones. A pocos metros de distancia, se situaba un joven parecido a él, de la misma altura, el mismo pelo de color naranja, ojos color escarlata y piel nívea, pálida. Ambos jóvenes se parecían bastante, y a Alexander le inquieto la presencia de aquel desconocido allí, en aquella noche, cuyas estrellas estaban ocultado tras el manto de luz que ofrecía la contaminación lumínica de Londres.

     

    Hola.

     

    Saludó el extraño, con un tono de voz grave y a la voz agradable, cordial, amistoso. Alexander devolvió el saludo con un gesto de cabeza y se acercó, curioso, al joven de cabellos tintados de color crepúsculo.

     

    Disculpa si interrumpo algo – dijo, con una sonrisa maliciosa pintada en sus labios –. Sólo quería hablar contigo un rato.

     

    Intercambiaron miradas hasta que el adolescente Gallagher decidió formular la pregunta obvia.

    ¿Quién eres?

     

    No importa quién soy, importa quién eres tú – respondió, ofreciéndole a Alexander un mensaje cifrado y de confuso significado –. Intentas ocultarlo, pero estás destrozado por dentro, ¿no es así?

     

    No hubo contestación por parte del interpelado.

     

    Alexander Gallagher, sino me equivoco – añadió el extraño, acercándose más al muchacho de ojos celestes, y sentándose en la orilla del puente. Extrañado y preguntándose cómo conocía su nombre, Alexander lo imitó y se sentó a su lado. No le importaba reírse un poco antes de morir –. Veo que he llegado a tiempo.

     

    ¿A tiempo para qué?

     

    Para salvarte, claro – contestó, mientras seguía observando la hora que marcaba su reloj: la una de la mañana de aquella noche de agosto –. No puedes quitarte la vida.

     

    La mirada de Alexander se clavó en el destello carmesí desprendido por los ojos del desconocido, con furia y inquietud, preguntándose cómo sabía tanto de él, como si lo conociese de toda la vida, y por qué le negaba el derecho del suicidio.

     

    Ya... Entonces dime qué motivos tengo para no morir.

     

    A ver, sé que cuando te diga ésto no me creerás, que me tomarás por un loco... Pero es que la muerte no es tu destino – dijo –. Éste no es tu destino. ¿Qué razones tienes tú para morir y desaparecer?

     

    Me siento solo, abandonado, como un náufrago perdido en una remota isla del mar – contestó, mientras intentaba contener las lágrimas, las cuales, traicioneras, amenazaban con derramarse por su mejilla de un momento a otro –. No tengo ningún amigo, nadie me respeta, y por lo tanto, ninguna chica me quiere ni me querrá nunca.

     

    Ambos chasquearon la lengua al unísono.

     

    Seguro que te lo han dicho más de una vez, Alexander, pero es que es la verdad... Te encuentras en una edad difícil, una edad en la que lo que hagas te marcará para siempre. Y tienes que ser fuerte.

     

    Corrijo – interrumpió, secamente –. Estoy en una edad en la que lo que te hagan te marcará para siempre.

     

    Eso es cierto – reconoció su acompañante –. Pero no puedes negar la realidad, sí que hay gente que te quiere. Tu familia.

     

    Ni siquiera mi familia es mi familia – dijo, con tono de enfado, lanzando una piedra al río que tenía enfrente, el Támesis –. Ayer me enteré de que soy adoptado, de que ellos me encontraron abandonado delante de su puerta, cuando tan sólo era un bebé que no podía ni caminar.

     

    Hubo silencio. Por primera vez desde que habían iniciado aquella conversación, ninguno de los dos supo qué decir, hasta que el silencio se rompió:

     

    Te puedo dar un verdadero motivo para seguir luchando – dijo, de repente, el extraño –. Has soñado con una muchacha rubia, de ojos grises, ¿verdad?

     

    Otro nuevo dato que aquel muchacho también conocía de Alexander. Se sentía verdaderamente incómodo, pues él sabía mucho y él ni siquiera conocía su nombre, y se sentía penoso al estar buscando consuelo en un extraño nada más conocerlo. Sin embargo, terminó asintiendo con la cabeza, mientras no podía evitar soltar una pequeña sonrisa.

     

    Sí, la verdad es que es una chica muy guapa, una preciosidad. Pues, ahí tienes tu motivo – en la cara del Gallagher parecía haber surgido un invisible interrogante –. ¿No te gustaría saber quién es y por qué está tan presente en tu subconsciente, por qué sale con tanta frecuencia en tus sueños? ¿No tienes curiosidad? Quizás ella es la respuesta.

     

    Alex se encogió de hombros.

     

    ¿Quieres saber una cosa? – fue entonces el chico sin nombre el que asintió con la cabeza –. Siempre es el mismo sueño. Corró por un jardín, mientras varias personas me miran. Entre ellas, siempre distingo a las mismas: una mujer esbelta, imponente, de cabellera color borgoña; allá, a lo lejos, otra mujer de piel pálida, ojos color violeta; también recuerdo una chica joven, de mi edad más o menos, muy pálida, de dientes largos, como si me fuera a chupar la sangre, ¿me entiendes? Pues no paraba de llamarme papá; y otras muchas figuras que ahora mismo no pienso recordar. Sigo corriendo por el jardín mientras todas las miradas se clavan en mí, hasta que a lo lejos veo como una especie de pirámide, y en su cúspide, esa chica de la que me hablas. Cabellos dorados, ojos plateados. La distingo perfectamente, a pesar de situarse tan lejos, y el sueño siempre acaba igual, cuando alzo la mano e intento tocarla desde la lejanía. Ella me dice su nombre, y luego me dice que la ayude, pero nunca recuerdo cómo se llamaba – relató –. Eso es lo más frustrante. ¿No es lo más triste que has oído nunca? Sobrevivo a base de ese sueño, es como si me infundiera esperanza.

     

    Clavó entonces su mirada añil y triste en el río, cuyo caudal se encontraba delante de sus ojos, y su acompañante en aquella noche le doy unas palmadas en la espalda, intentando transmitirle ánimos.

     

    Encuéntrala, y encontrarás a tu verdadera familia, tu familia biológica – añadió, mientras se levantaba y caminaba en dirección al centro urbano de la ciudad –. O viceversa.

     

    Y entonces, tras aquellas enigmáticas palabras, desapareció entre las sombras.

     

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    Alexander, adolescente, con su media sonrisa característica.

     

     

    Capítulo 3: Luna llena

     

    Está herido, ¡tenemos que llevarlo al hospital! – gritaba, histérico, Arthur, el padre adoptivo de Alexander, el cual se encontraba tumbado sobre su cama, desprendiendo sangre por una herida que tenía en el brazo, la cual parecía ser la mordedura de algún animal. El progenitor caminaba, nervioso, en círculos, sin moverse de la habitación, incapaz de hacer nada, mientras su mujer, Penélope Gallagher, cuyo apellido de soltera era Lewis, estaba sentada en una silla, como en estado de shock, con la mirada perdida en el espejo que tenía delante de ella, mientras jugueteaba con los pulgares de sus manos –. ¡Penny! ¡Vamos, llama a una ambulancia!

     

    Sí...

     

    Entonces, la mujer de Arthur se levantó de su asiento y caminó con andar tembloroso a la planta inferior, hacia la cocina, que era donde se encontraba el teléfono, y mientras bajaba las escaleras se aferraba con fuerza al crucifijo que colgaba de su cuello, mientras susurraba algunas frases de la Biblia, tales como el Salmo 23, intentando aguantarse en sus creencias para vislumbrar la esperanza tras aquellos trágicos sucesos.

     

    El Señor es mi pastor, nada me falta... En prados de hierba fresca me hace reposar, me conduce junto a fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el camino justo, haciendo honor a su Nombre. Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré, porque Tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad. Me preparas un banquete en frente de mis enemigos, perfumas con ungüento mi cabeza y mi copa rebosa. Tu amor y tu bondad me acompañan todos los días de mi vida; y habitaré en la casa del Señor por años sin término...

     

    Penélope Gallagher era una mujer de carácter fuerte, que siempre hacía frente a las adversidades y nunca se daba por vencida, pero el haber visto a su hijo en aquel estado la había destrozado, y mientras tecleaba los números de emergencia en el teléfono, no podía romper en un sollozo, desprendiendo lágrimas que caían por el suelo frío y blanco, de losas pálidas, de la cocina.

     

    Mientras tanto, en el piso superior, Arthur, escondiendo sus sentimientos de angustia e impotencia tras una frondosa barba y un frondoso bigote negro, vello facial que combinaba con sus ojos azabaches y su escaso pelo del mismo color (el cual rodeaba a una brillante calva), se sentó junto a su hijo. Tomó una de sus manos y la acarició mientras contemplaba si figura adolescente, inconsciente. Aún así, tenía pulso en vena y respiraba, aunque algo le decía que aquella ensangrentada mordedura lo había puesto en un grave estado de peligro.

     

    Todo había comenzado apenas quince minutos atrás. Cuatro amigos de Alexander, dos chicos y dos chicas, habían llamado al timbre de la casa. La hora que marcaba el reloj de pared de la sala era las once y media de la noche. El señor Gallagher se encontraba viendo un partido de fútbol en la televisión entre el Manchester United y el Chelsea, apoyando al equipo de camiseta azul, mientras Penélope, su mujer, leía la tragedía de Shakespeare, Romeo y Julieta.

     

    Ella acudió rápidamente a la llamada, y mientras contemplaba cómo el cuerpo de su hijo, empapado en sangre, era sujetaba por los corpulentos brazos de su amigo Daniel, llamó, a gritos y con urgencia, a su esposo, el cual reaccionó asustado, de igual manera que su mujer, y cogió el cuerpo inconsciente de su hijo en sus brazos mientras le agradecía a aquellos muchachos el haberlo traído hasta su casa, mientras le realizaba preguntas y les invitaba a entrar:

     

    ¿Qué ha sucedido? ¿Quién mordió a Alexander? ¿Qué hacíais? ¿Dónde estábais? ¿Dónde está Charlotte?

     

    Charlotte era una amiga de Alexander y de aquel grupo de púbers, formado por Kevin, Daniel, Sarah y Christhine, la cual, aunque ninguno lo sabía, era la que había mordido al muchacho, provocándole aquella terrible herida, pues pertenecía a la raza de los licántropos, y aquella era una noche de luna llena.

     

    Algún animal lo ha mordido... Creemos que ha sido un lobo o algo parecido – contestó Daniel, triste, mientras todos sus compañeros se desahogaban desprendiendo lágrimas –. Estábamos todos juntos cenando, en casa de Charlotte... La cual desapareció, no sabemos dónde se encuentra...

     

    Está bien... Será mejor que os vayáis a casa, nosotros nos ocuparemos de él – les aconsejó el señor Gallagher, y todos, a regañadientes, desaparecieron rumbo a sus respectivos hogares.

     

    Arthur no dejaba de pensar y de pensar. ¿Le iba a suceder algo malo a su querido hijo? No lo esperaba, simplemente no podía dejar de mirarlo y confiar en que sólo fuera una simple herida, pero algo le decía que aquella no era una herida normal. Ató alrededor de su brazo unas vendas para evitar la hemorragia, pero no paraba de desprender sangre la rotura de los vasos sanguíneos.

     

    Miró a su alrededor. Las paredes rojas del cuarto de Alexander estaban forradas por pósters de chicas desnudas o semidesnudas de cuerpos esculturales, algo normal y corriente entre varones adolescentes de aquella edad tan problemática y extraña. En una estantería, libros de suspense y fantasía, además de algunos tomos de manga, el arte oriental, además de decenas de discos de música ronk, punk y rap, y en el escritorio se situaban los libros de matemáticas y biología del instituto, aparte de una televisión un ordenador y una consola de videojuegos, la PS2. No podía evitar pensar en la muerte de su hijo, esperaba que eso no sucediese, pero temía que todos aquellos objetos dentro de poca shoras ya no tuviesen dueño.

     

    Inquietado por la tardanza de su mujer, se dirigió velozmente al piso de abajo.

     

    ¿Penny?

     

    Su mujer, sin embargo, no estaba llamando a los servicios de emergencias, ni siquiera tenía el teléfono en sus manos. Es más, ni se hallaba en la cocina, sino que estaba en la sala de estar, el centro de reunión. Allí estaba, hablando con un desconocido que vestía una capa negra de bordes rojos.

     

    ¿Qué sucede aquí? – preguntó el señor Gallagher, señalando al desconocido con un gesto con el mentón.

     

    Oh, querido... Te presento al señor Christopher Vega – Penélope parecía ya más calmada y más natural, como si nada hubiese sucedido –. Ha venido a ayudarnos con lo que le ocurriendo a nuestro hijo Alexander...

     

    Así es – dijo –. Verán, no los voy a engañar. Y es que su hijo se encuentra en muy mal estado. Está a punto de morir, pues un veneno está fluyendo por sus venas, y si no lo salvamos a tiempo, perderá su vida. Yo sé cómo ayudarlo, cómo sanarlo.

     

    No hubo contestación a sus palabras, el matrimonio Gallagher se limitó a clavar sus miradas de interés en él.

     

    Lo puedo llevar a nuestros... “laboratorios”. Allí lo ayudaremos y lo sacaremos de ésta – antes de que los padres de Alexander pudieran aceptar la propuesta, el hombre puntualizó –. Sin embargo, perderá todos sus recuerdos. No se acordará de nada... Y perderá su inocencia, será otra persona. ¿Siguen queriendo que me lo lleve?

     

    Lo meditaron durante unos instantes, sin saber a qué se refería con aquello de que perderá la inocencia, pero no tenían ninguna otra alternativa y debían confiar en aquel extraño que les brindaba una oportunidad de salvar a su querido hijo.

     

    – afirmaron, al unísono.

     

    Aproximadamente una media hora más tarde, el tal Christopher Vega, cuyo nombre no era el suyo verdadero, se encontraba en una habitación llena de una antigua decoración, basada en cuadros de exquisito diseño, esculturas y plantas que le otorgaban a aquella estancia un lugar tétrico. Delante de él, reposando en una cama, se encontraba Alexander Gallagher.

     

    Supe aprovechar una oportunidad cuando la tenía delante – dijo el hombre, hablando consigo mismo, mientras apoyaba su espalda contra la pared –. Salvaré la vida de Alexander, sí, y se lo devolveré a sus padres de una pieza, pero me encargaré de que nunca se convierta en un enemigo, tal y como estaba destinado a serlo.

     

    Y era cierto, había salvado la vida del muchacho de ojos azules, pero a un gran precio. Ahora, Alex ya no era el mismo, la magia negra empleada para salvarle lo había transformado, y la magia negra que crecía en su interior ahora dominaba a la luz que escaseaba en su corazón a aquellas alturas. Ahora era un asesino en ciernes, alguien malvado.

     

    Es extraño – dijo un acompañante del mago que se hacía llamar Vega. Dicho acompañante, de voz aguardentosa, se ocultaba entre las sombras –. Ha estado muerto durante dos horas. ¿Ha resucitado, o algo así?

     

    El hechicero de capa negra se encogió de hombros.

     

    Quizás lo hemos salvado, o quizás no – contestó, sin inmutarse a pesar de haber vivido una especie de resurrección –. O quizás es simplemente el destino. Igual la oscuridad que hemos hecho crecer en su interior ha revitalizado su corazón. La balanza se ha equilibrado hacia el lado del mal, mi querido compañero.

     

    http://img519.imageshack.us/img519/9210/23013673.png

    Alexander, de joven, con diecisiete años.

     

     

    Capítulo 4: Corcheas

     

    ¡Bien, bien! No me esperaba otra cosa por parte de mi asesino predilecto, Alexander – susurraba aquella mujer de cabellos ondulados color borgoña, mientras aplaudía, fascinaba y divertida, con aquella voz tan sensual que poseía –. Tengo un nuevo encargo para ti.

     

    Estaban en una calle aislada del resto de la ciudad de New York, una de las menos transitadas, en los Estados Unidos, y Alexander contemplaba, delante de él, el cadáver ensangrentado de un hombre calvo y de aspecto fuerte y varonil, mientras en una mano sujetaba un arma de fuego y en la otra una espada con el filo empapado en aquel líquido carmesí que corre por nuestras venas. Respiración agitada, mirada perdida y mente bloqueada y vacía: así se podía describir a Alexander Gallagher en aquellos instantes.

    Ni siquiera sabía el motivo por el que había asesinado a aquel hombre, ni siquiera lo conocía, ni siquiera sabía su nombre. Simplemente, aquella mujer tan misteriosa le daba con cierta frecuencia una lista en papel de un conjunto de nombres, tanto de hombres como de mujeres, a los que debe buscar por todo el globo hasta darles caza y darles muerte.

     

    ¿Por qué me haces hacer esto? – preguntó. Nunca antes lo había hecho con anterioridad, y se sorprendió al darse cuenta de ello.

     

    Los ojos de color zafiro de aquella mujer de piel blanca y nívea se cerraron, debido a la risa en la que había explotado tras aquella pregunta. Sus labios carmesí adoptaron la forma de una gran sonrisa y sus afiladas facciones de carácter femenino se clavaron en el rostro de Alexander.

     

    Porque eres un asesino, mi querido aprendiz – respondió, acercándose más a él y acariciando su rostro con sensualidad. Acercó sus labios a los suyos, como si lo fuera a besar, pero finalmente nolo hizo –. Porque sé que no se te presenta como un problema el segar la vida de los demás, porque buscas sin descanso a tu verdadera familia... Tan enigmático, tan misterioso...Y porque sé que estás enamorado de mí y harás todo lo que yo te diga.

     

    Alexander soltó un bufido de enojo. Acumulaba rabia e impaciencia en su interior, pues hacía tiempo que aquella mujer que se hacía llamr su mastra le había hecho la promesa de que, si le ayudaba con aquellas tareas, le ayudaría a encontrar a su verdadera familia. Él había asumido todos los asesinatos que le había encargado, los cuales se contaban en decenas, siempre sin cuestionar nada. Era un acto de fe.

     

    No estoy enamorado de ti – la mujer de curvilíneo y proporcionado cuerpo volvió a reir, aquella vez dándole la espalda al joven de cabellos dorados –. Además... Soy una buena persona, no soy un asesino.

     

    La belleza se giró y clavó su azul mirada en él, y entonces comenzó a hablar, como si estuviese furiosa:

     

    ¿Has tenido remordimientos por todos los asesinatos de los que eres culpable, Alexander? – le preguntó, aunque no hubo respuesta –. Dime, ¿te sirve de algo ser buena persona?

     

    El muchacho sabía perfectamente que ser buena persona no le servía de nada. Las buenas personas eran marginadas, dejadas de lado, nadie las apreciaba. Él nunca había vivido de aquella manera, o igual sí, quizás y simplemente no lo recordaba, pero algo le decía que así era. La pelirroja le laznó una última mirada altiva y de desprecio y continuó a lo suyo.

     

    Rebuscó en sus bolsillos, entonces, hasta que en ellos encontró un trzo de papel sucio y viejo, aunque lo había recibido tan sólo una semana atrás. Estuvo aguardando siete días hasta que pudo encontrar de nuevo a la mujer pelirroja, para poder mostrárselo.

     

    Mira.

     

    Le tendió el papel y se lo arrebató de las manos para poder examinarlo con detenimiento. En él estaba escrito, con excelente y suave caligrafía:

     

    Querido Señor Malfoy:

     

    Le escribimos desde la Familia Malfoy, residente en Ottery St. Cattchpole, para informarle de que usted está invitado a pasarse por nuestra mansión a realizonarnos una vista cuando lo desee.

     

    Le recibiremos amablemente y con los brazos abiertos.

     

    Un saludo.

     

    Me lo mandaron hace poco a la casa de mis padres adoptivos – informó Alexander –. Hablan de una tal familia Malfoy. ¿Sabes algo?

     

    Su maestra lo maldijo con la mirada, mientras seguía sujetando el papel con los dedos de ambas manos.

     

    ¿Alguna vez has perseguido un sueño, Alexander?

     

    La respuesta era afirmativa. Desde que tenía memoria, un mismo sueño, relacionado con una mujer rubia de ojos grises, se repetía casi todas las noches. Esto era desde los diecisiete años por lo menos, pues no recordaba nada de lo que le había sucedido con anterior, el ámbito de sus recuerdos se limitaba simplemente a cuatro años.

     

    Asintió con la cabeza.

     

    Y... ¿Qué es lo peor al ver que, por mucho que lo intentes, nunca lo alcanzas?

     

    No contestó. Se limitó simplemente a mirar tristemente a un punto indefinido del suelo. Aquella mujer se acercó a él y con un dedo alzó su rostro, provocando que hubiera conexión visual entre ellos.

     

    ¿Me crees si te digo que, con mi ayuda y si haces lo que digo, te ayudaré a alcanzar tu sueño? – dijo –. En eso habíamos quedado tú y yo, ¿verdad? Si me ayudabas, te ayudaría a encontrar a tu familia. Y, si la encuentras a ella, encontrarás a tu madre.

     

    La miró con curiosidad, enarcando una ceja.

     

    ¿Te refieres a que esa mujer con la que sueño es mi madre?

     

    Negó, moviendo la cabeza de izquierda a derecha enérgicamente.

     

    Mira, ésta es tu última lista.

     

    De la nada, la pelirroja hizo aparecer una nota amarilla repleta de nombres escritos con tinta negra, que entregó rápidamente a Alexander. Éste leyó cada uno de los nombres y apellidos, hasta que se paró en uno que le llamó la atención:

     

    Mey Potter Black... Curioso nombre.

     

    Ella es tan importante como el resto. También tienes que matarla – le advirtió –. Te prometo que si terminas con la vida de esas siete personas, encontrarás a tu verdadera familia. Te lo juro.

     

    Realizó un nuevo gesto exagerado con sus manos e hizo aparecer entre sus manos una guitarra azul. No era como las demás, sino que tenía un diseño peculiar y especial, con cuerdas plateadas y con el mástil terminando en tres afiladas puntas blancas y extremadamente brillantes.

     

    Mira, Alex. Con esta guitarra podrás hacer magia. Cada una de las siete cuerdas, al tocarlas, invoca una magia diferente. Es decir, cada una tiene el poder de convocar un hechizo – explicó –. Es toda tuya. Para que luego digas que no te recompenso por lo que haces...

     

    http://img683.imageshack.us/img683/2426/20499992.png

    Alexander, un asesino a sueldo.

     

     

     

    Pertenencias:

     

    Objeto Magico Legendario: --

     

    Objetos Magicos:

     

    Objeto 1: Varita mágica de madera de acacia y nervios de corazón de dragón. 31 centímetros, rígida.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Objeto 2: Guitarra mágica.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Objeto 3: Pensadero de plata.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Mascotas y Criaturas:

     

    Criatura 1: Halcón.

    Clasificación: X -no mágica-

    Puntos de poder: 10 pts.

     

    Elfos: --

     

     

    Licencias, Tasas, Registros:

     

    Licencia de Aparición: No

     

    Licencia de Vuelo de Escoba: No

     

    Registro de XXX: --

     

     

    Otros datos:

     

    Otros datos:

    • Tiene un especial odio hacia las arañas y los elfos domésticos.
    • Es un virtuoso de la guitarra eléctrica.
    • Su mayor pasión es el rock, aunque también ama el deporte, en especial el quidditch.
    • En el pasado tuvo problemas con la bebida.
    • Siente especial debilidad por los dragones.
    • Odia su condición de licántropo.
    • Aunque mantiene su habitación en la Mansión Malfoy, actualmente, su residencia oficial es el Castillo Haughton, donde vive con Mónica.

     

    Cronología de cargos: --

     

    Premios y reconocimientos: --

     

     

    Links de Interés Referentes al Personaje:

     

    Link al Perfil de Comprador MM: --

    Link a Bóveda Personal: Bóveda Nº 81313

    Link a Bóveda Trastera: --

    Link a Bóveda de Negocio: Bóveda Nº 97727 - Passio Arcanum

    Link a Bóveda Familiar 1: Bóveda Nº 78526 - Familia Malfoy

    Link a Bóveda Familiar 2: Bóveda Nº 78361 - Familia Triviani

  15. Esperaba que mi nuevo trabajo resultase satisfactorio. De alguna forma tendría que ganar algunos galeones a los que conducir hasta mi cartera, o bien dejarlos bajo la indudable protección del Banco Mágico de Gringotts y sus cámaras impenetrables. No olvidaba que regentaba un negocio en el Callejón Diagón, pero no había logrado cosechar con él todo lo que había esperado desde un principio, y no podía arriesgarme a dejar que toda la suerte recayese sobre el Passio Arcanum.

     

    Pero ese era otro tema que no tenía cabida en aquel instante. Ahora debía enfrentarme a nuevos retos en aquella jornada laboral, a pesar que desde un principio no se me planteasen tan interesantes ni tan sugerentes como en otros Departamentos del Ministerio, donde ya me sentía atraído tan solo por sus simples nombres, o las historias que se contaban acerca de lo que en ellos se trataba. Ya había tenido mi oportunidad en aquellas plazas, y aunque quizás acabase volviendo a ellas algún día, hoy no era momento para pensar en ello.

     

    Debía tener la mente centrada en lo que ahora me ocupaba y evitar distracciones inútiles. Quizás no era allí el lugar más adecuado para mí, pero sí dónde podía empezar de cero y ganarme la confianza de los que me rodeaban.

     

    Aquella era la Reserva Mágica Newt Scamander, y seguro que no sería aquella la última ocasión en la que pisase aquel lugar. Había sido convocado allí junto a otra trabajadora de la Oficina por mi jefe, el cual aún no conocía pero estaba a punto de hacerlo. No estaba nervioso, no tenía por qué, pero sí intrigado por saber de quién serían las órdenes que tendría que seguir a partir de ahora a cambio de un salario.

     

    Caminé hasta que me topé con aquella bruja que también trabajaba conmigo en la Oficina, a la cual conocía simplemente de haberla visto allí. Parecía ser nueva en ella, al igual que yo, así que me situé a su lado y la saludé con un gesto con la cabeza.

     

    Los dos estábamos preparados.

  16. Los rayos del sol salpicaban con su inmortal esplendor los muros del Castillo Triviani en aquel día tan apacible. Todo estaba sumido en la más profunda tranquilidad, y se respiraba paz en cada rincón de los jardines que rodeaban a la poderosa fortificación. Era una jornada perfecta para disfrutar de unas horas al aire libre, respirar aire puro y limpio y descubrir de nuevo todo lo que se escondía fuera de los fríos y largos pasillos de un castillo que había perdido parte de su vieja gloria.

     

    Recordaba la primera vez que había estado allí, ahora hacía ya mucho tiempo. Había vivido muchas cosas en aquel lugar, tanto historias dignas de ser atesoradas como recuerdos que ojalá nunca hubiesen tenido lugar, y de alguna forma sentía que algo me ataba a aquella familia, a aquel lugar, más allá de un linaje que compartía con todos los Triviani que pululaban por el castillo o por los hermosos jardines que lo cercaban, preámbulo de una fortaleza repleta de historia y orgullo.

     

    Sin embargo, ya nada era como antes y era algo que se podía apreciar en cada esquina del hogar de los Triviani. Algo había cambiado, y lo que antes era un castillo repleto de vida ahora a veces se sentía tan solo como si fuera un lugar más, cada vez más muerto, pero que a la vez seguía infundiendo el mismo respeto que antaño había hecho de aquella familia una de las más poderosas e influyentes de todo Ottery. Ningún Triviani dejaría que todo aquello cayese en el olvido.

     

    Pero ahora aquello no importaba. Hacía mucho que no visitaba el castillo, y algo en mí me había conducido hasta allí en aquella hermosa jornada. Esperaba encontrarme con alguien conocido en mi paseo por los jardines, alguien que me pusiese al día con todo lo que hubiese pasado dentro de la familia a lo largo de tantos meses transcurridos.

     

    Caminé y caminé admirando la belleza de cada rincón de los jardines hasta que me tropecé con una bruja de melena color borgoña, sentada en un banco y con la mirada clavada en una pequeña pero revoltosa loba que no dejaba de corretear ante ella. Era Alyssa.

     

    Me acerqué a ella, aunque no parecía percatarse de mi presencia. Estaba como abstraída, perdida en sus propios pensamientos. Me preguntaba cuáles serían.

     

    Hace buen día, ¿verdad? – dije, manteniéndome en pie a su lado –. Seguro que han pasado muchos así desde la última vez que nos vimos.

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  17. Hola a todo el mundo por aquí.

     

    Bueno, primero que nada, señalar que este es el post de un duelo que mantengo con Anne K. Haughton, curiosamente quien acaba de postear justo antes de mí.

     

    En este último post del duelo, ella hace la siguiente referencia:

     

    Tras esto, levantó la vista justo para ver cómo su oponente levantaba la varita nuevamente y lanzaba otro hechizo, aunque éste no hizo efecto: había intentado convertir el vestido de la chica en una criatura venenosa, pero el joven no había caído en la cuenta de que el vestido de la Haughton era de lino, y no era suficientemente consistente como para formar una criatura mágica.

     

    Anteriormente, había empleado un Morphos para transformar su vestido en una avispa marina que la picase y envenenase. Mi pregunta es la siguiente: ¿de verdad se necesita una ropa tan consistente para que ese hechizo la convierta en un animal que prácticamente es de agua? xD Creo que a pesar de que sea un vestido de lino, tiene bastante tela y aún así la avispa puede formarse, pues su masa no es demasiada aunque sea un animal grande.

     

    Igualmente aunque su jugada haya sido válida, ¿podría hacer referencia en mi siguiente post a que a partir del vestido se formó una avispa de menor tamaño, sin desarrollarse completamente, y que igualmente la envenenó? Una cría, por ejemplo, que por lo tanto le picaría igualmente. Yo creo que aunque sea una pequeñita, el veneno de su picadura debería tenerse en cuenta xD

     

    Tan solo ese par de dudas que solucionar.

     

    Saludos y gracias de adelantado.

  18. Un nuevo trabajo, una nueva oportunidad. Venía directo desde el Departamento de Misterios, lugar donde me habían contratado como empleado un par de veces, y el mismo del que había acabado saliendo ambas. Me sorprendía incluso el que me hubiese ofrecido una vez más un nuevo trabajo dentro del Ministerio de Magia, y esta vez, la tercera, sabía que tendría que trabajar arduamente y darlo todo de mí mismo para poder ganarme la confianza de todos los que me acompañarían a lo largo de cada dura jornada.

     

    Un ascensor me condujo hasta el Departamento, el cual estaba a punto de reventar de tantos magos y brujas que se dirigían a él con la intención de registrar alguna criatura, o simplemente porque acudían con estricta puntualidad a su puesto de trabajo. El elevador se detuvo y nos dejó a la entrada de un vestíbulo, desde donde se alcanzaba a ver más allá de él unas puertas negras que daban acceso a las oficinas. Una voz femenina anunció Departamentos de regulación y control de criaturas mágicas, y todos los embarcados en el ascensor dieron por concluido el viaje en él.

     

    Era temprano por la mañana, y el ajetreo ya comenzaba a apoderarse de las oficinas del Departamento. A aquella hora podía verse ya a la gente ir y venir a aquel lugar con criaturas mágicas de todo tipo, así como con cualquier tipo de registro o documentos relacionados con todo lo que se tramitaba dentro de aquellas paredes. El trabajo no era escaso, y por fortuna a primera vista todo allí parecía perfectamente organizado para aquel que visitase aquellas oficinas e incluso para quien trabajase en ellas.

     

    Nada más entrar, podían verse numerosos escritorios donde los empleados atendían a los visitantes y por donde se comenzaba cada uno de los registros. El papeleo luego se trasladaba a los despachos de los jefes y empleados de un rango superior, los cuales poblaban las paredes del Departamento y rodeaban la oficina central desde donde se iniciaban los trámites.

     

    Observé cada detalle que me rodeaba hasta que percibí que tras aquellos escritorios esculpidos en madera se hallaba una recepción, y tras ella una bruja de baja estatura que debía de cumplir las funciones de secretaria del Departamento, la cual parecía agobiada por su trabajo y no paraba de ordenar papeles como una loca, guardando diversos documentos en los cajones de un archivo que se encontraba a su espalda.

     

    Me acerqué a ella, con la intención de que me orientase un poco por aquel lugar desconocido para mí.

     

    Disculpa – dije, pero la bruja parecía demasiado centrada en su trabajo como para haberme oído. Sin perder la paciencia, intenté que me escuchase alzando un poco más la voz –. Disculpa.

     

    La secretaria dejó de hacer lo que quisiese que estuviese haciendo y clavó su mirada en mí con los ojos abiertos como platos, tal y como si la hubiese asustado.

     

    Sí, sí, perdona, espera un segundo... – parecía un poco ajetreada con todo aquel lío que traía entre manos. Su voz era chillona y desagradable –. Por las barbas de Merlín, si es que no me dejan de hacer trabajar. Claro, como ellos son los jefazos y no tienen nada que hacer, se creen que nosotros no tenemos una vida fuera de estas cuatro paredes... Y además está toda esa gente que no deja de traer mil y una criaturas, gente que no sabe que hay a quien no le gusta que...

     

    Di un golpe seco en la madera de la recepción.

     

    Soy Alexander Malfoy, trabajo en la División de Bestias – expliqué, sin darle opción a seguirme contando sus penas. Había acudido allí para cumplir con mis obligaciones, no para escuchar los lamentos de una bruja a la que ni siquiera conocía –. ¿Puede llevarme hasta allí o anunciar mi llegada a quien quiera que sea mi superior?

  19. Buenas! Vengo por unos cambios para mi ficha! Espero que esté todo en orden :3

    Gracias desde ya.

     

     

    http://i.imgur.com/LBMuB.png

    http://i.imgur.com/CroGH.png

    Fotografía de Alexander & Mónica

     

    Datos Personales:

     

    Nombre del Personaje: Alexander Malfoy.

     

    Sexo: Masculino.

     

    Edad: Adulta.

     

    Nacionalidad: Inglesa.

     

    Familia(s):

    • Sanguínea: Malfoy.
    • Adoptiva: Triviani.

     

    Padre(s) Sanguíneo: Lilith Nix.

     

    Padre(s) Adoptivos: Aland Black Triviani.

     

    Trabajo: --

     

     

    Poderes Mágicos:

     

    Rango Social: Unicornios de Bronce.

     

    Bando: Neutral.

     

    Rango dentro del Bando: --

     

    Nivel de Poder Mágico: 3

     

    Puntos de poder en objetos: 60

     

    Hechizos adicionales: --

     

    Puntos de poder en criaturas: 10

     

    Criaturas controlables en asaltos y duelos: --

     

    Habilidades Mágicas: --

     

    Conocimientos Especiales:

    • Artes Oscuras.
    • Aritmancia.

     

     

    Perfil del Personaje:

     

    Raza: Licántropo.

     

    Aspecto Físico:

     

    Es un joven alto y delgado, de complexión atlética y de piel de aspecto normal, ni muy morena ni muy pálida, en un equilibrio perfecto. Posee unos hipnotizantes ojos azules de intenso brillo, muy expresivos. Suele afeitarse con frecuencia, aunque siempre mantiene en su mentón una pequeña perilla. Tiene el pelo largo hasta los hombros, de cabellos dorados como el oro, liso. En su rostro suele brotar una media sonrisa ante determinadas situaciones. Tiene diversas cicatrices en varias zonas de su cuerpo, tales como el brazo derecho, el vientre o una surcando su mejilla izquierda. La ropa que más utiliza son unos vaqueros combinados con una camiseta negra.

     

    Cualidades Psicológicas:

     

    Alexander es frío. Es astuto y reflexivo, aunque puede llegar a ser impulsivo cuando se deja llevar pos unos sentimientos profundos que siempre oculta a los ojos de los demás. Con una gran ambición por llegar a ser un gran mago, vive a la sombra de su pasado y dominado por una vieja melancolía con la que ha tenido que aprender a convivir. Una oscuridad intensa crece en su interior desde que fue mordido por un licántropo en su infancia, por lo que siempre lleva encima, a pesar de que lucha por ocultarlo, un gran instinto asesino. Lo da todo por todo aquello que quiere hasta que lo consigue, jamás se da por vencido ante nada.

     

    Historia:

     

    Alexander Malfoy nació en un frío y lluvioso 31 de diciembre entre los Malfoy, pero su madre lo entregó a una familia muggle, creciendo entre ellos y sin conocimiento alguno de que se trataba de un mago descendiente de un noble linaje, pues tan pronto entró en su nueva familia perdió su apellido y adoptó el apellido Gallagher.

     

    Cuando tenía cinco años, un extraño que se hacía llamar Christopher Vega lo fue a visitar a su casa de Londres, y lo sometió a una pequeña prueba, alegando que tanto el pequeño Alexander como él eran dos magos. La prueba consistía en que el pequeño brujo debía escoger un objeto entre cinco que había, y él escogió una pluma de fénix. Ante este hecho, Vega se marchó, enojado, de la casa de los Gallagher.

     

    Tras este suceso, Alexander comenzó a tener extraños sueños, y en todos aparecían un grupo de personas que no conocía, y lo llamaban por otro nombre: Alexander Malfoy. Estos sueños se repetían cada noche y provocaban un gran tormento sobre el joven mago, aunque, en una noche, cuando tenía dieciséis años, un joven de pelo naranja, el cual era brujo también, le desveló el significado de las repetidas pesadillas con un acertijo: Encuentra a esas personas, y encontrarás a tu verdadera familia.

     

    Gracias a la ayuda de aquel misterioso chico, Alexander se pasó semanas buscando a quienes se aparecían en sus sueños nocturnos. Poco después fue mordido por una vieja amiga de su infancia, la cual siempre le ocultó su verdadera naturaleza licantrópica. Sin embargo, Vega lo ayudó y lo salvó, aunque al salvarlo tuvo que hacer un sacrificio, un sacrificio que provocó que en su interior brotase una misteriosa oscuridad que lo acompañó desde ese momento.

     

    Años más tarde, una bruja pelirroja de gran renombre se puso en contacto con él y lo contrató como asesino, valiéndose de una espada, puesto que aún no era capaz de controlar su magia. Si Alexander la ayudaba, ella lo ayudaría a encontrar a su familia, y cumplió su trato, llevándolo finalmente a la Mansión Malfoy, donde conoció a sus verdaderos parientes, para luego comenzar a estudiar en la Academia de Magia y Hechicería y convertirse en un mortífago.

     

    Una vez en Ottery, Alexander tuvo una relación amorosa con Mey Potter Black y con Silverlyn, durando la primera poco y la segunda mucho más. Silverlyn fue un gran capítulo en la vida de Alexander, un amor loco e imposible que lo marcó, pero como todo, terminó, y Alexander no volvió a ser el mismo desde entonces. Después de ese suceso, se alejó de Londres y de la sociedad mágica en busca de la tranquilidad que necesitaba. Durante sus múltiples y largos viajes, se dedicó a hacer un estudio sobre la vida y naturaleza de los dragones así como de otras criaturas mágicas.

     

    Ahora vuelve de nuevo con la intención de hacerse un hueco en la sociedad mágica. Tiene negocios en el callejón Diagon y busca un lugar en el ministerio de magia. Tras su regreso, ha revivido una historia pasada con Mónica Haughton, con la que mantuvo una cercana amistad durante toda su vida; ahora busca justo a ella la serenidad que durante toda su vida ha buscado, compartiendo un futuro con la bruja.

     

     

     

     

    Pertenencias:

     

    Objeto Magico Legendario: --

     

    Objetos Magicos:

     

    Objeto 1: Varita mágica de madera de acacia y nervios de corazón de dragón. 31 centímetros, rígida.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Objeto 2: Guitarra mágica.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Objeto 3: Pensadero de plata.

    Clasificación: AA

    Puntos de poder: 20 pts.

     

    Mascotas y Criaturas:

     

    Criatura 1: Halcón.

    Clasificación: X -no mágica-

    Puntos de poder: 10 pts.

     

    Elfos:

     

    • Rick: es tímido y servicial con su dueño, ya que siente un gran temor hacia él. A causa de una paliza por parte de Alexander, es tuerto del ojo izquierdo y es por esto por lo que siempre lleva un parche de cuero cubriéndolo.

     

    Licencias, Tasas, Registros:

     

    Licencia de Aparición: --

     

    Licencia de Vuelo de Escoba: --

     

    Registro de XXX: --

     

     

    Otros datos:

     

    Otros datos:

    • Tiene un especial odio hacia las arañas.
    • Es un virtuoso de la guitarra eléctrica.
    • Su mayor pasión es el rock, aunque también ama el deporte, en especial el quidditch.
    • En el pasado tuvo problemas con la bebida.
    • Siente especial debilidad por los dragones.
    • Aunque mantiene su habitación en la Mansión Malfoy, actualmente, su residencia oficial es el Castillo Haughton, donde vive con Mónica.

     

    Cronología de cargos: --

     

    Premios y reconocimientos: --

     

     

    Links de Interés Referentes al Personaje:

     

    Link al Perfil de Comprador MM: --

    Link a Bóveda Personal: Bóveda Nº 81313

    Link a Bóveda Trastera: --

    Link a Bóveda de Negocio: Bóveda Nº 97727 - Passio Arcanum

    Link a Bóveda Familiar 1: Bóveda Nº 78526 - Familia Malfoy

    Link a Bóveda Familiar 2: Bóveda Nº 78361 - Familia Triviani

  20. Silverlyn se fue llorando hasta las orillas de lago y allí se quedó, acurrucada, llorando en silencio. La seguí, no iba a dejarla sola en aquel momento ni de aquella manera. Durante unos instantes permanecimos en silencio, sin decir nada, pensando en todo lo que habíamos dicho y todo lo que no pero que sí que pensábamos. No iba a dejarla marchar aún.

     

    - Puede que haya pasado mucho tiempo desde entonces, pero eso no significa nada - comencé a decir, ahora más tranquilo y sin esperar respuesta por su parte. Cuidaba cada una de mis palabras para no equivocarme en lo que quería decir -. Pero todo el mundo comete errores, ya que forman parte de nosotros. El problema llega cuando dejas que tu vida gire sobre ellos, Silverlyn... Y es entonces cuando todo se desmorona.

     

    Seguía llorando y sin contestar a lo que le decía. Sus lágrimas caían una detrás de otra, pero hacía lo máximo posible para intentar disimularlas. ¿Por qué si ahora ya no tenía más preocupaciones, si ya había terminado con su vida para evitar el sufrimiento, por qué estaba así? Si ya no le importaba nada, ¿por qué reaccionaba de aquella manera? Los recuerdos siempre traen el dolor cuando regresan, pero nunca de una forma tan pronunciada como cuando fueron vividos.

     

    - Alguna vez fui más que un amigo para ti, Silverlyn. Todo acabó mal, ya lo sé, pero eso no implica que no pueda preocuparme por ti. Déjame que lo haga - le pedí, aunque sabía que no me iba a dejar hacerlo. Ya no tenía en mí la misma confianza que tenía antes. Todo eso había desaparecido y nunca volvería -. Déjame ayudarte.

     

    Sus palabras me habían hecho daño. Ya no era nadie para ella, o eso era lo que quería dejar ver, y me lo creía. Había mucho resentimiento acumulado tras todo lo que nos había unido y que al final había logrado separarnos. El rencor siempre acaba haciendo acto de presencia tarde o temprano, pero lo difícil es hacer que desaparezca. Me dolía también reconocer que no compartía su forma de ver las cosas.

     

    Para ti no soy nadie, lo entiendo. Me iré si no quieres que siga estando aquí contigo - me giré sobre mis pasos y me dispuse a irme de allí antes de que volviera a decir algo con lo que atacarme -. Pero te diré algo. Hace tiempo aprendí a cuidar a aquellos a los que les importo si quiero que sigan estando ahí conmigo. Deberías tú hacer lo mismo y aceptar la mano de aquellos que te quieren ayudar si no quieres verte sola.

     

    Y entonces me fui sin decir nada más, dejando al fantasma tras de mí, en soledad en aquella noche estrellada.

  21. ¿Tu hijo? – pregunté, sorprendido. Lo había dicho como si nada, pero nunca supe nada de aquello –. ¿Tienes un hijo, Silverlyn?

     

    Silverlyn había estado esperando un hijo mío, al que finalmente había perdido, pero parecía que sus ganas de tener descendencia a la que cuidar no se habían perdido desde entonces. Por alguna razón, tenía ganas de conocerlo, aunque sabía que para él yo no era nada, sólo un desconocido más. Tenía curiosidad por saber si se parecía a su madre, pero por otro lado sentía pena por él.

     

    Había perdido a una de las personas más importantes de su vida, y jamás la recuperaría. La pérdida de una madre es algo muy doloroso para quien tiene que pasar por ello, y más si muere por puro egoísmo. Silverlyn no había pensado en él cuando se suicidó, cuando decidió perder su vida para alcanzar la calma del más allá, y poco le importaba lo que tuviesen que decir sus seres queridos respecto a su decisión.

     

    ¿Por qué lo hiciste? ¿Acaso no pensaste en él? - pregunté, alterado de nuevo, pensando ahora en tantas cosas que pensaba que mi cabeza iba a explotar de un momento a otro.

     

    No sabía por qué lo había hecho, ni siquiera sabía qué había sido de ella desde la última vez que nos habíamos visto. Ahora ella tenía un hijo y estaba muerta, y yo seguía igual que hace años. Para mí nada había cambiado en todo aquel tiempo, todo seguía igual. Me di cuenta entonces de que había perdido mucho tiempo y que si no cambiaba de actitud lo seguiría perdiendo.

     

    Y Silverlyn, que sí tenía cosas por la que luchar, como un hijo, se había rendido, y no era la primera vez que había pasado.

     

    Dime por qué lo hiciste. Necesito saberlo. Necesito saber qué es lo que merece tu muerte, Silverlyn.

  22. - Hablas de seguridad y de confianza sin saber lo que son, Silverlyn, ni lo que significan - repliqué. Sus palabras me habían hecho daño, ese daño tan familiar que durante meses y meses me había convertido en la sombra de lo que un día fui, y desde entonces me había prometido a mí mismo no volver a pasar por el aro, no volver a caer en la misma trampa -. En serio, mírate. Ahora estás muerta.

     

    Lejos del mundo de los vivos, Silverlyn escuchaba cada una de mis palabras, que caían sobre ella como una lluvia de piedras, como una flecha tras otra que se dirigía con rabia y frustración a su frío corazón. Quizás ahora no podía sentir nada, pero me daba igual. Quería desahogarme, decir lo que pensaba y lo que sentía; que supiese de una vez por todas lo que me había hecho sentir y cómo había acabado tras nuestra dolorosa ruptura.

     

    - ¿Quién te crees que ha tenido el peor final? - no la miraba a los ojos. Continuaba hablando, sin dejar de dar vueltas, nervioso, sin parar de hacer gestos con los brazos, agitándolos furiosamente -. Yo sigo vivo, de una pieza, pero tú... Has llevado todo esto más allá. Tu soledad ha sido tu condena, y mientras tú me reprochas mi inseguridad tú has sido presa de la tuya.

     

    Suspiré, intentando calmarme. No tenía sentido alterarse ahora por un viejo sentimiento, no servía de nada a ninguno de los dos.

     

    - Es irónico, ¿verdad? Deberías pensar más lo que dices antes de echarme en cara lo que haya hecho. No necesito que me reproches nada para arrepentirme de mi propio pasado, lo aprendí hace mucho tiempo - cerré los ojos y levanté los brazos en señal de rendición -. Pero, ¿sabes qué? Estás en tu derecho. Quizás hice lo que no debía en su momento, pero no tengo yo toda la culpa de que todo terminase tan mal.

     

    Comenzaba entonces a sacar todo lo que llevaba dentro, a escupir cada verdad sin importarme lo que ella pudiese pensar ni decir. Al fin y al cabo, para Silverlyn todo había terminado ya. Quizás debía dejarla en paz, pero el caso era que me encontraba mejor, más tranquilo y desahogado.

     

    - ¿Nunca has querido volver atrás en el tiempo y solucionarlo todo? Cambiar tu propio destino con la ayuda de un giratiempo... Hacer que todo esté bien, en su lugar... Podría ser todo diferente a como es ahora.

  23. He fumado muchas veces, y no es algo que debería sorprenderte... - repliqué fríamente, omitiendo explicaciones sobre mi pasado que esperaba que la ahora muerta Silverlyn conociese, o que al menos recordase. Eché una mirada al cigarro que sostenía entre mis dedos y, sin estar aún extinto, lo deseché y susurré -. El último.

     

    El fantasma de Silverlyn me daba la espalda y se mantenía en silencio. A través de su figura frágil e incorpórea podía ver el agua del lago, que se mecía y resplandecía, limpia y pura. Quería decir muchas cosas que no podía expresar con las palabras, pues todos los pensamientos y mis emociones se me atragantaban y no querían salir. Me había convertido con el paso del tiempo en una persona con una personalidad reservada e impasible, ya que todo lo que había vivido, todo lo que podía decir de la línea que unía el primer día de mi vida con el presente, me había hecho así. Tal y como pasaba con todo el mundo, sólo era un reflejo de mis recuerdos.

     

    Y durante un tiempo, la mujer que tenía delante había significado mucho para mí. Ella había sido mi vida, y su amor durante meses y meses había logrado curar mis heridas. En Silverlyn siempre encontré comprensión y refugio, pero todo tiene su final, y nunca había logrado imaginar un final tan doloroso. Ahora ya no había rencor y el dolor del primer día se había amortiguado, hasta el punto de que su desaparición estaba cercana, pero olvidar no es algo fácil...

     

    ...y muchas veces, ni siquiera algo deseable.

     

    - Recuerdo la última vez que te vi, Silverlyn - ya no acortaba su nombre. No mostraba hacia ella la confianza ni el cariño que habíamos tenido tiempo atrás. Hablaba ya sin interés sobre su muerte -. Lo recuerdo como si fuera ayer, y esperaba que te fuera mejor sin mí. Al fin y al cabo, te marchaste porque tú fuiste la primera en reconocerlo, y seguro que no te equivocabas al pensarlo.

     

    Su respuesta fue un prolongado y frío silencio. La plateada imagen de aquella mujer que alguna vez estuvo viva continuaba perdida en algún lugar de las orillas de aquel lago, y ni siquiera estaba seguro de si me estaba escuchando. Su mirada triste y melancólica se extendía más allá de las aguas, impregnando su retina de la belleza olvidada de los jardines de la Academia.

     

    - ¿Acaso no lograste encontrar tu felicidad allí donde fuiste? - guardé silencio durante unos instantes. Aunque me dolía admitirlo, esconderlo no servía de nada -. Yo tampoco desde que te fuiste.

     

    Reí, pero era una risa amarga y cargada de desgana.

     

    - ¿No encontraste a nadie más que te pudiese salvar de tu muerte? - continué preguntando, sin compasión -. Yo tampoco he encontrado a nadie a quien poder salvar en todo este tiempo.

     

    Sí guardaba en mí algo de rencor, pero el problema era que no sabía si era hacia ella o hacía mí mismo.

  24. Mientras seguía absorbido por aquella relajante sensación, embriagado por la tranquilidad y la paz que respiraba, sentí un frío halo a mi alrededor, como una gélida brisa que había despertado repentinamente todos mis sentidos. Era, sin embargo, algo nuevo y que nunca había sentido en mi piel. Me estremecí, mientras el viento silbaba y percibía, de alguna manera, que unos ojos curiosos se clavaban en mí a mis espaldas. Me giré con lentitud, echando una última calada, sintiendo cómo el humo del cigarro llenaba e hinchaba mis pulmones.

     

    Y entonces, la figura de un fantasma se reflejó en mis ojos, y no un fantasma cualquiera. Un torrente de recuerdos cruzó mi mente, infinito e inexorable, y mi rostro adquirió una expresión de sorpresa que súbitamente desapareció. No supe cómo reaccionar.

     

    Era Silverlyn, a la que creía desaparecida y que se había marchado, para siempre, de mi historia, pero tal parecía que no era la última vez que nos encontraríamos. Pero eso no era lo más importante: había muerto. El último atisbo de vida en ella se había desvanecido, como en la silenciosa muerte de una flor que, resignada, deja caer su suerte en las redes del tiempo, que cruelmente elimina toda su energía vital, desde las raíces hasta los pétalos. A todos nos llegaría nuestro final, pero era triste que a ella le hubiera llegado tan pronto.

     

    - De todas las personas de este planeta... Juro que creí que tu serias el ultimo... Al que vería de nuevo - dijo, arrastrando las palabras, bajo un deje de triste melancolía que se perdía en cada una de las frases.

     

    Di un paso adelante, sin desviar la mirada de su figura gris, traslúcida y fúnebre. Levanté la mano, con curiosidad y a la vez con recelo, y de alguna manera me sorprendí al ver que mis dedos la traspasaban, y entonces sentí que una pena caía en mi corazón. Una sombra cruzó rápidamente mi rostro, y entonces, fríamente, murmuré:

     

    - ¿Qué es lo que te ha pasado?

     

    Mi voz no reflejaba ningún sentimiento, ninguna emoción, pero aún así sentí que una parte de mí había muerto.

  25. Estaba tumbado en la cama de la Mansión Malfoy, garabateando líneas al azar y sin forma en el cuaderno que sostenía en mis piernas, trazando contornos y sombras con desgana, entre bostezos y suspiros de aburrimiento. Necesitaba respirar de nuevo aire limpio y puro, despejar la mente de tantos pensamientos; estirar las piernas y sentirme vivo de alguna manera. Por extraño que me pareciese, algo irreconocible en un licántropo como yo, mi instinto me llamaba y algo en mi interior me decía que necesitaba sentir de nuevo el contacto con la luna llena, siempre testigo de mis encuentros más oscuros con la noche y sus estrellas.

     

    Todo seguía igual. Me sentía solo, solo como tantas otras veces, pero ya estaba acostumbrado. Había llegado un punto en el que ya no me importaba. Era la ventaja que tenía aprender a convivir con algo como aquello. Poco a poco, la soledad se vuelve algo cotidiano y con lo que cada día se convierte en el lento paso de largas horas, minutos y segundos en el que se espera algo que nunca llega, como una luz al final de un eterno y angosto camino, flanqueado de frustración y dolor, que se aleja cada vez más y más. El triste sueño de una esperanza rota.

     

    Caminaba ahora en dirección a la Academia de Magia y Hechicería, donde todos los magos y las brujas se preparaban para su futuro y forjaban su camino, el rol que jugarían durante mucho tiempo tras terminar allí sus estudios mágicos. Recordaba mi paso por allí, y fumaba, como en los viejos tiempos, sosteniendo un cigarro en mi mano derecha, liberando así todo el estrés en forma de humo. Me relajaba, y aunque había prometido dejar el vicio atrás, siempre que aseguraba fumar mi último cigarro sabía que no sería el último.

     

    Sólo uno más, pensé, mientras exhalaba vapores que se desvanecían en el aire.

     

    Lancé una mirada al cielo, donde algún día acabaríamos todos, y esperé como si estuviera aguardando la caída de un misil. No pasó nada, y volví a mirar al frente. Mis pasos me llevaron hasta los Jardines Sumaes, un lugar bastante concurrido y donde siempre había alguien con quien conversar, y seguí caminando sin saber a dónde me dirigía.

     

    Todo seguía igual...

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